26 de enero de 2018

Bendición

Me temo que los cristianos hemos perdido la frescura asombrada de lo que supone recibir la bendición de Dios. Cada vez que vamos a Misa la recibimos de forma solemne –la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo esté con todos vosotros y os acompañe siempre– al final de la misma y nos santiguamos mientras nos damos la vuelta para salir de la iglesia de forma más o menos precipitada. Hoy me propongo recuperar un poco de ese asombro. Y lo voy a intentar hacer por tres caminos. El primero, el de la etimología. El segundo el de la letra de una canción religiosa. Y el tercero mediante dos pasajes bíblicos.

La etimología. Es bastante común que las palabras pierdan su sentido con el uso. Nos acostumbramos a ellas. Es lógico, el hombre es un animal de costumbres. Y con esa costumbre, las palabras pierden su brillo. Pero cuando uno recuerda su etimología, a menudo recuperan ese brillo, como si les pasásemos el algodón mágico. Bendecir viene, etimológicamente, de “decir bien”. Cuando alguien nos bendice, habla bien de nosotros a alguien. Evidentemente, si yo mañana hablo bien de vosotros a otra persona, es posible que etimológicamente os esté bendiciendo, pero no os estoy bendiciendo en el sentido que se emplea religiosamente. Estoy practicando la virtud de la benedicencia, la opuesta al vicio de la maledicencia, que tanto daño hace, pero no os estoy bendiciendo en el sentido que se da a esa palabra. Para que ese decir bien tenga el carácter sagrado de bendición, parece que el destinatario de ese decir bien de alguien, debe ser Dios. Por tanto, cuando alguien me bendice –o cuando yo bendigo a alguien– está diciendo bien de mí a Dios. A todos nos importa y nos encanta que hablen bien de nosotros. Si yo conociese a vuestro jefe y le dijese: “¡Oye, trabajando para ti tienes a Fulano, que es la bomba!” y luego vuestro jefe os dijese: “Tomás me ha dicho que eres la bomba”, seguro que me estaríais muy agradecidos. En cambio si alguien te bendice, no le das la menor importancia. Ciertamente no es normal que nadie diga “yo te bendigo”. No sería malo que bendijésemos a todas las personas con las que nos tratamos, se lo digamos o no. Incluso a los que nos caen mal o son unos cabroncetes o, más aún, unos auténticos hideputas. Siempre tendrán algo bueno y, aunque no seamos capaces de ver qué es. Y si decimos bien de ellos a Dios de eso que pueda tener de bueno esa persona, amiga, indiferente o enemiga, tal vez estemos ayudando a que Dios le cambie. Incluso aunque seamos incapaces de ver nada bueno en esa persona, Dios sí es capaz de verlo.

Sin embargo, es más normal que nos digan “que Dios te bendiga”. Es decir, desear que Dios diga bien de nosotros. A fe que es un buen deseo. Nos debería causar enorme satisfacción. Porque Dios sí ve lo bueno que hay en cada uno y si Él dice bien de eso que cada uno tenga de bueno, la Palabra de Dios es muy poderosa. Luego, al llegar a los pasajes bíblicos lo veremos. Pero una cosa es que yo bendiga a alguien ante Dios o que le pida Dios la bendición para alguien y otra, más asombrosa si cabe, es que yo pueda bendecir a Dios. ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito seas, Señor! ¡Yo puedo decir bien de Dios! Y a Dios le encanta. Porque, al final, los seres humanos, como los angélicos, hemos sido creados para bendecir a Dios. Para alabarle. Esa es la finalidad de nuestra vida. En eso está nuestra felicidad. ¡Y podemos empezar a hacerlo desde YA!

La canción. Aunque es cierto que a menudo las canciones que se cantan en las Misas no son ni muy logradas ni muy bien cantadas, todo tiene sus excepciones. La canción de la que voy a hablar puede, como cualquiera, ser mal cantada. Pero yo la he oído bien cantada e interpretada y me pone la piel de gallona. Es una que empieza con “Me basta con saber que estás aquí”. Os pongo un link a la canción interpretada por su propio autor, el P. Gonzalo Mazarrasa, con su guitarra y su voz cascada, y acompañado por la orquesta y coro de la JMJ[1].


En un momento dado, ya casi al final, la letra dice, dirigiéndose a Dios: “Me basta porque sé, que si te basta a Ti, me bastará aquel día poder escuchar que pronuncias mi nombre para bendecir y olvidas todo lo que pude hacer de mal”. Y es ahí donde se me saltan las lágrimas. Que Dios use mi nombre para bendecir. No es que Dios me bendiga es que bendice al mundo, a toda la humanidad, pronunciando mi nombre: “Tomás, en tu nombre Yo bendigo al mundo y a toda la humanidad”. ¡Qué fuerte! ¡Pero qué fuerte, de verdad!

Los dos pasajes bíblicos. El primero se refiere a Jacob. Siendo todavía casi un adolescente, Jacob tiene que huir de la Tierra Prometida para escapar de la venganza asesina de su hermano Esaú al que ha engañado miserablemente con la complicidad de su madre. Se va a Jarán, en donde se había quedado parte de la familia de su abuelo, Abraham. La parte de la familia que no había querido seguir el camino iniciado en Ur hacia no sabían qué locura y se había quedado a mitad de camino. En Jarán le “acoge” su tío Labán. Acogerle es una palabra engañosa. Su tío le explota miserablemente porque nada más llegar a Jarán, Jacob se enamora perdidamente de la hija pequeña de Labán, Raquel. Labán le hace trabajar siete años para poder reunir la dote para casarse con ella. Tras esos siete años, le engaña cínicamente y le casa con la mayor de sus hijas, Lía, que a Jacob le parecía que “tenía los ojos apagados”. Y le dice a Jacob que si quiere casarse con Raquel, su amor, tendrá que trabajar otros siete años para él. Jacob trabaja otros siete años y consigue a Raquel. Pero su doblemente suegro, que sabe que la ira violenta de Esaú le impide volver a Canán, le sigue explotando durante seis años más. Sin embargo, gracias a la protección de Dios, y a pesar de los engaños de su tío/suegro, Jacob se enriquece mientras que Labán no prospera. Por fin, Jacob, tras veinte años de explotación y opresión, tiene que salir huyendo de Jarán porque Labán le quiere robar todo, sus mujeres y sus once hijos incluidos. Y, ¿a dónde va a ir el pobre proscrito de Jacob? Sin saber qué va a ser de él, con la muerte en el alma, se encamina hacia la Tierra Prometida. Sospecha que Esaú le matará, pero, ¿qué otra cosa puede hacer si Labán le persigue implacablemente? Así llega de noche al río Jordán, la frontera de la Tierra Prometida. Sabe que al otro lado le espera Esaú y que al día siguiente Labán le dará alcance y le empujará a su muerte y, probablemente la de toda su familia. Se queda solo y se le presenta un personaje misterioso. Lucha toda la noche con este personaje sin saber quién es, y le vence, inmovilizándole. Éste le pide que le suele, pues ya despunta la aurora. Jacob empieza a sospechar que ese personaje es el mismo Yahvé y le dice: ‘no te soltaré hasta que me bendigas’. El personaje le pide su nombre a Jacob y cuando éste se lo dice, como prueba de su bendición, le cambia el nombre por el de Israel. Sólo Dios puede cambiar el nombre de una persona diciéndole su auténtico nombre, el que el Libro del Apocalipsis dice que todos tenemos escrito en una piedra blanca que sólo recibiremos el día que resultemos vencedores en la lucha con la vida. Conocer nuestro auténtico nombre es conocer la misión que Dios nos tiene encomendada. Así, Jacob es bendecido por Dios con su auténtico nombre. Jacob-Israel sabía ya sin sombra de duda que el personaje al que había vencido era el mismísimo Yahvé, puesto que “llamó a aquel lugar Panuel –es decir, Rostro de Dios–, pues se dijo: ‘He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida’”. Tras ser bendecido, cruza el Jordán y, para su sorpresa, su hermano Esaú, que venía con cuatrocientos hombres para matarlo, “corrió a su encuentro, lo abrazó, se echó a su cuello y lo besó, y los dos rompieron a llorar” (Cfr. Génesis, capítulos 29 al 33, 4). La lucha con el Señor fue la oración de Jacob y esa oración, atrajo la bendición. Y con esa bendición, Jacob pasó a través de la amenaza de Esaú como un cuchillo caliente corta la mantequilla. Cierto que la vida de Jacob no fue fácil. Tuvo muchos problemas de todo tipo, vio morir a su amada Raquel en el parto del pequeño Benjamín, tuvo innumerables problemas con sus hijos, pero nunca le falto la bendición del Señor y de todos salió, muriendo muy anciano viendo a su hijo José convertido en el Virrey de Egipto y a todos sus hijos reconciliados.

El segundo pasaje bíblico es el de Moisés y el paso del Mar Rojo. No creo que haya nadie que desconozca ese pasaje[2]. Muy a menudo nos pasa con las historias que hemos oído muchas veces como con las palabras, que de tanto oírlas perdemos la capacidad de asombro. Pensemos en este pasaje como si fuésemos un director de cine que estamos rodándola para asombrar al público. Imaginémonos a Moisés, en una noche cerrada, fría, ventosa y desapacible. Ha huido de Egipto arrastrando tras sí a todo el pueblo judío, esclavo de los egipcios. Perseguido por éstos, llega al infranqueable Mar Rojo. El faraón y su ejército los han acorralado contra el mar y están a muy poca distancia de ellos Se oye el piafar de los caballos y las amenazas gritadas en medio de la noche llegan ominosamente a sus oídos mezcladas con el ulular del viento. Cierto que entre ambos, como una salvaguarda protectora, está una impresionante columna de fuego que impide que la caballería egipcia aplaste y masacre a los israelitas, que están apiñados junto al mar.  “¿Cuánto tiempo –me imagino preguntándose a Moisés–, podremos resistir aquí, en estas condiciones? La columna de fuego puede que dure años, incluso para siempre, porque Dios es eterno, evitando que el faraón nos alcance. Pero nosotros no podemos estar aquí, atrapados para siempre entre el mar y el fuego divino”. Pero, lejos de desesperarse, lo que hace es ponerse en oración. Seguro que Yahvé, que ha hecho tantas maravillas para que pudieran haber llegado hasta allí, no les va a dejar perecer en ese lugar. No tiene ni idea de lo que pueda hacer el Señor, pero no duda de que tiene poder para sacarlos del atolladero. Y reza. Y la oración, como en el caso de Jacob, vence al Señor y la bendición viene. Ocurre lo impensable. El viento se hace más y más fuerte. Muge terriblemente y, ante su fuerza, el mar se retira. Se forma un pasillo entre dos altos y amenazadores muros de agua espumeante, contenidos por el viento. Hay que tener valor y confianza en Dios para pasar por ese estrecho desfiladero de agua turbulenta. Pero si la bendición de Dios está con ellos, ¿qué les puede impedir pasar? Y todo el pueblo de Israel se lanza a la travesía. Todos sabemos el desenlace. Los hebreos pasan. La columna de fuego desaparece. Pero cuando el faraón, pleno de orgullo y de confianza en sus carros, cegado por el odio y la soberbia, intenta ir tras ellos para darles caza, las dos murallas se derrumban, sepultando el poderoso ejército egipcio. (Cfr. Éxodo 14). Otra vez, el cuchillo caliente de la bendición de Dios corta la mantequilla sin el más mínimo esfuerzo. Tampoco la vida de Moisés fue fácil tras ese momento pero, tras muchas dificultades, revueltas, desobediencias, murmuraciones y rebeliones, condujo al pueblo hebreo hasta la Tierra Prometida. Cierto que por algún ignoto motivo[3], Moisés no pudo entrar a tomar posesión de la dicha Tierra, Sólo pudo contemplarla desde el otro lado del Jordán, desde lo alto del monte Nebo. Quien haya contemplado esta vista sabe lo magnífica que resulta. Pero fue el mismo Yahvé, según se nos dice en Deuteronomio 34,6, el que le enterró[4] con sus propias manos en una tierra mucho más dulce que la Prometida en este mundo. Sea como fuere, el Deuteronomio termina diciendo: “No ha vuelto a aparecer en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a cara. Nadie intervino como él en señales y prodigios como los que Yahvé le envió a realizar en el país de Egipto, contra el faraón, contra toda su corte y contra todo su país; nadie mostró una mano tan fuerte, ni difundió mayor terror como el que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel”.

Con todo esto, cada vez que al final de cada Misa soy bendecido solemnemente por Dios Todopoderoso, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, me recorre una sensación de sobrecogimiento. Y, con esa bendición salgo al mundo a cumplir con mi misión, sea ésta cual sea, aunque no la conozca. Recuerdo que cuando yo era niño y la Misa se decía todavía en latín, tras la bendición, la Misa acababa con la frase “Ite, misa est”, que yo, en mi desconocimiento de ese idioma y en mi impaciencia por irme a desayunar –entonces la misa se oía en ayunas– interpretaba como “idos, la misa se ha terminado”. ¡Uff!, ¡menos mal! ¡Ya era hora! Pero nada más lejos de su auténtico sentido. Su significado es: “id, sois enviados”. Es decir, la Misa es el alimento eucarístico del alma y el espíritu, como lo fue el pan y el vino para Elías cuando desfallecía en su huida de Jezabel, para que afrontemos nuestra misión, aquella que tal vez no conozcamos muy bien, pero a la que somos enviados. Qué pena que la actual traducción se haya quedado en “podéis ir en paz”. Y no es que no podamos estar en paz con nosotros mismos tras la Misa, pero es una paz para salir al mundo a transformarlo, bendecidos, atravesándolo como un cuchillo caliente la mantequilla.

Espero que estas reflexiones transmitan un poco de brillo a lo que supone recibir o dar una bendición, en especial, la que recibimos tras la Misa.



[1] Aprovecho para deciros que podéis adquirir el disco en Internet.
[2] No es cierto. Sé que hay muchos jóvenes hoy día cuya incultura bíblica les lleva hasta a desconocer este pasaje. Hace años estaba viendo una magnífica exposición de la pintura bíblica de Marc Chagal. Estaba mirando un cuadro impresionante que representaba al pueblo judío atravesando el Mar Rojo y, justo detrás de mí, había una persona que le explicaba a otra el cuadro. La que recibía las explicaciones le preguntó al que las daba que quién era el tal Moisés y de dónde había salido esa historia. Me volví. El ignorante era un joven de unos 20 años. Hace de esto ya bastante tiempo y me temo que esa ignorancia ha ido a más. ¿Se pueden conocer la cultura y los valores occidentales desde tamaña ignorancia? No lo creo, pero así estamos.
[3] En Números 20, 12 Yavhé dice a Moisés y Aarón: “Por no haber creído en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros quienes introduzcan a este pueblo en la tierra que yo les doy”. En Deuteronomio 4,21 Moisés dice al pueblo: “Yahvé se irritó conmigo por vuestra culpa y juró que yo no pasaría el Jordán ni entraría en la tierra buena que Yahvé, tu Dios, te da en herencia. Yo voy a morir en este país y no pasaré el Jordán”.
[4] “Allí murió Moisés, siervo de Yahvé, en el país de Moab, como había dispuesto Yahvé. Lo enterró en el Valle, en el País de Moab, frente a Bet Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba”. Así lo expresa la Biblia de Jerusalén, la traducción más extendidamente usada por los exégetas eruditos. No obstante, esta misma Biblia dice en nota al pie: “Es decir, ‘Yahvé’. Pero sam. y parte del griego dicen: ‘Ellos lo enterraron”. Parece que es verosímil que no fuesen los propios israelitas los que lo enterrasen puesto que nadie conocía su tumba. Por otra parte, ya en el Nuevo Testamento, Moisés aparece junto con Elías, que está en el Cielo, en la transfiguración del Señor. Además, la última de las cartas de los apóstoles, la epístola de san Judas Tadeo (versículo 9) cuenta que el Arcángel Miguel luchó con el diablo por el cuerpo de Moisés. En una nota a pie, la Biblia de Jerusalén dice de este pasaje: “Judas parece depender aquí del apócrifo Asunción de Moisés, donde Miguel entabla un debate con el diablo que, después de la muerte de Moisés, reclamaba su cadáver”.

1 comentario:

  1. genial entrada, gracias!

    me tope con esto que dices "Cierto que por algún ignoto motivo, Moisés no pudo entrar a tomar posesión de la dicha Tierra" y me parecio raro, siempre tuve la idea de que Moises no habia entrado en la tierra prometida por haber dudado de Dios, en referencia a un pasaje donde Dios le ordena sacar agua de una piedra golpeandola con su vara y Moises duda al golpear la roca dos veces. En fin que buscando en internet me tope con esta liga y aprendi un monton al respecto :D
    http://egiptologia.com/por-que-moises-no-pudo-entrar-en-la-tierra-prometida/ gracias de nuevo por fomentar eso ;)

    ResponderEliminar