29 de enero de 2014

Frases 29-I-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Jamás contemplaré suficientemente el abismo de la santa humanidad de mi Dios.

De “Literatura del siglo XX y cristianismo” de Charles Möeller, Tomo II, “La fe en Jesucristo”, capítulo dedicado a Joseph Malègue, p. 379.


26 de enero de 2014

Un sincero intercambio de pareceres con Antonio Garrigues Walker

Antonio Garrigues Walker es, sin lugar a dudas, una persona de una aguda inteligencia. Pero a veces, como le pasa a todo el mundo cuando se sale de su ámbito fundamental de conocimiento, sus afirmaciones son, claro está, discutibles y, en algún caso, empírica y objetivamente erróneas. Así ocurre con algunas de las opiniones que vierte en una conferencia dada en el Ateneo de Madrid bajo el título de “Puntualizaciones personales sobre las confesiones religiosas”, que reproduzco íntegra a continuación. En estas líneas voy a ir planteando mis objeciones y puntualizaciones, también personales, a esa conferencia. En muchas cosas de las que dice estoy totalmente de acuerdo con él, aunque con puntualizaciones sutiles pero importantes, ya que pueden cambiar las conclusiones. Y estas sutilezas son más difíciles de explicar que las diferencias obvias. Por tanto, me temo que estas líneas no serán cortas. En honor a la verdad debo decir que, al escribir estas líneas, yo también me salgo de mi ámbito fundamental de conocimiento. Pero tengo, al menos, tanto derecho como él. Ahí va la transcripción literal de su conferencia:

Antonio Garrigues Walker
Presidente de la Fundación Ortega y Gasset


1.      Al hablar del tema de las Confesiones religiosas habrá que reconocer, por de pronto, que a lo largo de toda la historia -incluyendo la historia de hoy mismo en el Oriente Medio, en Irlanda del Norte, en los Balcanes, etc.- la gran mayoría de los enfrentamientos violentos de los seres humanos han tenido y siguen teniendo, como factor decisivo, el elemento religioso, ya sea sólo o unido a otras causas políticas o económicas. Es este un tema extremadamente grave en una época especialmente peligrosa. Merece la pena una reflexión seria y profunda sobre el mismo.

• El problema reside fundamentalmente en la pretensión de todas las religiones no sólo de ser verdaderas sino, concretamente, de ser las únicas verdaderas, con lo cual se reduce, a un mínimo, si es que no se anulan, las posibilidades de diálogo y entendimiento. Habrá que corregir este rumbo que no conduce a ninguna parte. Los dramas actuales del mundo y especialmente el drama de la miseria obligan a los líderes religiosos -como a todos los demás líderes- a salir de sus encerramientos dogmáticos. Si la humanidad pudiera contemplar un hermanamiento real que llevara a esos líderes a generar declaraciones y sobre todo acciones conjuntas, el proceso de cambio se pondría pronto en marcha.

• Las religiones cristianas, sin duda las más poderosas e influyentes a nivel global, tienen que reconocer, en concreto, que un 70% de la humanidad profesa o está influida por otras religiones y que ese porcentaje –aunque sea sólo por razones de crecimiento poblacional- irá aumentando, por intensa que sea la actividad misionera que se realice. Como poderosas e influyentes religiones pero fuertemente minoritarias, las religiones cristianas tienen que asumir con grandeza de miras el liderazgo de un movimiento ecuménico, nuevo y profundo, y en el ejercicio de esa función deben extremar la generosidad con las demás religiones, evitando en lo que se pueda –y se podrá casi siempre- la insistencia en las cuestiones que les separan y profundizando en las enormes posibilidades de coordinación y colaboración en los temas vitales de la humanidad. La intolerancia genera violencia y los fundamentalismos generan fundamentalismos.
• La Iglesia Católica tiene que reconocer su especial responsabilidad en estas materias y evitar declaraciones como las que se contienen en la Dominus Iesus que presentó el 6 de agosto de 2000 el Cardenal Ratzinger. En ella no sólo se reitera que la Iglesia Católica es “la única Iglesia verdadera” sino que se justifica toda la Dominus Iesus en la necesidad de hacer frente a "una mentalidad relativista que termina por pensar que una religión es tan buena como la otra" y para explicar que ello no es así se llega a decir –duele leerlo- lo siguiente: “Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que en la Iglesia (cristiana) tienen la plenitud de los medios salvíficos". O en otras palabras que aunque se reconozca “la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres”, los cristianos y los católicos tienen de hecho más y mejores posibilidades de alcanzar el reino de Dios que aquéllos que no lo son.

2.      Es necesario cambiar de actitud. Se hace preciso abrir, sin límites, reservas ni miedos, un amplio debate sobre la responsabilidad de las Iglesias y los líderes religiosos en este momento histórico. El relativismo, -se podría decir, gracias a Dios- avanza con gran fuerza. El fracaso del marxismo como método de análisis de la realidad debe interpretarse como el primero de los fracasos de una larga lista de dogmatismos ideológicos (obsérvese lo que está pasando en la vida política), económicos (analícese el debate globalización y mercado) y culturales y sociales (véanse los debates sobre multiculturalismo y sobre protección social).

Se están abriendo las puertas de una nueva era, una era filosófica, en la que nos guste o no vamos a tener que sobrevivir sin asideros dogmáticos y vaciar nuestros cerebros de muchas dialécticas tradicionales. Acabará prevaleciendo la idea –paradójicamente dogmática- de que no se puede partir de planteamientos dogmáticos en ningún caso y se pondrá por ende de manifiesto el protagonismo esencial que debe tener el diálogo en la convivencia humana. Habrá que aprender en definitiva, a convivir con civilidad, con respeto e incluso con gozo en el desacuerdo. Ahí se encuentra la clave del progreso humano.

***

Quiero empezar por las afirmaciones que considero, como he dicho antes, muy discutibles, dejando las objeciones más sutiles para más adelante.

Parecería como si antes de la aparición de las religiones monoteístas –porque cuando se culpa a las religiones de las guerras, se hace siempre con los monoteísmos– no hubiese habido una triste historia de violencia y guerras en la humanidad. En todas las épocas de la historia –antes o después de la aparición de los monoteísmos– se podrían citar guerras que de ninguna manera tuvieron el más mínimo componente religioso. Ahí van algunas como botón de muestra. Guerras como la del Peloponeso, las médicas, las púnicas, las de conquista de la república o el Imperio Romano o de Ghengis Kan o Tamerlán. O las invasiones germánicas del Imperio Romano y las posteriores normandas de la Europa medieval, o la guerra de los Cien Años. Más recientemente, las guerras de independencia y secesión americana o la franco-prusiana o la ruso-japonesa o las dos guerras mundiales o la revolución soviética o la guerra de la triple alianza de Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, en el siglo XIX, gran desconocida en la que murieron más de un millón de personas. Ni el menor atisbo de religión en ninguna. Y podría hacer más larga la lista. El ser humano se basta y se sobra para organizar guerras por dinero, por territorio, por afán de poder, por ideología o por miles de razones más, completamente independientes de la religión.

Pero en las guerras en las que se ha mezclado el componente religioso, éste fue, en general, muy secundario. Las llamadas guerras de religión de Europa no fueron tales más que en segunda o tercera derivada. La guerra de los Treinta Años, la más sangrienta de ellas, comenzó porque los nobles checos, que eran calvinistas, quisieron independizarse del Imperio Austro-Húngaro y tomaron la religión, que en realidad, les importaba bastante poco, como bandera de diferenciación. Pero eso alteraba el equilibrio de poder e hizo que las potencias europeas tomasen partido por uno u otro bando. Francia, como no podía ser de otra manera para mantener su hegemonía continental, se puso del lado que era mayoritariamente protestante. Anteriormente, las guerras de religión de Carlos V eran sobre todo guerras políticas de los príncipes alemanes que querían sacudirse el yugo del emperador y eran alentados para ello por el católico rey de Francia Francisco I que, celoso por no haber sido él mismo elegido emperador, se aliaba con quien hiciese falta para perjudicar a la potencia hegemónica, España y a su rival personal Carlos V. En el mosaico de alianzas entre los príncipes alemanes, a menudo se podían ver mezclados príncipes católicos y protestantes. De hecho, el protestantismo no hubiese tenido el éxito que tuvo entre los príncipes alemanes si éstos no lo hubiesen usado como bandera de independencia y de apropiación. Francisco I llegó, en su intento de debilitar a Carlos V, a aliarse con los turcos, que no querían otra cosa que el dominio del Mediterráneo para hacerse con la riqueza de los venecianos. La guerra civil española, a pesar de que se ha dado en llamar cruzada, no fue una guerra de religión, fue una guerra ideológica, entre la ideología marxista y los españoles que no querían serlo, agravada por la intervención de Alemania y la Unión Soviética que, ciertamente, no se enfrentaban por motivos religiosos. Colateralmente, los desmandados del bando republicano cometieron todo tipo de tropelías contra el clero y de ahí que el bando sublevado de Franco le diese el nombre de cruzada. Pero es evidente que los instigadores de esta guerra, ni la iniciaron ni la completaron por motivos religiosos.

Decir que las guerras actuales o recientes en Oriente Medio, en Irlanda del Norte, en los Balcanes son guerras de religión es deformar de forma bastante burda la realidad. La primera es una guerra territorial en la que el lema de los palestinos es “paz por territorios”, la segunda es una guerra de independencia entre irlandeses y británicos, que nace antes de la constitución de la república de Irlanda y en la que el hecho de que los primeros sean católicos y los segundos anglicanos, no es más que una anécdota. La de los Balcanes es una guerra impulsada por la ideología nacionalista de “un pueblo, un Estado” nacida de la filosofía romántica del siglo XIX.

¿Ha habido guerras en las que la religión jugase un papel principal? Por supuesto. Las cruzadas medievales pueden ser un ejemplo (aún así, habría mucho que puntualizar, pero no es este el sitio de hacerlo). Menos clara, pero con un componente importante de religión, la reconquista de España. Seguro que hay más. Pero, decir que a lo largo de toda la historia la gran mayoría de las guerras han sido de religión es algo totalmente insostenible si hablamos con seriedad.

Paso ahora a los temas más sutiles. Por supuesto que creo, con Antonio Garrigues, que los líderes religiosos deberían buscar declaraciones y líneas de acción concretas que hagan avanzar a la humanidad hacia la superación de las muchas lacras que tiene. Pero el origen de que esto no se produzca al ritmo y de la forma que a él y a mí nos gustaría, no está en que las religiones pretendan ser las verdaderas, sino en que –unas más y otras menos y de forma diferente en distintos momentos de la historia– pretendan imponer ese convencimiento al resto por métodos irracionales y/o violentos.

Creer que mis convicciones son verdaderas no es, ni mucho menos, equivalente a querer imponerlas. Ciertamente, los líderes –de cualquier religión y, por supuesto, los de cualquier sociedad–, a lo largo de la historia han cedido a la tentación de imponer sus convicciones. Pero eso no es culpa de las convicciones, sino de la naturaleza humana. Y el antídoto contra esto, no es el relativismo, en el sentido de que todas las convicciones y creencias  tengan el mismo valor. Por supuesto si igualamos a cero el valor de todas las creencias, no existe el peligro de imponerlas, pero es a costa de la más absoluta irracionalidad, sencillamente, porque la realidad no es así. No todas las creencias o convicciones tienen el mismo valor ni, por supuesto, este valor es cero. Propugnar esto es un empobrecimiento intelectual, humano y social insostenible. Estoy seguro de que Antonio Garrigues no da el mismo valor, y mucho menos valor cero, a todas las creencias, ni a todos los planteamientos legales, ni políticos, ni económicos. Lo difícil, pero lo enriquecedor, es saber partir de esa diversidad enriquecedora para buscar juntos la verdad. Por supuesto, con declaraciones y acciones contra las lacras de la humanidad, pero también, por qué no, en la búsqueda de la verdad en lo que a creencias religiosas se refiere. Lo fácil, pero empobrecedor, para la libertad, para la inteligencia y para la dignidad humanas es el relativismo. Sin diversidad de creencias, ya sean religiosas, económicas o políticas, no existe más que la uniformidad de la mediocridad. Por tanto, de acuerdo con Garrigues: nada de dogmatismos. En claro desacuerdo con él: convicción no es dogmatismo.

Pero, además, el relativismo crea un vacío de criterios que es fácil que se llene con disparates en todos los campos de la acción humana que, eventualmente, pueden desembocar en una violencia mayor de la que se pretendía evitar. En particular, el relativismo ha dado lugar a una de las lacras que hoy asolan el mundo, que es el aborto. Y decir que el aborto es una lacra nada tiene nada que ver con ninguna creencia religiosa. Es una cuestión científica y de aplicación de dos principios básicos de cualquier cultura civilizada: la presunción de inocencia y la protección del débil. Por supuesto, como es lógico, la Iglesia católica también se opone, con razón, a esta barbarie. El aborto es fruto de la irracionalidad relativista. No se podría mantener sin la mentira y el silencio consensuados del pensamiento relativista políticamente correcto. Dos de esas mentiras son hacer creer que es una cuestión religiosa y hablar del derecho de la mujer a su propio cuerpo. Un silencio es inhibir la presentación de imágenes de fetos abortados en nombre del buen gusto. Un día, la Historia se horrorizará de esta lacra.

No es éste el lugar para argumentar sobre la mayor o menor veracidad de una u otra religión ni sobre la forma de la pretensión de cada una de ellas de ser la verdadera, pero sí debo decir, a favor de la religión que profeso, que es la católica, que, a pesar de los muchos errores históricos en los que ha caído la jerarquía católica a lo largo de la historia –errores a los que no dedicaré un segundo para intentar justificar–, muy pocos, si es que alguno, de los grandes logros de la civilización occidental hubiesen sido posibles fuera de la cosmovisión cristiana. Mal que les pese a algunos, la civilización occidental es hija de la filosofía griega, del derecho romano y del pensamiento religioso judeo-cristiano. Sin estas tres patas, el trípode se derrumbaría. Y es admirable como la pata del judeo-cristianismo adoptó, adaptó y mejoró algunas de las funciones de las otras dos patas. La idea de historia como camino y avance hacia una meta no era propia de la cosmovisión griega, que tenía una concepción circular de la historia. La idea del mundo material como bueno, era ajena a la filosofía griega y a cualquier filosofía antes del “y vio Dios que era bueno” del primer capítulo del Génesis. La idea de igualdad ante la ley no existía en el derecho romano. Por supuesto, el mérito de la jerarquía de la Iglesia en cada una de estas mejoras es, en algunos casos –no en todos– nulo. En otros casos, el cristianismo, impulsado por esa misma jerarquía, tuvo un efecto civilizador que transformó la sociedad. Gracias a ella, los normandos pasaron de ser un pueblo salvaje y saqueador a crear en el sur de Italia uno de los focos culturales más florecientes de la Edad Media. Y algo similar ocurrió con los francos y Carlomagno o con los sajones y el Sacro imperio Romano Germánico. Pero no estoy hablando sólo de los méritos de la Iglesia como institución humana sino, sobre todo, del cristianismo como religión y cosmovisión. El cristianismo fue un imponente motor para el arte en todas sus modalidades, pintura, escultura, arquitectura, música, literatura, etc. Sin los monasterios no hubiese existido el Renacimiento. Las universidades fueron una creación de la Iglesia. Tomás de Aquino dio al cristianismo un sólido armazón racional y, con ello, impulsó el pensamiento filosófico. Pero desde finales del siglo XVI, si no antes, la civilización occidental está desarrollando una enfermedad autoinmune que, de persistir, puede acabar con ella.

No entiendo muy bien el escándalo que le produce a Garrigues lo que se dice  acerca de la salvación en la declaración Dominus Iesus. Parece bastante normal que la Iglesia católica piense que la religión católica es la verdadera, ¿no? Más bien parece que lo que le escandaliza es que esta declaración diga que “si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que en la Iglesia (cristiana) tienen la plenitud de los medios salvíficos”. Los cristianos creemos que la encarnación, vida, obras, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios son una fuente inagotable de salvación, a través de los sacramentos, para todos los hombres. Nadie tiene las puertas cerradas. Incluso sin los sacramentos, los hombres de buena voluntad de cualquier religión tienen abiertas las puertas de la salvación. Pero, a través de ellos, la gracia –que viene de gratuidad– de la salvación es más fácilmente alcanzable. Es como si yo regalo billetes para ir a América en avión a quien los quiera y digo que, aunque se puede llegar allí en barco de vela, es más cómodo tomar los billetes que regalo. El cristianismo nunca ha sido una religión para elegidos ni iniciados, sino para todos los hombres y, sobre todo, para los más pecadores. ¿Dónde está el escándalo? Pero me pregunto si además de los párrafos que Garrigues entresaca de esa declaración habrá leído también, en el mismo documento, los que expongo a continuación, aún a riesgo de ser demasiado exhaustivo:

“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres”.

“El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas”.

“Además, la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad. Hablando del misterio pascual, en el cual Cristo asocia vitalmente al creyente a sí mismo en el Espíritu Santo, y le da la esperanza de la resurrección, el Concilio afirma: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual»”.

“… el Reino de Dios —si bien considerado en su fase histórica— no se identifica con la Iglesia en su realidad visible y social. En efecto, no se debe excluir «la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia». […] Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud”.

“Para aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, «la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo»”.

“Acerca del modo en el cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por medio de Cristo en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la Iglesia, llega a los individuos no cristianos, el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona «por caminos que Él sabe»”.

“Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios y que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones»”.

“Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios [...]. Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la participación en su misterio”.

Todos estos párrafos están en la misma declaración Dominus Iesus, elegida por Garrigues. Podría seguir con un número interminable de párrafos extraídos de innumerables textos del magisterio de la Iglesia en los que la concordia, la misericordia de Dios para con todos los hombres, la gratuidad de la salvación dada por Cristo con carácter universal, y otros temas, forman una sinfonía de maneras distintas de decir lo mismo. Y si fuésemos a las fuentes, al Evangelio, no creo que haya un código moral en el mundo en el que se predique el amor al enemigo, la mansedumbre, la paz, como en él. Los cristianos habremos podido, y lo hemos hecho con demasiada frecuencia, hacer caso omiso de esos mandatos evangélicos, o incluso haber actuado contra ellos, pero eso no es culpa del cristianismo, sino de la naturaleza humana. Entrar con dos frases descontextualizadas en esta polémica es un simplismo inaceptable. Creo que una visión holística es intelectualmente superior a una fragmentaria.

Nada pues, de dogmatismos, pero, ¡por favor!, también nada del simplismo de que el relativismo igualatorio por abajo de todas las creencias es la panacea. Es el inicio de un camino, en el que llevamos mucho avanzado, hacia el desastre.

Por acabar con más acuerdo que desacuerdo, lo hago con la última frase de la conferencia de Garrigues. Transcribo:

Se están abriendo las puertas de una nueva era, una era filosófica, en la que nos guste o no vamos a tener que sobrevivir sin asideros dogmáticos y vaciar nuestros cerebros de muchas dialécticas tradicionales. Acabará prevaleciendo la idea –paradójicamente dogmática– de que no se puede partir de planteamientos dogmáticos en ningún caso y se pondrá por ende de manifiesto el protagonismo esencial que debe tener el diálogo en la convivencia humana. Habrá que aprender en definitiva, a convivir con civilidad, con respeto e incluso con gozo en el desacuerdo. Ahí se encuentra la clave del progreso humano.

Lo firmo. Pero, permítanseme algunas preguntas. ¿Por qué las creencias religiosas no pueden ser parte del gozo en el desacuerdo? ¿Por qué se deben eliminar de ese diálogo las cuestiones religiosas? ¿En nombre de qué soberbio dogmatismo filosófico las religiones que expresen pacífica y respetuosamente sus más profundas convicciones, deben quedar excluidas de ese diálogo? ¿Qué manera de pensar humana se puede arrogar el derecho a desechar de la esfera de las relaciones humanas algo que ha sido y es la pregunta y la búsqueda más intensa de la inmensa mayoría de los seres humanos desde que existen?


Termino. Seguramente la conferencia de Antonio Garrigues fue muy bien acogida en el foro del Ateneo de Madrid, teñido de un sentimiento antirreligioso un poco decimonónico. Pero me parece que no soportaría la presentación en foros en los que se pretenda analizar con seriedad y profundidad el papel de la religión en la construcción de un mundo mejor.

24 de enero de 2014

Frases 24-I-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Doblar la rodilla cada día más, sentir la necesidad de doblarla, no comprender ya muy bien cómo se puede vivir de otro modo que no sea arrodillado –esto es, Señor, lo que en este momento estás haciendo en mí, lo que, hasta tal punto me colma de acción de gracias, que por ello estoy paralizado para cualquier otra acción que no sea ésta... Siendo de condición divina, no consideró como prenda codiciable el ser igual a Dios[1]. ¡Ah!, ¡si los incrédulos, e incluso muchos creyentes, pudieran, supieran y quisieran entender todo lo que este versículo contiene y significa! Desde toda la eternidad, Jesucristo era Dios y, siendo Dios, siéndolo en la tierra no menos que en lo más alto de los cielos, “no consideró como una prenda codiciable el ser igual a Dios”. Así pues, siendo igual a Dios, siendo Dios él mismo, el Verbo no quiere, por sí mismo, “igualarse” con el Padre. ¿Existe en todo el Nuevo Testamento una lección, mejor aún, un ejemplo que el hombre deba grabar más hondo en su corazón?, y, por otra parte, ¡ay!, ¿existe una lección, un ejemplo, que sea más completamente desconocido u olvidado por el hombre? Todo el drama humano gira en torno al Eritis sicut dei, seréis como dioses del Génesis. Esta fue siempre, y sigue siendo, la mayor tentación del hombre, una tentación casi invencible, y que incluso parece, ¡ay!, tanto más difícil de vencer cuanto, por otra parte, en un plano puramente humano, más alto se sitúa el hombre en la escala de nuestros valores. Y, sin embargo, el ejemplo le viene aquí del único hombre que es verdaderamente Dios. “Como una prenda codiciable”: ¡oh maravilla de esta expresión que, sin duda Dios mismo inspiró a san Pablo, y que, aquí, no se aplica menos a ese otro drama humano que siempre me impresiona tanto!: el drama de la usurpación, de esa necesidad, tan fuerte en el hombre, de querer siempre, y en los dominios más sagrados, apoderarse indebidamente. En este sentido, las palabras de san Pablo han sido cumplidas literalmente en nuestros días por la santidad, cuyo aspecto mismo consiste en el rehusamiento de toda “prenda codiciable”, el rehusamiento de toda usurpación. Señor, haz que yo siempre doble la rodilla, que jamás olvide que tu nombre está por encima de todo nombre.

Charles du Bos


[1] Es una meditación de un texto de la epístola de san Pablo a los filipeses (2, 6-11) en la que, refiriéndose a Cristo, dice; “El cual, siendo de condición divina, no consideró como prenda codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, tanto el los cielos, como en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. Este doblar la rodilla ante Dios hecho hombre, revelado desde su creación a los ángeles, fue lo que hizo que algunos de ellos, con Luzbel a su cabeza, dijesen: “non serviam”, “no serviré”, convirtiéndose de esta forma en demonios. Por eso es justo y necesario para  esa pobre criatura que somos los hombres decir, “serviam”, “serviré” y doblar la rodilla ante el Hombre-Dios.

20 de enero de 2014

Frases 20-I-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Desde el momento en que el hombre mismo niega que él sea un ser creado, le acecha un doble peligro: de una parte, se verá arrastrado –y es exactamente lo que comprobamos en el existencialismo de Sartre– a otorgarse a sí mismo una especie autosuficiencia caricaturesca, es decir, a considerarse como un ser que se hace a sí mismo y que no es más que lo que él se hace; pues no existe nadie que pueda colmarle, no existe siquiera don que pueda serle hecho. Semejante ser se presenta como fundamentalmente incapaz de recibir. Pero, desde otro punto de vista, y de manera conexa, el hombre se verá igualmente arrastrado a considerarse como una especie de desecho de un cosmos [...] de suerte que le veremos, al mismo tiempo y por las mismas razones, exaltarse y despreciarse desmesuradamente.

Gabriel Marcel, Los hombres contra lo humano. p. 54.


15 de enero de 2014

Frases 15-I-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Al que permanece atento, todas las cosas se le revelan, a condición de que tenga valor para no renegar en las tinieblas de lo que ha visto a la luz.

Charles du Bos; Approximations


12 de enero de 2014

Anticoncepción, moral sexual y civilización

En la entrada del pasado 4 de Enero de 2014, sobre “Optimismo empírico y riesgos catastróficos, cerca ya del final, decía: Entre los ataques a esa matriz no quiero dejar de citar uno de enorme incorrección política. Se trata de las consecuencias que han traído al mundo las distintas formas de contracepción. No voy a desarrollar este tema ahora porque su explicación es larga y prolija, pero intentaré poner mis argumentos en negro sobre blanco y publicarlos”. Pues bien, ahí va el cumplimiento de lo dicho.

Muchas personas, sobre todo –aunque no únicamente– en las filas de la izquierda, opinan que la aparición de los anticonceptivos ha sido un gran avance para la humanidad. Yo opino exactamente lo contrario. Creo que es algo que puede llevar a la caída de la civilización occidental.

Quiero empezar por deshacer un equívoco. No estoy contra el control de la natalidad. Sí estoy contra la contracepción. Puede parecer una distinción semántica, pero no lo es.

El control de la natalidad significa que las parejas estables regulen, de acuerdo con sus capacidades y posibilidades, el número de hijos que quieran tener. Éste es también el parecer del magisterio de la Iglesia, plasmado en la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI con la expresión de “paternidad responsable”. Se abre aquí un campo ético en el que no voy a entrar. ¿Cuándo la regulación de la natalidad es un ejercicio de responsabilidad y cuando es egoísmo? Éste es un tema de la conciencia de cada uno en la que nadie tiene derecho a entrar y a juzgar. “De internis, neque Ecclesia” afirma un aforismo de los Padres de la Iglesia. Pero eso no quiere decir que no exista una frontera entre la limitación por responsabilidad y por egoísmo. Significa que corresponde a la conciencia de cada pareja estable determinar ese límite, de cuya fijación es responsable. Otra cosa es que para ese control de la natalidad orientado a la paternidad responsable, se puedan usar únicamente métodos de inacción en vez de los de acción positiva (prefiero esta terminología en vez de la de métodos naturales y artificiales). Esto es debido a que un hijo, aunque en un momento dado pueda no ser conveniente, jamás es una enfermedad contra la que se pueda luchar con medios de acción positiva. Pero todo esto es un tema que no forma parte del propósito de estas líneas. Sí quiero, no obstante, decir que aunque, ciertamente, los métodos pasivos son menos eficaces que los activos, el mito de que los primeros fallan como escopeta de feria mientras que los segundos son infalibles, es radicalmente falso. Era así en los años 60´s del siglo XX. Pero en el siglo XXI cualquier persona que quiera saber, puede encontrar métodos pasivos de gran eficacia y no es ningún secreto que los métodos activos también fallan.

La contracepción, en cambio, es un medio de evitar el embarazo y la procreación a toda costa, bajo cualquier circunstancia y por cualquier medio, hasta por el aborto si es necesario.

Ciertamente, la aparición de anticonceptivos ha traído consigo una mayor libertad sexual. Pero cuando se habla de libertad, también merece la pena distinguir entre lo que podríamos llamar libertad operativa y libertad creativa.

La libertad operativa es libertad de hacer lo que me dé la gana. La libertad creativa es la libertad de poner los medios orientados a un fin deseable y positivo. Paradójicamente, el uso inadecuado de la libertad operativa lleva a perder la libertad creativa y a rebajar la calidad de la vida. Son muchos los ejemplos que podría poner a este respecto, pero pondré sólo tres. Un estudiante que no estudia porque no le da la gana, ejerce su libertad operativa, pero si persiste indefinidamente en ello, acabará siendo un miserable que jamás tendrá un trabajo digno. Al final, le faltará libertad para hacer muchas cosas y tendrá una vida empobrecida. Una partida de ajedrez en la que uno de los contrincantes decida que él elije para mover en cada jugada la ficha le da la gana y sin una estrategia definida, pronto se encontrará con que cualquier movimiento que haga le lleva a perder una pieza importante y, poco después, la partida. Un pianista que decida que va a tocar el “Hammerklavier” de Beethoven haciendo lo que le da la gana, sin fijarse en la partitura que tiene delante, hará una música lamentable, recogerá muchos silbidos y pocos contratos. En cambio, el sometimiento a ciertas reglas –estudiar lo necesario, mover las fichas con un plan o seguir fielmente, aunque con matices creativos, la partitura del Hammerklavier de Beethoven–, abre nuevas perspectivas profesionales, lúdicas y estéticas que mejoran la vida. En definitiva, se trata de supeditar la liberrtyad operativa a la creativa. La regla de oro para juzgar el fin que se persigue con la libertad es preguntarse: “¿ha hecho mi vida mejor esa supeditación del medio al fin?” Naturalmente, esto requiere la perspectiva de los años, a veces lustros. Conviene, sin embargo, analizar a priori la bondad del fin buscado con la libertad creativa, porque si no, cuando el fruto desastroso de la libertad mal orientada se haga patente, ya no habrá remedio o éste será muy duro. A veces tan duro que nos negaremos a aplicar el remedio.

Pues bien, la libertad de usar el sexo como a cada uno le dé la gana, con la libertad operativa irrestricta que puede venir de la mano de la contracepción, lleva al desastre. Isabel Allende, nada sospechosa de ñoñería sexual, en su novela “El plan infinito”, afirma que “el amor es la música y el sexo el instrumento”. La llamada libertad sexual ha trivializado el sexo, separándolo del amor. Y usar el sexo separado del amor es como usar un instrumento musical como el violín como una raqueta para jugar un partido de tenis en vez de para hacer música. Es seguro que se romperá el violín y que se perderá el partido. Y este uso del sexo tiene sus consecuencias. Enumeraré sólo algunas. Esa trivialización del sexo y su separación del amor, ha hecho que muchos jóvenes renieguen del matrimonio y de cualquier compromiso. Esto ha hecho que la natalidad caiga bajo mínimos, hasta el punto de que en muchos países de occidente no sea posible el mantenimiento de la población, creando la inversión de la pirámide poblacional. Esta pirámide invertida de población hace inviable el mantenimiento de un sistema de pensiones de jubilación, al tiempo que crea una necesidad de inmigración. Mientras los países en vías de desarrollo no puedan mantener dignamente a su población, el vacío poblacional de occidente se cubrirá con esta inmigración. Pero el día, deseable y que llegará, en que esos países puedan mantener a su población y este flujo de inmigración se acabe, occidente tendrá un serio problema. Además, este aporte de inmigración procede a menudo de culturas muy diferentes de la occidental, como la musulmana, lo que socaba la identidad y la cultura propia de los países receptores. El conjunto de este fenómeno causado por la bajada de natalidad y de sus consecuencias ha recibido el nombre, a mi entender acertado, de “invierno demográfico”, en alusión al “invierno nuclear” que producirían en la climatología las catastróficas consecuencias de una guerra nuclear.

Pero la separación del amor y el sexo, además de traducirse en ese invierno demográfico, se transforma también en la huída de cualquier tipo de compromiso. El ídolo de muchos jóvenes –y ya no tan jóvenes– de hoy es “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”. Esto ha convertido a muchos jóvenes –afortunadamente no a todos– en una especie solitaria en búsqueda continua de una aventura sexual sin ningún tipo de continuidad en ninguna relación y con una rotación de pareja que puede ir desde diaria hasta unas semanas o meses, en el mejor de los casos. Generalmente, este proceso se da más en hombres que en mujeres pero, al final, muchas mujeres sucumben también a este comportamiento machista y son arrastradas, en nombre de un supuesto y falso feminismo, a conductas similares, creyendo con eso que son más modernas. Esto acaba con frecuencia en el hastío sexual y, de ahí a la búsqueda de nuevas experiencias antinaturales de distintos tipos hay un paso que, muy a menudo, se da.

En otros casos sí se produce una vida de pareja más estable, aunque no con un propósito definitivo, con una vaga idea de, un día indefinido y continuamente pospuesto, regularizar la situación. Naturalmente, huyendo como de la peste de tener hijos. La estabilidad que nace de este comportamiento es, a menudo, una estabilidad de utilización recíproca. Son adultos –cuando lo son– que se utilizan mutuamente. La filosofía vital, más o menos explicitada, es: “Mientras nos gustemos y la vida juntos sea agradable, vamos al tran tran, nos utilizamos mutuamente y estamos tan contentos”. Pero este flujo bidireccional de utilización no da un resultado 0. Al contrario, la utilización mutua se multiplica y rebaja a la pareja a la condición de cosa de usar y tirar. Y el día en que, unilateralmente, uno de ellos se cansa, no se percibe ninguna causa por la que haya que continuar ni un día más. Esto deja profundamente herido a uno de los dos miembros de la pareja, pero también deja huellas de desencanto en el otro, porque utilizar a los demás deja siempre un poso de insatisfacción en el que lo hace. De cada acto moral que hacemos a los demás, queda siempre un residuo en nuestro interior y si acumulamos residuos podridos, acabaremos por pudrirnos nosotros. A pesar de esto, esta mentalidad ha permeado tanto en la sociedad que parece lo normal y hasta lo sano. Incluso muchos padres, educados en otros principios, se resignan a este proceso en sus hijos, desde la impotencia o, a veces, hasta considerándose más modernos por aceptarlo con buena cara. Por supuesto que un padre es un padre haga lo que haga su hijo, cuya libertad debe respetar, y es su obligación quererle bajo cualquier circunstancia y abrazarle aunque su proceder sea incorrecto. Pero de ahí a aceptar como bueno lo que no lo es, haciéndose un poco “colega” del hijo, hay un abismo. La verdad no está reñida con el amor. Al contrario, la verdad, usada con amor, es necesaria para ese amor que busca el bien del otro.

 También hay –cada vez más– matrimonios formalizados que se fundan sobre esos principios y, naturalmente, se rompen en un plazo cortísimo. A veces lo hacen tras dejar algún hijo, concebido desde la irresponsabilidad, como una experiencia más que hay que vivir en busca de sensaciones. En cambio, los jóvenes que se quieren comprometer desde el principio en un proyecto de vida definitivo que lleve a constituir una familia en la que educar a los hijos –los ciudadanos del mañana– hasta la edad adulta –que eso es la música del amor–, parecen como bichos raros, un poco tontos, que desperdician los mejores años de su vida. Debo aclarar que cuando hablo de este compromiso no me estoy refiriendo exclusivamente al matrimonio cristiano. Por supuesto, creo que el matrimonio cristiano, si se vive con fe y seriedad, da medios sobrenaturales para tener la fuerza de vivir ese compromiso. Pero respeto profundamente a aquellos que, sin ese sello del matrimonio cristiano, afrontan con seriedad y determinación ese compromiso de un proyecto vital. Es cierto que hay matrimonios –cristianos y no cristianos– que fracasan a pesar de sus buenos fundamentos. Habrá que ver como apoyarlos en sus dificultades, pero de ninguna manera admitir experimentos sociales que tomen este fracaso como punto de partida, como premisa mayor.

Naturalmente, esta distorsión de las cosas no es gratis. Se paga con un desencanto, una ausencia de sentido de la vida, un vacío existencial que roba la felicidad a toda una sociedad. Más aún, se produce una generación de niños y jóvenes que no han visto en su vida un ejemplo de auténtico amor.

Por otro lado, las relaciones sexuales se han adelantado a edades en las que no se deberían tener, porque no existe la madurez para el amor. Se crea así el hábito de usar el violín como raqueta y olvidarse para siempre, sin haberla oído nunca, de que existe la música del amor y su encanto, sustituida por el aprendizaje temprano de la utilización mutua. Además, como los métodos anticonceptivos también fallan –y más entre adolescentes por su mal uso– se produce así un alarmante aumento de los embarazos no deseados. Embarazos que acaban, muy frecuentemente en abortos, incrementando la prevalencia de esta lacra humana. Todo esto crea, ya desde la adolescencia, unos traumas de muy difícil superación.

Y, ¿qué tiene que ver todo esto con la civilización? Mucho. La civilización occidental nació cimentada sobre el cristianismo, que daba soporte a los valores que son como el tejido conjuntivo, la trama y la urdimbre que la sustenta y le da su forma, su estilo, su consistencia y su alma. Esos valores son valores humanos en el sentido de que se justifican como buenos por su adecuación a la naturaleza humana, sin necesidad de recurrir a la religión. No son valores religiosos. Pero la religión les da el soporte para perpetuarse y para sostenerse. No tengo claro que esos valores se puedan mantener sin el soporte del cristianismo. Muy a menudo, el rechazo de la moral sexual que se deriva de esa supuesta libertad sexual, acaba transmitiéndose al rechazo de toda moral y con ella de muchos valores. El esfuerzo y el autocontrol, en cualquier campo de la vida parecen una inutilidad. El sano crecimiento en vida profesional se ve como algo absurdo que no merece la pena. La honestidad se convierte en una caricatura y hace su aparición la corrupción. Y así, poco a poco, paulatinamente, se va produciendo una decadencia escéptica e irresponsable. A menudo nos resignamos diciendo: “la vida es así”. Casi siempre, la sociedad persiste ciegamente en no ver las causas evidentes de esa decadencia en la que está cayendo. Las busca siempre en donde no están, desde supuestos sistemas perversos hasta conspiraciones mundiales. Pero la verdadera causa se oculta bajo una capa de ideología supuestamente progresista que se niega a mirar la realidad de frente y denigra todo lo que ponga al descubierto la auténtica causa. Generalmente, la sociedad, de una forma más o menos consciente, se revuelve contra el cristianismo que le recuerda tozudamente la causa de esa decadencia e insiste en que, sin esos valores, camina hacia la destrucción. Y este rechazo degenera en un destructivo nihilismo relativista del “total para qué”, del “todo vale lo mismo”. La antítesis de lo que hizo nacer nuestra civilización. Benedicto XVI alzaba su voz contra esto. Toynbee se dio cuenta de que una civilización que se rebela contra los valores que le dieron la vida, es una civilización que está sembrando las semillas de su destrucción. Afortunadamente, creo que la situación no es todavía irreversible. Hay todavía mucha gente que sigue defendiendo y viviendo los valores de la civilización occidental y el cristianismo que los sustenta, moral sexual incluida. Hay muchos jóvenes extraordinarios que, aunque no sean conscientes de lo que está pasando, no han caído en las garras de ese nihilismo relativista destructor. En determinados sitios, se percibe una corriente de regeneración que, sin ser mayoritaria, puede ser semilla de recuperación. Pero el deterioro es evidente y nadie sabe dónde está el punto de no retorno. Confiemos en no traspasarlo. Mejor dicho, pongamos todos los medios para no traspasarlo. Seamos lo que Toynbee llama minorías creadoras, que afrontan como es debido las incitaciones, las resuelven, e insuflan así nueva vida a la civilización. Si se logra, esta aparición, de la que no cabe marcha atrás, de métodos anticonceptivos, puede convertirse en una incitación que, superada, aporte mayor madurez a una sociedad que, sabiendo que hay árboles del bien y del mal que no se deben tocar, sepan prescindir de sus frutos y disfrutar de la inmensa cantidad de árboles con frutos deliciosos y magníficos.

8 de enero de 2014

Frases 9-I-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

... la oración está hecha de atención. La oración es la orientación hacia Dios de toda la atención de que el alma es capaz. La calidad de la oración está para muchos en la calidad de la atención. La calidez del corazón no puede suplirla.

Sólo la parte más elevada de la atención entra en contacto con Dios, cuando la oración es lo bastante intensa y pura como para que el contacto se establezca; pero toda la atención debe estar orientada hacia Dios.

Simone Weil; la pesanteur et la gràce.


4 de enero de 2014

Optimismo empírico y riesgos catastróficos

En la carta abierta al Papa Francisco que publiqué en este blog el 22 de Diciembre, decía: “Si uno toma tranchas de tiempo de 50 en 50 años, por decir un intervalo, creo que el mundo va a mejor en casi todos los aspectos”. Pretendo ahora justificar esta creencia con una visión empírica del mundo.

Soy optimista respecto a la marcha del mundo. Pero no soy un optimista ideológico. Soy un optimista empírico. Mi optimismo parte de la observación de la realidad. Tampoco soy un optimista ciego. Veo grandes peligros en el futuro, tal vez mayores de los que haya habido nunca, potencialmente catastróficos. Pero, por otro lado, la humanidad tiene también más medios que nunca para combatir estos riesgos. En las siguientes líneas intentaré, por un lado, describir por qué mi observación de la realidad me lleva al optimismo, contra la corriente de pesimismo imperante y, por el otro, comentar los peligros catastróficos que veo que, en cambio parecen pasar desapercibidos para la inmensa mayoría.

Cuando miro el mundo, veo muchas cosas que no me gustan. ¿Qué es lo que no me gusta? Sin pretender ser exhaustivo ni seguir un orden de mayor a menor disgusto, diría que no me gusta la pobreza, no me gusta la desigualdad, no me gusta la discriminación de la mujer, no me gusta el racismo, no me gusta la falta de acceso a la educación o a la sanidad, no me gustan la guerra y la violencia, no me gusta el aborto, no me gusta la corrupción, no me gusta el trabajo esclavo y podría seguir con una larga lista de cosas que no me gustan, es más, que me duelen, y que existen en el mundo. Pero si comparo el presente con cualquier otra época de la historia, veo que, prácticamente en todos los aspectos, el mundo ha mejorado. Esto no me lleva al conformismo. Ser optimista no es ser conformista. Queda mucho por hacer para erradicar esas cosas que no me gustan. Pero no es lo mismo actuar desde el optimismo empírico y la mirada positiva que desde el pesimismo y la desesperanza. Desde la primera postura se trabaja mucho mejor y se aplican los medios adecuados porque el diagnóstico es el adecuado. Desde la segunda, se trabaja desde el hastío y es fácil usar medios erróneos, porque se parte de un diagnóstico erróneo.

El diagnóstico erróneo que lleva al pesimismo y a la desesperanza nace, a mi modo de ver, de la falta de perspectiva histórica, de la miopía histórica, si se me permite usar el término sin el más mínimo carácter peyorativo. Parte de dar más peso a lo que no gusta que a su evolución positiva en el tiempo. Parte de una visión estática que sólo mira el presente o el pasado inmediato. Para combatir esta falta de perspectiva, propongo el experimento mental de las tranchas de 50 años.

Consiste en mirar el mundo hacia el pasado en tranchas de 50 años. He elegido ese periodo de tiempo primero porque es fácil de calcular y, segundo, porque mi visión desde los 62 años que tengo, me permite establecer comparaciones personales sobre la primera trancha. Mi visión de la evolución del mundo en esa primera trancha que he vivido es radicalmente positiva. Que cada uno piense, en la medida que lo conoce, a qué época del pasado se trasladaría para instalarse. No para pasar un rato curioseando desde la barrera, no. Para quedarse y estar en la arena. Y quedarse sin pertenecer a una casta privilegiada de la época, sino para ser un individuo del montón, uno más. Creo que nadie en su sano juicio que haga el experimento con honestidad se trasladaría a ninguna época pasada. Y si algún insensato lo hiciese, creo que pediría a gritos que le trajeran de vuelta a la casa del presente de la que nunca debió salir. Este experimento es lo contrario de la comparación psicológica que normalmente se hace y que consiste en comparar las cosas que no nos gustan ahora con un pasado idealizado, con un futuro inexistente o con un presente utópico.

Tomemos las cosas que no me gustan:

A)    La pobreza y la desigualdad. De los estudios de la OCDE y del Banco mundial a los que se puede acceder en los links de más abajo se extrae que hacia el 2030, cerca de 5.000 millones de personas –casi dos tercios de la población global– podrían ser clase media. O que aunque 1.200 millones de personas todavía viven con menos de 1,25$ diarios en 2010, se ha producido un descenso de 100 millones desde el 2008 . O que el porcentaje de personas en extrema pobreza cae al 20,6% (2010), menos de la mitad que en 1990, que eran el 43,1%”


En los años 60 del siglo pasado, morían por causas relacionadas con la pobreza, unos veinte millones de niños al año. En el 2011 esta cifra era de poco más de ocho millones. Teniendo en cuenta que la población mundial casi se ha duplicado en este lapso de tiempo, el porcentaje de esas muertes sobre la población mundial se ha dividido por cinco en la última trancha de 50 años.


Por supuesto, me duelen esos 8 millones de niños que mueren por pobreza y los 1.200 millones de personas que en 2010 aún vivían con menos de 1,25$ al día (que hoy en 2013 pueden ser 150 millones menos) y que el porcentaje de extrema pobreza sea aún del 20,6%, pero debemos reconocer que la tendencia es positiva y que el hecho de que dentro de 17 años dos tercios de la población mundial sea clase media es una buena expectativa. Pero, parece que no es sólo a mí al que le duelen la pobreza y la desigualdad, porque nunca, en la historia de la humanidad ha habido más ONG’s, fundaciones, organizaciones sin ánimo de lucro, etc., destinadas a paliar esa lacra y sustentadas por donativos de millones de personas y nunca, tampoco, la gente ha destinado tanto dinero de su bolsillo para ello. Pero esto, a su vez, ha sido posible porque mucha gente puede ver la vida desde una cierta holgura económica, que hace 50 o 100 años no tenía.

B) La discriminación de la mujer. No creo que pueda caberle a nadie duda de que la situación de la mujer en el mundo desarrollado es ahora mucho mejor que hace cincuenta años. Ciertamente, hay aspectos de ese avance que no me gustan, pero el progreso es absolutamente evidente. Podría, no obstante, pensarse que ese avance se ha limitado únicamente a los países desarrollados, pero que no pasa lo mismo en el resto del mundo. Pero en el estudio del Banco Mundial antes citado se lee que puede ver que en 1990, el porcentaje de niñas escolarizadas en enseñanza primaria en los países en vías de desarrollo era sólo el 86% del de niños. En 2011, es el 97%”. Es decir, que en enseñanza primaria, se ha logrado prácticamente la paridad entre niños y niñas en los países en vías de desarrollo. Por supuesto que no basta que sea así sólo en la enseñanza primaria y que estoy seguro, aunque no tengo datos, de que no ocurre lo mismo en la enseñanza secundaria y en la universitaria, pero la tendencia está clara.

C)  El racismo. Tendríamos que estar ciegos para no ver el retroceso del racismo en el mundo blanco. La sangre de personas como Martin Luther King o la grandeza de otras como Nelson Mandela, han puesto en claro retroceso al racismo. Tengo en la retina imágenes de razias contra negros llevadas a cabo por el Ku Kux Klan y recuerdo cuando en los estados del sur de EEUU los negros no podían ir a las mismas escuelas que los blancos. En temas mucho más triviales, recuerdo una olimpiada en la que los atletas negros americanos formaban un movimiento, los Black Panters, y cómo, cuando subían al podio, alzaban su puño en el que llevaban un guante negro. También me acuerdo de cuando a Laurie Cunninham, el primer jugador negro del Real Madrid, le llamaban negro despectivamente desde las gradas. Ahora los ídolos populares de la NBA son negros en su mayoría y en el Madrid se aplaudía hace poco a Clarence Seedorf de piel azul oscura y se aplaude hoy a Marcelo, color café con leche. Otro mundo.

D) La falta de acceso a la educación y la sanidad. Ya hemos visto que las mujeres se van equiparando poco a poco a los hombres en educación en los países en vías de desarrollo. Pero, además, el número de personas que acceden en el mundo a la educación terciaria (universitaria), según el Instituto de Estadística de la UNESCO, creció de 70 millones en 1991 a 130 millones en 2004. Si bien esto supone sólo el 2% de la población mundial, el progreso es evidente. Si hablamos de acceso a la salud y tomamos como un botón de muestra los datos que da  la División de Población de acciones Naciones Unidas en su World population prospects de 2008 vemos que mientras que en los países desarrollados la mortandad infantil bajó de 60 a 2 niños muertos antes del año por cada 1000 entre 1950 y 2008, en el resto del mundo lo hizo desde 175 hasta 50. Por supuesto, esto no me deja satisfecho, pero hay que reconocer que el progreso es espectacular. Creo que el acceso a internet es un indicador de la evolución de la oportunidad de acceso a información, formación e innovación. Pues bien, EEUU, que es el país con mayor porcentaje de la población con acceso a internet, sólo está en 10º lugar, detrás de China, India, Indonesia, Irán, Rusia, Nigeria, Filipinas, Turquía y México en porcentaje de personas con nuevo acceso. Es decir, el gap se achica.

E)  La guerra y la violencia. Si afirmase que el siglo XX, con sus dos terribles guerras mundiales, amén de los cientos de guerras locales que la humanidad ha padecido en él, ha sido el siglo más pacífico de la historia, podría parecer un  loco. Y sin embargo, parece ser así. Datos arqueológicos disponibles indican que el 15% de los humanos prehistóricos de las sociedades de cazadores-recolectores murieron de muerte violenta. En el siglo XX hemos vivido tres generaciones que, en conjunto, superamos los 10.000 millones de personas. Si le aplicásemos ese 15% a este número de personas, deberían haber muerto de muerte violenta 1.500 millones de seres humanos para igualar el salvajismo de nuestros antepasados prehistóricos. En las sociedades preestatales esta tasa fue aún mayor. Sin embargo, a partir de la aparición de las primeras sociedades estatales, estos porcentajes bajaron drásticamente. La sociedad estatal más violenta parece haber sido la azteca mexicana, en la que los muertos de muerte violenta no superaban el 5%. En Europa, en los periodos más violentos del siglo XVII esta tasa rondó el 3%[1]. Si entre las dos guerras mundiales más todas las locales suponemos, a ojo y por exceso, 100 millones de muertes violentas[2], la tasa, sobre 10.000 millones de personas, sería del 1%.

Pero me voy a permitir dos comparaciones mías personales y empíricas, referidas a los últimos decenios y que pueden parecer triviales e insignificantes, pero que creo que no lo son. Recuerdo perfectamente cuando ser cajero o director de una oficina bancaria era una profesión de alto riesgo. A un amigo mío, que era lo segundo, en unos años le pusieron tres veces una pistola en la sien y las oficinas bancarias parecían bunkers en los que los cajeros vivían encerrados. Por otro lado, los estadios de fútbol eran jaulas en las que los espectadores se agolpaban detrás de unas altísimas vallas de contención. Cuando voy al fútbol ahora, me asombro al recordar a la turba intentando trepar por las vallas para asaltar al árbitro o a los jugadores contrarios.

F)   El aborto. El aborto me parece una de los peores genocidios. Y las leyes que hacen del aborto un supuesto derecho me parecen una aberración. Y es cierto que nuestra época es la única que ha visto unas leyes así. Y en esto no puedo decir que vayamos a mejor. Sin embargo siempre ha habido abortos y puede que en porcentajes mucho mayores que ahora, sin que esto sea, ni mucho menos un consuelo ante la muerte de tantos inocentes. Sin embargo, nunca ha habido tantos abortos de fetos en tan avanzada etapa de gestación o de embriones como ahora. Pero si eso es así, no es porque la conciencia ética sea ahora peor que antes, sino porque antes no se podían obtener embriones y los abortos tenían un alto grado de riesgo, tanto mayor cuanto más avanzada estaba la gestación. Quiero pensar que dentro de una o dos tranchas de 50 años hacia el futuro, la humanidad, sabiendo con la inteligencia y viendo con los ojos lo que hace cuando produce un aborto, se espantará del genocidio que estamos perpetrando. Espero con toda el alma que así sea.

G) La corrupción. Vivimos en España, y en el mundo en general, unos años en los que cada día nos abruman casos de terrible corrupción. Y nos llevamos las manos a la cabeza escandalizados. Y es verdad, es terrible. Pero lo que estamos viendo es la afloración, por una sociedad cada vez más transparente, de corrupciones que han existido siempre y, me atrevería a asegurar que en mayores proporciones. Así visto, esta proliferación de noticias, es una buena noticia. Porque el primer paso para que desaparezca la corrupción es que todos los casos salgan a la luz en vez mantenerse en la oscuridad. El “ojos que no ven, corazón que no siente”, es una mala receta contra la corrupción. Vemos, sentimos y nos duele, pero ese es el camino para su cura. En los países en los que no hay democracia ni transparencia ni libertad informativa, la corrupción alcanza cotas inmensamente mayores. Cierto que a menudo los periodistas caen en demagogia barata. Pero es un coste admisible, aunque, al menos yo, lo paguemos con un gesto torcido.

H) El trabajo esclavo. El trabajo esclavo ha sido norma durante toda la historia de la humanidad y sólo desde hace poco más de 150 años –tres tranchas de 50 años–  ha sido abolido en el mundo occidental. Por supuesto, sigue siendo una realidad en una gran parte del mundo. Pero no me cabe duda de que está en retroceso y de que en unas pocas tranchas más, con la retirada paulatina de la pobreza, el aumento de la educación y la disminución de la discriminación a la mujer –víctima a menudo de esclavitud sexual– irá retrocediendo hasta desaparecer. Algunas empresas occidentales –muchas menos de las que el imaginario popular quiere creer– utilizan mano de obra en condiciones cercanas a la esclavitud en determinados países en vías de desarrollo, pero la sociedad está desarrollando tal rechazo frente a esas prácticas que es muy dudoso que puedan durar mucho. En cualquier caso, la peor práctica de la peor empresa occidental en esos países es infinitamente mejor que la que realizan las empresas autóctonas. Desde luego que esto no es un consuelo, pero es la verdad. En cualquier caso, a medida que se produzca ese desarrollo de la clase media y ese retroceso de la pobreza extrema de las que he hablado antes, semejantes prácticas tenderán a la desaparición.

Hasta aquí mi optimismo empírico. Pero antes de cerrar la referencia  a este optimismo quiero decir que éste no me lleva a la tranquilidad de pensar que nos basta con dejar pasar el tiempo para ver cómo se van arreglando estas lacras. Nada de eso. Estas lacras son tan terribles que debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para pisar el acelerador de la historia y que su desaparición o paliación sean lo más rápidas posible. Pero, ¡ojo!, no vaya a ocurrir que por un mal diagnóstico apliquemos medidas que gripen el motor de la historia en vez de acelerarlo. Lo que ha hecho posible estos avances, su motor, ha sido, siempre, la economía de libre mercado, que es casi tan antigua como la humanidad y, desde hace 150 años, el capitalismo, que es la forma que toma la economía de libre mercado tras la revolución industrial. Ambos, dentro de la matriz de la cultura cristiana. Si se toman medidas contra estos motores o contra su matriz, el proceso se puede detener e incluso revertirse.

Paso ahora a describir, sin ánimo de ser exhaustivo, los peligros que acechan a este proceso. Son varios y de diversa índole. Unos atentan directamente contra esos motores de creación de riqueza y contra esa matriz de cristianismo. Otros nacen de dos efectos colaterales negativos del capitalismo-libre mercado.

Empiezo por los ataques a los motores y la matriz. Contra los tres se están levantando, desde hace varias tranchas, movimientos que intentan anularlos o condicionarlos. Con la excusa de hacer que el motor del capitalismo-libre mercado funcione mejor, se están haciendo cosas que pueden bajar su rendimiento. Y, a veces, hasta es necesario hacerlas. Una prudente y sensata política fiscal para la redistribución de la renta y la protección de los más débiles y vulnerables es deseable, conveniente y necesaria. Se trata de un sensato trade off entre eficiencia del sistema y anticipación de resultados de disminución de las diferencias. El mecanismo es suficientemente resistente como para soportar un sensato trade off entre esas dos cosas. Pero ocurre que a veces, la demagogia degenera en populismo y el populismo opta por llevar ese trade off a un claro desequilibrio y hace peor el remedio que la enfermedad. Peor aún, el populismo acaba por negar la bondad de la maquinaria y pretende sustituirla por engendros que sólo generan pobreza y miseria. A veces, esa corriente se produce, no por la demagogia, sino por una especie de buenismo desinformado y hasta manipulado que acaba en el mismo efecto. A veces –y esto me duele especialmente–, ese buenismo nace de las filas de cierto cristianismo desorientado. El marxismo, que ha sido derrotado en toda la línea en su vertiente real, sigue muy vivo creando confusión en muchas mentes de buena voluntad que afirman rechazarlo.

Por el lado de la matriz del cristianismo no hace falta que diga nada de cómo se la está atacando en los países en los que surgió. Esos países gozan, aún sin saberlo, de una cultura que está impregnada de los valores del cristianismo. Y, a pesar de los ataques a la religión que los hizo nacer, esos principios siguen siendo el alma de su civilización. Pero es un proceso peligroso, porque si se eliminan las columnas en las que se sustentan esos valores, el edificio acabará por derrumbarse. En otra cosa que escribí hace años mostraba cómo sólo en esta matriz pudieron nacer la ciencia, base de la tecnología, y el capitalismo. Pero el capitalismo sin esos valores puede ser como un afilado cuchillo de cocina manejado por un asesino. De hecho esos valores tienen un reto importante y difícil de conseguir, a saber: Conseguir que el capitalismo trasplantado a otras culturas no sea un capitalismo inhumano. Y eso sólo se consigue trasplantando también los valores cristianos a esas otras culturas. Pero si mantener sin cristianismo los valores cristianos en una civilización nacida de él, es algo muy difícil, trasplantarlos a otras culturas sin su base de cristianismo, se me antoja punto menos que imposible. Por eso es vital la evangelización, tanto hacia dentro de la civilización occidental como hacia fuera.

Entre los ataques a esa matriz no quiero dejar de citar uno de enorme incorrección política. Se trata de las consecuencias que han traído al mundo las distintas formas de contracepción. No voy a desarrollar este tema ahora porque su explicación es larga y prolija, pero intentaré poner mis argumentos en negro sobre blanco y publicarlos.

Por último, describiré los peligros que nacen de los dos efectos colaterales indeseados del capitalismo-libre mercado. El primero es el relajamiento de ilusiones, valores y criterios morales, que produce la opulencia creada en los países desarrollados por la extraordinaria eficiencia del sistema para crear riqueza. Efectivamente, los hombres de la civilización occidental, en medio de una sociedad rica, tendemos, por un lado, a creernos dueños absolutos de nuestros destinos y, por el otro, a pensar que no es necesario el esfuerzo y el sacrificio para mantener esa máquina funcionando. Y esto puede ser deletéreo. Una de las manifestaciones de ese relajamiento, relacionado con lo que he comentado en el párrafo anterior, es la disminución de la natalidad hasta el punto de hacer sociedades de crecimiento negativo. Las consecuencias de esto son múltiples y no es el propósito de estas líneas describirlos. Pero no es difícil ver que el envejecimiento de la población y la inversión de la pirámide de la población son peligros importantes. Alguien ha dado a este fenómeno el acertado nombre de “invierno demográfico”, en clara referencia al “invierno nuclear” que se produciría tras una hipotética guerra nuclear.

El segundo efecto colateral es el deterioro del medio ambiente. En efecto, la industrialización, más aún si, como es deseable, llega a extenderse a todos los países de la tierra, es fuente de muchas causas de deterioro irrecuperable del medio ambiente. Sería una tragedia terrible llegar a esquilmar este planeta hasta hacerlo inhabitable para las generaciones futuras. Sin embargo, también soy optimista a este respecto, aunque este optimismo no puede considerarse empírico sino, más bien, teológico. La humanidad se ha visto siempre inmersa en ese tipo de problemas. Cualquier solución dada a un problema es la causa de nuevos problemas, inexistentes anteriormente, y que, a su vez, hay que resolver. Lo expresa magníficamente Walt Whitman: “Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito, cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Esta es también la idea central de la filosofía de la historia desarrollada por Arnold J. Toynbee. Él llama incitación a todo reto que una civilización se plantea. El éxito o derrumbe de esa civilización estriba en saber encontrar una respuesta para esa incitación, pero, tan pronto como la encuentra, esa misma respuesta, inicia una nueva incitación a la que la civilización debe responder, y así indefinidamente. El fallo para dar una respuesta puede llevar –y la historia así lo atestigua– al colapso de una civilización. Digo que soy optimista teológico porque creo que Dios, Señor de la Historia y creador del hombre, ha dotado al ser humano de una inteligencia y de una conciencia capaces de hallar esas respuestas de una forma u otra. Algunas incitaciones son eterealizadas –en la terminología de Toynbee– mientras que otras son más materiales. A las primeras, entre las que está ese relajamiento moral del que he hablado, hay que dar una respuesta también eterealizada, ética y espiritual. A las materiales, como el problema medioambiental, una respuesta material. Y esa respuesta material se llama tecnología. Sin los avances tecnológicos, hace mucho que la agorera predicción de Malthus se hubiese hecho realidad. Pero, afortunadamente, la inteligencia del hombre, dada por Dios, es capaz de encontrar las respuestas adecuadas, eterealizadas o tecnológicas, a cualquier incitación. Al menos, en ello quiero confiar.




[1] Estos datos están sacados del libro “Los ángeles que llevamos dentro” de Steven Pinker, catedrático de psicología de la Universidad de Harvard. El libro dedica unas seiscientas de sus de más de mil páginas a abrumarnos con estadísticas que defienden la tesis expuesta más arriba. Aunque estoy en profundo desacuerdo con el autor en algunas de las causas de este descenso de la violencia, me parece que los datos que expone son incontrovertibles.
[2] Puede que en esta escalofriante cifra quepan también los genocidios causados por las dictaduras soviética, Nazi y China, pero eso es otra historia.