Desde que Marx
inventó el marxismo se empezó a correr el bulo de que el sistema capitalista
engendraba unas contradicciones internas que, inevitablemente, acabarían en su
colapso. Lo cierto es que el sistema capitalista no ha colapsado y, en cambio,
sí que lo ha hecho el sistema comunista. No obstante, parece que la papanatería
continúa. Hace unos meses el economista francés Thomas Picketty se ha puesto de
moda coreado por el coro de grillos que cantan a la luna. Así, ha conseguido
vender un millón de ejemplares de un libro bajo el mimético y poco original
título de “El capital del siglo XXI”. En él, vuelve a pronosticar la inminente caída
del capitalismo por su incapacidad para evitar un supuesto futuro de desigualdad
y depauperación. El capitalismo no caerá, pero a él, los grillos le han metido
en el bolsillo un buen porrón de dinero.
Una de las
causas de esa supuesta desigualdad es, según dicen algunos, la tecnología. Al hacer
que la productividad aumente –dicen los profetas agoreros–, hará superflua
mucha mano de obra, condenando así al paro y a la miseria a enormes masas.
Parece mentira que haya que salir al paso de semejante simplismo, teniendo en
cuenta que ese proceso de avance tecnológico lleva ya más de un siglo y, lejos
de haber producido esas consecuencias ha supuesto una inmensa mejora de la
calidad de vida de la población en general y un mejor reparto de la riqueza,
haciendo aparecer una clase media inédita en la historia de la humanidad. Pero
como parece que la papanatería crece como los hongos, me propongo en estas
líneas desmontarla.
Supongamos que
mañana hubiera un extraordinario avance tecnológico que hiciese que en todo el
mundo se pudiesen producir la misma cantidad de bienes con la mitad de horas de
mano de obra[1].
Estamos acostumbrados a medir la riqueza global del mundo en una determinada
moneda. Pero esto es falso. La riqueza del mundo se mide por la cantidad de
“cosas[2]” que
se pueden producir con los recursos disponibles. Por tanto, habremos de
convenir que la riqueza total del mundo sería la misma tras esa revolución
tecnológica. El problema que aparecería sería el de cómo repartirla. Si esto se
produjese de golpe, no me cabe duda de que habría un periodo de adaptación que
podría llegar a ser terriblemente duro y hasta violento. Pero si eso ocurriese
paulatinamente, a lo largo de los años, el mercado haría que se produjese un
reparto también paulatino.
Supongamos que
antes del cambio tecnológico, los trabajadores, trabajando 100 obtuviesen el
50% de las cosas. Podría pensarse que, en primera instancia, al trabajar la
mitad, se llevasen también, como colectivo, la mitad de las cosas que antes, es
decir el 25%. Entonces el capital se llevaría el 75% restante. La historia
demuestra que esto jamás ha sido así. Los mercados propiciarían un reparto
diferente, más equitativo. No sé como llegaría a ser ese reparto. Pongamos que
los trabajadores, trabajando el 50% acabasen llevándose en vez del 25% el 30%. Es
decir, si antes trabajaban 100 y con eso obtenían el 50% de las cosas, tras el
cambio trabajarían 50 obteniendo el 30% de la riqueza[3]. Digamos
que serían menos ricos en cuanto a la proporción de cosas que les
correspondiesen, pero más ricos en el ratio de porcentaje de cosas por hora
trabajada que pasaría de 0,5 (50/100) a 0,6 (30/50). Por otro lado, los
trabajos que desaparecerían serían aquellos que pueden ser hechos más
ventajosamente por una máquina. Por tanto, el tiempo dedicado al trabajo sería
en tareas más propias del ser humano, es decir, más dignas. Con todo, no cabe
duda de que, si el reparto se hiciese más o menos de esta manera, los
trabajadores se habrían empobrecido aunque dispusiesen de más tiempo de ocio[4]. Más
aún, si hubiese un cierto crecimiento demográfico, la porción de cosas que les
tocase a los trabajadores, tendría que repartirse entre más, con lo que
tocarían a menos, empobreciéndose aún más. Malthus fue uno de los agoreros que,
ya en 1798, en su libro “Ensayo sobre el principio de la población”, pronosticó
que el crecimiento de la población condenaría irremisiblemente a la clase obrera
a la miseria. Es evidente que se equivocó.
Pero cuando dije
que la “riqueza del mundo se mide por la cantidad de cosas de las que se puede producir”,
añadía: “con los recursos disponibles”. No cabe duda de que ahora los recursos
disponibles han aumentado. Ahora disponemos de una cantidad mayor de horas disponibles
de trabajo, por lo que se podrían producir más cosas y generar, por lo tanto
más riqueza. Dicho de otra manera, si los trabajadores estuviesen dispuestos a
trabajar lo mismo que antes, podrían producir el doble de cosas y, aunque esa
cantidad adicional de cosas se repartiese entre ellos y las empresas[5], la cantidad
total de cosas que tendrían tras la innovación tecnológica sería bastante mayor
de la que tenían antes. Ahora trabajarían otra vez 100 y le tocaría el 30% del
doble de cosas que antes, es decir, el equivalente al 60% de las cosas de
antes. Lo que se ha producido es que los trabajadores han cambiado tiempo de
ocio por riqueza. Son ellos, de acuerdo con el valor que den a su ocio los que
indican al mercado que parte de ese nuevo ocio que ha aparecido están dispuestos
a cambiar por más cosas.
Esto, que puede
parecer el cuento de la lechera, es exactamente lo que ha ocurrido en los dos
últimos siglos. Ciertamente, no es que haya tenido lugar un cambio tecnológico
brusco que haya reducido de la noche a la mañana a la mitad la necesidad de
recursos humanos para la producción de cosas. Lo que ha ocurrido es que ha
habido muchas innovaciones tecnológicas que han conseguido eso mismo, pero poco
a poco. Cuanto más progresivo y menos brusco sea el cambio, mejor, porque esto
da tiempo a los mercados para irse adaptando a las nuevas situaciones. Merece
la pena considerar que la solución esbozada más arriba no perdería su validez
si, en el límite, para hacer cosas no hiciese falta mano de obra en absoluto.
Entonces sí que podríamos aspirar al salario universal, creciente en la medida
que creciese la cantidad de cosas producidas, para todos los seres humanos por
el mero hecho de serlo. Estaríamos en Jauja. Aunque, evidentemente, esto no va
a ocurrir nunca, creo que es importante señalarlo como límite.
La pregunta es:
¿podrá seguir ocurriendo en los próximos doscientos siglos? No lo sé,
doscientos siglos dan para muchos, pero en principio no veo por qué no. Son
varias, no obstante, las espinosas cuestiones que habría que considerar. La primera
cuestión es bastante sencilla: ¿no se llegará a una saturación en la que ya no
haya más cosas que se puedan hacer? Creo que la respuesta es “no”. Si echamos
la vista atrás, a cualquier persona de hace doscientos años le parecería
inaudita la enorme cantidad de cosas de las que disponemos y que ni siquiera
podría soñar en su vida. Y si echamos la vista adelante, se me ocurren infinitas
cosas que me gustaría poder hacer. Pero, cuando se me agote la imaginación,
todavía habría cosas que ahora no puedo ni imaginar y que me gustaría hacer.
Seguro que
muchos, con espíritu moralista, estarán pensando con el dedo en alto:
“consumismo, consumismo”. Y no es verdad. Una cosa es el reprobable consumismo
compulsivo que lleva a que alguien compre más cosas de las que puede permitirse
o sufra por no poder tener todas las que quisiera y otra muy diferente es el lícito
deseo del ser humano de poder aumentar su bienestar. Esto es lo que ha
impulsado el progreso material de la humanidad. Sin ese natural anhelo
estaríamos todavía en la época de las cavernas. Cierto también que la
posibilidad de disponer de muchas cosas puede crear en el hombre una sensación
de autosuficiencia que le lleve a olvidar su condición de ser contingente. Pero
estos peligros morales, que son muy reales y que deben ser evitados, no hacen malo
el sano deseo de aumentar el bienestar. Así que cuando hablo de tener más
cosas, no hablo de consumismo. El progreso material tiene sus riesgos morales,
pero la solución no es frenarlo.
Las segunda y
tercera cuestiones son mucho más peliagudas. Pero no tienen nada que ver con el
capitalismo. Serían cuestiones a las que tendría que responder cualquier
sistema económico que pretendiese dar de comer y crear bienestar para una
humanidad creciente. Son las cuestiones sobre el cambio climático, en primer
lugar, y sobre la escasez de recursos distintos de los humanos, en segundo.
Respecto al
cambio climático, me caben pocas dudas de que en unas décadas dejará de ser un
problema. El principal motor del cambio climático es la producción masiva de
gases invernadero, en especial CO2, debido a la quema de
combustibles fósiles. Pero eso será superado, como digo, en unas décadas. Efectivamente,
en Octubre de 2014, la empresa Lockeed Martin, situada en 2012 en el puesto 38
de las mayores empresas industriales de USA, anunció públicamente en Octubre
2014 que, tras siete años de investigaciones, podían asegurar que en diez años
sería capaz de comercializar centrales de fusión nuclear con una potencia de
100 Mw[6] y del
tamaño de un camión. El anuncio ha tenido eco en la revista Nature, una de las
más prestigiosas revistas científicas del mundo. Si esto fuese verdad supondría
una revolución energética que pondría fin a la quema de combustibles fósiles y
garantizaría un suministro ilimitado de energía. Me permito hacer algunos cálculos
bastante sencillos para ver dos cosas. Primera, cuánta agua sería necesaria
para producir la fusión nuclear necesaria para administrar energía al mundo
entero y, segunda, qué residuos quedarían tras el proceso.
En todo el mundo
se consumen unos 140.000 millones de Kw-h, utilizando todas las formas de producción
disponibles. Esto quiere decir que harían falta unos 160.000 centrales-camiones
en todo el mundo. Si, para hacer este número más comprensible, lo aplicásemos a
la Comunidad de Madrid, harían falta 133 centrales-camiones para suministrar
energía a toda esta Comunidad Autónoma. La energía nuclear de fusión se produce
mediante la fusión de un átomo de deuterio con uno de tritio[7]. Un
litro de agua pesada (se llama agua pesada a la que el hidrógeno del H2O
es todo él deuterio o tritio) en la que se separase del oxígeno el deuterio y
tritio para fusionarlos en helio produciría unos 26.000 Mw-h. Por tanto, cada cantral-camión
necesitarían unos 34 litros de agua para que funcionase. Si toda la energía del
mundo se produjese con los 160.000 centrales-camiones, harían falta unos 5.450
m3 de agua pesada, que viene a ser el agua de tres piscinas
olímpicas, es decir, despreciable frente al agua del océano. Cierto que para
obtener esos 5.450 m3 de agua pesada habría que “filtrar” 3.250
veces esa cantidad de agua normal para obtener el deuterio necesario (el tritio
se obtendría sintéticamente a partir del nitrógeno del aire, como se ha dicho).
Pero el agua normal de la que se extrajese el agua pesada sería restituida al
océano, por lo que sólo se consumirían al año las tres piscinas olímpicas que
se ha dicho antes para obtener TODA la energía que necesita el mundo.
Los subproductos
de esta fusión nuclear serían, por un lado 4.713 Toneladas de oxígeno corriente
que se lanzarían a la atmósfera y, por otro 737 Toneladas de helio, una
cantidad muchísimo menor de las necesidades mundiales de ese gas. El helio se
utiliza principalmente para refrigerar imanes superconductores, para escáneres
de resonancia magnética, para soldadura por arco, para mezclar con el aire de
buceo, etc. El helio es un gas mucho más ligero que el aire prácticamente
inexistente en la atmósfera. Si se soltase en ella, subiría hacia arriba y se
escaparía al espacio. Se encuentra mezclado con el gas en los yacimientos. Se
extrae mediante un proceso de evaporación fraccionada. Por tanto, el helio
producido por la fusión sería muy útil para todas estas cosas. Y, en todo el
proceso, no hay ni un subproducto radiactivo, ni un solo gramo de CO2
lanzado a la atmósfera. Además, como la producción de energía estaría
localizada junto al lugar en que se consume, se ahorraría todo lo que se
desperdicia en el largo transporte desde donde se produce hasta miles de
kilómetros de distancia hasta donde se consume. En conclusión, habría energía
ilimitada, sin apenas consumo de un recurso prácticamente inagotable como agua
de mar y sin subproductos peligrosos.
Lo dicho sobre
el rendimiento del proceso de fusión es pura ciencia incontestable. Pero, ¿será
cierto lo que dice Lockeed Martin de la disponibilidad de esas
centrales-camiones en diez años o será simplemente el cuento de la lechera o un
farol? No lo sé, pero me cuesta creer que una empresa así se invente semejante
cuento y que una revista de primera línea internacional como Nature se haga eco
de ello. La comunidad científica-académica ha acogido con escepticismo lo
asegurado por Lockeed, pero en el equipo que está trabajando sobre este
proyecto, no hay científicos de pacotilla, sino de primerísima línea que no
están por la labor de perder el tiempo con cuentos y estupideces. Por tanto, yo
creo que lo que dicen tiene fundamento. Que en vez de 10 años sean 15 o que las
centrales en vez de ser del tamaño de un camión sean de un edificio de tres
plantas es posible, pero irrelevante. Posiblemente, tras el lanzamiento
comercial de las centrales haya un periodo de 15 o 20 años para lograr que hay en
funcionamiento suficientes como para producir el 80 o 90% de la energía
mundial. Pero parece probable que en unos 30 años, la mayor parte de la energía
del mundo sea producida por fusión nuclear. Por supuesto, esto no es óbice para
que se siga investigando sobre tecnologías más eficientes de producción de
energías renovables limpias o para que sigamos con un proceso de investigación
para el uso más eficiente de la energía y de concienciación para cambiar de
hábitos de despilfarro energético. Pero es muy razonable pensar que en unos
treinta año, adiós a los combustibles fósiles y a la producción de CO2.
Con esto queda contestada la segunda cuestión que estamos tratando. Adiós al
efecto invernadero y al calentamiento global.
La tercera, la
más peliaguda, se refiere a la escasez de recursos distintos de los humanos
para poder mantener el ritmo de crecimiento deseado. Las nuevas tecnologías
están creando una demanda creciente de elementos que son muy escasos en la
naturaleza, como el tántalo, el niobio, el litio, etc. Pero los principales
recursos escasos son, y serán en el futuro el agua y la superficie de tierra
cultivable. La disponibilidad de agua de una determinada región depende, en
última instancia de las precipitaciones que haya en zonas más altas de la cuenca
hidrográfica que pase por esa zona, ya que bombear agua hacia arriba es un
proceso de alto consumo de energía. El aumento de la agricultura y del uso
doméstico han disparado el consumo de agua. Hasta ahora se ha producido un
despilfarro inaudito de este líquido porque se consideraba que ese suministro
no tenía límite. Se abre el grifo, el agua se va por el desagüe y es impensable
bombearla otra vez hacia arriba. Se riega con agua potable y se desperdicia más
de lo que se aprovecha. Se pierde casi el 60% del agua en la distribución. Se
desperdicia el agua sin almacenarla allí donde sobra. Pero ya están en marcha
sistemas de reciclaje que permitirán reutilizar las aguas negras, no sólo para
regadío, sino para consumo. Actualmente, en la ciudad de San Diego, en
California, todo está preparado para hacerlo así. El agua reciclada es de mejor
calidad que la natural según los más rigurosos estándares. Sólo los prejuicios
de la población hacen que no se utilice. Los sistemas de riego por goteo
ahorran una cantidad asombrosa de agua, sin hablar de los cultivos hidropónicos.
Si se puede transportar gas con unas pérdidas infinitamente menores, ¿por qué
no se va a poder hacerlo de forma similar con el agua? Las posibilidades de
almacenamiento allí donde sobran son algo que está al alcance de la mano. Pero,
sobre todo, con una energía ilimitada, el problema de desalinizar el agua de
mar y de subirla y transportarla desde allí, o desde donde sobre, hasta donde
sea, será de mucha más fácil resolución. Por lo tanto, tampoco el agua será
problema. Aunque esto no debe hacer que bajemos la guardia en la
racionalización de su consumo.
Hay varias cuestiones
que hacen que la tierra cultivable sea ahora, y vaya a ser en el futuro un
recurso cada vez más escaso. La primera es la imperiosa necesidad de bosques,
que una valiosísima reserva de biodiversidad y el pulmón necesario para luchar
contra el cambio climático. La segunda es la competencia por esa tierra entre
la alimentación y la producción de bio-diesel, la tercera, y la más difícil de
salvar es que el planeta Tierra, en sí mismo, es una superficie limitada. Hoy
en día, ya hay en marcha proyectos de la llamada “agricultura vertical”. Se estudia
la construcción de edificios de veinte o treinta plantas en las que con
técnicas de cultivo hidropónico se consigan cosechas mayores por m2
que de cualquier otra manera. Como estos edificios podrán ser como invernaderos,
darán varias cosechas al año y podrán instalarse cerca de los lugares de
consumo, con independencia de su clima, disminuyendo así el transporte. El
aprovechamiento más eficiente de la superficie cultivable es otro de los
factores que mejorarán inmensamente. Semillas más productivas y más resistentes
a las plagas aumentarán la productividad, al tiempo que disminuirán casi a cero
la necesidad de plaguicidas. El cultivo sin roturación del terreno mejorará
también el rendimiento, disminuirá el agotamiento de nutrientes, lo que hará
menos necesarios los fertilizantes, amén de disminuir enormemente la producción
de metano, otro gas invernadero. El riego por goteo, además de ahorrar agua,
evitará la salinización de la tierra. El ganado tendrá un coeficiente de
transformación de forraje en kilo de carne mucho mayor. Todo esto y mucho más
se podrá conseguir con la producción de alimentos transgénicos que serán
totalmente inocuos. Por tanto, tampoco la superficie de cultivo será un
problema.
Queda, por
último el tema de los elementos escasos. En primer lugar, me caben pocas dudas
de que el avance tecnológico conseguirá sustituir en gran parte la necesidad de
esos materiales por otros sintéticos que puedan producirse consumiendo
sustancias abundantes. Pero, además, muy posiblemente se iniciará la minería
del océano, que es rico en cualquier sustancia que se pueda necesitar. Las
salinas son una forma artesanal de esta minería. ¿Por qué no va a poder hacerse
con otras muchas sustancias además de la sal si se dispone de las tecnologías
adecuadas? Pensando en términos un poco más lejanos, la minería de la Luna será
también un recurso. Traer material de la Luna a la Tierra, “cuesta abajo”, es
mucho más sencillo que llevarlo “cuesta arriba”. Y, por supuesto, el reciclaje.
Tendremos que aprender a cambiar nuestras costumbres para reciclar y para ser
más cuidadosos con el uso de productos que consuman elementos escasos. Hoy en
día ya hay consultoras que se dedican a determinar la huella de carbono o la
huella hídrica de cada empresa[8]. No
hay ninguna razón para que no pueda determinarse la huella de litio o la de
niobio. Esto podría expresarse en los envases de los productos, para que los
consumidores, si dan valor a estas cuestiones, penalicen a la empresa con
mayores huellas o, mejor, para crear un mercado en la que las empresas con mayor
huella de una sustancia tengan que comprar derechos de utilización a las de
menor huella, pasando la huella a ser un elemento del coste real. Con todas
estas cosas, también este tema podría solucionarse.
Todas estas
páginas eran para responder a la pregunta que planteé casi al principio: ¿podrá
seguir ocurriendo la expansión de la economía en los próximos doscientos
siglos? Y la respuesta que di era que no lo sabía pero que, en principio no
veía por qué no. Y sigo sin verlo. Alguien puede pensar que lo que acabo de
escribir es el cuento de la lechera. Pero, a diferencia de ese cuento, lo que
digo ya lleva ocurriendo en los últimos dos siglos, es decir, “la lechera” ya
es millonaria y, de cara al futuro, me estoy refiriendo a avances tecnológicos
que ya están en marcha. Podría haberme referido a cosas que todavía no son más
que ciencia ficción, como la colonización del espacio, o la transmutación de
los elementos o cosas así, pero no lo he hecho (salvo en el caso del tritio,
que es ya una realidad). Sin embargo, estoy seguro de que los próximos
doscientos siglos nos depararán avances tecnológicos que hoy en día no podemos
ni tan siquiera imaginar pero que, si los imaginásemos, nos parecerían de la
más absoluta ciencia ficción. Como se lo parecerían muchas cosas que hoy usamos
cotidianamente a una persona de hace dos siglos. Quiero hacer constar, eso sí,
que prácticamente la totalidad de los avances tecnológicos que han tenido lugar
en los últimos dos siglos, los ha producido el sistema capitalista. Si en algunas
cosas puntuales, como la carrera espacial, la carrera de armamentos, o el
avance científico ha parecido durante algunos años que otros sistemas
económicos se adelantaban, ha sido sólo un espejismo. Cuando la URSS parecía
adelantar a USA en esas cosas, era tan solo porque utilizaba en ellas ingentes recursos
a costa de la miseria de su pueblo, lo que demostró ser insostenible.
Desde luego, a
pesar de las razones expuestas, la respuesta del “no lo sé” a la pregunta
anterior es la más sensata. Nadie puede saberlo. Los retos a los que se tendrá
que enfrentar la humanidad en los próximos siglos serán, a buen seguro,
formidables. Pero estamos dotados para afrontarlos. También es cierto que
llevamos dentro unos demonios internos que pueden ser nuestro fin. La única
solución que no es factible es la de quedarnos quietos donde estamos. La Reina
de Corazones le decía a Alicia, en el País de las Maravillas: “En este país, si te quieres quedar quieto
donde estás, tienes que correr tanto como puedas. Ahora bien si lo que quieres
es avanzar, tienes que correr cuanto menos el doble”. Pero creo que
quedarnos quietos donde estamos es tan difícil como poner de pié un lápiz sobre
la punta. Creo más bien en lo que decía Walt Whitman: “Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito,
cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”.
Alguien podrá
pensar que me estoy centrando sólo en el aspecto material del desarrollo. Y
tendrá razón. Pero es que al instrumento “capitalismo” no se le puede pedir
otra cosa que progreso material. No obstante, y a riesgo de una cita demasiado
larga, creo que es útil la siguiente de Henri Bergson en su libro “Las dos
fuentes de la moral y de la religión”, publicado en 1932:
“Si el misticismo debe transformar a la humanidad, sólo lo logrará
transmitiendo progresiva y lentamente
una parte de sí mismo. Los místicos lo saben bien. El gran
obstáculo que encontrarán es el mismo que ha
impedido la creación de una humanidad divina. El
hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente: en otros términos, la
humanidad es una especie animal, sometida como tal a la ley que gobierna
el mundo animal y que condena
al ser viviente a alimentarse de lo viviente.
Al serle disputado su sustento
tanto por la naturaleza en general como por sus congéneres, tiene forzosamente que emplear su esfuerzo en conseguirla; su inteligencia,
precisamente, está hecha para proporcionarle armas y útiles para esta lucha
y este trabajo. ¿Cómo, en estas condiciones, la humanidad habría de volver hacia el cielo una atención esencialmente
dirigida hacia la tierra?
Si tal cosa es posible, sólo lo será en virtud del empleo
simultáneo o sucesivo de dos métodos muy distintos. El primero consistirá en intensificar hasta tal punto el trabajo intelectual,
en llevar la inteligencia tan lejos y más allá de lo que la naturaleza había
querido para ella, que el simple instrumento dé paso
a un inmenso sistema de máquinas capaz de liberar
la actividad humana, siendo esta liberación, por
otra parte, consolidada por una organización política y social que asegure al
maquinismo su verdadero destino. Medio éste peligroso, porque la mecánica, al
desarrollarse, podrá volverse contra la mística:
incluso es de este modo, como aparente reacción
contra ésta, como la mecánica se desarrollara más
completamente. Pero existen riesgos que hay que correr: una actividad de orden superior, que tiene
necesidad de una actividad más baja, deberá suscitarla o, en todo caso, dejarla
actuar, dispuesta a defenderse si es preciso; la experiencia muestra que, si de
dos tendencias contrarias pero complementarias una ha crecido hasta el punto de
pretender ocupar todo el espacio, la otra se encontrara
bien situada por poco que haya sabido
conservarse: al llegar su turno, se beneficiará de todo lo que se ha hecho sin ella, que incluso no ha sido llevado
vigorosamente más que contra ella”.
Ante la
incertidumbre de esta lucha, siempre mayor, hay dos cosmovisiones radicalmente
diferentes. La primera es que estamos solos en ella. Que los retos y nuestros
demonios internos por un lado y nuestra inteligencia por otra, son los únicos actores
de esta lucha. Sería como un concurso en el que la cultura de un concursante se
enfrenta a preguntas de dificultad creciente. ¿Llegará el concursante a ganar
el súper premio? Las apuestas están abiertas, pero raro es el concurso en el
que el concursante gana el “gordo”. La segunda es la cosmovisión de quien cree
que la inteligencia que nos permite desarrollar tecnologías es algo que nos ha
sido dado y que nos ha sido dado por alguien y para algo. Según esta
cosmovisión, la inteligencia nos la ha dado un Dios que, además, está con
nosotros para derrotar a nuestros demonios internos (y externos). Un Dios que
nos ha provisto de una cornucopia, una despensa de recursos que, bien
administrados, pueden dar mucho de sí. Un Dios que como buen profesor, va
dosificando la dificultad de las preguntas a un nivel al que, si nos aplicamos,
podemos llegar. Que nos acompañará en este aprendizaje hasta que alcancemos el
doctorado y acabe el concurso. ¿Pero cómo vamos a pensar nosotros ahora, que
estamos en EGB, en las preguntas de doctorado? Sólo podemos caminar confiados
hacia él. Eso sí, “a Dios rogando y con el mazo dando”. La obtención de este
doctorado es la razón por la que nos ha dado el don que nos ha dado. Es el
deseo de Dios en el Génesis: “Hagamos a
los hombres a nuestra imagen y semejanza, para que dominen sobre los peces del
mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la
tierra”, seguido de su primera orden: “Creced
y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar,
las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra […] Os
entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para
sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán
de alimento”. Yo creo en esta segunda cosmovisión. Según ella, el doctorado
consiste en que “la creación entera
espera anhelante la manifestación de los hijos de Dios […] vive en la esperanza
de ser también ella liberada […] y participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios”, porque “está gimiendo
con dolores de parto hasta el presente”. Aunque no es este el lugar para
mostrarlo, creo que esta cosmovisión es más plausible que la primera. Así lo he
mostrado en otros escritos y libros míos. Por eso confío en el futuro. No
confío en que en este futuro ascendamos lineal y tranquilamente hacia el fin
del doctorado. Seguro que suspenderemos asignaturas, que tendremos que corregir
muchos trabajos mal hechos, que tendremos que repetir algún curso, pero que al
final, tras una dura lucha, la humanidad alcanzará el grado de doctor. Así lo
creo y así lo espero.
[1] Es evidente que una cosa así no
se va a producir de golpe, de la noche a la mañana, pero esto ya ha pasado
varias veces, poco a poco, en los últimos dos siglos. Por tanto, no es nada
descabellado.
[2] Pongo “cosas” entre comillas,
porque en esa palabra hay también servicios y productos intangibles y utilizo
la palabra, además, en el sentido de riqueza o bienestar. En este sentido
utilizaré la palabra cosas en este escrito, por lo que esta palabra debería
aparecer siempre entre comillas. No obstante, por mor de no ser repetitivo, no
la entrecomillaré más. Pido, no obstante, al lector, que mantenga en su mente
las comillas.
[3] Asunto diferente, en el que no voy
a entrar, sería si ese 30% de la riqueza sería para la mitad de los
trabajadores que trabajasen igual que antes y la otra mitad no recibiese nada o
si todos los trabajadores trabajasen el 50% de tiempo que antes y ese 30% de
riqueza se repartiese entre todos. Otra vez, en la historia, los mercados han
encontrado situaciones intermedias.
[4] Por supuesto, este tiempo de
ocio es también una “cosa”, entre comillas y, por lo tanto, riqueza.
[5] Para producir esas “cosas”
adicionales haría falta, además de mano de obra, capital, por lo que sería
justo que las empresas participasen en ese reparto.
[6] El Mw (Mega watio) es un unidad
de potencia, es decir de la capacidad de producir energía de una planta en un
segundo. No es una unidad de energía. Una planta de un Mw trabajando durante
una hora, produciría una unidad de energía que es el Mw-h. Como en un año hay
24*365 horas, esa central de un Mw trabajando un año produciría 8760 Mw-h.
[7] El deuterio y el tritio son dos
isótopos del hidrógeno. Tanto el hidrógeno normal como ambos isótopos constan
de un protón en el núcleo. Pero, además, el deuterio tiene un neutrón y el
tritio dos. El deuterio está presente en la naturaleza en la proporción de 1
átomo por cada 6.500 de hidrógeno normal. El tritio no está presente en la
naturaleza, pero puede ser producido sintéticamente a partir del nitrógeno del
aire.
[8] La huella hídrica de un producto
indica la cantidad de agua que se ha utilizado hasta su entrega final. Es algo
más complejo que el agua que se haya utilizado para fabricarlo. Si, por
ejemplo, se trata de un producto cárnico envasado, se trata de seguir toda el
agua consumida desde el forraje con el que se ha alimentado al ganado, hasta la
utilizada para fabricar las cajas en las que va embalado, pasando por el agua
en el que se ha cocido y cualquier otro tipo de utilización de agua en toda la
cadena. Una empresa de productos cárnicos que compra la carne y cualquier otra
materia prima de productores con poca huella hídrica y que cuida el consumo de
agua en su propio proceso productivo tendrá menos huella hídrica que otra que
no repare en la huella hídrica de sus proveedores ni de su proceso productivo.
Si la información sobre esto es transparente y el mercado da valor a una baja
huella hídrica o si hay un mercado en el que se compren y vendan derechos
hídricos, las empresas estarán incentivadas para disminuir dicha huella. Lo
mismo que se dice de la huella hídrica se puede decir de la huella de niobio o
de litio. Una vez más, esto no es soñar. Ya existe el mercado de los derechos
de emisión de CO2 en el que las empresas con más huella de este gas,
tienen que comprarles derechos a las que tienen baja huella.
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