26 de junio de 2013

Frases 26-VI-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Ola minúscula y anónima del río secular de la Tradición cristiana, quiero, Señor, desempeñar mi modesto papel lo mejor que pueda. No me callaré jamás por respeto a mi comodidad, cuando crea estar en la verdad; pero detestaré siempre servirme de mis hallazgos para aturdir o condenar a la masa inmensa de mis hermanos, que me escoltan en torno a Ti. Me incomodarán sin duda; pero estaré encantado. Hay una manera de servirse de la verdad como si fuera nuestra. Es una usurpación. Hay también una manera homicida de proclamar verdades. Tu Iglesia no es una academia donde se discute; es un pobre pueblo en marcha hacia una esperanza nunca oída y que un día, restituyéndote el depósito que Tú le has confiado, debe darse cuenta de que no le has confiado otra cosa en sus manos sino a Ti mismo.

Pierre Charles S. J. La oración de todas las cosas. Ostendit mihi fluvium. (Me mostró un río).


23 de junio de 2013

¡Gloria a las matemáticas!

Tomás Alfaro Drake

Creo que nunca dejaré de asombrarme de la misteriosa coincidencia entre las matemáticas, abstracción de nuestro cerebro, y el mundo real. Y utilizo el término coincidencia no sólo en el sentido de coincidir, sino en el que se aplica a una inmensa casualidad. Quizá si pongo algunos ejemplos concretos de esa coincidencia, pueda explicar adecuadamente mi asombro.

1er ejemplo: Apolonio de Pérgamo fue un geómetra griego que vivió a caballo de los siglos III y II a. de C. Entre sus múltiples aportaciones a la geometría, destaca el descubrimiento de las llamadas curvas cónicas. Se le ocurrió la “inútil” idea de dedicar buena parte de su vida a estudiar qué curvas resultarían de la intersección de un plano con una superficie cónica. Y lo hizo sin otro motivo que la simple curiosidad intelectual, sin perseguir ningún fin práctico. Si el cono se corta por un plano perpendicular a su eje, obtenemos una circunferencia. Pero si vamos inclinando el ángulo del plano respecto al eje del cono, la curva de intersección se convierte en una elipse, tanto más alargada (o excéntrica) cuanto más se inclina el plano. Hasta que el plano llega a ser paralelo a la superficie del cono. Entonces, la elipse se abre y se convierte en una parábola. Pero este paralelismo es sólo una situación excepcional. Si seguimos inclinando el plano, éste cortará al cono en sus dos partes (un cono se prolonga hacia arriba y debajo de su vértice en dos partes simétricas) y la curva resultante será una hipérbola.

Supongo que Apolonio sentiría una gran satisfacción intelectual por la belleza de su descubrimiento, pero desde luego, éste no sirvió para mucho a nivel práctico. No obstante, diecinueve siglos más tarde, en el XVII d. de C., Kepler llegó a descubrir que las órbitas de los planetas no eran circulares, como se había creído siempre, sino que eran elípticas. Poco después, Newton, tras descubrir la gravitación universal, dedujo que si un cuerpo celeste procedente del espacio profundo pasase cerca de la tierra, describiría una hipérbola antes de volverse a perder en el espacio. Desde el siglo XX, las curvas cónicas han sido usadas para conseguir trazar el camino que debería seguir un satélite artificial para poder pasar cerca de Saturno y sus lunas gastando la menor cantidad de energía posible. Gracias a Apolonio, podemos ver fotos de este planeta, del que se especula que pueda haber tenido o tener vida. Gracias a la parábola se pueden construir telescopios que escudriñen las lejanas estrellas o los faros de mi coche que me permiten conducir de noche ¡Gracias Apolonio por tu inútil curiosidad!

2º Ejemplo:
Fue Pitágoras, allá por el siglo VI a. de C., quien descubrió el teorema que lleva su nombre y que conocen hasta los niños que estudian sólo letras (que garrafal error, rayano en la tragedia, eso de que siendo aún un niño haya que elegir entre ciencias y letras). A saber: “la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa”. Una vez más, Pitágoras no pretendía nada práctico al llegar a esta conclusión. Pura e “inútil” especulación intelectual. Creo que no es necesario explicar los efectos prácticos que ha tenido el teorema de Pitágoras. Pero pretendo derivar hacia otra “inútil” especulación intelectual emparentada con el teorema de Pitágoras. La trigonometría.

No está claro si fueron los babilonios, egipcios o griegos los que dieron más impulso a esta rama de la matemática. Pero sea quien sea, se le ocurrió pensar cuál sería la relación entre la longitud de determinados segmentos formados por la proyección del radio de una circunferencia al girar alrededor de ella, en función del ángulo que hubiese girado. No se puede encontrar curiosidad intelectual más “inútil” que esa. Fueron apareciendo así, a lo largo de los siglos, consumiendo “inútilmente” la capacidad intelectual de grandes genios, las funciones del seno, coseno, tangente, cotangente, secante y cosecante de un ángulo. Cierto que estas cosas tuvieron, casi al mismo tiempo que se especulaba sobre ellas, aplicaciones prácticas en la medición de alturas de edificios o montañas, distancias difíciles de medir directamente entre puntos muy alejados, etc. En el siglo III a. de C. Eratóstenes calculó la circunferencia de la Tierra. Lo hizo gracias a la trigonometría, al descubrimiento en la biblioteca de Alejandría de que había un pueblo llamado Siene, al sur de su ciudad, en el que el día del solsticio de verano el sol se reflejaba en el fondo de un pozo y a la sombra de un palo en el jardín de su casa alejandrina ese día. Si se equivocó no fue por el método de cálculo, sino porque la distancia entre Siene y Alejandría la midió por los pasos que tuvo que dar un esclavo para recorrerla. El esclavo debía tener las piernas largas, necesitó pocos pasos y eso hizo creer a Eratóstenes que la distancia entre las dos ciudades era menor. En el siglo III a. de C., y también gracias a la trigonometría Aristarco de Samos, calculó la distancia de la tierra al sol. Cosas que en aquel entonces servían para muy poco, más allá de satisfacer la curiosidad. Hoy he leído en el periódico que se ha descubierto que hay en el mundo tres montañas más con más de ocho mil metros de altura. Imagino que este descubrimiento habrá puesto cachondos o les habrá hecho exclamar ¡mierda! a todos los alpinistas que hayan conseguido coronar los hasta ahora 14 ochomiles. ¡Otros tres picos más para escalar!

Pero he aquí, que cuando, en el siglo XIX, Maxwell descubrió las ondas electromagnéticas, se dio cuenta de que eran funciones sinusoidales, es decir, basadas en senos y cosenos. Es decir, si hoy podemos comunicarnos por internet, es gracias a que conocemos cómo son estas funciones. Pero no acaba ahí la cosa. Fourrier descubrió que cualquier fenómeno que se repita, de la forma que sea, en el tiempo, puede descomponerse en una serie de funciones sinusoidales. Gracias a ello, las compañías eléctricas diseñan los tendidos de alta tensión de forma que, aunque se rompa un cable en un tendido a mil kilómetros de mi casa, yo pueda encender la luz sin que esto me cause ningún problema.

A los financieros que quieren medir el riesgo comparativo de varias inversiones y buscar una cartera de valores que minimice ese riesgo, no se les caen de la boca las llamadas betas de una determinada acción de la bolsa. Pues bien, estas betas no son otra cosa que la tangente trigonométrica del ángulo formado por la recta de regresión lineal de la nube de puntos formada por la correlación a lo largo del tiempo de la rentabilidad de esa acción con la rentabilidad del mercado. Eso por no hablar de las ondas Elliot. Sé que un lector de a pie no entenderá nada de lo que acabo de decir, pero cualquier dentista con ahorros que invierte en bolsa se dará cuenta de que, detrás de los sabios –o insensatos– consejos de inversión que recibe para sus ahorros de sus analistas financieros, están Pitágoras, Fourrier y un largo etcétera de matemáticos que han desarrollado la trigonometría por pura curiosidad intelectual. Y si en esta crisis, algún analista financiero estúpido o sinvergüenza, le ha llevado a perder sus ahorros, que no le eche la culpa a los matemáticos, sino a la estupidez o falta de escrúpulos de sus analistas y asesores financieros. Otros analistas y asesores usan esos conceptos con inteligencia y honestidad, haciendo que nuestro dentista pueda obtener por sus ahorros de toda una vida una rentabilidad acorde con el riesgo que se esté dispuesto a correr.

3er ejemplo:
Diofanto fue un matemático, también griego, del siglo III d. de C., que estaba intentando conocer la longitud de los lados de un triángulo rectángulo a partir de su perímetro y su área. Tampoco perseguía ninguna finalidad más allá de su curiosidad intelectual. Pero he aquí que en su discurrir, se encontró con la raíz cuadrada de un número negativo. Perplejo, tuvo que concluir que un número negativo no podía tener raíz cuadrada. El número -1, no tiene raíz cuadrada ya que el cuadrado de 1 es 1  y el cuadrado de -1, es también 1, por aquello de que la multiplicación de dos números negativos da un número positivo. Es decir el número 1 tiene dos raíces cuadradas, 1 y -1, pero el número -1 no tiene ninguna. Tuvieron que pasar catorce siglos hasta que Descartes, en el siglo XVII, se atreviera a decir que la raíz de -1 era un número imaginario que más tarde se llamó i. Inmediatamente se empezaron a estudiar números híbridos formados de una parte real y una imaginaria, números a los que se dio el nombre de complejos. Se desarrolló una aritmética con estos números y pronto se vio que, según esta aritmética la suma de dos números complejos podía dar un número real. Esto llevó a Huygens a escribir una carta a Leibniz, en la que le decía:

Lo que me escribes sobre cantidades imaginarias (complejas) que, no obstante, cuando se suman dan una cantidad real, me es sorprendente y totalmente nuevo. Uno nunca
creería que esto fuese cierto y debe haber algo escondido en ello que es incomprensible
para mí.

Hasta aquí, pura e inútil especulación intelectual. Pero el siglo XX vio la aparición de la que, probablemente, haya sido la mayor revolución científica de la historia: la física cuántica. Según esta física, las partículas elementales, el electrón, por ejemplo, no son como pequeñas bolas de villar, que están en un sitio concreto. Se parecen más bien a una nube de puntos dispersos que se van expandiendo de una determinada forma mientras no nos empeñemos en saber dónde están. Esa nube determinaría, si nos empeñásemos en saber dónde está el electrón, la probabilidad de que se encontrase en un sitio u otro. Y no es que el electrón esté en un sitio u otro sin que nosotros sepamos exactamente en cual. Hasta que no nos empeñamos en saber dónde está, no está en ningún sitio particular, ES esa nube (hay experimentos que demuestran sin lugar a dudas que esa nube está realmente en diferentes sitios a la vez). Y si nos empeñamos en saber dónde está, no hay manera de saber a priori en dónde va a “colapsar” (así se llama al fenómeno que determina el lugar donde estará en electrón si le nos empeñamos en localizarle). Sólo podemos saber la probabilidad de que aparezca en un sitio u otro. Y si una vez colapsado, le dejamos a su aire, el electrón volverá a ser una nube indeterminada. A esa nube indeterminada se le llama “función de onda”. Pues bien, Schrödinger, en el siglo XX, descubrió las ecuaciones que rigen la evolución de esa función de onda de una partícula. Y esas ecuaciones necesitan la matemática de los números complejos. Ahí estaban, agazapados en la naturaleza de las cosas, esos engendros intelectuales de Diofanto, Descartes, Huygens y Leibniz. Y no se puede decir que la física cuántica sea una elucubración. Sin ella, yo no podría escribir en mi ordenador y, un día, gracias a ella, habrá ordenadores cuánticos que cabrán en la punta de un alfiler, con una capacidad de cálculo y memoria que dejarán en ridículo al más sofisticado de los ordenadores actuales.

4º Ejemplo:
Se pierde en la noche de los tiempos el descubrimiento de los números primos. Como todo el mundo sabe, un número primo es aquél que sólo es divisible por sí mismo o por la unidad. Por ejemplo, el número 13 es primo porque ningún número que no sea el 1 o el propio 13, puede dividirlo de forma entera. Efectivamente, 13/1=13 y 13/13=1, y punto. No hay otra forma de dividir 13 y que dé un número entero. Sin embargo, el 15, no es un número primo, porque, además de la perogrullada de ser divisible por sí mismo y por la unidad, es divisible por 3 y por 5. ¿Se puede encontrar algo más “inútil” en lo que gastar el tiempo que en esto? Pues desde que se descubrieron los números primos, muchas de las mejores mentes de la humanidad no han dejado de perder el tiempo con esta “inutilidad”. Euclides, en el siglo IV-III a. de C. demostró que hay infinitos números primos. Desde entonces se ha intentado buscar una regla que permita definir brevemente si un número es primo o no. No sólo no se ha encontrado esta regla, sino que se ha demostrado que no existe. Por tanto, para saber si un número es primo no hay más narices que tantear para ver si es divisible por algún otro. Esto está chupado de hacer a mano para números de 2 o 3 cifras, pero ni el más potente ordenador puede hacerlo para un número de, pongamos 34823 cifras. El número primo más alto del que se ha podido demostrar que lo es, es el 23021377, que es un número de 909525 cifras. Se han generado listas de números primos hasta valores tan altos como han permitido las más potentes computadoras, pero por encima de este límite, entramos en territorio ignoto, con la excepción de algunas excepciones de números más altos, como el del record citado, que se han podido demostrar como primos. De la inspección de la lista de estos números se ve que los números primos no siguen ningún patrón definible o, al menos, nadie lo ha encontrado.

Sobre los números primos se han demostrado cosas como que son infinitos y que no hay una regla que los defina. Pero hay sobre ellos conjeturas que, si bien se han comprobado como ciertas para todos los números primos conocidos y tienen, por tanto visos de ser ciertas, no se han podido demostrar. Cito dos de estas conjeturas. La primera no tiene, que yo sepa, nombre de inventor. Se llama la conjetura de los números primos gemelos. Es evidente que, salvo el 2, todos los números primos tienen que ser impares, puesto que los pares son divisibles por 2. Se llaman primos gemelos a aquellos que son impares consecutivos. Por ejemplo, el 3 y el 5 son primos gemelos. El 11 y el 13, también. Y lo mismo pasa con el 17 y 19; 29 y 31; 41 y 43; … 599 y 601. El record actual de dos primos gemelos está en los números 2003663613*2195000-1 y 2003663613*2195000+1. Cada uno de estos números tiene 58.711 cifras. Si se mira la lista de números primos, se ve que, en general, la distancia entre dos números primos consecutivos aumenta con el tamaño, aunque sin ninguna regla. De hecho, para números inmensos, aparecen de repente primos gemelos. Esto ha llevado a la conjetura de que dado cualquier número, por grande que sea, siempre se podrá encontrar un par de primos gemelos mayores que ese número. Muchísimas mentes brillantísimas se han dedicado inútilmente a intentar demostrar esta conjetura.

La segunda conjetura que voy a exponer lleva el nombre del matemático que la formuló. Se llama la conjetura de Goldbach. Efectivamente, en 1742 Goldbach, un matemático casi desconocido le escribió una carta a Euler en la que le decía: “Creo que todo número mayor que 5 puede ser  escrito como la suma de tres primos”. Hoy en día, la conjetura se presenta de una forma equivalente más sencilla: “Todo número par puede ser escrito como la suma de dos primos”. Pero, se presenten como se presenten nadie ha sido capaz de demostrar estas conjeturas, a pesar de que muchos matemáticos han dedicado a ello su vida. Muchos se han vuelto locos obsesionados con esas demostraciones. Tengo un amigo que ha estado a punto de tirar por tierra una brillantísima carrera como economista teórico por dedicarle dos compulsivos años a la demostración de la conjetura de Goldbach. Parece que se ha curado. Pero si un día gana, como es posible, el Nobel de Economía, estoy seguro de que estos dos años no habrán sido inútiles.

Pero, en la vida corriente, ¿para qué ha servido tanto esfuerzo baldío? Cada vez que entramos por internet en nuestro banco para hacer una transferencia lo podemos hacer con bastante seguridad gracias a sistemas de encriptación basados en la matemática de números primos. Y, hoy día, se considera que hay métodos de encriptación basados en ellos que son totalmente imbatibles.

***


Podría poner más ejemplos, como los números transfinitos de Cantor, el teorema de la incompletitud de Gödel o el de la incomputabilidad de Turing, pero esto haría insoportables estas ya demasiado largas líneas. No puedo, sin embargo, pasar de largo sin introducir en ellas mi “locura” particular. La mayoría de los científicos dan por hecho que la inteligencia del hombre ha surgido por la evolución. Es bastante evidente que el cuerpo del hombre sí que ha venido por evolución. Mi evidente parecido anatómico con el chimpancé o el gorila me hacen pensar que nuestros cuerpos deben venir de un ancestro común. A fin de cuentas la evolución procede siempre de forma que va introduciendo cambios paulatinos que son inmediatamente beneficiosos para el organismo que los “sufre” y esto, poco a poco, va haciendo que aparezcan rasgos diferenciales que crean ramificaciones en el árbol de la vida. Se puede seguir el rastro de las modificaciones anatómicas que han llegado a diferenciar al hombre del chimpancé o el gorila. Pero, ¿la inteligencia humana? La inteligencia humana capaz de elucubraciones como las matemáticas es un salto cualitativo e inmenso, no un proceso paulatino. ¿Y la aparición de esa sed de belleza intelectual ligada al descubrimiento de la verdad abstracta que caracteriza a las matemáticas, de dónde viene? ¿Qué animal la posee aunque sea en un grado muchísimo menor que el humano? Ninguno. No soy capaz de imaginarme a ningún ser distinto del hombre dedicando su vida a descubrir la raíz cuadrada de -1 y o asombrándose por la belleza de la relación entre los catetos y la hipotenusa, sin sacar de ello el más mínimo beneficio. La búsqueda de la verdad y el asombro por la belleza de la misma, son dos características exclusivas de la inteligencia humana (decir inteligencia humana es una redundancia), que suponen un salto cualitativo sobre cualquier otra cosa que haya existido antes. Además, no parece que sean una ventaja competitiva para la supervivencia. Por tanto, no tiene sentido pensar que la inteligencia humana viene, como el cuerpo del hombre, por evolución. Pero, si no viene por evolución, ¿cómo ha aparecido? Einstein se sorprendía de que las leyes del universo tuviesen una lógica interna que lo hiciese inteligible. No hay ninguna razón para que el universo tuviese lógica. No hay ninguna razón para que la ley de la gravedad no sea ahora de una manera y dentro de un segundo de otra diferente a la de ahora. Heráclito de Éfeso, en el siglo VI a. de C. también se asombro de esto. A este principio que rige todas las cosas le llamó Logos. Aristóteles se asombraba de que existiese algo. ¿Por qué habría de existir algo en vez de la nada? A ese algo le llamó el Ser. Definió los atributos del Ser como verdad, bondad, belleza y unidad. Sólo un ser con inteligencia ha podido hacer un universo con Logos y le ha podido dar al hombre inteligencia para descubrir ese Logos. Sólo un ser con belleza puede dar al hombre el sentido de la belleza de descubrir La verdad de ese Logos. Tal vez haya que ser más rebuscado para buscar en las matemáticas la raíz de la bondad, el tercero de los atributos del Ser, pero la verdad y la belleza resplandecen en ellas. Y si resulta que, de una manera misteriosa, de la búsqueda de esa verdad y esa belleza se desprende la casualidad de que aparezcan utilizaciones prácticas que pueden hacer la vida mejor para toda la humanidad, a lo mejor, también hay bondad en las matemáticas. El escritor alemán del siglo XVIII Gotthold E. Lessing dejó escrito que “la palabra coincidencia es una blasfemia; nada bajo el Sol sucede por casualidad”. Y si en las matemáticas llegan a coincidir verdad, belleza y bondad, ¿no se desprende de ellas también la unidad? ¿No será Dios matemático? Así pues, como dice el título de estas líneas: ¡Gloria a las matemáticas!

19 de junio de 2013

Frases 19-VI-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La Iglesia nos había dado un rostro a quienes no sabemos con exactitud si somos dioses o gusanos cenagosos, si somos el adorno supremo del universo o un débil retortijón de moléculas en una parcela de barro perdido en un océano de silencio. [...] la Iglesia, por sus promesas de eternidad, había hecho de cada uno de nosotros una persona insustituible, antes de que nuestra renuncia al infinito hiciera de nosotros un átomo efímero, e indefinidamente sustituible, de baba o de espinazo del gran animal estático.


André Frossard, “No estamos solos”

16 de junio de 2013

Sobre la indisolubilidad del matrimonio

El 5 de Mayo, en la entrada que hice con el título de “Kant y la moral católica”, prome ti hacer una entrada sobre la indisolubilidad del matrimonio desde la perspectiva de la entrada citada. He tardado casi mes y medio, no porque no supiese cómo escribirlo, sino porque ha habido otros temas y circunstancias que me han hecho retrasarlo, pero, al fin, ahí va.

A menudo me ocurre, viviendo en el mundo real en el que vivo, que amigos míos, católicos practicantes y con matrimonios estables, me preguntan –no sé qué referente ven en mí– cómo es posible que la Iglesia sea tan dura que niegue a una persona que se equivoca en su matrimonio –o, más grave aún que, sin equivocarse, se encuentra abandonada– la posibilidad de rehacer su vida con una nueva unión, en vez de empeñarse en que debe soportar la soledad durante toda su vida. Y, ciertamente, es una pregunta que no es fácil de contestar. Cualquier persona con la más mínima empatía hacia sus semejantes se siente interpelada por estas situaciones. La soledad sentimental es muy dura y, en un primer golpe de vista, prohibir la solución a esta situación por un error o por una injusticia sufrida, parece algo inhumano. Pero a menudo, para entender una norma, es necesario superar ese primer golpe de vista, a veces superficial. Voy a intentarlo.

Abordaré en primer lugar el aspecto teológico para, como consecuencia de éste, no como un cambio de tercio inconexo, pasar al humano. La Iglesia, cuando dicta normas morales, no lo hace por propia iniciativa. La Iglesia pretende ser la voz de lo que hoy diría Jesucristo si estuviese entre nosotros. Y para esto, se basa en las Escrituras, especialmente en el Evangelio. Hay normas morales que, para anclarlas en el Evangelio es necesario un esfuerzo de interpretación a veces difícil. No es el caso de la indisolubilidad del matrimonio. Jesús no puede ser más explícito al respecto. Mateo en su Evangelio dice:

“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?»

Él les respondió: «¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne"? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»

Ellos insistieron: «¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?»
Él les contestó: «Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –excepto en caso de unión ilegítima– y se casa con otra, comete adulterio.»

Los discípulos le replicaron: «Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.»”
(Mateo 19, 3-10).

Marcos es todavía más rotundo (Cfr. Marcos 10, 3-12). A la vista de la respuesta de los discípulos –que no de gente alejada de Jesús– parece que la sentencia de éste no causaba entonces menos escándalo que ahora. Aquí podría terminar la cuestión, pero es vital ver que los mandatos evangélicos, cuando son restrictivos, no son una mera prohibición, sino que tienen un sentido para la felicidad del ser humano. Veamos. El amor humano entre hombre y mujer, cuando se perpetúa en el amor conyugal, es una fuente de felicidad. Y no sólo para el hombre y la mujer que lo viven, sino para los hijos que viven en el seno de una familia estable en la que se palpa ese amor. Creo que nadie que haya experimentado la posesión o pérdida de esta situación puede negar esto. Ahora bien, ese amor conyugal no es siempre un camino de rosas. Es, con frecuencia difícil y está atravesado en muchos puntos por caminos que llevan al desastre. Por eso, para recorrerlo hasta el final, para vivir y hacer vivir su felicidad a otros, hay que ir armado de una fuerte determinación mantenida por la voluntad. La trivialización de ese amor dejándolo reducido a un mero sentimiento que dura lo que dure espontáneamente, es una fuente casi infalible de fracaso. Permítaseme una cita del libro “Los siete hábitos de la gente altamente eficiente” de Stephen R. Coven. Cuenta Coven, cómo, en una sesión de coaching con un directivo, tuvo la siguiente conversación:

“Mira a mi matrimonio. Estoy realmente preocupado. Mi mujer y yo ya no tenemos los mismos sentimientos que teníamos antes hacia el otro. Sospecho que, simplemente, ya no la quiero y que ella no me quiere ¿Qué puedo hacer?

“¿Ya no existe el sentimiento?” Pregunté
“Exacto”, se reafirmó. “Y tenemos tres hijos y estamos realmente preocupado por ellos, ¿qué me sugieres?”
“Quiérela”, repliqué.
“Te lo acabo de decir, el sentimiento ya no existe”
“Quiérela”.
“No me entiendes. El sentimiento de amor ya no existe”.
“Entonces, quiérela. Si el sentimiento no existe, es una buena razón para quererla”
“Pero, ¿cómo se puede querer cuando no estás enamorado?”
“Amigo, amar es un verbo. Amor –el sentimiento– es un fruto del amor, el verbo. Por eso, quiérela. Sírvela. Sacrifícate. Escúchala. Enfatízala. Apréciala. Reafírmala. ¿Deseas hacer eso?”

Y aclara:

“En la gran literatura de todas las sociedades en progreso, amar es un verbo. La gente reactiva hace del amor un sentimiento. Actúan por los sentimientos. Hollywood nos ha condicionado, generalmente, para creer que no somos responsables. Que somos un producto de nuestros sentimientos. Pero el guión de Hollywood no describe la realidad. Si nuestros sentimientos controlan nuestras acciones es porque hemos abdicado de nuestra responsabilidad y les hemos dado poder para hacerlo.

La gente proactiva hace del amor un verbo. El amor son cosas que haces: los sacrificios que haces, la entrega de ti mismo, como una madre llevando a un recién nacido hacia el mundo. Si quieres estudiar el amor, estudia a los que se sacrifican por los demás, incluso por la gente que los ofende o que no les ama en contrapartida. Si eres padre, mira el amor que tienes por tus hijos por los que te sacrificas. El amor es un valor que se hace real a través de acciones de amor. La gente proactiva subordina los sentimientos a los valores. Así, el amor, el sentimiento, puede ser recuperado”.

Y en otra parte, sigue aclarando cómo sobreviene el fin del amor. Del verbo y del sentimiento.

“Cuando dos personas en un matrimonio están más preocupados por conseguir los huevos de oro, los beneficios, que en preservar la relación que los hace posibles, frecuentemente se hacen insensibles y desconsiderados, descuidando las pequeñas delicadezas y cortesías tan importantes en una relación profunda. Empiezan a usar palancas de control para manipularse el uno al otro, para focalizarse en sus propias necesidades, para justificar su propia posición y buscar evidencias que muestren las equivocaciones del otro. El amor, su riqueza, su suavidad y espontaneidad empiezan a deteriorarse. La situación se hace día a día más y más enfermiza”.

Por eso Cristo y, consiguientemente, la Iglesia insisten en la indisolubilidad del matrimonio. Aún haciéndolo así, asistimos a una espeluznante trivialización del amor conyugal. Y la clave de la inmensa mayoría de los fracasos está en esa trivialización. ¿Qué debería hacer un código moral sano? ¿Abrir puertas a esa trivialización? Me parece que no. Me caben pocas dudas de que si la Iglesia aceptase mañana el divorcio, las rupturas matrimoniales se multiplicarían por bastante. En cambio, Cristo, a través de su Iglesia, proporciona un sacramento que ayuda y da fuerzas para todo el camino, si no se desprecian sus frutos, si se vive el matrimonio como una cosa de tres –el hombre, la mujer y Dios–. Pero una sociedad en la que la norma son esas rupturas, es una sociedad enferma que, en el límite, está escribiendo su sentencia de muerte. Por mi trabajo universitario tengo mucha relación con muchos jóvenes estudiantes. Puedo asegurar que el mal rendimiento académico y el deterioro de la salud emocional tienen una estrecha correlación con la ruptura del matrimonio de sus padres. Por tanto, si la Iglesia debe ser el faro de la sociedad, no puede darle señales falsas. Imagínate que debes poner un faro que guíe con seguridad a los barcos hacia el canal de entrada del puerto. Supón que este canal, de dirección norte-sur, se prolonga varias millas mar adentro y está flanqueado de arrecifes. Un barco viene costando por el este. ¿Dónde pondrías el faro que le indique al barco por donde entrar? ¿Pegado a la costa para que el barco no tenga que dar un rodeo? ¿O varias millas al norte, justo a la entrada del canal? Caben pocas dudas, ¿no? ¿Cómo llamarías al ingeniero que hiciese lo primero? Pues Cristo y la Iglesia, al defender a capa y espada la indisolubilidad del matrimonio ponen el faro donde hay que ponerlo.

Bueno y, ¿qué pasa con la gente que, tras intentarlo con todas sus fuerzas no es capaz de mantener el amor conyugal? ¿O con el pobre cónyuge que se encuentra con que el otro no se esfuerza lo más mínimo y tira la toalla antes de empezar o se dedica a engañarle sistemáticamente? ¿Le dicen Cristo y la Iglesia que se aguante? ¿Le dicen con una palmadita en la espalda, “mala suerte” y luego se desentienden de él? De ninguna manera. Le ayudan. No diciéndole que todo vale –lo que sería un engaño–, sino con los medios humanos y espirituales a su alcance. Vivimos en un mundo en el que muy a menudo son más apreciadas las ayudas de palmaditas en el hombro y, luego, si te he visto no me acuerdo, que la ayuda sustancial. Bueno, pues esta ayuda sustancial, espiritual y humana, para sobrellevar la pesada carga de una vida conyugal fallida, es la que brinda la Iglesia en nombre de Jesucristo. Ciertamente, la persona que, una vez roto su matrimonio convive con otra, no puede acceder al sacramento de la Eucaristía. Pero, desde luego, todas las leyendas urbanas de que están excomulgadas y otras sandeces por el estilo, son falsas. Están, por supuesto, dentro de la Iglesia. Y, más por supuesto todavía, están bajo la misericordia de Dios, que tiene un alcance enormemente más amplio que el paraguas de la Iglesia. Rara es la parroquia en la que no hay un grupo de atención, ayuda y apoyo y oración formado por personas separadas o divorciadas, convivan o no con una nueva pareja. Porque la Iglesia, como Cristo, sabe que somos débiles y que no siempre podemos ser cristianos ejemplares. Y también sabe que ella no es una asociación de perfectos, sino de pecadores. Y desde antiguo, hay un dicho de los Padres de la Iglesia que dice: “En la conciencia, ni la Iglesia”. El fuero de la conciencia es un lugar en el que sólo caben Dios y el dueño de esa conciencia.

Tomás Alfaro Drake

No obstante, vivo en el mundo real y sé que esto no les basta a los que piden que el matrimonio cristiano sea disoluble. Sólo se conformarán si un día la Iglesia dijese que el vínculo se puede romper. Y, desde el puro sentimiento, desde la empatía, lo entiendo. Pero eso no lo dirá nunca la Iglesia, porque eso haría una sociedad más triste y desgraciada. Más aún, creo que si los seres humanos, sean o no cristianos, no cobran conciencia de que una promesa de amor conyugal, bendecida o no por el sacramento cristiano del matrimonio, es, o una promesa indisoluble o una utilización mutua, más o menos consciente, las sociedades que formen serán más débiles y desgraciadas. A pesar de lo anterior, entiendo perfectamente que eso les pudiera gustar a las personas que han visto romperse su matrimonio. O a las que lo están manteniendo pero sienten empatía por las primeras. Lo que no cesa de sorprenderme es que a personas que se declaran abiertamente agnósticas o ateas y que proclaman su desprecio por las normas de la Iglesia, les indigne el hecho de que la Iglesia declare indisoluble el matrimonio. Me pregunto: y a ellos, ¿qué más les da? Pero, como siempre, a estas personas que, desde el desprecio a la Iglesia, claman por la disolubilidad de todo tipo de unión matrimonial –debe recordarse que la palabra matrimonio es del derecho romano, anterior al cristianismo– incluido el cristiano, y que lo hacen, según dicen, en nombre de la libertad abstracta, les importa mucho menos que a la Iglesia la ayuda a las personas que se encuentran en esas situaciones. Es una simple política de gestos vacuos políticamente correctos. No suelen mover un dedo por ayudarles.


Así pues, la Iglesia, en nombre de Cristo, hace lo que tiene que hacer. Administrar el sacramento del matrimonio que fortalece esa unión y le da fuerza haciendo que intervenga el Tercero. Aconsejar para ayudar a mantenerlo. Orientar y perdonar a los que empiezan a desviarse por el sendero de la instrumentalización del otro. Defender su indisolubilidad y ayudar, en su duro y difícil camino a los que han visto cómo se les rompía y quieren ser ayudados. Y haciendo esto, aporta su granito de arena para que construyamos una sociedad más feliz.

9 de junio de 2013

Más santos, menos corrompidos

Tomás Alfaro Drake

Este martes 4 de Junio de 2013, leyendo “El Mundo”, en la contraportada, me golpeó un fotomontaje del el Papa Francisco tocado con una boina del Che Guevara, sirviendo de reclamo para un artículo de Raúl del Pozo en su columna habitual. El artículo hacía referencia, entre otras cosas, a la homilía que había pronunciado el Papa el lunes 3 en la Casa de Santa Marta, en la que hablaba de la corrupción. Trufadas en el texto del artículo había frases como: “¿Se ha convertido la tiara de la triple corona en la gorra del Che?” o; “el amigo del barrio (por Francisco) vino a anunciar que los corruptos, los políticos y banqueros que han estafado, son el Anticristo” o “que la oligarquía argentina teme que beatifique a Evita, a la que el general (se refiere al general Perón) conoció en un quilombo (que en el lenguaje popular argentino es un prostíbulo), y a la que ven tan prostituta como Magdalena[1]. Leyendo el artículo uno podría pensar que en el Vaticano hay un demagogo izquierdista. ¡Lo que es no entender las cosas o querer tergiversarlas! Indudablemente, el Papa Francisco tiene una enorme sensibilidad por los pobres y marginados. Por todos los tipos de pobres y marginados. Varias veces en su todavía corto papado, he leído frases suyas que venían a decir que la Iglesia tenía que salir de sí misma para ir hacia la marginalidad, hacia toda marginalidad. Pero de que alguien tenga una gran sensibilidad por los pobres y marginados y esté preocupado por la pobreza, a decir que tiene ideas socialistas, hay un abismo. El artículo hablaba de que Francisco había arremetido en su homilía contra la corrupción. Pero también hay un abismo entre la denuncia de la corrupción y el socialismo. ¿O tal vez ahora nos quieren hacer creer que el monopolio contra la  corrupción la tienen los socialistas y que quien está en contra de ella tiene que ser socialista? El Papa no entra en cuestiones de sistemas económicos, o al menos yo no he leído nada suyo al respecto. Quiere cambiar nuestro corazón para que seamos más sensibles a los pobres, para que veamos en ellos la carne de Cristo y para que seamos personas honestas de bien. Punto. Pero la insaciable máquina de propaganda izquierdista (de la que a lo mejor Raúl del Pozo, por concederle el beneficio de la duda, cree honestamente no formar parte) no parará hasta hacer creer a la gente manipulable que Francisco es un izquierdista revolucionario.

Naturalmente, tras leer el artículo, intenté encontrar el texto íntegro de la homilía porque estoy harto de la manipulación de ciertos columnistas que con tal de llenar su columna diaria recurren a los mayores dislates, sandeces o, lo que es peor burdas mentiras. No lo  encontré, pero sí un video de la homilía subtitulado. Transcribo los subtítulos y pongo el link del video para que quien quiera, pueda verla. El Papa Francisco dice textualmente en su corta homilía de una misa de diario privada en la Casa Santa Marta:

“Judas empezó de pecador avaro y terminó en la corrupción. Es un camino peligroso, el camino de la autonomía. Los corruptos son grandes desmemoriados, han olvidado este amor con el cual el Señor plantó la viña, los ha hecho a ellos. Han cortado la relación con este amor y se han vuelto adoradores de sí mismos. Cuánto mal hacen los corruptos en las comunidades cristianas. Que el Señor nos libre de caer en ese camino de la corrupción. Y también hay santos, y hoy me gusta hablar de los santos. Es el quincuagésimo aniversario de la muerte del Papa Juan, modelo de santidad. Los santos son, en este pasaje del Evangelio (El evangelio del lunes 3 era el de los viñadores perversos. Marcos 12, 1-12), aquellos que van a buscar el alquiler, ¿no? Y ellos saben lo que les espera, pero tienen que hacerlo y cumplen con su deber. Los santos, aquellos que obedecen al Señor, aquellos que adoran al Señor, aquellos que no han olvidado el amor con el que el Señor plantó la viña. Los santos de la Iglesia. Y así como los corruptos hacen tanto mal a la Iglesia, los santos le hacen tanto bien. De los corruptos, el apóstol Juan dice que son el anticristo, que están en medio de nosotros pero que no son de nosotros. De los santos, la palabra de Dios nos habla como de luz, ¡aquellos que estarán frente al trono de Dios en adoración. Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, pero pecadores de verdad, No pecadores así… difusos. Pecadores por esto, por esto y por esto. Concretos. Con lo concreto que es el pecado. La gracia de no volvernos corruptos. Pecadores, sí, corruptos, no. Y la gracia de ir por el camino de la santidad. Que así sea”.


Tras leer detenidamente el texto, a mí me da que el Papa no se refiere a los corruptos chorizos como los de los ERE’s o los de Gurtel. No me da a mí que ninguno de los chorizos de tres a la perra que llenan de corrupción los periódicos, como el chófer cocainómano o el bigotes, quieran hacerse dueños de la viña ni piensen mucho en su tipo de relación con Dios, ni sean adoradores de sí mismos. Son simples y vulgares chorizos. No creo que estos corruptos hagan un mal especial a una comunidad cristiana ni me parece que ninguno haga mucho daño a la Iglesia. Estos corruptos, ciertamente, hacen mucho daño a la sociedad, pero a la Iglesia o a las comunidades cristianas, no especialmente. No más del que les corresponde como la parte que son de la sociedad y, si se me apura, hasta, por comparación, acaban poniendo en valor las virtudes cristianas. Me da a mí que el Papa está pensando en otra cosa. En  un tipo de corrupción interno de la Iglesia que no va de dinero –o no sólo de dinero– y que hace, ese sí, un enorme daño a la Iglesia. No en vano Francisco pone en contraposición a estos corruptos internos, que hacen tanto mal a la Iglesia, con los santos de la propia Iglesia que le hacen tanto bien. Me atrevería a decir que el Papa no habla de los corruptos, sino de los corrompidos. En el original italiano utiliza la palabra “corrotti”, que puede traducirse, creo, por corruptos o corrompidos (ignoro si en italiano existe esta diferencia). Puede pensarse que son dos modos de decir lo mismo. Pero a mí me parece que el lenguaje de la calle distingue estos dos términos. Corruptos son los chorizos de los que vengo hablando. Corrompidos son los que han transformado el bien en mal, la limpieza en podredumbre. He consultado el diccionario de la RAE y el de sinónimos y antónimos la lengua española oficial corrobora esto. Corrupto es un sustantivo que significa primeramente que se deja sobornar. Corrompido es el participio de corromper, cuya acepción principal es trastocar la forma de algo y, en segundo lugar, depravar, dañar, pudrir. Creo que, al menos en español, el lenguaje de la calle coincide bastante con el oficial al dar estos dos sentidos a ambas palabras.

Tampoco creo que el bigotes o el chófer cocainómano se puedan comparar con el anticristo. Francisco dice, refiriéndose a san Juan, que los corruptos son el anticristo. La corrupción, en el sentido que la tienen los corruptos, es un gran pecado, qué duda cabe, pero no es el pecado contra el Espíritu propio del anticristo. En cambio, la corrupción en el sentido que la tienen los corrompidos, sí puede ser el pecado del Espíritu. Me parece que hay una inmensa desproporción entre esos miserables chorizos y el anticristo. Desproporción en la que me cuesta creer que incurra una persona de la inteligencia del Papa Francisco. Si el bigotes o el chófer cocainómano son el anticristo, este personaje es algo bien pobre. Debe, por tanto, referirse a otra cosa el Papa. Tal vez a los corrompidos de dentro de la Iglesia. Como es lógico, fui a ver lo que san Juan dice del anticristo. “Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, han surgido muchos anticristos.  […] Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. […] ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (Cfr. 1ª carta de san Juan 1, 18-23). Y: “Ahora han irrumpido en el mundo muchos seductores, los cuales no reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre. Entre ellos se encuentra el seductor y el anticristo” (2 carta de san Juan 2, 7). Si hay más referencias de san Juan al anticristo, no lo sé, pero yo no las he encontrado. Pero me parece que todas estas cosas de san Juan les vienen muy grandes a los corruptos robaperas de turno y me parecen aplicables a los corrompidos internos que se han ido deslizando por el camino que explica el Papa en su homilía. Ya decían los romanos: Corruptio optimi, pesima; La corrupción de los mejores, lo peor. Por otra parte, no creo que los corrompidos internos de la Iglesia nieguen que Jesús es el Mesías, ni al Padre ni al Hijo, al menos, no abiertamente. Esas herejías de los primeros siglos de la Iglesia ya no existen. Por eso creo que el Papa se refiere más bien a los seductores mentirosos que a los herejes cristológicos o trinitarios. Por si alguien piensa que esta creencia mía no tiene fundamento, en la homilía del día siguiente, martes 4 de junio, el Papa decía estas palabras: “El lenguaje de la corrupción es la hipocresía […], un niño no es hipócrita, porque no está corrompido”.

Por tanto, deduzco que el Papa, en esa homilía, está lanzando con angustia, desde su corazón, un mensaje a alguien o “alguienes” de dentro de la Iglesia. Alguien o “alguienes” que quieren hacerse con la viña al margen de su Dueño con seducción y engaño.¿A quién? No lo sé. Tal vez a los mismos que acabaron con la paciencia de Benedicto XVI y le llevaron a dimitir. Me parecería extraordinariamente bien  que el Papa Francisco consiguiese atajar a esos corrompidos y los pusiese en su sitio, completando la labor iniciada por Benedicto XVI. O puede que sea yo, más que Raúl del Pozo, el que le esté buscando tres pies al gato. Que cada uno piense lo que le parezca.



[1] En honor a la verdad, habría que decir que Eva Duarte, más tarde, de Perón, no era prostituta. Era actriz y bailarina. Parece que por la época en que conoció al general Perón, trabajaba en un teatro de la avenida corrientes que no era un puticlub.

7 de junio de 2013

Frases 7-VI-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Siendo un amante de la libertad, cuando los nazis llegaron a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas.

Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas.

Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral.

Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente.

Albert Einstein. Time Magazine, 23 de diciembre de 1940

2 de junio de 2013

La ingeniería de la Eucaristía

Escribo estas líneas el Domingo 2 de Junio de 2013, fiesta del Corpus Christi. Antes se decía: “Hay tres jueves en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Dos de ellos, la Ascensión y el Corpus, se han pasado a Domingo por mor de facilitar a los católicos su celebración. No estoy del todo convencido que esa excesiva facilitación de todo redunde en una mayor piedad de los fieles pero, así están las cosas.

Cuando Jesús ascendió a los cielos, dijo a sus discípulos. “Sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de este mundo” (Mateo 28,20). Podría parecer que, tras la Ascensión, esa promesa se había incumplido. ¡Jesús se había ido! Los discípulos debieron quedarse tristes. Sin embargo, san Lucas nos cuenta ese momento en dos sitios, en su Evangelio y en los hechos de los apóstoles. En los hechos nos dice que “… lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista. Mientras estaban mirando atentamente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos y les dijeron: ‘Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo, vendrá como lo habéis visto marcharse’” (Hechos 1, 9-11). Y en su Evangelio dice: “Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría” (Lucas 24, 52). Así pues, de tristeza, nada: “rebosantes de alegría”. Toda despedida, aunque haya promesa de vuelta, máxime si es en un tiempo incierto, tiene algo de tristeza. Esta no. “Rebosantes de alegría”. ¿De dónde venía esta alegría? Evidentemente, de la Eucaristía. Habían pasado cuarenta y tres días desde que Cristo instaurase la Eucaristía el Jueves Santo y cuarenta desde la Resurrección. En esos cuarenta días me atrevo a afirmar que Jesús les había explicado con todo la fuerza de Dios, que Él estaría siempre presente en la Eucaristía. Ciertamente, Él volvería en cuerpo de carne visible un día, pero estaría con ellos, en cuerpo de carne, visible sólo con los ojos de la fe, todos los días, hasta el fin de los tiempos. Santo Tomás de Aquino, en la letra de su “Tantum ergo” dice “Prestet fides suplementum sensuum defectui”. “Que la fe suplemente el defecto de los sentidos”. Y los discípulos estaban rebosantes de fe. Por eso estaban rebosantes de alegría. Es más que probable que un rato después celebrasen la Eucaristía y volviesen a estar con Jesús.

Los cuarenta días que Jesús estuvo con ellos, todos podían tocarle, verle, hablar con él físicamente todos los días. Pero si Él siguiese hoy todavía en cuerpo de carne visible, sería un problema. Cada uno de nosotros podríamos verle tal vez una vez cada 10 o 15 años, cuando en su itinerancia, pasase por nuestra ciudad. Y aún así, en la distancia y sin poder tocarle ni hablar con Él. Por eso, para que le viésemos todos los días, pudiésemos tocarle y hablar con él, ideó la Eucaristía. Con un ingenio lleno de benevolencia, ideó la forma de quedarse de tal forma que siempre que queramos podamos verle, tocarle, hablar con él. Más aún, hacerle parte de nosotros, asimilarle. O, más precisamente, hacernos nosotros parte de Él, ser asimilados por Él.

La palabra Eucaristía significa “buen don gratuito”, aunque suele decirse que significa “acción de gracias”. No hay contradicción entre estas dos acepciones: damos gracias por el don gratuito de que el Bien se quede con nosotros y nos haga suyos. Pero que Jesús esté con nosotros hasta el fin de los tiempos, no es un extra, la guinda en el pastel, no. Es una imperiosa necesidad. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí, no podéis hacer nada. […] Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia” (Cfr. Juan 15-5-8). Necesitamos estar unidos a Él para sobrevivir espiritualmente. Por el contrario, sin estar unidos a Él no podemos hacer nada, nuestra vida espiritual languidece y muere.


En el día del Corpus Christi celebramos, rebosantes de alegría, como los discípulos tras la ascensión, tamaña ingeniería espiritual. Que Cristo haya elegido esa maravillosa forma de quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos, de que podamos estar con Él todos los días, tocarle, hacernos carne de su carne y sangre de su sangre por el mero hecho de tomar cada día, si lo deseamos, su cuerpo y su sangre –o dejándonos tomar por ellos. Pero, cuan a menudo nos parece una trivialidad una cosa así. O cuan a menudo, los ojos de nuestra fe, casi ciegos, no nos permiten ver esa espléndida realidad. Si hoy no hemos sido conscientes de ella, podemos serlo mañana, y pasado y todos los días que nos queden de vida. Podemos cada uno de nuestros días abrir bien los ojos y ver el brillo de esta maravilla de ingeniería. Y realizar cada día, llenos de asombro, el hecho de dejarnos asimilar por Cristo.