Digo que es otra
respuesta porque el 9 de Marzo del 2015, en la entrada con título “¿Es
reformable el Islam?” ya publiqué una respuesta a cuatro musulmanes moderados
que escribieron un artículo en “El País”. Ahora leo otro, aparecido en “El
Mundo” el sábado 27 de Junio, a raíz de los horribles atentados del viernes
anterior, firmado por Haizim Amirah Fernández, que es investigador principal de
Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano. Ignoro si el firmante
es o no musulmán. Transcribo su artículo, que lleva el título de “¿Nos estamos enterando?”
Ayer
fue un viernes negro asociado a la bandera negra de Daesh (la organización
autoproclamada Estado Islámico). Hubo un ataque –con decapitación incluida– en
Francia, una matanza en una mezquita chií de Kuwait, asaltos a dos hoteles en
Túnez y las habituales salvajadas contra civiles en lo que queda de Siria,
Irak, Yemen, Libia y Somalia.
Como
resultado, decenas de muertos inocentes en tres continentes. Personas con
orígenes muy distintos, pero con un rasgo común: quienes los asesinaron ya los
habían deshumanizado siguiendo una interpretación extremista, intolerante y
sectaria del islam. A los matones de ayer les dio igual que muchas víctimas
fueran musulmanas e inocentes. Sus ideólogos de cabecera les repiten a través
de pantallas y sermones que su obligación es eliminar a los infieles. Esos ideólogos
difunden su doctrina macabra con impunidad y muchos cuentan con generosos
recursos puestos a su disposición (dinero, espacios físicos y virtuales,
cadenas de TV vía satélite, etc.).
Que
nadie se lleve a engaños: el epicentro ideológico de quienes decapitan en
Francia, bombardean una mezquita chií en Kuwait y matan turistas en Túnez está
en la Península Arábiga. Aquellos que llevan décadas amparando y financiando
una versión ultrapuritana, intolerante y misógina del islam han creado
monstruos. A esos monstruos se les permite crecer y expandirse hasta que acaban
fuera de control. Se tornan incluso en una amenaza para quienes los criaron.
Por el camino sólo dejan destrucción, odio y polarización.
La
victoria de los extremistas consiste en crear un mundo más caótico y menos
seguro. Para ello necesitan realizar acciones con un alto impacto emocional,
que provoquen gran repulsa moral y que tengan amplia difusión en los medios y
redes sociales. El desconocimiento, las fobias y las reacciones viscerales se
encargan de ahondar en la polarización y sembrar más odio. Éste es el terreno
en el que los extremistas ven avanzar sus proyectos. Y no les está yendo mal.
Las
sociedades libres deben entender que la amenaza a su seguridad no es “el islam”,
sino una versión muy concreta de esa religión –proselitista y adinerada– con raíces
en el Golfo y tolerada por Occidente. Mientras no se tenga conciencia se
seguirá confundiendo islam con wahabismo, la incomprensión y las suspicacias
aumentarán y los radicales se verán reforzados.
Tres
breves observaciones en relación con el viernes negro: la primera es que muchos
analistas llevamos cuatro años advirtiendo de que las bestialidades cometidas
en Siria por el régimen de Asad y más tarde por Daesh y otros extremistas, no
se iban a quedar limitadas a Siria. Las consecuencias cada vez llegan más
lejos. ¿Cuánto tiempo más hará falta para asimilar que Siria se ha convertido
en un cáncer y actuar en consecuencia?
La
segunda está relacionada con Túnez, la única democracia que existe hoy entre
los 22 países de la Liga Árabe. Quienes quieren hacer fracasar el experimento
tunecino para que no sirva de precedente están golpeando donde más duele:
hundiendo el turismo que es una fuente clave de ingresos y de empleos para el
país. ¿Va a permitir la UE que se salgan con la suya en el vecindario? Y la
tercera es sobre el tratamiento mediático en Occidente de las atrocidades de
Daesh. La repetida difusión de imágenes de decapitaciones está teniendo un
efecto imitación. En Arabia saudí llevan décadas decapitando en sitios
públicos, pero los medios occidentales no lo mostraron y nadie lo imitó. ¿Habrá
llegado el momento de dejar de hacerle publicidad a estos profesionales del
sadismo?
Empiezo por
aplaudir la condena por parte de un musulmán moderado de los incalificables
actos terroristas del viernes pasado. También quiero mostrar mi acuerdo con él
en que Occidente tiene mucha culpa en lo que está pasando por transigir con un
régimen como el Saudí que, basado en la interpretación wahabista del Corán,
apoya y financia los movimientos radicales. Pero a partir de ahí discrepo en
casi todo. Es cierto que hay muchos musulmanes y escuelas coránicas que hacen
una interpretación no violenta del islam. Pero eso no quiere decir que el
islam, como religión sea una religión pacífica. Ni la doctrina escrita en su
supuesto libro eterno, ni la conducta del profeta avalan esa pretensión.
Ciertamente, en
toda religión hay fanáticos y violentos que en nombre de la misma pueden
cometer atrocidades. Los ha habido entre los cristianos, entre los judíos y
también entre los musulmanes. Pero el hecho de que los haya no descalifica a
una religión. Es algo desgraciadamente inevitable, dada la naturaleza humana en
su peor versión. Aunque la discusión no debe centrarse en argumentos cuantitativos,
tampoco estos son despreciables. No existe la más mínima duda de que en términos
cualitativos, los fanáticos islamistas ganan por goleada a los de cualquier
otra religión a lo largo de la historia. Pero, como acabo de decir, ese
argumento, sin ser despreciable, tiene escasa relevancia. Para ver la capacidad
de producir fanáticos violentos de una religión hay que remontarse a las
enseñanzas de su fundador, tanto en su palabra escrita como en el testimonio de
su vida. Dejaré fuera de la polémica al judaísmo.
Aunque no se
trata de comparar qué religión es más o menos sana, lo que resulta indudable es
que el cristianismo, a la luz de las enseñanzas y modo de vida de su fundador,
está “condenada” a mejorar y a aislar a los fanáticos. Ningún fanático
cristiano, sea cual sea su grado de violencia, puede mantener que los orígenes fundacionales
del cristianismo le autorizan a usar la violencia. No hay una sola línea en el
Nuevo Testamento ni en la vida de Jesús que pueda justificarle. Y aunque el
cristianismo hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, en el que sí hay textos
extremadamente violentos, las primeras palabras de Jesús al empezar su vida
pública, en el sermón de la montaña, son para desmarcar su doctrina de lo que
de violento haya en ese Antiguo Testamento: “Habéis oído decir… (y normalmente los
puntos suspensivos incluían algún pasaje del AT que justificaba la violencia y
el odio) … pero yo os digo… (y a continuación viene una doctrina de perdón, de
amor y de paz). Así pues, el cristianismo, en su aspecto fundacional no puede
ser germen de violencia, a pesar de que ésta anida en el corazón de muchos
cristianos, como en el de cualquier hombre.
La situación es
radicalmente opuesta con el islam. Tanto el texto del Corán como, sobre todo,
la conducta del profeta, son una incitación a la violencia. En el Corán hay,
ciertamente, páginas que hablan de paz, pero al mismo tiempo, y en cantidades y
grados enormemente mayores, se encuentran numerosos textos cargados de
violencia. Y el profeta sancionó con su vida comportamientos de extrema
violencia e inmoralidad: pasó a cuchillo a una tribu judía de medina y expulsó
a otras dos, usó el poder político para ello, salteó caravanas y se adueñó del
botín, inició una guerra de conquista para implantar la fe por la fuerza en Muta,
ciudad del imperio bizantino, amén de practicar el estupro con una niña de
nueve años o de casarse con la esposa repudiada de su hijo adoptivo.
Por tanto, si he
dicho que el cristianismo está “condenado” por la doctrina y el comportamiento
de Jesús a aislar a los fanáticos violentos, el islam está condenado (y esta
vez sin comillas) a hacer brotar en su seno de forma continuada, movimientos
salafistas radicales y violentos. Conviene recordar que la palabra salafismo,
que se identifica con grupos de extrema violencia fanática, viene de la palabra
“salaf” que designa al profeta y a sus discípulos, en especial los cuatro
primeros califas que siguieron al pie de la letra la conducta aprendida de su maestro,
es decir, a la flor y nata del islam.
Sólo hay una
forma de que los musulmanes moderados puedan decir que practican una religión
de paz. Tendrían que denunciar y abominar de la conducta de Mahoma y desechar, declarándolas
falsas y despreciables todas las páginas del Corán en las que se predica la
violencia religiosa. Lo que ocurre es que si hiciesen esto, la religión que
saldría del proceso, ya no sería el islam. Tal vez fuese una buena noticia el
nacimiento de esta nueva religión para la que habría que buscar un nuevo
nombre. Pero, por supuesto, esa nueva religión no nacería sin una inmensa cantidad
de mártires. Algo de esto suena en el cristianismo.
Así que el día
que eso ocurra diré que hay musulmanes moderados que, asqueados del islam, han
fundado una religión de paz y concordia. Pero, lo siento, no veo posible nada
parecido a esto en el futuro.
Comento ahora
las tres breves observaciones en relación
con el viernes negro con que acaba el artículo.
Es evidente que las bestialidades cometidas en Siria por el
régimen de Asad y más tarde por Daesh y otros extremistas, no se iban a quedar
limitadas a Siria. Pero es que esto ha ocurrido siempre, desde el inicio
del islam. Y en el lapso de mi vida, podría citar sin esfuerzo bastantes
ocasiones en las que esa extrema violencia y bestialidad (en el sentido
etimológico de la palabra) se ha llevado a cabo a lo ancho y largo de todo el
mundo. Que Siria en particular y el
islam en general se ha convertido en un
cáncer es algo más que evidente. Lo que me gustaría preguntar al autor es
que entiende él por actuar en
consecuencia.
También es
evidente que quienes quieren hacer
fracasar el experimento tunecino para que no sirva de precedente están
golpeando donde más duele… ¿Va a permitir la UE que se salgan con la suya en el
vecindario? Mucho me temo que la UE no va a hacer nada para impedirlo. Pero
me gustaría saber qué medidas propone el autor para que sean tomadas por la UE.
El
tratamiento mediático en Occidente de las atrocidades de Daesh. La repetida
difusión de imágenes de decapitaciones está teniendo un efecto imitación. […]
¿Habrá llegado el momento de dejar de hacerle publicidad a estos profesionales
del sadismo?
Pues la verdad, no lo sé. Pero lo que ocurre es que en el conjunto de aspectos
que dan forma a una sociedad libre, está la libertad de expresión. Creo que
deberían evitarse las imágenes más descarnadamente sensacionalistas y
truculentas, pero eso deberá hacerse desde la libertad y no desde la censura.
Por otro lado, creo que los ciudadanos occidentales tenemos el derecho a estar
puntualmente informados de lo que pasa. ¿Debería intentarse hacer que viviéramos
en el limbo escondiendo la cabeza debajo del ala como los avestruces? Me niego
en redondo a semejante cosa.