29 de octubre de 2017

¡Otra vez radio macuto!

Otra vez me llega, por diversos sitios, un artículo “macuto”. El periodista Luis del Pino, tiene una teoría conspiratoria. Tras analizar los acontecimientos ocurridos en los últimos días, toma unos hechos, silencia otros y tira unos hilos que los hilvanan de acuerdo con esa teoría previamente esbozada. No aporta ni una sola prueba. Pero eso carece de importancia. Ese hilvanado, que podría haberse hecho de muchas otras maneras nace con carta de naturaleza de verdadero. Punto. No es necesario considerar otras maneras de hilvanar esos hechos que, no por llevar a conclusiones más prosaicas que venden menos, pueden ser menos cercanas a la realidad.

Permítaseme otro hilvanado. No pretendo que sea cierto. Tiene la misma validez que el hilvanado por el Sr. del Pino. O sea, ninguna. Carece, como la suya, del peso de la prueba. O sea, ambas son puntadas sin hilo. Sólo que yo no lo escribo con pretensión de estar desvelando un morboso secreto celosamente guardado que pueda dar lugar, eventualmente, a escribir un libro. Ahí van mis puntadas sin hilo.

Prácticamente desde que se cumplió el plazo del requerimiento, Margarita Robles y otros portavoces del PSOE y PSC afirmaban que si Puigdemont convocaba elecciones el PSOE no estaría a favor del 155. Ni una sola declaración de ningún portavoz del PP dio pie para creer que ellos seguirían esa misma ruta. De una u otra forma todos los portavoces del PP decían que para parar el 155 era necesaria la vuelta a la legalidad, lo que implícitamente –y explícitamente en palabras de algunos– significaba revocar la ley de Referendum y la ley de Transitoriedad. Así pasaron los días hasta el jueves. Es bastante posible que hubiese algo parecido a pacto –o tal vez un pacto real– entre el PSOE/PSC y Puigdemont. Toda la semana me ha parecido sospechosa la solicitud de Mikel Iceta hacia Puigdemont. Hubo un mediador que intentaba eso, el Lendakari Urkullu, pero, ¿hay algo que pruebe que éste actuaba por mandato del gobierno? No, nada. Por lo tanto, si existía ese pacto –que este Domingo ha dicho también Borrell que existía– lo plausible, a la vista de los hechos, es que fuese entre el PSOE y Puigdemont, sin el beneplácito del PP. La espera a la comparecencia el jueves de Puigdemnot es perfectamente explicable ante la altamente improbable –más bien imposible– posibilidad de que Puigdemont decidiese volver a la legalidad. Por supuesto, ni yo, ni creo que el gobierno, dábamos ninguna probabilidad, ni siquiera remota –incluso mi ingenuidad tiene límites– a que Puigdemont hiciese semejante cosa. Pero la política de gestos es importante en casos como éste. Máxime si se quiere mantener la posibilidad de pacto con un PSOE que afirma públicamente estar sin fisuras al lado del gobierno, pero en realidad está sumido en una mezcla de esquizofrenias colectivas y dudas existenciales, pero que tiene un peso muy importante en la política española. Una vez realizado el gesto, la intervención de la Vicepresidenta el jueves y del Presidente el viernes, no tenían tintes de un pacto que hubiese llevado a una aplicación tibia del 155 pactada.

Aunque uno jamás puede fiarse de un mentiroso --y menos aún si ese mentiroso se llama Puigdemont-- cuando éste rechazó la convocatoria de elecciones afirmó que lo hacía porque no tenía garantías de que, tras su convocatoria, se retirase el 155. Por supuesto, no niego que las presiones de la CUP, de ERP y del ala más radical del PDeCAT tuvieran un enorme peso en que Puigdemont se hiciera caquita y rechazase las elecciones. Pero hasta en el discurso del mentiroso más compulsivo se cuela de cuando en cuando una verdad. Y en este caso fue así.

Parece que el hecho de que las elecciones se convocasen en una fecha parecida a la que propuso Puigdemont despierta el recelo del Sr. del Pino y le hace dar una puntada sin hilo. Es muy cierto que Rajoy había dicho en declaraciones anteriores que prefería esperar unos meses. Y es cierto que eso sería muy bueno para poder reconducir la situación antes de las elecciones. Pero ocurre que, por mucho que se aplique el 155, hay un plazo entre la disolución del parlament y la convocatoria de elecciones. Entonces, había dos alternativas. La primera celebrar elecciones en Mayo, por ejemplo, y mantener ese parlament durante unos meses o, segunda, cerrarlo inmediatamente y convocar elecciones en el plazo establecido. No sé que hubiera hecho yo en una situación así. Lo que sí sé es que la decisión no es evidente y, por tanto, al enfrentarte con ella, es razonable reevaluar lo dicho anteriormente. Me parece al menos tan plausible –o seguramente más– como tirar una puntada de un supuesto acuerdo previo. Pero decir que es exactamente el mismo el resultado el que las elecciones se celebren más o menos el mismo día con Puigdemont como president en funciones, con todo su gobierno, o con él y su gobierno cesados, me parece cerrar los aojos ante la realidad. ¡No, D. Luis, no es exactamente lo mismo!

¿Que la declaración de independencia del viernes pasada fue casi tan ambigua como la de principios de Octubre? ¡Claro! Puigdemont sigue teniendo el mismo miedo ahora que hace un mes de ir a la cárcel. Y eso es lo que genera esa ambigüedad. Y cuando uno se tiene que mover en el filo de una navaja, no tiene mucho espacio, y las declaraciones ambiguas no pueden ser muy diferentes. Pero eso es normal y no es necesario buscarle tres pies al gato para explicar esa similitud. Y ese miedo es el que explica, al menos tan bien como la teoría conspirativa de D. Luis, que la bandera española y la señera, que no la estelada, siguiesen ondeando en el palacio de la generalitat. Lo que sí parece irrefutable de la teoría urdida por el sr. del Pino 😉 (perdóneme quien lea estas líneas y se sienta insultado en su inteligencia con un emoticón que aclare que hablo irónicamente, pero hay gente que no capta las ironías) es que el hecho de que el señor Trapero, ya procesado y con un pie en la cárcel, y viendo las barbas de los Jordis pelar, se despida sin ruido, denote un enjuague previo. ¡Por favor!

No sé si he agotado el análisis de las puntadas de D. Luis del Pino y he sido exhaustivo con las mías. Seguro que no. Pero no era ese mi propósito. Mi propósito es hacer ver, que no demostrar, que la teoría conspirativa de D. Luis tiene las mismas probabilidades que un reloj parado de dar la hora correcta. Puede ocurrir que la de, pero sería por casualidad. Como la mía. No pretendo ser mejor que él. No, al contrario, la mía es bastante peor. ¿Por qué? Porque no es escandalosa y no responde a lo que quieren oír los que buscan las sensaciones fuertes de desenmascarar a un "traidor". A menudo una verdad prosaica no vende. Y por otro lado, las teorías conspiratorias son imposibles de falsar. ¿Por qué? Porque es imposible probar un "no hecho". Si Rajoy hubiese llevado a cabo un pacto secreto con Puigdemont, podría, eventualmente, llegar a probarse. Pero probar que no lo hizo es metafísicamente imposible. Es imposible probar que en el asesinato de JFK no hubo más que un tirador. No importa cuantos papeles se desclasifiquen, no se puede probar un hecho negativo y por eso, unido al morbo, las teorías conspiratorias tienen una vida larga. No obstante, me parece que no es una actitud responsable urdirlas sin pruebas ante una situación tan delicada como la que tenemos entre manos, donde se juega el futuro de España. Más bien creo que debiéramos estar unidos en lo que se hace y no estar continuamente discrepando sobre lo que, según los que gobiernan desde el sillón, se debería haber hecho, o sobre lo que se susurra al oído de las cosas perversas que supuestamente se han hecho. Torear de salón es muy fácil. Pero cuando se está en el ruedo y se tiene delante un morlaco manso de 600 Kg, la cosa cambia. Yo pretendo, modestamente, ayudar, gratis et amore, al matador a ventilarse al toro. Dice el Evangelio: “¿A quién se parece esta generación? Se parece a esos muchachos que se sientan en la plaza y cantan esta copla: ‘Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado’. […] Pero la sabiduría ha quedado acreditada por los sabios”.



Para el que no lo conozca y tenga curiosidad, copio debajo el artículo de D. Luis del Pino.

(Debo aclarar, por si hay alguna inexactitud, que lo he copiado directamente de uno de los WA que me han mandado con el artículo).

Con un poco de azúcar ese pacto que nos dan

¿Me permiten Vds empezar mi editorial recordando una canción de Mary Poppins? Me refiero a aquella que decía “Con un poco de azúcar esa píldora que os dan”.

Retrocedamos al jueves. 

Como recordarán Vds., se anunció que se había llegado a un pacto por el cual Puigdemont convocaba elecciones autonómicas (es decir, dentro de la legalidad española) para el 20 de diciembre y, a cambio, el gobierno paralizaba la aplicación del artículo 155. Se suponía que Puigdemont debía anunciar la convocatoria de elecciones a las 13:30, pero después de algunos aplazamientos, el anuncio se terminó cancelando.

El simple anuncio de que se iban a convocar esas elecciones provocó una reacción de rechazo entre los separatistas más convencidos, que acusaban a Puigdemont de traidor. 

Pero tampoco las bases del PP recibieron esa posibilidad de pacto con satisfacción, sino todo lo contrario, porque paralizar el 155 significaba renunciar a intervenir la autonomía catalana y a normalizar la situación en Cataluña. 

¿No había dicho el propio Rajoy el miércoles que las elecciones debían celebrarse cuando la situación se hubiera normalizado?

Pasamos al viernes.

El parlamento catalán se reúne y vota una declaración en términos similares al papel que ya firmaron hace tres semanas, proclamando aparentemente la República catalana. Y recalco lo de ‘aparentemente’. Luego explicaré por qué.

El Senado español aprueba entonces una aplicación ligeramente recortada del artículo 155, eliminando la toma de control de TV3, y Rajoy comparece, horas después, para anunciar varias medidas básicas: destitución del gobierno catalán, disolución de las embajadas, cese del director general de los mozos, …

Pero inmediatamente a continuación, Rajoy nos sorprende a todos convocando elecciones para el 21 de diciembre. Es decir, Rajoy interviene ‘aparentemente’ la autonomía (y recalco lo de ‘aparentemente’), pero convoca elecciones inmediatas.

Si se fijan ustedes, el resultado de lo anunciado por Rajoy es exactamente el mismo que el de lo que se supone que iba a anunciar Puigdemont un día antes: elecciones dentro de 54 días. 

Pero con una diferencia importantísima. La aparente proclamación de la República catalana calma a los separatistas más convencidos, mientras que la aparente intervención de la autonomía calma a los constitucionalistas más preocupados. 

Lo anunciado el viernes es el mismo pacto que se iba a anunciar el jueves, pero presentado de una manera infinitamente más digerible.

Por qué digo que la proclamación de la República catalana es solo aparente? 

Pues porque a lo que se limitaron los parlamentarios separatistas es a aprobar una resolución en la que se hacían dos cosas: recordar el texto que ya se había firmado hace tres semanas y, en la parte resolutiva, INSTAR al gobierno catalán a poner en marcha las leyes de transitoriedad. 

Es decir, el parlamento catalán no votó en ningún momento nada que dijera "Proclamamos la República catalana". 

Fíjense también en que en ningún momento salió nadie a ningún balcón, ni a ningún sitio, a decir esa cosa tan simple: "Queda proclamada la República catalana". 

Ni siquiera en Twitter han "proclamado la República catalana" Puigdemont ni Junqueras. 

Cuando se presente la querella por rebelión, habrá argumentos a los que la defensa pueda agarrarse para decir que, en realidad, no ha habido ninguna rebelión, porque no ha habido declaración de independencia como tal.

¿Y por qué digo que la aplicación del 155 es solo aparente? Pues porque en 54 días no da tiempo a tomar el control de nada. 

Por no dar, no va a dar tiempo casi ni a cambiar a los segundos y terceros niveles de la administración. Con TV3 ni siquiera se hace nada por simular que se toma el control. 

El objetivo de lo anunciado ayer por Rajoy es simplemente convocar elecciones inmediatas.

¿Quieren Vds más indicios de que estamos ante una escenificación? 

Entre las medidas anunciadas ayer por Rajoy estaba la destitución del director general de los mozos, es decir, del jefe de Trapero. 

Pues bien, ayer mismo por la noche el destituido envió una carta a los mozos despidiéndose educadamente de ellos. 

¿Acaban de declarar la independencia hace menos de 12 horas y el destituido, que es un separatista convencido, acata disciplinadamente su destitución? ¿Ni siquiera un poquito de teatrillo para fingir resistencia y guardar las apariencias?

Lo dicho, la manera en que se presenten las cosas influye mucho en cómo recibirá la opinión pública tus decisiones. 

Y hay que reconocer que la jugada de ayer por parte de Rajoy y Puigdemont es muy buena: ponen en marcha lo acordado el jueves, pero logran que sus bases se calmen, simulando un poco de firmeza por uno y otro lado. Está todo inventado. Nunca hay nada nuevo bajo el Sol.


27 de octubre de 2017

Ya ha llegado el 155

Efectivamente, ayer, 27 de Octubre de 2017, por fin, se aprobó la aplicación del 155. Si he de decir la verdad, respiré aliviado. Porque el PSOE ya había anunciado el día antes que si Puigdemont convocaba elecciones de acuerdo con la LOREG[1], no sería partidario del 155. Y, aunque el 155 no está exento de problemas, de los que hablaré más tarde, unas elecciones convocadas por Puigdemont, por mucho que lo sean de acuerdo con la LOREG, estando él y sus secuaces en el gobern con las trampas y mala fe a que nos tienen acostumbrados y con TV3 en sus manos, esas elecciones me hubiesen parecido la peor de las pesadillas. Aunque el gobierno de España afirmaba anteayer que, en cualquier caso, convocase o no elecciones Puigdemont, se aplicaría el 155, si, efectivamente, se mantuviese en ello, aplicar ese artículo sin el apoyo del PSOE hubiese sido todavía más complicado de lo que va a resultar aplicarlo con su apoyo. Y si diese marcha atrás y no se aplicase el 155, sería una vergüenza. En cualquier caso, el bloque constitucionalista se hubiese roto, para alegría de Puigdemont. Por eso, anteayer, en una jornada psicodélica, se dudaba si los independentistas, con Puigdemont al frente, convocarían elecciones o no. No sé cuáles fueron las distintas posturas dentro de los independentistas. Ni lo sé ni me importa, porque entender una mente colectiva esquizofrénica y bipolar de esta gente no me produce la más mínima curiosidad intelectual. Pero, afortunadamente, ganaron los partidarios de la DUI. Entiéndaseme, me parece terrible que se haya llegado a eso, pero hay un refrán español que dice que “más vale una vez colorado que cien amarillo” y, llegados al punto en el que estábamos anteayer, la alternativa, como he dicho, de unas elecciones bajo la égida de Puigdemont y su TV3 sería, sin duda, el peor de los escenarios. Al menos en eso le debemos algo a la CUP y a los más radicales de JxS. Sinceramente, anteayer me temía ese escenario. Por eso respiré cuando, a las cinco de la tarde, tras varias arrancadas en falso, Puigdemont lo descartó. Naturalmente, sin mojarse ni un poco.

Ayer no pude ver la votación del parlament porque estaba trabajando –costumbre que parece que se está perdiendo en Cataluña–, pero por lo que he oído y visto en diferido, fue vergonzosa. Primero, la iniciativa de llevar a cabo esa votación salió, parece, de la nada, tras ser rechazado en riguroso turno por Puigdemont, Junqueras y Forcadell el honor de proponerla. Segundo, el voto fue secreto. Todo para intentar, de forma vergonzante, que no hubiese nadie a quien se pueda imputar el delito de rebelión. La actitud puede merecer distintos calificativos y el más suave es el de cobarde en grado superlativo. Si los Puigdemont y secuaces pretendían pasar a la historia como héroes, al menos ante sus masas, lo único que han conseguido es cubrirse de ignominia. En uno de mis escritos anteriores sobre este tema comparaba a estos independentistas de pacotilla con Marcelino Camacho. De este histórico líder sindical de CCOO se podrán decir muchas cosas, pero de lo que no cabe dudar es de su valentía para pasarse más de veinte años en la cárcel del franquismo por defender sus ideas con gallardía. Y gallardía es la última palabra que podría usarse para la despreciable actitud de Puigdemont y sus secuaces. Cobardes hasta hacerse caquita. Pero espero que no les sirva de nada. El Fiscal General del Estado ya ha dicho que el lunes va a presentar una querella por rebelión –entre 25 y 30 años de prisión– para Puigdemont, sus consellers y los miembros de la mesa del parlament que apoyaron la iniciativa. Espero que los jueces lo secunden y podamos tener la satisfacción de verles haciendo piña con los Jordis en su prisión preventiva de Soto del Real. De los otros cobardes, los del parlament, votando a escondidas, qué puedo decir. Ignoro si también en este caso se les pueda acusar de rebelión, pero me caben pocas dudas de que tiene que haber alguna otra figura jurídica, aunque no sea tan dura como la rebelión, por la que se les pueda acusar por su participación, votasen lo que votasen, en un acto absolutamente ilegal y anticonstitucional. Podían haberse negado a votar, como lo hicieron todos los diputados de  la oposición constitucionalista. Pero, claro, eso supondría, para quien se negase, convertirse en un paria proscrito por sus simpáticas y democráticas bases. Y no, prefirieron la actitud vergonzante y cobarde. Y si el número de procesados supera la setentena, espacio hay en las cárceles españolas.

Poco después, tras un breve Consejo de Ministros extraordinario, llegó la destitución de todos los miembros del gobern, el anuncio de la disolución del parlament y otras medidas políticas que el Senado ha autorizado al gobierno. Sólo he podido ver en diferido y fragmentariamente la intervención de Rajoy. Pero por lo que he visto me parece que ha estado soberbio. Por lo que diré más adelante, me preocupa la fecha tan próxima de las elecciones.

Se abre ahora un periodo difícil, muy difícil. En un momento esbozaré algunos posibles escenarios, pero antes quiero establecer lo que, a mi entender, debería ser la norma genérica de actuación. La definiré como la pesca del salmón. Los pescadores saben que cuando pica un salmón, su fuerza inicial es tanta que, si no se le da carrete, es posible que rompa el sedal y se escape. Sin embargo, tras los primeros arreones, el pez empieza a debilitarse. Es entonces cuando hay que empezar a recoger carrete. Eventualmente, el salmón puede tener episodios esporádicos de lucha. El pescador avezado sabe volver a soltar carrete para seguir recuperándolo inmediatamente después, cuando ceja el impulso del salmón. Los tirones del pez se van haciendo cada vez más débiles y más esporádicos, hasta que al final, llega mansamente a la orilla y se le atrapa con el retel. Esa debería ser, a mi entender la política a seguir.

Es posible, que el gobern se atrinchere en el Palau de la Generalitat o en sus respectivas consellerías, con las calles tomadas por sus agitadores. Sería, creo, un error entrar a por ellos. Es mejor dejarles que se agoten. ¿Qué podrían hacer en sus despachos con el teléfono y sus comunicaciones por internet cortadas, sus webs intervenidas, etc.? Por no hablar del corte del agua y la luz. Sólo desgastarse hasta que su situación sea insostenible y sus bases se harten de estar en la calle. Entonces sería el momento de ir con el retel. Y lo mismo opino si, en caso de delito, se escudasen en las masas para evitar ser detenidos. ¿Cuánto tiempo pueden estar en rebeldía tras su escudo de agitadores? Hasta los más contumaces y profesionales de sus activistas acabarán por cansarse y ese sería el momento. ¿Importa que sea quince o veinte días más tarde? Creo que no.

¿Y la calle? Debo decir que, incluso admitiendo la cifra de 17.000 personas agrupadas en la Plaza de San Jaume, me parece una cifra ridícula, sobre la base de los varios millones de habitantes que tiene Barcelona, para la celebración del Gran Día de la Ansiada Independencia. Y el aspecto de la plaza a las 10,30h era poco menos que desolador para los independentistas. Compárese con lo que fueron las calles de Madrid en 1931 cuando se proclamó la República. Por eso, mientras las protestas callejeras sean “pacíficas”, lo mejor es dejar que se desgasten. Otra cosa sería si esas protestas callejeras degenerasen en violencia, vandalismo y destrozos. Pero en ese mismo instante los agitadores profesionales se quedarían sin la gente que va a esas manifestaciones con los chavales a divertirse un rato protestando. Se quedarían solos. Y entonces serían fácilmente neutralizables por las fuerzas de seguridad y no tendrían la excusa de su supuesto pacifismo.

También es esperable la resistencia pasiva de los funcionarios, pacientemente seleccionados durante decenios por su fidelidad al nacionalismo independentista. Pero me caben pocas dudas de que no haya métodos para incoar severas medidas disciplinares de forma fulminante si se incumplen órdenes de forma sistemática. Y, al final, hasta el más independentista de los funcionarios tiene que comer y pagar su hipoteca y si algo se ha visto es que si en sus jefes no hay madera de héroes, difícilmente podrá encontrarse ese material en los peones de brega. Por tanto, no creo que esa resistencia se alargue en el tiempo de una forma generalizada cuando se empiecen a ver pelar las barbas del vecino.

Hay, sin embargo, dos cosas que sí me preocupan, y mucho. La primera es la posibilidad de que en las nuevas elecciones, convocadas para el 21 de Diciembre, no se pueda impedir que los mismos que ahora son destituidos se presenten como candidatos. Sólo tras ser condenados por delitos que lleven penas de, como mínimo, inhabilitación puede impedirse que se presenten. Y eso, me temo, no es algo que se pueda lograr en el corto periodo de tiempo de aquí a la nominación de candidatos. Y, la verdad, sólo pensar en ver otra vez en el parlament a Puigdemont, Junqueras, Romeva y otras gentes de su catadura, me produce náuseas.

La segunda es el control de TV3. Parece, eso he oído, que el PSOE ha hecho valer, como uno de los precios de su apoyo, que los medios estatales de comunicación no sean intervenidos. Pero al estar disuelto el parlament, parece que pasarían a depender de la Junta Electoral Central que, a su vez, creo, depende del Parlamento de España. Pero, ¿será ese un control eficaz y fiable? No lo sé, y me preocupa terriblemente. Porque con una TV3 como la que hay ahora, la campaña electoral sería tremendamente difícil para las fuerzas constitucionalistas. Y no quiero ni pensar en la situación si, de nuevo, tienen mayoría en el parlament los independentistas. Vértigo es demasiado suave para expresar lo que siento sólo de pensarlo. Recemos para que no sea así.

En fin, nada va a ser fácil ni las medidas van a poder ser eficazmente implementadas a partir del mismo lunes. Pero, ya veremos. Alguien me dijo el otro día que Rajoy era un viejo zorro que se meaba en los cepos. Pues el viejo zorro gallego sigue ganando puntos en mi escala de confianza y es posible que, una vez más, nos sorprenda con sus habilidades. Veremos.

Pero dejadme, para acabar estas líneas, formular una pregunta: ¿Os imagináis cómo hubiera sido esta criis si el día 4 de marzo de 2016 –hace menos de dos años de eso, ¡por Dios!– Pedro Sánchez hubiese logrado su investidura con sus 90 escaños, los 69 de Podemos, los 9 de ERC y los 8 de Democracia i Libertat (que eran las siglas con las que se presentó a las elecciones de 2015 CDC)? ¿Qué hubiese sido de España? Pudo haber ocurrido.



[1] Curiosamente, Cataluña es la única comunidad autónoma que no tiene una ley electoral propia y se rige, por tanto, por la LOREG (Ley Orgánica del Régimen Electoral General), que es la del Estado.

500 años de las 95 tesis de Lutero en Wittemberg

El próximo 31 de Octubre se cumplen 500 años del día  de 1517, en que Martín Lutero puso sus 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia de la Universidad de Wittemberg. Ese momento marcó el inicio de una controversia y de un proceso que acabó en una división que partió Europa en dos. Para unos ese drástico cambio supone un paso hacia la libertad y el progreso. Para otros un desastre que provocó sangrientas guerras y rompió para siempre lo que podía haber sido una Europa fuerte y unida. En estas líneas pretendo exponer mis razonados puntos de vista al respecto.

Para ello, conviene remontarse hacia atrás en el tiempo. Desde, al menos, la estancia del papado en Aviñón (1309-1377), la Iglesia había entrado en una época de corrupción y simonía que, seguramente, no tenía precedente en su historia. Antes de Aviñón la Iglesia otorgaba los llamados oficios y beneficios. Encargaba a una persona de un oficio –dirección de una tarea encomendada, espiritual o no– en una determinada región. Por su parte, esta persona recibía unas rentas –procedentes de las propias de la región en la que ejercía su oficio– que le remuneraban de sus quehaceres. Otra parte de las rentas iban a financiar al papado. Puede que el sistema no fuese ejemplar, pero llevaba siglos funcionando sin abusos excesivos, ya que regía la norma de que ninguna persona podía tener más de un oficio. Pero cuando el papado se instaló en Aviñón, se dio una vuelta de tuerca a esta práctica. Las ganancias futuras de varios años debían ser ingresadas en las sus arcas con antelación a la toma de posesión del oficio y, por tanto, antes de recibir ningún beneficio. Esto excluía de muchos oficios a las personas que no tuviesen riqueza o acceso al préstamo de los banqueros de la época. Y dado que las personas que sí tenían esa posibilidad eran muchísimas menos que los oficios disponibles, se empezó a dar cada vez más oficios a una sola persona, llegándose, en casos extremos, a acumular hasta varias decenas de oficios y beneficios en la misma persona. A su vez, ésta, incapaz de atender a sus múltiples oficios, subarrendaba los beneficios, siguiendo el mismo método. Ni que decir tiene que este sistema generaba una enorme corrupción. Y, cuando el papado volvió otra vez de Aviñón a Roma, las cosas no mejoraron, sino que con el paso del tiempo, se hacían cada vez peores.

Por otro lado, las luchas del papado con el Imperio por la disputa de la primacía del poder espiritual sobre el temporal o viceversa, empezada en 1075 con la llamada querella de las investiduras, crearon un sentimiento de hostilidad de los príncipes alemanes contra Roma. Éstos se sentían agraviados porque pensaban, con razón, que esa querella se llevaba con mayor virulencia contra Alemania que contra cualquiera de los nacientes estados nacionales como Francia, Inglaterra o los reinos de la península ibérica. Mediante el uso de excomuniones, el papado salió reforzado en estas diputas, incrementándose también el sentimiento de humillación de los príncipes alemanes. En 1303 el Papa intentó usar la excomunión contra el rey de Francia, Felipe IV, llamado el Hermoso. Éste respondió secuestrando al Papa y, unos años más tarde llevándose la sede del papado, a la fuerza, a la ciudad de Aviñón. De esta forma influía tanto en el papado que los siguientes siete Papas fueron franceses. Esto llevó al paroxismo el sentimiento antipapal del pueblo y los príncipes alemanes. Por otra parte, en el plano puramente político, existía una tensión creciente entre esos príncipes y el Emperador, al que pretendían ceder la menor soberanía posible sobre sus territorios, frente a las intenciones de éste de tener cada vez más poder sobre los ellos. Esta tensión política, unida a la corrupción económica de la Iglesia y al resentimiento alemán contra el papado estaban en pleno auge cuando Lutero entró en la historia.

Martín Lutero jamás se había planteado tener vocación religiosa. Su padre, pequeño empresario de la minería, quería para él una carrera de jurista y él parecía muy conforme con este designio paterno. Pero en 1505, con 22 años, yendo de la Universidad de Erfurt a su casa para unas vacaciones, se encuentra en medio de una terrible tormenta de rayos y uno de ellos, le tira al suelo. Entonces hace una promesa a santa Ana: ayúdame y me meteré monje. Lutero salva la vida y, efectivamente, contra la voluntad de su padre, entra en el convento agustino de Erfurt y en 1507, con sólo dos años de discernimiento, se ordena sacerdote. Es un brillante estudiante de teología y empieza una carrera de éxitos. En 1508 figura en la cédula de indulgencias concedida a los agustinos de Erfurt. En 1510 va a Roma. No parece que el fasto de la Ciudad Eterna le escandalice. Realiza las peregrinaciones a las basílicas para ganar las correspondientes indulgencias y sube de rodillas las escaleras del Ara Coeli. En 1512 logra el título de Doctor en Teología y es profesor de la Universidad de Wittemberg y en 1515 ya ha llegado a ser vicario para 11 conventos agustinos.

En el terreno filosófico Lutero está muy influido por las doctrinas de Guillermo de Occam respecto a la incapacidad de la razón para comprender las leyes divinas. Simplemente hay que aceptarlas con un voluntarismo ciego, sin intentar de ninguna manera explicarse su razón de ser. 

Pero tiene terribles problemas de castidad. Para Lutero, perfeccionista en todo lo que sea moral y cumplimiento, no se puede ser santo siendo pecador. Según él, para ser santo hay que ser perfecto. No tenía una visión de un Dios de misericordia que perdona setenta veces siete al pecador arrepentido y le concede la gracia para que, a pesar de sus caídas, alcance la salvación y, con ella, la santidad. Ciertamente no era esa la corriente predominante en la Iglesia en esos momentos, pero tampoco era algo ajeno a la misma. El propio san Agustín, en el que se inspiraba la Orden a la que pertenecía Lutero, creía que el hombre es salvado por pura gracia. Medio siglo más tarde, pero bebiendo de las mismas fuentes de las que podía haber bebido Lutero, aparecieron los grandes místicos españoles. Pero Lutero veía sólo al Dios Juez de terrible majestad de los Dies Irae de los Requiems. Y él quería estar convencido de su estado de gracia con una enorme escrupulosidad. De nada sirven los consejos de su confesor Staupitz en el sentido de tranquilizarle la conciencia con la confesión. La sola tentación, aún sin consentimiento de la voluntad, ya era pecado para él. Esto unido a su idea del Dios Juez Terrible le generaba enormes tensiones. Buscaba y buscaba, en grandes tormentos, respuestas en la Escritura. Y un día, leyendo la carta de san Pablo a los romanos, tuvo lo que él consideró una inspiración divina. No se sabe a ciencia cierta cuando fue ese día, pero Lutero lo recuerda y describe vívidamente en 1545, casi treinta años más tarde. Llama a ese momento Turmerlebnis –la experiencia de la torre– porque tuvo lugar en la torre de la Universidad de Wittemberg. Leyó el versículo 17 del capítulo 1 de esta carta que dice: “Porque en él, [en el evangelio] se manifiesta la justicia del Dios de fe, como está escrito: ‘el justo vive por la fe’”. En su angustiado estado de ánimo esto le pareció una auténtica liberación. Por supuesto que esta frase de las Escrituras es importante. El problema está en el hecho de que se tome fuera del contexto general de la Escritura y se la eleve a una categoría que haga que todo el resto se interprete a la luz de ese versículo. A lo largo de los quince siglos de vida de la Iglesia, había habido muchísimas corrientes y discusiones sobre la relación entre la gracia por la fe y el valor de las obras. En el siglo V, en tiempos de san Agustín, el monje Pelagio mantuvo una dura polémica con ese santo por decir –Pelagio– que la gracia no era necesaria para la salvación, que el hombre, con sus solas fuerzas, sin necesidad de la gracia, podía alcanzar la santidad. Fue considerado anatema. A partir de ahí, distintas corrientes adoptaban posiciones en las que el equilibrio del peso de gracia y obras se inclinaba más o menos en una dirección o en otra, pero siempre considerándose que en la salvación había un grado de cooperación entre ambas. Y todas esas corrientes eran aceptadas por la Iglesia. Pero Lutero, enardecido por la experiencia de la torre, adoptó el extremo opuesto a Pelagio. Las obras no podían tener ningún valor. El hombre era un ser tan herido por el pecado original que no era más que una piltrafa ante Dios y nada de lo que pudiera hacer podía tener el más mínimo valor ante Él[1]. Su razón estaba también tan herida que tampoco podía comprender de ninguna manera las leyes de Dios. Sólo cabía adoptarlas por puro voluntarismo. La razón únicamente podía extraviar al hombre, hasta el punto de que para Lutero merecía el apelativo de “prostituta del diablo”. Y, como consecuencia, la libertad de seguir a la razón era también algo perverso. Dios sabía de antemano quién estaba destinado a la salvación y quién a la condenación y, por tanto, nada podía hacer el hombre para estar en un sitio u otro.

Aunque no se conoce la fecha exacta de la experiencia de la torre, parece que fue poco antes de la predicación de las indulgencias para conseguir dinero para la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. No se puede generalizar, pero la predicación de esas indulgencias alcanzó en algunos lugares unos niveles de simonía de auténtico escándalo. En 1513, el príncipe Alberto de Brandeburgo, hermano del elector imperial, fue nombrado arzobispo de Magdeburgo y administrador apostólico de la diócesis Halberstadt con tan solo 23 años. Al año siguiente fue nombrado también arzobispo de Maguncia previo pago de 14.000 ducados. Para acumular estos tres oficios tuvo que pedir una dispensa a Roma que le costó otros 10.000 ducados. Para pagar estas sumas se endeudó con los banqueros Fugger, que le sugirieron una forma de pagar ese préstamo. La mitad de la recaudación de las indulgencias en sus tres diócesis sería para él y serviría para pagar la deuda con los Fugger. Es difícil ver un comportamiento más escandaloso. No es posible que Lutero, pobre fraile, supiera nada de estos enjuagues. El primer Domingo de Adviento de 1516 Alberto predico las indulgencias en sus diócesis y nombró a dos comisarios para llevar a cabo la campaña de las indulgencias. Y, como cabía esperar, la forma de predicar esas indulgencias fue disparatada. De nada de esto se enteró Lutero porque Wittemberg no pertenecía a esas diócesis y en Sajonia, donde se encuentra Wittemberg, estaba prohibida la recaudación de dinero mediante indulgencias. Pero algunos penitentes suyos que fueron a las predicaciones de indulgencias se lo contaron escandalizados. No es de extrañar que esas prácticas indignasen a Lutero.

Es importante decir que en algunos países, ya se había llevado a cabo una reforma de las costumbres y prácticas de la Iglesia. En España, el Cardenal Cisneros, había erradicado la inmensa mayoría de esas prácticas. Lutero podía haber sido el Cisneros de Alemania y hubiese prestado un inmenso servicio a la Iglesia. Decidió redactar 95 tesis, escritas en latín, contra las indulgencias y clavarlas en la puerta de la iglesia Universidad de Wittemberg. No tengo la capacidad teológica para juzgar cada una de las tesis. Seguro que había muchas perfectamente razonables y enormemente justas. De ninguna manera iban contra el Papa. De hecho, algunas de ellas, decían que si las indulgencias se hubiesen predicado de acuerdo con las instrucciones papales, el escándalo no se habría producido. Pero, en general, se negaba la posibilidad de que de ninguna manera, ni el Papa ni nadie podía lograr que se  obtuviesen indulgencias por las almas del purgatorio. Eso iba en contra de la relectura de la Biblia que Lutero había realizado a la luz de la experiencia de la torre. No se sabe a ciencia cierta si realmente Lutero clavó las tesis en las puertas de la iglesia de la Universidad o si, simplemente, las mandó por carta al propio príncipe Alberto, obispo de Maguncia. En cualquier caso, lo de clavar las cosas en las puertas de madera era una práctica casi tan habitual como los paneles informativos de una universidad actual. De ninguna manera revestía el carácter simbólico de protesta que hoy nos parece tener. Lutero propuso tener una discusión académica en la Universidad de Wittemberg sobre estas tesis, pero tal discusión no tuvo lugar, probablemente porque los doctores de esa Universidad pensaban que tenían cosas más importantes o urgentes que hacer. Como pasa hoy en tantas universidades con tantos temas.

Sin embargo, sin conocimiento de Lutero, se copiaron a mano, se tradujeron al alemán y fueron ampliamente difundidas en toda Alemania, donde prendieron como yesca por el ambiente antirromano del que he hablado anteriormente. El pueblo vio en Lutero un líder que podía dirigir la lucha contra el fiscalismo papal. En cambio, no despertaron excesivo interés entre el resto de los teólogos alemanes del momento. Pero uno de los pocos escritos contra las tesis, el del teólogo Johanes Eck, despertó las iras de Lutero porque al parecer decía que había en sus tesis un cierto paralelo con las doctrinas de Johanes Hus, hereje húngaro cuyas doctrinas fueron condenadas en el concilio de Basilea y que acabó en la hoguera. El Papa León X consideró despectivamente todas estas cosas como disputas de frailes. Sin embargo, encargó al general de los agustinos que en el siguiente capítulo de la orden calmase al hermano Martín. Pero éste rechazó la corrección y siguió predicando sus tesis, arrastrando con él a la gran mayoría de los miembros de la provincia alemana de los agustinos.

Fue en ese momento cuando Lutero ganó para su causa al príncipe elector Federico de Sajonia y el problema pasó de la esfera de una discusión académica-teológica no demasiado relevante, al plano político. El elector de Sajonia era contrario a que el nieto del Emperador Maximiliano, Carlos I de España, fuese elegido como su sucesor. En eso coincidía con el Papa, que, para no contrariar a Federico, pospuso cualquier decisión sobre el tema de las indulgencias. En la Dieta Imperial de Octubre de 1518, siendo todavía emperador Maximiliano I, Lutero fue invitado a defender sus ideas frente al legado pontificio. Se le pidió que se retractase, pero lo que hizo fue huir de la ciudad dejando una carta al Papa en el que le expresaba su sumisión, pero no se retractaba de sus puntos sobre las indulgencias, el valor de los sacramentos, las indulgencias, los méritos de Cristo en las mismas, las obras y la gracia, salvo que se le refutasen desde su especial lectura de las escrituras. Mientras tanto, las tesis de Lutero, apoyadas por el sentimiento anti romano y antiimperial de los alemanes, seguían imprimiéndose y circulando junto con las más insultantes, groseras y soeces caricaturas contra el Papa y contra Roma. Caricaturas que cuando se ven hoy en día hieren a la sensibilidad más correosa, se piense lo que se piense. Al llegar a Wittemberg, apeló a un concilio ecuménico como solución. Parecía, sin embargo, que no era necesario un concilio ecuménico para algo así. Por eso, y por cuestiones políticas en las que estaba envuelto el papado, no se convocó.

En Junio d 1519 se concertó una disputa teológica en Leipzig con Johanes Eck. Eck, mucho más versado en teología que Lutero, le fue acorralando dialécticamente haciendo que, para mantener sus posturas iniciales, Lutero tuviese que adentrarse más y más en diferentes contradicciones con los acuerdos teológicos de los concilios anteriores. Al final Lutero, para defender sus posturas iniciales tuvo que acabar negando la validez de todos los concilios. Esto tiraba por la borda quince siglos de teología en la que se habían definido cosas como las dos naturalezas, humana y divina de Cristo, en su persona divina, la presencia real de Cristo en la Eucaritía, etc. No es que Lutero negase esos dogmas, pero negaba la base en la que se sostenían. Todos hemos tenido discusiones en las que acabamos diciendo cosas que no creemos. Esto le pasó a Lutero. Para mantenerse en sus trece, tuvo que llevar al límite su idea de que sólo la escritura, interpretada a la luz del pasaje de la carta de san Pablo a los romanos, sin ninguna interpretación posterior válida, era fuente de certidumbre teológica. Lo que ocurre es que, privado todo de la Tradición, la interpretación quedaba a merced de la subjetividad de cada uno lo que, como se vio más tarde, llevó a una atomización inaudita de las interpretaciones bíblicas. Además, el asunto, había dejado de ser una mera disputa académica para convertirse en algo mucho más grave que despachaba, de un plumazo, y por el empecinamiento de una persona, quince siglos de la Iglesia. Toda la exégesis llevada a cabo durante esos siglos por la multitud de padres de la Iglesia quedaba reducida a polvo. Parece que Lutero fue consciente de eso y sus argumentos, a partir de entonces, dejan de tener cualquier aspecto teológico y van adquiriendo un tinte cada vez más político, populista y demagógico, excitando el sentimiento alemán anti romano y anti emperador –que ya era Carlos V.

Lutero es entonces, no antes, excomulgado y pasa a depender del favor del pueblo y del capricho de los príncipes a los que tiene que ganarse como sea. El elector de Sajonia exige que Lutero pueda expresarse en la Dieta imperial de Worms, en 1521, porque no se puede condenar a un alemán sin oírle antes. El emperador Carlos le invita a la Dieta imperial de Worms. dándole su palabra personal de que nada le ocurrirá. En las ciudades por las que pasa se le tributa un recibimiento triunfal. En la dieta, tras ser oído y rebatido se le pidió que se retractase. Tras pensarlo durante una noche se negó. Lo hizo porque en su refutación se utilizaban argumentos de la tradición y de los concilios de la Iglesia que él no aceptaba. Sólo aceptaba la escritura. Su manera de leer la escritura. Lo demás, eran aguas de borrajas. Lutero salió de la Dieta a hombros de varios nobles sajones y aclamado por la multitud que gritaba; “Buntschuh! Buntschuh!”, el grito habitual en los levantamientos populares, que hacía referencia a la humilde sandalia usada por los campesinos, en contraste con el zapato cerrado y con hebilla de las clases más elevadas. Carlos, cumpliendo su palabra, le dejó marchar con un salvoconducto de veinte días. Pero expresó su intención de detenerlo tan pronto como expirase el salvoconducto. Entonces, el elector de Sajonia, protector de Lutero, finge un rapto y le lleva a su castillo de Wartburg. Estará allí un año. En este tiempo traduce al alemán el Nuevo Testamento entero y comienza la traducción del Antiguo, que no terminará hasta doce años más tarde. Pero, cada vez más radicalizado, escribe dos obras más. Una contra la Misa de la que se burla con gran dureza y un folleto sobre los votos monásticos. Dado que él ha perdido, si es que algún día la tuvo, la vocación religiosa, decide que todos los votos monásticos son inválidos. Ciertamente, en una época de gran relajo espiritual, había religiosos y religiosas que estaban en sus conventos como alma en pena. Pero también los había con una sincera y profunda vocación. Sin embargo, los primeros se unen en masa a las tesis de Lutero. Los segundos serán expulsados de los conventos más tarde, cuando Lutero imponga su disciplina en los lugares en los que su reforma triunfe.

Pero en 1522, con Lutero en Wartburg, el movimiento iniciado por él en Wittemberg, se va deslizando hacia el caos bajo la dirección del radical Andreas Karlstadt. Esto obliga a Lutero a dejar su refugio de Wartburg y volver a Wittemberg, bajo la protección de los príncipes que le apoyan. Una vez en Wittemberg, Lutero restablece el orden, pero se da cuenta de que es necesaria una organización similar a la de la odiada Iglesia de Roma. Así, promulga la llamada liturgia de Wittemberg, que eliminaba de un plumazo la Misa, la confesión, el ayuno, el monacato y el celibato. También establece un catecismo, basado en su lectura de la Biblia, en dos versiones, una para la gente culta y otra para el gran público. Proclama que los bienes de los conventos y de las diócesis podían ser confiscados para el bien de los fieles bajo la tutela, claro, del príncipe. Este pequeño detalle le atrae la simpatía a su causa de muchos príncipes alemanes. Él mismo abandona los votos monásticos y en 1524 se casa con una monja cisterciense exclaustrada, Catalina de Bora. Como es lógico, al poder cada uno interpretar las Escrituras según le parezca, no tardan en aparecer nuevas corrientes como la de Zuinglio en Suiza y, más tarde, la de Calvino en Ginebra, iniciándose la atomización, que ha continuado hasta el día de hoy, de los ritos y creencias de las confesiones distintas de la católica.

A fines de 1524, los campesinos se inflamaron con la idea de que también ellos podrían tener derecho, como los príncipes, a esos bienes incautados a la Iglesia y se empeñaron en instaurar el Reino de los Cielos bajo la forma de una comunidad de campesinos regida según las normas del Evangelio. En marzo de 1525, se proclamaron doce artículos que eran doce peticiones a los príncipes y nobles. Leídos hoy en día parecen enormemente razonables, pero en aquella época eran algo verdaderamente revolucionario. Por supuesto, los príncipes los rechazaron y esto generó una violencia que acabó en una terrible revuelta que, eventualmente llegó a ser una auténtica guerra. El ex sacerdote Thomas Münzer, que se hacía llamar “la espada de Gedeón” se puso al frente de la revuelta. Al principio Lutero tomó partido por los campesinos y escribió una “Exhortación a la paz sobre los doce artículos de los campesinos”. Pero cuando la violencia fue in crescendo, se pasó al lado de los príncipes, sus protectores, y escribió un durísimo apéndice a la obra anterior, con el título de “También contra las bandas asesinas y bandoleras de los campesinos”, en la que se pueden leer frases del siguiente tenor: “Por ello los debe arrojar, estrangular, degollar, secreta o públicamente, todo el que pueda, y recordar que nada puede haber más venenoso, dañino y diabólico que un hombre rebelde, lo mismo que cuando se tiene que matar a un perro rabioso. Si tú no lo matas, él te matará a ti y a todo el país contigo. Acuchíllelos, mátelos, estrangúlelos todo el que pueda. Y si en ello pierdes la vida, dichoso tú; jamás podrás encontrar una muerte tan feliz. Pues mueres obedeciendo la palabra de Dios y sirviendo a la caridad”. La represión fue terrible. Según las fuentes se estiman que entre 100.000 y 130.000 campesinos murieron en la guerra o en las represalias posteriores.

Para ganarse el apoyo de los príncipes necesitó darles ciertos privilegios. Desde hacía siglos, la Iglesia había mantenido una tirante relación de búsqueda del equilibrio entre el poder espiritual y el temporal. Lutero rompió esta dialéctica dando la supremacía en todos los campos al poder temporal, con una fórmula que quedaría consagrada años más tarde: “Cuius regio, eius religio” que establecía que los súbditos debían profesar la religión que estipulase el príncipe que era, además, quien nombraba los cargos eclesiásticos y establecía la disciplina. Éstas eran, evidentemente, unas tentaciones difíciles de resistir por los príncipes. Unirse a la reforma de Lutero suponía para ellos dinero, un arma para enfrentar el poder imperial, una victoria definitiva del poder secular sobre el incómodo poder espiritual y, por si esto fuera poco, carnaza para satisfacer al pueblo en su sentimiento antirromano. Y así se fueron desarrollando las cosas en los siguientes años. Por supuesto, el Papa podría haber convocado un Concilio y el Emperador podía haber actuado con contundencia contra las pretensiones de poder de los príncipes. Si algo así se hubiese hecho en los primeros estadios del problema, muy probablemente la reforma no hubiese tenido éxito.

Pero hubo problemas que impidieron estas acciones. Por un lado, el papado, con alguna excepción en algún momento, no veía con buenos ojos el excesivo poder que acumulaba el Emperador, a la vez rey de España. Convocar un Concilio era echarle una mano. Por otro lado, Francisco I de Francia, que había visto fracasar su intento de ser nombrado él mismo emperador, alimentaba un resentimiento personal hacia Carlos, además de un temor hacia su acumulación de poder. Ese poder amenazaba sus aspiraciones en Italia. Todo esto hizo que Francisco I empezase, desde el mismo momento en que Carlos fue elegido como Emperador, una continua campaña de hostilidades hacia él. Estaba además el peligro turco. En 1520 Solimán el magnífico accedió a ser el Sultán de la Sublime Puerta. Inmediatamente empieza la conquista de Hungría y en 1529 pone sitio a Viena. En su afán por oponerse a Carlos, Francisco I no duda en aliarse con los turcos y con los príncipes alemanes protestantes. Incluso el Papa se alinea con esta alianza para oponerse al Emperador. Carlos tiene que batallar en todos esos frentes durante prácticamente todo su reinado y no puede ocuparse del problema de Alemania, que ve cómo se agrava de año en año, además de extenderse a otros países como Escocia, Suiza o Suecia.

No es hasta 1546, veintinueve años después de iniciarse el problema, y ya muerto Lutero, cuando puede dedicarse a restablecer su poder en el Imperio. En 1547 el Emperador derrota a la liga de Esmalkalda en la batalla de Mühlberg. Se firma la Capitulación de Wittemberg en la que los protestantes se comprometen a reconocer el Concilio de Trento, que se había convocado, por fin, pero demasiado tarde, en 1545. El Emperador convoca la Dieta de Augsburgo en la que, para intentar volver a integrar a los príncipes protestantes, les hace concesiones como la posibilidad de comunión bajo las dos especies para los laicos, la no imposición del celibato sacerdotal y la aceptación de las apropiaciones de bienes eclesiásticos que se habían hecho en beneficio de los príncipes protestantes, en lo que se conoce como el Interim de Augsburgo. Pero pronto, los príncipes alemanes volvieron a rebelarse contra el Emperador. Esta vez las cosas no fueron tan bien para Carlos. Estuvo a punto de ser apresado en Innsbrück, de donde tuvo que huir humillantemente, atravesando los Alpes con un pequeño contingente, en medio de una tormenta de nieve. Así, en 1555, el Emperador se vio obligado a pedir la paz de Augsburgo en la que se consagró oficialmente el principio luterano del “cuius regio, eius religio”. La reforma luterana había triunfado. Descorazonado por el fracaso, Carlos decidió abdicar.

Hay quien piensa que gracias a esta reforma Luterana, Europa fue capaz de iniciar la Ilustración un par de siglos más tarde. Construir futuribles es algo que cae mucho más allá de las capacidades humanas. Pero me atrevo a decir –que atrevida es la ignorancia– que no fue por eso por lo que se inició la Ilustración. Ésta fue el fruto de principios de libertad humana y de igualdad de dignidad entre todos los hombres que son muy, muy anteriores al siglo XVI y que hunden sus raíces en la esencia del credo judeo-cristiano. Por tanto, pienso que un proceso similar al de la Ilustración hubiese tenido lugar igualmente si Lutero, en vez de romper la cristiandad, hubiese sido un reformador desde dentro, como lo había sido antes que él el cardenal Cisneros en España. He dicho antes “un proceso similar a la Ilustración”. Y al decir similar quiero decir, mejor. Tal vez la reforma luterana haya acelerado la Ilustración. Pero creo firmemente que la aceleró haciéndola entrar en una vía de descarrile. En palabras de Arnold J. Toynbee, La tolerancia lograda por la Ilustración constituyó una tolerancia basada, no en las virtudes de la fe, esperanza y caridad, sino en las enfermedades mefistofélicas de la desilusión, la aprensión y el cinismo”. Porque lo que sí salió dañado de la reforma Luterana fue la razón, “la prostituta del diablo”, como la llamó Lutero. A pesar de su nombre de racionalismo, filosofía iniciada en Francia por el católico Descartes en 1637 con su “Discurso del método…” y, a pesar de que el título se completa con “… para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias”, esta obra parte de una profunda desconfianza en la razón para alcanzar verdades metafísicas. Es decir, parte de una razón contagiada de luteranismo. A ese racionalismo se puede aplicar el título del grabado de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”. Porque el atajo de buscar la tolerancia con una razón dormida, es decir, mutilada de su capacidad metafísica –que esa es la razón racionalista– produce el monstruo de la posverdad que hoy nos asfixia. Es esta mutilación metafísica de la razón la que, al andar de los siglos, ha llevado a la situación actual de una sociedad donde la razón ha quedado totalmente sometida a su fruto, el monstruo del sentimentalismo más blando y amorfo que es, sin duda, uno de los cánceres de la civilización occidental. Además, la reforma luterana rompió de forma irreversible una Europa que podría haber sido un bloque mejor cohesionado, con menos nacionalismos y menos herida por la historia. Por eso digo que ese proceso similar a la Ilustración que hubiese tenido lugar sin la reforma protestante, hubiese sido mejor. Tendríamos ahora una Europa igualmente respetuosa con las libertades, la dignidad e igualdad de todos los hombres, pero sólida y capaz de defender con orgullo sus logros, en vez de gelatinosa y aquejada de una espantosa enfermedad autoinmune. Y estoy convencido de que el tiempo dedicado a buscar la tolerancia en las virtudes de la fe, esperanza y caridad”, en vez de en la desilusión, la aprensión y el cinismo”, hubiese dado un fruto muchísimo más en sazón. Sobre esa base, todo hubiera sido distinto: la revolución industrial hubiese sido, tal vez, diferente; tal vez el colonialismo habría sido distinto y África y Asia serían diferentes; tal vez no hubiese aparecido el comunismo; tal vez no hubiesen tenido lugar las dos terribles guerras mundiales que ha sufrido la humanidad; tal vez… Ya he dicho que construir futuribles está mucho más allá de las capacidades humanas. Pero se me antoja que éste no es descabellado.

Así que no me uniré a las celebraciones que van a tener lugar en este quinto centenario de las tesis de Lutero en Wittemberg. En vez de eso, iré a Misa para pedirle en la Eucaristía al Señor de la Historia, el que sí puede construir futuribles, una Europa, un Occidente y, por qué no, un mundo, fundados en la tolerancia basadaen las virtudes de la fe, esperanza y caridad”, que se parezcan al futurible que acabo de construir. Amén.



[1] El 31 de Diciembre de 1999 esta querella entre luteranos y católicos sobre la cooperación de la fe y las obras quedó zanjada con una declaración conjunta de ambas confesiones que dice: “Sólo por la gracia, mediante la fe en Cristo Jesús y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, capacitándonos para las buenas obras y llamándonos a ellas”

21 de octubre de 2017

El futuro ante un 155 necesario y bien aplicado

El 155 ya está en marcha con medidas concretas, contundentes y decididas, tras agotar, con paciencia y prudencia ejemplares, todos los caminos. No voy a desglosar esas medidas, cualquiera puede ver la comparecencia del Presidente del Gobierno o leerlo en cuanto aparezca por escrito. Pero sí quiero alertar sobre determinados peligros del futuro.

Estamos empezando un camino difícil, muy difícil. Y largo, muy largo. Pero ante este camino ya sólo quedan dos posturas, apoyar o poner obstáculos. Por supuesto, apoyar no quiere decir hacerlo incondicionalmente, pero sí lealmente. Poner obstáculos sería lo que siempre ha ocurrido en la historia de España, para nuestra desgracia. Demostrar una vez más la incapacidad de unirnos en lo fundamental, dejando de lado lo accesorio. Por supuesto, inmediatamente después han aparecido los Echenique y Rufianes de turno echando espuma por la boca. Dentro de poco lo hará Puigdemont, la CUP y la Colau. Ladran, luego cabalgamos, amigo Sancho. Los que no formemos parte del coro de esos ladridos debemos apoyar, cada uno desde su sitio, de forma unánime y clara.

Muchos se han opuesto hasta hoy a Rajoy llamándole cobarde, pusilánime, incluso, traidor, malinterpretando su prudencia y astucia. Creo que el tiempo de esto ha pasado. Es de sabios rectificar a tiempo y, por lo tanto, pido a los que hayan estado en esta postura, que son sabios, que lo hagan cuando todavía es tiempo y no se empecinen en su postura.  Por otro lado, está el PSOE que, si bien ha apoyado la aplicación del 155, ya ayer en El Mundo, avisaba que la aplicación del 155 debería ser “muy, muy limitadas” –no limitadas, ni muy limitadas, sino muy, muy limitadas– y ser “lo más breve posible”, además de avisar que no quieren que “en ningún caso se repitan escenas violentas como las del 1 de octubre e incluso se evite una posible detención de Puigdemont en medio de un enfrentamiento civil para tratar de impedirla” (Diario El Mundo, Viernes 20 de octubre de 2017, pag 4). Pero la fiscalía ya ha dicho que está preparada para acusar de rebelión a Puigdemont si declara la independencia, cosa que Puigdemont ha dicho, en la última respuesta al Gobierno, que hará. Sí lo hace, por supuesto, hay que detenerle. Pero, en cualquier caso, habrá “un enfrentamiento civil” y, parar la detención de Puigdemont por miedo a esos enfrentamientos, aparte de no estar en las manos del gobierno, sería un grave error. Y si se producen estos “enfrentamientos civiles” –que se producirán aunque no se acuse y detenga a Puigdemont, con su destitución ya anunciada en el 155–, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del estado tendrán que intervenir. Y si, ojalá no sea así, hay heridos, hay que estar incondicionalmente con las FFCCSE en defensa de la legalidad. ¿Lo estará el PSOE? ¿O se romperá la caña quebrada y herirá la mano de quien se apoya en ella. Esperemos que no se rompa, pero… Por otro lado están, claro, los perros que ladran. Entre estas Scylla y Caribdis tiene que pasar el astuto Ulises. Intentemos ensanchar el paso y rememos con todas nuestras fuerzas para pasar lo más rápido posible. Pero no dividamos el frente los que queremos la unidad de España dentro de la más estricta legalidad. Hay dos citas del Evangelio que me gustaría traer aquí:

“Los que no están contra mí, están conmigo”. No estemos contra un Gobierno que apoya con la legalidad la unidad de España.

“El que no recoge conmigo, desparrama”. Recojamos con ese Gobierno las cosas que puedan servir para suturar la herida tras la necesaria cirujía.

Hay que decidir si estamos con las cañas quebradas, con los perros que ladran o con los jinetes que cabalgan. No hay mucho término medio. No obstante, este apoyo, tampoco puede ser incondicional. Por ejemplo, se ha dicho, sin ninguna base en las declaraciones de Puigdemont, que va a ser él quien va a disolver el parlament y convocar elecciones antes de que el Senado apruebe las medidas del 155. Pienso que si eso ocurre, no por ello debe darse marcha atrás en el 155. Las elecciones que pueda convocar de Puigdemont, que serían antes de Navidad, no son las elecciones que Cataluña y España necesitan. Espero que si esta trampa de Puigdemont se produce, el gobierno no retroceda, aunque algunos de sus aliados –la caña quebrada– le puedan pedir que lo haga. Esperemos que Puigdemont no intente ese camino y que, si lo hace, nadie trague ese cebo.

Recemos, cada uno con la fe que tenga y en la que lo tenga, para que la mente del Gobierno, la oposición, el pueblo español y, por qué no, los independentistas, sea iluminada por ese o eso en lo que cada uno crea y a lo que rece. Yo se lo pido a Dios con toda mi alma.


19 de octubre de 2017

Siguiente jugada del rey solo frente a rey, alfil y caballo o cómo reacciona el toro manso Puigdemont

Pues sí. Puigdemont se mantiene en sus trece y el 155 ya está en marcha. El sábado se celebrará un Consejo de Ministros Extraordinario en el que se decidirán las medidas que se tomarán una vez esté en vigencia y se mandarán al Senado. Se espera que el Senado acabe los trámites a finales de mes. No sería de extrañar alguna jugarreta de Puchi de aquí a que el Senado lo apruebe. Bueno, el gobierno estará a la que salte y responderá con su movida. Pero el toro manso sigue siendo peligroso y la partida de rey, alfil y caballo contra rey solo, continua imperturbable. Paciencia y astucia.

Por su parte Puchi, en la carta que ha mandado hoy, y cuyo link podéis ver más abajo, sigue como toro manso, pero astuto, intentando evitar ser acusado de rebelión por los fiscales y jueces y cuida mucho sus palabras. Atribuye al pueblo de Cataluña, es decir, a Fuenteovejuna, el mandato de la independencia y de él mismo sólo dice que “El 10 de octubre, el Parlament celebró una sesión con el objeto de valorar el resultado del referéndum y sus efectos; y donde propuse dejar en suspenso los efectos de aquel mandato popular”. O sea, del que puede decirse, según Puchi, que declaró la independencia es del pueblo de Cataluña. Él se limitó a dejar en suspenso el mandato popular, suspensión que, dice, continua vigente. Pero, “si el Gobierno del Estado persiste en impedir el diálogo y continuar la represión, el Parlament de Cataluña podrá proceder, si lo estima oportuno, a votar la declaración formal de independencia que no votó el día 10 de octubre”. (Las negritas son mías) Es decir, no se da ningún plazo para que se reúna el parlament, ni afirma que éste declarará la independencia.

Nada de esto tiene importancia para la puesta en marcha del 155, pero sí la tiene, y mucha, para la causa penal que puedan iniciar jueces y fiscales contra él y otros miembros del Parlament. Analizo los dos planos, el político y el penal.

En el político, el 155 está en marcha. Pero lo que veo es miedo a convocar el parlament y que la independencia sea declarada por alguien con cara y ojos, distinto de abstracto pueblo de Cataluña. Y creo que lo hace porque tiene miedo de que en el parlament no se apoye esta declaración, por defección de alguno de sus miembros que sepan que, si lo hacen, sí que pueden verse incursos en el delito de rebelión. Y eso, claro, acojona a los parlamentarios y, de paso, a Puchi, por el doble miedo a las consecuencias penales y a que le dejen con el culo al aire.

En el plano penal, Puchi pisa sobre piedras resbaladizas, pero no acaba de meter el pie en el agua. Porque las palabras, para los temas penales, importan, y mucho. Supongo que muchos habréis visto la película “Un hombre para la eternidad” que narra el juicio de Enrique VIII contra Tomás Moro para acusarle de alta traición y cortarle la cabeza. Alguien le dijo a Moro que qué importancia tenían las palabras. A lo que éste respondió algo así como: las palabras lo son todo. Sólo me pueden acusar de traición por lo que diga. Y Puchi cuida sus palabras porque intenta a la desesperada que no se le pueda decir que ha declarado la independencia. A Tomás Moro le cortó la cabeza Enrique VIII, a pesar de su silencio, porque no había un Estado de Derecho. Pero en España sí lo hay y las palabras cuentan. Sin embargo, el día en el que se convoque al parlament, se vote y se apruebe la independencia (o tal vez aunque no se apruebe paro haya quien vota a favor), entonces sí que habrá posibilidad de acusar no por lo que se diga, sino por lo que se haga. Porque las palabras cuentan, pero lo hechos más y en ese caso el delito sería tan flagrante como el de Tejero. De ahí las dudas de Puchi. Pero, tarde o temprano, espero, la piedra en la que pise se moverá y se caerá al agua. Y entonces vendrá el llanto y el crujir de dientes. Veremos.

Ahí va el link a la carta de Puchi.

18 de octubre de 2017

Manejar el "incómodo" Estado de Derecho

El Estado de Derecho es uno de los inventos más grandiosos de la humanidad. Es, como le oí decir el otro día en el Congreso a Albert Rivera, el poder de los que no tienen poder. Gracias a su entramado de leyes, jerárquicamente organizadas, son posibles la convivencia, la creación de riqueza y la democracia. Porque no es la democracia la que engendra el Estado de Derecho, sino al revés, es éste el que hace posible aquella. Sin la seguridad jurídica que proporciona el Estado de Derecho, la vida sería un infierno. Una de las funciones de éste es la defensa del individuo y sus libertades frente a otros individuos pero, sobre todo, frente al estado. Porque el estado, sin su apellido “de Derecho”, puede ser, y normalmente es, un Leviatán –como le llamó Hobbes– que atropelle y pisotee todo y todos los que se le pongan por delante. Es cierto que, demasiado a menudo, el esqueleto de leyes que lo sustentan se parece más a una tela de araña que nos dificulta movernos. Además, la democracia, hija del Estado de Derecho, genera un sistema de mayorías o minorías parlamentarias que hacen que para actuar, los gobernantes tengan que llegar a muy incómodos pactos. ¡Qué engorro para quien gobierna! Es también cierto que, a veces, a pesar del Estado de Derecho, las libertades e intereses de los individuos, sobre todo de los más débiles, son vulnerados por los de los más poderosos o por el propio estado. Pero eso son tan sólo vicios de esta magnífica institución. No hay creación humana que no tenga sus vicios y el Estado de Derecho no es una excepción. Pero con todo, ¡bendito sea el Estado de Derecho!

Hay un tipo de personas a los que detesto con toda mi alma. Son aquellos que, conociendo a la perfección esa tela de araña –cuando el entramado de leyes se convierte en eso– se aprovechan de ella precisamente para destruir el Estado de Derecho. Saben esconderse en los recovecos legales para salirse con la suya. Quien se enfrenta con estas personas, sus taimadas argucias puede acabar por machacarle. Entre estas personas a las que detesto se encuentra, en general, la izquierda antisistema, que participa para destruir. Pero, desde hace al menos cuarenta años, en España, también el nacionalismo independentista se ha sumado a esta táctica. Y lo que nació para defender a los individuos del estado, se puede convertir en el instrumento para acabar con el Estado de Derecho. Por eso, los gobernantes, cuando se enfrentan con este tipo de personas o grupos, tienen que andarse con pies de plomo. Porque una metedura de pata de un ciudadano o un grupo de ciudadanos en esta pugna, es muy fácil de enmendar. A veces basta con que cambie de nombre. Véase si no el cambio del CDC por PDeCAT. Pero cuando el gobernante, actuando para defender el Estado de Derecho contra estas personas, corta uno de los hilos de la tela de araña o pisa una de sus líneas rojas, las consecuencias suelen ser nefastas para éste, causándole un daño irreparable y dejándole a los pies de los caballos. Esta guerra es una guerra de astucia y de nervios que puede parecer exasperante al que la ve desde fuera y que, sin darse cuenta de la complejidad de la lucha, y llevado por su impaciencia, quiere que el gobernante entre cual caballo en cacharrería. Y ¡ay del gobierno que ante esta presión, que puede llegar a ser tremenda, apresura el paso y se salta etapas y procesos tan exasperantes como necesarios! No soy, ni mucho menos, un experto en ajedrez. Pero sé que el final más difícil de una partida es dar jaque mate con sólo un alfil, un caballo y, por supuesto, el rey, cuando el contrario se ha quedado sólo con el rey. Requiere seguir un tedioso protocolo contra el que el rey contrario puede engañar al jugador inexperto con aparentes atajos que conducen a consumir jugadas. Y si se llega a las cincuenta, el rey solitario fuerza tablas, para desesperación del contrario.

Es evidente que me estoy refiriendo a la situación actual. Desde que empezó la democracia en España, unos partidos que, de forma más o menos explícita, tenían el objetivo de independizarse, tejieron una paciente estrategia a largo plazo. Empezó por un diseño de estado autonómico aberrante. Después se hizo una ley electoral que, por misterios insondables de la naturaleza, hacía que los partidos autonómicos consiguiesen muchos más escaños por el mismo número de votos que los partidos de ámbito nacional. Siguieron aprovechándose de la ingenuidad o ansia de gobernar de los distintos partidos que ganaban las elecciones sin mayoría absoluta. Éstos fueron cediendo, de forma insensata, más y más competencias a las CCAA cuyos partidos independentistas aplicaban esa estrategia encubierta. Especialmente graves fueron las cesiones en educación y en control de los medios públicos de comunicación. Felipe González que, como todos, cedió muchas competencias, supo ver esa estrategia. La ilustró con un ejemplo gráfico: El ejemplo del salchichón. Venía a decir: Negociar con los nacionalistas –entonces no se declaraban independentistas– es como tener un salchichón que éstos miran con ansia. Te piden que les des la mitad y, a base de negociación, consigues darles sólo un tercio y te crees muy listo por ello. Pero, no bien les has dado “su” tercio, se lo guardan y siguen mirando ansiosamente el trozo que te queda, del que te piden la mitad. De nada sirve que les digas que les has dado ya un tercio. Ese tercio es suyo, sin discusión posible. Ahora están en juego tus dos tercios, de los que te piden la mitad. Otra vez, negociando hábilmente –te crees– consigues darles sólo un tercio de lo que te queda, para que el proceso se repita indefinidamente hasta que te quedas sin salchichón. Así han caído en la trampa, llevados por su afán de gobernar, por su ingenuidad o por ambas cosas Adolfo Suárez, Felipe González –a pesar de su cuento del salchichón– y Aznar. Caso aparte es el de Rodríguez Zapatero, que concedió lo que concedió gratis et amore, sin mediar presión, simplemente porque sí. De ahí nace el insensato Estatuto de Autonomía que ahora tiene Cataluña. Que sería más insensato de lo que es si no fuese porque, en el 2006, el PP de Mariano Rajoy interpuso un recurso de inconstitucionalidad. Dijo en su día Rajoy del Estatuto: “Ha liquidado unilateralmente el modelo de Estado, desde el actual estado de las autonomías a una confederación asimétrica que privilegia a Cataluña. Y ello sólo con el apoyo del 35% de los votantes de una comunidad autónoma y sin que opinen todos los españoles”. Curiosamente, ahora, el PSOE, tras las huellas de Zapatero quiere una reforma de la constitución que permita un “estado federal asimétrico”, lo que sea que quiere decir ese engendro. Gracias a aquel recurso, el Tribunal Constitucional, pudo recortar los artículos claramente anticonstitucionales del Estatuto. Tampoco fue una mala jugada que, en los últimos compases de su legislatura en mayoría, Rajoy hiciese aprobar de urgencia, con el único apoyo de UPN y Foro Asturias, la ley de Reforma del Tribunal Constitucional (entonces no estaba Cs en el Congreso). Sin esta reforma de la ley, la lucha que estamos viendo en los últimos meses tendría un cariz muy distinto. Es decir, Mariano Rajoy puede decir que es el primer Presidente de gobierno de la democracia que no ha caído en las trampas en las que cayeron sus antecesores. De estas cosas vienen, como nos han recordado estos días Puigdemont y compañía, por si lo habíamos olvidado, el odio africano (Por el odio eterno de Aníbal a los romanos) que los independentistas catalanes le tienen a Rajoy. Odio que, por supuesto, no comparte con ninguno de los anteriores Presidentes y, mucho menos, con Zapatero, que es para ellos el proveedor de maná. Ese odio es, todo entero, para Mariano Rajoy. No es, sin embargo, el único odio que concita el actual Presidente del gobierno. Otra buena dosis le viene de la izquierda radical, que saboreaba las mieles del éxito explotando el malestar de la crisis desencadenada y mal atajada desde el principio por Zapateo. Pero, su salivación se quedó en agua pura, porque, a base de los “insociales” recortes, Rajoy les quitó la miel de los labios, sacando a España de su mayor crisis en, tal vez, ochenta años. Cierto que los recortes podían haberse hecho de otras maneras. A mí también me hubiese gustado que hubiese adelgazado el aparato del estado monstruoso que tenemos. Pero salimos de la crisis. Y esto le ha generado la antipatía –no sé si atreverme a llamarle también odio– de muchas personas de derechas. Y también el uso y abuso mediático de esos recortes ha creado la imagen de un ser odioso por buena parte de las clases medias. Pero es más fácil decir lo que hay que hacer desde el sillón de casa que hacerlo en la palestra. ¿Por qué será que, a pesar de sus lacras, que también las tiene, y graves, me cae bien un personaje que es odiado por hacer lo que cree y hacerlo razonablemente bien?

Pero ocurre que lo que queda de salchichón, que todavía ansían los ya abiertamente independentistas, es un trozo que está guardado en la caja fuerte de la Constitución. Por supuesto, esa caja fuerte se puede abrir, pero sólo mediante un proceso de modificación de la Constitución que a los independentistas se les antoja, con razón, imposible. Pero es imposibilidad no les arredra en absoluto. Su plan es volar la caja fuerte, y con ella el Estado de Derecho, para conseguir el último trozo del salchichón. Y para ello están dispuestos a usar torticeramente todos los mecanismos pensados para defender a los individuos de buena voluntad de la acción arbitraria del estado.

Y el ubicuamente odiado Rajoy se afana por seguir con el tedioso proceso de dar jaque mate con sólo alfil y caballo. Y, por si fuera poco, el caballo –el PSOE– sigue aferrado a una reforma constitucional de estado federal asimétrico. De momento, a duras penas, se ha conseguido un tenso enterramiento de las diferencias para ganar una importante batalla de la primera de una larga serie de guerras que pueda llevar a España a ganar la Gran Guerra de recuperar las competencias en educación y medios de comunicación públicos. La importante batalla sería ser capaces de quitar de en medio a Puigdemont y su pandilla, a través de la aplicación del 155 –o de cualquier otro medio–, y convocar nuevas elecciones en Cataluña. Veremos en los próximos meses si esa batalla se gana o se pierde. Mañana, 19 de Octubre de 2017, tendrá lugar una carga importante de la misma. Pero si se llega a las elecciones de que he hablado antes, habrá que poner velas a quien sea necesario para que no vuelvan a tener mayoría en el Parlament los independentistas y la izquierda radical. ¡¡¡¡Uffffff!!!!


Sin embargo, quien crea que, en el maravilloso escenario de que en Cataluña se instale una mayoría de Cs, PSC y PP, se habrá ganado la Gran Guerra, es que no ve más allá de sus narices. El independentismo no acabará hasta que no pase, al menos, una generación que no haya estado sometida al adoctrinamiento y a la intoxicación mediática. Esta es la Gran Guerra. Y en esta Gran Guerra espero que haya un apoyo entre Cs y PP, porque el apoyo del PSOE sería una ridícula ingenuidad esperarlo. Esa reversión, como ya he dicho en alguna cosa que he escrito estos días y que no voy a repetir ahora, puede lograrse sin ninguna reforma de la Constitución. Se puede lograr a base una mayoría del 50% de los Diputados en el Parlamento español y en el autonómico. Y cuando digo mayoría, me refiero a PP y Cs, porque el PSOE no acudirá a la cita. De momento, no se tiene en ninguno de los dos. Pero hay al menos una esperanza, muy remota sin el PSC, de que se pueda tener en unos meses en el catalán –pongamos una vela a santa Rita– y algún día, con las fuerzas de Cs y PP unidas también en el español. Y que esta situación se mantenga, al menos en el Parlamento de España. No sé si será posible. Lo deseo con toda mi alma. Si esto no ocurre, la Gran Guerra, me temo, también con toda mi alma, que estará perdida. Pero, en cualquier caso, en este camino, también será necesaria una enorme dosis de astucia para evitar los señuelos que, a buen seguro, lanzarán los enemigos del Estado de Derecho para desviar a sus adversarios, los verdaderos constitucionalistas, de la ruta que se deben trazar a largo plazo. Es una Gran Guerra de estrategia, no de impulsividad. Necesitaremos líderes astutos. Y sería deseable una ciudadanía que quiera acabar con el independentismo y que entienda el juego de astucia de esos líderes en vez de azuzarlos a la búsqueda de una victoria rápida pero pírrica. Mañana, una carga de la caballería en la batalla de quitar de en medio a Puigdemont. Veremos qué pasa.