Hace
unos meses, creo que fue cuando la victoria de Trump, adjunté en un envío un
“modelo” de la economía mundial que hablaba de piscinas colgantes y grifos que
echaban agua a las piscinas y de unas piscinas a otras. Seguramente no ganaré
el premio Nobel de economía por ese tipo de modelos pero, al menos a mí, que
tengo una mente más de imágenes que de fórmulas (dicen que eso pasa cuando se
tiene más desarrollado el lado derecho del cerebro. Pues será), me sirven para
entender la complejidad de la economía mundial. Hoy, en vez de piscinas y
grifos, os voy a hablar de pesos, muelles, motores y clavos.
Yo
veo la economía mundial como tres grandes bloques muy pesados. El primer bloque
representa al mundo desarrollado (bloque D). El segundo bloque pretende ser el
de los países emergentes (Bloque E). Por último, el tercer bloque es el formado
por los países anclados en la pobreza (Bloque P). Estos bloques no son rígidos,
como si fuesen de hormigón, sino que son de una sustancia elástica y adherente.
Es decir, en un determinado momento, un bloque se puede desgarrar en dos o,
también, se pueden unir dos formando uno solo. Los tres bloques se mueven en
campo abierto, pudiendo evolucionar en cualquier dirección. Ahora bien, parece haber
una dirección predominante y según esta dirección el D va delante, luego el E
y, por último, el P. Diré que esa dirección es la de la prosperidad. Los tres
bloques están unidos unos a otros por muelles. Cada bloque tiene, además, un
pequeño motor que impulsa al bloque hacia esa dirección predominante con tanta
mayor fuerza cuanto mejor funcione. Los clavos, de momento, no aparecen.
Los
muelles son unos chismes que tienen la curiosa propiedad de que cuanto más se
estiran, por encima de su longitud natural, más fuerza hacen para encogerse. Por
otro lado, si se encogen por debajo de su longitud natural hacen fuerza para
estirarse. Dado que D está delante y unido a E y a P, si su motor funciona
mejor que los de éstos, tira de éstos hacia delante, tanto más cuanto más
delante de ellos esté. Pero, a su vez, por el principio de acción y reacción E
y P tiran de D hacia atrás. A no ser que los motores de E o P funcionen mejor
que el de D, en cuyo caso, la fuerza se invierte. Si E o P van como un tiro y
se acercan a D más de lo que es su distancia natural, en vez de frenarle, le
impulsan hacia delante. Y lo mismo que se dice de la unión de D con E y P, se
puede decir con la de E y P. Por supuesto, si un peso de detrás choca con uno
de delante, se funden en un solo bloque, como si fueran de plastilina. Ahora
bien, otra propiedad de los muelles es que si se estiran más de una cierta
longitud, se rompen. Tal vez si el que lee estas líneas se hace un dibujito,
entienda mejor este rollo, pero hacer este dibujito, que en un papel cuesta dos
minutos, en word, es una lata, así que se lo dejo a cada uno.
Vamos
a hablar un momento de los motores. Los motores son la capacidad de crear
prosperidad de los países que forman los bloques. Y esa capacidad depende de
dos cosas. Primera, la libertad de iniciativa, que es como la gasolina de los
motores, el combustible que los hace funcionar y, segunda, la seguridad
jurídica, que es como el lubricante que evita que el motor se gripe. Por mucha
libertad de emprender que haya, si un habitante de un país de un bloque sabe o
cree que si gana una cantidad de dinero que llame la atención se lo van a
quitar, no hará uso de esa libertad y el motor, que podía funcionar bien porque
tenía gasolina, se gripará por falta de lubricante. Y, al contrario, por mucha
seguridad jurídica que haya, si para iniciar una actividad empresarial hay que
pedir permiso hasta al lucero del alba y éste tiene por costumbre no dar el
permiso, o dárselo sólo a unos pocos, creando a dedo monopolios u oligopolios,
al motor le faltará gasolina y no funcionará bien, aunque no se gripe. Pero ojo
con lo de la libertad. Esa libertad no es solamente para decidir qué hacer en
cada momento, sino que es la facultad de cada uno de fijarse metas y objetivos
vitales personales que, por supuesto, evolucionan a lo largo de la vida de cada
uno. Así, el impulso de cada motor será la resultante de los impulsos libres de
cada persona. Y ahora vamos a los clavos. Los países en los que no hay ni
libertad de emprender ni seguridad jurídica, están clavados. No tienen gasolina
y si por cualquier causa anduviesen un poco, se griparían. Los clavos son, en
realidad, motores sin gasolina y gripados. Llamarles clavos es quizá un poco
exagerado. Porque los muelles de D y E sí pueden mover ligeramente P, pero a
costa de un gran esfuerzo. El bloque P, en vez de ir sobre las ruedas de su
motor, se arrastra sobre un papel de lija que ofrece un gran rozamiento y
resistencia al avance.
En
mi carrera de ingeniero industrial recuerdo haber hecho cientos de ejercicios
de este tipo, de pesos, muelles, motores, clavos, etc. Se resolvían con una
serie de ecuaciones diferenciales. Sólo había un problema: que las ecuaciones
diferenciales, más allá de determinadas situaciones muy sencillas, eran
imposibles de resolver. Lástima. Pero lo que sí sabía yo, estudiante de
ingeniería, es que si la solución de esas ecuaciones diferenciales existiese,
no llevaría a una situación de equilibrio en la que los pesos se moviesen al
unísono con un movimiento uniforme relativo entre ellos. No, de ninguna manera.
No sería una solución monamente ordenada, en equilibrio. La solución sería la
de un movimiento enormemente complejo de avance, acercamiento y alejamiento de
los pesos en una danza irregular y un tanto caótica. Pero, aunque no pueda
aplicar lo que estudié en mi carrera para encontrar una ecuación que modelice
la economía mundial, si que este artilugio de pesos, muelles, motores y clavos
sirve para entenderla un poco mejor. Al menos a mí me ayuda.
Puede
que alguien se sonría de la ingenuidad de este modelo, pero resulta que el que
me parto de risa soy yo con los modelos económicos llamados neoclásicos, que
todavía hoy, en el siglo XXI, siguen, incomprensiblemente, formando el
mainstream de la ciencia económica. A esta ciencia le gustan los movimientos
simples y fácilmente previsibles, como la órbita de un planeta, que permite
predecir un eclipse con antelación. De hecho, el modelo neoclásico nace de un
intento de emulación de las ecuaciones newtonianas de la gravitación universal.
Para eso tienen que reducir al ser humano a una caricatura y convertirlo en
algo así como un trozo de piedra. Y así, deciden que el ser humano vive tan
sólo de decisiones puntuales, sin que éstas respondan a ningún plan vital que
pueda evolucionar y que el único elemento a considerar para cada decisión puntual
es la que, conocidos todos los elementos que puedan influir en la misma y
actuando con racionalidad, le lleven a maximizar a corto plazo su riqueza
medible en unidades monetarias. ¿Se puede aguantar semejante simplificación? Si
mi modelo parece ingenuo, éste raya en el ridículo más terrible. Eso sí, un
modelo tan simple como absurdo puede tratarse matemáticamente y eso transmite la
sensación de seguridad de que todo está bajo control. Pero es una seguridad
falsa. Sólo la escuela austríaca de economía tiene la humildad de reconocer que
nada está bajo control, que no se conoce la solución de las ecuaciones
diferenciales y que, si se deja libertad y seguridad jurídica, del aparente
caos surgirá un orden espontáneo creado por las decisiones individuales de la
libertad. Y que de este caos aparente surgirá más prosperidad de la que pueda
surgir con cualquier sistema aparentemente más “racional”. Esto es,
precisamente lo que ha ocurrido en los últimos 250 años.
Hace
250 años todos los países del mundo estaban en el bloque P. Un país de los que
hoy forman el bloque D, Inglaterra concretamente, inventó un motor que
funcionaba y echaron a andar a toda máquina. Al hacerlo, se separó en un país
que hoy llamaríamos E y empezó a tirar de otros países que, si bien al
principio sólo avanzaban porque tiraban de ellos, aprendieron a diseñar motores
similares a esos primeros y acabaron por unirse a Inglaterra, hasta formar lo
que hoy es el bloque D. Pero estos países, al colonizar a otros, les negaron la
gasolina y el lubricante de forma abusiva y excluyente. Cierto que esas
conductas abusivas y excluyentes ya existían en los países colonizados antes de
que llegaran los colonizadores. Cierto que, al menos en cierta medida, en
algunos países colonizados, los colonizadores suavizaron las prácticas de los
anteriores dominadores autóctonos. Pero de ninguna manera se les pasó por la
imaginación replicar en esos países los motores que tan bien funcionaban en los
propios. Y cuando, a mediados del siglo XX, los países colonizadores se fueron,
los caciques locales, con una mayor experiencia en el mangoneo, volvieron a las
andadas y a aplicar el abuso y la exclusión sistemática con mayor refinamiento
y dureza que los colonizadores e, incluso, que los métodos que ellos mismos aplicaban
en la época precolonial. Esos son los países P, clavados y con pocas esperanzas
de que sus tiranos o grupos oligárquicos aflojen su yugo y permitan la gasolina
de la libertad de iniciativa y el lubricante de la seguridad jurídica. En
algunos de ellos se adoptó, para evitar la tiranía de sus oligarquías abusivas
y excluyentes, la ideología marxista. Si al principio estos países creyeron que
esto iba a ser el remedio a sus males, pronto se dieron cuenta de que si habían,
más o menos, salido de la sartén, había sido para caer directamente al fuego.
La tiranía en nombre de un supuesto ideal de igualdad resultó ser peor, aportar
menos gasolina y, por supuesto, menos lubricante. Como consecuencia, siguieron
más profundamente clavados en la pobreza y con menos esperanzas de salir de
ella. Sin embargo, otros países, supieron, tras la colonización, y aún de forma
imperfecta, copiar al menos parte de los principios de la termodinámica que
hacía posible el funcionamiento de los motores de los países del bloque D. Y
empezaron a prosperar. Son los países que hoy día forman el bloque E. Estoy
seguro de que cualquiera que lea estas líneas sabrá poner nombres a muchos de
los países de estos ejemplos, pero yo no lo haré.
Parece
claro que el hecho de que haya países clavados en la pobreza, además de ser
algo que repugna a cualquier ser humano, es un factor de enorme riesgo de que
los muelles que los unen con los países E y D, se rompan. Y si esto ocurre,
todo el sistema colapsaría. Por lo tanto, es de vital importancia para el mundo
el que esos países salgan de la pobreza. Sin embargo, para lograr esto de nada
sirven las medidas paliativas. Por supuesto que es magnífico que cuando se
produce una crisis humanitaria en estos países haya una ayuda que alivie sus
síntomas. Pero esto es como dar una aspirina a alguien que tiene un cáncer.
Mucho más valor tienen las ONG´s que procuran en esos países ayudar a sus
habitantes más pobres a buscar medios para ganarse la vida o para disponer de
ciertos recursos naturales imprescindibles. Pero eso, siendo encomiable,
tampoco son más que paños calientes. Ni siquiera las microfinanzas, que
representan un paso más en esta ayuda y que permiten que los más pobres pongan
en marcha muchos pequeños motorcitos, son suficientes si no hay suficiente
lubricante o si no hay un entorno ecológico empresarial en el que puedan
desarrollarse más allá de un embrión. Sólo la aparición de las condiciones generalizadas
de libertad de iniciativa y seguridad jurídica pueden hacer que se inicie un
proceso que en poco más de una generación haga que estos países se empiecen a
mover con rapidez tras los E y D, ganando incluso terreno a éstos. Esto
atraería en primer lugar a la inversión extranjera e, inmediatamente después,
haría que brotasen como setas iniciativas privadas locales, tanto para
suministrar a esa inversión extranjera un absolutamente necesario soporte
local, como para crear nuevos productos y servicios de gran utilidad para la
población del país que ninguna empresa extranjera podría detectar ni
satisfacer. Pero, ¡ay!, esto es imposible mientras los tiranos extractivos de
esos países sigan legislando y aplicando su poder omnímodo exclusivamente en su
beneficio. La lista de países clavados en la pobreza, lleva aparejada otra
lista con los nombres de esos dictadores. Y como la experiencia indica, es muy
poco lo que se puede hacer desde fuera por liberar a esos países de sus
tiranos. Y, lo que es peor, generalmente, si se hace algo desde fuera, es para
que venga un tirano peor a sustituir al anterior. Así es que mi esperanza a
este respecto es reducida, porque el muelle se está tensando y no hay tiempo
para que este proceso se realice paulatinamente. ¿Qué hacer? No lo sé.
Pero,
volvamos a los países del bloque D. No voy a gastar más de dos o tres líneas en
hablar de las economías comunistas que ya han demostrado que la planificación
central del conjunto global de la economía no lleva más que al hambre, la miseria
y la más espantosa tiranía. Sin embargo, tras ese fracaso, sigue habiendo
tendencias a creer que mediante intervenciones puntuales y frecuentes de los
estados en la economía, se puede hacer que el sistema funcione más
armónicamente que si se le dejase libre. Lo más terrible que puede haber en el
mundo es un ignorante que no sabe que lo es. Es más, que se cree que lo sabe
todo. Porque este ignorante que se cree sabio, intentará mejorar lo que cree
que funciona mal en el sistema. Pero lo hará como el aprendiz de brujo, sin
saber de ninguna manera el impacto que tendrán sus decisiones en el funcionamiento
del mismo y, generalmente, cuando crea haber resuelto un problema, habrá creado
otros nuevos que serán, a buen seguro, más graves que el que se quería resolver
y, al final, resultará que tampoco ha resuelto el problema inicial. Pero como
el coste de agravar el problema no recaerá sobre él, no escarmentará, porque
nadie lo hace en cabeza ajena, y seguirá erre que erre, “mejorando” el sistema.
Y, en vez de mejorarlo, creará desequilibrios y disfuncionalidades cada vez
mayores que desemboquen en crisis de las que echará la culpa al sistema,
pretendiendo aumentar la dosis de la intervención. Y la persistencia en el
error puede llevar a la parálisis total del sistema, enredado en una tupida
tela de araña que acabará también por griparlo, de una manera distinta, pero
por griparlo. Por supuesto, me estoy refiriendo a la socialdemocracia. Me debato
entre mi mitad paranoica (o con experiencia de ello) que me dice que la
socialdemocracia es una variante estratégica sutil del fracasado sistema comunista,
y mi mitad ingenua que me die que es simple ignorancia teñida de buenismo y con
aspiraciones de sabiduría, es decir, simple estupidez. Puede que sea las dos
cosas y unos tontos útiles con buena voluntad les estén haciendo el caldo gordo
a los criptocomunistas que esperan su oportunidad tras la destrucción del
sistema que les ha vencido inapelablemente en el terreno económico.
¿Quiere
esto decir que nadie debe hacer nada para cuidar el sistema? De ninguna manera.
Claro que se debe de cuidar, pero, ¿cómo? ¿Metiendo mano a sus reglas de
funcionamiento? ¡Por supuesto que no! Al revés, precisamente creando las
condiciones para que el sistema pueda funcionar según sus reglas. Es decir,
salvaguardando la libertad y la seguridad jurídica y la igualdad de todos ante
la ley, evitando que haya quien tuerza, por la fuerza o subrepticiamente, las
reglas de funcionamiento a su favor. Es decir, aplicando lo que en terminología
anglosajona se llama “the rule of law”. Alguien puede preguntar: ¿Basta con
eso? ¿Puedes demostrar que basta con eso?
Y
la respuesta es NO. NO PUEDO DEMOSTRARLO. Puedo, eso sí, mostrar, que en todas
las ocasiones en las que ha habido un sistema legal justo, que respete la
libertad de los individuos y trate de fomentar la mayor igualdad de oportunidades posible, el sistema ha
creado prosperidad para todos. Puedo también mostrar que los países clavados lo
están, precisamente, porque no se dan estas circunstancias. Puedo describir un
gran número de situaciones en las que intentos de alterar las leyes de
funcionamiento del sistema han llevado a que funcione peor y a crear crisis
terribles. Es más, puedo advertir de que un intento cada vez mayor para
introducir supuestas mejoras parciales, está poniendo en peligro el buen
funcionamiento del sistema que permite crear prosperidad. Es todo lo que puedo
hacer. Y no es poco. Puede decirse que esto no es más que casuística. Y es
cierto. Pero, a fin de cuentas, este es el método científico. Este método
acumula observaciones aisladas e intenta ascender a través de ellas a la
formulación de leyes, siempre provisionales, pero que explican la realidad
mejor que si no se hiciesen estas observaciones. Por supuesto, mientras en las
ciencias llamadas “duras” esa explicación puede llegar a tomar forma de
ecuaciones, en las ciencias sociales, mal llamadas “blandas”, esas ecuaciones
no son posibles, pero, de todas maneras, la observación de la realidad es la
única forma de intentar comprenderla mejor.
Pero,
además, puedo hacer otra cosa. Mostrar cómo las reglas del sistema basado en la
libertad son más acordes con la naturaleza humana. Si hay algo que hace al ser
humano distinto de los animales ese algo es la inteligencia, unida la libertad
basada en ella y a la voluntad al servicio de las dos primeras. Y esto es lo
que está en la base del sistema de libre mercado. La profunda confianza en esos
aspectos de la naturaleza humana. El convencimiento de que el ser humano, si se
le deja libertad y se le da seguridad jurídica, es capaz de crear prosperidad
usando estas tres facultades que le son propias. No caeré en la ingenuidad de
pensar como Rouseau que el hombre está libre por naturaleza de cosas que le
pueden llevar a hacer el mal. Por eso creo que es imprescindible un sistema de
leyes justas que prevengan los aspectos perversos de la naturaleza humana y un
poder ejecutivo y judicial que hagan que esas leyes se cumplan. Pero que hagan sólo
eso. No que intenten coartar la libertad en nombre de una agenda que pretende
crear un modelo de supuesta prosperidad yendo contra la libertad individual.
Eso sería clavar a los países en la miseria o, incluso, hacer retornar a ella a
los países que están en vías de vencerla. La gran cuestión es: ¿tenemos fe en
el ser humano y en su libertad? ¿O creemos que esa libertad debe ser coartada
más allá del intento de crear la igualdad de oportunidades para intentar vanamente
crear igualdad de resultados? Si creemos lo segundo, seremos más o menos
intervencionistas y crearemos serias disfunciones. Si creemos lo primero,
confiaremos en las leyes de la libertad basadas en una sana antropología.
¿Camino de miseria y servidumbre o camino de prosperidad y libertad? He ahí la
cuestión.
Concluido
lo que quería decir en estas páginas, me quedan dos retos para otras futuras.
El primero, profundizar un poco más
en el rational de por qué el libre mercado siempre crea más prosperidad que
cualquier intento intervencionista y, segundo, profundizar un poco más en dónde
puede estar el límite que separa, por un lado, un sano estado que legisle hasta
donde hay que legislar y ejerza la coacción para hacer cumplir esas leyes hasta
donde sea necesario, creando el necesario marco del rule of law y, por otro
lado, el exceso de regulación-legislación-coerción, que genera parálisis en la
creación de riqueza.
No sé si seré capaz de responder a estos dos retos, pero lo intentaré en
próximos envíos.