16 de diciembre de 2018

Algunas reflexiones sobre la Constitución de 1978


Al cumplirse 40 años de la promulgación de la Constitución, he vuelto a leérmela entera. Lo hice en su día y lo volví a hacer años más tarde. Pero la tenía prácticamente olvidada. Esta lectura me ha hecho descubrir en ella cosas que, al menos en mi desmemoria, no recordaba. Intentaré en estas líneas transmitir estos descubrimientos. Pero antes me voy a permitir unos recuerdos del año 1978 que creo pertinentes.

En 1978 yo tenía 27 años y estaba en pleno proceso de transformación de mi época comunista. Ya he contado en alguna ocasión cómo fue esa época y cuál fue el largo proceso que me hizo transformarme de comunista en un convencido del capitalismo y de la economía de libre mercado. Por tanto, no lo repetiré ahora. Pero, como acabo de decir, en 1978 yo ya estaba inmerso en ese proceso. Debo sin embargo decir que durante la transición, sólo los comunistas hicieron algo verdaderamente eficaz para traer la democracia. No entraré tampoco –ahí radica parte del inicio de mi proceso– en explicar que este compromiso de los comunistas para la transición era una simple táctica dentro de una estrategia clarísimamente definida para implantar el “paraíso” comunista, carente, por supuesto, de libertades. Pero yo, ingenuamente, anhelaba verdaderamente la implantación de un sistema democrático, parlamentario, basado en un Estado de Derecho, aunque en aquel entonces no tuviese muy claro qué era eso de un Estado de Derecho. Por eso, para mí, la promulgación de la Constitución fue motivo de inmensa alegría. Sin entenderla muy bien me entusiasmé con ella y hoy, 40 años más tarde, de una forma más madura y, por lo tanto, más realista, sigo entusiasmado con ella. Nos ha proporcionado cuarenta años de un progreso económico sin precedentes en la historia de España. Aunque es de justicia reconocer que ese recorrido de progreso empezó en los años 60 en pleno régimen franquista.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención en esta nueva lectura, es su carácter ecléctico, hasta contradictorio en algunos aspectos. Se notan en ella plumas con objetivos distintos. Pero esto, que puede ser visto como algo negativo hoy, en 2018, fue fruto de un consenso entre todas las fuerzas que hoy parece imposible. Debo decir que, aunque fuese, como he dicho antes, por una táctica estudiada, incluso el partido comunista, ya legalizado, fue lo suficientemente flexible como para transigir en muchos puntos. Y una de las cosas que preocupó mucho a los padres de la Constitución fue que ese consenso, duramente conseguido, no se desintegrase a las primeras de cambio por intereses particulares du uno u otro grupo. En los años 70 del siglo pasado había un clamor popular absolutamente generalizado entre todos los españoles para el advenimiento de ese sistema democrático y parlamentario. Y creo que fue ese clamor lo que hizo posible que todos los partidos cediesen para conseguir ese objetivo. Y creo también que los padres de la Constitución quisieron conscientemente que la nueva Constitución sólo se pudiese cambiar, en sus aspectos medulares, sólo cuando hubiese un clamor popular como el que hubo en 1978. Y yo se lo agradezco. Porque hoy, las fuerzas centrífugas que imperan en la política española, querrían llevar a cabo modificaciones de la Constitución en base a sus intereses partidistas particulares, lo que, sin duda, llevaría a la disolución de la Constitución y, con ella, hoy en día, en España, de la democracia. No obstante, dejaron la puerta abierta a su reforma, pero sabiendo que, en sus aspectos medulares sólo sería posible si hubiese un clamor popular para cambiarlos similar al que hubo para elaborar la Constitución. Para dejar constancia de ese clamor, diré que la Constitución se aprobó con un 94,2% en el Congreso, con sólo 6 votos en contra y 14 abstenciones, y con un 94,6% en el Senado, con 5 votos en contra y 8 abstenciones. Debo decir que los partidos catalanes votaron a favor y el PNV se abstuvo. Posteriormente, en el referéndum, la participación fue del 67% y los votos a favor fueron del 92%, lo que supone que la Constitución fue aprobada con el 62% de los votos de los españoles con derecho al mismo. Creo que ninguna otra ley, ni estatuto de autonomía ha obtenido nunca resultados similares.

Sólo a título de recordatorio diré cuales son esos aspectos medulares y cuál es proceso para cambiarlos. Como botón de muestra y sin pretender ser exhaustivo, diré que entre los aspectos medulares están cosas como: 1ª) La monarquía como sistema de Estado, con el Rey como Jefe del Estado, 2ª) la inviolabilidad del Rey, 3ª) el orden sucesorio, en el que los varones tienen precesión sobre las mujeres, 4ª) la residencia de la soberanía en el pueblo español en su conjunto, 5ª) la indisolubilidad de España, 6ª) la oficialidad de la lengua castellana en todo el territorio de España y la obligación de que sea enseñada, sin detrimento de que pueda haber otras lenguas cooficiales en cada Comunidad Autónoma, 7ª) la bandera roja y gualda como bandera de España, con la obligatoriedad de que ondee en todos los edificios públicos, otra vez, sin detrimento de que pueda haber otras banderas en cada Comunidad Autónoma, 8ª) la capitalidad de Madrid, 9ª) el derecho a las autonomías, 10ª) la misión de las Fuerzas Armadas de garantizar la soberanía e independencia de España, defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional, 11ª) el derecho a la vida, 12ª) la garantía a los padres de el derecho de que sus hijos reciban una formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Y, nos guste o no nos guste, la Constitución habla de las distintas nacionalidades, así, nacionalidades, dentro de la Nación española, si bien no utiliza la palabra naciones sino nacionalidades.

Pues bien, para cambiar estos aspectos de la Constitución, serían necesarios los siguientes requisitos:

1º Aprobación de la modificación por 2/3 de cada una de las Cámaras.
2º Disolución de las Cortes y nuevas elecciones,
3º Nueva aprobación de la modificación por 2/3 de cada una de las Cámaras.
4º Referéndum para toda España.

O sea, lo dicho anteriormente, para que estos aspectos de la Constitución se modifiquen debería haber un clamor popular y, de ninguna manera bastaría –gracias le sean dadas a Dios y a los padres de la Constitución– el capricho ideológico de ningún partido.

El resto de la Constitución tiene requerimientos menos rígidos para modificarse. Basta una mayoría de 3/5 en cada una de las Cámaras y, en el caso de que lo pidan más del 10% de cualquiera de las Cámaras, un referéndum. En estos aspectos, la Constitución ya ha sufrido dos modificaciones a lo largo de estos 40 años. La primera fue en 1992, bajo el gobierno de Felipe González, para poder entrar en la UE, ya que había algunos aspectos del artículo 13.2 que se contradecían con algunos aspectos del Tratado de la Unión. La modificación del artículo se llevó a cabo con aplastante mayoría en ambas Cámaras y al no haber en ninguna de ellas un 10% de diputados o senadores que pidiesen referéndum, éste no fue convocado. La segunda tuvo lugar en 2011, bajo el Gobierno de Zapatero. Se modificó el artículo 135 introduciendo varias cláusulas de estabilidad presupuestaria y de preferencia del pago de la deuda, para que España pusiese acogerse a la financiación de la UE a través del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera FEEF. Gracias a eso pudo llevarse a cabo años más tarde el rescate de las Cajas de Ahorro y la constitución del banco malo, SAREB, para hacerse cargo de los activos tóxicos de las Cajas de Ahorros. Tampoco en este caso fue necesario referéndum ya que la mayoría fue tan aplastante que en ninguna de las dos cámaras hubo un 10% que lo pidieran. Pero, si no clamor popular, cosa que no puede saberse ya que no hubo referéndum, en ambos casos hubo aplastante mayoría de los diputados y senadores.

Me parece especialmente importante dedicarle unas líneas al tema de las competencias transferidas a las Comunidades Autónomas. Si bien la Constitución proclama en su núcleo duro el derecho a las autonomías, deja también meridianamente claro en el título VIII, que no es del núcleo duro, que hay competencias que son exclusivas del Estado central, si bien, éste puede regular mediante ley orgánica que las Comunidades Autónomas las administren por delegación. Por tanto, estas competencias exclusivas del Estado que se han cedido a las Comunidades Autónomas para su gestión, pueden ser recuperadas por éste. Supongo, aunque no lo sé con certeza –agradecería que si algún jurista lee esto me lo pueda aclarar– que si estas competencias delegadas se han incluido en los Estatutos de una determinada CCAA, será necesario que esta devolución fuese aceptada, además de por el Congreso de los Diputados, por el Parlamento de dicha CCAA. Pero en ambos casos bastaría con una mayoría absoluta en el Congreso y en el Parlamento autónomo correspondiente. Lo que es seguro, es que la recuperación de estas competencias no requiere modificación constitucional. Entre las competencias que la Constitución declara como exclusivas del Estado están, entre otras:

“14ª Hacienda general y Deuda del Estado”.

“17ª Legislación básica y régimen económico de la Seguridad Social, sin perjuicio de la ejecución de sus servicios por las Comunidades Autónomas.

“27ª Normas básicas del régimen de prensa, radio y televisión y, en general, de todos los medios de comunicación social, sin perjuicio de las facultades que en su desarrollo y ejecución correspondan a las Comunidades Autónomas”.

“29ª Seguridad pública, sin perjuicio de la creación de policías por lás Comunidades Autónomas en la forma que se establezca en los respectivos Estatutos en el marco de lo que disponga una ley orgánica”.

“30ª Regulación de las condiciones de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y profesionales y normas básicas para el desarrollo del artículo 27 de la Constitución, a fin de garantizar el cumplimiento de las obligaciones de los poderes públicos en esta materia”. Es ese artículo 27 el que en su punto 3 dice: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.

“32ª Autorización para la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum”. Conviene hacer notar que estos referéndums son consultivos, no vinculantes. En base a esto, el gobierno de Felipe González convocó un referéndum para consultar a los españoles su opinión sobre la entrada de España en la OTAN. Este punto permitiría también hacer una consulta popular, no sobre la autodeterminación, que va claramente contra los principios del núcleo duro de la Constitución, sino sobre aspectos vinculados con la Autonomía de la Comunidad catalana. Por supuesto, este referéndum tendría que hacerse para todos los españoles.

Pero, por si esto fuese poco, la Constitución, tras definir las competencias exclusivas del Estado, en su artículo 150.3, dice:

“El Estado podrá dictar leyes que establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas, aún en el caso de materias atribuidas a la competencia de éstas, cuando así lo exija el interés general. Corresponde a las Cortes Generales, por mayoría absoluta de cada cámara, la apreciación de esta necesidad”. Es obvio que si esto se puede hacer aún en el caso de las materias atribuidas a la competencia de las Comunidades Autónomas, con mayor razón puede hacerse para las que son exclusivas del Estado y delegadas en éstas, aún sin necesidad de recuperarlas y, por tanto, sin necesidad de que sean aprobadas por los respectivos Parlamentos Autónomos.

Tras este repaso a vuelo de pájaro de la Constitución, me voy a permitir señalar, sin pretender ser exhaustivo, algunos aspectos en los que, en mi opinión, se está incumpliendo la Constitución de forma flagrante.

El primero es el derecho a la vida. La constitución dice en el artículo 15, que es uno de los que forman el núcleo duro:

“Todos tienen derecho a la vida y la integridad física y moral…”. Parece ser que este artículo fue motivo de gran debate entre los padres de la Constitución. Los partidos partidarios del aborto querían que el artículo dijese: “Todas las personas”, precisamente para poder aducir que el nasciturus no es aún persona y arrebatarle, por tanto, el derecho a la vida. Pero el hecho es que el artículo se refiere a TODOS, sin excluir a nadie. Creo que es evidente que el alcance de ese todos es todos los seres humanos. No es baladí resaltar que el nasciturus, desde que se sabe de su existencia, tiene derecho a la herencia que le pueda corresponder. ¿Qué derecho es más importante, el de la herencia o el de la vida? Y, al margen de la discusión de si el embrión es persona o no, lo que es indudable científicamente es que, a partir de la fecundación de un óvulo por un espermatozoide humanos, hay un ser vivo, que es humano y que es diferente al cuerpo de la madre. Por si esto fuera poco creo que, en caso de duda deben aplicarse dos principios civilizadores que son el de protección al débil y el de la presunción de inocencia. Vayamos con la protección al débil. No creo que haya un ser humano más débil y desvalido que el embrión primero y el feto después y es de culturas civilizadas la protección de los más desvalidos. El principio de presunción de inocencia es un concepto jurídico que posiblemente no sea aplicable al caso, puesto que aquí no se juzga sobre culpabilidad o inocencia del nasciturus que, evidentemente, es inocente bajo cualquier prisma que se mire. Pero este principio se basa en un criterio que sí es pertinente a este caso. A saber: Es preferible que un culpable salga libre a que un inocente sufra una pena injusta. Este principio sí es aplicable. Admitamos, por cuestiones metodológicas, que no de fondo, que el nasciturus no fuese persona hasta un momento dado. Aplicando el principio anterior, en caso de duda, sería mejor permitir la vida de “algo” que, aunque no sea persona, llegará a serlo en poco tiempo, que quitar la vida a una persona. Hay un adagio del derecho romano que dice: In dubio, pro reo”. Creo que podría aplicarse diciendo: “In dubio, pro nasciturus”. La primera de las leyes del aborto que ha habido en España no negaba que el aborto fuese un delito. Simplemente lo despenalizaba bajo varios supuestos. Al margen de que esos supuestos se hayan aplicado con una laxitud que más que tal nombre merece el de dejación, podría estar de acuerdo en que hay situaciones en las que una mujer que abortase bajo ciertas circunstancias, aún siendo culpable de un delito, no recibiese una pena por ello. Pero de ninguna manera este criterio puede ser generalizable. Sin embargo, la actual ley del aborto no es así. La actual ley reconoce el aborto como un derecho, lo que a todas luces es contrario a la Constitución. Cuando esta ley se aprobó en 2010, el PP pidió al Tribunal Constitucional su retirada preventiva por inconstitucional. Este Tribunal, por 6 votos contra 5 (se emitieron 5 votos particulares en contra del criterio mayoritario), es decir, por la mínima diferencia, acordó no aceptar la retirada preventiva de la ley, dejando para más adelante la decisión central de si la ley es o no anticonstitucional. Pues bien, hoy, Diciembre de 2018, más de ocho años después, el Tribunal Constitucional sigue sin pronunciarse. Y mientras tanto, cada año mueren más o menos100.000 seres humanos por aborto. ¡Trágico e inexplicable!

Otros aspectos de la Constitución que so se cumplen son los referidos a loa artículos 27.3 y 39.1. El primero de estos artículos se refiere al anteriormente aludido derecho de los padres a elegir para sus hijos la formación religiosa y moral acorde con sus propias convicciones. Derecho que, como también se ha dicho anteriormente, forma parte del núcleo duro de la Constitución. No creo que sea dudoso afirmar que la llamada educación para la ciudadanía, obligatoria en los planes de enseñanza, choca frontalmente contra este derecho. Según creo –no he encontrado la sentencia, pero he recibido esta información de un experto en derecho constitucional– hace unos años, un padre, sorteando todos los obstáculos, llegó a plantear un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional cuando su hijo todavía no había alcanzado la edad para tener que estudiar la educación para la ciudadanía. Se rechazó su petición porque aún su hijo no tenía ese problema y el asunto sigue durmiento el sueño de los justos.

El artículo 39.1, que no forma parte del núcleo duro de la Constitución, pero que mientras ésta no se cambie, figura en ella, dice brevemente:

“Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia”. Empiezo por la protección económica y lo hago con una anécdota personal. En Diciembre de 1992, hace nada menos que 26 años, yo tenía 8 hijos con edades comprendidas entre los 5 y 17 años. Trabajaba como una mula para ganar lo suficiente como para sacar adelante a esa numerosa familia. Eso me situaba en el punto más alto de la escala progresiva del IRPF. Cierto que por cada hijo el Estado me daba una “limosna”, pero eso me parecía injusto. Escribí una carta al Defensor del Pueblo, a la sazón D. José María Gil Robles y Gil Delgado, exponiéndole lo que me parecía una medida justa: Tomar la renta de mi mujer y la mía y sumarlas, dividir el total entre 10 para obtener la renta per cápita familiar, calcular el tipo impositivo que correspondería con esa renta y aplicarla a toda la renta de mi mujer y mía. Por supuesto, con esto, renunciaba a la “limosna”. Le decía que debería considerarse que estaba educando a los ciudadanos del futuro y, con 26 años de antelación, avisaba del riesgo de que, de no apoyar a las familias con medidas de justicia, no “limosnas”, en un futuro no muy lejano –que ya ha llegado y sigue progresando– se produciría una inversión de la pirámide de población que haría inviable el sistema de pensiones públicas. Me contestó en Marzo de 1993 diciéndome que entendía mi postura, pero que nada cabía hacer al respecto al Defensor del Pueblo. Lamentablemente tuve razón y hoy, aquellas lluvias han traído estos lodos. Somos el país con menor natalidad del mundo, las defunciones, a pesar de estar en descenso, han superado a los nacimientos, la población envejece, la pirámide de la población se invierte y, como consecuencia, el sistema público de pensiones es inviable, por mucha palabrería y demagogia que se lance. Pero quizá peor que la falta de protección económica sea la falta de protección jurídica. Naturalmente, la dictadura de lo políticamente correcto pretende estar defendiendo jurídicamente la familia cuando iguala el matrimonio homosexual con el matrimonio entre un hombre o una mujer o cuando equipara la adopción de niños por parejas homosexuales con la llevada a cabo por parejas heterosexuales. Y lo pretende porque se ha inventado otras formas de familia frente a lo que ha dado en llamar “familia tradicional”. La Constitución defiende la familia, dice lo políticamente correcto, pero la familia en general, no la “tradicional” que no es sino una forma más de familia. Cuando oigo esto, no puedo evitar recordar dos artículos de Juan Manuel de Prada publicados en Julio de 2006 y en Diciembre de 2007. Artículos de los que cito algún párrafo. En el de 2007, Juan Manuel de Prada dice:

“La celebración de la fiesta de las familias cristianas les ha dejado el cuerpo a los progres como a la niña de «El exorcista». El progre, que es analfabeto y se vanagloria de serlo cuando se refiere a la familia y le añade desdeñosamente el calificativo de «tradicional»; pero decir «familia tradicional» es como decir «cigüeña ovípara». El progre es ese tío que está dispuesto a defender la existencia de cigüeñas que se reproducen al modo mamífero, o por esporas; y, del mismo modo, pretende vendernos la moto de que existen familias no tradicionales”.

En el de 2006, aún siendo anterior, el argumento está más elaborado y mejor traído. Transcribo el artículo casi completo. Dice:

“SIEMPRE se me ha antojado entre redundante y rocambolesco que a la familia se la moteje de «tradicional». No me causaría mayor asombro si mañana entrara en un restaurante y, tras solicitar al camarero un guiso de conejo, éste me respondiese: «Perdone el señor, ¿se refiere a un conejo tradicional? Porque también podemos ofrecerle un conejo bípedo». «¿Y cómo han logrado obtener conejos bípedos? -preguntaría yo, sobresaltado ante la mención de tan portentosa quimera-. ¿Mediante manipulación genética?». «Oh, no señor -me respondería el camarero, con una sonrisita condescendiente-, son conejos criados del modo más natural: además de caminar sobre dos patas, tienen plumas en lugar de pelo y corona su cabeza una graciosa cresta». «Pero usted me está describiendo un pollo -le objetaría un tanto mosqueado al obsequioso camarero-. Y yo lo que deseo comer es conejo». «Creo que el señor no me ha entendido: existe un conejo tradicional, que hociquea y pega brinquitos; y existe un conejo bípedo, que se reproduce mediante huevos y come por el pico». «Que no, hombre, que no, que eso que usted llama conejo bípedo es un pollo de libro, un pollo de los de toda la vida, vamos», insistiría yo, entre divertido y exasperado. Ante lo cual, el camarero, herido en la víscera del orgullo y con ademán autoritario, me expulsaría del restaurante, murmurando: «Habráse visto, qué tío carca. ¡Pretender que los conejos tradicionales son los únicos que existen!».

Una impresión de desconcierto similar me golpea cuando oigo hablar de «familia tradicional» como una más de las posibles formas de familia. Uno puede entender que la gente se lo monte como le pete y pruebe las más imaginativas modalidades de combinación humana; uno puede entender incluso que, de resultas de algún trauma infantil o como consecuencia de una indigestión de pienso ideológico, llegue a aborrecer la familia. Pero que alguien que aborrece la familia desee usurpar su nombre ya requiere una explicación clínica. Yo, por ejemplo, aborrezco la gimnasia y me precio de no haber visitado en mi puñetera vida uno de esos quirófanos con olor a sobaco donde la gente mata su salud haciendo pesas y bicicleta ciclostática; pero cuando tengo que rellenar algún impreso oficial no se me ocurre poner en la casilla de la profesión «gimnasta de sofá». Tampoco pretendo concurrir en ninguna olimpiada, ni convencer a nadie de que mis confortables michelines, que tanto me abrigan en invierno, son en realidad músculos abdominales hiperdesarrollados. Digamos que acepto con plácida naturalidad que carezco de dotes gimnásticas; no entiendo por qué cierta gente que carece de dotes para fundar una familia pretende, en cambio, que la modalidad alternativa de combinación humana que escogen sea designada con el nombre que en realidad tanto detestan. Supongo que tanta terquedad obedece en el fondo a la supervivencia de un complejito; pero los complejitos, que merecen nuestra caridad, no pueden provocar el torcimiento del lenguaje. De una señora gorda podremos decir, por cortesía o sentido del humor, que está lozana, jamona o maciza; ponderar su esbeltez, en cambio, constituye un ejercicio de cinismo.

Y, salvo que juguemos al cinismo, hemos de reconocer que familia no existe más que una. Cuando decimos «familia tradicional» estamos formulando en realidad un pleonasmo, tan grotesco e hilarante como si dijéramos que después de comer nos gusta dar un «paseo pedestre». […]. Podemos jugar a torcer el lenguaje cuanto deseemos, podemos marear las palabras y someterlas a centrifugados y travestismos pintorescos; pero, por mucho que nos empeñemos, un pollo seguirá siendo un pollo, aunque lo envolvamos con una piel de conejo”.

A veces la ironía es la manera más eficaz de desenmascarar la mentira. La familia, la única que existe, que es a la que sin duda se refiere el espíritu de la Constitución, no se defiende hoy en día, bajo el ridículo pretexto semántico de que hay diferentes tipos de familia. Y con esto no pretendo, ni mucho menos, mermar la libertad de cada uno para unirse con quien quiera bajo las premisas que quiera o, si lo prefiere, bajo ninguna premisa. Pero esas uniones, dignas del respeto que se deriva de respetar la libertad individual, no es a la que se refiere la Constitución. Nadie pensaba en otra cosa en 1978, ni entre la inmensa mayoría de los políticos que votaron la Constitución ni entre la más inmensa mayoría de los españoles que la aprobaron. Sólo varias décadas de ingeniería social perfectamente programada y orquestada ha llegado a crear semejante confusión en detrimento de la familia.

El artículo 31.1 de la Constitución tampoco es de los nucleares, pero dice:

“Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”.

Al leer esto, claro, se le ocurre a uno pensar cuándo se puede pensar que un impuesto tiene carácter confiscatorio. Mi sentido común me dice que tiene que haber algún criterio cualitativo, no cuantitativo, que diferencie un impuesto confiscatorio de otro que no lo sea. Y mi lógica me lleva a pensar que ese criterio cualitativo podría estar en si el impuesto grava un patrimonio o una renta. Cuando un impuesto grava una renta, el sujeto pasivo del impuesto se enriquece menos que si toda la renta revirtiese sobre él, pero no se empobrece. Pero si el impuesto grava un patrimonio, en primer lugar, está empobreciendo al sujeto pasivo y, en segundo lugar, la constitución de ese patrimonio ya había satisfecho los impuestos, por lo que se produce una doble imposición. Creo que esa podría ser la frontera. Pero creo que también debería haber otra frontera, aunque esta sea cuantitativa. Ciertamente, un porcentaje demasiado alto de gravamen sobre una renta, también parecería que podría ser confiscatorio. Discutir dónde poner esa frontera sería algo complejo, pero parece evidente que debería haberla. Para ver si había alguna interpretación autorizada sobre esto del carácter confiscatorio, trasteé un poco en internet para ver si había algún pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Y lo hay. Y es asombroso. El Tribunal Constitucional no entra en aspectos cualitativos sobre qué hecho imponible se grava. Sólo establece un límite cuantitativo y lo fija en el… 100%. Sí, has leído bien, en el 100%. Es decir que, según esta interpretación, si mañana se decidiese que se iba a implantar un impuesto sobre el patrimonio del 99%, no tendría carácter confiscatorio. A decir verdad, me parece bastante decepcionante que el Tribunal Constitucional diga algo con tan poco, o más bien sin ningún, sentido común. O sea que, según las disposiciones de este Tribunal, ningún impuesto es confiscatorio, salvo que sea del 110%, claro. ¿Con qué derecho puedo yo contradecir esa docta opinión? Derecho, con ninguno. Pero el sentido común me dice que mis líneas rojas son sensatas y que las dos se están sobrepasando. El sistema fiscal español está plagado de impuestos que gravan el patrimonio y caen en la doble imposición. Pero si nos fijamos en la renta, el porcentaje de impuestos es espeluznante. Porque más allá de los tipos superiores al 40% que fija el IRPF para los tramos más altos, tenemos el IVA, que grava el consumo, primo hermano de la renta, con un 21% adicional. Por otro lado la Seguridad Social cobra a las empresas un porcentaje de más del 20% del sueldo bruto que paga al trabajador y, por si fuera poco, quita de ese suelo bruto un porcentaje progresivo adicionale que puede llegar al doble dígito. No voy a hacer ninguna operación matemática sobre el porcentaje resultante de todo esto, pero sin hacerlos, me parece escandaloso. ¿Confiscatorio? Diga lo que diga el Tribunal Constitucional, me caben pocas dudas de que para el más básico de los sentidos comunes sí es confiscatorio. Además, ¿cómo se conjuga el principio de igualdad frente a los impuestos contra tan brutal progresividad? Lo encuentro difícil, si no imposible. Podría aceptar una moderada progresividad, pero, ¿este disparate? Ello no obstante, cuando se habla del futuro del sistema público de pensiones, del que hablaremos dentro de unas líneas, se sigue diciendo lo de “que lo paguen los ricos”.

Pero, aparte de los aspectos de la Constitución que no se cumplen, pudiéndose cumplir, hay otros que son materialmente imposibles de cumplir. Son magníficas declaraciones de intenciones, pero tan quiméricas como magníficas. Me recuerdan a la ingenuidad con la que la Constitución de Cádiz de 1812 declaraba que los españoles son buenos y benéficos. ¡Magnífico, todos contentos!

La primera de estas quiméricas declaraciones de intenciones es la que queda sancionada en el artículo 47 de la Carta Magna, que afirma categóricamente que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” para a continuación dar unas recetas que de ninguna manera son suficientes para garantizar el cumplimiento de este derecho y que de hecho pueden ser contraproducentes. Si los españoles hemos votado esta Constitución, me pregunto quién debería ser el que corriese con los gastos necesarios para garantizarlo. Naturalmente, el Estado, que es en donde participamos todos los españoles. Pero hay un pequeño inconveniente. Es imposible que el Estado pueda hacer frente a semejante obligación. Porque para hacerlo, tendría que recurrir a unos tipos impositivos tan altos que estrangularían a la economía y harían que se pudiese recaudar un alto porcentaje de nada. Es decir, nada. ¿Dónde está ese precipicio de tipo impositivo que, sobrepasado, lleva a la ruina es algo que nadie sabe, pero más vale mantenerse alejado de él. Pero es seguro que para que el Estado pudiese garantizar una vivienda digna y adecuada –¿qué es una vivienda digna y adecuada?– habría que caerse por el precipicio, iniciando una espiral viciosa hacia la venezuelización.

La segunda quimera se presenta en el artículo 50 en el que se dice que “los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”. Otra vez, ¡magnífico! Durante años, el sistema público de pensiones ha funcionado a las mil maravillas sobre la base de que muchos jóvenes mantenían a pocas personas de la “tercera edad”. Pero, como inútilmente planteé hace 26 años, la situación se va acercando cada vez más a que unos pocos jóvenes tengan que mantener a una masa ingente de “terceredadistas”, lo que hará, más pronto o más tarde, el sistema público de pensiones insostenible. Si hace 26 años se hubiesen dado incentivos a las familias y se hubiese empezado a llevar a cabo la transformación del sistema de transferencias actual en un sistema de autoahorro que, aunque tutelado por el Estado pudiese estar gestionado eficientemente por inversores profesionales, nada de esto pasaría ahora. Pero no hay peor manera de solucionar un problema que el de la patada a seguir a la que tan aficionados son nuestros políticos.

Creo que me he pasado varios pueblos con mis reflexiones sobre la Constitución. Espero que alguno pueda llegar hasta aquí y le haya resultado de interés.

10 de diciembre de 2018

Lujuria, castidad, agresiones y manadas


Creo sinceramente que nos estamos volviendo locos como sociedad. Locos de una especie de doble personalidad esquizoide que nace de la prohibición que nos hemos hecho de llamar a las cosas por su nombre y de proscribir algunos sanos conceptos.

Nos espantamos, con toda razón, ante actos tan deleznables como los de la manada. Y queremos, también razonablemente, que haya leyes duras que condenen esas conductas con penas proporcionadas al daño que hacen. Hasta aquí, nada que reprochar a la sociedad en que vivimos. Pero a partir de aquí empiezan los disparates. Y el primero, aunque de ninguna manera el mayor, es el del establecimiento de fronteras entre lo que es una sana relación sexual y lo que es un abuso o violencia. Evidentemente, no es no, y así debe ser. Pero en el juego erótico que precede al sano cortejo sexual y al mismo acto sexual hay una inmensa cantidad de matices, de ambigüedades, de sobreentendidos, de acercamientos y alejamientos, de cambio de actitudes y pareceres. Y esto forma parte de lo normal. Es parte del juego erótico que es un ingrediente básico de una sana sexualidad. Y lo es en todas las relaciones eróticas y sexuales, en las circunstanciales y en las estables. Pretender convertir todo esto en una línea nítida, recta e inamovible es ir contra una de las conductas que pueden ser de las más humanas, dulces, sanas y deseables que se pueden tener. Cierto que esas conductas también pueden derivar en algo abyecto y miserable. Pero matar lo primero para evitar lo segundo se me antoja como matar a un ruiseñor para poder echar la siesta o como talar un árbol centenario para poder tomar el sol.

La solución no está, desde luego, en el trazado de toscas líneas que maten la sutileza. Está en remontarse a algo más básico, profundo e importante de las reglas que rigen la conducta humana. La distinción entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, entre lo virtuoso y lo vicioso, entre la gracia y el pecado. Pero, claro, aquí tocamos sacrosantos principios que esta sociedad ha condenado al ostracismo. Porque esa distinción atañe a la conciencia del ser humano y, la conciencia es algo que debe ser formado desde la infancia. Y, lo primero que hay que hacer es empezar por formar en que existe el bien y el mal, lo que implica decir que existe la verdad y la falsedad y que no todo da igual. Hay que empezar por decir que existe la virtud y el vicio y la gracia y el pecado. Pero todos estos conceptos han sido desterrados por la sociedad en que vivimos, como si fuesen estupideces, cosas de retrógrados o conceptos de casposa sacristía que estorban a un concepto erróneo de libertad.

Las ideas que sobre estos temas forman la conciencia individual y colectiva se van cociendo a fuego lento en las generaciones a través de la educación. Y, la verdad es que la educación sexual imperante que se da ahora a los niños es, en general, la de que todo vale si te apetece. Como esta cocción es lenta, merece la pena que me remonte hacia a atrás a determinadas vivencias y recuerdos personales en lo que a educación se refiere. Y uno de mis recuerdos se remonta a la famosa campaña de publicidad del “Póntelo, pónselo”. ¡Qué divertido! El sexo no era más que un divertimento con dos pequeños inconvenientes; que la mujer se podía quedar embarazada y que a través de él, sobre todo si las relaciones eran promiscuas, se podían transmitir enfermedades sexuales y, en especial, el SIDA. Pero, ¡no pasa nada! Con el condón, todo solucionado. Diviértete con el sexo irresponsable, convertido en “responsable” sólo con el “póntelo, pónselo”. Recuerdo que en la misma época del “póntelo, pónselo”, en todo el mundo había publicidad para combatir el contagio del SIDA. Pero no puedo dejar de comparar la española con la que se hizo en ese mismo momento en Alemania. Allí aparecía una secuencia de escenas en el que el mismo hombre se llevaba a la cama, con gran alegría, a diferentes mujeres. El audio decía: “Éste es Klaus con Erika. Éste es Klaus con Brigitte. Éste es Klaus con Kristine…”. Entonces cambiaba el cuadro y se veía al mismo hombre enfermo y demacrado, al tiempo que el audio decía: “… y éste es Klaus con SIDA”. Sólo al final se recomendaba no tener relaciones promiscuas y, si se tenían, usar preservativo. Es decir, ni más ni menos que la única receta de éxito, la llamada ABC[1]. Abstinencia, fidelidad, condón. Por ese orden. En España sólo quedó la C.

Por aquella época, hablo de hace 25-30 años, mis hijos eran adolescentes e iban al Liceo Francés. Un buen día llegaron a casa diciendo que en el patio del Liceo iban a poner una máquina de preservativos. Nos creímos que era la típica broma de adolescentes, el típico bulo “gracioso”. No. Fue verdad. La pusieron. Mi mujer y yo, nos lanzamos a una campaña de recogida de firmas para pedir que se quitaran. Fuimos calificados de “la caverna”. Otro amigo mío y yo conseguimos entrar a formar parte del “Conseil d’Etablissement” como dos de los cuatro representantes de los padres. Inútil. En el Conseil estaban los sindicatos, la dirección, los profesores y los alumnos. Los profesores, con alguna honrosa excepción seguían a la dirección. Los sindicatos eran progres. Los alumnos y los padres estábamos divididos. Conclusión. Todo llegaba amañado antes de cada reunión y lo único que podíamos hacer mi amigo y yo era darnos el gustazo inútil de decir lo que nos parecía. ¿Qué cosas se decidían allí? Por ejemplo, una clase de educación sexual para evitar el contagio del SIDA, o que se diese a las niñas la píldora del día después en la enfermería del Liceo sin conocimiento de los padres. Las sesiones de educación sexual anti SIDA las daba la doctora del Liceo. Tras una ardua lucha conseguimos que mi mujer pudiese asistir a las charlas. Éstas se podían resumir en lo siguiente: Toda conducta sexual que no contagiaba el SIDA era buena. Por supuesto, hacer el acto sexual con condón era bueno. No puedo estar más de acuerdo en que se le diga a un adolescente que, si va a hacer el acto sexual indebidamente, por lo menos, no haga la tontería de hacerlo sin preservativo. Así educaba yo a mis hijos. “Hacer el amor –les decía– es eso, un acto de amor. Y el amor no es sólo un sentimiento, es, sobre todo, un compromiso serio y profundo que, deseablemente, debe ir acompañado de un sentimiento que, si es auténtico, no es pasajero. Por tanto, hasta que no se tenga madurez para ese amor, ese compromiso, es sano abstenerse del acto sexual. Peeeeero, si hacéis lo indebido y echáis un polvo, que no es lo mismo que hacer el amor, no pongáis una estupidez encima de lo indebido. Poneros el preservativo”. A menudo les contaba la frase leída en la novela “El plan infinito” de Isabel Allende, que decía: “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. Yo la completaba diciendo que hacer el acto sexual sin auténtico amor era como jugar al tenis con un Stradivarius: se perdía el partido y se destrozaba el violín. Un hijo mío de 16 años protestó un día en clase de francés, ¡de francés!, porque la profesora les dijo que un chico que no había tenido relaciones sexuales a los 17 años era bicho raro. Mi hijo le respondió con la frase de Isabel Allende y mi comentario y la profesora se quedó de piedra. Pero no era ese el mensaje de las charlas de educación sexual. ¡No! El mensaje era: si no da SIDA, es bueno. La masturbación mutua, es buena, porque no da SIDA. La felatio y el cunilingüis, son buenos, porque no dan SIDA. ¡Como suena! A niños y niñas de 14 años en adelante. Mi mujer se plantaba y les explicaba a los chicos y chicas que las cosas no eran así. La doctora tenía que dejarla, porque esas eran las reglas del juego. Entre los chicos y chicas se producía discusión y división de opiniones. Esta división estaba sesgada. La mayoría de los que estaban de acuerdo con mi mujer eran chicas. Así mantuvimos esa lucha mi mujer y yo, hasta que nos hartamos y sacamos del Liceo a nuestros hijos que todavía no habían acabado el Bachillerato. Dos cosas debo decir a favor del Liceo Francés. La primera que la formación intelectual que daban era magnífica, enseñando a los jóvenes a razonar en vez de memorizar. Por eso me dio pena sacarles. La segunda que, a pesar de la lucha que mantuvimos mi mujer y yo, nunca, jamás, mis hijos se vieron perjudicados en sus notas ni en ninguna actividad escolar ni extraescolar por esa batalla nuestra. Tal vez pueda pensarse que esas son cosas que sólo pasaban en el Liceo Francés. Es posible que eso fuese así en aquella época, pero mucho me temo que, años después, en España, con la educación para la ciudadanía y otras cosas, en los colegios públicos –y en cierta medida en los concertados– se han superado con creces esas barbaridades. En cambio, tengo la impresión de que en la educación pública francesa –el Liceo Francés es público– se está ya un poco de vuelta de semejantes dislates.

¿A dónde quiero llegar con estos recuerdos y experiencias? A que si esa ha sido la educación que se ha dado en los institutos y colegios, ¿por qué nos extraña que haya manadas? Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Tal vez sean leyendas urbanas, no lo sé, pero he oído historias de juegos sexuales practicados en grupo entre chicos y chicas, historias que el pudor me impide contar, que indican que las manadas o los lobos sexuales solitarios, no son otra cosa que el producto de esa educación.

Estoy convencido de que otro gallo cantaría si la educación hubiese hecho énfasis en lo que decía al principio, el bien y el mal, la verdad, la virtud y el vicio, la gracia y el pecado. Indudablemente en el pasado –y ahora hablo de mi infancia– el énfasis en el pecado y en la gravedad del sexto mandamiento y en el anatema del sexo fueron excesivos. Pero me atrevería a decir que lo que aquello no producía eran manadas. Y que para el impacto en la salud mental era mucho mejor aquello que esto. Lo cual no me hace añorar la educación de mi infancia. Pero sí un correcto equilibrio. La ley del péndulo nunca ha sido una buena ley. Y para ello, hay que educar en distinguir la virtud y el vicio. No usemos, si se considera inoportuno –aunque no veo por qué ha de serlo– la idea de pecado, pero hablemos a los niños y jóvenes del vicio de la lujuria –y de la avaricia y de la soberbia, etc.– así como de sus virtudes sanadoras de la castidad –y de la generosidad y de la humildad, etc.– que compensan los vicios anteriores. Y no tiñamos en la educación el vicio de aureola de libertad y la virtud de sometimiento y represión. Volvamos a los clásicos. Virtud viene de virtus, que es fuerza en latín. El hábito de la virtud es un hábito de fuertes. El hábito del vicio es un signo de debilidad. En la puerta de bronce, llamada de las virtudes, del antiguo seminario de los Jesuitas en Comillas, una obra de arte –la puerta– del arquitecto-escultor Lluis Domenech i Muntaner, aparecen representadas las siete virtudes que se oponen a los siete[2] pecados capitales. Las virtudes son mujeres que están de pie sobre plataformas debajo de las cuales están representados, como aplastados, los vicios. La segunda por la derecha es la castidad, una bella joven con un lirio en la mano. Aplastado por ella aparece un rijoso mono, símbolo de la lujuria. No me parece mal símil. En una educación así, deberíamos decirles a nuestros jóvenes lo que en 1906 le decía Paul Claudel a su discípulo Jaques Rivière cuando éste tenía 20 años:

“No crea usted a quien le diga que la juventud está hecha para divertirse: la juventud no está hecha para el placer; está hecha para el heroísmo. Es verdad, un hombre joven necesita heroísmo para resistir a las tentaciones que le rodean, para creer él solo en una doctrina despreciada... para estar solo contra todos, para ser fiel contra todos. Pero, “tened valor, que yo he vencido al mundo...”. La virtud es la que nos hace hombres. La castidad le hará a usted vigoroso, ágil, alerta, penetrante, claro como un toque de clarín y esplendoroso como el sol de la mañana. La vida le parecerá a usted llena de sabor y gravedad, y el mudo, lleno de sentido y de belleza”.

No soy ningún ingenuo. No creo que exista ninguna receta infalible en la educación que erradique los vicios y generalice la virtud. La virtud, como fuerza y heroísmo que supone, será siempre menos frecuente que el vicio que es un dejarse llevar corriente abajo. Pero sin creer en una panacea, sí estoy convencido de que una sana educación, basada en la verdad, la virtud y la gracia, daría, sin duda, un mundo con una mayor proporción de virtud y, por consiguiente, con menos manadas o lobos sexuales solitarios. No me resisto a citar una frase que Gustav Janouche pone en Franz Kafka en sus “Conversaciones con Kafka”

“... es difícil imaginar hoy, verdaderamente, una juventud libre y ligera. La espantosa marea de estos últimos años lo sumerge todo. […]. Es cierto que la impureza y la juventud se excluyen mutuamente. Pero, ¿dónde está la juventud de los hombres de hoy? Vive en la mayor familiaridad y en la más íntima confianza con la impureza. Los hombres conocen la fuerza de la impureza, pero han olvidado la fuerza de la juventud. Por eso dudan de la juventud misma. [...] La presión exterior es terriblemente fuerte: defenderse y abandonarse al mismo tiempo... De aquí nace una crispación”.

Realmente, con la educación que se ha dado en los últimos, al menos, treinta años, es muy difícil que surja una juventud de virtud heroica más allá de algunas excepciones. Sería raro que no viviesen “en la mayor familiaridad y en la más íntima confianza con la impureza” y que no tuviesen “una profunda crispación”. Y, así, no es raro que salgan manadas o lobos sexuales solitarios.

Lo sorprendente es la hipocresía de esta sociedad que se asombra de que tras la inoculación de esos desviados principios, se produzcan estos resultados y no se dé cuenta de que aquellas lluvias trajeron estos lodos. Y, lejos de rectificar errores, se mantiene la contumacia en ellos, se profundiza en la errada educación y se buscan unas triquiñuelas legales disparatadas, que desnaturalizan cualquier tipo de relación sexual admisible, para reprimir conductas perversas que esa educación ha producido. Por supuesto, estoy a favor de que el código penal castigue con dureza las execrables conductas de la manada y similares. Pero no a costa de disparates jurídicos de notarialización de las relaciones sexuales. Últimamente circulan muchos chistes al respecto. No voy a abundar en ellos porque seguramente todos los que lean estas líneas los habrán visto. Podrán parecer boutades, pero tienen un profundo fondo de razón. Y, mucho me temo que, con estas ridículas propuestas legales, acaben en la cárcel personas cuya conducta no es merecedora de ella. Podemos llegar al extremo de que decirle a una chica, por ejemplo, que tiene un pelo muy bonito, sea considerado una agresión sexual. ¿Exagero? Veremos, tiempo al tiempo.


[1] ABC son las siglas de Abstinence, Be faithful, Condon. Be faithful era la manera de decir fidelidad de forma que el acrónimo fuese ABC.
[2] En realidad aparecen sólo seis. La soberbia no aparece. Los guías que lo enseñan dicen que la soberbia está representada por la propia puerta. No sé si lo veo muy claro.

2 de diciembre de 2018

Hoy ha sido una jornada histórica


Creo que hoy hemos vivido una jornada histórica en España. Tal vez debería esperar hasta mañana para escribir más en frío, pero me pasan dos cosas.

La primera que si no escribo ahora lo que tengo en la cabeza, no voy a poder dormir y la segunda que mañana no voy a tener un segundo para escribier, así que, a estas horas intempestivas, allá voy.

Lo primero quiero dar rienda suelta a ki alegría de que, después de casi 40 años, el PSOE tenga que salir con el rabo entre las piernas del gobierno. Creo que es una magnifica oportunidad de que la brecha económica entre Andalucía y el resto de España deje de agrandarse. Porque la culpa de esta brecha la tiene el nefasto gobierno continuado del PSOE en la región. Es una excelente noticia porque, siendo el separatismo de Cataluña y Vascongadas el factor de mayor riesgo de ruptura de España, la brecha económica es, sin duda, el segundo.

Por otro lado quiero hablar del ascenso de VOX. Nunca he votado a VOX y creo que no lo haré. No comparto la acusación que desde la izquierda se le hace de representar una derecha antidemocrática y ultra. No lo es. Comparto muchos de sus presupuestos. Creo que es el partido más liberal en lo económico que hay actualmente en España. Pero ser liberal sin gobernar está chupado. Lo puede ser cualquiera. Comparto su falta de fe en el llamado Estado de las Autonomías, que es una sangría económica y política para España. Pero, para acabar con este Estado de las Autonomías tendría que hacerse por el camino difícil de la reforma constitucional (2/3 en las dos cámaras, disolución y elecciones, nueva mayoría de 2/3 entre las dos cámaras y referéndum). O sea, imposible. Gastar hoy en día energías en eso es como querer alcanzar la azotea de un edificio de 10 plantas con un salto desde la calle. Tal vez un día –ojalá– las condiciones de España lo permitan. Pero ese día está todavía muy lejos y si hay que acercarse a él, deberá ser con astucia. Astutos como serpientes… Comparto su visión de un control serio de la inmigración, libre de demagogias. Control no es cierre de fronteras, es admitir a los que puedan venir a España a trabajar, no a vagar por las calles manteando. Esto no es xenofobia, es realismo. Comparto con VOX su visión cristiana de la vida. Entonces, ¿por quñe no le voto? Por varios motivos. El primero porque todavái no ha hecho nada real por España que demuestre su valía. El PP, con todo lo malo que haya podido hacer, ha prestado a España el inestimable servicio de sacarle dos veces de la ruina a la que el PSOE la había abocado. Ahora está de moda decir que la economía no es importante. Pero, sí que lo es y mucho. Es el trabajo y el pan de millones de personas. Hasta ahora, VOX sólo ha hecho honor a su nombre. Bla, bla, bla. Y a mi las palabras me impresionan poco. Prefiero los hechos. Pero, además, hay otras razones, que no diré públicamente porque no me da la gana, por las que creo que no les votaré nunca.

Pero no es un partido antidemocrático, como se le pretende presentar, identificándolo con Le Pen o los partidos neonacis o neofascistas de Alemania, Grecia y otros países. Es un partido que no acepta lo políticamente correcto, lo que me parece estupendo, pero en este país equivale a ser tachado de fascista. Sí son profundamente antidemócatas, se pongan la careta que se pongan Pablo Iglesias y Podemos. Se me han puesto los pelos como escarpias al ver el discurso de Pablo Iglesias tras las elecciones. En el más puro estilo leninista, plagado de amenazas y de llamadas a la toma de la calle. Eso sí es ser un partido antidemocrático, por mucho que se crea con derecho a repartir certificados de demócratas. La pobre candidata para Andalucía ha dicho lo mismo, pero solo daría pena si no tuviese detrás a quien tiene.

Me pone de mala leche el discurso de Susana Díaz, la gran fracasada, la puesta a dedo por Griñán, de la pretendida unión de los demócratas –entre los que, por supuesto, pone a Podemos– frente a los antidemócratas, en un patético, pero, ojo, no imposible, intento de atraerse a C’s. Me parece bastante plausible que, si entre C’s y PSOE tuviesen 55 escaños, se revalidaría el pacto de la pasada legislatura. El guiño de Susana estaba clarísimo. Pero… alinearse con Podemos es demasiado, incluso para C’s. No obstante, en su discurso, Rivera ha avanzado el postularse para ser Presidente de Andalucía. A ver si, burla burlando, vamos a acabar teniendo nuevas elecciones en Andalucía en unos meses. Sería de coña, pero no lo descarto y tal vez al PSOE le gustaría, porque soñaría con atraer a la abstención.

No veo más que una salida razonable y, además, magnífica para Andalucía y para España. Una entente entre PP, C’s y VOX. No sé qué tipo de entente. Eso son tmas tácticos que me resbalan. Pero una entente. Entente que, parece lógico, debería estar centrada en el PP. Pero, claro, aquí me encuentro con los que han demonizado al PP, culpándole de todos los males de España, ciegos a los servicios de este partido a España.

El los numerosos, rápidos y eléctricos cambios d Whasapp mientras se daban los resultados me ha pasado lo que le pasa siempre a todo aquel que pretende mantener la cabeza fría. No tenfo entre mis contactos a nadie que llame fascista a VOX –aunque sí a gente que, como yo ni les ha votado ni les votará nunca– pero éstos me llamarían también fascista por defender hasta donde lo he hecho a VOX. Si tengo, en cambio, a bastantes que, por los más diversos motivos, unos que entiendo y otros que no, son entusiastas votantes de VOX. Me han puesto a parir. Me da igual. Su argumento, erróneo, por supuesto, es que este resultado ha sido gracias a VOX. “Si no hubiese sido por los 12 escaños de VOX”, me decían. Como si esos votos no hubiesen existido sin VOX. Hubiesen existido y se hubiesen repartido, casi todos entre PP y C’s y hubiesen ido, además, a favor de la ley de Hont. O sea que el resultado hubiese sido parecido. Les he contestado que, aunque su razonamiento era erróneo, bien está lo que bien acaba, intentando con ello, hacer una honrosa paz, como la que debe haber de ahora en adelante entre las fuerzas de centro derecha y derecha. Pero, no ha servido. Su enardecido ánimo les ha llevado, si no al insulto, sí a una notable falta de respeto, llevando sus argumentos ad hominem. Que si parecía metita que yo, siendo tan listo, fuese a la vez tan tonto como para no ver que VOX era el partido salvador de Andalucía. No me importa. Los amigos son los amigos más allá de las opiniones políticas.

Como he dicho más arriba, bien está lo que bien acaba y lo de Andalucía, aunque no ha acabado, va bien. Esperemos que no acabe mal en nuevas elecciones o en pactos maléficos. Esto último lo veo casi imposible, ya que si C’s se uniese a Podemos acabaría de firmar su sentencia de muerte. Pero lo de las nuevas elecciones… hasta que no vea una investidura no me lo creeré. Por algo me llamo Tomás.

24 de noviembre de 2018

Míster Ed, Wilbur, la venganza de Don Mendo y un corolario teológico


Por esos recovecos que tiene la memoria, hoy me ha venido a la cabeza el recuerdo de una serie de televisión de los años 60´s que a mis 14 o 15 años veía sin perderme un solo episodio.

Se trataba de la serie Mister Ed. Un día, un ejecutivo agresivo americano, por nombre Wilbur al que le van más las cosas en los negocios, en su matrimonio y en su familia, tiene que vender su loft en Manhattan y comprar una casa vieja en el campo, relativamente lejos de Nueva York. El que le vende la casa le hace una rebaja para que se quede con un viejo penco inútil que se llama Mister Ed con el que no sabe qué hacer. Wilbur, tras regatear la rebaja, acepta. El primer día que va a vivir a la casa, huyendo de su mujer, que le da la brasa por haberse tenido que ir a vivir al quinto infierno, va a la cuadra y le empieza a contar sus penas familiares y profesionales al viejo caballo. En un momento dado, el animal le habla y le da tres buenos consejos, uno para su trabajo, otro para su matrimonio y otro para sus hijos. Por supuesto, Wilbur cree haberse vuelto loco y sale corriendo. Pero, al cabo de un rato, intrigado, vuelve y Mister Ed le vuelve a dar los consejos. Él no está convencido de no estar majara, pero, los consejos le parecen sensatos y –por probar no pasa nada– decide ponerlos en práctica. Efectivamente, en su trabajo le empieza a ir bien y también empiezan a mejorar las relaciones con su mujer y sus hijos. Como mera curiosidad, pongo un link a la cabecera de la serie. (San Google lo encuentra todo).

A partir de ese momento, gracias a los consejos de Mister Ed, a Wilbur le empiezan a ir las cosas de bien en mejor. En su trabajo le suben el sueldo y le ascienden, con su mujer y sus hijos va teniendo un ascendiente y un cariño cada vez mayor, sus amigos, que antes le tenían por un pringao le empiezan a admirar por su sensatez y buen juicio. Gracias al entrenamiento que Mister Ed supervisa y a su autoconfianza su juego de golf mejora espectacularmente. Los que antes no querían ni oír hablar de jugar al golf con él ahora se lo rifan… y así en muchas cosas.

Pero él no da ninguna importancia a nada de eso. Lo único que le importa es demostrar al mundo que tiene un caballo que habla, con el fin de venderlo por un pastón y forrarse. Intenta tender a Mister Ed todo tipo de trampas, cada vez más sofisticadas para que alguien le vea y le oiga hablar. Pero, el caballo no quiere que nadie lo sepa y, naturalmente, es mucho más astuto que el idiota de Wilbur que, sin la ayuda de Mister Ed la caga una y otra vez. Naturalmente, para su frustración nunca consigue que nadie oiga hablar a su caballo y se desespera. Al final de cada episodio, cuando a Wilbur le fallan estrepitosamente sus estrategias para desenmascarar a Mister Ed, siempre acaba con que el caballo mira a su dueño con cara socarrona mientras le dice con voz de cachondeo: ¡Wilbuuuuuuur! En el matrimonio de Wilbur hay, sin embargo, un punto negro. Su mujer le da continuamente la tabarra para que se deshaga del caballo, “ese viejo penco”. Y el pobre Wilbur se las ve y se las desea para no complacer a su mujer que intenta vender a Mister Ed de mil formas distintas. Sin embargo, al caballo no le importa el empeño de su dueño por deshacerse de él por dinero cuando consiga demostrar que habla. Sigue ayudando a Wilbur cada vez con más tino y sensatez y el matrimonio, la familia, el sueldo y el prestigio de Wilbur crecen como la espuma.

Bueno –estaréis pensando–, ¿a qué demonios viene que Tomás nos cuente esta historia de un caballo que habla y de un tío un tanto gilipollas? O, puesto en palabras de Don Mendo en una escena de su famosa venganza:

“¿Y a qué viene, ¡vive el cielo!
cuando tan grande es mi duelo
esta conseja endiablada
del cencerro y de la espada
y del farol y del celo?”

Aún a riesgo de que muchos de vosotros conozcáis de sobra la obra de Don Pedro Muñoz Seca, no puedo dejaros en la incógnita del porqué de la indignación de Don Mendo. Por una serie de motivos, Don Mendo está en una lóbrega mazmorra y un amigo suyo, el marqués de la Moncada, le va a ver para proponerle un plan de fuga. Están acosados por el tiempo que tarde en volver el siniestro carcelero. Pero, a pesar de ese agobio, Moncada le suelta a Don Mendo el siguiente rollo:

Moncada:

Ha de antiguo la costumbre
mi padre, el Barón de Mies,
de descender de su cumbre
y cazar aves con lumbre,
ya sabéis vos cómo es.

Don Mendo:

No.

Moncada:

En la noche más cerrada,
se toma un farol de hierro
que tenga la luz tapada,
se coge una vieja espada
y una esquila o un cencerro
a fin de que al avanzar
el cazador importuno
las aves oigan sonar
la esquila y puedan pensar
que es un animal vacuno.
Y en medio de la penumbra,
cuando al cabo se columbra
que está cerca el verderol,
se alumbra, se le deslumbra
con la lumbre del farol.
Queda el ave temblorosa,
recelosa, cautelosa,
y entonces, sin embarazo,
se le atiza un estacazo,
se la mata, y a otra cosa.

Don Mendo:

No es torpe, no la invención
mas un cazador de ley
no debe hacer tal acción,
pues oyendo el esquilón
toman las aves por buey
a vuestro padre, el Barón.

Moncada:

Es verdad, no había caído,
vuestra advertencia es muy justa
y os agradezco el cumplido.
¡El Barón por buey tenido!
No me gusta… no me gusta.

Es entonces cuando a Don Mendo le sobreviene el ataque de cólera, al ver que se esfuma el tiempo para planear su fuga.

Seguiréis diciéndoos: ¿Y por qué Tomás nos transcribe un párrafo tan largo de “La venganza de Don Mendo”? Hay varias buenas razones para ello. La primera, que este año se cumple el centenario del estreno de dicha obra y, para celebrarlo, el grupo de teatro del Colegio del Recuerdo de los jesuitas, va a representar esta obra varias veces los dos próximos fines de semana. Os añado un link con el cartel donde se dan días y horas de las funciones.


La segunda, porque estoy seguro de que si vais, pasaréis un rato muy divertido de humor inteligente y saldréis con una sonrisa, cosa que, dados los tiempos que corren, siempre es de agradecer. Si no podéis ir, os recomiendo la lectura. No es lo mismo, pero… Por supuesto, podéis encontrarlo en Amazon. Yo iré este domingo 25, así que si os veo, nos reiremos juntos.

Don Pedro era muy capaz de despertar la carcajada con las cosas que escribía. Como muestra un botón, ahí va algo verdaderamente genial:

“Don Pedro vivía, desde sus tiempos de estudiante, en una casa de Madrid donde atendía la portería un encantador matrimonio al que profesaba auténtico afecto[1]. Falleció la mujer y, a los pocos días el marido, más de pena que de enfermedad, pues era un matrimonio profundamente enamorado. El hijo de los porteros se dirigió a don Pedro, muy afectado por la muerte de sus padres, y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria. Del corazón de Muñoz Seca salieron estos versos:

FUE TAN GRANDE SU BONDAD,
TAL SU GENEROSIDAD
Y LA VIRTUD DE LOS DOS
QUE ESTÁN CON SEGURIDAD
EN EL CIELO, JUNTO A DIOS.

Corría mil novecientos veintitantos y, en la época, era preceptivo que la Curia diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían de adornar los enterramientos. Así que don Pedro recibió una carta del Obispado de Madrid reconviniéndole a modificar el verso, puesto que nadie, ni siquiera el propio Obispo de la diócesis, o el Santo Padre, incluso, podían afirmar de un modo tan categórico que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin más. Don Pedro rehízo el verso y lo remitió a la Curia del modo siguiente:

FUERON MUY JUNTOS LOS DOS,
EL UNO DEL OTRO EN POS,
DONDE VA SIEMPRE EL QUE MUERE
PERO NO ESTÁN JUNTO A DIOS
PORQUE EL OBISPO NO QUIERE.

Nueva carta de la Curia. El Obispo, tras recriminar al autor lo que cree –con toda la razón del mundo– una burla y un choteo de Muñoz Seca, le exige una rectificación, ya que no es el Obispo el que no quiere, pues ni siquiera es voluntad de Dios. Él no decide nuestro futuro, sino que es nuestro libre albedrío el que nos lleva o no al cielo. Así que don Pedro remata la faena escribiendo un verso que jamás se colocó en enterramiento alguno porque la Curia ni siquiera contestó:

VAGANDO SUS ALMAS VAN
POR EL ÉTER, DÉBILMENTE,
SIN SABER QUÉ ES LO QUE HARÁN
PORQUE, DESGRACIADAMENTE,
NI DIOS SABE DÓNDE ESTÁN.

No es de esto de lo que quiero sacar, aunque tal vez podría, ningún corolario teológico ni eclesial.

El final de la vida de don Pedro fue, sin embargo, trágico.

“Fue condenado a muerte, el 26 de noviembre, por un tribunal popular: Por fascista, monárquico y enemigo de la República. Antes de morir escribió esta carta a su mujer[2]:

‘Queridísima Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todos. Llevo una muda de repuesto. Voy muy tranquilo sabiendo que todos estarán bien y que tú seguirás siendo el ángel bueno de todos. El mío lo has sido siempre y, si Dios tiene dispuesto que no volvamos a vernos, mi último pensamiento será siempre para ti. No te olvides de mi madre (…) Siento proporcionarte el disgusto de esta separación pero, si todos debemos sufrir por la salvación de España y ésta es la parte que me ha correspondido, benditos sean estos sufrimientos. Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos y, para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu Pedro.

Postdata. Como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas’.

Le quitaron la maleta, el abrigo, la cartera, el reloj, los recuerdos que llevaba en los bolsillos y le dejaron un pañuelo, como único equipaje. Un miliciano le cortó los bigotes: ‘Para donde vas, no te van a hacer falta’.

Le ataron las manos con un alambre. Como un Cyrano de Bergerac gaditano, conservaba la entereza y el humor. Les dijo a los que iban a fusilarlo: ‘Me lo habéis quitado todo, la familia, la libertad, pero hay algo que no me podéis quitar: el miedo’.

Tiró el cigarrillo y dijo: ‘Cuanto antes’. Todavía gritó: ‘¡Viva España y viva el Rey!’. Cuentan que agarró la mano del Padre Llop, que estaba perdonando a sus asesinos, y se despidió: ‘Hasta el cielo, Padre’.

Es uno de los miles de cuerpos sin identificar que reposan en la fosa común de Paracuellos”.

Actualmente, don Pedro Muñoz Seca está en proceso de beatificación junto con otros 43 posibles mártires.

Y la tercera razón para colocaros este texto es que mi mayor deseo en la vida ha sido, desde hace muchos años, representar “La venganza de Don Mendo”: Naturalmente, haciendo yo el papel de Don Mendo que me sé de memoria. Mucho me temo que este profundo deseo de mi alma se verá frustrado. O tal vez, si al final no me paso la eternidad vagando por el éter, débilmente, como los pobres porteros de don Pedro, pueda representarlo en el cielo. Veremos en qué acaba esto.

Pero volvamos con Mister Ed y Wilbur. Seguiréis preguntándoos: ¿Para qué demonios nos cuenta Tomás todo esto de Mister Ed, Wilbur, su mujer, su trabajo y todo lo demás? Y aquí viene el corolario teológico.

¡Ah!, es que me parece que muy a menudo nosotros, los seres humanos hacemos con Dios lo que Wilbur con Mister Ed.

Muchos ni siquiera le hacen caso. Escuchan los consejos de Dios, pero los achacan a su locura y se los quitan de la cabeza. Puede que se den cuenta de que los consejos tienen mucho sentido, pero su orgullo les impide ver qué pasaría si los siguiesen. Los oyen como un indistinguible murmullo de fondo al que no hay que prestar la menor atención y, al final, dejan de oírlos.

Otros los siguen y hasta les va bien, pero al poco tiempo se acostumbran a tener a Dios a mano y los ven tan contrarios a los consejos que da el mundo, que poco a poco van despreciándolos hasta que dejan de hacerles ni pito caso. También, al final, dejan de oírlos.

Un tercer grupo, mientras oyen sus consejos, viven obsesionados con quitarse de en medio a Dios, tal y como Wilbur quería hacer con Mister Ed y, al final lo consiguen. O mejor dicho, acaban perdiendo con Dios, la casa, el trabajo, los hijos, los amigos y otras muchas cosas más.

Por último, algunos se acercan continuamente a la oración –la cuadra de Mister Ed– para ver qué tiene que decirles. No es necesario contarle muchas cosas a Dios. El nos conoce hasta nuestras entretelas. Basta con sentarse al lado de la puerta de la cuadra por la que Mister Ed saca la cabeza, darle palmaditas en las carrilleras cuando saca la cabeza y dejarse lamer la mano por él. Enseguida nos vendrán sus consejos. Pero, a diferencia de Wilbur, no debemos esperar de los consejos de Dios el éxito de nuestros planes humanos. Los caminos de Dios no son nuestros caminos y los buenos son los suyos. Porque Él ve la eternidad y toda la trama y urdimbre de las vidas y la historia, mientras que nosotros sólo vemos una minúscula fracción. Los consejos de Dios nos pondrán en el camino de lo mejor para nosotros mismos, pero desde su visión, no la nuestra.


[1] Aunque en el sitio de internet, donde he leído esta anécdota, no especifica quien es el autor de los textos que enmarcan los epitafios, pondría la mano en el fuego de que su autor es Alfonso Ussía, nieto de don Pedro, del que ha heredado su ingenio.
[2] Tampoco este texto es mío, lo he visto en internet, sin que se citase el autor, pero debe ser de alguien de su familia, posiblemente también Alfonso Ussía.