30 de abril de 2016

Versalles o el cosmos

El pasado 10 de Abril leí en El Mundo, en la sección Tribuna un excelente artículo con el título de “Versalles o el Cosmos” que podéis ver reproducido más abajo o entrar en el link que lleva a él.

Es un elegante artículo de  Rafael Bachiller[1]. Como todos los artículos elegantes, empiezan con una breve historia que sirve para cerrar el círculo con ella al final. En este caso, el autor elige para esto la visita del dux de Génova a rendir pleitesía al Rey Sol en Versalles. Tras la entrevista, Luis XIV le preguntó:“¿Qué es para usted lo más asombroso de Versalles?”, a lo que el dux respondió:“el hecho de verme aquí”.

Esta breve historia introductoria le da pie al autor para asombrarse del maravilloso proceso que nos ha llevado a nosotros, Homo Sapiens a ser capaces de contemplar el cosmos y reconstruir su trayectoria y nuestra aventura hasta llegar a ser lo que somos.Fernado Pessoa decía, en su libro de poemas El guardador de rebaños:“Desde mi aldea veo cuanto desde la tierra se puede ver del universo. / Por eso mi aldea es tan grande como cualquier otra tierra, / porque yo soy del tamaño de lo que veo / y no del tamaño de mi estatura. Esos somos nosotros, pequeños como pobres seres humanos materiales, pero auténticos titanes cósmicos por lo que sabemos y comprendemos sobre el inmenso universo en el que estamos.

Bachiller, tras narrar magistralmente en unas pocas líneas esa aventura, llega a la conclusión versallesca a la que dio pie a su historia introductoria.Cito literalmente esta conclusión y me permito la libertad de poner en negrita algunas frases.

“Éste es nuestro lugar en el universo: el Homo Sapiens es un fenómeno aparentemente excepcional que nos sorprende por su insignificancia en el contexto cósmico. Pero en esta pequeñez yo encuentro un significado enorme, pues estas diminutas criaturas viviendo sobre una minúscula mota de polvo han sido capaces de encontrar la manera de explorar la estructura íntima de la materia y de la vida, de enviar sondas espaciales a otros planetas, de narrar la historia de nuestro universo. Pero, sobre todo, en la pequeñez del ser humano, en sus sentidos y en su inteligencia, en su sorprendente aptitud de autoconsciencia, es donde el universo adquiere toda su importancia y todo su increíble esplendor. Parafraseando a Sagan podemos afirmar que este pequeño cerebro del Homo Sapiens es el medio que ha encontrado el universo para pensarse a sí mismo y así poder estudiarse, y admirarse de todas sus maravillas.

Como el dux de Génova en Versalles, el Homo Sapiens en el cosmos no puede sino sentirse perplejo por su presencia aquí y, como aquél, no podemos sino decirnos ‘lo más asombroso de universo es el hecho de vernos aquí’.

Cuando un razonamiento bien hecho se trunca antes de terminar, no puedo evitar que me inunde una cierta sensación de perplejidad ante ese final inacabado. Es como si tras una elegante demostración de un teorema matemático, el demostrador no diese el último paso para llegar al “quoderatdemostrandum” y lo dejase abierto. Cierto que hay muy buenos directores de películas que no se dignan a narrar en ella el final de la historia por darlo por obvio o para dejar al espectador que especule sobre él. Pues bien, tras leer que “el universo adquiere toda su importancia y todo su increíble esplendor en la pequeñez del Homo Sapiens” y que “El cerebro del Homo Sapiens es el medio que ha encontrado el universo para pensarse a sí mismo y así poder estudiarse, y admirarse de todas sus maravillas” y, más aún, que “lo más asombroso de universo es el hecho de vernos aquí”, no puedo dejar de hacerme algunas preguntas y respuestas que el autor, no sé por qué motivo, silencia. A fin de cuentas, el universo es una “cosa”, inmensa, maravillosa, pero una “cosa”. Como decía Borges en su relato El Aleph, unobjeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. Pero una “cosa” a fin de cuentas. Y la pregunta: ¿Puede esa “cosa” generar esa conciencia que le da sentido y significado? ¿Puede esa “cosa” encontrar? Para encontrar hay que buscar y para buscar hay que tener consciencia. Para generar consciencia hay que tener consciencia ¿Tiene esa “cosa” que llamamos universo consciencia? ¿Cómo ha llegado el Homo Sapiens a Versalles? Sí, ya sé que hay quien dice que el final de la película no tiene ningún sentido, que según algunos como Bertrand Russell, El hombre es el producto de unas causas que no habían previsto los fines que están logrando; es decir, que su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias no son otra cosa que el resultado de la colocación accidental de los átomos; que no hay fuego ni heroísmo, ni intensidad de pensamiento o sentimiento, que puedan conservar la vida individual más allá de la tumba; que todos los esfuerzos de todas las edades, toda la devoción, toda la inspiración y el brillo meridiano del genio humano, están destinados a la extinción en las grandes profundidades del sistema solar, y que todo el templo del logro de los hombres terminará inevitablemente enterrado bajo los restos del universo en ruinas. Todo esto, si no está más allá de cualquier discusión, está sin embargo tan cerca de ser cierto que ninguna filosofía que lo rechace podrá sobrevivir. Sólo con los andamios de estas verdades, sólo con los cimientos firmes del desespero inconmovible, podrá construirse de manera segura el habitáculo del alma”.

Este final de la película nos llevaría a la conclusión de Macbeth, en la tragedia de Shakespeare, cuando se le derrumba todo su mundo y dice: “El mundo es un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota”. Estoy abierto a discutir este final de la película pero, por supuesto, sólo a condición de que se quite el párrafo en negrita o se me permita a mí añadir la frase contraria, que diría:“La filosofía que no podrá sobrevivir es la del absurdo”. Pero prefiero la omisión del párrafo que el “tú también”. Ahora bien, ¿no sería este final una “contradictio in terminis”?. ¿Tanto supuesto esfuerzo de esa “cosa” llamada universo para nada? ¿Tanto generar sentido para que al final la conclusión es que no hay sentido? Si esto se presentase en otro contexto, creo que ninguna mente racional diría que este final es razonable. No lo es porque lleva, directamente a la reducción al absurdo, método que ya usaron los griegos para mostrar la falsedad de una hipótesis. Magistralmente lo expresó Antonio Machado cuando escribió:“El hombre es por naturaleza la bestia paradójica, / un animal absurdo que necesita lógica. / Creó de la nada un mundo y, su obra terminada, / ‘ya estoy en el secreto –se dijo– todo es nada’”. ¡Magnífico logro! Si yo fuese astrofísico y creyese esto, inmediatamente colgaría los bártulos. ¿Para qué seguir investigando? Punto.

En cambio, mi final es: Sí, sí hay sentido. Nosotros somos el sentido del universo. Todo, desde que el tiempo empezó en el “muro de Plank”, todo, tiende a un fin. Este ridículamente diminuto Homo Sapiens que es del tamaño de lo que ve, es decir, del cosmos. Todo tiende a la aparición de esa consciencia. No la ha buscado el universo, porque esa “cosa” no puede buscar. Decir que estamos aquí por casualidad es tan disparatado como afirmar que el dux de Génova llegó a Versalles por casualidad. “pasaba por aquí y me dije, vamos a hacer una visitita a Versalles”. No, el dux de Génova estaba en Versalles porque el Rey Sol le llamó y le hizo ir. Bachiller dice que el dux fue llamado a Versalles porque se había rebelado contra Luis XIV y éste, tras derrotarle, le hizo ir a rendir cuentas. No sé suficiente historia como para saber si el Rey Sol castigó de alguna forma al dux. Pero el Rey Sol que nos ha llamado al universo, nos ha llamado para regalárnoslo. Ese es el final de mi historia. ¿Puedo demostrarla? No, pero sí aseguro que es más plausible que el sinsentido que genera sentido para acabar concluyendo que no hay sentido. Mi final podrá ser asombrosamente bello, hasta increíblemente bello, pero no absurdo.

¿Entonces, por qué Bachiller no acaba el razonamiento y se queda en el vacío? Es para mí un misterio. ¿Es ateo? ¿Agnóstico? ¿Tiene miedo a ir contra el "mainstream" y enfrentarse al ridículo? No lo sé. Pero tal vez, sólo tal vez, haya una respuesta subliminal en la imagen que ilustra el artículo en El Mundo. Se puede ver en el link que remite a dicho artículo. Es un collage hecho sobre las hilanderas de Velázquez. En ese collage alguien maneja la rueca en la que se prenden los planetas. Hay un alguien. No puede no haberlo. Las hilanderas saben lo que tejen y por qué lo tejen. ¿Quizá el autor del artículo, o el ilustrador, o ambos, han querido dejar constancia de ello sin decirlo abiertamente? ¿Lo han hecho intencionadamente o tal vez les ha traicionado el subconsciente, al que el ridículo le importa tres pepinos, pero no puede admitir la hipótesis que lleva al absurdo? No lo sé. Dos finales, dos respuestas. El absurdo o el asombro maravillado y reverente ante ese alguien, sea quien sea y se crea de él lo que se crea. Yo me quedo con el éxtasis del misterio patente. Diré, con Louis Pawels y Jacques Bergier: “Ahora bien, si alguien [...] me dice: “nada maravilloso puede encontrarse en este mundo”, me negaré obstinadamente a prestarle oídos. Con mis pobres medios, y con toda mi pasión proseguiré mi búsqueda. Y si no encuentro nada maravilloso en esta vida, diré, al despedirme de ella, que mi alma estaba embotada y mi inteligencia ciega, no que no hubiese nada que encontrar”. Y ahora, ya sí, termino, como el Dante lo hace con su Divina Comedia:

“Faltó la fuerza a mi visión postrera,
mas no a mi voluntad ni a mi deseo,
ya que con suave giro las movía
el amor que el sol mueve y las estrellas”.

El artículo de Bachiller y el collage sobre las hilanderas pueden verse en la página siguiente.


TRIBUNA
Versalles o el cosmos


RAFAEL BACHILLER
10/04/2016 03:31
En un viaje reciente al país galo, he escuchado una anécdota que ha llamado poderosamente mi atención. Sucedió cuando el dux de Génova, Francesco MariaImperialeLercari, visitó Versalles en 1685 para inclinarse ante Luis XIV y expresarle su "extrêmeregret de lui avoirdéplu" (su "gran arrepentimiento por haberle disgustado"). La pequeña república de Génova venía apoyando a España facilitándonos galeras y, en términos generales, venía mostrando una actitud muy insolente hacia Francia. Como consecuencia de ello, en mayo de 1684, una flota de guerra comandada por Duquesne había castigado a Génova bombardeándola durante seis días y, como colofón, los franceses acabaron exigiendo que los embajadores de Génova fuesen a París a pedir disculpas. Un año más tarde, concretamente el 15 de mayo de 1685, el mismo dux se personó ante el Rey Sol quien, en la cúspide de su gloria, le recibió en el grandioso Versalles. Se cuenta que, ya tras las disculpas, en la magnífica galería de espejos, Luis XIV preguntó al dux: "¿Qué es para usted lo más asombroso de Versalles?", a lo que el dux respondió escuetamente en su dialecto genovés: "Mi chi", esto es, "el hecho de verme aquí".

Pues bien, esta anécdota me hace pensar que, de manera similar a aquel dux, el Homo Sapiens puede asombrarse hoy cuando considera su lugar en este colosal Versalles que es el universo. Sobre todo en esta época extraordinaria que nos ha tocado vivir cuando potentes telescopios, tanto en tierra como en el espacio, nos permiten observar todas las maravillas que decoran el cosmos. Y no se trata solo de la contemplación de objetos y fenómenos inconexos, sino que en el curso del último siglo hemos podido elaborar una narración detallada y muy bien hilada de la fascinante historia del universo.

Esta historia ha podido ser reconstruida gracias a la exploración de los dos infinitos de Pascal. Tan importante y reveladora es la investigación de lo infinitamente grande como la de lo infinitamente pequeño. En los años 1920, Hubble descubrió el movimiento de alejamiento que tiene lugar entre las galaxias, lo que pronto llevó a la concepción del Big Bang, y sabemos así que nuestra historia comenzó hace 13.800 millones de años. Y, casi simultáneamente, también durante las primeras décadas del siglo XX se establecieron las bases de la física cuántica y de las partículas elementales, unos conceptos indispensables para describir los primeros instantes del universo.

En un principio, el universo no era más que un plasma de quarks y electrones. Pero al cabo de tan sólo un milisegundo, los quarks ya se habían agrupado para formar protones y neutrones. A medida que el universo se expande, también se enfría y otras partículas más complejas llegan a ser estables. Los tres primeros minutos del universo fueron extremadamente importantes pues en ese tiempo se pudieron sintetizar, mediante reacciones nucleares, los primeros núcleos atómicos: los protones y los neutrones se combinaron para formar núcleos de deuterio, helio y, en menor abundancia, berilio y litio.

Un acontecimiento sumamente importante sucedió al cabo de 300.000 años, cuando la temperatura del universo había descendido a unos 3.000 grados. En ese momento, los electrones que habían permanecido libres quedan atrapados por los núcleos atómicos constituyendo así los primeros átomos. En este proceso de combinación (denominado por los astrónomos "recombinación" de manera impropia) se libera un gran destello de radiación que ha dejado ese eco que hoy observamos como una radiación de fondo en toda la bóveda celeste.

El universo estaba entonces constituido principalmente por átomos de hidrógeno que formaban unas grandes nubes, y al cabo de 700.000 años la densidad en algunas zonas de estas nubes fue suficientemente alta para que se formasen moléculas de hidrógeno. Son estas nubes las que dan lugar a las galaxias y, en las regiones más densas de éstas, a la primera generación de estrellas.

La máxima producción de estrellas tiene lugar al cabo de unos 3.000 millones de años tras el Big Bang. Los núcleos estelares actúan como gigantescos reactores nucleares que van formando elementos químicos progresivamente más pesados, entre ellos el carbono, que resultará indispensable para la emergencia ulterior de la vida.

Con estas primeras estrellas también se inicia un inmenso y sorprendente ciclo cósmico. Tras vivir su vida transformando el hidrógeno en su interior, una vez que acaban su energía nuclear, las estrellas mueren espectacularmente, entre grandes explosiones y eyecciones que parecen fuegos cósmicos de artificio. En esos procesos, devuelven parte de su materia al espacio interestelar y en las nubes de ese espacio pueden formarse nuevas generaciones de estrellas. Las estrellas van así naciendo, viviendo, muriendo y volviendo a nacer. En el proceso se forman muchos astros portentosos: planetas, cometas, nebulosas planetarias, supernovas, estrellas de neutrones, agujeros negros, y un largo etcétera. Es un ciclo maravilloso y que nos deja absolutamente perplejos cuando consideramos la sabiduría que la naturaleza demuestra también en estas escalas colosales.

En este universo sin centro, que no tiene ningún lugar privilegiado, existe una galaxia espiral más bien corriente, a la que denominamos Vía Láctea, y en una de sus regiones periféricas existe una estrella pequeña y anodina que se formó hace unos 4.600 millones de años rodeada por ocho planetas. En el tercero de ellos, un pequeño planeta rocoso, se dieron en un momento toda una serie de condiciones que propiciaron la emergencia de la vida. A pesar de que hay innumerables exoplanetas orbitando en torno a otras estrellas, y a pesar de que todo parece indicar que la vida debería ser un fenómeno bastante generalizado en el universo, la terrestre es la única forma de vida que conocemos. Es parte de la paradoja enunciada por el físico Enrico Fermi en los años 1950: si la vida extraterrestre es tan frecuente que ha podido permitir la formación de otras civilizaciones, entonces, ¿dónde están esas civilizaciones? ¿Por qué no encontramos ningún indicio de su existencia? ¿Estamos realmente solos? Puede que las civilizaciones tras vivir épocas de abundancia se autoexterminen por medio de guerras o, simplemente, agotando los recursos que son imprescindibles para mantener su desarrollo. Pero también puede que, al fin y al cabo, la vida sea un fenómeno raro. Así es y ha sido, al menos, en el caso de la Tierra, pues tan sólo un pequeño porcentaje de la materia está animado de vida y esto ha sido así durante un lapso relativamente corto en la historia del planeta.

Éste es nuestro lugar en el universo: el Homo Sapiens es un fenómeno aparentemente excepcional que nos sorprende por su insignificancia en el contexto cósmico. Pero en esta pequeñez yo encuentro un significado enorme, pues estas diminutas criaturas viviendo sobre una minúscula mota de polvo han sido capaces de encontrar la manera de explorar la estructura íntima de la materia y de la vida, de enviar sondas espaciales a otros planetas, de narrar la historia de nuestro universo. Pero, sobre todo, en la pequeñez del ser humano, en sus sentidos y en su inteligencia, en su sorprendente aptitud de autoconsciencia, es donde el universo adquiere toda su importancia y todo su increíble esplendor. Parafraseando a Sagan podemos afirmar que este pequeño cerebro del Homo Sapiens es el medio que ha encontrado el universo para pensarse a sí mismo y así poder estudiarse, y admirarse de todas sus maravillas.

Como el dux de Génova en Versalles, el Homo Sapiens en el cosmos no puede sino sentirse perplejo por su presencia aquí y, como aquél, no podemos sino decirnos "lo más asombroso de universo es el hecho de vernos aquí".

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.




[1] Astrónomo y astrofísico de primera línea, Director del Observatorio Astronómico Nacional y académico de la Real Academia de Doctores de España.

27 de abril de 2016

¿Los últimos días de Europa y de España? Por Joseph Stove

El otro día leí este certero análisis de Europa y España. Creo que merece la pena difundirlo.

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En 2007, el prestigioso escritor de la posguerra europea Walter Laqueur publicó "The Last Days of Europe", un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea. El libro no ha sido publicado todavía en España, donde la corrección política se impone.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con una inmigración incontrolada.

El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, para el solaz de turistas asiáticos.

Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia de su rol en el "landslide" europeo.

El contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún otro país de Europa, lo que hace de su situación algo particularmente grave:

- En España, a los 30 años de aprobarse una constitución democrática, el modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el "estado de las autonomías". 
Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.

- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.

- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por un "status" de idiosincrasia política que permite la puesta en manos de exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la educación.

- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada. 

Las "élites" políticas españolas trasmitieron al pueblo que se había terminado con éxito la "transición política" y que todos se habían convertido en "demócratas de toda la vida". Se había conseguido un hecho espectacular, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa.
 

Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo era una falacia.

Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional.

El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España.

La sociedad lo encajó como un "atentado", un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente golpe.

Pero esta vez, el ataque era de carácter "apocalíptico", no era "selectivo" como los anteriores.
 Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico. Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los terroristas habían finalizado su trabajo. 

Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de materializar esos efectos.
 

El pueblo español se encogió.

No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno de sus peones.

A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico y se volvió hacia si misma, como había hecho en los dos siglos anteriores.
Una ola de "catetismo" invadió el país. La fabricación de "diferencias" entre regiones se acentuó, "la España plural", a la vez que la Constitución se adaptaba convenientemente a las circunstancias.
 Se apeló a la "memoria histórica", como si de la Guerra Civil al posmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se articuló una política de "ampliación de derechos" que no era más que ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.

El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una retribución por una errónea política exterior.
 

Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado los resortes adecuados para conocer quien promovió el ataque y a quien beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia.
 Pero a una sociedad que se le había inoculado el "no a la guerra", no podía concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal, aunque era, a todas luces, insuficiente. 

La "verdad judicial" aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero poco se sabe de quien ordenó el ataque y a quien benefició en el ámbito internacional. La opinión pública, dirigida por su clase política y por los medios de comunicación, olvida.

Como señala Laqueur, Europa está enferma. El bajo nivel de natalidad y una inmigración descontrolada, es un cóctel letal para el ser europeo y para cualquier sociedad. España sufre esa enfermedad y, además, su propia deriva centrífuga, que puede acelerarse al ampliarse las desigualdades sociales por la crisis económica.
 

Su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de encontrar el tratamiento adecuado ya que, sin excepciones, se embarca en una huida hacia delante, alabando el "estado de las autonomías" y evitando las referencias éticas.

Si no se reacciona, todo hace indicar que "The last days of Spain" precederán a los del resto de Europa.



23 de abril de 2016

Los papeles de Panamá y los paraísos fiscales

Los llamados paraísos fiscales[1] son una de las mayores vergüenzas de la humanidad. La opacidad garantizada de las cuentas que en ellos se refugian es la cloaca del mundo en la que se refugia el dinero procedente de las actividades delictivas más deleznables como el trágico de droga o de armas, la financiación del terrorismo internacional, etc. Por supuesto que estas actividades no desaparecerían si no existiesen los paraísos fiscales pero, indudablemente, tendrían inmensas trabas para mover el dinero y eso haría que su potencial para el mal disminuyese de forma muy significativa. En un grado de importancia menor, aunque no irrelevante, también ampara fortunas que, si bien no proceden de actividades delictivas en sí mismas, se han producido en forma de dinero negro que no paga impuestos y que perjudica notablemente a los países que deberían haber recibido esos impuestos. Podríamos decir que son actividades delictivas en segunda derivada. Ahí están muchas empresas y particulares, incluida gente que se considera de izquierdas, pero que no se privan de evadir impuestos. Más adelante volveré, no obstante, sobre el tema de los impuestos, porque no todo sistema impositivo es justo ni moralmente lícito. Los Estados pueden abusar, y casi siempre lo hacen, de su poder para imponer impuestos injustificables. Pero esto es otra historia a la que volveré más adelante.

Hay, sin embargo, otro aspecto de los paraísos fiscales que es, a mi modo de entender, perfectamente ético y que cumple una función relevante. Hay empresas que operan en todo el mundo y que ganan su beneficio, perfectamente lícito, en un país distinto de aquél en el que tienen su sede. Llamemos P al país en el que se ha generado el beneficio y S al país donde tiene su sede la empresa transnacional. La mayoría de ellas pagan los impuestos que deben pagar en P (también hablaré un poco más tarde de las llamadas “estrategias fiscales agresivas” de algunas empresas transnacionales). Pero en la fiscalidad internacional hay que tomar en consideración la llamada doble imposición. Puede ocurrir que una empresa que gana dinero en P y paga allí los impuestos que marca la ley de P, cuando se lleve parte de ese beneficio a S, tenga que volver a pagar otra vez todos los impuestos de S. Esto de pagar dos veces impuestos por lo mismo en dos países es lo que se llama la doble imposición y es, a mi modo de ver, inadmisible. Por eso muchos países tienen entre sí tratados llamados de doble imposición (aunque deberían llamarse tratados para evitar la doble imposición). Estos acuerdos pueden tener múltiples formas pero, de una u otra manera pretenden lo mismo: a) que no se pague dos veces impuestos por lo mismo y, a veces, b) que si P tiene que una tasa impositiva menor que S, sólo se paguen los impuestos de P, que es donde ha generado los beneficios. En algunos tratados, no obstante, este punto b) no existe, sino que al repatriar esos beneficios de P a S, la empresa debe pagar la diferencia de impuestos entre ambos países, aunque el beneficio se haya generado todo él en P. Es indudable que para empresas que operan en diferentes países, determinar dónde se genera el beneficio puede suponer muchísimo dinero. Por eso luego hablaré de las llamadas “estrategias fiscales agresivas”. Pero ahora volvamos a los paraísos fiscales.

Había dicho que hay un aspecto de los paraísos fiscales que yo considero perfectamente ético. Imaginemos una empresa E, que opera en países P en los que no hay tratado de doble imposición con su país S, o que el que hay no contempla la cláusula b). Ahora supongamos que E ha pagado sin engaño los impuestos que debía pagar en los países P y que, de momento, no tiene necesidad de llevar ese dinero a S. ¿Sería ético que mientras no necesite repatriar ese dinero, lo tuviese, declarado con total transparencia, con opacidad cero, en un paraíso fiscal donde lo pueda invertir y no pagar impuestos hasta que se lo lleve a S? Cuando se lo lleve a S, si no hay tratado de doble imposición tendrá que pagar impuestos, no sólo sobre el dinero que ganó en P, sino también sobre el dinero que ganó con sus inversiones en el paraíso fiscal, donde no los pagó porque estaban exentos. Para mí, sin duda, la respuesta a la pregunta anterior sería un rotundo sí. Un caso de esto es el de Apple. Apple tiene fuera de EEUU unos 200.000 millones de $, una buena parte de ellos en paraísos fiscales, totalmente declarado en sus cuentas y con total transparencia de en qué lo tiene invertido. Buena parte de ello en deuda soberana de EEUU y de otros muchos países. ¿Tiene Apple la obligación moral de llevar ese dinero a EEUU y pagar inmediatamente los impuestos correspondientes de S que ya pagó en P? Yo creo que no. Otra cosa es cómo se ha comportado fiscalmente en los países P en los que opera y donde obtiene su beneficio.

Y esto nos lleva, directamente, a las llamadas “estrategias fiscales agresivas”. Éstas consisten en una estrategia para declarar los beneficios, en la medida de lo posible, en los países con una menor tasa impositiva. En Europa, típicamente, ese país es Irlanda, que tiene una tasa de impuesto de sociedades del 12,5% frente a Francia que tiene un 38% o Alemania que tiene un 30%. En España se ha pasado de un 30% en 2014 a un 25% en 2016. Ante estas disparidades, lo primero que hay que preguntarse es el porqué de estas diferencias. Cada país tendrá sus razones pero, en general, la respuesta está en: a) un aparato del Estado sobredimensionado, b) en unas políticas sociales desmesuradas y c) en una enorme ineficiencia en el gasto. Pero, ¿tiene una empresa americana que poner su beneficio en Francia o en España pudiéndolo situar, respetando la legislación de cada país, en Irlanda? La respuesta es, a mi modo de ver, no, no tiene obligación moral de hacerlo. Y ocurre entonces un fenómeno curioso. Casi sin excepción, los países con mayor tasa impositiva son los que menos recaudan el porcentaje del PIB. ¡Claro! Las empresas con sede fuera de Europa, procuran situar su beneficio en los países con menor tasa. Por lo tanto, antes de quejarse, los países deberían considerar las causas que le “obligan” a tener una tasa impositiva alta. A saber, como se ha dicho antes: el sobredimensionamiento de su administración, la desmesura de su sistema de prestaciones sociales y la ineficacia en el gasto.

Pongamos el caso de España. El sistema de las Autonomías supone un Estado gordo y sobredimensionado. En los países con cierto grado de autonomía regional, esta autonomía lleva a ser más eficientes y a ahorrar. En España pasa al revés. El esperpento de las autonomías es una máquina descontrolada para cebarlas, a ellas y a sus dirigentes, y engordar el aparato del Estado. Respecto a las prestaciones sociales, España tiene que pagar enormes sumas de subsidio de desempleo porque, debido a la rigidez de su mercado laboral –que ahora se está flexibilizando, pero que no está completado el proceso– el nivel de paro de larga duración de España es un disparate. Pero está en el panorama político que se reviertan las reformas de flexibilización que tan buenos resultados están dando. Y qué decir del hecho de que haya alemanes que vengan a operarse a España de cosas que no están cubiertas en su país. España tiene sin duda la sanidad pública con una mayor cobertura de Europa. Eso está muy bien, pero la pregunta correcta es: ¿Podemos? Y si miramos la eficiencia en el gasto, resulta que, al menos en Madrid, que yo sepa, se ha prohibido que los servicios sanitarios gratuitos sean prestados por hospitales, no ya privados, sino de gestión privada. La demagogia exige que tengan que ser públicos y gestionados por el Estado, manteniendo a un número mucho mayor de personal del que sería necesario. Y lo mismo podría decirse del sistema universitario. ¡Y así nos luce el pelo! Es decir, ineficiencias por todas partes. Y la pregunta. ¿Tiene una empresa de un país diferente la obligación moral de financiar todos estos dislates pagando una tasa impositiva mayor? Evidentemente, no.

La forma más habitual de situar el beneficio en un país u otro es a través de los llamados “precios de transferencia”. Si una empresa fabrica en un país y vende en otro, dónde se coloca el beneficio está en función de a qué precio interno vende la filial del país en el que fabrica a la filial del país en el que vende o, también, si en el país en el que vende opera con una sociedad anónima o a través de sucursales. Si, por ejemplo, la filial en donde fabrica “vende internamente” muy barato a la filial donde vende, el beneficio se producirá en mayor medida en el país en el que vende, y viceversa. Pero los precios de transferencia están controlados y regulados, por lo que la multinacional sólo tiene un margen limitado de actuación. Los inspectores fiscales de todos los países miran lo precios de transferencia con lupa. Ahora bien, si utilizando ese estrecho margen legalmente sitúa más beneficio en Irlanda que en España o Francia, ¿tienen derecho estos países a quejarse? Yo creo que no. En vez de quejarse deberían esforzarse en poder bajar sus tipos impositivos. Pero, claro, adelgazar la estructura del Estado, racionalizar las prestaciones sociales o mejorar la eficiencia del gasto, son cosas más complicadas que quejarse y acusar de “estrategia fiscal agresiva” a las empresas que hacen lo correcto. Se trata de que sean ellas, además de los ciudadanos, las que paguen todas esas ineficiencias. Además, si lo que paga la empresa es legal y de acuerdo con un cálculo aritmético claro, ¿cuánto más debería pagar para que el Estado con una alta tasa impositiva estuviese contento? Se entra de esta manera en una especie de chalaneo que sólo lleva a una mayor corrupción.

Por supuesto, hay empresas multinacionales que no son limpias ni transparentes a la hora de planificar dónde ponen los beneficios. Si es así, actúese para que se cumpla la ley. Pero si no es así, ¿a qué viene protestar y hablar de “estrategias fiscales agresivas” rasgándose las vestiduras? De todas maneras, muchas veces, esa falta de transparencia, que es lamentable, se ve favorecida porque los propios Estados, celosos de su información, ponen todo tipo de trabas para compartir información con otros, se la ocultan unos a otros y esas suspicacias crean resquicios de opacidad por las que ciertas empresas se cuelan. Desde luego, el hecho de que existan esos resquicios por culpa de la suspicacia de unos Estados con otros no exime de responsabilidad a las empresas que los usan, pero existe una norma legal y moral que dice que si facilitas el delito eres en parte culpable del mismo. Parece que ahora, por estas cuestiones fiscales pero, sobre todo, por la lucha contra el terrorismo, se están intentando definitivamente cerrar estos resquicios. Bienvenidos sean todos los esfuerzos en esta línea pero, por favor, no confundamos a las empresas que usan estos resquicios de opacidad con las que tienen una estrategia, agresiva o no, pero legal y transparente, para poner sus beneficios en mayor medida donde menos tasas impositivas hay.

Lo que ocurre es que los Estados están demasiado acostumbrados a ver a sus ciudadanos como si fuesen un mercado cautivo, cosa que no pasa con los productos de las empresas. Afortunadamente, los consumidores, si no nos gusta un producto, por ejemplo, un smartphone iPhone de Appel, tenemos otros a los que acudir, como Samsung, Nokia o BlackBerry (que por cierto pasó de ser el líder a ser un marginal por no esforzarse en buscar la preferencia de los usuarios). ¿Alguien se imagina cómo serían los smartphons si cada consumidor estuviese obligado a comprar una marca sí o sí y no tuviesen que competir entre ellos? Seguro que serían todos una mierda. Pero la competencia les hace aguzar el ingenio. Pero eso no pasa con los Estados y sus ciudadanos. Si uno es ciudadano español, es un ciudadano cautivo del Estado español. Si la relación de ventajas e inconvenientes que le ofrece el Estado danés, por ejemplo, le parece mejor, no puede hacerse ciudadano danés. Por supuesto, mi españolidad está por encima de cualquier otra cosa, pero no tiene por qué estarlo mi ciudadanía y menos la de una persona jurídica. Debería haber una distinción entre la Patria, como algo que imprime carácter y la ciudadanía que uno elige por cómo se preocupa por él un Estado que tiene la obligación de velar por él. ¿Podemos imaginarnos cómo actuarían los políticos si cada día, como tienen los directivos de empresa, tuviesen sobre su mesa el número de ciudadanos que han dejado de serlo y el de los que han venido, atraídos por sus políticas fiscales y de gasto? Yo sí, y creo que se dejarían de muchas chorradas y procurarían cuidar más a sus ciudadanos. Sé que esto es algo difícil de implementar, pero no imposible y tal vez mis nietos lo vean. Y creo que sería muy bueno para ellos.

Establecida esta distinción entre la perversión basada en la opacidad de los paraísos fiscales y sus aspectos positivos, la pregunta podría ser: ¿Por qué existen paraísos fiscales en el mal sentido del término? Es obvio que existen porque a determinados países convertirse en paraísos fiscales les supone, por muchos motivos, ventajas económicas. Pero, ¿debemos sufrir el resto de los países que haya otros que se declaren paraísos fiscales y sirvan a los intereses de los que trafican con armas o droga o ponen bombas en nuestras ciudades? Ciertamente que no, que eso es profundamente injusto. Pero, dado el sistema de derecho internacional vigente en el que cada país es soberano y ningún otro país puede inmiscuirse en sus asuntos internos, ¿qué puede hacerse? La verdad es que poco, aparte de presiones internacionales como las que se somete a menudo a otros países, como pueden haber sido hasta hace poco Cuba o Irán. A pesar de todo, el hecho de que el G-20 esté empezando a coordinarse y recientemente haya definido una doctrina según la cual, son los paraísos fiscales los que se inmiscuyen en los asuntos internos del resto de los países, puede dar una vuelta de tuerca más a las formas de lucha contra la opacidad que ya están en funcionamiento y que un poco más adelante veremos.

Cuando se han descubierto, por una filtración, las listas de Panamá, han aparecido nombres de particulares y de empresas identificables. Pero los nombres que han aparecido no han sido más que la punta del iceberg y podríamos decir que son los nombres de los pardichorizos, mixtos de pardillo y chorizo. Ningún gran traficante de armas o de droga ni ninguna organización terrorista va a salir de ahí. Porque todas estas organizaciones utilizan de forma tan inteligente como perversa toda una red de sociedades fantasmas cruzadas que utilizan magistralmente todos los resquicios de información que dejan los Estados para que sea prácticamente imposible remontarse hasta el origen. Pero, afortunadamente, esto se está acabando. Los países occidentales le han visto las orejas al lobo y, desde hace bastantes años, no desde ayer, están empezando a tomar medidas.

En primer lugar están regulando cada vez más la información que los bancos tienen que tener sobre sus clientes, sus actividades comerciales, la fuente de sus ingresos y un largo etc. Y éstos tienen, además, la obligación de comunicar a los servicios internacionales de prevención del lavado de dinero toda operación sospechosa para que estos organismos las investiguen, amén de tener listas de los llamados PEP´s (Personas Expuestas Políticamente) a cuyas operaciones tienen que prestar especial atención. Recientemente, en EEUU se han impuesto a varios bancos multas de miles de millones, incluso decenas de miles de millones de dólares, no por blanquear dinero, sino por no tener, a juicio de los organismos reguladores, los sistemas adecuados para detectarlo en el caso de que “los malos” intentasen usar el banco para ello. En segundo lugar, la tecnología de tratamiento de la información junto con los sistemas llamados “big data” permiten cruzar billones de movimientos de dinero, estableciendo relaciones entre ellos y permitiendo cada vez más llegar más y más cerca del origen del dinero delictivo y, sobre todo, paralizarlo o confiscarlo. Además, el hecho de que se hayan filtrado estas listas de Panamá es un precedente estupendo. Dentro de las organizaciones que colaboran en la opacidad trabaja gente honesta que le hiere que pasen esas cosas y que, harta de ello, bajo cuerda, se arriesga a filtrar listas. Me caben pocas dudas de que el caso de Panamá no será un caso aislado, sino un precedente que arrastrará a otras filtraciones.

Por tanto, y creo que sin ser ingenuo, tengo la casi completa seguridad de que los paraísos fiscales opacos tienen sus años contados. Han despertado a la bestia dormida y todos los astros, desde las filtraciones hasta el seguimiento de los movimientos hacia la fuente, pasando por las sanciones a países con paraísos fiscales opacos y la disciplina de y la exigencia a los bancos para que prevengan el lavado de dinero, se están alineando contra ellos en una conjunción letal. ¿Se acabarán los paraísos fiscales opacos? Si dijese que sí pecaría de ingenuo. No, no se acabarán, pero se verán muy dañados. ¿Su disminución acabará con las grandes y deleznables actividades delictivas a nivel internacional? También pecaría de ingenuo si dijese que sí. Pero de lo que estoy seguro es de que las trabas a sus actividades serán tan grandes que su eficiencia para el mal se verá enormemente disminuida.

Sin embargo, y tras esta nota de esperanza, creo que la tecnología también puede jugar un papel negativo en esta lucha. Está iniciándose ahora un fenómeno, cuyo funcionamiento desconozco en gran medida, que puede facilitar notablemente las actividades opacas. Me refiero al fenómeno del “bitcoin”, del que, debido a mi desconocimiento, poco más puedo decir, pero que está ahí y me temo que jugará un papel más bien negativo. Porque creo que aporta un anonimato y una falta de trazabilidad casi como la de los billetes en efectivo, es decir, no deja huellas, pero una rapidez de transferencia a la velocidad de los bits. O sea, el paraíso de “los malos”. En definitiva, estamos inmersos en una lucha entre el bien y el mal, como ha ocurrido desde el principio de la humanidad. Pero creo que, en este aspecto concreto, en el siglo XXI, la balanza se está inclinando, de momento, a favor del bien. Toda esta porquería que sale a la luz es un síntoma de que se están explotando las bolsas de podredumbre y es la afloración de ésta, que huele mal, la que nos indigna. Pero bendito sea que aflore la porquería, aunque huela mal. ¿O sería mejor que no saliese y todo pareciese agua de rosas? En terminología propia, se están pinchando los globos de mierda y bienvenidos sean los pinchazos.



[1] Cada país tiene su propia lista de los países que califica como paraísos fiscales, lo que hace que no haya una lista unificada reconocida por todos. La lista más general es la de los países que la OCDE reconoce como tales. Es una lista de 39 países: República de Nauru, Niue, Principado de Andorra, Anguila, Antigua y Barbuda, Antillas Holandesas, Aruba, Bahamas, Baréin, Belice, Bermudas, Chipre, Dominica, Gibraltar, Granada, Guernsey, Islas Cook, Isla de Man, Islas Caimán, Islas Marshall, Islas Turcas y Caicos, Islas Vírgenes Británicas, Islas Vírgenes de los EEUU, Jersey, Liberia, Liechtenstein, Maldivas, Malta, Mauricio, Mónaco, Monserrat, Panamá, Samoa, San Cristobal y Nieves, San Marino, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Seychelles y Vanuatu.

20 de abril de 2016

Frases 20-IV-2016

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La vida es, quizá, una tragedia, una comedia, una ilusión, una historia de locos; pero quizá no sea sólo eso, quizá sea el envés de otra cosa, el doloroso envés de una llamada a ese otro reino que no osamos esperar y que, al mismo tiempo, esperamos con toda nuestra alma.

J. Rivière

La vida es todo eso que nos pasa mientras nosotros intentamos hacer otras cosas.


No sé de quién es

17 de abril de 2016

Comentarios sobre la exhortación apostólica "Amoris Laetitia"

Lo que viene a continuación no pretende, en modo alguno, ser un resumen de la exhortación apóstolica “Amoris Laetitia”, sino algunas de mis impresiones.

Ha sido para mí imposible hacer ningún tipo de resumen de la exhortación. El documento, aunque dividido en capítulos, cada uno con un tema específico, es, dentro de cada uno de ellos, una acumulación tan exhaustiva y prolija de puntos que su resumen es poco menos que imposible, o así me lo ha parecido a mí. Lo cual no significa, de ninguna manera, que su lectura sea árida. Recomiendo encarecidamente su una lectura hecha con calma, lentamente, sin prisas, y meditativamente, deteniéndose en cada epígrafe.

No era mi intención ir directamente a los temas que se han convertido en el nudo gordiano de esta exhortación, tanto por la trascendencia de los mismos como por que han sido sobre los que han incidido los medios, a saber: 1) el problema del acceso a los sacramentos de los divorciados que han vuelto a constituir una nueva relación, 2) el problema de las parejas y familias no basadas en el matrimonio y 3) la cuestión de la homosexualidad y, más en concreto, del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Pero, al final, no he podido resistir la tentación de ir a esos temas tras la lectura de unos dos tercios del documento. Pero debo decir que, aunque hay lugares en el documento en los que se trata específicamente de estos temas, hay referencias más o menos directas a los mismos todo a lo largo y ancho de la exhortación. Dentro de unas líneas me centraré, pues en lo que se dice sobre esos temas. Pero no puedo, antes, de hacer un comentario general.

El Papa presenta desde el principio el matrimonio y la familia como un maravilloso sueño de Dios para que su criatura más amada, el ser humano, sea feliz. El matrimonio y la familia son una necesidad de la humanidad y encarnan sus más hondos anhelos y aspiraciones. No son por tanto, ni una carga ni unas instituciones de conveniencia. Son consustanciales a la felicidad y realización del ser humano en este mundo. Dice la exhortación: “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente —no aquella de piedra u oro que el Decálogo prohíbe—, capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios”. […] “El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente” […] “De este encuentro, que sana la soledad, surgen la generación y la familia”. Esa belleza intrínseca de la familia no obsta para que el Papa vea, como cualquiera que tenga ojos para ver el mundo, que los seres humanos la hemos convertido a menudo, como hemos hecho con nosotros mismos, en una caricatura a veces grotesca de lo que Dios había soñado para nosotros. Y la Iglesia debe velar por mantener el ideal del matrimonio y de la familia soñadas por Dios pero sin por ello cerrar los ojos al sufrimiento que causa en tantos seres humanos la caricatura en que nos hemos convertido y en la que, en consecuencia hemos convertido a veces el matrimonio y la familia. La pastoral de la Iglesia debe, por tanto estar en los dos frentes. Si se olvida el ideal del sueño de Dios sobre el hombre a través del matrimonio y la familias, se pierde la perspectiva. Pero la contemplación de ese ideal no debe evitar que veamos las heridas y el sufrimiento de tantos seres humanos que han perdido o no han encontrado el camino. Ni el ideal debe ser adulterado por los casos de sufrimiento particular, ni éstos deben ser olvidados en nombre del ideal. Si es verdad que Dios ha dado un instrumento al ser humano para su felicidad y la Iglesia debe cuidar del brillo de ese ideal, no lo es menos que debe también acompañar, consolar, ayudar y acoger a las personas que, al romperse ese ideal, por las causas que sean, viven situaciones de intenso sufrimiento. Recomiendo pues una lectura desde una doble óptica. El asombro por la bondad y belleza del plan de Dios y la misericordia hacia una humanidad doliente de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros.

Dicho esto, vamos a las tres cuestiones planteadas al principio:

1ª) El problema del acceso a los sacramentos de los divorciados que han vuelto a constituir una nueva relación.

Aunque lo que digo en este párrafo no se corresponde directamente con la cuestión planteada, creo que conviene resaltar que la exhortación afirma que hay situaciones en las que la defensa de la propia dignidad no solo aconseja, sino que exige que uno de los cónyuges se separe con la custodia de los hijos. Por ejemplo esto puede darse en casos de violencia física o psíquica sufrida por uno de los cónyuges e infligida por el otro.

Centrándonos ya en el punto en cuestión, hay en la exhortación una aclaración, que no es ninguna novedad, pero que lo es en la forma en que se dice y en la forma en que sale al paso de un malentendido y una desinformación muy vigente: Los divorciados que han iniciado una nueva relación, sean cuales sean las causas que han llevado a ello, NO ESTÁN EXCOMULGADOS. Que no puedan recibir el sacramento de la Eucaristía y de la Reconciliación es algo muy diferente a estar excomulgados. El Papa insiste en que forman parte de la comunidad de la Iglesia de la que son hijos muy queridos.

Para entender la postura de la exhortación sobre la posibilidad de que puedan recibir el sacramento de la Eucaristía y acercarse al de la Reconciliación hay que remontarse a los dos anteriores sínodos extraordinarios sobre la familia que tuvieron lugar recientemente. Si alguien quiere que le mande la relatio final de ambos sínodos y las opiniones que expresé en su día, no tiene más que pedírmelo. Pero explico brevemente las dos posturas que había. Sin embargo, antes de exponerlas sucintamente, quiero dejar constancia de que ninguna de las dos posturas pone en tela de juicio, ni tampoco, por supuesto, lo hace la exhortación, la indisolubilidad del matrimonio ni ninguna otra doctrina aceptada por la Iglesia hoy. Copio a continuación el nº 62 de la exhortación:

“62. Los Padres sinodales recordaron que Jesús «refiriéndose al designio primigenio sobre el hombre y la mujer, reafirma la unión indisoluble entre ellos, si bien diciendo que “por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así” (Mt 19,8). La indisolubilidad del matrimonio —“lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt19,6)— no hay que entenderla ante todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don” hecho a las personas unidas en matrimonio [...] La condescendencia divina acompaña siempre el camino humano, sana y transforma el corazón endurecido con su gracia, orientándolo hacia su principio, a través del camino de la cruz. De los Evangelios emerge claramente el ejemplo de Jesús, que [...] anunció el mensaje concerniente al significado del matrimonio como plenitud de la revelación que recupera el proyecto originario de Dios (cf. Mt 19,3)»”

Lo que se planteó en el sínodo fueron dos posturas no antagónicas, puesto que están de acuerdo en lo fundamental, que podrían expresarse así: ¿Debería la Iglesia seguir negando, sin discernir casos particulares, el acceso a los sacramentos a todos los divorciados vueltos a casar o debería considerar caso por caso y considerar algún caso excepcional? En la relación final del sínodo no aparecía por ningún lado el “barra libre para todos”, con perdón por la frivolidad de la expresión. Los que eran partidarios de discernir casos particulares lo eran en la atención de que podía haber casos en los que una persona divorciada y vuelta a casar podía no estar en situación de pecado mortal y, en ese caso, no había razón alguna para decir que no podía acceder a la Eucaristía y a la Reconciliación para que pudiese reconocer y obtener el perdón de otros pecados que, como todo ser humano pudiera tener. Los que defendían esto se apoyaban en una vieja tradición de la Iglesia, reflejada en el Catecismo de la misma, que afirma que para que se de la situación de pecado mortal tendrían de darse tres condiciones. A) Materia grave, B) plena advertencia de esta materia grave y C) perfecto consentimiento en la comisión del pecado. Los Padres que defendían en el sínodo la excepcionalidad, lo hacían en la perspectiva de que podía haber casos en los que la condición C) no se diese y que si el discernimiento de quien correspondiese en la Iglesia llegaba a la conclusión de que no se daba, se le podía permitir al acceso pleno a los sacramentos.

Pues bien, es evidente que el Papa se identifica con ella. Dice:

“La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa. Como bien expresaron los Padres sinodales, «puede haber factores que limitan la capacidad de decisión»”.

Pero ojo, en ningún momento dice que “adelante con los faroles” ni establece los métodos y procesos a seguir para determinar esas excepciones. Más bien lo que hace es prevenir contra la ligereza en este asunto. Cito de forma textual y completa el nº 300 de la exhortación.

“300. Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas, como las que mencionamos antes, puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas. Los presbíteros tienen la tarea de «acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento. Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al matrimonio. Una reflexión sincera puede fortalecer la confianza en la misericordia de Dios, que no es negada a nadie». Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que «orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Dado que en la misma ley no hay gradualidad (cf. Familiaris consortio,34), este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia. Para que esto suceda, deben garantizarse las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y con el deseo de alcanzar una respuesta a ella más perfecta». Estas actitudes son fundamentales para evitar el grave riesgo de mensajes equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente «excepciones», o de que existen personas que pueden obtener privilegios sacramentales a cambio de favores. Cuando se encuentra una persona responsable y discreta, que no pretende poner sus deseos por encima del bien común de la Iglesia, con un pastor que sabe reconocer la seriedad del asunto que tiene entre manos, se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral”.

Por tanto, el Papa, aún tomado postura a favor de la apertura discernida, no ha abierto ninguna puerta a los sacramentos. ¿Lo hará en el futuro? Sólo él lo sabe. Pero a mí no me extrañaría, y me alegraría, que pronto saque un documento de rango más reglamentario y de derecho canónico para, como hizo con el tema de las nulidades matrimoniales, definir ese camino. Qué esto se produzca o no, es algo que hoy por hoy es mera especulación. Por lo tanto, dejemos, y pidamos, al Espíritu Santo que actúe sobre el Papa para iluminarle sobre lo que es bueno para la familia, la Iglesia y la humanidad.

2ª) El problema de las parejas y familias no basadas en el matrimonio.

En lo que se refiere a este tema, la exhortación pretende, con un equilibrio a mi modo de ver exquisito transformar los peligros en oportunidades. En ese sentido procura ver, con prudencia, todas las formas de convivencia entre un hombre y una mujer no basada en el matrimonio como un avance positivo, en distintos grados según los casos, hacia el matrimonio. No creo que pueda hacer nada mejor sobre este punto que copiar íntegramente todo un epígrafe de la exhortación.


293. Los Padres también han puesto la mirada en la situación particular de un matrimonio sólo civil o, salvadas las distancias, aun de una mera convivencia en la que, «cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio». Por otra parte, es preocupante que muchos jóvenes hoy desconfíen del matrimonio y convivan, postergando indefinidamente el compromiso conyugal, mientras otros ponen fin al compromiso asumido y de inmediato instauran uno nuevo. Ellos, «que forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora». Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano, sino también «el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad», para «entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud». En el discernimiento pastoral conviene «identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual».

294. «La elección del matrimonio civil o, en otros casos, de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes». En estas situaciones podrán ser valorados aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios. Sabemos que «crece continuamente el número de quienes después de haber vivido juntos durante largo tiempo piden la celebración del matrimonio en la Iglesia. La simple convivencia a menudo se elige a causa de la mentalidad general contraria a las instituciones y a los compromisos definitivos, pero también porque se espera adquirir una mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo). En otros países, por último, las uniones de hecho son muy numerosas, no sólo por el rechazo de los valores de la familia y del matrimonio, sino sobre todo por el hecho de que casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho». Pero «es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza». Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio.

295. En esta línea, san Juan Pablo II proponía la llamada «ley de gradualidad» con la conciencia de que el ser humano «conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento». No es una «gradualidad de la ley», sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley. Porque la ley es también don de Dios que indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social»”.
 
Creo no haber leído en la exhortación, a pesar de su exhaustividad nada acerca de las uniones que tienen el deseo explícito de no tener nunca hijos. Los llamados DINKis (Double Income No Kids) ni de las personas, parejas o individuos aislados que tras decenios de huir de tener hijos como si fuese una terrible enfermedad, y tras haber hecho todo, aborto incluido, para evitarlos, deciden que el tener un hijo pase de ser una enfermedad a ser un derecho inalienable. Imagino que estas actitudes no encajan estas cosas en esa ley de la progresividad, aunque, por supuesto, también demandan misericordia y comprensión.

3ª) La cuestión de la homosexualidad y, en concreto, del matrimonio entre personas del mismo sexo.

El Papa afirma categóricamete: “deseamos ante todo reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar «todo signo de discriminación injusta» y particularmente cualquier forma de agresión y violencia”. Por supuesto, esto no es ninguna novedad, pero está muy bien que se repita de forma reiterada porque no pocas veces algunos cristianos (y no cristianos) han despreciado a los homosexuales. El Papa afirma sin ambages que las personas con tendencias homosexuales son amados por Dios, pertenecen a la comunión de la Iglesia que debe cuidarles y acompañarles en sus dificultades que, se diga lo que se diga, son duras y difíciles. Pide a las familias en las que hay una persona con esas tendencias que las ayuden y las acompañen con todo el amor del mundo. Pide para ellos “un respetuoso acompañamiento, con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”. Lo que es una forma de decir que están también llamados a la santidad, pues la santidad no es otra cosa que la realización plena de la voluntad de Dios en la vida de una persona.

Ahora bien, en lo que se refiere a la unión matrimonial entre personas del mismo sexo, la exhortación es tajante. Afirma:

“…los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, «no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia [...] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el ‘matrimonio’, entre personas del mismo sexo»”.


Como he dicho al principio, no es mi propósito con lo dicho anteriormente sustituir la lectura sosegada, atenta, profunda y abierta de esta exhortación que es, a mi entender, un auténtico tratado del matrimonio y la familia dentro del plan de Dios y de la forma de abordar desde la misericordia y el amor las sombras que la naturaleza caída del hombre arroja sobre este luminoso instrumento divino.