27 de mayo de 2017

Los populismos triunfarán

[1]Holanda primero. Francia después. Parece que en España Podemos ya no tiene el tirón de hace unos meses (aunque de ninguna manera hay que confiarse). Podríamos pensar que la marea del populismo está bajando. Puede que lo esté haciendo coyunturalmente pero, desgraciadamente, me quedan muy pocas dudas de que es cuestión de tiempo que los populismos –de derechas o de izquierdas, los populismos son populismos antes que de derechas o de izquierdas– triunfen. Lo siento. Me gustaría ser optimista, pero mi razón no me deja. Claro que me gustaría que mi razón no tuviese razón, pero mucho me temo que no es así. ¿De dónde nace este casi completo convencimiento? Intentaré explicarlo.

Creo que las economías de los países occidentales, en espacial las de Europa, están gravemente enfermas. Y creo que esa enfermedad está causada por una medicina que toman masivamente, que quita el dolor social y produce una agradable sedación a corto plazo, pero que nos está matando. Esa medicina se llama socialdemocracia y al liberarse en el torrente sanguíneo de la economía se transforma en dos subproductos letales: estado del bienestar y redistribución de la renta.

Los países desarrollados llevan mucho tiempo haciéndose adictos a esa medicina. ¿Me atrevería a decir una fecha? No con mucho convencimiento, aunque no es importante la fecha, creo que se puede tomar el New Deal de Franklin D. Roostvelt, allá por los años 30´s del siglo pasado, como punto de arranque. Pero sea cual sea su inicio, nos hemos ido acostumbrando a que el estado se vaya haciendo cargo cada día de más cuestiones que deberían caer dentro de la responsabilidad de cada uno. Pero, claro, responsabilidad y libertad son las dos caras de una misma moneda y, por ende, al cederle nuestras responsabilidades, le cedemos también nuestras libertades. La sociedad civil se anestesia y la libertad se limita prácticamente a ir una vez cada cierto tiempo a poner una papeleta en una urna. Triste concepto de libertad.

Y así, ha ido creciendo el estado del bienestar. Por supuesto, no soy un antisocial. Creo que el estado de un país desarrollado no puede permitir que nadie se quede sin atención médica de calidad por falta de medios. Ni que un niño se quede sin formación por ser pobre. Ni que nadie pase auténtica hambre o frío por no tener recursos. Ni que una persona que ha trabajado toda su vida no tenga una pensión digna. Si el estado del bienestar hubiese sido eso, garantizar esas cosas sólo a los más necesitados y vulnerables de la sociedad, sería un entusiasta partidario del mismo. Pero no. Ha llegado a los extremos que hoy podemos ver. ¿Por qué a un ciudadano, por ejemplo, yo, que podría perfectamente pagarse un seguro médico de calidad se le tiene que dar este servicio “gratuito”? ¿Por qué a una persona que puede pagar el colegio y la universidad de sus hijos, tiene que darles eso “gratis” el estado? ¿Por qué una persona que gana lo suficiente como para ahorrar no puede hacerse a lo largo de su vida laboral una hucha que le garantice su pensión en vez de tener que cruzar los dedos para que cuando se jubile haya los suficientes jóvenes –que seguro no habrá– para pagarle la pensión? Como sabe que no los habrá, se tiene que hacer, además de lo que paga de impuestos, su propio fondo de pensiones. No me duele reconocer que cuando uso los servicios de salud de urgencias de la Seguridad Social, que son de calidad excelente, me siento muy bien. Pero esa sensación me dura cinco minutos, porque en seguida me pregunto: Si no tuviese que pagar esto con mis impuestos, ¿podría tener una sanidad de calidad a un coste menor de lo que pago? Y la respuesta es que sí. Pero ocurre además, que yo, como muchos españoles, tenemos un seguro médico privado. Porque si por el motivo que sea, desde un esguince hasta un infarto de miocardio, tienes que ir a urgencias de la Seguridad Social, la atención es inmediata e impecable –aunque probablemente a un coste disparatado. Pero si tienes que ser atendido u operado de algo que no es urgente, la espera puede ser muy larga. De forma que interesa ir a una clínica privada, pagada por tu seguro, donde te lo hacen de inmediato. Al menos en la sanidad, lo que sí está garantizado es la atención de alta calidad, aunque sea tarde. Pero, ¿qué pasa con la educación? ¿Por qué para que me salga más barata la educación universitaria de mis hijos tengo que mandarlos a una Universidad masificada donde ni siquiera saben tener bajo control a los cadáveres que necesitan para las prácticas de anatomía de los estudiantes de medicina? En fin, que sería mucho mejor que hubiese menos impuestos y que cada uno pudiese curarse donde quisiera, con un buen seguro médico o mandar a sus hijos a la universidad que quisiera sin pagar dos veces por ello. Nos saldría a casi todos, mucho más barato. Por supuesto, como he dicho antes, habría que recaudar los impuestos necesarios, que yo pagaría encantado, para que los más vulnerables pudiesen cuidar su salud o formarse. Y esto se refiere sólo a la sanidad y la educación, dos cuestiones vitales para una sociedad avanzada. Pero, ¿qué decir de las inmensas vías de agua monetaria por las que se va el despilfarro del estado? ¡¡¡¡Uffff!!!! Porque, como dice el viejo refrán español, en el comer y en el rascar, todo es empezar y, claro, como eso de tener dinero de otros para gastar es algo que debe dar mucho gustirrinín (y a menudo tentaciones de corrupción) al que decide en qué gastárselo para favorecer a quién, se abre la veda para cazar con pólvora del rey. Y los impuestos suben, y suben y suben. Si echásemos la vista atrás a lo que era el peso del estado en la economía de cualquier país desarrollado hace unos 80 años, antes del New Deal, y lo comparásemos con lo que es hoy, se nos pondrían los pelos como escarpias.

Debiera ser evidente, aunque a menudo no lo es, que cuando se dice que el estado da determinados servicios “gratis”, se está diciendo una tontería. Los está cobrando, de otra manera, pero los está cobrando. Generalmente a alguien distinto de quien los recibe. Esto, que puede ser razonable únicamente para los más necesitados en sanidad, educación, pensiones y alguna que otra cosa más, es inaceptable para casi todo lo demás en lo que el estado se gasta nuestro dinero. A veces es difícil hacer que un servicio público lo pague quien lo usa, pero en muchos casos sería perfectamente posible si se quisiese. Pero, además, cada euro que se lleva el fisco, es un euro menos que los ciudadanos tienen para ahorrar/invertir o para gastar. Por tanto, es un euro menos disponible para servir de “gasolina” al sistema económico empresarial. Y éste es el único que crea riqueza. No me puedo resistir a citar una frase de Winston Churchill que dice que “muchos ven al empresario como un lobo al que hay que matar. Otros lo ven como una vaca a la que hay que esquilmar. Pero pocos lo ven como el caballo percherón que tira del carro”. Tan magnífica como cierta. Por supuesto, hay determinadas cosas, como ciertas infraestructuras que, en algunos casos (muchos menos de los que se pueda pensar), puede ser difícil que sean abordados por la iniciativa privada. Pero quitando esos pocos casos, lo anterior es cierto. Y esa “gasolina” que se le quita al sistema productivo empresarial merma la capacidad del mismo de generar riqueza. Es como quitarle parte de su sustento al percherón. Si se suma el efecto que tienen los impuestos en el incentivo emprendedor e inversor con los que tiene el hecho de que se les quite también alimento o gasolina, ocurre que el incentivo para emprender o invertir empresarialmente, disminuye. Cada subida en los impuestos o cada desviación de alimento o gasolina del sector productivo empresarial, crea una cosecha de empresarios y emprendedores que deciden no invertir o emprender. Es decir, es un freno a la creación de riqueza.

Pero, por si lo anterior no fuera suficiente, papá estado ha decidido que entra en sus funciones la redistribución de la renta. Conviene partir de la base de que el dinero que uno gana honestamente, es decir, sin engañar a nadie, respetando la justicia conmutativa en los contratos, es decir, a través de un mercado libre, sin privilegios dados a dedo por el poder, es de uno y, por tanto, dentro de los límites de la ley, puede hacer con ello lo que quiera. Creo que es un deber de conciencia humanitaria y filantrópica que los que más tengan dediquen una parte de sus bienes a atender las necesidades de los más necesitados. Si alguno de los que más tiene es cristiano, tiene, además, de la obligación humanitaria y filantrópica, el mandato de su religión. Pero eso es algo que pertenece a la conciencia de cada uno como libremente él decida. De ninguna manera es quién el Estado para irrumpir en ese ámbito ético, libre y personal. Máxime si, como se ha dicho antes, ya estuviese garantizada la asistencia mínima para quien padezca necesidad extrema[2]. No obstante parece que el estado está cada vez más decidido a decir cuánto es justo que gane cada uno y a gravar con impuestos cada vez más progresivos a quien considera que gana demasiado, para con ello impulsar el crecimiento de los gastos cada vez más desmesurados del estado del bienestar. ¡Que lo paguen los ricos! es una frase que se oye cada vez más en la televisión y en muchos otros ámbitos cuando se pregunta de dónde va a salir el dinero para aumentar vaya usted a saber qué gasto supuestamente social. Pero ocurre que los ricos, en una sociedad de libre mercado, son ricos porque invierten en crear productos y servicios útiles para millones de ciudadanos medios. Y si los impuestos son tan altos que no encuentran incentivo suficiente para llevar a cabo estas inversiones, pues dejarán de invertir. Es evidente que no hay un umbral rígido a partir del cual la gente que invierte deje de invertir. Pero cada vez que se aumentan los impuestos hay una cosecha de posibles inversores que dicen que invierta su abuela. Por supuesto, siempre habrá algunos que inviertan aunque los impuestos les quiten el 80%[3], pero mucho antes de llegar a eso no quedarán los suficientes para crear riqueza ni empleo. Lo mismo pasa por el lado de los ingresos. Si a gente que podría perfectamente ganarse la vida se le asegura un sueldo vital, es decir, de por vida –que es distinto del mínimo vital para las personas vulnerables– y se le da “gratis” un salario vital “digno” –léase para vivir con comodidad–, cada vez habrá más gente que decida no trabajar y que piense que es mejor hacerse profesional del “dolce far niente” y de buscar subsidios por acá y por allá.  Por supuesto, como en el caso de los inversores, siempre habrá gente cuyo concepto de la dignidad les lleve a trabajar para ganarse la vida con independencia del salario vital “digno” que les paguen “gratis”. Pero cada vez que ese salario suba, habrá una nueva cosecha de vagos creados artificialmente. Vagos que considerarán un derecho inalienable el que les paguen ese salario vital “digno” y que exigirán que aumente con el IPC. Una persona que ha dedicado su vida a ayudar a los más desfavorecidos a salir de la pobreza por sí mismos facilitándoles microcréditos para sus micronegocios me dijo un día una frase digna de ser grabada en un frontispicio: “El subsidio genera dependencia, la dependencia genera resentimiento, el resentimiento genera odio y el odio genera violencia”. ¿Se puede dudar de la veracidad de esta frase?

Ésta es la “medicina” que está matando a las economías occidentales y europeas en especial. Ésta es la “medicina” de la que exigen cada vez en mayor dosis los populistas de izquierdas y los ninis crónicos que se han creado. Por otro lado, la “medicina” que quieren que se recete los populistas de derechas es la del proteccionismo arancelario y de otros tipos, que destruyen el comercio internacional, produciendo, de otra manera distinta y por otros mecanismos “fisiológicos”, el mismo efecto: la muerte de la economía de la prosperidad. Estado del bienestar y proteccionismo son incompatibles con la economía de la prosperidad que se ha desarrollado en los últimos 200 años anteriores al New Deal. La velocidad inercial de esos 200 años está ya casi frenada en los últimos 80.

Muchos se permiten el lujo de despreciar el bienestar creado por esta economía de la prosperidad diciendo que no solo de pan vive el hombre. Y tienen razón en esto, pero al panadero hay que pedirle que haga pan y al bodeguero que produzca vino. No se le puede pedir todo al panadero, ni despreciarle porque no hace vino. La función de la economía es organizar a la sociedad para que la mayor cantidad posible de seres humanos vivan en unas condiciones materiales que sean las mejores posibles. Pedirle otra cosa que pan a la economía es como pedir peras al olmo. Y, además, hay que tener muy en cuenta la palabra “posible” utilizada dos veces. Raya en el infantilismo, muy propio, por otro lado, de los tiempos que vivimos, el “I want it all and I want it now”. Y si no es así protesto y declaro al panadero reo convicto de muerte. Y desarrollo el preocupante sentimiento de virtud de sentirme bien por sentirme mal. Sentimiento que me justifica para protestar sin hacer nada. Claro que me gustaría que la pobreza fuese erradicada de inmediato. Pero no conviene perder de vista que la pobreza era el estado generalizado de la humanidad hace 280 años y que desde entonces, no ha parado de disminuir. Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, el porcentaje de personas que viven en pobreza extrema en el mundo está por debajo del 10%. Y si dejásemos trabajar al panadero como lo ha hecho hasta ahora, su increíble máquina de hacer pan haría que la pobreza desapareciese un unos años. Pero cada vez le dejamos menos.

En todas estas críticas hay una concepción errónea: pensar que la economía es un juego suma 0 en el que si unos ganan mucho, es a costa de que otros vivan en la miseria. Pero las cosas son exactamente al revés. Los Gates, Jobs, Ortegas, Bezos, Roigs, etc., no me hacen a mí ni a nadie más pobre, sino más rico. Cuando compro alguno de esos productos libremente, estoy generando valor para mí. Esos bienes valen para mí más que el dinero que pago por ellos. Si no, no los compraría, puesto que nadie me obliga a ello. Pero, me estoy desviando de la cuestión. Volvamos al hilo conductor.

¿Nos quitaremos entonces esa “medicación” que nos mata? ¡De ninguna manera! Deseamos su sedación por encima del daño que nos produce. Ciertamente, es difícil que se rechace la sedación que produce la letal “medicina”, porque la inmensa mayoría de las personas no es consciente del efecto mortífero de esa “medicación”. Y si no hay consciencia de ello, ¿por qué vamos a quitárnosla? Al contrario, cuanto peor nos sintamos, cuanto más nos duela la enfermedad que produce la “medicación”, más querremos su efecto sedativo, entrando así en una espiral de destrucción. ¿Se puede hacer que la gente sea consciente del efecto letal de esta “medicina”? Difícilmente, por tres motivos: El primero es que los seres humanos valoramos más el corto que el largo plazo. Si nos quitamos la “medicina”, el dolor será inmediato, pero el bienestar lo sentiremos mucho más tarde. El segundo es un fenómeno que describió en una magnífica frase Alexis de Tocqueville: “La gente está más dispuesta a aceptar una mentira simple que una verdad compleja”. Y la verdad de por qué esa “medicina” mata es una verdad compleja, mientras que la mentira de que lo que nos mata es que los ricos son ricos a costa de los pobres –o de que los países en desarrollo quitan los puestos de trabajo a los industrializados que lleva al populismo proteccionista de derechas– son mentiras simples. Y los populismos son especialistas en vender mentiras simples. No necesitan apenas venderlas, se las quitan de las manos. El tercero es que nadie es más ignorante que el que no quiere aprender ni más sordo que el que no quiere escuchar. ¿Cómo va a querer aprender esa verdad compleja alguien que vive de las subvenciones de las mentiras simples? Por eso las democracias occidentales se deslizan y se deslizarán cada vez más hacia los populismos de un signo u otro. Los partidos de derecha moderada que podrían ser liberales y defender la economía de la prosperidad, no lo hacen por dos motivos. El primero porque muchos de los miembros de esos partidos le han cogido el gusto a eso de administrar dinero de los demás para hacer amigos con él –y también para enriquecerse ellos mismos– y, por tanto, se apuntan al crecimiento megalómano del estado e intoxican con ello el libre mercado. Es decir, dejan de apoyar el libre mercado, aunque digan creer en él. El segundo porque se dan cuenta de que si defendieran esas verdades complejas que la gente no acepta, perderían votos. Y, en última instancia, el fin de los partidos políticos es perpetuarse en el poder. La socialdemocracia está de capa caída, es cierto, pero para perder terreno ante los populismos de izquierdas. Y los partidos que pudieran ser liberales están corriendo, aunque sea a regañadientes, una carrera hacia recetar mayores dosis de intervencionismo, por los dos motivos anteriormente citados, mientras por el otro lado pierden terreno frente a los populismos proteccionistas de derechas. Y cuando la sociedad se divida entre dos populismos de signo contrario, que se dejan quitar de las manos mentiras simples que gustan cada vez a más gente que no están interesados en las verdades complejas, la libertad individual habrá muerto. La democracia, que nació como una manera de preservar esa libertad, está cayendo, mucho me temo, en la terrible contradicción de sembrar las semillas que, casi con seguridad, matarán esa libertad.

¿Hay solución?  Podría haberla, solo podría, en condicional, recorriendo dos caminos que no son excluyentes sino complementarios.

El primero, que la gente se dé cuenta de que la economía de la prosperidad, a la que está acostumbrado, no está ni mucho menos garantizada. No es un derecho de algo que se tenga que dar por garantizado por nadie, ni una ley de la naturaleza, como la de la gravedad, que se tenga que cumplir de forma determinista. Ningún estado, por muy paternalista que sea puede garantizar que la economía de la prosperidad funcione. Lo que sí puede hacer, con su proteccionismo, es que deje de funcionar. Como un padre que por sobreproteger a su hijo le hace un perfecto inútil. Y darse cuenta de esto no es algo que ocurra como una conclusión a la que se llega tras un complejo conjunto de silogismos. Ya hemos visto que por este camino la gente no acaba de convencerse de nada. Esto es algo que se puede ver en sociedades reales como la Venezuela actual cuyo populismo la ha llevado a donde está. Ahí es a donde llevan los populismos. ¡Miradlo de frente! Allí se acaba cuando se abusa del estado protector, bien sea que proteja a unos mediante impuestos de los otros (populismo de izquierdas) o se pretendan proteger los puestos de trabajo autóctonos a base de protección arancelaria u otras trabas al libre comercio internacional (populismo de derechas).

El segundo camino sería la adaptación del sistema democrático a las circunstancias actuales. No sé cómo debería ser esta adaptación, pero es evidente, como he dicho antes, que el sistema democrático actual, que en su momento nació para hacer posibles las libertades individuales las puede llegar a matar. A pesar de no saber cómo pueda ser está evolución del sistema democrático, en un futuro escrito me atreveré a dar unos cuantos palos a ciegas y, por tanto, sin confiar demasiado en lo que pueda decir. Pero tal vez mis ideas puedan ayudar a otros a alumbrar unas mejores, de ahí mi atrevimiento.



[1] Esta reflexión está escrita antes de las primarias del PSOE y no he querido tocarla tras ellas. Pero parece que este hecho va en línea con lo que aquí escribo.
[2] Lo ideal sería que fuesen los ciudadanos los que libremente cubriesen ese mínimo y el Estado tuviese sólo una actuación subsidiaria. Los ciudadanos están más cerca de las necesidades reales de la gente que lo que el estado pueda ver desde su torre de marfil. Además, si ya ahora la generosidad ciudadana es enorme a través de ONG´s y Fundaciones, con la rebaja de impuestos planteada con estos principios, esa generosidad aumentaría notabilísimamente. Pero, dejémoslo al revés de como debería ser. Aceptemos a regañadientes que el estado cubra las necesidades básicas y la sociedad civil libre sea subsidiaria.
[3] La cifra del 80% pudiera parecerle disparatada a alguno. Pero no lo es. Si se tienen en cuenta todos los impuestos, IVA, IRPF, Sociedades, Seguridad Social a cargo del trabajador y de la empresa, etc., en estos momentos estamos en España claramente por encima del 60%.

21 de mayo de 2017

¡Ha ocurrido! Y, ahora, ¿qué?

Bueno, pues ha ocurrido. Pedro Sánchez vuelve a dirigir el PSOE. Y con la autoridad de una victoria aplastante.

Primer test: Moción de censura de Podemos. Me caben pocas dudas de lo que hará el PSOE. Votar junto con Podemos. ¿Se les unirá algún partido nacionalista? Tampoco me caben muchas dudas de que se les unirá el frente independentista catalán. ¡Bonito panorama! No recuerdo muy bien las matemáticas parlamentarias, pero con un poco de mala suerte, tenemos a Pablo Iglesias en el gobierno. ¿Alguien recuerda el complot que estaba urdiendo Pedro Sanchez cuando le echaron los de su propio partido? Pues aquí está otra vez. Y si Pablo Iglesias llega al gobierno, Podemos no será lo que ahora quiere aparentar ser. La verdad de lo que es él y Podemos, es lo que decían cuando no tenían que disimular. Un pequeño vídeo para desmemoriados:


Y ahora, una cosa que a algunos les va a molestar, pero que es una verdad incontrovertible: El único valladar al populismo de extrema izquierda que nos quiere llevar a la ruina y la catástrofe, se llama PP. Al que le guste bien. Al que no le guste, también bien. Somos libres. A mí no me gusta, pero no se trata de que me guste o no. Es así. El que quiera esa supuesta “catarsis” que algunos añoran, que la llame. Pero cuando llegue yo les consideraré responsables. Y creo que la historia también. Naturalmente, eso no tiene ninguna importancia, pero que cada palo aguante su vela y el que tenga oídos para ver y ojos para ver, que oiga y vea. A mí me queda la palabra.


Mientras tanto, vivamos confiados. Comamos y bebamos en la ciudad alegre y confiada. Elucubremos. Imaginemos que nunca pasa nada, que las decisiones no tienen consecuencias.

17 de mayo de 2017

capitalismo y Doctrina Social de la Iglesia

Soy hijo de la Iglesia y, por lo tanto, la quiero y la considero Madre y Maestra. Pero, como ocurre con un hijo adulto que quiere, respeta y toma en gran consideración a su madre, hay cosas en las que discrepo de ella y es, además, lícito y hasta sano que discrepe en según qué cosas. Cuando se considera el magisterio de la Iglesia y su importancia y grado de vinculación debida para uno de sus hijos hay que considerar dos aspectos.

Primero, la forma en la que ese magisterio se expresa. No es lo mismo una opinión de un sacerdote que una declaración ex-cátedra de un Papa. Lo primero no merece más grado de adhesión que la credibilidad y sentido común del sacerdote que expresa la opinión. Lo segundo exige adhesión y, en caso de no darla, el hijo se declara pródigo. Entre estos dos extremos hay una infinita variedad, tanto en cuanto a la persona que expresa su opinión como en cuanto al documento declarativo en el que se expresa. La persona puede ser desde un sacerdote hasta el Papa y el documento tiene degradés que van desde una declaración dogmática ex cátedra o, bajando en la escala, una encíclica, una exhortación apostólica, una carta pastoral o un motu proprio[1].

Segundo aspecto, el contenido de la declaración. No es lo mismo, que el documento, tenga el grado de importancia que tenga, hable sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía que que hable de la mayor o menor bondad de un determinado sistema económico. El primero afecta directamente al núcleo más profundo de la doctrina y el segundo, a cuestiones aledañas a la fe y la moral que requieren, además, un sólido conocimiento para que la opinión sea tenida en cuenta.

La Doctrina Social de la Iglesia se ha expresado de muchas maneras a lo largo de la historia. Desde cartas, libros, consejos, etc. de teólogos morales del siglo XVI o XVII –o, por supuesto, anteriores–, que también son DSI, hasta encíclicas, que empezaron a formar parte de esta DSI a partir de que León XIII publicara la Rerum Novarum en 1891. No hay, que yo sepa, ningún documento de rango superior a una encíclica que forme parte de la DSI, y, desde luego, nunca, ningún Papa ha hecho una declaración ex cátedra sobre este tema, ni la hará nunca. Incluso, dentro de los documentos que se consideran parte de la DSI, hay cuestiones que hablan de los principios morales básicos como el no robar, el ser equitativo y justo, la obligación de practicar la caridad cristiana con los débiles, etc., mientras que también hay opiniones sobre distintos sistemas económicos concretos. Evidentemente, dentro de un mismo documento, los primeros tienen mayor importancia y obligan más en conciencia que los segundos. Pero dado que, en general, los medios de comunicación y las personas dan más peso a los segundos, estos saltan a la palestra de discusión pública más que los primeros, aun siendo menos importantes y vinculantes.

Como consecuencia de esto, la DSI se ha convertido en una mezcla tremendamente heterogénea de principios básicos importantes y de opiniones que distintos miembros de la jerarquía eclesiástica, del Papa para abajo que tienen. En los primeros, como no podía ser de otra manera, hay una coincidencia generalizada entre todos los documentos. En cambio en los segundos hay muy distintas orientaciones según el Papa u Obispo que las sustenten. Y a menudo hay divergencias importantes. Ni que decir tiene que mi adhesión a los primeros es total mientras que respecto a los segundos me siento con total libertad de expresar mis creencias, basadas en mi formación económica y en mi razón.

Por aquello de que la difusión de los contenidos de estas últimas, las opiniones, están sesgadas por las corrientes socio-políticas, las que más difusión tienen son las que contienen opiniones que van contra el capitalismo y, más en general, sobre el liberalismo económico.

Mi conocimiento del contenido de la DSI es limitado. Conozco una buena parte de la misma anterior a la Rerum Novarum, más específicamente, de la Escuela de Salamanca –que es también DSI– y me he leído todas las encíclicas consideradas como parte de la DSI, desde la Rerum Novarum de León XIII hasta la Laudato Si de Francisco. No es mucho, pero tampoco poco, y estoy convencido de que es más de lo que conoce de ella el 90% de la gente que opina. De ese conocimiento extraigo varias conclusiones.

1ª La DSI da un giro copernicano a finales del siglo XIX, cuando empiezan las encíclicas sobre ella. De una visión liberal de la economía por parte de la Escuela de Salamanca, se pasa a una visión que es, a menudo, crítica contra el liberalismo económico. Y esto ocurre por dos motivos: a) El ataque a la Iglesia del pensamiento liberal, en un sentido no económico sino científico -  filosófico, y b) la aparición del proletariado y de las ideas marxistas. Es comprensible. El pensamiento cientificista e ilustrado decimonónico, en su forma más radical, desconectó absolutamente fe y razón y pretendía reducir la fe a la irracionalidad y, por lo tanto, al campo de lo superfluo e innecesario, cuando no de lo supersticioso, perjudicial para el progreso humano. La Iglesia hizo bien en reaccionar contra esta visión radical de la Ilustración, si bien en ciertas ocasiones, como el Syllabus de Pío X, se pasó más de tres pueblos en su reacción. Además, en esta reacción, en mi opinión demasiado furibunda, metió en el mismo saco el liberalismo económico y el filosófico - moral. Cosa que no debe confundirse, porque hoy en día, los liberales más radicales en el sentido filosófico son más bien de izquierdas en lo económico, mientras que los liberales en lo económico, suelen ser enormemente más moderados, e incluso conservadores, en lo moral. En cuanto a la aparición del proletariado se refiere, no cabe duda de que cuando se ven las condiciones de vida en las que vivía la clase proletaria en las primeras fases de la revolución industrial, se le encoge a uno el corazón. Pero esa visión tiene mucho del sesgo que podríamos calificar como “ojos que no ven, corazón que no siente”. Porque lo que no se veía, por estar distribuido y enterrado, era el sufrimiento y las terribles condiciones en las que se vivía en el mundo rural antes de la revolución industrial. Lejos del bucolismo que a menudo envuelve esta visión, la gente vivía en condiciones terribles y era muy común que masas ingentes de personas muriesen de hambre si las cosechas no eran buenas. Eso sí, esos sufrimientos y muertes eran “invisibles” y “anónimas”, pero no menos terribles de los que vienieron con los albores de la revolución industrial. De hecho, la gente emigraba en masa a las nuevas oportunidades que ofrecía el trabajo fabril en las ciudades. Y no lo hacía, como ocurriría más tarde en la esfera comunista, empujada en masa a la fuerza por mor de un experimento social. No. La gente se iba a la ciudad y a las fábricas libremente, en busca de mejores oportunidades. Y por muy dura que fuese la vida a la que se incorporaban, era mejor que la que tenían, y fue el efecto llamada el que hizo que millones de personas se desplazasen libremente del campo, que no tenía nada de bucólico, a las fábricas situadas en las ciudades. Pero eso hizo que el sufrimiento de esas masas dejase de ser “invisible”, “anónimo” y desunido, a ser “visible” y perceptible en masa. Y, a su vez, esto dio pie a que esas masas proletarias se organizasen y a que apareciesen los movimientos sociales de distintas inspiraciones –Saint Simon, Fourrier, etc.–, despreciadas por Marx y fagocitadas posteriormente por el “socialismo científico” marxista. La Iglesia, que veía cómo enormes masas de fieles se iban tras la ideología marxista, de carácter ateo, reaccionó de una manera a mi modo de ver ambigua. Mientras condenaba radicalmente el comunismo, fue permeada, en gran medida por su visión social, adoptando, aun parcialmente, algunas de estas visiones y, en un intento, vano, de evitar estas deserciones copió las tácticas del enemigo. Y esto dejó su huella en la DSI

2ª A pesar de lo dicho anteriormente, la DSI siempre y sin paliativos ha condenado el comunismo, mientras que ha mantenido una postura ambigua respecto al libre mercado/capitalismo, en la que se advierten tiras y aflojas, dudas, contradicciones, sin que, en ningún momento, haya condenas ni remotamente tan tajantes como las dirigidas al comunismo. Si exceptuamos al actual Papa, Francisco –de su postura hablaré más adelante–, se percibe en las encíclicas sociales, una tendencia, no rectilínea, desde luego, hacía una admisión cada vez más clara del sistema de libre mercado, sin atreverse nunca a dar el paso definitivo.

Me voy a permitir presentar tres citas literales de tres pontífices en tres encíclicas sociales. Me refiero a Pío XI en su “Quadragesimo anno”, Juan Pablo II en su “Centesimun annus” y Benedicto XVI en su “Caritas in veritate”. En las tres se da una aprobación explícita al mercado y la economía basada en él, al tiempo que se amonesta a los católicos a practicar la justicia y la caridad.

Pío XI, en su “Quadragesimo anno”, en sus números 50 y 51, dice:

“[…] tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.

Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”.

Es muy enriquecedora la lectura de la encíclica de Juan Pablo II “Centesimus annus”, la última de sus encíclicas sociales. Es el resultado de la destilación de sus ideas económicas tras 14 años de pontificado. Se percibe en ellas una evolución, a medida que, tras salir del ámbito del comunismo, iba conociendo cada vez mejor la economía de libre mercado. Hay dos capítulos en esta última encíclica social suya que merecen especial atención: El capítulo III bajo el título de “El año 1989” y el IV que se titula “Propiedad privada y destino universal de los bienes”. En el primero de ellos hace una de las críticas más duras que nunca he leído del comunismo, tanto en su faceta ideológica como en sus resultados prácticos. En el otro lleva a cabo un profundo análisis de la economía de libre mercado en la que reconoce el justo papel de los beneficios y las bondades de la globalización y del desarrollo tecnológico. Todo el capítulo merece una atenta lectura. En general es una aprobación del sistema de libre mercado, aunque con importantes llamadas de atención a posibles desviaciones del mismo que, en realidad, son factores espúreos que impiden su buen desarrollo pero que de ninguna manera son parte esencial del sistema. Merece especialmente la pena leer entero el nº 33 de este capítulo. No me puedo resistir a citar textualmente el párrafo 4 de este largo nº 33 en el que dice:

“En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguir un acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la valoración de los recursos humanos”.

Ya cerca del final de este capítulo, Juan Pablo II concluye con una pregunta a la que da respuesta. Transcribo a continuación su pregunta y su respuesta:

“Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

Es importante ver el profundo sentido de la pregunta. Se pregunta si el capitalismo es el que puede sacar al Tercer Mundo de la pobreza y llevarle a la senda del verdadero progreso económico y civil. Tiene miga la pregunta. Veamos la respuesta:

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.

En las dos últimas citas se puede ver lo que he dicho anteriormente: una aceptación del sistema de libre mercado –al que le asusta llamar capitalismo– acompañadas de unas reservas sobre aspectos que no forman parte, de ninguna manera, de la esencia del capitalismo sino que más bien son cosas que impiden su verdadero desarrollo. Porque el “acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales”, es la esencia del libre mercado –por eso se llama libre– y los primeros que queremos que así sea, somos los que defendemos este sistema económico. El último párrafo citado es, a mi entender, una de las mejores definiciones del capitalismo que he leído, mientras que el párrafo cautelar de prevención que le sigue, es una premisa que también asume el capitalismo, porque es una de sus principales condiciones de necesidad la existencia de un marco de seguridad jurídica que debe ser igual para todo el mundo, dueños del capital, por supuesto, incluidos. De hecho el capitalismo sólo fue posible cuando se dieron en algunas sociedades, la inglesa en primer lugar, estas condiciones de seguridad jurídica, y del “rule of law”. Capitalismo, seguridad jurídica e igualdad de todos ante la ley son cosas inseparables. El primero no funciona sin el segundo. De ahí que no se pueda desarrollar en muchos países en los que esta “rule of law” brilla por su ausencia. Esta ausencia lleva a algo que no es capitalismo ni libre mercado, sino la imposición, por parte de una minoría extractiva dueña del poder político, de un marco legislativo contrario a todas las libertades, entre ellas a la de libre emprendimiento. Yo llamo a esto “capitalismo de compinches[2]” que, a pesar del nombre no tiene nada de capitalismo, puesto que niega su misma esencia. Considerar que por llamarlo así se admite que es una forma de capitalismo es como pensar que cuando se llama al comunismo capitalismo de Estado se entiende que el comunismo es una variante del capitalismo. Ni uno ni otro lo son. Muy al contrario, son su negación.

Para acabar con las citas lo hago con un texto de “Caritas in veritate” de Benedicto XVI, que en su nº 36 dice:

“Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizadas cuando quien las gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto a tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social”.

Más claro, agua.

Me queda por abordar el caso del Papa Francisco. Tengo un enorme respeto y admiración por este Papa cuando habla de la necesidad de proteger a los más débiles, viendo en ellos la carne de Cristo, de forma que se puedan aliviar sus necesidades más vitales y perentorias. Esto está dentro de la tradición de la DSI. Pero cuando dice cosas tan directas y brutales contra el sistema capitalista, como que este sistema mata y otras cosas por el estilo, es evidente que su desconocimiento del sistema es total. Peor aún. Como sudamericano que es, lo que conoce es lo que más arriba he llamado “capitalismo de compinches”, en los que dictadores y tiranos de uno y otro signo, han usado su poder para evitar crear la seguridad jurídica necesaria que permita a los ciudadanos más pobres de esos países acceder a crear empresas rentables con la seguridad de que el fruto de su trabajo no les va a ser arrebatado. El peronismo argentino, en el que el Papa ha crecido, es un claro exponente de ese “capitalismo de compinches”. Aberración que se ha pretendido tapar con dádivas estatales demagógicas que no solo han conseguido el empobrecimiento material de la población, sino su empobrecimiento antropológico. Pero identificar ese sistema con el capitalismo de libre empresa bajo el imperio de la ley, de una ley igual para todos es un error bastante burdo. Ojalá Francisco tenga un proceso como el de Juan Pablo II que le permita tener un conocimiento más cabal de lo que es el libre mercado bajo el marco de la seguridad jurídica, es decir, del capitalismo. Estoy seguro de que si recorriese este camino, su tono y sus juicios hacia el capitalismo cambiarían. Ojalá.

Para terminar, quiero comentar dos cosas que me dan, una pena y la otra rabia. La que me da pena se refiere a la cantidad de católicos que llevados de lo que yo creo que es un buenismo de aceptación de mentiras simples que suenan bonitas, tienen una actitud enormemente negativa hacia la economía de libre mercado. Me gustaría que se adentrasen en el intento de entender la verdad compleja de cómo el capitalismo es una impresionante máquina de crear riqueza para masa ingentes de población y de hacer disminuir la pobreza de forma significativa. Pero, cada uno es cada uno y respeto estas opiniones aunque creo que son erróneas. Me gustaría, en las preces de las Misas, en las que oigo pedir por todo tipo de personas e instituciones, en todo tipo de situaciones, oír alguna vez una petición por los empresarios honestos que con su esfuerzo y creatividad crean riquza y bienestar para millones de personas. Nunca he oído algo así. Ahora, la rabia. Lo que me da rabia es que haya católicos que se sienten con una como patente de corso para distribuir certificados de buen catolicismo a diestro y siniestro. Y éstos aduaneros del catolicismo, autonombrados veedores de la paja en el ojo ajeno, haciendo una lectura sesgada de la DSI, tachan de malos católicos, casi casi de herejes, a los católicos que creemos que el capitalismo y el libre mercado son la única posibilidad de crear riqueza y hacer retroceder la pobreza, como ha hecho en los últimos 250 años. ¡Harto estoy de estos jueces hipócritas de conciencias ajenas!



[1] No soy ni mucho menos canonista y no pretendo, por tanto que esta escala de documentos del magisterio de la Iglesia sea exhaustiva ni que ese sea exactamente el orden de importancia de los documentos. Pero la exactitud en este tema no afecta a lo que sigue.
[2] El término no es inventado por mí y su sentido original está dirigido contra las llamadas “puertas giratorias”, es decir, la inadmisible compra por parte del poder económico del favor del poder político. La razón fundamental de que existan estas “puertas giratorias” es el hecho de que el poder político tenga demasiadas atribuciones para repartir prebendas, lo que hace que aparezca a su alrededor una nube de “moscones” que buscan esas prebendas. Pero, una vez, más, el liberalismo económico lo que persigue es, precisamente, que el poder político no tenga atribuciones que le permitan “mangonear” y atraer a esos “moscones”. El sentido que yo doy al término capitalismo de compinches queda expresado en el texto.

12 de mayo de 2017

Venezuela, te sueño libre

Hace poco leí un libro de Stefan Zweig con el título de momentos estelares de la humanidad o de la historia, no recuerdo. Son una serie de relatos cortos, en general, magníficos. Uno de ellos cuenta (escribo de memoria y puede que los detalles sean distintos) cómo un músico mediocre y desconocido francés, compuso la música y escribió la letra, en una noche frenética de la Marsellesa. Se la envió a un amigo suyo, responsable de un barrio de Marsella y éste hizo que la tocaran en una comida que dio en la corporación municipal. Parecía que todo estaba olvidado pero alguien cogió la partitura y la cantaba por ahí. De una manera inexplicable, la canción se popularizo y, de una manera informal la empezaron a cantar los soldados del famélico ejército revolucionario como una canción de ánimo antes de atacar. El efecto sobre la ropa fue tan fulminante que los mandos la empezaron a emplear de forma sistemática. Es evidente que no es sólo la canción lo que explica el inexplicable éxito de unos soldados desarrapados contra los poderosos ejércitos de las potencias enemigas de la revolución. Pero no hay que menospreciar el poder de la música.

Pues bien, el domingo pasado fui al cine Zoco de Majadahonda a ver la ópera I Puritani, de Vincenzo Bellini: en ella hay un dúo de Barítono y bajo en el que ambos hombres, capitanes del ejército de Oliver Cromwell, se dan ánimos para al día siguiente ir a la batalla contra los Estuardo. Es una música electrizante. Cuando la oí, pensé que podría ser una música que galvanizase a la resistencia del pueblo de Venezuela contra el tirano Maduro. Se me ocurrió hacer un montaje con el dúo de fondo y con imágenes de la resistencia venezolana fundiéndose en sucesión unas con otras. Un estudiante de Comunicación Audiovisual me hizo un montaje espectacular que es el que podéis ver en el link adjunto. Si apoyáis al pueblo venezolano en su lucha contra la tiranía, os pido que difundáis este vídeo todo lo que podáis especialmente entre todos los venezolanos que podáis conocer.

Tengo también una versión con menos peso que sirve para mandar por WA y otros medios a través de móvil. Pero sólo os la puedo mandar por teléfono. Si queréis, mandad un comentario con vuestro teléfono y os lo mando. El teléfono que me mandéis lo borraré inmediatamente después. No pretendo acopiar ningún tipo de información que no tenga ya.

Gracias de antemano por vuestro esfuerzo de reeenviarlo.

Como dice la última imagen del vídeo: Venezuela, te sueño libre.



Ojalá esto pueda ayudar al pueblo venezolano.