El filósofo católico
francés Jean Guitton escribió, ya casi con noventa años, un curioso libro bajo
el título “Mi testamento filosófico”[1]. No
es en absoluto un libro de filosofía. Es un libro en el que con una fina ironía,
ve lo que pasará después de su muerte. Imagina su funeral y pone en el libro,
sin ningún recato lo que piensa que dirían de él personas reales de su tiempo.
Después ve con aprensión cómo es citado al juicio personal tras la muerte. Nos
cuenta lo que cree que será su juicio. En un momento dado, su abogado defensor
llama a declarar al, ya fallecido en la realidad, ex Presidente de la República
Francesa François Mitterrand. Jean Guitton tuvo una serie de conversaciones con
François Mitterrand poco antes de la muerte del primero, cuando su enfermedad
estaba muy avanzada. Guitton cuenta en este libro cómo fue la conversión de
Mitterrand en sus últimos días, en la que sus conversaciones parece que
tuvieron influencia. Por una serie de circunstancias conozco de primera mano a
una persona que fue testigo de esas conversaciones y que ratifica su
autenticidad. La conversación, larga y sin desperdicio, puede leerse en ese
libro. Si algún lector del blog quiere que le mande la transcripción de la
conversación completa, no tiene más que pedírmelo en un comentario en el que me
mande su mail. Para que su mail no sea público, no publicaré el comentario.
Ahora transcribo una parte de la conversación que trata sobre el infierno y el
amor de Dios. Me he permitido hacer alguna pequeña interpolación que pondré entre
corchetes:
Mitterrand: Si Dios
es un Dios bueno, ¿por qué existe el infierno?
Guitton: Porque
ama al hombre.
Mitterrand: No
lo entiendo. ¿Existen las penas eternas del infierno porque nos ama? Perdóneme,
pero no lo entiendo. Estoy dispuesto a escucharle con mi mejor voluntad, pero
no creo que logre entender eso.
Guitton: ¿Conoce
a alguien que rechace enérgicamente a Dios?
Mitterrand: Sí,
conozco a gente que te tiene fobia. La historia está llena de gente con fobia a Dios. [Hace poco, sin ir
más lejos, se ha estrenado en Madrid, lo he visto desde aquí, una obra de
teatro con el bonito título de “me cago en Dios”].
Guitton: ¿Querría
una de esas personas ir al Paraíso?
Mitterrand: No,
creo que muchos no querrían.
Guitton: Dígame
entonces qué puede hacer Dios con ellos después de su muerte. ¿Tal vez meterlos
en el Paraíso a la fuerza?
Mitterrand: Ese
paraíso sería infernal para ellos.
Guitton: Estoy
de acuerdo.
Mitterrand: Sí,
pero existe el purgatorio.
Guitton: Uno
no se queda allí, es la antesala del Paraíso. Dígame, ¿cuánto tiempo tendría que pasarse una de esas personas en el
purgatorio para que quiera ir al Paraíso? ¿Tal vez cincuenta años? ¿Cien? ¿Mil?
¿Al cabo de cuántos años dirían: ¡Oh, mi Dios, llévame al cielo contigo!? ¿O,
tal vez, su fobia por mí aumentaría?
Mitterrand: Tal vez si Dios les explicase
bien por qué están allí…
Guitton: ¿Cree usted que querrían
entenderlo? ¿Por qué habrían de querer si no han querido hacerlo en la tierra?
¿Tal vez porque en el purgatorio se sufre más que en la tierra? Respóndame,
¿cuántos años de purgatorio serían necesarios?
Mitterrand: La verdad es que creo que nunca
dirían; ¡mi Dios, llévame contigo! Pero, ¿por qué los que van al purgatorio sí
quieren ir al cielo?
Guitton: Porque ya querían antes de ir al
purgatorio. Porque ya querían en su vida. Porque ya amaban a Dios en su vida.
Tal vez sólo un poco, tal vez inadecuadamente, tal vez mal, pero le querían. Y
para el amor de Dios por nosotros eso es más que suficiente. De hecho en el
purgatorio se sufre de amor, se sufre de ganas de ir con Dios. Sólo que los
ojos cargados de hollín tienen que lavarse y acostumbrarse poco a poco a la luz
antes de poder entrar en ella. Pero, volvamos a los que odian a Dios. Si no
quieren ir al Paraíso ni les sirve el purgatorio, dígame, ¿qué puede hacer Dios
con ellos?
Mitterrand: Podría
aniquilarlos.
Guitton: Sería
contradecirse. Los ha hecho eternos. Dios no puede ir contra sí mismo. Es algo
que ni su omnipotencia puede hacer.
Mitterrand: Sin embargo,
en algún sitio tendrá que meterlos.
Guitton: ¿Pero,
dónde?
Mitterrand: En
otro lugar distinto del Paraíso.
Guitton: Evidentemente,
dicho de otra manera, en el infierno.
Mitterrand: Entonces
el infierno es: otro lugar distinto del Paraíso.
Guitton: Exactamente.
[Los hombres hemos
imaginado que el infierno es una especie de prisión perpetua. ¿Qué espíritu
bondadoso, que corazón aceptaría sin asco semejante imagen? Cuando esa imagen nos
molesta, nos resulta fácil eliminarla[2]. Pero el infierno no es eso. Es
otro lugar distinto del Paraíso].
Mitterrand: Pero,
en el infierno se sufre.
Guitton: Claro,
pero, ¿de qué se sufre?
Mitterrand: ¿De
qué?
Guitton: Pues,
de no estar en el Paraíso.
Mitterrand: Pero
acabamos de decir que sufrirían si estuviesen en el paraíso y también si no
están. Es absurdo.
Guitton: Tan absurdo
como el pecado. No queremos cometerlo y lo cometemos. Lo sufrimos, pero lo gozamos.
Querríamos no sufrirlo, pero bien que nos abstenemos de evitarlo. [San Pablo decía: “No hago lo que
quiero, sino lo que aborrezco. [...] En
efecto, el querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo no. Pues no hago
el bien que quiero, sino el mal que aborrezco”[3].]
Mitterrand: Es verdad.
Así es la experiencia de la falta.
Guitton: Y así
es también la del infierno. El pecado es el infierno en la temporalidad. El
infierno es el pecado en la eternidad.
Mitterrand: Pero,
¿por qué en el infierno se sufre más?
Guitton: Se sufre más,
pero sobre todo se sufre de otra manera. Se sufre definitivamente, eso es todo.
Mitterrand: Pero si se
sufre más, deberían poder ponerse en movimiento, reflexionar y querer salir de
allí.
Guitton: No es así. El que tiene fobia a Dios en
el tiempo, le tiene más fobia en la eternidad. Y su fobia en la eternidad aumenta
más de lo que aumenta el sufrimiento. Pero aunque no fuese así, el movimiento y
la reflexión suponen tiempo. Ahora bien, en la eternidad uno ya no está en el tiempo
y ya no es tiempo. Dios podría
crear más tiempo, ciertamente, pero entonces volveríamos a la situación en la
que estaba el que rechaza a Dios en el tiempo. [Esto es lo que dijo Cristo, el
Hijo de Dios, con dolor cuando nos contó la parábola de Epulón y Lázaro: “Si no
escuchan a Moisés y los profetas, aunque un muerto resucitase, tampoco le escucharían”[4].]
Mitterrand: Entonces, ¿el
que está en el infierno está atrapado?
Guitton: No artrapado,
pero sí realizado. Mal
realizado, pero realizado.
Mitterrand: ¿Y nuestra
libertad?
Guitton: Consumada
ella también.
Mitterrand: Entonces, ¿el
que esté en el infierno tendrá libertad para estar allí?
Guitton: Sí.
Mitterrand: Pero no es
libre de no estar.
Guitton: No quiere
estar en el otro sitio y no hay más que dos sitios donde estar. [Lo dice bastante bien Dante hablando por
boca de lo que diría el infierno de sí mismo si hablase:
“Hiciéronme divinas potestades
el saber sumo y el amor
primero.
No fue cosa creada de mí antes,
sino lo eterno, y yo eterno
perduro:
¡Dejad toda esperanza los que
entráis!”[5]]
Si no existiese la felicidad infinita,
no existiría el infierno. Pero no puede haber felicidad infinita sin infierno.
Mitterrand: Pero ellos
querrían la felicidad absoluta en el infierno.
Guitton: Seguramente, pero es que la felicidad
absoluta está en la contemplación de Dios, porque Dios es la felicidad absoluta.
Mitterrand: Sí, pero no. ¿Por qué quiere Dios hacer sufrir a esos hombres?
Guitton: ¡Pero si no
quiere! Al contrario, quiere su felicidad absoluta. Sólo que ellos no la
quieren. Él es la felicidad. Pero ellos
dicen que no le han pedido nada. Creen que Dios ha violado su libertad al
crearlos sin su autorización, que es un dictador por haber creado el mundo sin
haber obtenido previamente una resolución favorable de la ONU. Pero ningún
padre tiene que pedir autorización a sus hijos para darles el magnífico don de
la vida. Entre otras cosas
porque, obviamente, antes de existir no existían y porque si existiesen no
tendrían ningún elemento de juicio para decidir. O, ¿tal vez querrían que les
hubiese creado absolutamente condicionados para tener que llegar necesariamente
a Dios? ¿Sería Dios entonces menos dictador?
Mitterrand: Eso es
precisamente lo que les escandaliza, que una vez creados sin su permiso, Dios respete su libertad, ¿no? Les saca de
sus casillas. ¿Son absurdos?
Guitton: Más bien no.
Todo se vuelve lógico si admitimos que ellos querrían ser Dios.
Mitterrand: Pero eso no
es posible.
Guitton: Exacto. Pero
ellos no admiten que exista ese imposible.
Mitterrand: En
definitiva, querrían ser todopoderosos.
Guitton: Usted lo dice.
Mitterrand: ¡Así pues,
querrían ser Dios!
Guitton: Eso es.
Mitterrand: Entonces el
infierno es el panteón real de todos los dioses imaginarios.
Guitton: Exactamente.
Mitterrand: Pero ellos no
paran de hablar de la libertad. Entonces cuando dicen: “quiero ser libre...”
Guitton: ... piensan:
“Quiero ser Dios”.
Mitterrand: Nunca había
visto las cosas así. Se les oye decir que no quieren que Dios sea su felicidad
absoluta.
Guitton: Pero Dios no
puede dejar de ser la felicidad absoluta. Sería como si dejase de ser Dios.
Mitterrand: Pero eso es
lo que piden. Querrían que Dios no fuese Dios, y hasta que Dios no fuese.
Guitton: Y, ¿quién
sería Dios entonces?
Mitterrand: Nadie. O
ellos, quizás. Digamos, el hombre.
El que quiera la continuación y el antecedente, ya sabe lo
que tiene que hacer. Comprarse el libro o pedirme la transcripción completa de
la conversación.
Hola Tomás. Como es habitual, me encantan sus post. Este especialmente me ha dado la sensación que caía del cielo porque hace unos días estaba dándole muchas vueltas a la aparente contradicción "Misericordia infinita y condenación eterna".
ResponderEliminarLe pido el libro a los Reyes Magos, pero por si ya nos les da tiempo a cargarlo en los camellos ¿le importa mandarme la transcripción completa?.
Muchas gracias y !FELIZ NAVIDAD y 2013!,
Mª Victoria
Me alegro que te haya venido bien. Por supuesto, te envío la conversación completa, pero espero que te lo puedan traer los Reyes porque es muy interesante.
ResponderEliminarYo también te deseo todo lo mejor para lo que queda de Navidades y para todo el año 2013.
Un abrazo.
Tomás