21 de agosto de 2007

La creación

Este artículo es el 2º de una serie. El primero es: La ciencia, ¿aleja o acerca a Dios?

Temas: Dios, ciencia, creación, Big Bang, Biblia, cristianismo, religión.

La creación

Tomás Alfaro Drake

Los cristianos creemos, como los judíos y los musulmanes, que el mundo fue creado por Dios. Pero, ¿es esto compatible con los descubrimientos de la ciencia? Rotundamente sí. Desde luego la ciencia no demuestra ni desmiente la creación del mundo por Dios. No puede, no está en su ámbito de actividad. Pero, indudablemente, abre la puerta a la creación. Más aún, hace de la creación la alternativa más razonable, más plausible. Veamos cómo y por qué.

Hacia 1920, la observación de las galaxias lejanas hizo evidente que el universo se encontraba en expansión. Cada galaxia observada, se aleja de nosotros a una velocidad tanto mayor cuento más lejos está. Esto ha llevado a los científicos a pensar que el universo es algo así como un globo que se hincha y en cuya superficie se encuentran las galaxias con sus estrellas, planetas, etc. Efectivamente, si tomamos un globo, pintamos en él unos puntos y lo hinchamos, desde todos los puntos se verá a los demás alejarse de él mismo a una velocidad tanto mayor cuanto más lejos están. Es pura geometría y se puede hacer la prueba. Bueno, la realidad no es así de sencilla, porque el globo es una superficie de dos dimensiones y nosotros vivimos en un espacio de tres. Tendríamos que visualizar una membrana de tres dimensiones –el globo– cerrándose sobre sí misma en una cuarta dimensión. Pero nuestra mente no es capaz de representarse eso, de ahí el eliminar una dimensión para poder “verlo”. Pero en el lenguaje de las matemáticas se puede expresar lo que no se puede visualizar con la mente, y todos los científicos admiten que así son las cosas.

Ahora bien –pensaron los científicos– si pasamos marcha atrás la película del inflado del globo, en algún momento el tamaño del globo tendría que haber sido cero, es decir, el universo no existiría. Pero no es con películas marcha atrás como los científicos aceptan una teoría como cierta, necesitan pruebas empíricas. Astrónomos de la Universidad de Princeton, definieron un conjunto de observaciones que debían detectarse para que hubiese existido ese momento 0. La más importante de ellas es la llamada Radiación Cósmica de Fondo. Debería descubrirse una determinada señal de radio muy débil, de igual intensidad en todas las direcciones del espacio. Un día, unos ingenieros de la ATT, poniendo a punto unos modernísimos equipos de telecomunicaciones, detectaron esa radiación. Los científicos estaban asombrados. Habían encontrado la prueba empírica de ese momento 0 del universo. Le llamaron el Big Bang, porque fue como una gran explosión que catapultó el cosmos a una expansión que hoy, 15.000 millones de años más tarde, todavía continúa. A los pocos días, los titulares del New York Times decían: “Científicos e ingenieros han oído el llanto del universo al nacer”. Parece, pues, científicamente indudable que el universo ha tenido un principio y que la causa que lo originó, fuese la que fuese, no era parte de él. Es evidente que la causa es anterior al efecto y si el universo no existía la causa no podía estar en él. ¿Cuál es esa causa? La ciencia nada puede decir, porque nada puede saber de lo que hay “fuera” del universo, en dónde o en qué medio se infla el globo. Lo que trasciende al universo no puede pesarse ni medirse y no es, por tanto, objeto de la ciencia. Pero la ciencia no puede obligar al intelecto humano, que en definitiva la ha creado, a que censure las preguntas que ella no sabe contestar. Y el intelecto humano puede darle, razonablemente, sin ir contra la ciencia, a esa causa trascendente y primera, externa al universo y superior a él, pues lo ha creado, el nombre de Dios. Se pueden buscar otras explicaciones, todas ellas fuera de la comprobación científica, pero, como veremos en otros artículos, la más razonable, la más plausible es Dios. “En el principio creo Dios el cielo y la tierra”. O sea que, al final, el Génesis puede tener razón.

12 de agosto de 2007

Pío XII, ¿héroe o villano?

Tomás Alfaro Drake

Temás: Pío XII, Juan Pablo II, Holocausto, Shoah, Hochhuth, El Vicario.

Pío XII, ¿héroe o villano?

Cuando Pío XII muere en 1958, todos los que hicieron historia con él, así como los más ilustres representantes de la comunidad judía mundial, expresaron su profundo pesar y su admiración y respeto.

“Tras la muerte de Pío XII el mundo es más pobre. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad. Consciente y hábil enemigo de la tiranía, ha sido un generoso amigo y bienhechor de los oprimidos y su mano caritativa ha estado siempre pronta a ayudar a las desventuradas víctimas de la guerra. Sin temores ni complacencia ha sostenido la causa de una justa paz entre las naciones...” dijo Eisenhower.

“Compartimos el dolor de la humanidad por la muerte de Su Santidad Pío XII. En una generación afligida por guerras y discordias, él ha afirmado los altísimos ideales de la paz y de la piedad. Durante el decenio del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufría un terrible martirio, la voz del papa se elevó para condenar a los perseguidores y apiadarse de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se ha visto enriquecida por una voz que expresaba las grandes virtudes morales más allá del tumulto de los conflictos cotidianos. Lloramos a un gran servidor de la paz.” afirmó Golda Meir.

“La Conferencia Central de los Rabinos Americanos se une con profunda conmoción a los millones de miembros de la Iglesia católica romana por la muerte del papa Pío XII. Su amplia simpatía por todos, su sabia visión social y su comprensión lo hicieron una voz profética para la justicia en todas partes. Que su recuerdo sea una bendición para la Iglesia católica romana y para el mundo”, declaró la conferencia de rabinos americanos a través de su presidente, Jacob Phillip Rudin.

“Nosotros, miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos y de la persecución” se condolió el doctor Brodie, rabino jefe de Londres.

“Quienquiera que se ha acercado al papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado, y es por su oposición a la violencia, como por su respeto por el ser humano, por lo que Pío XII asumió una postura sobre los problemas de la evolución de los pueblos coloniales, que no puede no tener una saludable y considerable influencia sea en el ámbito cristiano como fuera de él”. sostuvo Pierre Mendés-France, socialista y ex Primer Ministro francés.

Sin embargo, actualmente, son muchas las críticas que se hacen a Pío XII por su supuesto silencio y pasividad ante el holocausto nazi. Las críticas se inician, sobre todo, a partir de la aparición, en 1963, de un libelo en forma de obra de teatro, escrito por Rolf Hochhuth y titulado “El vicario”. Es significativo que en la siguiente obra de Hochhuth, “El soldado”, el que es presentado como un criminal de guerra es Wiston Churchill. No se sabe a ciencia cierta si Hotchhuth es miembro activo del Partido Comunista, pero lo que es indudable es que su obra ha sido jaleada y apoyada por el aparato de este partido en todos los países en los que se ha representado. En España, fue traducida por Jorge Semprún, antes de su expulsión del PCE. La obra es, literariamente hablando, pésima. El director de la revista ultraizquierdista “Ramparts”, que fue el que más apoyó su publicación en USA en nombre del derecho a la libertad de expresión, tuvo muy serias dudas sobre si hacerlo o no, debido a su escasísimo valor literario. Sin esta obra y sin este apoyo de los partidos comunistas de todo el mundo, Hochhuth no hubiese pasado nunca de ser un dramaturgo de tercera, completamente desconocido. Recientemente, el exdirector de los servicios secretos rumanos, general Mihai Pacepa, aseguró que él mismo participó en una campaña promovida por la KGB para hacer propaganda de “El vicario”. Pero la propaganda comunista no cede terreno así como así. Recientemente, “El vicario” ha sido llevado al cine donde, como una mala película que es, y a pesar de la demagogia del tema, no ha cosechado sino un estrepitoso fracaso. Como respuesta a este panfleto, inmediatamente después de su publicación, el historiador judío Pinchas E. Lapide, que había sido cónsul general en Milán y conocía bien a Pío XII, inició un estudio que culminaría en un libro, publicado con el título “Three Popes and Jews” (Londres 1967) en el que se afirma categóricamente que la acción silenciosa y eficaz de Pío XII salvó de la muerte a unos 850.000 personas, judíos en su mayoría. Si aceptamos la cifra de seis millones de judíos muertos en el holocausto, sin la intervención de Pío XII, la cifra hubiese sido un 15% mayor. La respuesta inmediata de Pablo VI ante la ola de críticas que se inició con esta obra fue combatir la mentira con la verdad. Abrió los archivos vaticanos de la guerra. Los hechos están ahí y no son fáciles de borrar. Analicemos sólo algunos.

Primero: la encíclica “Mit brennender Sorge” (“Con profunda preocupación”). Fue publicada en 1937, siendo todavía Papa Pío XI. Pero es sabido que la inteligencia y la pluma de Monseñor Pacelli, futuro Pío XII, están detrás de esta carta. Es una durísima condena del nazismo y de sus prácticas. Se imprimió en quince imprentas clandestinas, se repartió y fue leída el mismo día, domingo 21 de Marzo de 1937, en todas las parroquias de Alemania. Costó la libertad a miles de sacerdotes, la muerte a muchos de ellos, la represión a millones de católicos alemanes y el recrudecimiento de la persecución a los judíos. Nadie que haya leído esta encíclica y sepa cómo y a que precio se difundió en Alemania, puede hablar de silencio de la Iglesia ni de Pío XII. Lo que había que decir estaba dicho cuando todavía las potencias occidentales coqueteaban con Hitler. Antes del vergonzoso acuerdo de Munich.

Segundo: Holanda, 1942. En ese año comenzaron en ese país las deportaciones de judíos. Todas las confesiones cristianas –calvinistas, luteranos y católicos– se pusieron de acuerdo para leer en domingo en las iglesias un documento conjunto contra las deportaciones. Esta vez la Gestapo se enteró e hizo saber a los jefes de las comunidades cristianas que si tal lectura se llevaba a efecto, no sólo serían deportados los judíos de religión, sino también los convertidos al cristianismo. Los únicos que no se echaron atrás, fueron los católicos, es decir, Pío XII, ahora sí, ya siendo Papa. La protesta fue leída en las iglesias católicas y la amenaza fue cumplida contra los judíos católicos. Dos de las muchas víctimas fueron Edith Stein, hoy santa y doctora de la Iglesia, y su hermana, judías conversas y monjas carmelitas, que fueron sacadas de su convento y llevadas a morir al campo de exterminio de Auschwitz. Por supuesto, las deportaciones de judíos continuaron al mismo ritmo. Pío XII quedó tan afectado por el efecto devastadoramente negativo que tuvo su condena que mandó destruir ese documento, de forma que hoy no es posible encontrar el texto de esa homilía.

Tercero: Pío XII alentó y propició una red de salvamento de judíos en la que se usaban como infraestructura conventos, iglesias y otros establecimientos católicos. Muchos religiosos y fieles perdieron la vida en esta actividad. Ya hemos visto la cantidad de judíos que, según fuentes judías, se salvaron de la muerte.

¿Alguien con información, buena voluntad y en su sano juicio podría pensar que una política de gestos hubiese sido más eficaz que una de hechos? La realidad demuestra que no.

Desde luego los líderes políticos que vivieron el problema de cerca no consideraron ni cobarde ni ineficaz la postura de Pío XII, como muestran sus declaraciones citadas anteriormente. Tampoco parece que lo viera así el rabino de la sinagoga de Roma, convertido al catolicismo, con gran escándalo entre la ortodoxia judía, después de la segunda guerra mundial, fundamentalmente por el ejemplo de Pío XII. A buen seguro no lo vieron así las personas salvadas del holocausto por la acción tan decidida como sigilosa de la Santa Sede bajo la dirección de Pío XII.

Pero no hay mayor ciego que el que no quiere ver. En el año 1998, el Papa Juan Pablo II, publicó un documento sobre la “Shoah” en el que sin falsa humildad y sin desprecio a la verdad, pide perdón por la actitud de muchos católicos que, contra el mensaje evangélico, mantuvieron, a título personal, actitudes antisemitas. Manifestando otra vez la verdad sobre la actitud de la Iglesia y de Pío XII en particular, reconoce que todos los católicos formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo y de la Comunión de los Santos, por lo que la actitud antievangélica de algunos mancha el rostro de la Iglesia y pide perdón por ello.

Pero esta petición de perdón, necesaria por caridad, pero tal vez excesivamente rigurosa en justicia, en vez de ser agradecida, despertó una violenta y furibunda oleada de críticas, intencionadamente o no, contrarias a la verdad demostrable. La propaganda intenta imponerse a la verdad:

“El documento ha sido una ocasión perdida para condenar el silencio de Pío XII”, se puede leer en el editorial del diario Maariv en Israel. O; “Es más bien desilusionante porque no trata de la responsabilidad de la Iglesia como institución y la de Pío XII, el papa que calló sobre las persecuciones de judíos durante la segunda guerra mundial”, en el editorial del Jerusalén Post. “Hay una defensa gratuita del silencio de Pío XII y de la equivocación y la responsabilidad de la Iglesia como institución” Sentencia Elan Steinberg, director ejecutivo del World Jewish Congress en clara contradicción con las opiniones de eminentes autoridades judías contemporáneas a Pío XII y con los hechos.

¿Qué ha pasado entre las dos fechas? Lo que ha pasado es que el juicio objetivo ha dado paso, con la marcha de la historia, a la propaganda. En primer lugar la propaganda sionista. Conviene recordar que los judíos sionistas de Palestina, no tuvieron un comportamiento ejemplar durante el holocausto, pero lo utilizaron hábilmente para conseguir el estado de Israel. Y no deja de ser curioso que los sedicentes progresistas, siempre antisionistas, coreen estas y otras declaraciones cuando se trata de manchar la imagen de la Iglesia. Un brillante periodista italiano, judío, con muchas victimas del holocausto en su familia, Paolo Mieli, explicaba en el 2001: “Uno de los motivos por los que este importante papa fue crucificado –recuérdese que su crucifixión empezó en 1963- se debe al hecho de que tomó parte contra el universo comunista de manera dura, fuerte, y decidida. De una manera tal que hubo que esperar treinta años, con Juan Pablo II, para que ese estilo pudiera ser retomado adecuadamente, de una manera que fue fatal para el comunismo”. Y en esta pinza propagandista entre el sionismo –que nunca ha visto a la Iglesia con buenos ojos- y el comunismo –que siempre ha identificado a la Iglesia como un baluarte contra su triunfo- se ha visto atrapado Pío XII. Pero ya avisó Cristo que los discípulos no iban a ser mejor tratados que el maestro. Y es que la Iglesia, como Cristo, ha sido siempre vista como enemiga común por todas las ideologías, enfrentadas entre sí, que coinciden en querer hacer del hombre un instrumento para sus dioses de barro o para sus supuestos “paraísos”. Saben perfectamente dónde está el último baluarte de la dignidad del hombre.

Pero quizá la más flagrante demostración de este deslizamiento de la verdad histórica a la pura propaganda es la comparación entre los editoriales del New York Times en dos fechas.

25 de Diciembre de 1941:

“La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y en la oscuridad en la que ha caído Europa en esta Navidad. Él es el único soberano del continente que tiene la valentía de levantar su voz... Sólo el papa ha pedido respeto por los tratados, el fin de las agresiones, un trato igual para las minorías y el cese de la persecución religiosa. Nadie más que el papa es capaz de hablar a favor de la paz”.

18 de Marzo de 1998:

“Es necesario un serio análisis sobre la actuación de Pío XII... Será misión de Juan Pablo II y sus sucesores dar los pasos necesarios para reconocer el fallo de la Iglesia frente a la maldad que dominó Europa”.

Sorprendente cambio en los juicios. Pero por parte de Pío XII, ni silencio ni pusilanimidad. Hechos concretos y no gestos inútiles. No verlo así es cerrar los ojos a la verdad por intereses inconfesables. Tan absurdo como si dentro de sesenta años alguien reprochase a Juan Pablo II su silencio y pasividad ante la guerra de Irak. ¿Nos deparará algo así el futuro? ¿Habrá quien se lo crea? No tengo mucha seguridad en que las respuestas sean dos rotundos noes.

Uno no puede dejar de preguntarse lo que leeríamos si, llevado por una política de gestos efectistas, Pío XII hubiese provocado el desmantelamiento de la red de salvamento montada por el Vaticano con su bendición y aliento. Leeríamos cosas sobre la irresponsable actitud del Papa, su afán de protagonismo, su soberbia y falta de sigilo y cosas por el estilo. Y no puedo evitar que se me venga a la cabeza una actitud de esta generación ante cualquier postura de la Iglesia. Hablo de un pasaje del Evangelio de san Mateo: <<¿Con quién compararé esta generación? Es semejante a niños sentados en la plaza que, gritando a los compañeros dicen: “Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado un himno fúnebre y no habéis llorado.” Porque vino Juan que no comía ni bebía y decían: “Tiene un demonio”. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe y dicen: “Es un borracho y un comilón, amigo de publicanos y pecadores”. Mas la sabiduría se ha justificado con sus obras[1]>>.
[1] Mateo 11, 16-19

6 de agosto de 2007

La ciencia, ¿aleja o acerca a Dios?

Tomás Alfaro Drake

Temas: Dios, ciencia, navaja de Occam, Laplace, Napoleón.

Este artículo es el 1º de una serie.

La ciencia, ¿aleja o acerca a Dios?

“Un sorbo de la copa de la ciencia aleja de Dios. Pero cuando uno sigue bebiendo de ella, distingue al fondo el rostro del Creador”. Así se expresaba el gran científico británico del siglo XX sir Arthur Eddington. Más o menos un siglo antes, tuvo lugar una conversación entre Napoleón y el matemático francés Pierre Simon de Laplace. El emperador había leído el libro “La mecánica celeste”, escrito por el científico. “No he hallado en él ninguna referencia a Dios”, parece que le dijo Napoleón. “Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis” le contestó Laplace. ¿Qué ha pasado en estos casi dos siglos hasta nuestros días? Han pasado muchas cosas que han supuesto una revolución en la ciencia. La teoría de la relatividad, la física cuántica, el código genético, entre otros descubrimientos, han dejado en la cuneta a la ciencia decimonónica. Pero ocurre que muchos hombres cultos del siglo XXI siguen, en lo que a ciencia se refiere, anclados en el principio del siglo XIX, bebiendo sólo un pequeño y agriado sorbo de la copa de la ciencia.

En la serie de artículos que hoy se inicia vamos a ir paladeando, poco a poco, más y más sorbos de esa copa. Ninguno de ellos nos va a demostrar la existencia de Dios. La existencia de Dios es indemostrable a través de la ciencia empírica, de la misma forma que es indemostrable su inexistencia. Pero, sorbo a sorbo, nos iremos preguntando que es más razonable a la vista de lo que llevemos bebido, si aceptar la existencia de Dios o negarla. Me gustaría que tuviéramos siempre delante la respuesta de Laplace a Napoleón: “Sire, no he necesitado de esa hipótesis”. Me gusta la economía de las hipótesis. Manejaremos, por tanto, la tijera de Occam. Guillermo de Occam, el padre del nominalismo, allá por el siglo XIV propuso algo que, traducido al román paladino, viene a decir que de dos puntos de vista en conflicto, aquél que se puede explicar con mayor sencillez, aquél que requiere menos hipótesis, tiene más probabilidades de ser cierto. No es, ciertamente, un criterio de prueba, pero todos los científicos lo utilizan con profusión. Antes de que Newton llegase a demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol, parecía evidente que el infernal sistema de órbitas e innumerables epiciclos del sistema de Ptolomeo, era inferior al bello y sencillo sistema de Kepler. Parece pues, que la tijera de Occam, es un buen instrumento del sentido común y, como no es mi pretensión llevar a cabo ninguna demostración, lo adoptaré con frecuencia.

Porque, en última instancia, creer o no en Dios -tanto lo primero como lo segundo-, es un acto de fe, un acto de la voluntad, un salto en el vacío. Lo que ocurre es que ese salto puede ser sobre un vacío de muchos metros o sobre una pequeña hendidura de unos centímetros. Y es obligación de la razón buscar el estrechamiento de esa grieta entre la duda razonable y la adhesión o no adhesión a la fe. Antes he dicho que muchos hombres cultos del siglo XXI seguían anclados en la ciencia del XIX y por eso no alcanzaban a ver el rostro del Creador en el fondo de la copa. Podría uno preguntarse por qué muchos científicos –no todos, ni siquiera la mayoría– que, obviamente, no viven la ciencia del siglo XIX, no alcanzan a ver a Dios en su copa. La razón está en el refranero popular: “No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír”. Antes he dicho que la fe era un acto de la voluntad. Añado ahora que es un acto libre de la voluntad. Lo primero para creer es querer creer. Y creer en que mi dentista es bueno, no me compromete a nada importante, pero creer que existe un Dios personal que es superior a mí y que quiere algo de mí, requiere un cambio en la perspectiva de la vida que no todo el mundo, científicos o no científicos, está dispuesto a asumir. Porque el camino que vamos a recorrer no pretende sólo ver si es más plausible la existencia o no de un Ser Superior, abstracto, primer principio y motor inmóvil, sino ver si a ese Ser Superior se le puede suponer algún atributo y alguna intención, es decir, si es un Ser personal o una idea abstracta sin ninguna relación con mi vida.

La voluntad puede, a cada argumento, a cada sorbo de la copa, encontrarle otro contra-argumento, otra manera de paladear el licor de la copa que enturbie la visión del rostro que se divisa al fondo y que uno prefiere no ver. Procuraré ser intelectualmente honesto para presentar unos y otros, utilizaré la tijera de Occam para ver cuál requiere menos hipótesis, pero, en última instancia, será cada uno de los lectores de estos artículos, a solas consigo mismo, con su libertad y con su perspectiva de la vida, el que decida qué le parece más plausible y si quiere adherirse a ello. Intentaré plantear las cosas de la forma más sencilla de que sea capaz, pero no podemos olvidar que las cuestiones que vamos a tratar son, en sí mismas, bastante complejas. Y se dice que es de sabios hacer sencillo lo complicado, pero es de necios hacer simple lo complejo. Procuraré ser sencillo, sin caer en la simpleza, respetando la complejidad de los temas que vamos a abordar pero desbrozando su complicación. Difícil intento del que no sé si saldré victorioso. Serán los lectores los que lo juzguen, pero no seré yo quien me arredre en el intento.