31 de mayo de 2008

La división del trabajo

Tomás Alfaro Drake

Este es el 19º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin” y “Los primeros brotes del arbusto de la vida”.

En el artículo anterior habían aparecido las células eucariotas como un gran logro de la vida. Pero sólo había eso, células aisladas. Cada una de ellas era, hablando impropiamente, un “organismo”. Y a su vez, cada “organismo” constaba de una sola célula. Pero otra mutación pudo haber hecho a la célula capaz de producir algún tipo de proteína que sirviese de “pegamento” para mantener varias de ellas unidas entre sí. Y una vez unidas, otra mutación pudo hacer que cada una de las células del conjunto se especializase. Todas ellas serían iguales, todas tendrían la misma carga genética, es decir el mismo libro de instrucciones para hacer todas las sustancias que necesitaban para automantenerse. Pero si estaban unidas, ¿no sería más fácil que distintos grupos de células se especializasen en producir sólo una parte de lo necesario? Entre todas harían todo, pero cada una lo suyo. Después sólo sería necesario ser capaces de intercambiar entre ellas esas sustancias para que cada grupo de células dispusiese de lo que necesitase para ejercer su función. Lo mismo que la división del trabajo ha demostrado ser algo beneficioso en la organización social, las mutaciones que permitieron esto lo fueron para la vida. Acababan de aparecer los organismos pluricelulares, con células especializadas formando distintos órganos dentro del mismo. Esto sí puede llamarse con propiedad un organismo, formado, como su nombre indica, por órganos.
Me he permitido la licencia de hablar como si las células formasen una asamblea en la que decidiesen asociarse, especializarse, repartirse el trabajo y su producto, etc. Nada más falso. Las células hacen eso porque, como en todas las fases de la evolución, alguna mutación beneficiosa entre los millones de perjudiciales, hace que esto ocurra. La anterior visión incorrecta ha hecho que algunas ideologías vean la organización social humana como un organismo. Inmensa falsedad, porque los seres humanos, cuando aparezcan en la evolución, serán libres y, ahora sí, serán ellos quienes decidan libremente cómo organizarse para el bien común de la sociedad y no al revés. Son los seres humanos los que pueden hacer enfermar a una sociedad y también ellos los que pueden salvarla de sus males. Se puede decir que la célula es para el organismo pero la sociedad es para el hombre. La asimilación de las sociedades humanas como organismos ha llevado a trágicos errores sociales.

A partir de este momento, son los organismos los que compiten por conseguir que su estructura organizativa predomine sobre otras. Al ser la tasa de reproducción mucho mayor de lo sostenible por el medio, sólo los organismos mejor adaptados al mismo subsisten. Y esa adaptación se produce por mutaciones genéticas ciegas a las condiciones del entorno al que debe adaptarse el organismo. Simplemente las que se traducen en una ventaja adaptativa viven más, dejan más descendencia y se perpetúan y las que no, desaparecen. Aparece la lucha por la vida. Esta lucha por la vida se ha identificado erróneamente con la supervivencia del más fuerte y se le ha dado el nombre, doblemente erróneo, de darwinismo social. Es doblemente erróneo, en primer lugar porque no es el más fuerte el que sobrevive, sino el mejor adaptado. De dos estrellas de mar, la que mejor se adapte a la salinidad marina, sobrevivirá y la otra desaparecerá, sin que jamás estén a menos de 100 millas de distancia una de otra y sin que haya la más mínima confrontación entre ellas. Además, Darwin nunca dijo que la supervivencia del más apto fuese un modelo a seguir por las sociedades humanas. Por otra parte, la extinción de los menos aptos es un proceso muy paulatino. Los organismos peor adaptados no desaparecen de un día para otro. Durante siglos tienen menos descendencia y de esta manera, muy poco a poco, van dejando el terreno para los más aptos.

28 de mayo de 2008

Respuesta a un nuevo comentario de Tales de Mixcoac

Tales de Mixcoac me escribe, en respuesta a una respuesta mía anterior:

Totalmente de acuerdo con esta percepción del misterio, solo creo que habría que dejar esa puerta abierta para la luz o lo que sea que está del otro lado; para mí resulta igual de maravillante cualquier respuesta, tanto Dios como la Nada, como el reciclaje de materia inherte, el simple hecho de estar vivo es suficiente para maravillarse.



Contesto:

La verdad, Tales, no me parece que de igual que al otro lado esté la Nada o Dios. Es cierto que la vida es maravillosa, pero parte de esa maravilla (me atrevería a decir que la esencia de esa maravilla) es esa sed de plenitud que llevamos en nosotros y que nos produce esa maravillosa mezcla de expectativa, esperanza y un cierto desasosiego. Pero si esa sed se quedase sin agua, sería una sed inutil y sin sentido. Y el agua no puede ser la nada.

Antonio Machado escribió:

Bueno es saber que el agua
sirve para beber,
lo malo es que no sabemos
para que sirve la sed.

La sed es maravillosa para buscar el agua, pero si no hay agua...

Además, ¿qué es eso de la nada? ¿Quién puede entenderla? Copio un texto de Sartre en el que no es capaz de imaginar la Nada. Es de su obra de teatro "El muro". Son varias personas que van a morir fusiladas al día siguiente, en la guerra civil española.

Uno de ellos le dice a otro:

Es como en las pesadillas, decía Tom. Queremos pensar en algo, tenemos todo el tiempo la impresión de que ya esta, que vamos a comprender y después, la sensación resbala, se escapa, y recaemos. Me digo: Después no habrá nada. Pero no comprendo lo que eso quiere decir. Hay momentos en los que casi llego... y después recaigo, empiezo a pensar otra vez en el dolor, en las balas, en las detonaciones. Soy materialista, te lo juro; no me estoy volviendo loco. Pero hay algo que no funciona. Veo mi cadáver: eso no es difícil, pero soy yo el que lo veo, con mis ojos[1]. Tendría que ser capaz de pensar... de pensar que no veré nada más, que no oiré nada más y que el mundo continuará para los demás. No estamos hechos para pensar eso, Pablo. Puedes creerme: ya me he pasado en vela más de una noche entera esperando algo. Pero eso no se parece a nada: eso nos cogerá por detrás, Pablo, y no habremos podido prepararnos.
[1] Las palabras yo y mis, están resaltadas en el texto original.

No estamos preparados para entender la nada, porque no estamos hechos para la nada. Me gusta mucho también esta frase de C.S Lewis en una carta a su amigo Sheldon Vanauken:

“Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero, ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: <>. Pero lo que es seguro es que, aunque no prueba que un hombre concreto tenga comida, si prueba que existe la comida. Por ejemplo, si fuéramos una especie que no comiera normalmente, que no estuviera diseñada para comer, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es feo. Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú realmente eres fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él? ¿Se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hiciesen, ¿no sugeriría fuertemente este mismo hecho que no hubieran sido siempre criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del tiempo. (<<¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!>>) En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal...”.

Cuando dice que el mundo del materialismo es feo, no se refiere al mundo material, sino al mundo de la materia sin espíritu. De dónde podría habernos venido esa sed de plenitud si sólo fuesemos producto de un mundo de materia que jamás puede dar plenitud.

Así es que, no, no es igual Dios que la Nada. Con la Nada, nuestros más profundos anhelos estarían condenados a quedar vacíos. Sin Dios nuestra sed sería una broma pesada.

al menos así loveo yo.

Un saludo.

Tomás.

25 de mayo de 2008

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 9

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

Edmund Husserl y la fenomenología.

Hasta aquí los caminos existenciales para escapar de la trampa de la posmodernidad. Es cierto que estos caminos se salen del racionalismo, sin perder de vista la “mordedura de lo real” –en palabras del propio Marcel. Pero hay contestaciones a la posmodernidad desde planos mucho más formalistas en el plano racional, aunque también basados en la intuición. El grito de guerra, “¡vuelta a las cosas mismas!” lo lanzó Edmund Husserl (1859-1938) en nombre de la fenomenología. La fenomenología es una corriente filosófica creada por Husserl, que postula que los fenómenos reales están ahí, delante de nosotros. No son creación nuestra, simplemente están ahí y requieren de nosotros una respuesta, una explicación de su esencia. Y para ello, debemos situarnos delante de ellos, libres de prejuicios, y analizarlos desde todos los puntos de vista, racionales, existenciales e intuitivos. Para ello Husserl diseñó una metodología precisa y sistemática para llegar a la intuición de la esencia de las cosas que es la base de la fenomenología. “Éste es el punto esencial: la fenomenología no es un sistema de proposiciones y verdades filosóficas [...] sino un método de filosofar que viene exigido por los problemas que trata la filosofía” [1]. Alrededor de Husserl apareció el llamado Círculo de Gotinga, al que pertenecieron filósosfos como Adolf von Reinach, Theodor Conrad, Edith Stein y otros. No está claro que Husserl abandonase definitivamente las bases idealistas del pensamiento. Sus discípulos así lo creyeron. Pero al final de su vida parece que volvió a dar un vacilante paso atrás hacia el idealismo. Sea como fuere, sus discípulos no estaban dispuestos a volver a los cuarteles de invierno kantianos y siguieron avanzando decididamente por la senda de vuelta al realismo.

La explosión de la fenomenología.

De estos dos troncos, existencialismo-vitalismo y fenomenología aparecen una pléyade de filósofos agrupados en diferentes corrientes. La clasificación de las distintas corrientes es un tanto ficticia, porque casi todas ellas trabajan con muchas ideas comunes que desarrollan para llegar a conclusiones que representan perspectivas diferentes de una misma realidad. La riqueza y variedad de este despertar del ave fénix es tan amplia en nombres y corrientes, que es imposible reflejarlas mínimamente, pero todos ellos han buscado y están buscando denodadamente caminos llenos de vitalidad y esperanza para escapar de la trampa posmoderna. De una manera u otra, todos podrían llamarse filósofos del encuentro, porque gran parte de su pensamiento está orientado al nuevo encuentro de la persona consigo misma, con el tú, con la realidad y con Dios. El hecho de que apelen a la intuición como forma de conocimiento transracional, no quiere decir que no sean “empíricos”. Tienen el empirismo de la experiencia. De la experiencia compartida por muchos y muy distintos tipos de personas, filósofos y no filósofos, gente que vive, mentalmente sana, hartas de teorías desgajadas de la realidad, que exigen de la filosofía que les dé una explicación inteligible de lo que les pasa en la vida. No es de extrañar que, de la misma forma que el empobrecimiento y la eventual negación de la realidad alejaron el pensamiento de Dios, la vuelta a las cosas mismas, a la realidad en toda su riqueza, acerque a Dios como única explicación razonable de la misma. De hecho, un gran número de estos filósofos son conversos al catolicismo desde posturas ateas derivadas del racionalismo o del idealismo. A muchos de ellos, el reencuentro con una realidad recuperada, les ha producido una inmensa alegría de vivir que les ha llevado a Dios. No al Dios deísta, cuya muerte proclamó Nietzsche, sino al Dios creador y mantenedor de esa realidad reencontrada.

Algunas frases ilustrativas de la filosofía del encuentro

Quiero, aunque el resultado pueda ser un poco caótico, citar algunas de las frases más significativas del pensamiento de algunos de los filósofos de este nuevo renacimiento. Más adelante haré un tímido intento de sistematización.

“Yo soy yo y mi circunstancia” [2].

“Alguien que yo conozco muy bien ha escrito mucho más tarde que ‘el hombre es un animal que se nutre de trascendentales’. Con términos diferentes, Bergson nos aseguraba que tal alimento estaba a nuestro alcance; que éramos capaces de conocer verdaderamente lo real, que por medio de la intuición alcanzamos lo absoluto. Y nosotros traducíamos que podíamos conocer verdaderamente, absolutamente, conocer lo que es. Poco nos importaba entonces que eso sucediera a través de la intuición que trasciende los conceptos o por medio de la inteligencia que los forma; lo importante, lo esencial, era el resultado posible: alcanzar lo absoluto”[3].

“¿Quién soy yo? ¿Un profesor? No lo creo: enseño por necesidad. ¿Un escritor? Tal vez. ¿Un filósofo? Lo espero. [...]. Y también, quizás, una especie de zahorí con la cabeza pegada a la tierra para escuchar el ruido de las fuentes ocultas y de las germinaciones invisibles” [4].

“Una cosa es rehusar la tiranía de las definiciones formales y otra es negar al hombre, como a menudo hace el existencialismo, toda esencia y toda estructura. Si cada hombre no es sino lo que él se hace, no hay ni humanidad, ni historia, ni comunidad” [5].

“No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo; yo estoy expuesto por él a mí mismo, al mundo, a los otros; por él escapo a la soledad de un pensamiento que no sería más que pensamiento de mi pensamiento. Al impedirme ser totalmente transparente a mí mismo, me arroja sin cesar fuera de mí en la problemática del mundo y las luchas del hombre. Por la solicitación de los sentidos me lanza al espacio, por su envejecimiento me enseña la duración, por su muerte me enfrenta con la eternidad. Hace sentir el peso de la esclavitud, pero al mismo tiempo está en la raíz de toda consciencia y de toda vida espiritual. Es el mediador omnipresente de la vida del espíritu” [6].

“para tener un yo es preciso ser querido por otro yo y, a su vez, quererle; es preciso tener una consciencia, al menos oscura, del otro y de las relaciones que unen entre sí los términos de esta red espiritual que es el hecho primitivo de la comunicación de las consciencias... Otro no significa no-yo, sino voluntad de promoción del yo, transparencia del uno para el otro. Es una coincidencia de los sujetos, una doble inmanencia... Desde entonces se constituye o se revela una conciencia colegial, un nosotros” [7].

“La posibilidad de dirigirnos sin límites hacia una realización total de nosotros, que fuera a la vez realización total de la red de personas con las que nos encontramos en la existencia, no puede explicarse ni por los esfuerzos del yo ni por la colegialidad de todos los yo. No puede explicarse más que por un Dios, que debe ser personal. No solamente estamos causados por el ser, sino también queridos por un Dios... La fenomenología del cogito concreto (del pensamiento concreto) nos impone el reconocimiento de esta prioridad divina en nosotros como una conclusión de la reflexión sobre la causa y el fin de nuestro querer” [8].

“Con el concepto de entreveramiento[9] el subjetivismo queda definitivamente superado; es más, se puede decir que el concepto de entreveramiento nace precisamente para eliminar el subjetivismo y para desembarazar para siempre el camino de la antítesis entre subjetivismo y objetivismo”. [...]. “Conocer y poseer la verdad no es posible sin comprometerse, sin tomar partido, sin exponerse personalmente; y esto no sucede sólo en la filosofía entendida como formulación de la verdad, sino en cualquier entreveramiento que sea digno de este nombre por mínimo e insignificante que sea ya que, en cada proceso de conocimiento siempre se encuentra comprometida la verdad y el entreveramiento más exiguo posee por sí mismo un valor ontológico” [10].

“Las circunstancias nunca me dejaron mucho tiempo para el estudio. Por temperamento prefiero el pensamiento a la erudición, de lo que pude darme cuenta en mi corta carrera de profesor en Cracovia y Lublin. Mi concepto de la persona, ‘única’ en su identidad y del hombre, como tal, centro del Universo, nació de la experiencia y comunicación con los demás, en mayor medida que de la lectura. Los libros, el estudio, la reflexión... me ayudan a formular lo que la experiencia me enseña” [11].

“El hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es la de reflejar a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio. El hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión. Efectivamente, él es desde el principio no sólo imagen en el que se refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de personas” [12].

“Hay sólo dos hechos en la vida espiritual, dos hechos que tienen lugar entre el yo y el tú: la palabra y el amor. En ellos radica la salvación del hombre, la liberación de su yo, de su autorreclusión en sí mismo” [13].

“El sentido del tú [...] no puede saciarse hasta que se encuentra al Tú infinito”. “En cada tú, nos dirigimos al Tú eterno” [14].

“La vida se hace hacia adelante; el hecho de que acontece, su temporalidad, le marca esa dirección y ese avance el que consiste la futurición. Pero no se la puede identificar con la mera fluencia temporal, y tampoco es simplemente un ‘proceso’; el transcurso del tiempo me lleva ciertamente hacia delante, pero en cada instante estoy, lo cual no quiere decir que este quieto, sino que, sin pararme, estoy instalado. Precisamente, la anticipación del futuro en el presente, la retención en él del pasado, son las condiciones que me permiten estar. Ni soy sólo presente, ni sólo futuro, soy futurizo, y esa ‘presencia’ del futuro y del pasado hacen que esté instalado en el tiempo, y no simplemente lo ‘cruce’. La instalación es lo que propiamente hace que pueda proyectarme y no, simplemente, esté ‘lanzado’” [15].

Termino con una frase que no es de ningún filósofo, pero es una buena muestra de que todos los caminos llevan a Roma y toda búsqueda sincera a la verdad. Es de un matemático que, por circunstancias de la vida, ganó el premio Nobel de Economía. Me refiero a John Nash. Su discurso de recepción del premio ante la Academia Sueca terminaba con la siguiente frase:

“Yo siempre he creído en los números, en las ecuaciones, en la lógica del entendimiento. Después de dedicar toda una vida con estos propósitos me pregunto: ¿Qué es realmente la lógica? ¿Qué es lo que guía a la razón? [...] He hecho el descubrimiento más importante de mi carrera, el descubrimiento más importante de mi vida. Es solamente en las misteriosas ecuaciones del amor donde se pueden encontrar la lógica y la razón. Estoy aquí esta noche por ti (dirigiéndose a su mujer). Tú eres la razón por la cual existo. Tú representas todas mis razones. Gracias”.

He dudado mucho si soltar esta retahíla de citas, pero me parece que son una buena introducción para hacer boca antes de abordar en los próximos artículos lo básico de la filosofía del encuentro.
[1] Adolf von Reinach, Introducción a la fenomenología.
[2] José Ortega y Gasset.
[3] Raïsa Maritain (mujer de Jacques Maritain y también filósofa) Las grandes amistades, narrando su encuentro y el de Jacques Maritain con Bergson.
[4] Jacques Maritain, Carnet de notes.
[5] Emmanuel Mournier, El personalismo.
[6] Emmanuel Mournier, El personalismo.
[7] Maurice Néodoncelle, La reciprocidad de las consciencias.
[8] Maurice Néodoncelle, Consciencia y logos. Horizontes y reflexiones de una filosofía personalista.
[9] De este concepto de entreveramiento, que es básico para la filosofía del encuentro, pero que no es en absoluto intuitivo, se hablará en el siguiente artículo. De la misma manera, se hablará de los conceptos de subjetivismo y objetivismo, que tampoco tienen el sentido que normalmente se les da de forma coloquial, sino que más bien se refieren a la errónea división del mundo en sujeto y objeto. Volveremos sobre esta frase dentro de unos artículos y quedará totalmente aclarado su sentido o, al menos, así lo espero.
[10] Luigi Pereyson. La primera parte de la cita es de “Filososfía y verdad”. La segunda de “Verdad y entreveramiento”
[11] Juan Pablo II, en entrevista a André Frossard publicada como libro “No tengáis miedo”.
[12] Juan Pablo II, Varón y mujer.
[13] Ferdinand Ebner, Palabra y amor.
[14] Martín Buber, Yo y tú.
[15] Julián Marías, Antropología metafísica.

22 de mayo de 2008

Reivindicando a Einstein

Tomás Alfaro Drake

Hace unas semanas, en una entrada de Juan Luis, en respuesta a otra mía de “El canino hacia la posmodernidad..., aparecía una referencia a Einstein, citada en un libro de Jiseph Pearce, si bien no era del propio Pearce, en la que se ponía a Einstein entre los filósofos de la sospecha, a saber; Freud, Marx y Nietszche. La razón: Una identificación errónea de teoría de la relatividad en física con el relativismo ético. Debo decir que Juan Luis se extrañaba de la inclusión de Einstein en ese trío. Quiero hoy reivindicar la figura de Einstein. Y lo hago con una carta que le escribí, junto a otros científicos del siglo XX, en mi libro “Al suelo de la muerte hablo despierto”: Ahí va:

Comillas, 9 de Agosto del 2003

Carta abierta para entregar a Albert Einstein y a todos los científicos que hicieron posible, en el siglo XX, la física cuántica. (Max Plank, Niels Bohr, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Wolfgang Pauli y otros).

Queridos Albert y todos los demás:

Doy gracias a Dios por haber podido vivir en el mundo después de que vosotros hayáis pasado por él. Sin vosotros, el universo sería para mí mucho menos comprensible, su inmensa belleza mucho más escondida y, por lo tanto, podría amarlo menos. Y amando menos al universo, amaría también menos a su Creador. Por eso, vosotros me habéis acercado al Amor de Dios tanto como cualquier otro ser humano pueda haberlo hecho. No sé si en esta carta, que preveo larga y ardua, seré capaz de explicaros, con mi lenguaje de hombre de la calle, el por qué de este inmenso agradecimiento. Espero, si no soy capaz, que vuestra benevolencia haga que admitáis con una sonrisa mi pobre intento. En la introducción de este epistolario comentaba cómo Maquiavello sentaba a su mesa a personajes como, Aristóteles, Platón, santo Tomás y Guillermo de Occam o a Julio César Marco Aurelio, Catón y Adriano. A mi me gustaría hacer lo mismo y pasarme horas escuchando, callado, vuestras discusiones. Unas discusiones que serían prolongación de las que tuvisteis aquí en la tierra, pero alumbradas con una nueva Luz que las haría mucho más ricas. Confío en que un día me admitáis, de piedra y dando tabaco, en un rinconcito de vuestra tertulia. Sirva esta carta, espero, como pasaporte para esa invitación.

Te pongo a ti, Albert, aparte y en primer lugar, porque tú solo descubriste la teoría de la relatividad y abriste la puerta para que los demás, en un proceso de interacción mutua, desarrollasen la física cuántica. Aunque este desarrollo de la física te resultó inaceptable hasta el día de tu muerte, estoy seguro de que si vivieses hoy lo habrías aceptado. Me gustaría comentar contigo, en esta carta, las consecuencias de esta aceptación. Pero quizá me estoy adelantando a lo que quiero deciros, de forma que vayamos por partes.

No me voy a adentrar, sería ridículo, en comentar lo que he podido llegar a entender de tu teoría de la relatividad, pero gracias a ella podemos comprender hoy que el universo se expande, que tuvo un principio y que, de una forma u otra, tendrá un fin. No fue fácil para ti, anclado en la idea de un universo eterno, aceptar ese hecho experimental que tu teoría podía explicar. Sin embargo, como hombre inteligente y abierto, lo llegaste a admitir de buen grado y hasta con entusiasmo. Pero, lo más importante, lo que me hace escribirte, es el sentimiento de reverencia que te produjo tu visión profunda del universo. Por muchos caminos te dabas cuenta de que el orden del cosmos tenía que responder a una mente superior. En una tertulia en el Berlín de 1927, cuando alguien se extrañó de oír que eras profundamente religioso, aclaraste:

“Sí, lo soy. Al intentar llegar con nuestros medios limitados a los secretos de la naturaleza, encontramos que tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil, intangible, inexplicable. Mi religión es venerar esa fuerza, que está más allá de lo que podemos comprender. En ese sentido soy de hecho religioso”.

Y en una carta de 1936 decías:

“Las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres... frente al cual debemos sentirnos humildes”.

Cuando alguien, usando tu nombre, hacía apología del ateísmo, le contestaste con una dura expresión: “Esos ateos fanáticos cuya intolerancia es análoga a la de los fanáticos religiosos”. No querría caer yo, por abusar de tus palabras y de tu autoridad, entre los que considerabas fanáticos religiosos. Por eso debo añadir que siempre negaste creer en un Dios personal. Creías en una fuerza, en un espíritu abstracto y genérico, en el Dios deísta de los filósofos, algo así como una versión turbo-inyección del motor inmóvil de Aristóteles. En 1929, el rabino de Nueva York te envió un telegrama que decía. “¿Cree usted en Dios? Stop Respuesta prepagada de cincuenta palabras”. Le ahorraste algunos dólares al rabino contestándole en algunas menos. “Creo en el Dios de Spinoza –decías– que se revela en la armonía del mundo, no en un Dios que se ocupa del destino y de los actos de los seres humanos”. No obstante, escribiste una carta a alguien que atacaba la religión, en la que decías: “Los seguidores de Spinoza vemos a Dios en el orden maravilloso de lo que existe. Pero criticar la fe en un Dios personal es otra cosa. Así lo hace Freud en su última publicación. Yo nunca lo haría, pues tal creencia me parece preferible a la falta de toda visión trascendente de la vida”.

Esa armonía del mundo, que revelaba al Dios en el que creías, era para ti profunda y misteriosa, portadora, precisamente por ese misterio, de Belleza y Poesía. Belleza y Poesía inseparables de la Verdad. “La búsqueda de la verdad y de la belleza son las únicas cosas en la que podemos seguir siendo niños toda la vida”, decías. Para ti éramos “como un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes”. Por todo esto, te escribo como poeta más que como científico, y no puedo dejar de citar ese sentido poético que me hace escribirte:

“La función más importante del arte y la ciencia es despertar el sentido de religiosidad cósmica en quienes lo buscan”.
“La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...]En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto –ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad. En ese sentido, y sólo en ese, soy un hombre religioso. Pero no puedo concebir un Dios que premia y castiga a sus criaturas”
.

No es de extrañar que no pudieses concebir un Dios que premiase y castigase a los hombres ya que no creías en la libertad humana. Pensabas que vivíamos en un mundo totalmente determinista donde todo lo que iba a pasar, hasta el más mínimo de nuestros actos, estaba ya ineludiblemente inscrito en la situación del cosmos en cada momento. Eras, en esto, un hombre que todavía estabas en el siglo XIX, reflejando las ideas de Laplace cuando decía, allá por 1814:

“... hemos de considerar el estado actual del universo como el efecto de su estado anterior y como la causa del que ha de seguirle. Una inteligencia que en un momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente vasta como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el pasado como el presente estarían presentes ante sus ojos”.

Tu conclusión ante este mecanicismo extremo no era otra que la negación del libre albedrío y, por lo tanto, de todo tipo de responsabilidad del hombre frente a sus acciones. En el espacio-tiempo que tu teoría de la relatividad construyó, el futuro ya estaba hecho. Por eso, fiel a tus creencias, cuando murió tu amigo del alma, Michele Besso, escribiste con triste resignación:

“Mi amigo Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Poco importa. Para nosotros, físicos convencidos, el tiempo no es más que una ilusión, por persistente que parezca”.

Por la misma razón, la máxima cristiana “Ama a tu enemigo” merecía para ti el siguiente comentario:

“No puedo odiarle, porque debe hacer necesariamente lo que hace. Estoy pues más cerca de Spinoza que de los profetas. Por eso no creo en el pecado”.

Efectivamente en el Dios panteísta de Spinoza no cabe el juicio moral porque en ese Dios identificado con la naturaleza, el bien y el mal son parte de él y sólo el resultado final, no las partes, es importante. Pero quiero llamar tu atención sobre la máxima cristiana. No dice “no odies a tu enemigo”, sino “ámale”. En la ausencia de juicio moral tal vez no quepa el odio, pero aún ahí, sí cabe el amor. Sin embargo, cuando te enteraste de los horrores del nazismo, de su extrema crueldad, de su salvaje genocidio, se te quedó raquítico el Dios de Spinoza y tu concepto de pecado y comentaste horrorizado que “los alemanes, todo ese pueblo entero, son responsables de esos crímenes en masa y deben ser castigados si hay justicia en el mundo”. Ignoro si la justicia de Nürenberg o la del Estado de Israel con Eichmann te parecieron suficientes pero, por la dureza de tu frase, creo que no. Esta frase parece el inicio de un camino que lleva de la falta de responsabilidad humana a una justicia necesaria en ese mundo imbuido de orden y misterio en el que creías.

Perdóname, Albert, por citarte demasiado, pero tu sentimiento religioso era complejo y yo necesito que me digas si he retorcido tus palabras o si he conseguido hacerme una idea cabal de tu visión cósmica de Dios, de la Verdad, de la Belleza, de la Bondad y del papel del hombre en este universo. Porque necesito tener esto claro antes de dirigirme en esta carta al resto de los físicos a los que va destinada.

Después de tu proeza con el descubrimiento de la relatividad, tu fértil mente, junto con la de Max Plank, abrió la puerta a una nueva física. La física cuántica. Fueron necesarias muchas mentes brillantes para alumbrar una teoría que tú jamás llegaste a aceptar. Os cito a Max Plank, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Wolfgang Pauli, Niels Bohr en el encabezamiento de esta carta, pero soy consciente que fuisteis muchos más los que aportasteis vuestra inteligencia a esa nueva manera de ver el mundo. Casi todos vosotros compartíais con Albert la visión del misterio, del orden subyacente en el cosmos y de la reverencia religiosa por esa armonía, sin creer tampoco en un Dios personal, salvo, tal vez tú, Werner (Heisenberg). Una vez, Pauli te preguntó si creías en un Dios personal; contastaste: “Preferiría formular tu pregunta así: ¿Podemos alcanzar la razón central de las cosas o de los sucesos, de cuya existencia no parece haber duda, de un modo tan directo como podemos alcanzar el alma de otro ser humano? [...]. Así planteada, mi respuesta sería sí”. Tú mismo, Wolfgang (Pauli), decías que debíamos vivir “reconociendo que cualquier intento de resolver cualquier cuestión depende de factores fuera de nuestra capacidad de control y para los que el lenguaje religioso ha reservado siempre el nombre de gracia”. Para ti, Max (Plank), “el progreso de la ciencia consiste en el descubrimiento de un nuevo misterio cada vez que se cree haber descubierto una verdad fundamental[...]. La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza”. A veces hablabas, en tus conferencias sobre ciencia y religión, de “una batalla común de la ciencia y la religión, una cruzada que nunca termina cuyo grito de llamada es y será siempre: ¡Hacia Dios!”. Hacia un Dios impersonal, todo hay que decirlo. Pero creo que la siguiente frase de Erwin (Schrödinger) resume mejor que ninguna otra vuestra manera de ver la posición de la ciencia frente a la religión:

“La imagen científica del mundo es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre hechos, reduce toda la existencia a un orden maravillosamente consistente, pero guarda un silencio sepulcral sobre [...] todo lo que realmente nos importa. [...]... no sabe nada de lo bello o de lo feo, de lo bueno o de lo malo, de Dios y la eternidad. A veces la ciencia pretende dar una respuesta a estas cuestiones, pero sus respuestas son a menudo tan tontas que nos inclinamos a no tomarlas en serio [...]. La ciencia es incapaz de explicar mínimamente por qué la música puede deleitarnos, o por qué y cómo una antigua canción puede hacer que se nos salten las lágrimas”.

Sería estúpido por mi parte intentar contaros a vosotros los puntos básicos de esta nueva física que sólo superficialmente he llegado a comprender. Tú, Albert, no la pudiste admitir, porque hería de muerte, mejor dicho, mataba al determinismo, puesto que el futuro no estaba escrito en el pasado. Era, por lo tanto, con muchas salvedades que no vienen a cuento aquí, una puerta abierta al libre albedrío[1]. Durante casi treinta años, tú, Albrert y Niels (Bohr), mantuvisteis sobre este tema del azar, el determinismo y el libre albedrío una larga y fructífera discusión que ha pasado al acerbo cultural por una frase tuya y una respuesta suya. “Dios no juega a los dados” –decías, en clara alusión al papel que el azar juega en la física cuántica. A lo que respondía Niels “No somos nosotros, simples físicos, los que debemos decirle a Dios cómo debe regir el mundo”. Como Maquiavello con sus egregios, prolongasteis vuestra discusión por encima de la muerte. Me impresiona, Niels, que conservases hasta tu muerte en 1962, en la pizarra de tu despacho, los diagramas de una conversación que tuvisteis Albert y tú en 1927, habiendo muerto él en 1955. Sin embargo, ni tú ni ninguno de tus colegas pudisteis convencer a Albert del fin del determinismo. Después de tu muerte, Albert, la física cuántica ha cosechado tantos éxitos que no creo que si vivieses hoy pudieras ponerla en duda. Me pregunto si, ante tanta evidencia, hubieses llegado a admitir los principios cuánticos. Estoy completamente seguro de que sí. Como científico no hubieses podido dejar de hacerlo. Pero las preguntas importantes son otras: ¿Habrías cambiado tu opinión sobre la libertad humana y sobre la responsabilidad ética de esa libertad? ¿Habría evolucionado tu concepción de Dios, hacia un Dios personal, en el sentido que lo concebía Werner (Heisenberg)? Los auténticos buscadores de la verdad, y tú lo eras, suelen ser humildes. Tú mismo afirmabas serlo frente a la grandeza de ese Dios impersonal en el que creías. Por eso estoy convencido de que se hubiese producido un cambio drástico en tus creencias. De hecho, ante la barbarie nazi ya habías empezado a ver la inconsistencia de tus postulados éticos. Confío en que hubieses llegado a un Dios misericordioso con el que, a través del arrepentimiento, podemos reescribir el pasado y el futuro del espacio-tiempo que tú pensabas inmutable. En ese misterioso espacio-tiempo reescrito y remodelado por la misericordia de Dios –los nuevos cielos y la nueva tierra instaurados por Cristo– hasta un Hitler podría tener cabida, si hubiese conocido el arrepentimiento, o se autoexcluiría de él con la contumacia. Tal vez así sí hubieses podido concebir un Dios, no que premia y castiga a sus criaturas, sino que las espera a todas con los brazos abiertos. Más aún, que se ocupa de su destino y sus actos, se hace hombre para irlas a buscar y llora por las que se resisten a aceptar su abrazo. Que las ama a todas con el mismo amor con que nos pide que amemos a nuestros enemigos.

Nos ha sido dicho por quien tiene poder para decirlo, que si no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos. Todos vosotros habéis sabido haceros niños embargados por el asombro ante un universo que vosotros descubristeis como insospechadamente más grande, complejo y misterioso que el del siglo XIX. Entre todos habéis contribuido a levantar una punta del velo que oculta el rostro de Dios, me habéis acercado un poco más su Belleza, me habéis hecho conocer y amar más su obra. Por eso, no me cabe la más mínima duda de que ahora estáis en ese Reino, contemplando con asombro eterno su Rostro. La Biblioteca del misterio es ahora clara para vosotros. Tal vez en algún momento podáis recordar y comentar, como quien recuerda con ternura e indulgencia los primeros balbuceos de su niñez, vuestra búsqueda a tientas en esa Biblioteca. Si tales momentos existen en la eternidad, a mí me gustaría estar con vosotros en ellos. Como os dije al principio de esta carta, como los mirones, en un rinconcito, de piedra y repartiendo tabaco.

Hasta entonces, un fuerte abrazo a todos.

Tomás

Naturalmente, no me importa que alguien, al leer esta carta quiera comprar el libro, del que ya he puesto otras muestras en este blog. Por si hay alguno de estos, ahí va la referencia:

“Al sueño de la muerte hablo despierto”
Tomás Alfaro Drake
B.A.C.
[1] En una próxima entrada expondré mis puntos de vista sobre la libertad, el determinismo físico y la física cuántica.

18 de mayo de 2008

Los primeros brotes del arbusto de la vida

Tomás Alfaro Drake

Este es el 18º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?” y “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”.

En los artículos anteriores hemos visto cómo se aceptaron, aunque no sean una teoría científica, los mecanismos evolutivos darwinistas y cómo, entre estos mecanismos nada hay que nos obligue a creer que únicamente el azar es el que rige este proceso. Vamos ahora a recorrer el camino evolutivo hasta la aparición del ser humano.

La vida, al principio, no era sino pequeñas cadenas de ARN que tenían la propiedad de autorreplicarse y de controlar reacciones metabólicas. Si estas moléculas fuesen inmutables, la vida seguiría siendo hoy, cinco mil millones de años más tarde de su aparición, exactamente igual. Pero en esas cadenas se producían mutaciones. Generalmente, esas mutaciones inutilizaban las capacidades de las moléculas de vida y la que las sufría quedaba inutilizada. Pero una mutación de cada muchos millones, resultaba aportar algún tipo de ventaja a la molécula de ARN que la sufría. Podía hacer, por ejemplo, que produjese una proteína más eficaz que la original, o que apareciese una nueva con nuevas funciones. Imaginemos una primera colonia de vida en una charca profunda. Supongamos que necesitasen la luz solar para sus reacciones metabólicas y que no pudiesen realizarlas más que en la superficie de la charca, donde la luz solar tenía la fuerza suficiente para ello. Pero una de las escasas mutaciones beneficiosas podría hacer que se generase una proteína capaz de utilizar luz más débil. Estas nuevas moléculas mutadas podrían colonizar capas más profundas de la charca. El arbusto de la vida empezaba a ramificarse. Nuevos nichos ecológicos podrían así ser colonizados por nuevas moléculas mutantes, apareciendo así nuevas ramas del arbusto.

Pero las mutaciones son un arma de dos filos. Si se produjesen con demasiada frecuencia, la información se perdería rápidamente y la vida no sería viable. Si se produjesen con una frecuencia excesivamente baja, no podría adaptarse a las condiciones cambiantes del entorno y también sucumbiría. La vida necesitaba buscar ese equilibrio. Necesitaba protegerse de las mutaciones sin eliminarlas del todo. Y lo pudo hacer a través de mecanismos evolutivos. Las hebras de ARN eran demasiado vulnerables a las mutaciones. Pero una de esas mutaciones hizo que las hebras de ARN adquiriesen la capacidad de unirse de dos en dos entre sí y de enrollarse la una sobre la otra, de forma que cada hebra fuese una imagen de la otra. Ahora, para que se produjese una mutación sería necesario que ésta modificase a la vez las dos hebras. Acababa de nacer la doble hélice de ADN. Este ADN en donde se conserva la información de la vida es lo que llamaremos de ahora en adelante la carga genética.

Pero esta protección no debía ser suficiente y la vida, siempre a través del mismo mecanismo, “encontró” mutaciones que permitían envolver la hebra de ADN y otras sustancias metabólicas primero con una membrana y luego con dos. Acababa de aparecer la célula. Las primeras, las de una única membrana, son las procariotas. Todavía quedan bacterias procariotas. Las segundas las llamamos hoy eucariotas y constituyen la inmensa mayoría de las células existentes.

Obsérvese, que este proceso genera automáticamente complejidad. Las eucariotas son más complejas que las procariotas, éstas más que las moléculas sin membrana y las dobles hebras de ADN más que las de ARN. Esta dirección hacia la complejidad deriva de las propias leyes de la evolución y ocurriría incluso si las mutaciones se produjesen sólo por azar. Sin embargo, la complejidad no se genera así como así. Es, por decirlo así, un regalo que las sabias leyes de la evolución, ideadas por el Diseñador, hacen a la vida. Es decir, después de hacer aparecer la vida y diseñar las maravillosamente ingeniosas leyes de la evolución, el Diseñador podría haberse tomado unas nuevas merecidas vacaciones o, por lo menos, trabajar muy poco, como veremos más adelante.

En próximos artículos seguiremos el hilo que nos lleve hasta la antesala de la aparición del ser humano, para luego ver cómo pudimos aparecer nosotros.

15 de mayo de 2008

Respuesta a varias entradas de Tales de Mixcoac

Tomás Alfaro Drake

Tales de Mixcoac ha dejado varios comentarios a distintas entradas que pongo a continuación

en su entrada "El sueño de Jean Paul Richter": El texto me parece verdaderamente bueno, pero lo que me atrae más es la interpretación mutilada del texto, por la oscuridad y sensibilidad que destila. No creo que el pensamiento débil sea "patrimonio" exclusivo de las obras destructivas; la destrucción es preparación para construcción, una crítica ejercida sobre los cimientos de toda estructura ideológica, es el primer paso de una transgresión que construye y no se conforma.No me parecen los dogmatismos fundados en la ortodoxia que se resiste al cambio, la belleza esta en todo el registro de lo que consideramos puntos contrarios bien/mal , construcción / destrucción.Podemos creer en Dios, la Verdad, la Razón o cualquier cosa que deseemos, siempre y cuando no dejemos de interrogarla y rotarla para examinar sus fortalezas y puntos débiles.Saludos


ha dejado un nuevo comentario en su entrada "El sueño de Jean Paul Richter": Por cierto, buen blog


ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Respuesta a una entrada a otra entrada a "¿Creacio...": 1) ¿Cómo el afirmar que existe una "regla común" a toda la creación niega la evolución? me parece un salto sin sustento en lo expresado.2) El evolucionismo actualmente no sostiene la idea de una mutación hacia formas más perfectas, más bien se da una reconfiguración aleatoria de ciertas características genómicas, que repercuten en transformaciones físicas de los organismos vivientes; si dicha transformación los hace más aptos para sobrevivir en su ecosistema, la mutación se transmite a la siguiente generación y así se evoluciona.3) Si lo de Darwin es Chapusería toda la ciencia lo es, por partir de hipótesis y teorías flotantes que no se sustentan del todo en la experiencia.


ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Respuesta a una entrada a otra entrada a "¿Creacio...": 4) Los argumentos lógicos son válidos por su estructura, si al introducir premisas verdaderas se obtienen necesariamente conclusiones verdaderas.El valor de verdad de las premisas se obtiene de la observación del mundo (digamos que somos empiristas), y la idea de un "legislador común" no se puede obtener de esta manera, por lo que parte de cierto axioma(en este caso el postulado aristotélico).Lo único que estaríamos autorizados a afirmar de la observación de una ley en el mundo, es la posibilidad del hombre de encontrar o "construir" patrones en el mundo (el lenguaje como mecanismo que posibilita esto: "los límites del lenguaje son los límites de mi mundo" Wittgenstein)


Contesto:

Son muchas las cosas que podría decir sobre estas entradas, pero me voy a centrar en su primera entrada:

Estoy de acuerdo en que los dogamatismos son estériles, siempre que estemos de acuerdo en que existe una verdad y que la razón del ser humano siempre puede acercarse a ella y que es la razón de ser de su inteligencia buscarla. Lo que ocurre es que nunca se puede alcanzar esa verdad completa en este mundo y por eso la búsqueda debe ser siempre abierta y siempre respetuosa. Pero también podemos llegar a verdades parciales en las que descansar y de las que saborear su belleza. En definitiva, la verdad última está envuelta en el misterio, que no es oscuridad, sino exceso de luz, más luz de la que nuestra razón es capaz de asimilar.

La Belleza y la Verdad y el Bien, con mayúsculas están velados por ese misterio al que, si no podemos nunca llegar a desvelar por completo, sí podemos acercarnos y si no comprenderlo, sí contemplarlo. Añado para terminar tres textos sobre el misterio que me parecen maravillosos y esclarecedores.

“La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...]En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto – ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad”.

Albert Einstein


“Pensar constituye un intento de aprehender la realidad en una red conceptual: y una red suele servir para su fin en virtud de estar hecha de manera tal que deja espacios abiertos entre las mallas. Es ese tejido abierto el que da a una red su elasticidad, su libertad de acción. Si la red estuviera hecha, no de una trama abierta, sino de un género tupidamente tejido, el material sería demasiado compacto para permitir que la red hecha con él fuera efectivamente extensible. Pero el precio de estar hecha con un tejido que hace posible atrapar algo entre las mallas de la red es el hecho inevitable de que otras cosas se escapen a través de los espacios abiertos.
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Y Dios sabe lo que puede o no puede escaparse a través de las aberturas que presentan las mallas de la inteligibilidad. En suma, que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña la filosofía del racionalista, y el racionalista no puede estar seguro de que la ráfaga que pasa a través de las aberturas de su sistema no sea el viento importuno que sopla de donde quiere
[1] y que, aunque pueda ser invisible a los ojos del racionalista, produce para los oídos del creyente un son que llena el mundo”.

Arnold J. Toynbee. El estudio de la historia. Tomo XIV, 1ª parte, EMECÉ. Buenos Aires, 1965, pag.104, 105.


“Hay siempre un peligro latente que nos acecha cuando nos ponemos a reflexionar: el de considerar el misterio como un problema [...] Porque el misterio es más que un problema: es un hechizo. Un problema sólo necesita una solución. Después de lo cual todo se ha acabado y podemos pasar a otro ejercicio. Pero una realidad no ha dicho nunca su última palabra; y un misterio es estrictamente inagotable; una fuente de perpetua inspiración. Y para que el misterio no degenere en simple problema, es necesario que la inmensidad del misterio no sea nunca enteramente prisionera de nuestras fórmulas indigentes”.

Pierre Charles S. J. La oración de todas las cosas. Super mensam meam. (A mi mesa)

[1] Juan 3, 8. Nota al pie en el original.

11 de mayo de 2008

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 8

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

El renacimiento del Ave Fénix

Sería injusto y en extremo simplista, pensar que durante estos cuatro siglos, desde principios del XVII, hasta principios del XXI, todo ha sido erróneo. En primer lugar, ha habido notables pensamientos que, aunque en un camino equivocado, han sido iluminadores y positivos. En segundo lugar, tal vez era necesario que la humanidad recorriese este camino hacia el borde de la nada para darse cuenta del abismo y volver a la cima. En tercer lugar, porque en el hecho de que el pensamiento se iniciase en esos caminos, la filosofía realista ha tenido también alguna responsabilidad y puede ser que este largo recorrido nos haya descubierto alguna de sus “culpas”. Por último, porque siempre, a lo largo de estos cuatro siglos, ha habido voces que han gritado, ¡no es por ahí, no es por ahí!, siendo brasas del realismo entre las cenizas de la posmodernidad, que permitirán el renacer del ave Fénix.

Lo que viene a continuación pretende dos cosas. Primero, oír alguna de esas voces más recientes que no sólo gritan que no es por ahí, sino que, además, indican un nuevo camino que nunca ha estado del todo borrado. Segundo, apuntar las que creo han sido las faltas del realismo que dieron inicio al abandono de la realidad. Este segundo punto refleja únicamente una opinión mía, totalmente personal, que me atrevo a dar desde la frescura y el atrevimiento de la ignorancia.

Como he dicho antes, las brasas del realismo no han estado nunca apagadas en estos cuatro siglos, pero sólo voy hablar de algunas de ellas, las que han producido una llama, aunque sea tímida. Si el camino que conducía a la posmodernidad se inicia por la tímida negación de la realidad y termina en su negación total y con ella la de Dios, parece lógico que fuese del cristianismo y, en cierta medida del judaísmo, de donde viniesen las principales contestaciones a ese camino.

Existencialismo y vitalismo

Una de esas voces de oposición fue Sören Kierkegaard (1813-1855). Se manifestó en abierta oposición con Hegel y su idealismo absoluto. Para Kierkegaard, el punto de partida incontrovertible era la existencia. No es el pensamiento lo que prueba la existencia. La existencia no necesita ser probada. Simplemente, está ahí. Existimos y punto. “El pecado es soñar en vez de existir”, nos dice en su obra “La enfermedad mortal”. El problema es definir qué es la existencia y, sobre todo, más que esa pregunta abstracta, la íntima y concreta, para qué existo yo. Esa fue la gran pregunta de Kierkegaard. Renunció a encontrarle respuesta porque llegó a la conclusión de que si el pensamiento era consecuencia de la existencia, era incapaz de interrogarse sobre ella. La pregunta sin respuesta le atormentó toda su vida. Y abrió la puerta a una corriente que se conoce como existencialismo. La lucha con el racionalismo dejó atrapado a Miguel de Unamuno (1864-1936) en un dilema parecido al de Kierkegaard, pero más inclinado al racionalismo. Otros muchos pensadores han dado su respuesta a esta pregunta sobre el para qué de la existencia. Pero la cultura posmoderna que pasa todo por el filtro de sus dogmas, ha encumbrado sólo uno de los tipos de respuestas dadas por estos pensadores. Básicamente, la respuesta de Jean Paul Sartre (1905-1980). Y esta respuesta es muy simple. ¿Para qué existo yo? Para nada. El hombre es una pasión inútil, no tiene ninguna finalidad, no sirve para nada, es arrojado a la vida para dar un salto mortal entre la nada y la nada. Pero hay otras respuestas, sólo parcialmente silenciadas por el pensamiento posmoderno.

Está, por ejemplo, la respuesta de Henri Bergson (1859-1941). Aunque no es propiamente un existencialista sino un filósofo vitalista, Bergson responde a esa pregunta diciendo, un poco como Kierkegaard, que la razón no puede contestar a esa pregunta porque la existencia se desarrolla en el tiempo y la razón no puede aprehender el tiempo como un continuo, sino que tiene que diseccionarlo en momentos discretos para luego recomponerlo. Pero al hacer esto, mata aquello que quiere encontrar. Bergson apela a la intuición como facultad única para contestar a las preguntas sobre la vida y la existencia.

Una tercera respuesta es la de Gabriel Marcel (1889-1973). Para Marcel, la existencia, el yo, es un proyecto vital que realizamos nosotros mismos. Pero lo hacemos en un medio que nos trasciende y que no podemos abarcar con la razón. Y no solamente existe el yo. Antes incluso que el yo, existe el tú. La conciencia del tú es anterior a la del yo. Un recién nacido tiene más conciencia de la existencia de su madre que de la suya propia. "La creencia en el tú es esencial; el ser es el lugar de la fidelidad, que significa un compromiso desmesurado y la esperanza en un crédito infinito; estas ideas y la fe en la inmortalidad personal, están trabadas estrechamente con el amor, y se expresan admirablemente en la frase de un personaje de una obra de teatro de Marcel: 'Tú, a quien amo, no morirás nunca'"[1]. Ese medio trascendente en el que se desarrollan los proyectos vitales del yo y el tú, es el misterio. El misterio no es algo irracional, algo que va contra la razón. Es algo que supera a la razón y que ésta no puede abarcar. Distingue claramente entre problema y misterio. “El problema es algo con lo que me encuentro y que me cierra el camino. Está por entero delante de mí. El misterio, por el contrario, es algo en lo que me encuentro envuelto o comprometido. Es algo cuya esencia consiste en no estar entero delante de mí”[2]. Los problemas hay que resolverlos. Con los misterios sólo cabe la contemplación desde el asombro y el respeto. Un problema puede ser interesante, un misterio está lleno de belleza. En un misterio puede uno sumergirse, en la seguridad de que nunca llegará al fondo pero con la convicción de que en esta inmersión se enriquecerá con una comprensión profunda.

“Hay un plano –escribe Marcel– en el que el mundo, no sólo no tiene sentido, sino que incluso es contradictorio plantear la cuestión de saber si tiene alguno; es el plano de la existencia inmediata”.

Las respuestas de Bergson y Marcel, no son racionalistas, pero tampoco irracionales. Podría decirse que la respuesta está en un plano suprarracional. La respuesta de Sartre tampoco es racionalista, porque la nada no es racional, es algo impensable. Es también un misterio, pero un misterio vacío, empobrecedor, mortal. Llama la atención una conversación de los personajes de Sartre en su obra de teatro, “El muro”. Varios prisioneros de la guerra civil española, condenados a muerte, esperan ser fusilados al amanecer. Uno le dice al otro:

“Es como en las pesadillas –dice Tom–. Queremos pensar en algo, tenemos todo el tiempo la impresión de que ya está, que vamos a comprender y después, la sensación resbala, se escapa, y recaemos. Me digo: Después no habrá nada. Pero no comprendo lo que eso quiere decir. Hay momentos en los que casi llego... y después recaigo, empiezo a pensar otra vez en el dolor, en las balas, en las detonaciones. Soy materialista, te lo juro; no me estoy volviendo loco. Pero hay algo que no funciona. Veo mi cadáver: eso no es difícil, pero soy yo el que lo veo, con mis ojos[3]. Tendría que ser capaz de pensar... de pensar que no veré nada más, que no oiré nada más y que el mundo continuará para los demás. No estamos hechos para pensar eso, Pablo. Puedes creerme: ya me he pasado en vela más de una noche entera esperando algo. Pero eso no se parece a nada: eso nos cogerá por detrás, Pablo, y no habremos podido prepararnos”.

La respuesta de Sartre, lo que es realmente, es simple. Sin embargo, para científicos de primera línea como, Albert Einstein, Wolfgang Pauli y Max Planck, el misterio es algo real y sublime con lo que se han encontrado. Einstein decía que nuestra actitud debía ser “como la de un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes”. O también que “la experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...] En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto –ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad”.

Pauli afirmaba que debemos vivir “reconociendo que cualquier intento de resolver cualquier cuestión depende de factores fuera de nuestra capacidad de control y para los que el lenguaje religioso ha reservado siempre el nombre de gracia”.

Como último científico, citaré a Max Planck diciendo que “el progreso de la ciencia consiste en el descubrimiento de un nuevo misterio cada vez que se cree haber descubierto una verdad fundamental[...]. La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza”.

Por acabar con esta reivindicación del misterio, y con esta larga retahíla de citas, lo haré con Arnold J. Toynbee:

“La búsqueda del hombre es realmente un intento de llegar al corazón del misterio del universo y no creo que los seres humanos puedan alcanzar esa meta en esta vida. Si un puerto, en este lado de la vida, es inaccesible, será mejor mantenerse en los mares. Pensar constituye un intento de aprehender la realidad en una red conceptual: y una red suele servir para su fin en virtud de estar hecha de manera tal que deja espacios abiertos entre las mallas. Es ese tejido abierto el que da a una red su elasticidad, su libertad de acción. Si la red estuviera hecha, no de una trama abierta, sino de un género tupidamente tejido, el material sería demasiado compacto para permitir que la red hecha con él fuera efectivamente extensible. Pero el precio de estar hecha con un tejido que hace posible atrapar algo entre las mallas de la red es el hecho inevitable de que otras cosas se escapen a través de los espacios abiertos. Y Dios sabe lo que puede o no puede escaparse a través de las aberturas que presentan las mallas de la inteligibilidad. En suma, que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña la filosofía del racionalista, y el racionalista no puede estar seguro de que la ráfaga que pasa a través de las aberturas de su sistema no sea el viento importuno que sopla de donde quiere y que, aunque pueda ser invisible a los ojos del racionalista, produce para los oídos del creyente un son que llena el mundo”.

En el próximo capítulo comentaré el que, a mi modo de ver, es el movimiento filosófico que, al inicio del siglo XX, lanzó la voz de alarma ante el callejón sin salida de la negación de la realidad, la corriente liberadora del idealismo kantiano y sus secuelas. Nació también en Alemania. Me refiero a la fenomenología.
[1] Citado textualmente dl libro “Historia de la filosofía” de Julián Marías. Alianza editorial. Madrid, 2000. Pag. 427.
[2] Gabriel Marcel, Ser y tener. Traducido al español con el título de “Diario metafísico”.
[3] Las palabras yo y mis, están resaltadas en el texto original.

7 de mayo de 2008

Respuestas a Juan Luis y a "g"

Como tengo dos comentarios a distintas entradas, una de Juan Luis y otra de “g”, agrupo las respuestas en un solo post.

1º Juan Luis me escribe, en relación a "El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renaci...":

Tomás. Magnífico. Sólo dos comentarios.

Tal y como lo has descrito pareciese que todo el maremágnum de ideas de la posmodernidad cristalizase en el nazismo y el comunismo y, a partir de ahí, se disolviese en una sociedad débil, como una ola de mar que tras alcanzar la plenitud de su poder, rompiese contra una costa, dejandola llena de sal, infecunda y estéril. ¿Es esa la idea que quieres transmitir? Por otro lado, ardo en deseos de que nos expliques las líneas del pensamiento realista que propone una esperanza. Unos autores clave, unas líneas maestras. Entiendo que la perspectiva histórica no es suficiente para juzgar a unos y a otros, pero dinos ¿dónde están actualmente, en nuestro tiempo, los intelectuales que sostienen la antorcha de la esperanza?Insisto en recomendarte El Hombre Eterno de Chesterton. Su análisis sobre las "cinco muertes del cristianismo" te va a encantar... (y sólo es uno de sus 14 magistrales capítulos)

Saludos!


Le contesto:

Querido Juan Luis:

Gracias por tu asiduo seguimiento de tadurraca y por tus elogios. Por supuesto que compraré y leeré el hombre eterno de Chesterton. Siempre es una delicia leer a Chesterton.

Yo creo que el desencanto empezó antes, cuando la 1ª Guerra mundial dio la puntilla al mito del progreso benéfico, continuo y asegurado. Las ideologías totalitarias aprovecharon el desencanto y trajeron muerte y desolación. A partir de ahí viene la ola rota de la infecundidad. Pero si he transmitido que por ser una ola débil y desencantada y desesperanzada es una ola poco poderosa, algo he hecho mal. Es una ola que tiene por debajo remolinos de nada y de vacío que hunden todo lo que pillan. Y lo que se hunde puede resurgir, destrozado, en forma de nuevos totalitarismos más “imaginativos”.

Afortunadamente, ese tocar la nada también ha generado una reacción. Permíteme que no te diga nada todavía. Intriga. Espero que cuando lo leas, no te decepcione.

Un abrazo.

Tomás.


Por otro lado “g” me dice respecto a mi entrada "Darwin sí, pero sin ser más darvinistas que Darwin...":

Si resultare que soy una mutación después de todo...

Vaya..., al final habrá que creer a Einstein con eso de "Dios no juega a los dados". ¿No? Resulta que el Diseñador finje jugar a los dados para pasar desapercibido. Y el tema sería preguntarse: ¿y yo? ¿yo soy una mutación provocado o una dejada al azar? Habría que preguntárselo a los super-darwinistas.


Le contesto:

Anatole France dijo una frase que a mí me llamó mucho la atención cuando la leí. Dice así: “El azar es el pseudónimo de Dios cuando no quiere firmar”. Creo que tiene razón. Dios quiere dejar en la Creación suficientes huellas para que le descubramos, pero no una firma indeleble que nos “obligue” a creer en Él. Creo que lo hace para respetar nuestra libertad. Y creo que se vale del azar para “enmascarar” su firma. Creo que juega a los dados, pero con dados trucados. Por eso en un libro que escribí hace ya muchos años, le di el titulo (al libro y a Dios, y pido disculpas por la osadía) de “El Señor del azar”.

Querido g, creo que tú y yo, en nuestro cuerpo somos fruto no de una mutación, sino de miles de millones. Pero también creo, como comentaré en otros artículos, que algunas, las justas, no son al azar, sino guiadas para que el cuerpo del hombre llegase a ser como el de Cristo, prefigurado por Dios antes de la creación del mundo, como nos dice san Pedro en su 1ª carta 1, 20. El alma es punto y aparte. Esa no viene de ninguna mutación. Esa nos la ha dado Dios, a ti y a mí, para que hagamos con ella su Voluntad.

En fin, esto no pasa de ser una elucubración (lo de los dados, no lo del alma), pero es estimulante elucubrar dentro de la ortodoxia.

Un abrazo y gracias.

Tomás

4 de mayo de 2008

Darwin sí, pero sin ser más darvinistas que Darwin

Este es el 17º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?” y “¿Darwin o Lamarck?”

Aunque, como se ha dicho en otros artículos, la teoría de la evolución darwinista no es una teoría científica, todos los descubrimientos fósiles y genéticos parecen respaldarla. Hoy en día, la inmensa mayoría de los paleontólogos y genetistas están básicamente de acuerdo con la teoría darwinista de la evolución. Es cierto que con matizaciones y puntualizaciones muy pertinentes, pero que no niegan lo básico de esa teoría. Hay, sin embargo, dos puntos en los que me gustaría incidir en esta serie de artículos. El primero se refiere a la pura aleatoriedad de las mutaciones y el segundo se pregunta si tiene la evolución una finalidad. Este segundo tema lo dejaré para más adelante, cuando, siguiendo el hilo de la evolución llegue a la aparición del Homo Sapiens. Del primer tema es del que voy a hablar ahora.

Darwin jamás afirmó que todas las variaciones –como él llamaba a las mutaciones– se produjesen regidas por el puro azar. Cito aquí un pasaje de "El origen de las especies" que creo ilustra claramente esta afirmación: “Hasta aquí he hablado como si las variaciones [...] fuesen debidas a la casualidad. Es sin duda una expresión totalmente incorrecta, pero se utiliza para confesar francamente nuestra ignorancia de la causa de cada variación particular. [...] Consideraciones de este tipo me inclinan a atribuir menos peso a la acción directa de las condiciones ambientes, que a una tendencia a variar debida a causas que ignoramos por completo”[1]. Sin embargo, algunos darwinistas de hoy parecen ser más papistas que el Papa y casi se ha convertido en un dogma de fe que todas las mutaciones se producen al azar, de que no hay una pauta en ellas. Esto, aparte de no haber sido dicho nunca por Darwin, es algo imposible de demostrar. Imaginemos que lanzamos un dado perfecto un trillón de veces. Deberíamos esperar que cada número saliese la sexta parte. Pero jamás un número saldrá exactamente la sexta parte. Supongamos ahora que una mano astuta coloca el dado, una vez de cada diez mil, en un número que ella elige, no al azar, sino de acuerdo con un código preestablecido. Nadie, jamás, podría demostrar indudablemente que la serie resultante no sea aleatoria. Y eso, teniendo toda la serie delante. Cuánto menos si, como en el caso de las mutaciones, no se tiene delante toda la serie de ellas. Es imposible tener un registro de todas las mutaciones ocurridas en la historia de la vida. Por lo tanto, decir que todas las mutaciones se producen al azar, es algo completamente gratuito. Pero en la colocación de los dados en el número deseado cada vez por la inteligencia que gobierna la mano astuta, puede estar codificado “El Quijote”. Dicho en los términos que venimos usando en estos artículos: El Diseñador, si quisiera pasar desapercibido en sus métodos, usaría exactamente este sistema. Dirigiría la vida hacia la meta que se propusiese orientando una mutación de cada diez mil hacia el fin que se propusiese con su diseño y dejando que el resto de las mutaciones se produjesen por azar. Por eso, en un artículo anterior, le di al Diseñador el título de “El Señor del azar”.

La pregunta ahora sería: Al mirar el árbol de la vida, el que llevó a Darwin a postular la teoría de la evolución, ¿se percibe en ella una finalidad? Este es el segundo tema enunciado más arriba y, como dije allí, lo dejaré para más adelante, cuando, siguiendo el hilo de la evolución llegue a la aparición del ser humano. Antes, tenemos que ver paso a paso la posible película de la evolución de la vida hasta llegar a ser como hoy la conocemos. Pero quede claro en este artículo que postular que toda la evolución se produce por puro azar es un principio indemostrado e indemostrable. Es por lo tanto un dogma, contrario, además, como veremos, a la observación libre de prejuicios de la naturaleza.

[1] El origen de las especies, Capítulo V, Leyes de la variación. Efectos del cambio de condiciones.