26 de diciembre de 2013

¿Tiene el Islam un rostro humano?

Cada Navidad nos sorprende con alguna matanza de cristianos en algún país musulmán.

Hace años escribí unas páginas con un análisis sobre el Islam. Varias veces estuve a punto de publicarlo en este blog, pero el miedo o, más bien, la cobardía me lo impidieron. Hoy, tras leer que esta Navidad han sido masacrados 38 cristianos en Irak, creo que mi silencio sería culpable y que les debo la publicación de esas páginas. Así que, ahí van. Es un escrito largo, incluso para este blog, pero espero que lo leáis.

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En vida de Mahoma

Los datos sobre la vida de Mahoma hasta los cuarenta años son pocos y muy teñidos por la leyenda. La posteridad conoce al profeta del Islam, sobre todo bajo el nombre de Mohamed, el glorificado. Pero en su tiempo se le daban otros nombres como Ahmed, de la misma raíz que el anterior, el glorioso o Mustafá, el elegido y muchos más, igualmente altisonantes. Pero no sabemos cual era el auténtico nombre de Mahoma antes de que se le otorgasen esos epítetos. Mahoma fue un vástago de la tribu de los koreichitas, a los que se atribuye la construcción de la ciudad de la Meca alrededor de un venerado santuario llamado la Kahaba y construido, en tiempos inmemoriales, alrededor de una misteriosa piedra negra. Desde la construcción de la Meca, los koreichitas eran los guardianes del santuario. Parece ser que el abuelo de Mahoma, jefe de los koreichitas, llamado Abdelmotalib, tenía un solo hijo varón, lo que era para él motivo de vergüenza y oprobio. Por eso hizo al dios de la Kahaba, uno más en el panteón politeísta de los árabes anteriores a Mahoma, el juramento de que si le concedía diez hijos varones, le sacrificaría uno. El dios fue generoso y le dio doce varones y, de propina, seis hijas. Abdelmotalib retrasó lo que pudo el cumplimiento de la promesa, pero llegó un momento en que no le quedó más remedio que cumplirla. Se fue con sus hijos varones ante el ídolo de la Kahaba y echó a suertes para elegir a cuál sacrificar. La suerte cayó sobre el más amado, Abdallah. Pero en el último momento le dijeron que antes de cumplir su juramento, consultase a una adivinadora que había en Kaibar, una ciudad habitada por judíos. La adivinadora le dijo a Abdelmotalib que pusiese en un lado a su hijo y en otro a diez camellos y echase a suertes. Si la suerte era contraria a Abdallah, debía sacrificar los diez camellos y volver a echar a suerte, repitiendo el proceso hasta que el azar favoreciese a Abdallah. Parece que la suerte le fue contraria a Abdallah hasta diez veces por lo que su padre tuvo que sacrificar cien camellos por su rescate. No obstante, su padre, para celebrarlo casó a  Abdallah con Amina, de la tribu de los Zaritas. Cien doncellas murieron de celos por este matrimonio. De él nació Mahoma. Se dice que el mundo entero se conmovió con este acontecimiento. Catorce torres del palacio de Cosroes se derrumbaron, el lago Sawa se secó y el fuego sagrado de El Pireo se apagó. Amina contó a su suegro que durante el embarazo había soñado que de su seno salía una luz extraordinaria que iluminaba el mundo entero y Abdelmotalib comprobó con asombro que el niño había nacido circuncidado. A los dos meses moría el padre de Mahoma y a los seis años su madre, dejándole por herencia cinco camellos y una esclava negra. No obstante, el abuelo tomó al niño bajo su protección y, a su muerte, se lo confió a otro hijo suyo, Abu Talib, que pasó a ser jefe de los koreichitas. Cuando el niño cumplió los doce años, Abu Talib decidió dedicarle al comercio y lo llevó consigo a un viaje a Siria. En Bosra se alojaron en un convento de cristianos nestorianos. Los nestorianos afirmaban que Jesucristo era sólo un hombre, no Dios, en el que, accidentalmente, se había introducido el Hijo. Aún éste, el Hijo, era inferior a Dios Padre por el que había sido adoptado. Los ecos de esta doctrina están plasmados en el Corán. Parece ser que un monje de este monasterio llamado Bahira o Sergio, predijo a Mahoma un porvenir glorioso porque tenía el signo de la profecía. Este signo era una marca que Mahoma tenía entre los hombros. Sergio recomendó a Abu Talib que guardase al chico de las asechanzas de los judíos, que intentarían matarle si percibían en él el sello de la profecía. Mahoma volvió de ese viaje con catorce años. Nada dice la tradición sobre los años siguientes, si no es el hecho de que participó en una guerra entre los koreichitas y los chenanitas y avazanitas, en la que Mahoma se limitó, a recoger las flechas que lanzaban sus enemigos y entregárselas a sus tíos. Adquirió fama de persona que gustaba de la soledad y la meditación y supo ganarse la estima y el respeto de su tribu por su buen sentido, su carácter serio y sus rectas costumbres.

A sus veinticinco años, una mujer viuda y muy rica, llamada Khadija, quince años mayor que él, necesitaba que un hombre honrado y hábil dirigiese sus negocios y eligió a Mahoma para este menester. Al volver de su primer viaje, le ofreció su mano y se casó con él. Abu Talib, satisfecho, pagó la dote de doce onzas de oro y veinte camellos. Parece que por esta época entró a formar parte de una asociación de koreichitas que se oponía a las injusticias que estos cometían con los extranjeros. También se cuenta que después de un incendio que destruyó la Kahaba, le buscaron como árbitro en una violenta disputa sobre qué clan debía volver a colocar la piedra negra en su sitio. Mahoma sugirió que se colocase la piedra sobre un paño que sería sostenido por personas de los distintos bandos. Es muy posible, aunque no hay indicios de ello, que en sus múltiples viajes comerciales, Mahoma, que era analfabeto pero estaba dotado de una portentosa inteligencia, visitase al Sergio, el monje nestoriano que le anunció un brillante futuro y, además, oyese hablar de la Biblia y del Nuevo Testamento a judíos y cristianos. Puede que también oyera los ecos de las disputas teológicas trinitarias que se desarrollaban en la cristiandad oriental. Seguro que daba vueltas a todo esto en soledad durante los retiros anuales que hacía durante el mes de Ramadán a una gruta en la montaña de Hira, cerca de la Meca, donde se sometía a rigurosos ayunos. Allí parece que se le apareció por primera vez el arcángel Gabriel y prometió revelarle la verdadera religión. Era el año 610 y contaba Mahoma con cuarenta años. Cuenta Ibn Isaac que Gabriel le despertó con un libro en la mano diciéndole: “¡Recita!”. Ante su imposibilidad de recitar, pues no sabía leer, Gabriel le apretó el libro sobre la boca y las narices hasta casi ahogarle, repitiéndole: “¡Recita!”. Hasta cuatro veces se repitió la escena, hasta que Mahoma dijo: “¿Qué debo recitar?”. “Recita en nombre de tu Señor que te creó, que creó al hombre de un grumo de sangre”, Y Gabriel le dictaba lo que debía decir. Mahoma inició el descenso de la montaña y llegado a la mitad oyó una voz del cielo que le decía: <<“Oh, Mahoma, tú eres el apóstol de Alá y yo soy Gabriel”. Yo alcé la cabeza al cielo para mirar y allí estaba Gabriel, bajo la forma de un hombre sentado, en el horizonte, con las piernas cruzadas. No podía fijar la vista en una región del cielo sin verle>>.

Mahoma comenzó a predicar un monoteísmo en el que el Dios único, Alá, era uno de los numerosos dioses del politeísmo árabe. Al principio el mensaje se dirigía únicamente a sus más allegados, pero en 612, otra aparición del Arcángel Gabriel le obligó a dirigir su mensaje a todos los habitantes de la Meca. Alá era el Señor de la Kaaba, pero había llegado a ser un dios ocioso y su culto se reducía a ciertas ofertas de algunas primicias junto a otras deidades menores. Mucho más importantes eran, para el politeísmo árabe las diosas Manat (Destino), Allat (femenino de Alá) y Al´Uzza (la Poderosa). Era como si un romano quisiese instaurar el monoteísmo de Vulcano. Alá le iba dictando textualmente los suras (Capítulos) del Corán, que él memorizaba y hacía memorizar a sus seguidores. El orden en el que Mahoma recibió el Corán de Alá, no es el de la actual compilación. Hoy en día las suras están ordenadas de la más larga, que es la 2ª a la más corta, la 114 y última, con la excepción de la sura 1ª que dice escuetamente: “Alaba a Alá, dueño del universo, el clemente, el misericordioso, soberano en el día de la retribución. A ti es a quien adoramos, de ti es de quien imploramos socorro. Dirígenos por el camino recto, por el sendero de aquéllos a quienes has colmado con tus beneficios; no por el de aquéllos que han incurrido en tus iras, ni por el de los que se extravían”. Se distinguen cuatro periodos: Tres periodos de suras recibidos en la Meca, antes de la Hégira, 1er, 2º y 3er periodos mequíes, y un cuarto recibido en Medina, después de la Hégira. Los dos primeros periodos mequíes se agrupan en la primera predicación, que se desarrolla entre el 610 y el 619, con el 615 como gozne entre ambos periodos mequíes. El 3er periodo mequí constituye la segunda predicación, del 619 al 622. No hay en absoluto, un acuerdo sobre el orden en que fueron entregados los suras. Lo único generalmente aceptado es la frontera entre las suras de La Meca y las de Medina. A título orientativo la que viene a continuación es una hipótesis. Incluso, dentro de cada hipotético periodo, el orden es el que tienen ahora en el Corán, que nada tiene que ver con el cronológico, como se ha dicho:

1er Periodo mequí (610-615):

Suras: 1, 52, 53, 55, 56, 69, 70, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 87, 88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107, 108, 109, 111, 112, 113, 114.

2º Periodo mequí (615-619):

Suras: 15, 19, 20, 21, 23, 25, 26, 27, 36, 37, 38, 43, 44, 50, 51, 54, 67, 68, 71, 72.

3er Periodo mequí (619-622):

Suras: 6, 7, 10, 11, 12, 13, 14, 16, 28, 29, 30, 31, 32, 34, 35, 39, 40, 41, 42, 45, 46, 58ª, 64, 65, 98 110.

Periodo Medinés (622-632):

Suras: 2, 3, 4, 5, 8, 9, 17, 18, 22, 24, 33, 47, 48, 49, 57, 58b, 59, 60, 61, 62, 63, 66.

Al principio, algunos versículos del Corán permitían el culto a las principales divinidades femeninas arábigas, tal vez para atraerse a algunos árabes influyentes. La sura 53, en su versículo 20, habla de estas tres divinidades. En una versión primitiva del Corán se decía a continuación de este versículo: “Son diosas sublimes y su intercesión es ciertamente deseable”. Cuando, más tarde, el Islam se hizo totalmente monoteísta, Mahoma afirmó que esos versículos le habían sido revelados por Satán en vez de por Alá y los sustituyó por otros que dicen: “¿Tendríais vosotros varones y Alá hembras? Este reparto es injusto. No son más que nombres...”.[1]

La predicación de Mahoma fue haciéndose progresivamente más dura e intransigente. Las primeras suras, hasta la 103 (siempre según un hipotético orden cronológico), son un canto a la misericordia de Alá, al agradecimiento, a la conversión a un Dios bueno. Pueden considerarse hasta tiernos. Hasta esta sura, la predicación se dirigía casi exclusivamente a su primera mujer, Khadija, su hijo adoptivo Zaid –comprado en un mercado de esclavos en uno de sus viajes, liberado y adoptado–, su primo Alí, futuro marido de su hija Fátima, su amigo Abu Bakr, cuya hija Aisha llegó a ser la última mujer de Mahoma y Otmán, futuro yerno de Mahoma. Respecto a las mujeres, Mahoma tuvo doce, a pesar de que el Corán permite explícitamente “sólo” cuatro. El Corán se encarga de decir que Mahoma no está sujeto a esa prescripción[2]. Desposó a Aisha cuando ella tenía seis años y consumo el matrimonio con ella a los nueve. Él tenía cincuenta y tres. También se casó con la mujer de su hijo adoptivo Zaid, Zenobia. Una mención de Mahoma del vuelco del corazón que le había producido la belleza de su mujer fue suficiente para que Zaid la repudiase. Al principio Mahoma se negó, pero al poco tiempo Alá le dictó una sura en la que se le permitía expresamente a él y, esta vez también a todos los musulmanes, casarse con las mujeres repudiadas por sus hijos adoptivos, que era el caso de Zaid[3]. A partir de una apertura mayor en su predicación, debió encontrarse con la incomprensión. En consecuencia, su lenguaje se hace muy amenazador desde la sura 91, con énfasis en un espantoso castigo, con terribles juramentos. La sura 87, si está escrita en el orden arriba citado, es un paréntesis entre las amenazas. Todas las suras de este periodo mequí son breves y concisas.

Los suras del 2º periodo mequí reflejan un cierto cansancio. No ha conseguido mucho y apela a la apología. Se consuela a sí mismo basándose, sobre todo, en casos deformados de profetas judíos anteriores que han experimentado fracasos como el suyo. Es durante este 2º periodo mequí, hacia el año 617-619, cuando la tradición sitúa el viaje de Mahoma al cielo (miraj), desde Jerusalén. Es una respuesta a los incrédulos. La tradición narra que el arcángel Gabriel le vino a buscar en un extraño equino alado con cara de mujer, cuerpo de caballo o asno y cola de pavo real, llamado Borak. Primero le llevó de la Meca a Jerusalén y, luego, a través de los siete cielos, hasta el trono de Dios, que le reveló el Corán y una ciencia esotérica que no debía comunicar a los musulmanes. Muawiya, que luego sería el primer califa Omeya y Aisha, su última mujer, aseguraban que el viaje había tenido lugar sólo en una visión extática. Aisha dice que Mahoma no se levantó de su lecho, pero lo cierto es que Aisha todavía no estaba casada con Mahoma en esas fechas. Más tarde, Muawilla y Aisha se opusieron ferozmente al califa Alí, por lo que, los seguidores de este, los actuales chiitas, aseguran que el viaje fue real, pero que fue tan rápido que el lecho de Mahoma no se enfrió y el agua que hervía en un pote al fuego no tuvo tiempo de verterse.

En el 3er periodo mequí Mahoma se hace más prolijo. Ya tiene un grupo de adeptos de cierta importancia y los incrédulos, molestos por su éxito incipiente, empiezan a argumentar contra su predicación. Muchos dicen que se está inventando el Corán. Le piden milagros y Mahoma dice que Alá no quiere que los haga. En largas suras les explica los signos de Alá en la naturaleza, que deberían ser suficientes para creerle. Cuenta largas y deformadas historias basadas en los personajes del Antiguo Testamento. Aunque no pone énfasis en lo terrible del castigo, resalta mucho las diferencias que habrá entre los que crean y los que sean infieles. Parece como si dijera: allá vosotros si no creéis, ahí están los signos de Alá y los creyentes. Comparad lo que será su suerte y la vuestra. Hacia el 615 muere su tío y protector Abu Talib, (que nunca abrazó el Islam). El hermano de éste, Alí Lahab, le desposee de sus derechos, por lo que Mahoma queda convertido en un hombre sin clan familiar, lo que en la cultura árabe era equivalente a una condena de muerte. Por estas fechas manda a parte de sus seguidores a dos ciudades oasis, Taif y Yathrib (Medina). En Taif fracasa con los beduinos, pero en Medina se convierte una de las dos grandes tribus árabes.

En este momento llegamos al año 622 en el que Mahoma es continuamente hostigado  por los mequíes, que se han hartado del éxito de su predicación y de sus amenazas escatológicas. En la peregrinación a la Kaaba de la Meca de ese año, la tribu de Medina, convertida al Islam, hace un pacto con Mahoma. Medina llevaba años enredada en duras luchas intestinas y los árabes deciden llamar a Mahoma como hombre bueno para dirimir sus diferencias. Para no llamar la atención de los de la Meca, los partidarios de Mahoma se van de la Meca a Medina, separadas por 300 Km. de desierto, en pequeños grupos. Mahoma y Abu Bakr parten en uno de los últimos grupos. El 24 de Septiembre Mahoma llega a Medina. La Hégira (Emigración) ha terminado con éxito. En Medina, Mahoma se hace con el poder con la ayuda de la tribu musulmana. Pasa de ser un profeta no escuchado y amenazado a un dirigente político poderoso. Haciendo gala de un gran tacto político consigue hacer que los musulmanes recién llegados de la Meca y los de Medina, se consideren una única tribu, con independencia de los lazos de sangre. Los musulmanes son un pueblo, el clan familiar ya no cuenta. En este delicado momento tiene lugar un incidente muy significativo. Los árabes de la Meca tenían la costumbre de sodomizar a sus mujeres, mientras que esta era una costumbre despreciada por los de Medina, cuyas mujeres gozaban de mayor libertad. Las mujeres medinesas van a pedirle a Mahoma que decida al respecto. Mahoma pide la opinión de una de sus esposas, Um Salma y de uno de sus más fieles seguidores mequíes, Omar. Mientras lo está pensando, Alá le dicta una sura: “Vuestras mujeres son vuestro campo. Id a vuestro campo como y cuando queráis; pero haced antes algo a favor de vuestras almas. Temed a Alá y sabed que algún día estaréis en su presencia”[4].

Los árabes de Medina se convierten en su mayoría, aunque muchas conversiones sean por conveniencia política. Pero las tres tribus judías no sólo no lo hacen, a pesar de los esfuerzos de Mahoma, sino que le reprochan haber reinventado la Torá a su antojo. Como consecuencia Mahoma expulsa a dos de las tribus judías de la noche a la mañana sin que puedan llevarse nada de sus bienes y cambia la orientación de la oración. En vez de rezar, como había prescrito al principio de cara a Jerusalén –desde donde decía haber sido llevado al cielo a la presencia de Alá— a partir de ese momento hay que rezar mirando a la Kaaba de la Meca. Decide, además, que la Kaaba fue construida por Abraham y su hijo Ismael para adorar allí al Dios único, Alá. El Islam se acaba de convertir, por decreto de Mahoma, en una religión más antigua que el judaísmo. Si en la Kaaba se practicaba la idolatría era por culpa de los pecados del pueblo. Empieza un periodo de saqueos a las caravanas de la Meca en los que Mahoma se reserva una quinta parte de todos los botines. Los mequíes reaccionen y sitian Medina sin poder tomarla. Pero Mahoma percibe un comportamiento extraño en algunos árabes conversos y en los judíos. Acusa de traición a estos últimos, a los que pasa a cuchillo y empieza a dictar suras en las que pretende desenmascarar a los falsos conversos para que sigan la misma suerte. Con el poder en la mano se da cuenta de que es más fácil convertir por la fuerza que predicando. En 628, temerariamente, Mahoma decide ir a peregrinar a la Meca con los musulmanes de Medina. Los mequíes no le permiten entrar, pero no se atreven a atacarles. En 629, consigue un tratado bastante humillante en la que los mequíes otorgaban a los musulmanes una tregua de 10 años. En ese año Mahoma, con 2.000 hombres va en peregrinación a la Meca. También en ese año manda una expedición para conquistar Muta, en la frontera del imperio Bizantino. La expedición fracasa, pero Mahoma ha dejado claro cuál es el camino a seguir. Al año siguiente, 630, con un pretexto falso, Mahoma da por rota la tregua y se presenta en la Meca con un ejército de 10.000 hombres. Entra en la Meca sin resistencia. Destruye todos los ídolos de la Kaaba, purifica el santuario, da por abolidos todos los derechos de los idólatras y, tras ejecutar tan sólo a seis de sus más terribles enemigos, manda a los musulmanes no ejercer la venganza. Luego vuelve a su capital, Medina.

Las suras del periodo Medinés reflejan todo esto. La sura 2, la más larga del Corán, (286 versículos) es la primera dictada en Medina y refleja las que vendrán después. Hasta entonces, el contacto con judíos y cristianos había sido circunstancial. Ahora se hace cotidiano y Mahoma se apresura a decir que ni unos ni otros tienen razón. Si bien todos los profetas del judaísmo y también Jesús y María son profetas de Alá, el mensaje recibido por ellos de Dios era incompleto y había sido adulterado por cristianos y judíos. Dios no tiene hijo, se afirma. Ya empiezan a leerse versículos que regulan cuestiones civiles como el pago de las deudas o el repudio de las mujeres. Merece notarse que en este sura aparece un versículo que permite a Mahoma decir lo contrario a lo dicho en suras anteriores. Efectivamente, cuando algunos le hacen notar que hay versículos que se contradicen, Alá le dice a Mahoma: “Nosotros no abrogaremos ningún versículo de este libro ni haremos borrar uno sólo de tu memoria, sin reemplazarlo por otro mejor o igual. ¿No sabes que Alá es Omnipotente?” Dice el versículo 100. O sea, que Alá se dice y desdice cuando y como quiere, siempre por boca de su profeta. También en esta sura 2, 187-189 aparece la primera mención a la guerra santa de conquista, refiriéndose a los árabes idólatras de la Meca: “Matadles doquiera que los halléis y expulsadles de donde ellos os hayan expulsado. La tentación de la idolatría es peor que la carnicería en la guerra. No les libréis combate junto al oratorio sagrado, a no ser que ellos os ataquen. Si lo hacen, matadlos. Tal es la recompensa de los infieles. Si ponen término a lo que hacen, en verdad Dios es indulgente y misericordioso. Combatidles hasta tanto que no tengáis que temer la tentación y hasta que todo culto sea el del Dios único. Si ponen término a sus acciones, entonces no más hostilidades, a no ser contra los perversos”. La sura 3 contiene uno de los pasajes más sorprendentes de todo el Corán. Cuando nació María, su madre le dijo a Alá: “... Señor, he echado al mundo una hija y la he nombrado Miriam; la pongo bajo tu protección, a ella y a su posteridad, a fin de que los preserves de las astucias de Satán, el apedreado”. (Versículo 31). Y más adelante –versículos 37, 40 y 42– “Los ángeles dijeron a Mariam: Alá te ha escogido y te ha dejado exenta de toda mancha, te ha elegido entre todas las mujeres del universo”. “Un día los ángeles dijeron a Miriam: Alá te anuncia su Verbo, se llamará el Mesías, Jesús, hijo de Miriam, ilustre en este mundo y en el otro y uno de los familiares de Alá”. “Señor, respondió Miriam, ¿cómo he de tener un hijo? Ningún hombre me ha tocado. Así es, respondió el ángel como crea Alá lo que quiere. Dice: Sea, y es”. Curiosa definición del dogma de la Inmaculada Concepción de María y de la concepción virginal de Jesús, definido, el primero, por la Iglesia en 1854. Lo que indica que la Iglesia no define un dogma que no es antes creído por la tradición. En este caso esta creencia ya había sido escuchada por Mahoma en 622. Sin embargo, de ninguna manera Mahoma consideraba a Jesús Hijo de Dios. En muchos suras asegura que Alá no tiene hijos. Incluso considera (sura 61, versículo 6) que Jesús era un heraldo para anunciarle a él.

Después de Mahoma

Al morir Mahoma en el 632 dejaron el cadáver sin sepultura durante un tiempo porque muchos de sus seguidores esperaban que resucitase, como decían los evangelios que había hecho Jesús[5]. Naturalmente, al cabo de unos días tuvieron que enterrarle y pensar quien podía ser su sucesor. Aún antes de enterrar al profeta, se eligió a Abu Bakr, suegro de Mahoma y uno de los primeros conversos, con el título de Jallifat Rasull Alá (sucesor del mensajero de Alá. De ahí viene nuestra palabra Califa). Lo primero que hizo el primer Califa fue proclamar: “Si alguien venera a Mahoma, Mahoma está muerto, pero si alguien venera a Alá, Mahoma está vivo y no muere jamás” y, acto seguido ordenar la inhumación del cadáver. Abu Bakr se encontró con el problema de que, una vez muerto Mahoma y también desaparecidas en combate casi todas las personas que habían aprendido de memoria el Corán, era necesario ponerlo por escrito. Se lo encargó a Zaid ibn Thabit, uno de los que lo habían aprendido de memoria. Este hizo una labor de investigación de su memoria y otras fuentes orales y escritas y redactó una versión oficial del Corán, aunque las propias fuentes islámicas afirman que en esa versión se suprimieron el versículo 23 de la sura 33 y los dos últimos de la sura 9. Ambas suras son del periodo medinés. En el 634 muere Abu Bakr designando como sucesor a Omar, su más brillante general. Omar empieza una marea de conquistas que en sólo empezará a bajar en España y Francia en el siglo VIII y en el este de Europa y el Mediterráneo el siglo XVI. En 636, los bizantinos abandonan Siria, Antioquia cae en 637, año en el que se desmorona derrotado el Imperio persa de los Sasánidas. Egipto es conquistado en 642 y Cartago en 644. En 644 muere Omar y Otmán, yerno de Mahoma y uno de los primeros conversos, asume el califato a la muerte de Omar. Por entonces, en Irak se seguía un Corán distinto y en Siria otro también distinto, por lo que Otmán decide eliminar y quemar todos los manuscritos de cualquier otra versión del Corán que no fuese la realizada en tiempos de Abu Bakr. En 656 Otmán es asesinado por soldados de Irak y Egipto. El califato recayó entonces en Alí, primo y yerno de Mahoma, casado con Fátima, su hija favorita. Pero Aisha y otros dignatarios mequíes, no aceptaron a Alí por suponerle implicado en el asesinato de Otmán. Tuvo, por tanto Alí que asentar su califato en Nayaf, una ciudad fortificada de Irak. Sin embargo, el gobernador musulmán de Siria, Muawiya, otro suegro del profeta y primo de Otmán, no aceptó a Alí. En 657 tuvo lugar la batalla de Siffin entre tropas de Alí y Muawiya. El resultado indeciso de la misma hizo que se pensase en una fórmula de arbitraje, pero los que posteriormente serían conocidos como jariyíes, no la aceptaron y se juramentaron para dar muerte a ambos pretendientes. Lograron asesinar a Alí y a toda su familia, salvo dos de sus hijos. El mayor, Hassan, temeroso de sufrir la misma muerte que su padre, se apresuró en abdicar a favor de Muawiya. Pero los partidarios de Alí no lo aceptaron y nombraron califa a Husseín, segundo hijo de Alí. Muawiya se llevo el califato de Medina a Damasco, lo declaró hereditario y fundó la dinastía Omeya. El segundo califa Omeya, Yazid I asumió el califato en 680 e hizo asesinar a Husseín. Los seguidores de éste son los que todavía hoy se conocen como chiíes o chiitas, mientras que el resto de los musulmanes son los sunníes o sunnitas. Sesenta y nueve años más tarde, en 749 Abu Abbas, descendiente de un familiar de Mahoma se proclamó califa, alegando que era el Imán Oculto, un personaje mítico y justiciero. Asesinó a todos los Omeyas, menos a uno que logró escapar, y trasladó el califato Abásida a Bagdad. El Omeya superviviente, Abd ar-Ramán, llegó a Al-Ándalus en su huída y se proclamó Emir. En España le conocemos como Abderramán I, fundador del emirato de Al-Andalus. Un descendiente suyo, Abderramán III, se proclamó Califa en 918. En ese momento existían en el Islam tres califatos: El Abásida en Bagdad, el de Ifriqiya en el norte de Africa y el Omeya de Córdoba. Por otro lado estaban los Fatimíes de Egipto, chiitas como los de Irak, que no aceptaban ninguno de los tres califatos. Es de notar que ninguno de los tres tenía una continuidad legitimada con el primer califa, Abu Bakr. El califato de Córdoba murió por querellas internas, dando lugar en Al-Ándalus a la absoluta anarquía de los llamados reinos de Taifas. El de Ifriqiya, también por querellas internas musulmanas. El califato Abásida fue mantenido como una ficción histórica por los turcos selyúcidas, los mamelucos y los turcos otomanos. El califa abásida era un títere del sultán turco o mameluco. En 1517, el sultán otomano tomó directamente el título de Califa, instituyendo el califato Otomano que, a su vez, fue abolido en 1924 por Mustafá Kemal Ataturk. Los chiíes nunca reconocieron como auténtico ningún califato.

El Hadiz

Pero los códices que regulan la religión musulmana no acaban en el Corán. El Hadiz,
(narración) es la recopilación de supuestas sentencias de Mahoma, recogidas por alguno de sus más próximos familiares y trasmitidas por tradición oral hasta que se recopilan por escrito dos siglos después de la muerte del profeta. Hay muchas compilaciones del Hadiz, que llenarían unas cinco mil páginas. La tradición no atribuye a todas la misma fiabilidad. Las ha clasificado en tres categorías: Sajih, (coherentes) jasán (buenas) y daif (débiles). De las primeras hay seis compilaciones; las dos más fiables, por este orden están realizadas por Al Bujarí[6] (m. en 870) y Muslim (m. en 875). Los chiítas cuentan con sus propias compilaciones del Hadiz; la de Kulini (m. 939), la de Qummí (m. 991) y la de Tusi (m. 1067). Cada sentencia del Hadiz viene precedida de uno o varios personajes con autoridad que se la oyeron al profeta o la autentifican. Esta lista se llama “isnad” y el texto se llama “matn”. El Hadiz regula la religión islámica y la vida de los creyentes de una manera mucho más precisa que el Corán y sus sentencias suelen ser más drásticas.

Veamos algunos a título de ejemplo.

Recetas médicas:

Narró Um Mihsan. Escuché que el profeta dijo: “Trátalo con incienso indio porque tiene remedio para siete enfermedades; debe ser absorbido por la nariz cuando se tienen problemas de garganta y puesto a un lado de la boca cuando se sufre de pleuresía”.

Castigos para los que no cumplen con sus deberes religiosos:

Narró Abu Huraira. El enviado de Alá dijo: “Por aquel en cuyas manos está mi vida, voy a ordenar que recojan leña para el fuego, y después ordenar a alguien que pronuncie Adhan para la oración, y después ordenar a alguien que guíe a la gente en oración, y entonces haré acto de presencia y quemaré las casas de los hombres que no se presentaron para la oración”.

Castigo por la apostasía del Islam: (Compárese con la conducta de los primeros cristianos con los “lapsi” durante las persecuciones).

Narró Ikrima. La declaración del enviado de Alá: “A cualquiera que cambie su religión islámica, matadlo”.

Narró Abu Musa: “Un hombre abrazó el Islam y después regresó al judaísmo. Muadh ben  Jabal vino y vio al hombre con Abu Musa. Muhad preguntó: “¿Qué es lo malo con éste?” Abu Musa respondió: “Abrazó el Islam y después regresó al judaísmo”. Muadh dijo: “No me sentaré hasta que lo mate”. Este es el veredicto de Alá y de su enviado.

Sobre la inferioridad de las mujeres:

Narró Abu Al-Judrí: Una vez el enviado de Alá salió a Musalla a la oración de Al Fitr. Entonces pasó al lado de las mujeres y les dijo: “¡Oh, mujeres! Dad limosna porque he visto que la mayoría de los moradores del fuego del infierno erais vosotras”. Ellas le preguntaron: “¿Por qué es así, oh, enviado de Alá?” Él contestó: “Maldecís con frecuencia y sois ingratas con vuestros maridos. No he visto a nadie más deficiente en inteligencia y en religión que vosotras. Un hombre prudente y sensible podría ser extraviado por algunas de vosotras”. Las mujeres preguntaron: “¡Oh, enviado de Alá! ¿Qué es deficiente en nuestra inteligencia y religión?” Él dijo: “¿No es el testimonio de dos mujeres equivalente al testimonio de un hombre?”. Le contestaron afirmativamente. Él dijo: “Esa es la deficiencia de vuestra inteligencia. ¿Acaso no es verdad que una mujer ni puede orar ni ayunar durante sus reglas?” Las mujeres contestaron afirmativamente. Él dijo: “Esa es la deficiencia en vuestra religión”.

El velo facial está explícitamente ordenado en el Corán:

¡Oh profeta! Prescribe a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que dejen caer su velo hasta abajo; así será más fácil obtener que no sean conocidas ni calumniadas[1].

Sobre la vida conyugal:

Narró Aisha que el profeta se casó con ella cuando tenía seis años de edad y consumó el matrimonio cuando tenía nueve años y después siguió con ella nueve años.

Narró Aisha: A un hombre le puede desagradar su esposa y pretender divorciarse de ella, de manera que ella le dice: “Renuncio a mis derechos para que no te divorcies de mí”.

Narró Abdullah bin Zama. El profeta dijo: “Ninguno de vosotros debería azotar a su esposa como se azota a un esclavo y después tener relaciones sexuales con ella en la parte final del día”.

Castigo para el adulterio:

Narró Abu Haraira. El profeta dijo: “Tu hijo será castigado a un centenar de latigazos y un año de destierro”. Entonces se dirigió a alguien: “Oh, Unais, ve a la adúltera y apedréala hasta que muera”. De manera que Unais fue y la lapidó hasta la muerte.

La guerra santa, el expolio del enemigo muerto en ella y el asesinato religioso:

Narró Abdullah. Pregunté al profeta: “¿Qué acción es la más querida a Alá?” Contestó: “Ofrecer oraciones en las horas establecidas”. Pregunté: “¿Cuál es la siguiente?” Contestó: “Ser bueno y obediente a los padres”. Pregunté de nuevo: “¿Cuál es la siguiente?” Contestó: “Participar en la guerra santa en la causa de Alá”.

Narró Abu Huraira. El enviado de Alá dijo: “Se me ha ordenado combatir a la gente hasta que digan: ‘Nadie tiene derecho a ser adorado salvo Alá, y cualquiera que lo diga salvará su vida y su propiedad’ ”.

Es decir, el mundo entero está destinado a ser Dar el Islam a sangre y fuego.

Narró Jalid bin Madam. El profeta dijo: “Se perdonarán los pecados del primer ejército de mis seguidores que invada la ciudad del César (Roma)”.

Narró Abu Huraira. El enviado de Alá dijo: “A la persona que participe en la guerra santa por su causa y nada le impulse a salir sino la guerra justa por su causa y la creencia en sus palabras, Alá le garantiza que o le admitirá en el paraíso o le traerá de regreso al hogar del que salió con la recompensa o botín que haya ganado”.

Especial relevancia tiene para los españoles el siguiente hadiz:

Cuando el enviado de Alá, ¡Alá le bendiga y le salve!, estaba en Medina, se puso a mirar hacia el poniente, saludó e hizo señas con la mano. Su compañero Abu Aiúb al-Ansari, le preguntó: “¿A quién saludas, ¡oh, profeta de Alá!?” Y él contestó: “A unos hombres de mi comunidad (musulmana) que estará en occidente, en una isla llamada Al-Ándalus. En ella el que esté con vida será un defensor y combatiente de la fe y el muerto será un mártir. A todos ellos los ha distinguido (Alá) en su libro. Serán fulminados los que estén en los cielos y los que estén en la tierra, excepto aquellos que Alá quiera”[2].

Obviamente este es un hadiz apócrifo que seguro no pronunció así Mahoma, pero poco importa, porque, como nos dice Vallvé: “<[3]
.

Narró Aisha. Gabriel dijo: “Sal a ellos”. El profeta dijo: “¿Dónde?” Gabriel señalo hacia los Beni Quraiza, de manera que el enviado de Alá fue a ellos. Entonces se rindieron al juicio del profeta, pero él los dirigió a Sad para que diera su veredicto con respecto a ellos. Sad dijo: “Mi juicio es que se de muerte a sus guerreros, que sus mujeres y niños se conviertan en esclavos y sus propiedades sean distribuidas”.

Narró Abu Huraira. El enviado de Alá dijo: “No quedará establecida la Hora hasta que combatáis con los judíos y la piedra detrás de la que se esconda un judío diga: ‘¡Oh, musulmán! Hay un judío que se esconde detrás de mí, así que mátalo’ ”.

Narró Abu Qatada. El enviado de Alá dijo: “Cualquiera que haya matado a un infiel y tenga una prueba o un testigo de ello, serán para él las armas o pertenencias del muerto”.

Narró Al-Bará. El enviado de Alá envío a Abdulá ben Atik y a Abdulá ben Utba con un grupo de hombres para matar a Abu Rafi... (Abdulá) dijo: “Vi la casa en completa oscuridad con las luces apagadas y no podía saber dónde estaba el hombre. Así que llamé: ‘¡Oh, Abu Rafi!’ Contestó: ‘¿Quién es?’ Me acerqué hacia la voz y le golpeé. Gritó a voces, pero el golpe resultó ineficaz. Entonces me acerqué a él disimulando ayudarle, diciendo con un tono distinto de voz: ‘¿Qué te pasa, Abu Rafi?’ Dijo: ‘¿No te sorprende? ¡Ay, tu madre! Un hombre ha venido a mí y me ha herido con una espada’. Así que le apunté de nuevo y le herí, pero el golpe resultó ineficaz de nuevo y entonces Abu Rafi gritó a voces y su esposa se levantó. Me acerqué nuevamente y cambié la voz como si fuese alguien que deseaba a ayudarlo, y encontré a Abu Rafi tendido sobre su espalda, de manera que le clavé la espada en el vientre y la empujé hasta que escuché el ruido de un hueso que se quebraba. Entonces salí, lleno de confusión, y me acerqué a la escalera para bajar, pero me caí y se me dislocó la pierna. La vendé y acudí hasta mis compañeros cojeando. Les dije: ‘Id y decid al enviado de Alá las buenas noticias, pero yo no me marcharé hasta que oiga las noticias de su muerte’. Cuando amaneció, un emisario de la muerte se asomó al muro y dijo: ‘Te notifico la muerte de Abu Rafi’. Me levanté y eché a andar sin sentir ningún dolor hasta que encontré a mis compañeros antes de que alcanzaran al profeta, al que di las buenas noticias”.

Dos pretensiones musulmanas y algunos tópicos.



[1] Sura 33, 59.
[2] J. Vallvé, “La división territorial de la España musulmana”, Madrid, 1986, pag. 24.
[3] J. Vallvé, “Abderramán III”, Barcelona 2003, pag. 35.

1º Tópico: La Biblia también tiene pasajes violentos en los que se justifica la guerra.

Es verdad, pero conviene matizar y distinguir. Matizar en lo que se refiere al Antiguo Testamento y distinguir radicalmente en lo que se refiere al Nuevo.

Matizaciones sobre el Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento es un conjunto de libros escritos por hombres de su tiempo a lo largo de muchos siglos. Dios se va revelando, creemos los cristianos, a hombres muy primitivos y les va educando según un amplio plan de formación. Por eso hay que verlo como un proceso. Es muy cierto que en libros como el de Josué, Jueces y otros, hay pasajes brutales, pero más adelante, en los libros proféticos, en Isaías especialmente, hay pasajes de una altura moral de un nivel poético y una ternura inigualables. Y esto es cierto para libros enteros como el de Rut, Tobías o el Cantar de los Cantares. En el Antiguo testamento se abordan con gran profundidad problemas sapienciales como el de la razón del sufrimiento, que ni de lejos se abordan en el Corán. Incluso en el mismo Pentateuco, ya se puede leer el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”[10] o “cuando hagáis la recolección de vuestras tierras, no segaréis hasta la misma orilla del campo. No recogerás las espigas caídas. No harás el rebusco de tu viña ni recogerás los frutos caídos en tu huerto, sino que lo dejarás para el pobre y el emigrante”[11]. “Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no le molestaréis; será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo, pues también vosotros fuisteis emigrantes en Egipto”[12] Especialmente luminosos son los pasajes mesiánicos en los que se anuncia un salvador para toda la humanidad. También los Salmos tienen un componente violento, pero no son una incitación de la violencia del hombre contra el hombre, sino la queja de un hombre justo que pide a Dios que le haga justicia frente a los malvados que le persiguen. Ciertamente, la justicia divina que pide el justo de los Salmos es a veces brutal. El Corán, por el contrario es un libro escrito a lo largo de unos pocos años. Y si se lee de forma cronológica, se percibe un claro endurecimiento, en paralelo con la obtención de poder y éxitos militares del profeta. Mirados ambos textos, Corán y Antiguo Testamento, en su conjunto e históricamente, la altura moral del segundo es claramente superior a la del primero. El Antiguo testamento intenta suavizar, siglo a siglo, lo peor de la naturaleza humana, mientras que el Corán, en general, halaga la parte más terrible y brutal de nuestra naturaleza. Establecer comparaciones en base de igualdad moral entre el Corán y el Antiguo testamento sólo puede hacerse desde la ignorancia de la historia y de ambos textos. Además, el Antiguo Testamento, en sí mismo, adquiere tintes muy diferentes si se lee a la luz del Nuevo.

Si esta matización de las diferencias entre el Antiguo Testamento y el Corán puede parecer sutil, todo lo contrario ocurre cuando lo que analizamos es el Nuevo Testamento. El Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas[13] marcan la diferencia entre el código moral del Nuevo Testamento y cualquier otro. Cristo nos dice cosas como: “Habéis oído decir: Ojo por ojo, diente por diente, ama a tu prójimo y odia a tu enemigo, pero yo os digo. Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os persiguen”[14] .Cuando le clavan en la cruz, el justo por antonomasia pide a Dios una sola justicia. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”[15]. El Nuevo Testamento, que es el culmen del proceso pedagógico del Antiguo, es un texto que respira amor, ternura, misericordia y perdón se tome por donde se tome. El Nuevo Testamento es un código moral basado en el Amor a Dios y a sus hijos, por encima de cualquier consideración. La superioridad moral del Nuevo Testamento sobre el Corán es manifiesta y abrumadora para cualquiera que lea tan sólo algunos pasajes de uno y otro.

1ª Pretensión musulmana.

Jesús anunció a Mahoma (Sura 61 versículo 6), que es el último paso de la manifestación de Dios. Se pretende que los anuncios de Jesús en el Evangelio de Juan anunciando la venida del Paráclito, el Defensor, después de él, se referían a Mahoma y no al Espíritu Santo. Pero el sura 61 no lo plantea de forma tan sutil. Afirma que Jesús le anunció expresamente a él bajo el nombre de Ahmed. Pero los cristianos eliminaron este anuncio de la predicación de Jesús. A la vista de lo anterior, la pretensión resulta ridícula. Que un código de amor y misericordia como el de Cristo sea el preludio de la manifestación por parte de Dios de un código de guerra, venganza, discriminación y saqueo como el islámico, es un auténtico dislate, incluso para quien no crea que Jesús es Dios hecho hombre.

2ª Pretensión musulmana.

El cristianismo es una religión politeísta que adora a tres dioses. Los cristianos, desde el primer momento, en el primer anuncio de la salvación, anunciaban que Dios Padre había creado el mundo por Amor, que Dios Hijo, se había encarnado en Jesucristo y que Dios Espíritu Santo guiaría a la humanidad por la senda de la verdad. Pero jamás dijeron que fuesen tres dioses. Y anunciaban la salvación así, porque así les había sido revelado por Jesucristo. No se preocuparon en absoluto de justificar esta creencia, aunque dieran la vida por ella. Sin embargo, conciliar que hubiese Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo siendo un solo Dios era y es algo misterioso. A pesar de todo, lo mantuvieron contra viento y marea. Si hubiese sido una invención suya, hubiese sido infinitamente más fácil para ellos abandonar esa problemática idea. Pero sabían que ese misterio trinitario revelado por Jesús era fundamental. Como los principales ataques contra la Trinidad usaban la teminología de la filosofía griega, tuvieron que usar ellos también, a su pesar, ese lenguaje para defender tan insólita idea. Así fueron acuñándose términos como naturaleza, persona, hipóstasis, y poco a poco, el misterio de la Trinidad, sin dejar de ser misterio, fue tomando una forma filosófica. Mas, he aquí, que al hacerlo, razonando, no hacia el misterio, sino desde el misterio, las cosas tomaban una nueva y más sólida consistencia. ¿Por qué un Dios unipersonal iba a crear el mundo por amor? ¿Qué era el Amor? ¿Cómo el hombre salvado podía participar de la naturaleza divina? Estas preguntas, no tenían respuesta filosófica si no era desde la revelación trinitaria. Tres personas divinas en una sola naturaleza divina, eran la explicación de la existencia del Amor gratuito y, por tanto de la creación. Dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona, Jesucristo. La naturaleza humana divinizada por su unión con la naturaleza divina en la persona de Cristo. Todo esto, elaborado filosóficamente[16] a lo largo de siete siglos, era difícil que fuese entendido por Mahoma, sobre todo si se tiene en cuenta su contacto con los nestorianos. Posteriormente, la cultura musulmana se fue impregnando de filosofía griega. Hasta tal punto fue así que Aristóteles fue conocido en Europa, además de a través de las innumerables copias de sus escritos hechas en los monasterios, también a través de los musulmanes españoles traducidos por la Escuela de Traductores de Toledo bajo los auspicios de Alfonso X el Sabio. Pero mientras en España, Averroes comentaba a Aristóteles con una profundidad admirada más tarde por el mismo Tomás de Aquino, en el otro extremo del mundo islámico, los turcos selyúcidas, daban el cerrojazo a esta filosofía. Con el furor del converso, decidieron que la filosofía griega era peligrosamente infiel y volvieron a la interpretación al pie de la letra del Corán encabezada por el legalista Al-Gazalí, completamente opuesto a Averroes en su modo de entender la relación entre la filosofía y el Islam. Como quiera que los turcos impusieron su hegemonía militar e ideológica en todo el Islam, Averroes fue desterrado de la corte Almohade en España, sus libros quemados en Córdoba y, desgraciadamente,  Aristóteles cayó en el más absoluto olvido para los musulmanes.

Es ocioso preguntarse qué hubiera pasado si el Islam no hubiera dado ese giro, pero no es en absoluto descabellado pensar que el Islam pudiese haber llegado a caminar por sendas trinitarias.

2º Tópico. La civilización islámica alcanzó cotas de brillantez mucho mayor que la cristiana en los siglos IX al XV.

Tal vez en algunos aspectos, pero siempre a costa del expolio, saqueo y dominio. El Islam ha brillado culturalmente cuando su superioridad de fuerza le permitía ingresos por rapiña. Uno de los casos más emblemáticos de ese brillo de la civilización islámica tiene lugar en España. La reconquista pudo haber acabado en un par de siglos. Cada vez que los cristianos eran suficientemente fuertes para impedir el saqueo sistemático de los musulmanes, se producía el hundimiento de éstos por pérdida de su principal fuente de ingresos. Siempre había nuevas oleadas de invasores con refuerzos. Primero fueron los Omeyas, que supieron sacar partido de su relación con los califas asesinados instaurando primero el Emirato y después el Califato de Córdoba. Después vinieron los Almorávides. Cuando se les acabó la fuerza a estos llegaron los Almohades y, por último, los Benimerines. Sin esas oleadas, la dominación islámica hubiese acabado mucho antes. Todo el periodo de dominio musulmán de España está marcado por un continuo flujo de esclavos desde España hacia el Islam. Los Omeyas instauraron las “aceifas”, guerras de rapiña, saqueo, rapto y destrucción, que fueron la base de su economía. No es que los cristianos no la practicasen en cierta medida, pero no era la base de su economía. De hecho, cuando reconquistaban un territorio, su máxima preocupación era repoblarlo para poder cultivar la tierra como fuente de riqueza. La agricultura del Islam era una agricultura de latifundios explotados al mínimo necesario para soportar el fasto de la corte y los potentados, suplementando lo que le faltaba al saqueo y rapiña para conseguirlo. Es cierto que desarrollaron métodos de cultivo avanzados, pero nunca se usaron más allá de ese fin. Es falso, en cambio, que inventasen el regadío. Tanto en el imperio bizantino como en la España visigoda, existía el regadío. Existen prolijos códigos legales visigodos tanto civiles, para regular el reparto de agua de los canales, como penales, para castigar su robo. En el otro lado de Europa, el fasto Otomano dura lo que dura su superioridad militar, basada en el uso de esclavos jenízaros como fuerza de choque militar. Tras su retirada en el este de Europa y su derrota en el mediterráneo en el siglo XVI, cesan el saqueo de las costas del Levante español y sur de Italia, cesan el flujo de esclavos y los frutos de la rapiña. A partir de ahí empieza un rápido deterioro económico y cultural. Esta visión del Islam está implícita en el siguiente hadiz:

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Sí que hubo, desde el 650 hasta el 1100 un gran desarrollo de la arquitectura y de las ciencias como la astronomía y las matemáticas. La arquitectura la copian de la bizantina. De hecho, la mezquita de Omar, la gran mezquita construida por el segundo califa, Omar, en la explanada del Templo de Jerusalén, la construyen arquitectos bizantinos, creadores del llamado estilo árabe, caracterizado por sus cúpulas de cebolla y sus arcos de herradura, después copiado por todo el mundo musulmán. Las matemáticas y la astronomía la desarrollan a partir de la traducción de Euclides y Tolomeo. También traducen a Aristóteles. Pero todo este florecimiento termina hacia el año 1100 en que los teólogos ortodoxos musulmanes, encabezados por el ya citado Al-Gazalí, declaran a Aristóteles, la matemática y la astronomía contrarios al Corán.

Mientras tanto, en la cultura occidental se había implantado lentamente el “ora et labora” benedictino, basado en la parábola de los talentos, y nos habíamos convertido en generadores de riqueza por el trabajo. Todavía hoy no hay más que viajar por el campo europeo o el marroquí, para ver la diferencia. En zonas de igual fertilidad, el campo marroquí está improductivo y el europeo cultivado al máximo.

3º Tópico. La conquista de América es también una guerra santa como la islámica en la que se convertía a la fuerza, se esclavizaba y se esquilmaba a la población indígena.

Es cierto que en la conquista de América se cometieron atrocidades, pero conviene distinguir entre la conquista anglosajona y la española y puntualizar algunas cosas de la segunda.

Los anglosajones emigraban al nuevo mundo con sus familias y tomaban posesión a título personal de un territorio que ellos mismos pudieran cultivar. Esa era su posesión y su riqueza, con exclusión de todos los demás. Pero esos territorios eran de los indios, por lo que éstos atacaban a los usurpadores, colonos pacíficos en principio, que se organizaban para acabar con la amenaza india. Hoy día, los pocos indios de América del Norte que sobrevivieron a tan desigual lucha, se encuentran en las reservas.

Los españoles que iban al nuevo mundo eran, en general, aventureros. Tomaban posesión en nombre del rey de enormes extensiones de terreno y necesitaban a los indios para cultivarlas. La corona les encomendaba parte de sus territorios junto con los indios que había en él. Eran las llamadas encomiendas. Los encomenderos eran a veces, no siempre, tal vez ni siquiera generalmente, hombres sin escrúpulos que explotaban brutalmente a los indios. Así es lo peor de la naturaleza humana. Poco o nada les importaba a estos encomenderos la religión ni la conversión de los indios a la fe cristiana. Pero con ellos vinieron los predicadores. Dominicos, franciscanos, carmelitas, más tarde jesuitas, etc. Y estos no venían ni para explotar ni para convertir a la fuerza. Venían para llevar el Evangelio a los indios. Y lo hacían muchas veces a costa de su vida y casi siempre con el espíritu de servicio de los que se saben poseedores de un tesoro espiritual que quieren compartir con los que no lo tienen. Hispanoamérica está llena de santos españoles y autóctonos. Si hubo explotación, no era esa la intención de la corona, como puede leerse en el testamento de Isabel la Católica. También Carlos I procuró salvaguardar la libertad y la integridad de los indios. Prueba de ello es, entre otras cosas, los especiales poderes que dio a Fray Bartolomé de las Casas –el emperador llegó a financiar un proyecto de colonización alternativa propuesto por Las Casas en las costas de Venezuela— y la promulgación de las “Nuevas Leyes de Indias” de 1542, inspiradas en la autoridad de Fray Francisco de Vitoria, dominico de la escuela de Salamanca. Estas leyes representan un caso único, sin precedente en la historia, de un conquistador que se plantea sus derechos de conquista. La obra de Las Casas, “Brevísima historia de la destrucción de las Indias” —hoy en día considerada por toda la crítica como una burda exageración y deformación de la realidad[17]— ha sido usada, divulgada y amplificada como arma de propaganda en la guerra colonial de Inglaterra y Holanda y Francia contra España en el siglo XVII. Son precisamente ingleses, los que menos pueden hablar de humanidad en el trato a los indios, quienes más han difundido la descabellada historia de Las Casas como campeón de la causa de los indios y España como potencia opresora. Con sólo darse una vuelta por las calles de México D.F. o Nueva York, puede verse dónde han sobrevivido mejor los indios. Afortunadamente, hay un ejemplo real de cómo hubiese sido la colonización y evangelización de América si se hubiese hecho al estilo querido por la corona de España y la Iglesia Católica: Las reducciones de los jesuitas en Paraguay. Y si acabaron fue por las presiones antijesuiticas de los gobiernos ilustrados ante un Papa que no tuvo el valor de resistir al poder y la ambición de dichos gobiernos.

Conclusión

La naturaleza humana, aspira al bien, pero es arrastrada al mal. Como dice san Pablo:

“Pero yo soy un hombre acosado por apetitos desordenados y vendido al poder del pecado, y no acabo de comprender mi conducta, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. [...] En efecto, el querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo no. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco. [...] En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero experimento en mí otra ley que lucha contra el dictado de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mí”[18].

Ante esto hay doctrinas que, a duras penas, luchan siglo a siglo por dulcificar lo que de malvado hay en el corazón del hombre. La cristiana es una de ellas, la más clamorosa. Y otras que halagan lo más bajo del hombre, empujándole hacia el abismo. La del Islam es paradigmática de estas y, al menos en algunos aspectos, parece hecha a la medida de las ambiciones y apetitos de Mahoma. Naturalmente que hay musulmanes buenos, porque por encima, o por debajo, de la ley del Corán y los hadices, está la ley natural que hace saber al hombre, si no se ciega a sí mismo, qué está bien y qué está mal. Y todos los musulmanes tienen dentro de sí mismos esta ley natural que generalmente vence al código islámico. Pero eso no evita el enorme peligro de que miles de millones de seres humanos estén bajo una ley islámica tan terrible. De la misma manera, hay cristianos perversos, porque, a pesar del ejemplo de Cristo y del código moral de las Bienaventuranzas y del Evangelio en general, son arrastrados por “la ley del pecado que está en nosotros”.

El panorama puede parecer pesimista, pero el Señor de la historia es impredecible. Hace dos décadas, daba la impresión que el comunismo nos iba a amenazar durante siglos y en unos años se hundió el muro de Berlín. Nadie podía haberlo considerado seriamente tan sólo diez años antes. ¿Qué puede hacer que se hunda el muro del Islam? Sólo el Señor de la historia lo sabe, pero permítaseme hacer una previsión descabellada. En mi escasísimo conocimiento de los países islámicos, he percibido la mayor inteligencia de las mujeres sobre la de los hombres. No puede ser una mayor inteligencia genética, sino la mayor inteligencia cultural que tienen que aprender todas las minorías subyugadas. Es un proceso imparable que las mujeres del Islam comparen su suerte con las de occidente. Las antenas parabólicas se encargarán de eso. Y se harán preguntas que sólo tienen una respuesta. La causa de su sometimiento está en el Islam. ¿Podrá el Islam evitar esta pregunta y respuesta de las mujeres? No lo creo. ¿Podrá sobrevivir si el 50% de la población, aunque sea la más débil físicamente y esté brutalmente oprimida se declara en huelga de celo? Tampoco lo creo. ¿Conclusión? Tiempo al tiempo.



[1] Cf. Mircea Eliade Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo III/1. De Mahoma al comienzo de la modernidad. Ediciones cristiandad, Madrid 1983, pags. 77 y 81.
[2] Sura 33, Versículos 49 y 51.
[3] Sura 33,  Versículo 37.
[4] Sura 2 Versículo 223.
[5] El Corán, en la sura 19, 34, dice por boca de Jesús. “La paz será conmigo en el día que nací y en el día que muera y en el día que resucite”. Los musulmanes no creen que la resurrección se produjese a los tres días. La sura 3, 48, dice Alá a Jesús: “En verdad, soy yo quien te hago sufrir la muerte y soy yo quien te eleva a mí, quien te libra de los infieles, quien coloca a los que te siguen por encima de los que no creen, hasta el día de la resurrección. Todos volveréis a mí y yo juzgaré entre vosotros respecto a vuestras diferencias”. La resurrección de Jesús se refiere, por tanto a la del fin de los tiempos. Pero, por si acaso, dejaron a Mahoma sin enterrar durante unos días, por si le sucedía lo que los cristianos afirmaban de Jesús.
[6] No hay en español ninguna edición completa del Hadiz. Sí una selección hecha por el iman Nawawi llamada “El jardín de los justos” (Madrid, 1996), en la que hay muchos de los compilados por Al Bujarí. La mejor edición de Al Bujarí es “Sahih al-Bukharí”, (Chicago, 1979, 9 vols.)
[7] Sura 33, 59.
[8] J. Vallvé, “La división territorial de la España musulmana”, Madrid, 1986, pag. 24.
[9] J. Vallvé, “Abderramán III”, Barcelona 2003, pag. 35.
[10] Levítico 19, 18
[11] Levítico 19, 9-10.
[12] Levíticom19, 33-34.
[13] Mateo 5, 3-12.
[14] Cf. Mateo 5, 38-48.
[15] Lucas 23, 34.
[16] Conviene insistir en que los primeros cristianos anunciaban al Dios trinitario y salvador sin preocuparse de polémicas filosóficas. Fue la fuerte oposición que blandía la filosofía griega la que les obligo, a su pesar, a filosofar desde el misterio revelado.
[17] Véase Menéndez Pidal, “Una ‘norma’ anormal del padre Las Casas”.
[18] Romanos 7, 14-23.

25 de diciembre de 2013

Historia de tres árboles

La historia cuenta que tres árboles crecieron juntos durante años orando y cuidando del bosque. El primer árbol decía: “Yo seré un gran cofre lleno de tesoros”. Y el segundo comentaba: “Yo seré una poderosa embarcación,  e iré con grandes reyes a todos los rincones del mundo”. El tercer árbol decia: “Yo crecere para ser el más recto y grande. La gente me verá y pensará en el Dios de los cielos,   siempre me recordarán”.

Siguieron rezando y cuidando su entorno durante años sin fin, creyendo en sus sueños con Fe. Pasado el tiempo, se acercaron unos carpinteros.  

Con el primer árbol dijeron: “Este   parece ser muy fuerte,  su madera servirá para caja. Con el segundo aseguraron: “Este ira al puerto”. El tercer árbol tenía miedo de que lo cortarán y no poder crecer más. Los leñadores pensaron: “Lo cortaremos y  guardaremos. Ya veremos lo que hacemos con él”.
  
El primer árbol fue convertido en un cajón de comida para animales, y  puesto en un pesebre.  Con el segundo, hicieron una pequeña  barca de pesca en un pequeño lago. El tercero  fue cortado en largos y pesadas vigas y dejado en una bodega.

Los árboles olvidaron sus oraciones, sus alegrías y esperanzas... pasaban los años y no entendían en su pena ni comprendían porque sus oraciones no habían sido escuchadas y se les había tratado mal... y lloraban sin consuelo al no entender su triste final.......

Pero un día,  un hombre y una mujer llegaron a un pesebre.  Ella dio a luz un niño, y lo colocaron dentro del cajón. El árbol supo entonces que en su interior estaba el tesoro más grande de la historia.

Bastantes años más tarde, un grupo de hombres entraron en la barca y se desató una fuerte tempestad. Uno de ellos increpó al viento y las olas que cesaron al instante. En ese momento, el segundo árbol se dio cuenta de que estaba llevando, en su interior, al más poderoso de entre los hombres, al Rey de Reyes.

Y poco después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en vigas. Eligió la más alta y recta. Fue cargado y llevado por las calles llenas de gente que escupía, insultaba y golpeaba al hombre que lo llevaba sobre sus espaldas. Se detuvieron en una pequeña colina, clavaron al hombre en él y lo elevaron en alto hasta que murió. El tercer árbol se dio cuenta que estaba erguido en una pequeña cima, pero muy cerca de Dios, porque su Hijo, Jesús, había sido crucificado en él.


Cada árbol obtuvo  lo que había pedido con buena Fe durante años, aunque no en la forma en la que lo habían deseado. No siempre entendemos la voluntad de Dios para con nosotros, pero, aunque sus caminos no sean los nuestros, al final, siempre serán los mejores caminos. ¡FELIZ NAVIDAD!

22 de diciembre de 2013

Carta abierta al Papa Francisco acerca de la visión de la economía que se desprende de la exhortación Evangelium Gaudii

Antes de pasar al texto de la carta necesito hacer unas aclaraciones. Esta carta no representa, ni remotamente un reto, ni mucho menos una impugnación a este Papa. Soy un profundo admirador, desde la fe, de este Papa. Me parece que está volviendo a las más puras esencias evangélicas, a veces enterradas bajo muchas capas en la historia de la Iglesia. En este mismo blog, en la entrada del 5 de Diciembre, he expresado mi admiración por él y mi acogida, llena de alegría de su exhortación apostólica.

Esta carta es una llamada de auxilio, una botella lanzada al océano por alguien a quien le gustaría poder tener una conversación con su Papa para transmitirle la visión de la economía en la que cree y de la que piensa que es un gran bien para la humanidad y de la que el Papa Francisco parece tener una visión que pudiéramos llamar negativa. Nada más que eso.

Con la remota esperanza de que la botella llegue a su destino, ahí va la carta.

Muy querido Papa Francisco:

Empiezo por decirle en esta carta que su llegada a la Sede de San Pedro ha sido para mí un motivo de profunda alegría. Antes de ser elegido Papa no le conocía. Pero justo después de su elección se hicieron públicas las notas que usted dio al Arzobispo de La Habana, Mons. Jaime Ortega. Fueron para mí motivo de alegría pues revelaban las líneas de lo que está siendo su pontificado. Posteriormente, muchas de sus afirmaciones y propuestas han sido criticadas por determinados sectores católicos. Pero a mí me parecían música celestial. La primacía del anuncio del amor de Cristo y el perdón sobre cierta manera de presentar la ética como si fuésemos guardianes de la Gracia me da una inmensa esperanza. Creo que el mundo está ansioso de oír de la Iglesia ese mensaje, que es el de Jesucristo, antes que el anatemizador que a tantas personas ha alejado de ella. La mayoría de sus palabras han despertado en mí un eco de añoranza del mensaje evangélico que tantas veces ha sido muy enterrado en la propagación del mismo. Creo que muchas personas de las marginalidades y del exterior de la fe se están acercando poco a poco a la Iglesia gracias a usted (perdóneme que no le trate de Su Santidad, pero creo que su talante me permite esta informalidad).

Por eso es con mucha pena como le escribo estas líneas, porque me gustaría estar de acuerdo con usted en todo. Pero ni mis conocimientos ni mi experiencia me permiten estar de acuerdo con usted en su discurso sobre la economía. Y esta carta busca comentar con usted estas cosas, aunque sólo sea un desahogo, ya que es más que dudoso que pueda tener respuesta. Desde luego, créame que estas líneas están escritas desde el amor a su persona y a la Iglesia. Me atrevo a escribirlas, en primer lugar por su talante abierto y comprensivo y, en segundo lugar porque entiendo que los puntos de vista de un Papa sobre sistemas económicos, siendo, por supuesto muy a tener en cuenta, no forman parte del núcleo más esencial del magisterio de la Iglesia.

Por supuesto, sí que estoy totalmente de acuerdo con usted en que la justicia y la caridad mandan imperiosamente que todos los hombres de buena voluntad, y con mayor razón los cristianos, nos embarquemos en la “cruzada” de la lucha contra la lacra de la miseria y la pobreza. No diré que la pobreza me duele tanto como a usted porque mentiría. Pero sí le digo que la siento lacerantemente. En una época de mi vida, esto me llevó a militar, equivocadamente, pero de buena voluntad, en las filas del comunismo marxista. También creo que los pobres deben ser elegidos primordialmente por la Iglesia como objeto prioritario de cuidado y evangelización. No es en esto en lo que mis puntos de vista difieren de los suyos.

Mi divergencia se centra en cuáles son los medios posibles para la lucha contra la pobreza y cuáles, no sólo no lo son, sino que hacen crecer la pobreza que se quiere combatir. Empiezo por enunciar mi tesis que luego intentaré desarrollar, y hasta justificar, brevemente.

Tesis: Creo que la única esperanza de que la pobreza disminuya drásticamente en el mundo está en la economía de libre mercado y en el sistema de libre empresa que, para no caer en mistificaciones, llamaré capitalismo[1]. Creo que la pobreza y la cultura del descarte no tienen su origen ni en la economía de libre mercado ni en el capitalismo.

Lo primero que debo decir es que la economía de mercado y el capitalismo adolecen de grandes lacras que yo también, como usted, denuncio y condeno. Pero creo que esas lacras no son consustanciales al sistema, sino que provienen del corazón humano. En el ser humano habitan, además de magníficas grandezas, que tienen su origen en el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios,  terribles lacras de seres heridos por el pecado original. La avaricia, la corrupción, la violencia, la ley del más fuerte, la soberbia, la envidia y otras miserias nacen del corazón del hombre, existían antes de que apareciesen la economía de libre mercado y el capitalismo y ni uno ni otro, creo, alimentan estos pecados humanos. Se dice a menudo que el capitalismo nace del espíritu de la avaricia. No lo creo. Nace más bien de la libertad de emprender, de la creatividad, de la inteligencia, de la capacidad de asumir riesgos, del esfuerzo y, naturalmente un sano afán de lucro que no tiene por qué ser codicioso. Pero estos pecados humanos son al capitalismo como la arena a un mecanismo de engranajes, lo vician, lo pervierten y dan lugar a un capitalismo deforme y malsano que aborrezco mucho más de lo que me gusta el capitalismo sano.

Uno de estos capitalismos enfermos es el que yo llamo capitalismo de compinches[2] y que se da, fundamentalmente, en regímenes totalitarios y populistas, aunque no está totalmente –ni lo estará nunca– erradicado de las economías capitalistas avanzadas. Consiste en que los poderosos impiden, por la fuerza o por poner barreras a la igualdad de oportunidades, que los ciudadanos normales puedan emprender libremente las empresas que se les ocurran. Esto da lugar a cárteles y monopolios mantenidos por el poder, totalmente contrarios al espíritu del capitalismo. Pero el capitalismo de compinches no es capitalismo. Es una degeneración del mismo. Si condenar el capitalismo es condenar esto, entonces coincido con usted, pero creo que habría que establecer la diferencia.

Otra degeneración del capitalismo sería lo que yo llamo las enfermedades autoinmunes de la economía de libre mercado. Es una enfermedad más sutil que la de compinches. Supone que los poderosos alteran sutil pero eficazmente a su favor las reglas de la libertad de mercado, creando ventajas injustas de información, haciendo el mercado opaco de forma artificiosa o creando escasez de forma premeditada. Si condenar el capitalismo es condenar esto, entonces, yo también lo condeno, pero otra vez, habría que establecer diferencias.

Pero si se deja de llamar capitalismo a lo que no lo es, entonces creo que el capitalismo ha sido enormemente beneficioso para la humanidad. Ha creado una enorme cantidad de riqueza y bienestar y, además, los ha repartido bastante bien –en comparación con su distribución en las épocas preindustriales–, disminuyendo la pobreza en el mundo. En los países donde el capitalismo funciona razonablemente bien, aunque no perfectamente, ha aparecido una numerosísima clase media que hace 100 años era impensable. Y las marginalidades de la pobreza extrema, han disminuido –siempre comparativamente con épocas pasadas–. Cuando leo la encíclica Quadragesimo anno, escrita en 1931, tengo la impresión de que describe una situación totalmente superada en las economías avanzadas. Pienso que su antecesor Pío XI no hubiese podido creer que ochenta y dos años más tarde la situación económica que describe se transformase en la que hoy es.

Podría pensarse que lo que digo vale únicamente para el desarrollo interno de los que ahora son países desarrollados, pero no es así. Los países en los que el capitalismo funciona razonablemente bien son países en vías de desarrollo y sus economías crecen a un ritmo mayor que las de los países más desarrollados. Si en los siglos XIX y XX se abrió un hueco de diferencia entre unos países y otros, fue porque unos se industrializaron rápidamente y otros no. Este retraso estuvo causado tanto por causas espontáneas como por mentalidades colonialistas que nacen del corazón herido por el pecado y que son anteriores al capitalismo. Creo que en los próximos ochenta y dos años las diferencias entre países se habrán paliado de forma muy notable. Todos los países padecen, en mayor o menor medida, lo que podría llamarse los tres cánceres para el desarrollo: la corrupción, la inseguridad jurídica y el populismo, que no son fruto del capitalismo sino, también ellos, de la naturaleza caída del hombre. De hecho, el auténtico capitalismo ha surgido como consecuencia, entre otras cosas, de la seguridad jurídica. Pero el sistema es enormemente resiliente a estos cánceres. En los países en los que éstos no se dan de una forma escalofriante, a pesar de ellos, el sistema es capaz de generar riqueza y de repartirla razonablemente. Pero en otros países estos cánceres alcanzan proporciones que ahogan totalmente al sistema. Usted ha vivido en uno de ellos y, perdóneme el atrevimiento, creo que ve el capitalismo a través de esa lente. Si condenar el capitalismo es condenar estos cánceres, entonces estoy de acuerdo con usted, pero, una vez más, habría que diferenciar.

Si uno toma tranchas de tiempo de 50 en 50 años, por decir un intervalo, creo que el mundo va a mejor en casi todos los aspectos. No es una mejoría a ritmo uniforme ni plana. No es tan rápida como nos gustaría. Hay ciclos y bolsas en las que este progreso se retrasa todavía más o, incluso empeora. Pero en general, y visto de 50 en 50 años, la mejoría es evidente en muchos campos importantes. El racismo, el colonialismo, la discriminación de la mujer, la opresión de las minorías, el cuidado de la salud, la protección a los que no tienen trabajo (a veces hasta llegar a crear un concepto de Estado del Bienestar que a menudo va más allá de lo razonable), la conciencia de ayuda a los más necesitados a través de ONG’s y entidades sin ánimo de lucro (que caben en el sistema capitalista) y un largo etcétera de cosas han mejorado en la mayoría de los países donde el capitalismo ha funcionado razonablemente. Tal vez sólo sea porque cuando uno vive más desahogadamente puede permitirse el lujo de ser más generoso, pero así ocurre. Ciertamente, en ese avance hay enormes y terribles bolsas de aberraciones como el aborto. Me indigna que haya leyes que lo quieran legitimen e, incluso, lo quieran hacer un derecho, pero me temo que el aborto ha sido siempre una lacra que, legislada o no, estaba en el corazón de muchos hombres.

En cambio, si tomamos esas tranchas de 50 años en los países donde el capitalismo no ha existido, o se ha convertido en un capitalismo de compinches o se ha visto carcomido por los tres cánceres o aquejado de enfermedades autoinmunes o se ha reprimido, sólo encontramos un terrible crecimiento de la pobreza. De todo esto concluyo que haríamos mal en demonizar la economía de libre mercado y el capitalismo. Correríamos el riesgo de aumentar la pobreza en el mundo. Debemos, en cambio, evitar el “compincheo”, dar “quimioterapia” a los cánceres y prevenir las enfermedades autoinmunes, pero distinguiendo bien esta terapia de la esencia del capitalismo, para no correr el riesgo de romper “la increíble máquina de hacer pan”. Es decir, evangelizar para cambiar el corazón del hombre, que es de donde vienen todas estas enfermedades, señaladas por Cristo mucho antes de que existiese el capitalismo.

No me resisto a citar a Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate”: “La Iglesia sostiene siempre que la actividad económica no debe considerarse antisocial. Por eso, el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas. Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en este sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social.

Como a usted, a mí también me gustaría poder saltarme todo este largo proceso histórico para, con un chasquido de dedos, hacer que la pobreza desapareciese. Pero me temo que no es posible. Mientras tanto, ¿qué se puede hacer? Varias cosas, todas dentro del sistema y ninguna es la panacea.

La primera, evangelizar a los que tienen responsabilidades económicas y empresariales, haciéndoles ver que tienen el grave deber moral de actuar con ética y justicia y de ayudar a los más necesitados, pero sin decirles que el sistema creado por sus empresas es malo. Ese deber moral, si evangelizamos de la manera que usted preconiza, no debe ser una pesada carga, sino una gracia que nos permite imitar a Dios en si longanimidad. Creo que Pío XI lo dice magistralmente en su encíclica “Quadragesimo anno”: “... los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad. Ahora bien [...]colegimos que el empleo de grades capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”.

La segunda, regular los mercados para que estos no caigan en enfermedades autoinmunes. Pero no está, ni mucho menos claro, que el Estado pueda garantizar que esa regulación vaya a asegurar que se eviten esas enfermedades. Y ello por varios motivos: a) que la economía es un sistema enormemente complejo en el que cualquier actuación, aún hecha con buena voluntad, puede conllevar efectos contrarios a los que se buscaban; b) que muy a menudo los que intentan regular los mercados son ignorantes que no tienen ni idea de esa complejidad del mercado y que buscan caminos directos y simples que suelen ser contraproducentes; c) que muy a menudo ni siquiera existe esa buena voluntad. El Estado, que está regido por políticos. Estos políticos deberían buscar el bien común pero, demasiado a menudo buscan resultados electoralistas, populistas, de clientelismo o mero lucro personal a través de los bienes que administran y d) que demasiado a menudo los políticos le toman demasiado gusto a regular por la sensación de poder que les produce y llegan a hacer una tela de araña regulatoria que paraliza la actividad económica y la creación de riqueza. Por tanto, creo que confiar demasiado en el papá Estado que, a menudo es el Estado padrastro usurpador es, casi siempre, peligroso. Pero con la política pasa como con el capitalismo. El hecho de que haya políticos corruptos no hace ni que todos lo sean ni que la política sea mala. Es un bien necesario que a menudo se usa mal.

La tercera, la utilización de un sistema fiscal de impuestos progresivos para la redistribución de la renta a través de servicios financiados con ese dinero público, aunque sean empresas privadas las que los presten ya que lo suelen hacer, casi siempre, mejor que los entes públicos. Son absolutamente necesarias dos cuestiones para que esto sea efectivo. 1ª que el dinero recaudado no vaya a usos, como los dichos más arriba, electoralistas, populistas, clientielistas o de lucro personal y que el aparato de administración del Estado sea austero y no hipertrofiado, como ocurre con demasiada frecuencia. 2ª Que las exacciones impositivas no sean tan fuertes que mermen drásticamente el espíritu emprendedor ni que los servicios suministrados a la población sean tan amplios y generales que disminuyan el incentivo a trabajar.

Aún así, la solución no podrá ser tan inmediata como a usted y a mí nos gustaría.  Pero usted mismo, en su exhortación apostólica Evangelium Gaudium dice:

“Para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social. […] … quiero proponer ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común. Lo hago con la convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero.

El tiempo es superior al espacio

Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. […]. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.

Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. (La cursiva es suya) El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.

[…]

Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo […]”.

Los otros tres principios que usted enumera son:

No a una economía de la exclusión

No a la nueva idolatría del dinero

No a un dinero que gobierna en lugar de servir

Respecto al primer principio, que el tiempo es superior al espacio, entiendo que usted se quiere referir a su creencia de que el capitalismo privilegia los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Pienso que no es así. Por el contrario, creo que el capitalismo, desde que existe, no ha dejado de evolucionar hacia mejor en un continuo proceso y él mismo es fruto del proceso dinámico de utilización, por parte del ser humano, de su libertad, su inteligencia y su creatividad, empleadas para mejorar su condición material y en lucha con lo más mezquino de su condición humana. La economía de mercado es como un espejo que nos refleja fielmente. Si lo que vemos en él no nos gusta, la culpa no es del espejo. Pero con la erradicación de la pobreza nos pasa como decía la letra de una canción de Queen: “I want it all and I want it now”, y eso no puede ser. Creo que sin el capitalismo sí que nos quedaríamos anclados en el tiempo. Creo que el capitalismo sano es el proceso que requiere su tiempo para ir disminuyendo la pobreza.

Ni que decir tiene que estoy totalmente de acuerdo con usted en los tres últimos principios, pero no creo que la economía de libre mercado y el capitalismo, bien entendidos, sean una economía de exclusión, no creo que la idolatría del dinero sea nueva ni creada por el capitalismo y no creo que sea inherente al capitalismo que el dinero gobierne en vez de servir. De hecho creo que el dinero gobierna menos ahora que en ningún otro momento de la historia o en otros espacios donde no ha habido capitalismo. Los poderosos de ahora en los países desarrollados abusan de su poder, desde luego, pero no es comparable a cómo lo hacían en otras épocas de la historia o en sitios donde se pretendía construir un paraíso económico que siempre ha degenerado en opresión.

Sería demasiado largo poner los múltiples ejemplos históricos comprobables que, si no demuestran, ilustran exhaustivamente que la teoría de las tranchas de 50 años es consistente. Pero creo que cada uno puede hacerlo. Al que después de hacer este experimento mental piense que no es consistente, le pediría que eligiese a qué trancha del pasado querría transportarse si pudiese. Creo que nadie, ni rico ni pobre, se movería hacia el pasado y creo que, si alguien lo hiciese, estaría pidiendo a voces antes de muy poco tiempo que lo trajesen de nuevo a casa. A veces, lo que nos ocurre a los seres humanos es que nuestra visión temporal es muy deficitaria. Idealizamos el pasado y menospreciamos las cosas positivas que tenemos en el presente, pensando en un futuro mejor. Es propio de la condición humana desear ese futuro mejor, pero es peligroso al hacerlo, despreciar los logros del presente. El arcaísmo y el futurismo son dos utopías peligrosas.

No quisiera de ninguna manera que estas páginas en las que expreso mi desacuerdo con su visión de la economía fuesen las últimas palabras de este escrito. Por eso acabo como empecé: Desde el principio de su pontificado he visto en usted una gran esperanza para la Iglesia al intentar sacar al primer plano la esencia evangélica del amor de Dios gratuito y de la alegría de saberse salvados, como motor de la evangelización en todas las periferias. Si la importancia de lo que se dice en un documento fuese proporcional al espacio que se le dedica, tendría que llenar miles de páginas repitiendo lo que digo en este último párrafo.

Pido disculpas de todo corazón si en algún punto de este escrito puede parecer que falto al respeto que le debo como hijo de la Iglesia. Si no lo considera osadía por parte de uno de sus pequeños hijos, pido para usted todas las bendiciones de Dios y que Él le dé fuerza y luz para profundizar en el camino empezado que creo que, a despecho de muchos, traerá un inmenso bien para la Iglesia y para la humanidad.

Su hijo espiritual.

Tomás Alfaro Drake.



[1] Sé que la palabra capitalismo está teñida de connotaciones negativas y podría haber usado otro término. Pero me parece que detrás de esas connotaciones está la gramática normativa de Gramsci para manipular ideológicamente el lenguaje. Por eso reivindico la palabra y la sigo usando.
[2] El término no es mío. Creo que está acuñado por Hans Küng y creo que no se refiere a lo mismo que yo.