30 de julio de 2014

Frases 30-VII-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010. 

Tres pasiones simples pero irresistibles han gobernado mi vida: El ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad.

Bertrand Russell

Con esta entrada me despido hasta, si Dios quiere, Septiembre.


27 de julio de 2014

Una propuesta de oración por la guerra palestino-israelí

Es terrible leer cada mañana –o, peor aún, ver en televisión las imágenes– sobre los niños muertos por los bombardeos israelíes en la franja de Gaza, la brutal estadística de los muertos de cada bando, con la proporción de más de 20 a 1 “a favor” de los palestinos, la mayoría de los muertos de éstos civiles mientras que por el lado israelí sólo ha habido tres muertos civiles. Hace poco, el pasado Domingo de Resurrección, el Papa Francisco, el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás y el entonces Presidente de Israel, Simón Peres, se reunían en el Vaticano para rezar por la paz. Uno puede tener la tentación de pensar que no fue sino un gesto inútil. Pero eso es jugar a ser Dios. Cuándo Dios nos bendiga con la paz es algo que sólo Él sabe y nosotros no podemos retorcerle el brazo para que lo haga ya. Dios tiene sus planes, que están más allá de nuestro alcance. “Sus caminos no son nuestros caminos”. Por eso, no creo que el desánimo sea la respuesta. Yo creo fervientemente en el poder de la oración acumulada. Habrá que seguir rezando. Pero Dios actúa casi siempre a través de seres humanos, dándoles luz y fuerza para actuar. Hay gente en el mundo –diplomáticos, mandatarios de Estados de derecho, dirigentes árabes e israelíes, etc.– que pueden buscar soluciones de paz, pero yo no soy uno de ellos. Pero sí puedo rezar para que Dios ilumine sus mentes. Y para eso, al menos yo, necesito entender un poco el problema por el que rezo. Por eso, en las siguientes líneas voy a intentar desenredar la madeja de este conflicto árabe israelí. Lo he hecho, con bastante esfuerzo, para mí mismo, pero por si puede servir a alguien más, ahí va. Tal vez alguno tenga ya claro en la cabeza el terrible mapa por el que el conflicto ha llegado a donde ha llegado. Para estos, estas líneas serán inútiles. Tal vez alguno no necesite para rezar entender por lo que reza. Enhorabuena, esa es la oración más sencilla y, probablemente, la mejor. Que ni se le ocurra leer estas líneas. Pero para quien no tenga claro el mapa y necesite entender aquello por lo que reza, estas líneas serán una buena ayuda. Para ellos y para mí la he escrito. No es mi propósito señalar buenos y malos en esta historia, porque la oración debe ser igual para los dos bandos, así como por todas las potencias que puedan ayudar a solucionar el conflicto.

El problema se remonta, de una forma directa, más allá de la creación del Estado de Israel en 1948. Aunque la historia del conflicto empiece en 1880, por poner una fecha al inicio de la inmigración judía a Palestina, conviene remontarse más allá en la historia para desterrar algunos mitos. Así pues, ahí va el relato. Espero que a alguien sirva para rezar mejor. A mí me sirve.

Empiezo por decir que nunca, en toda la historia, ha habido nada que se pueda parecer a un Estado árabe palestino. La historia de Palestina empieza en los cananeos y otros pueblos primigenios de la zona. La Biblia nos dice que hacia el siglo XIX a. de C. vivieron allí, de prestado, los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, pero que emigraron a Egipto, para volver hacia el 1200 a. C. como un pueblo numeroso, el pueblo hebreo, que conquistó esa tierra. Luego fue conquistada primero parcialmente por los asirios (722 a.C.) y luego, totalmente, por los caldeos (587 a.C.). Pasó más tarde, también por conquista, a los persas (539 a.C.) a los que, a su vez se la arrebataron los griegos macedonios bajo Alejandro Magno (330 a.C.). A la muerte de éste (323 a.C.), dos de sus generales en pugna asumieron el control de dos partes de su imperio. Los Seléucidas en Siria y Mesopotamia y los Ptolomeos en Egipto. Palestina fue frontera entre ambos y fue conquistada una y otra vez por cada uno de ellos. La rebelión de los Macabeos volvió a hacer que estuviese bajo el poder de los judíos (162 a.C.) hasta que las terribles luchas entre distintas facciones de ellos hicieron que unos pidiesen ayuda a los romanos, que los ayudaron quedándose con el territorio (66 a.C.). Éstos destruyen Jerusalén en dos ocasiones, la primera bajo el emperador Tito (70) y la segunda bajo Adriano (130). Éste emperador construye encima de las ruinas de Jerusalén una nueva ciudad Elia Capitolina y expulsa a todos los judíos de Judea, quedando sólo pequeños grupos en Galilea. Jerusalén hubiese salido de la historia si no fuese porque el Emperador Constantino le restituyó el nombre (312). Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476), la tierra pasó a pertenecer al Imperio Bizantino, hasta que los árabes musulmanes la conquistaron en el año 638). Como Adriano había destruido el Templo, éstos se encuentran vacía la explanada del templo de Jerusalén y construyen en ella la mezquita de la Roca o de Omar (691) y más tarde, la de Al Aqsa (710).

Pero nada puede entenderse si no se dice que, según afirmaba Mahoma, estando un día dormido (617), en pleno Ramadán, en una cueva cercana a La Meca, le vino a buscar  el Arcángel Gabriel y, en un extraño equino alado con cara de mujer, cuerpo de caballo y cola de pavo real, llamado Borak, fue transportado de la Meca a Jerusalén y, luego, desde la roca en donde hoy se alza la mezquita con ese nombre, a través de los siete cielos, hasta el trono de Dios, que le reveló el Corán. Es esto lo que hace de Jerusalén una ciudad sagrada para el Islam. Pero volvamos a la historia.

En el año 1072, los turcos selyucidas (no confundir con los Seléucidas, uno de los trozos del disgregado imperio de Alejandro Magno), pueblo no árabe convertido al Islam, conquista Palestina y Jerusalén. Desde entonces, hasta el final de la Primera Guerra Mundial (1918), Palestina fue parte del Imperio Turco y a partir de entonces, fue un protectorado británico. Así pues, creo que una ausencia casi total de más de 1700 años de los judíos, 1500 años sin que tengan un Estado independiente y la inexistencia de nada que pueda parecerse a un Estado palestino árabe hace que se puedan desterrar motivos y mitos históricos para dar la razón a unos u otros.

Hacia el año 1880 empiezan las primeras inmigraciones importantes de judíos a Palestina. La mayor parte de los judíos que llegaban, lo hacían huyendo de pogroms y persecuciones, principalmente de Rusia. El ritmo de la inmigración fue aumentando paulatinamente. Los judíos que llegaban compraban tierras incultas a los pueblos nómadas que estaban allí, a unos precios que a éstos les parecían alucinantes, por lo que había tortas para vendérselos. Se calcula que hacia 1915 había en Palestina unos 87.000 judíos frente a 590.000 no judíos. Esto fue el desencadenante de que en 1917, primero Francia y después Gran Bretaña firmasen sendas declaraciones (Declaración Cambon y declaración Balfour, respectivamente) en la que se empezaba a hablar de un vago “hogar nacional judío”. En 1921, los británicos, bajo cuyo mandato había quedado Palestina, liberaron a Amín al-Husayni, un palestino nacido en Jerusalén que había luchado contra las tropas británicas. Y no sólo le liberaron, sino que le nombraron Gran Muftí de Jerusalén y fue elegido después Presidente del Consejo Supremo Musulmán. Husayni era profundamente antisemita y totalmente contrario a la creciente presencia, aunque fuese pacífica, de judíos en Palestina. Bajo su mandato se produjeron matanzas en masa entre los colonos judíos (1929 y 1936). Pero, como todos los extremistas, odiaba especialmente a los palestinos moderados, a los que asesinó sistemáticamente hasta que dejaron de existir, por muerte o miedo. Los británicos le expulsaron de Palestina y se fue a Berlín, donde, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, colaboró en impulsar la “solución final” del “problema judío” y fue amigo personal de Hitler.

Los años de la persecución nazi y la Segunda Guerra Mundial provocaron un flujo masivo de judíos de toda Europa a Palestina. Se estima que al acabar la guerra había en Palestina cerca de 600.000 judíos, por lo que no quedaba más remedio que abordar el problema y concretar lo de “el hogar nacional judío” que se establecía en la declaración Balfour. Pero ésta se había transformado en un quebradero de cabeza para la política internacional del Reino Unido, bajo cuya tutela estaba Palestina. Acabada la guerra, la ONU empezó a estudiar la posibilidad de crear dos Estados, uno judío y otro musulmán, en Palestina. Esto cristalizó en la propuesta para la creación de los dos Estados en 1948, con una partición que es difícil imaginar peor hecha. Era como un tablero de ajedrez de 6 casillas (2x3) de las que cada estado tenía 3, unidas en diagonal de forma que había dos vértices de cruce en el que confluían los dos territorios para pasar de una parte de su Estado a otra. Jerusalén estaba en uno de los escaques palestinos, pero bajo el control de la ONU.

Como es natural, los puntos de cruce de los territorios no podían ser sino focos de conflicto, incluso para países bien avenidos. Imagínese en este polvorín. El territorio de Israel, con una población de aproximadamente un tercio, suponía el 54% de la superficie, pero más del 80% de su Estado estaba formado por el desierto del Negueb.

Israel aceptó la partición. Se ha especulado mucho si esa aceptación era de buena fe o se hizo pensando en conquistar más adelante todo o parte del territorio del Estado Palestino. Son sólo especulaciones. Nadie sabe lo que hubiese pasado si los palestinos y sus aliados árabes hubiesen aceptado pacíficamente la partición. Pero el hecho es que los países árabes y los palestinos se negaron en redondo a semejante solución. Los palestinos estaban convencidos de que el mismo día en que saliese el último soldado británico de Palestina, ellos mismos, ayudados por Egipto, Siria, Jordania, Líbano y otros Estados árabes, arrojarían al mar a los judíos. Y los británicos hicieron todo lo posible para que esto fuese así, intentando prohibir la inmigración de judíos y evitar que éstos se armasen. Debían pensar que, salvada la cara con la creación de los dos Estados, si el Estado judío desaparecía, “muerto el perro, se acabó la rabia”. Esto, junto con las matanzas de 1929, hizo que apareciesen movimientos terroristas judíos como el Irgún y Stern, autores de numerosos atentados entre el que está la voladura del Hotel King David en 1946 causando 92 muertos. Hay que decir que la Haganá, lo que sería después el embrión del ejército israelí, siempre se opuso a la barbarie del Irgún y de Stern.

Efectivamente, al dejar Gran Bretaña la zona, se inició una guerra en la que, de forma increíble, acabó por ganar rotundamente el Estado Israelí contra los palestinos y todos los Estados Árabes circundantes. También es pura especulación preguntarse qué hubiera pasado si los árabes y palestinos hubiesen ganado esa guerra. Tras la victoria, Israel se quedó con gran parte del territorio, incluida Jerusalén, menos la franja de Gaza, que se la anexionó Egipto y toda la Cisjordania, que se la anexionó Jordania. De aquí arranca el problema del exilio palestino, disperso por muchos países islámicos y que, tras varias oleadas causadas en cada guerra, asciende a unos cinco millones de personas. Pero hay que decir que el trato que dispensaron los egipcios y jordanos –que aplicaron la regla de “a río revuelto ganancia de pescadores”, quedándose con una parte del territorio del Estado Palestino– y otros países árabes a los refugiados palestinos fue lamentable. Muchos fueron confinados en campos de refugiados en Cisjordania y Gaza, en los que aún hoy están la mayoría. Otros formaron milicias armadas que desafiaban a los gobiernos de los países árabes donde estaban. Egipto, Jordania y Siria los reprimieron y expulsaron de su territorio por lo que casi todos acabaron en el Líbano, que no fue capaz de acabar con ellos. Desde allí hacían razias sobre Galilea, al norte de Israel. Israel, por su parte, ofreció en 1952 la nacionalidad israelí a los palestinos que se quedaron en su territorio. Actualmente los palestinos con nacionalidad israelí son cerca de millón y medio y suponen casi el 20% de los ciudadanos. Votan y tienen sus partidos políticos con representación en el parlamento –si bien es cierto que están dispersos en una pléyade de partidos que casi nunca han llegado a casi ningún acuerdo entre ellos–. Salvo los de religión drusa, ni musulmanes ni cristianos pueden entrar en el ejército y, ciertamente sus derechos civiles, bastante recortados en la práctica, los hacen ciudadanos de segunda, pero ni uno sólo de ellos quiere renunciar a la nacionalidad israelí.

En 1956, el Egipto de Nasser cerró el estrecho de Tirán, que da acceso del mar Rojo al golfo que Aqaba, cerrando así el acceso de barcos al puerto Israelí de Eilat, y nacionalizó el canal de Suez, al tiempo que firmaba una alianza con Siria y Jordania contra Israel. Esto provocó un ataque de Israel contra Egipto, secundado por Francia y Reino Unido. En siete días, Israel conquistó la franja de Gaza y la península del Sinaí y hubiese tomado el canal de Suez si no hubiese sido porque la ONU, presionada por los EEUU, forzó un alto el fuego para, poco después, pactar con Israel la retirada del Sinaí y la franja de Gaza, a cambio de la apertura del estrecho de Tirán, la custodia por las fuerzas de la ONU de la península del Sinaí y la administración del canal de Suez por dicho organismo.

En 1967, otra vez el Egipto de Nasser, tras expulsar de la península del Sinaí a las fuerzas de la ONU, movilizó sus tropas en la frontera israelí y volvió a cerrar el estrecho de Tirán. Esto provocó la respuesta fulminante de Israel en la guerra conocida como Guerra de los Seis Días. En seis días, Israel conquistó la península del Sinaí y la franja de Gaza a Egipto, la Cisjordania a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Y, por supuesto, toda Jerusalén. A partir de ese momento, colonos israelíes fueron fundando asentamientos en los territorios conquistados. Actualmente hay más de medio millón de colonos, la mayoría en Cisjordania donde hay unos 125 asentamientos.

El 6 de Octubre de 1973, festividad del Yom Kippur, día de ayuno en Israel, fuerzas conjuntas de Egipto y Siria, ayudadas por tropas irakíes y jordanas inician una ofensiva contra Israel. El Mossad, el servicio de inteligencia israelí, y el gobierno de Israel sabían que se estaba preparando la ofensiva, pero para evitar ser acusado de un ataque preventivo, como había sido el caso de 1956 y 1967, prefirió correr el riesgo de dejarse atacar. En Egipto ya no estaba Nasser, muerto en 1970, sino Anwar el Sadat, más moderado y pragmático que su predecesor. Por tanto, creía que Egipto no se lanzaría y que Siria, sola, no se atrevería. Por otro lado, subestimó la capacidad de estos países que, desde 1967 habían sido reforzados en su armamento por la Unión Soviética. Se equivocó. El ataque tuvo lugar el día 6 de Octubre, como se ha dicho. Durante unos días Israel estuvo contra las cuerdas. Siria Tomó los Altos del Golán y penetró en Galilea y los egipcios atravesaron el canal de Suez y lanzaron una ofensiva total sobre la península del Sinaí. Pero mientras Egipto avanzaba por el colchón del Sinaí, Israel concentró sus fuerzas contra Siria y el día 11, tras reconquistar los Altos del Golán, se había plantado a 40 Km de Damasco amenazando con bombardearla. Entonces se concentró en el Sinaí y el día 14 había frenado el ataque masivo egipcio y empezó la contraofensiva. El 18, los blindados Israelíes cruzaron el canal de Suez, internándose en territorio egipcio. El 20, Leónidas Breznev y Richard Nixon presionan a Israel para que pare el ataque e instan a la ONU a que exija, el día 21, el alto el fuego. Pero Israel no hace caso y, pero Israel ni hace caso y embolsa a todo el Tercer Ejército egipcio. La Unión Soviética, despliega ante las costas de Egipto su flota del Mediterráneo amenazando con intervenir si Israel no para el ataque y libera al Tercer Ejército. Los EEUU entran en alerta nuclear. El día 26, tras una presión total de los EEUU Israel para la ofensiva. Está a 40 Km. de Damasco y a 80 de El Cairo. Tras las negociaciones de paz, Israel re repliega a las fronteras de 1967, devolviendo las conquistas en territorio Sirio y egipcio. Años atrás Golda Meir había dicho que mientras los países árabes pueden permitirse muchas derrotas, Israel no podía permitirse ninguna. Esta estuvo a punto de ser la primera, última y definitiva derrota de Israel.

Anwar el Sadat, hombre pragmático y moderado, había aprendido la lección de la guerra del Yom Kippur. En 1978 tuvieron lugar las negociaciones de Camp David I auspiciadas por el Presidente de los EEUU Jimmy Carter y aceptadas por Anwar el Sadat y Menahem Beguin, antiguo dirigente del Irgún. Estas negociaciones fueron el primer paso adelante en el proceso de paz. Egipto reconocía el Estado de Israel que, a su vez, devolvía la península del Sinaí, desmantelando las colonias instaladas en ella, y se establecía una hoja de ruta para el establecimiento de una Autoridad Nacional Palestina sobre los territorios de Cisjordania y Gaza. Los acuerdos fueron enormemente criticados por el mundo árabe y le costaron la vida a Anwar el Sadat, que fue asesinado en 1981.

Las conferencias de Madrid (1991) y Oslo (1993) fueron otros pasos positivos en el proceso. Básicamente fueron pasos adelante en el establecimiento de la Autoridad Nacional Palestina. El tratado de Oslo puso fin también a los seis años de la llamada primera intifada[1]. Ya no eran negociaciones con Estados árabes, sino entre Israel, representado por Isaac Rabin y la OLP, representada por el líder del partido Fatah, Yasser Arafat. Fatah, que había nacido como una organización terrorista, pero en 1988 había rechazado formalmente el terrorismo y había reconocido el derecho a la existencia del Estado de Israel fue aceptada por los judíos como interlocutora en Camp David I. Probablemente estos acuerdos costaron la vida a Isaac Rabin, asesinado en 1995, pero no sin antes haber firmado la paz con Jordania en 1994.

Siria nunca ha firmado la paz con Israel. Ambos países sólo tienen la frontera de los Altos del Golán, firme bastión israelí desde la guerra de los Seis Días. Por eso ha canalizado la guerra con Israel instrumentalizando al Líbano, desde donde también actuaban contra Israel una gran cantidad de palestinos exiliados y constituidos en milicias armadas por Siria. La invasión del Líbano por Israel para evitar estos ataques hizo que naciesen las milicias de Hezbolá, formadas por libaneses pero auspiciadas por Irán y armadas hasta los dientes por este país. Todo esto ha convertido al Líbano en un avispero de guerras internas entre facciones internas de las que se sirven para sus intereses los sirios, los israelíes, los iraníes y los palestinos.

Así las cosas, llegamos al mes de Julio del año 2000 en el que tiene lugar la segunda conferencia de Camp David, auspiciada esta vez por el Presidente de los EEUU, Bill Clinton y con Yasser Arafat y Ehud Barak como representantes de la OLP e Israel. Si en Camp David I, en Madrid y en Oslo se podía percibir un soplo de vientos de paz, Camp David II dio al traste con estas esperanzas. Y, en mi opinión la principal responsabilidad del fracaso fue de Yasser Arafat. Parece que Arafat había aprendido la lección de los asesinatos de Sadat y Rabin por los radicales de su propio bando y debió pensar que a él no le pasaría eso. Quería pasar a la historia, como otro Nasser, como un líder aclamado por los árabes, aunque eso fuese la ruina de su pueblo. Por eso se presentó en Camp David dispuesto a no aceptar ninguna propuesta que le pudieran hacer y a no hacer él tampoco ninguna. En estas condiciones, la conferencia duró tan sólo trece días, del 11 al 24 de Julio de 2000. La delegación israelí, presionada por los EEUU fue haciendo propuestas cada vez más favorables, intentando ablandar a Arafat. Pero éste siempre las rechazó con desprecio e indignación. La última suponía la aceptación de la eventual creación de un Estado palestino con la posesión total de Gaza y el 91% de Cisjordania y un corredor seguro entre las dos partes, una partición de la ciudad vieja de Jerusalén en dos partes iguales y la tutela soberana de la explanada de las mezquitas por la autoridad palestina. No se aceptaba el regreso inmediato de los refugiados palestinos, pero se preveía una batería de ayudas económicas a los refugiados que les ayudase a su incorporación al Estado Palestino cuando estuviera en funcionamiento. Arafat consideró humillante esta propuesta y la rechazó de plano sin dar ninguna contrapropuesta.

Pero si irresponsable fue la actitud de Arafat, habría que calificar de insensata, además de estúpida, la provocación que poco después de esta cumbre provoco el jefe de la oposición Israelí Ariel Sharon. En Diciembre de ese mismo año entró con sus guardaespaldas en la explanada de las mezquitas, provocando innecesariamente la ira de los palestinos. Al día siguiente, desde la explanada, cientos de jóvenes musulmanes lanzaron piedras contra los judíos que estaban rezando debajo, en el muro occidental (el muro de las lamentaciones). El ejército israelí hizo fuego causando la muerte de siete palestinos. Este fue el comienzo de la segunda intifada que se estima que causó más de cuatro mil muertos, una cuarta parte de ellos israelíes.

Sin embargo, en febrero del 2004, el propio Sharon, a la sazón primer ministro israelí, decretó el desmantelamiento unilateral de 17 asentamientos de la franja de Gaza con 7500 colonos. Gesto inútil porque desde la Mukata, Yasser Arafat se ocupaba de contrarrestar con su radicalismo cualquier intento de acercamiento. Pero Arafat murió ese mismo año, en Noviembre, en un hospital francés. Poco después, en Enero de 2005, Mahmud Abás, también conocido como Abu Mazen, fue nombrado Presidente de la Autoridad Nacional Palestina en sustitución de Arafat. En 2003 había sido nombrado primer ministro, pero dimitió por discrepancias con Arafat y con las facciones más radicales de Fatah. Aunque tiene un pasado terrorista, es ahora un hombre moderado. Al mes de ser Presidente de la ANP convocó una cumbre con Sharon en Sharm el Sheij en la que se puso fin a la segunda intifada[2] y se acordó retomar la hoja de ruta. No deja de ser significativo que dos ex terroristas hayan cambiado tanto como para llegar a un acuerdo de alto el fuego. Pero no habían pasado 48 horas cuando Hamás rompió el alto el fuego con un ataque con misiles y morteros sobre los asentamientos judíos que todavía quedaban en Gaza. Hamás es un movimiento autodenominado como yihadista, considerado como terrorista por la UE, los EEUU, Japón, Canadá, Australia y, por supuesto Israel, que jamás ha hecho declaraciones que indiquen que pretende dejar de serlo como sí hizo Fatah. Está acusada de crímenes contra la humanidad por Amnistía internacional y por la Human Rights Watch. No admite otra solución que no sea la de un único estado islámico en todo el territorio, con la desaparición del Estado de Israel.

Tal vez ese radicalismo, así como la moderación de Abu Mazen, hicieron que en las elecciones legislativas Palestinas de 2006, Hamás ganara por mayoría absoluta. A partir de su victoria Hamás empezó una campaña de hostigamiento sistemático a los miembros de Fatah. En Diciembre de ese año Abás, como Presidente de la ANP convocó elecciones anticipadas, pero su convocatoria no fue aceptada por Hamás que intensificó su persecución a los miembros de Fatah, hasta su expulsión de Gaza a principios de 2007. Desde entonces, la ANP con su presidente, están en Cisjordania, mientras que Gaza está gobernada absolutamente por Hamás. Es dudoso que en Gaza vuelva a haber nunca elecciones. La respuesta israelí fue un bloqueo total de Gaza. Pero, a pesar de todo, Hamás recibe armamento cada vez más sofisticado de otros países islámicos. Actualmente cuenta con misiles que pueden alcanzar cualquier punto del Estado de Israel. Además, ha perforado varios cientos de túneles que atraviesan la frontera y les permiten hacer incursiones en territorio israelí. Instala sus lanzaderas de misiles, así como las entradas de los túneles, en colegios, hospitales y casas particulares, en medio de las ciudades, usando a la población palestina como escudos humanos. No es algo nuevo de esta situación. Es una práctica bastante común en el mundo musulmán. Pero lo más terrible es que su propaganda, o el miedo que inspira, unido a la contundencia y la dureza de la repuesta israelí, hace que una buena parte de la población quiera actuar como escudo humano. Pero sólo el hecho de que Israel posea un escudo de misiles anti-misil hace que no haya auténticas matanzas en territorio israelí. Este sábado 26 de Julio, se ha conseguido un raquítico alto el fuego de doce horas. A punto de acabar la misma, se ha conseguido una prórroga de cuatro horas adicionales. Hamás la ha roto nada más iniciarse, con fuego de mortero y cohetes sobre Israel. Pero, a pesar de esto, Israel ha aceptado unilateralmente una nueva prórroga de veinte horas para completar un segundo día de alto el fuego.

Esta es la situación actual. Un magnífico artículo del 23 de Julio en El Mundo con el título “Hamás, un dilema ético”, firmado por Masha Gabriel, directora de la revista “Medio Oriente”, acaba con la pregunta: “¿Cómo se combate a un enemigo que busca tu muerte a través de la suya?”. No lo sé. Yo sólo sé una forma a mi alcance. Rezando. Rezando para que Dios infunda en muchos palestinos, israelíes y mandatarios y diplomáticos de las grandes potencias el espíritu y la inteligencia un Isaac Rabin o un Anwar el Sadat. La libertad humana es inviolable hasta para el mismo Dios, pero su luz puede iluminar toda conciencia y esa luz puede obrar en ella milagros.

Que así sea.



[1] Las intifadas han sido revueltas callejeras en Jerusalén, en la que la población civil de enfrentaba con piedras a las fuerzas de seguridad israelíes que, a su vez, reprimían con tremenda dureza las revueltas. Esta primera intifada empezó en 1987 tras un atropello y muerte accidental de cuatro jóvenes palestinos.
[2] Las dos intifadas se iniciaron de forma espontánea por dos incidentes: el atropello y muerte de cuatro jóvenes palestinos por un transporte militar, la primera, y por la entrada de Sharón en la explanada de las mezquitas, la segunda. Sin embargo, es cuestionable que su duración, seis y cinco años respectivamente, fuese fruto de la protesta espontánea del pueblo palestino. Máxime si tenemos en cuenta que el final de ambas fue instantáneo cuando así lo decidieron los dirigentes palestinos. La primera acabó cuando Yasser en Oslo se reconoció el inicio de una hoja de ruta para el establecimiento de una Autoridad Nacional Palestina bajo el liderazgo de Yasser Arafat, con el objetivo de llegar un día a constituirse en un Estado y la segunda cuando tras la muerte de Arafat, Mahmud Abás participó con Sharon en la cumbre de Sharm el Sheij. Esa capacidad para dar fin instantáneo a ambas intifadas parece signo de que ambas estaban alimentadas por los dirigentes palestinos.

20 de julio de 2014

Sobre e cierre de la capilla de la facultad de Geografía e Historia de la UCM (y muchas más cosas)

Esta semana he estado revuelto con el hecho de que el decano de la facultad de Geografía e Historia de la UCM quiere cerrar (canjear por un espacio de 10 m2 sin ventanas, que viene a ser lo mismo) la capilla de esa facultad. Dicen que es porque necesitan su espacio para aulas. Mucha gente puede pensar: “qué cosa más razonable querer tener más aulas en un facultad y, si para ello hay que cerrar la capilla, pues, ¡qué le vamos a hacer!”. Pero eso de que el cierre de la capilla es para dar más espacio a la docencia es mentira. Varias cosas lo hacen evidente. La primera es que ese cierre se había acordado años antes en una junta de facultad sin hablar de la necesidad de aulas. No se pudo llevar a efecto por el claro sectarismo de esta medida. Sólo después de este fallido intento se empezó a hablar de la necesidad de espacio como causa del cierre. Pero, por curiosidad, entre en la propia web de esa facultad y me encontré, ¡oh sorpresa!  Con que el número de alumnos de Geografía e Historia ha bajado desde 4.256 en el curso 2011-2012 hasta 3.948 en 2013-2014. Como no hay nada previsible que haga creer que esta tendencia vaya a cambiar, es difícil de entender que necesiten más aulas. Así pues, la excusa de la necesidad de aulas es, sencillamente, una mentira para cosmetizar la realidad. Se quiere quitar la capilla por motivos ideológicos.

Una segunda razón aducida por la UCN es que hay estudiantes musulmanes que tendrían también derecho a un lugar de oración en la universidad. Son varios los argumentos que hacen esta idea peregrina y hasta peligrosa.

Peregrina porque el número de estudiantes musulmanes es ridículamente pequeño.
Peregrina y mucho más importante porque el Islam nunca ha hecho nada positivo por cultura y la civilización occidental. Es, en cambio, totalmente innegable que las raíces de la cultura y civilización occidental son inequívocamente cristianas. Y esto es algo que en una facultad que dice ser de historia, debería enseñarse, porque es, sencillamente historia. Pero, hoy en día, la historia también se ha ideologizado. Pero es un hecho que las universidades han sido fundadas en occidente, todas las de renombre, por la Iglesia católica. En particular, la universidad Complutense, cuyo nombre ostenta la que rectorea José Carrillo, fue fundada, por una bula pontificia en el año del Señor de 1499. Es su lema afirma que Libertas Perfundet Omnia Luce, es decir, que la libertad ilumina todas las cosas. Por tanto, si no es espacio lo que falta, y la UCM cree que la libertad ilumuna todas las cosas, se debería dejar que los alumnos que se adhieren a esas raíces de nuestra civilización y nuestra cultura, tengan un sitio donde celebrar la raíz de las raíces: la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Peregrina, y esto es todavía más importante, por un principio tan evidente como el de reciprocidad. Cuando en una céntrica calle de El Cairo o Ryad pueda haber una iglesia y su párroco pueda salir a la calle a intentar llevar a quien quiera acogerla la luz del Resucitado, entonces el Islam empezaría a poder reivindicar un lugar de oración en una universidad de un país occidental. Pero la palabra reciprocidad es, sencillamente, blasfemia para el Islam.

Peligrosa porque el Islam tiene todavía que demostrar que tiene una influencia benéfica para la humanidad. Porque la cultura y la civilización que tienen por base a esa religión vulneran de forma flagrante y constante todos los derechos humanos más elementales. De hecho, varios países con una tradición democrática más antigua y profunda que la nuestra, han prohibido la construcción de mezquitas en su territorio. Pero en la reacción ideológica de la izquierda marxista contra el cristianismo, los ideólogos de esta tendencia prefieren aliarse con el Islam contra el cristianismo a reconocerle a éste libertad de expresión y culto. Peligroso, muy peligroso.

Tampoco estaría de más que el Marxismo intentase también demostrar que es una fuerza benéfica para la humanidad. Porque si se mira la historia, cosa que debería hacerse en una facultad de historia, el marxismo está teñido por la sangre, la miseria y la opresión de muchos cientos de millones de seres humanos. Todavía ayer, el vuelo MH17, con sus 295 muertos, fue derribado por un conflicto que tiene como origen los experimentos sociales de reasentamiento de pueblos llevados a cabo por Lenin y Stalin, hijos predilectos de Marx.

Lo de la capilla no es más que un pequeño capítulo en el desarrollo de este odio ideológico al cristianismo. Este odio arranca ya desde el mismo Marx. “La religión es el opio del pueblo” dijo este eximio pensador. Lo que es la religión es y, en particular el cristianismo, es una barrera contra ideologías que desprecian al ser humano y lo instrumentalizan. Y Marx se dio cuenta. Un segundo (o tercer) capítulo de este odio ideológico hay que buscarlo en la estrategia ideada por Antonio Gramsci en los primeros años 30 del siglo pasado. Hombre de inteligencia penetrante y lúcida, Secretario General del PC italiano, se dio cuenta de que el marxismo era incapaz de vencer al capitalismo ni por la sola competencia económica, ni tampoco militarmente, a pesar de las divisiones de Stalin. Ideó entonces una estrategia basada en la manipulación y la toma de los resortes intelectuales –universidades y medios de comunicación principalmente– por infiltración en ellos. Una infiltración sutil e inteligente. No se trataba principalmente de que los periodistas, universidades e intelectuales se hiciesen comunistas, tarea imposible, sino de que no siéndolo, actuasen como “tontos útiles” y “compañeros de viaje” (ambas expresiones son de puro cuño gramsciano). Si para ello había que usar la mentira de forma sistemática y machacona, pues se usaba. Una mentira repetida un número suficientemente grande de veces y por personas y medios con alto poder de influencia llegaría a ser considerada como verdad por la gente de a pie. Se trataba, con ello, de minar las bases de la cultura y la civilización occidental en su misma raíz. Si no podemos ganar quedándonos con lo construido por la civilización occidental, ganemos por el método de tierra quemada. Hagamos tabla rasa para empezar desde cero. Y, naturalmente, si se trataba de minar las bases de la civilización occidental, a Gramsci no le cabía la menor duda de que su mayor sustento era la Iglesia católica. Por tanto, ésta era el objetivo. Si alguien piensa que exagero o que soy un paranoico, le recomiendo que se informe un poco sobre los llamados “Cuadernos de la cárcel” que son varios miles de páginas que Gramsci escribió en la prisión de Mussolini, antes de morir, en las que explica esa estrategia. No se encuentran publicadas por dos motivos. Porque son muchas páginas, bastante desordenadas, en las que se habla de muchas cosas mezcladas y porque conviene mantener ocultas cartas marcadas que se van a usar. Pero tal vez esto debiera estudiarse en una facultad de historia.

Por eso he estado revuelto esta semana pasada. Este estar revuelto se ha traducido en ir todos los días a Misa en el pasillo de delante de la capilla, ya que esta se cerró con nocturnidad la noche del lunes al martes y se cambió la cerradura. Y creo que lo más importante que se puede hacer para evitar este proceso, uno de cuyos pequeños capítulos es el incidente de la capilla, es rezar por tres cosas. La primera, para que Cristo Resucitado, fuente del cristianismo y base de la civilización occidental, se cuide de ella como Él quiera. Segunda para que los propios cristianos sepamos comportarnos realmente como tales y demos el ejemplo que deberíamos dar siempre y que a menudo no damos. Tercera por que la inteligencia de los que odian ideológicamente al cristianismo se ilumine con la luz que nace de ese Cristo resucitado. Por esto, me da un poco de cargo de conciencia la dureza de lo escrito anteriormente, pero creo que sólo la verdad nos hace libres y sólo la libertad que nace de la verdad es la que puede iluminar todas las cosas, como reza el lema de la UCM. 

Tras esto, quiero escribir sobre algunas ideas que se me han venido a la cabeza en estos días de Misas y oración para intentar salvar del cierre la capilla de la facultad de Geografía e Historia de la UCM. En la homilía del lunes 14 de Julio, el sacerdote dijo que, proponiendo a Cristo como Salvador del mundo, los católicos no hacíamos mal a nadie sino que, al contrario, hacíamos mucho bien. Por una serie de asociaciones de ideas que espero que más adelante queden claras, se me vino a la cabeza Gertrud Von Le Fort.

Gertrud, nació en 1876 en una familia alemana de origen francés hugonote. Se crió en un ambiente protestante profundamente religioso. Su madre le había inculcado la lectura de dos libros: la Biblia y la “Imitación de Cristo” de Tomás Kempis. Quizá esta última lectura, extraña en un protestante, la puso en camino hacia el catolicismo. Estudió filosofía y teología en universidades protestantes, Heildelberg principalmente. Pero su camino hacia la Iglesia católica estaba trazado. A los cincuenta años, en 1926, se convierte sacramentalmente. ¿Pudo influir en su conversión la de Edith Stein, compatriota suya y filósofa como ella, bautizada en 1922, proveniente del judaísmo y del ateísmo, con la que mantuvo una relación epistolar? Caben pocas dudas al respecto. Dos años antes de su conversión sacramental, Gertrud escribe, como un regalo al mundo, para celebrar anticipadamente su bautismo, los “Himnos a la Iglesia”. La traducción del alemán al español les ha hecho perder, seguro, buena parte de su fuerza expresiva. Pero aún así impresionan profundamente. Son poesías filosóficas en las que el alma expone las dificultades de su búsqueda, sus preguntas, sus miedos, sus renuencias y renuncias, y la Iglesia responde. En el último himno, la voz de la Iglesia Eterna se hace oír por tu pluma.

“Pero cuando un día se inicie

el gran fin de todos los misterios,
cuando el Escondido surja como un relámpago
en las tremendas tempestades
del amor desencadenado,
cuando su regreso suene como tormenta
por el universo,
y dé gritos de júbilo la soterrada añoranza
de su creación,
cuando los globos de los astros estallen en llamas
y surja de su ceniza la luz liberada,
cuando.. [...],
cuando...[...],
cuando...[...],
cuando...[...]:
Entonces el revelado levantará mi cabeza
y, ante su mirada, mis velos se alzarán en fuego,
y yo estaré postrada
cual espejo desnudo ante la faz de los mundos.
Y los astros reconocerán en mí su luz glorificante
y los tiempos reconocerán en mí lo que tienen de eterno,
y las almas reconocerán en mí lo que tienen de divino,
y Dios reconocerá su amor en mí.
Y ya no recaerá sobre mi cabeza ningún velo
como el deslumbramiento de mi Juez.
En él se sumergirá el mundo.
Y el velo se llamará Gracia,
y la gracia se llamará Infinitud...
y la Infinitud de llamará Bienaventuranza.
Amén”.

Olegario González de Cardedal, en el prólogo a los “Himnos” describe magníficamente el sentido con que fueron escritos. Dice:

“El libro de Gertrud es una palabra dirigida a la Iglesia por alguien que está en camino hacia ella y la saluda de lejos, tras haberla descubierto. Es el canto alborozado de quien viene de una larga navegación, que ha avanzado muchas millas entre la niebla, emitiendo largos gemidos sonoros con la sirena para evitar choques y lanzando ráfagas de luz desde sus propios faros, para ver si divisa tierra. Por fin la tierra aparece en su figura, espesor y luminosidad. Es el saludo jubiloso de quien ya la ve real y se dispone a desembarcar en ella, aun cuando todavía esté a una distancia. Esta es la situación vital en que está escrito el libro. Saludo a la Iglesia católica de quien todavía no pertenece a ella”.

No puedo sino recomendar fervientemente la lectura de estas poesías. Gertrud murió en 1971.

¡Qué diferencia con tantos católicos de los que hemos nacido en la tierra prometida de la Iglesia y sólo vemos en ella los defectos, en vez de gritar ¡tierra! cada día llenos de alegría! Los que vienen de la nave errante oteando con ansia la tierra, no se preguntan si la arena de la playa será áspera o suave o si los frutos de los árboles serán más dulces o más ácidos. Es tierra, es la anhelada salvación y la aprecian.

En 1931, Getrud escribe su novela “La última del cadalso”, en la que narra el brutal asesinato, por parte de una revolución francesa sumida en el terror, de quince de las dieciséis carmelitas del convento de Compiègne, tan sólo once días antes de que fuese guillotinado Robespierre y acabase la fase más terrible de terror que haya pasado la humanidad antes del nazismo. Posteriormente, tomando como base esta novela, Georges Bernanos escribe su obra de teatro “Diálogo de Carmelitas”, de la que años más tarde, Francis Poulenc sacó el libreto para su ópera del mismo nombre. Ni que decir tiene que recomiendo también fervientemente ver esta ópera.

Pero no son ni los “Himnos a la Iglesia” ni “La última del cadalso” las obras que han hecho posible la asociación de ideas que me lleva a escribir esto. Son dos obras, una continuación de la otra, aunque escritas con veintidós años de diferencia, las que me llevan a escribir esto. Son “El velo de Veronica” (1928) y “La corona de los ángeles” (1946). Debo confesar que no he leído estos dos libros –cosa que espero subsanar pronto– y que todo lo que escribo sobre ellos proviene del tomo VI de la magnífica obra del jesuita Charles Moeller, “Literatura del siglo XX y cristianismo” (cuya lectura, aunque ya me haga pesado recomendando, también propongo), del capítulo dedicado a Gertrud Von Le Fort. De hecho, citaré profusamente textos de este capítulo de ese libro.

Verónica, una joven con un ardiente sentimiento católico tras una conversión juvenil, decide que sólo abrazando al mundo en todas sus miserias, haciéndose pecado con él, será capaz de salvarlo. Se enamora de Enzio, un joven estudiante y poeta alemán que cae en los brazos del nazismo y que, a pesar de amar a Verónica con la mitad de su alma, la odia con la otra mitad, porque representa lo que él más odia: el mundo de los valores cristianos. Verónica, en su afán de hacerse pecado con el mundo para salvarlo a través de Enzio, traspasa los límites que no pueden ser traspasados sin hacerse un terrible daño espiritual y casi sucumbe, moral y físicamente, a la perversión y la maldad creciente de Enzio. Pero no son ni Verónica ni Enzio los que me han llevado a escribir esto, sino un personaje de la novela lleno de nobleza. El tutor de Verónica. Profesor de filosofía de gran éxito, es un hombre sin fe que ama vehementemente la civilización occidental y reconoce, desde su falta de esa fe, las raíces cristianas de esta civilización y la grandeza de esta religión. Ello no obstante, piensa, con enorme honestidad, que la supervivencia de esa civilización es posible desde una cultura cristiana aún desprovista de la fe sobrenatural. Pero la fuerza arrolladora del nazismo le va haciendo ver la quimera de su creencia y su honestidad intelectual le lleva a darse cuenta de ello con una trágica lucidez. A partir de ahora, y a riesgo de resultar pesado, hilaré citas de este libro de Moeller que permiten seguir este proceso.

Lleno de respeto y de amor por la civilización cristiana, dispuesto a sumergirse valerosamente en las profundidades de las cosas, pero desprovisto de fe religiosa y de metafísica objetiva: así es como aparece este espíritu. ¿Cómo no reconocer aquí todavía una de las actitudes más características de los pensadores liberales, que llegan, en el ocaso, al umbral de una inmensa amenaza? El profesor tiene conciencia de esta amenaza.
[…]
El profesor es verdaderamente incapaz de comunicar a sus estudiantes el respeto al amor de una cultura que vale por sí misma, aunque la religión que la ha creado haya dejado, o casi dejado, de existir en el corazón de los europeos. Esta diferencia sutil y trágica entre dos fuerzas de paganismo es lo que constituye la esencia del divorcio entre dos generaciones, la del profesor y la de sus alumnos.

En realidad, el profesor lo sabe muy bien: viven, él y los suyos, una especie de crepúsculo del cristianismo. Nadie sabe si el sol saldrá mañana. En el momento en el que Verónica le pregunta si el crepúsculo de la civilización cristiana va a durar mucho, los ojos del profesor se fruncen un instante como si hubiera visto un fantasma en pleno día.
[…]
Se repite la pregunta: “un crepúsculo, ¿puede ser largo?”. El profesor, con esa clarividencia valerosa y casi inhumana que, aquella tarde, llega a su culminación, declara entonces que, por esencia, un crepúsculo no puede ser largo, pues indica que “el sol ya se ha puesto”. Y añade que él mismo no es más que un eco. […] No tiene la fe cristiana; pues ésta –lo siente, lo ve en Verónica– es una fuerza capaz de hacer madurar los frutos. Comprende entonces que los estudiantes que siguen a Enzio son más lógicos que él: para ellos, sus clases representan una especie de museo del espíritu, el canto del cisne de una civilización, pues, habiendo visto claramente que la civilización occidental se ha nutrido de la fe cristiana, una vez establecida la falsedad de esta religión, una vez demostrada su impotencia –y, como se recordará, uno de los reproches de Enzio era el fracaso de Cristo en lograr la unión de los hombres–, es preciso rechazarla y rechazar con ella el árbol que ha hecho crecer.

El profesor, por su parte, quiere conservar los frutos, la civilización, la cultura, sin tener su raíz, sin poseer la fe que los ha hecho crecer. Hay en ello una falta de lógica que él ve cada vez más claramente. Es lo que hace que le diga a Verónica, con una humildad y una lucidez que oprimen el corazón, que se puede vivir algún tiempo en el crepúsculo, pero que él no puede habitarlo:

No, respondió por fin, sencillamente; no tengo ese poder. El crepúsculo sólo puede transfigurar, pero no hace que maduren los frutos. El respeto de la fe cristiana y el conocimiento de su profundidad no podrían reemplazarla.

[…]
Había creído poder seguir viviendo mucho tiempo de los reflejos de un sol que se había puesto hacía ya mucho. Había soñado, un instante, que tal vez algunos de la generación siguiente aceptarían salvar la herencia.
[…]
El respeto a la fe cristiana, el conocimiento de su profundidad, han permanecido en el corazón de la generación representada por el tutor de Verónica: por eso esta generación podía apreciar aún el valor esencial, vital, de la cultura cristiana de Occidente. Pero el respeto de la fe, el conocimiento de su profundidad, no reemplazan, no pueden reemplazar a la fe misma.
[…]
Sólo la fe cristiana puede salvar los valores vinculados a la civilización occidental. Se puede vivir mucho tiempo de un crepúsculo, del perfume del vaso quebrado de la sombra de una sombra; pero al cabo, todo se evapora, y el valor de quienes son los testigos de esta civilización occidental no los librará de la destrucción.
[…]
Es entonces cuando Verónica recuerda a su tutor la canción con que termina la “comedia” de los personajes románticos. Aquella canción no decía: “Siempre me voy cuando me voy” sino “Nunca me voy cuando me voy”: una esperanza brilla al otro lado de la catástrofe. El profesor, entonces, entrevé “una manera de quedarse en la separación”, una “posesión en el renunciamiento”, una “victoria en la derrota”. Vislumbra una de aquellas relaciones lejanas con que asombraba siempre a sus auditorios universitarios, y añade, hablando de esta catástrofe de amplitud insospechada, a la que seguirá una nueva esperanza:

-¿Quiere usted decir que el dolor y la muerte son las condiciones previas para la resurrección?
-Sí, respondió; así es. Mientras existan en este mundo los sufrimientos y la muerte, habrá también en él cristianos. Y mientras haya cristianos habrá resurrección.

[…]
… el cristianismo existirá siempre en el corazón de ciertos hombres, porque siempre habrá seres que acepten sufrir y morir con Cristo.

He aquí por qué el profesor puede comprender que la cultura occidental que aparentemente “se va”, “no se va”, como en la canción.

En realidad el puente que debe permitir “pasar a la otra orilla” será el corazón de Verónica. No es el profesor quien puede salvar la cultura amenazada por Enzio; es Verónica, y sólo ella, la que puede proteger y salvar.

El abismo está ahora totalmente descubierto: de una parte el crepúsculo de la civilización; de otra, una mística inhumana, que nutre el odio en el corazón de Enzio con relación a Verónica, a la que ama, sin embargo, más que a todo. […] Acabamos de ver la amenaza que este odio hace pesar sobre el mundo entero. La paradoja ha alcanzado su plenitud: la única salvación del mundo es el cristianismo; pero el mundo rechaza al cristianismo; Enzio llega incluso a odiarlo en aquella a quien ama. Ninguna fuerza mediadora puede interponerse entre estos dos mundos que se aman y se odian. No obstante el grupo de los ángeles portadores de la corona[1] anunciaba una misteriosa reconciliación.

La primera novela “El velo de Verónica” se publica en 1928, cuando ya estaba escrito Main Kempf, cuando ya el nazismo parecía una fuerza imparable, aunque todavía le faltasen cinco años para hacerse con el poder absoluto. La segunda, “la corona de los ángeles”, escrita en 1946 ya ha visto la derrota del nazismo. Pero el problema subsiste. El nazismo fue un ataque frontal, brutal, contra la civilización occidental y sus bases cristianas. Pero la historia no ha terminado. Como siempre, si no se sacan de ella las lecciones adecuadas, se repite bajo nuevos signos. Otra vez la civilización occidental está siendo atacada en sus raíces. Esta vez de una forma sutil y soterrada que se llama relativismo. Occidente no se salvó del ataque del nazismo por la fuerza de la fe y del amor, sino por medio de una terrible guerra. Pero la lección no se ha aprendido. La guerra no fue una victoria definitiva de la civilización occidental y de sus valores cristianos. El desprecio hacia éstos no ha parado de aumentar desde entonces. Y ante este ataque soterrado, que mina toda determinación y toda capacidad de reacción, no cabe, afortunadamente, una guerra que, en todo caso, sería otra vez una solución errónea. Sólo cabe la respuesta de la fe, la oración y el amor. Sólo esta respuesta puede preservar los frutos de esta civilización, de esta cultura, frente a este neopaganismo travestido.

Por eso mi llamada a salvar la capilla de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM va dirigida a todos los que nos movemos entre los extremos de la respetuosa increencia y la capacidad de dar la vida por Cristo. Claroscuro, niebla luminosa, entre los que va deambulando nuestra vida. Parafraseando a Solschenizin: La línea que separa la fe de la increencia pasa por medio del corazón de cada ser humano. [...] Mientras dura la vida de un corazón, esta divisoria se desplaza por él, ora empujada por la sombra, ora atraída por la claridad. El mismo hombre, en sus distintas edades, en distintas situaciones vitales, es un hombre totalmente diferente. Unas veces está bajo una noche de luna, más o menos llena, otras bajo el sol la fe, más o menos nublado.

Estos días, en las Misas de la puerta de la capilla, he tenido la sensación de estar aportando un humilde granito de arena a la verdadera salvación de esta civilización. Podrá pensarse que estoy exagerando este pequeño incidente de la capilla de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM. No lo creo. Cada uno de nosotros somos seres pequeños que sólo podemos hacer lo que podemos hacer, que es muy poco. Pero si hacemos eso poco que podemos y tenemos que hacer, la gracia de Dios puede hacer el resto. Alguien dijo alguna vez: “Da cada día un pequeño paso en la dirección correcta y estarás marcando el rumbo a la humanidad”. ¡Vigilancia y calma! Decía el Señor al rey de Judá a través de Isaías en las lecturas del martes. ¡Vigilia y paz! Vigilia de oración. Vigilia de hacer eso poco que podemos hacer, aunque parezca insignificante. Paz, porque entonces, hecho nuestro trabajo de siervo inútil, la gracia puede hacer que los reproches de Enzio al fracaso de Cristo en lograr la unión de los hombres” pierdan su fundamento. No por el valor de ninguna acción, mía ni de nadie, sino por lo que esa  gracia de Dios quiera hacer con ellas. No hoy ni mañana, sino cuando Él quiera. Entonces, la acumulación de oraciones y de Eucaristías de tantos cristianos, unidos sus propios anhelos humanos por la salvación del mundo a los de los no creyentes que aman esta civilización, estallará. No importa que se acabe cerrando la capilla. Ni la más minúscula oración se pierde nunca. Por eso lanzo estas llamadas que a alguno le parecerán inútiles. Porque sólo así se puede alcanzar la masa crítica para que, como ocurre con las bombas atómicas, estalle una de luz, y amor que salve a Occidente y al mundo. ¿Soñador? ¿Ingenuo? ¿Alucinado? Puede, pero miro al mundo y veo: La franja de Gaza, Siria e Irak, Rusia y Ucrania, todo el integrismo islámico, Somalia, países como Venezuela que se precipitan al desastre sin motivo para ello, corrupción, etc. (ojo, también veo muchas cosas muy buenas, pequeñas y anónimas unas, grandes otras. No podemos caer en lo que Stephen Jay Gould calificó como “La gran asimetría”: El 90% de las noticias se centran en el 10% de las cosas malas. Eso nos daría una visión sesgada, falsa y derrotista de la realidad. El fracaso de Cristo que escandaliza a Enzio tiene un mucho de espejismo) y me digo que no hay otra solución a mi alcance. Prefiero pasar por “soñador, ingenuo y alucinado” al desánimo, el derrotismo y la omisión de la pasividad.

Creo, volviendo a las palabras del sacerdote en la homilía del lunes, que los cristianos, rezando a nuestro Dios por este mundo, sólo no hacemos daño a nadie, sino que hacemos mucho bien a mucha gente. Acabo con una poesía que leí hace años y que guarde, aunque no anoté quien era su autor, que puede ser un buen broche final a lo dicho hasta aquí.

Aquí estoy, mi Dios.
Regando este desierto con mi regadera.
Para que florezca.
Tú me lo has pedido
y Te hago caso.
Créeme si Te digo
que no entiendo.
Me quema la tentación
del desánimo y del tedio.
De lo patético y lo inútil.
Del abandono.
Pero sé que no.
Lo sé en lo más profundo.
Allí donde el alma y el cuerpo
se confunden,
allí,
confío en tus promesas.
Porque sé que la victoria es tuya.
Tú.
Ni yo,
ni menos aún mi regadera,
sino sólo Tú,
convertirás en un vergel la estepa
donde el narciso florecerá para tu gloria.
Tu fidelidad eterna
llegará cuando Tú quieras.
Cuando tu sabiduría lo decida.
Y entonces,
cuando Engadí se llene de viñas,
cuando las aguas salobres,
podridas y estancadas,
rebosen de peces,
cuando las redes se rompan,
diré entonces:
“Yo estuve allí,
con mi Dios en la batalla”.
Me alzaré alto,
la frente erguida,
lleno de orgullo ajeno.
Diré; “en su misma copa
he estado bebiendo.
Luché junto a mi Dios
hombro con hombro”.
Y será entonces
tu gloria mi refugio.
Colgaré de la pared,
como un trofeo,
esa regadera que hoy me pide
el desánimo de la melancolía.



[1] No es una referencia angélica. Verónica recuerda siempre cómo en su infancia le impresionaba una cama que, en la cabecera, había una talla de grupo de ángeles sosteniendo una corona.

16 de julio de 2014

Frases 16-VII-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La diferencia que media entre la sabiduría, que es del orden del saber, y tiene en su base una desconfianza, y la santidad, que es del orden del creer e implica una confianza estriba en una mala metafísica. La verdadera metafísica debiera lograr la unión del orden de la sabiduría desconfiada (por metodología y por deber) y de la santidad confiada. Jacques Maritain, en Les degrés du savoir, ha conseguido esta síntesis en que “distingue para unir” y desemboca, después de una indagación metafísica rigurosamente crítica, en la visión de la vida mística como coronamiento de la investigación filosófica.

No sé dónde lo he leído