No soy ni psicólogo ni psiquiatra, ni tengo ni idea de estas dos disciplinas. Pero conozco en mis propias carnes lo que es la depresión, aunque sea en grado leve. Y es terrible. No quiero ni pensar lo que debe ser una depresión profunda. Así, el otro día, leí en la Biblia, concretamente en el pasaje del Libro de los Números 11, 11-15, el siguiente párrafo que me llamó poderosamente la atención.
“Y dijo Moisés a Dios: ¿Por qué tratas mal a tu siervo? y ¿por qué no he hallado gracia en tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo para que me digas: ‘Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama’? ¿Dónde puedo yo encontrar carne para todo este pueblo que viene a mí llorando y me dice: ‘Danos carne para comer’? No puedo yo solo soportar a todo este pueblo que me es pesado en demasía. Si vas a tratarme así, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia a tus ojos; y que yo no vea mi desventura”.
Efectivamente, Moisés estaba desesperado de un pueblo que no sólo se quejaba por todo, sino que provocaba rebeliones peligrosísimas, a menudo con amenazas de muerte. De hecho, en más de una ocasión se rebelan contra Moisés y contra Dios, maldiciendo el día en que los liberó de la esclavitud de Egipto –contra la que llevaban siglos clamando–, porque en Egipto comían mejor. El “pesebre”, el “vivan las caenas”. Y llega el momento en que Moisés no puede más y llega a pedirle a Dios que acabe con su vida. Lo mismo les pasa a los que tienen depresiones profundas. Tan es así que, a veces, se quitan ellos mismos su vida. Así que me pregunté si podría decirse que Moisés sufrió una depresión profunda y me puse a indagar sobre el tema en Internet. Y sí, encontré algo al respecto. Algo que no sólo explica que, efectivamente, Moisés sufrió una depresión profunda, sino que analiza cómo Dios le ayudó a salir de esa depresión. Ayuda que se me antoja –aunque insisto en que no soy ni psiquiatra ni psicólogo– que es válida para cualquier persona que sufra depresión. Transcribo literalmente lo leído en internet, escrito por Pablo Martínez Vila, de quien no sé nada, pero que, a tenor de lo que escribe, me parece sabio. Me permitiré intercalar de cuando en cuando algún comentario mío, señalándolo con otro tipo de letra.
En la noche oscura de la depresión
«¿Puede un cristiano sentirse deprimido? ¿Es pecado la depresión? ¿Por qué esta moderna plaga emocional afecta a tantas personas, incluidos creyentes consagrados y maduros en la fe? ¿No es Cristo el mejor médico y la oración la mejor terapia?»
Estas preguntas, muy frecuentes, reflejan la inquietud de bastantes creyentes. Para ellos es difícil entender cómo una persona con fe en Cristo puede atravesar tiempos de depresión, agotamiento o sequía espiritual. Se les hace difícil conciliar la exhortación de Pablo «estad siempre gozosos» con la realidad de hombres y mujeres de fe sufriendo una depresión. Aun mayor perplejidad sienten cuando el problema afecta a los líderes espirituales, los pastores de la iglesia.
Vasijas de barro y no de oro
¿Qué nos enseña la Palabra de Dios al respecto? Un análisis detallado del texto bíblico arroja mucha luz, y en especial mucho consuelo, a los que sufren una depresión. Para empezar, es difícil encontrar en toda la Biblia un solo personaje que no haya atravesado la angostura del valle o la oscuridad del túnel. Unas veces fue en forma de depresión (Elías en 1 Reyes. 19:1-18; Jeremías, ver Jeremías. 20). Otras veces en forma de duda (Habacuc, Juan el Bautista); casi siempre con profundas experiencias de soledad y frustración (David, Pablo).
Al descubrir esta larga lista de héroes de la fe pasando por duras pruebas emocionales, nuestros ojos se abren a una conclusión realista: estos hombres y mujeres fueron gigantes en la fe, sí, pero también hombres de carne y hueso «sujetos a pasiones (sufrimientos) semejantes a las nuestras» (Santiago. 5:17). Y ello es así porque Dios, en su soberanía misteriosa, se vale de vasos de barro y no de oro, vasijas frágiles, por cuanto «el poder de Dios se perfecciona en la debilidad... porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Carta de san Pablo a los corintios. 12:9-10). Dios permite sombras en sus mejores instrumentos para que solo su nombre resplandezca. La depresión se presenta, por tanto, con mucha naturalidad en la Biblia.
Moisés, el líder que se quería morir
Vamos a analizar en detalle una de las crisis más destacadas de Moisés, el hombre escogido por Dios para ser guía del pueblo de Israel. Este gran hombre de fe, un verdadero modelo de quien se dice que «se sostuvo como viendo al Invisible», experimentó la depresión con gran intensidad hasta el punto de querer morir. Cansado de la desobediencia y las quejas constantes del pueblo, abrumado por el peso de la responsabilidad, sintiéndose muy solo y agotado, su espíritu desfallece:
«Y dijo Moisés a
Dios: ¿Por qué tratas mal a tu siervo? y ¿por qué no he hallado gracia en tus
ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo
este pueblo? ¿Lo engendré yo para que me digas: ‘Llévalo en tu seno, como lleva
la que cría al que mama’? ¿Dónde puedo yo encontrar carne para todo este pueblo
que viene a mí llorando y me dice: ‘Danos carne para comer’? No puedo yo solo
soportar a todo este pueblo que me es pesado en demasía. Si vas a tratarme así,
yo ruego que me des muerte, si he hallado gracia a tus ojos; y que yo no vea mi
desventura» (Nm. 11:11-12)
Síntomas de la depresión (Quien haya tenido depresión alguna vez sabe cuán certero es este diagnóstico)
Veamos, en primer lugar, qué le pasaba a Moisés ya que los síntomas de su depresión son frecuentes y ayudarán al lector a identificarse con la tribulación de Moisés.
En una etapa inicial Moisés interpela a Dios y parece que le pide cuentas por su forma de actuar, incluso le reprocha que le llamara a esta tarea. Abundan los «por qué» que reflejan la protesta y la confusión del gran líder. Hasta cinco preguntas le formula Moisés a Dios, preguntas con un contenido netamente depresivo. Observemos cómo se siente perjudicado y maltratado, sentimientos típicos de la depresión cuando la mente distorsiona los hechos, tal como veremos después, y ve la realidad mucho peor de lo que es.
Moisés necesita verter libremente todo lo que hay en su corazón. Es una protesta terapéutica porque la libre expresión de pensamientos y emociones tiene un notable efecto liberador. Es como una descarga del peso que le oprime. Moisés no puede contenerse. Necesita vaciar el enojo y la frustración contenidos en su corazón. (Gran verdad) Las palabras de Moisés, y sobre todo su forma y tono, revelan irritabilidad, otro síntoma habitual en la depresión. Es llamativo que Moisés, considerado «el hombre más manso de toda la tierra» (Nm. 12:3) llegue a este extremo de irritabilidad. El hastío y las palabras duras, casi agresivas, contra el pueblo, nos revelan a un hombre cansado, decepcionado, sin fuerzas para seguir adelante.
La descarga de Moisés llega a su máxima intensidad en Nm. 11:12: «¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo para que me digas: ‘Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama’?» Moisés deja entrever el deseo de abandonarlo todo. ¡Hoy diríamos que le presenta su dimisión a Dios! Sin embargo, en el versículo siguiente la descarga emocional empieza a dar sus frutos y ya es capaz de articular una queja más razonada y concreta: «¿De dónde conseguiré yo carne para todo este pueblo?» (Nm. 11:13)
Observamos, por tanto, cómo Moisés tiene una gran necesidad de vaciar su corazón, presentarle a Dios sus cargas. No podemos, sin embargo, omitir un hecho importante: Moisés no se queja de o contra Dios, sino a Dios. Aun en medio de su depresión, le habla a Dios desde una posición de sumisión y lealtad. No es pecado decirle a Dios cómo nos sentimos, aunque nuestra protesta sea tan enérgica como la de Moisés. (Casi todo el Libro de Job, que pasa por ser el epítome de la paciencia y la aceptación de la voluntad de Dios, es una airada queja, incluso contra Dios, casi sacrílega sobre su supuesta justicia). El pecado radica más bien en la amargura de corazón acumulada tras meses o años de silencio. Silenciar nuestras cargas y dudas es un excelente caldo de cultivo para las crisis de fe. (Qué importante es, en esta situación, tener alguien al lado que sepa escuchar. No compadecer, sino escuchar y comprender)
Otro síntoma típico de la depresión son los pensamientos distorsionados. La manera de razonar, sentir y percibir la realidad se altera profundamente en el sentido de verlo todo desde una óptica pesimista y sin esperanza. Estos pensamientos negativos son característicos de la depresión y los vemos con gran claridad en este pasaje. Moisés, confundido por su visión depresiva, erraba en su valoración de Dios y en la evaluación de su trabajo. En cuanto a Dios, pensaba que le había abandonado e incluso que quería perjudicarle. En cuanto a sí mismo, se sentía un fracasado.
La crisis va in crescendo hasta culminar en Nm. 11:15 con las ideas de muerte: «Yo te ruego que me des muerte». Es un proceso que tiene su lógica. Las ideas de fracaso, de inutilidad e incluso de culpa injustificada llevan a Moisés a sentirse como en un callejón sin salida en el que sólo la muerte parece una liberación. Primero, Moisés dirigió su hostilidad (queja) contra Dios; luego, contra el pueblo, y termina contra sí mismo. La tensión se había hecho insoportable. Moisés ha perdido su autoestima, hecho clave en toda depresión, y ello conlleva la pérdida de esperanza. Ante esta situación la única salida que ve es la muerte. Puesto que no hay luz por ninguna parte, lo mejor es desaparecer. Moisés no veía ninguna salida a su túnel. (El negro túnel sin aparente salida de la depresión).
Algunas personas con depresión grave pueden tener una experiencia similar a la de Moisés en cuanto al deseo de morirse. No olvidemos, en estos casos, que las ideas de suicidio en la depresión son la consecuencia de una mente que, enferma, es incapaz de pensar nada positivo. En este punto empezamos a entender que la depresión es, muchas veces, una verdadera enfermedad que afecta a la mente, los sentimientos e incluso la voluntad de la persona.
La causa de la depresión de Moisés
La descarga emocional –abrirle su corazón a Dios sin reservas– le da a Moisés luz en cuanto a su problema. El hombre confundido de la primera etapa está ahora en condiciones de ver su situación con más claridad, hasta el punto de que él mismo llega a ver la causa de su depresión: «No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía» (Nm. 11:14). Brillante diagnóstico. El contexto anterior –Nm. 11:1-10– nos ayuda a entender la razones de su agotamiento. Las repetidas quejas del pueblo, murmurando sin cesar, habían llegado a agotar la paciencia de Dios mismo: «Y la ira de Jehová se encendió en gran manera» (Nm. 11:10). (esta ira de Jehová contra el pueblo de Israel aparece una y otra vez en los libros del Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio, y siempre, siempre, Moisés media entre Dios y su pueblo, aplacando la ira de Dios). No sorprende entonces, la tremenda tensión emocional de Moisés que acaba por minar su resistencia psíquica. Estamos ante una clara depresión por agotamiento.
Ahí tenemos, deprimido y sin esperanza, al siervo a quien Dios había confiado una misión muy especial: conducir al pueblo por el desierto, un desierto tan literal como metafórico. La desobediencia del pueblo había agotado la paciencia y la capacidad de resistencia de Moisés hasta llevarle a una depresión profunda.
La respuesta de Dios
Llegados a este punto debemos examinar un aspecto crucial del pasaje que es también clave para un adecuado tratamiento del deprimido: ¿Cómo actúa Dios? Veamos la respuesta que le da a Moisés:
«Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales. Y tráelos a la puerta del Tabernáculo y que esperen allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo y tomaré del espíritu que está en ti y pondré en ellos. Y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo.» (Nm. 11:16-17)
En el momento más necesario, cuando Moisés no puede más y desea la muerte, surge la palabra balsámica del médico supremo. Dios sabía bien la causa del estado de Moisés y la respuesta viene de la manera más adecuada. En la forma de actuar del Señor hay tres aspectos que queremos destacar. Dios le provee a Moisés de las tres cosas que más necesitaba:
Comprensión
Dios no censura a Moisés por su depresión ni le trata ásperamente; ni una palabra de reproche sale de la boca del Señor. La comprensión sustituye a la reprensión. Dios se nos presenta como maestro de la simpatía (Simpatía en el sentido etimológico del término: “sintonía con el sufrimiento del otro”) hacia el atribulado. Lo que menos necesitaba Moisés en aquel momento eran palabras de reproche. A nosotros, humanamente, nos podría parecer que Moisés merecía algún tipo de corrección. Pero el «Señor es lento para la ira y grande en misericordia» (Sal. 86:15). Esta respuesta de Dios constituye una iluminadora advertencia para los que se apresuran a emitir juicios condenatorios o gestos de desaprobación cuando ven a un hermano como «caña cascada o pábilo que humea» (Is. 42:3). Si queremos parecernos a nuestro Maestro, haremos bien en imitarle: la misericordia, la comprensión y la simpatía deben abundar mucho más que el juicio severo, la reprensión o la condenación hacia el que sufre. (Pero creo, por experiencia pasiva propia, que esa misericordia, comprensión y simpatía tienen que cuidar de no caer en la contemplación blanda que cede a la aparente necesidad del deprimido de ser visto como una víctima. Duele cuando no te acompañan en ese deseo, pero, más tarde, se agradece).
Ayuda práctica
Dios provee una salida. La respuesta de Dios no se limita a comprender a su siervo deprimido, sino que es sumamente práctica. Le proporciona la ayuda más asequible para que Moisés pueda salir de la depresión. El estado emocional de Moisés era muy parecido al de una ciudad asediada por el enemigo. Lo más urgente es encontrar una salida que alivie este cerco. Observemos que Dios no le da una «solución» instantánea, de manera que el problema desaparezca de forma mágica. No olvidemos que la palabra solución no aparece en la Biblia ni una sola vez. En cambio, sí se nos promete que «fiel es Dios que no permitirá que seáis probados más allá de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la prueba dará también la salida» (1 Co. 10:13). Dios no cambió a Moisés por otro líder, ni siquiera le dio oportunidad para un tiempo de descanso. El pueblo siguió siendo conflictivo; el peso de la dirección seguía estando allí (No le contempló como una víctima). Pero algo muy importante sí cambió: Dios le dio la salida precisa, le proporcionó los instrumentos adecuados para afrontar la situación: «Setenta ancianos del pueblo llevarán la carga contigo y no la llevarás tú solo». Dios provee la salida adecuada en el momento adecuado.
Estímulo para su autoestima
Queda claro que Dios no consideró un pecado la depresión de Moisés. Si hubiese sido así, Dios le habría apartado de tan estratégica responsabilidad. Lejos de ello, le reafirmó en su tarea con una frase luminosa y terapéutica: «..y tomaré del espíritu que está en ti, y lo pondré en ellos» (Nm. 11:17). Una vez más Dios se nos revela como un exquisito conocedor de la mente humana. ¿No se había quejado Moisés de que Dios le trataba mal y de que casi le había desechado? (Nm. 11:11). La autoestima de Moisés, tan deteriorada, necesitaba una buena dosis de renovación (No de acompañarle en una mayor destrucción de su autoestima). La frase «tomaré del espíritu que está en ti y lo pondré en ellos» implicaba dos grandes estímulos: por un lado, Dios no se había olvidado de Moisés, su espíritu estaba todavía presente en el líder del pueblo. Por otro lado, ¡Dios no podía insuflar un espíritu alicaído y débil en los otros ancianos! La lógica de Dios se hace aplastante: «Moisés, sigo creyendo y confiando en ti» es el mensaje claro que Dios le transmite con su decisión. Moisés estaba en depresión, pero era capaz de entender este mensaje (Mensaje contrario a la victimización): «si Dios toma de mi espíritu para darlo a otros, señal de que no debo ser tan desastre...».
El trato amoroso y delicado de Dios surtió efecto. Moisés pudo salir del valle oscuro de la depresión. Los acontecimientos posteriores de su vida nos muestran que esta crisis no fue estéril. Sin duda Moisés pudo aprender valiosas lecciones de esta dolorosa experiencia. (Siempre se sale más fuerte de las depresiones si se tiene la ayuda adecuada) El autor de Hebreos (Heb. 11:26-27) nos revela dos de los grandes secretos de la fe de Moisés:
«Tenía la mirada puesta en el galardón»
«Se sostuvo como viendo al Invisible»
Esta doble expresión de la fe de Moisés es la columna que le permitió asirse de Dios en la hora oscura de su depresión. Es la misma columna que todo creyente tiene a su alcance.
Pablo Martínez Vila
¡Grande Pablo Martínez Vila!
Quiero traer a colación otros grandes personajes bíblicos que también muestran síntomas de depresión, de pérdida de la ilusión, de sensación de vacío e inutilidad de todo. Comento varios ejemplos, aunque podrían ser muchos más. En ellos no es difícil descubrir el mismo método terapéutico de Dios.
Empiezo por Elías. Elías está siendo perseguido para matarle por la perversa pareja de rey y reina de Israel, Ajab y Jezabel. Huye como un perro, acosado de cerca y arrinconado contra el desierto inhóspito, acorralado. El Primer Libro de los Reyes, 19, 3-8, nos dice:
“Elías se llenó de miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a Berseba de Judá, dejó allí a su criado. Él se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía:
- ¡Basta Señor!, quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados.
Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo:
- Levántate y come.
Elías miró y vio a su cabecera una hogaza cocida, todavía caliente, y una jarra de agua. Comió, bebió, y se volvió a dormir. De nuevo el ángel lo tocó y le dijo:
- Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo.
Él se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de ese alimento anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. (Que es otro nombre del Sinaí. Es decir, hizo en cuarenta días y cuarenta noches el recorrido que le llevó a Moisés cuarenta años de errar por el desierto por culpa del pueblo).
Al llegar al monte –nos sigue contando el primer Libro de los Reyes en 19, 9-16– Dios se deja conocer por él, no “como un viento fuerte, impetuoso que removía los montes y quebrantaba las peñas”, ni “como un terremoto”, ni como “un fuego”, sino como “un ligero susurro”. Así es Dios. Elías le dice:
- Sólo he quedado yo, y me buscan para matarme.
A lo que Dios responde:
- Anda, regresa por el camino del desierto a Damasco y a tu llegada, unge a Jazael como rey de Siria, a Jehú, hijo de Mansí, como rey de Israel y a Eliseo, hijo de Safat, de Abelmejolá, como profeta sucesor tuyo.
Y él vuelve a su misión. Sobrevive a la muerte de Ajab y la malvada Jezabel y él es arrebatado al cielo, vivo, en un carro de fuego. Volverá al fin de los tiempos para la lucha contra el anticristo.
Sigo con el profeta Jeremías. En el principio del Libro de la profecía de Jeremías 1, 4-10 se nos cuenta cómo Dios le encomienda una misión grandiosa –el texto está en verso en el original hebreo de la Biblia:
“Antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocí. Antes de que salieras de él, te consagré, te constituí profeta de las naciones”. A lo que Jeremías responde: “¡Ah, Señor, mira que no sé hablar, pues soy un niño!”. Y, el Señor: “No digas, ‘soy un niño’, porque irás donde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, porque yo estoy contigo para librarte”. […] Entonces el Señor alargó su mano, toco mi boca y me dijo: “Mira, pongo mi palabra en tu boca: en este día te doy autoridad sobre naciones y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar”.
Jeremías empieza su misión, que ya le había avisado el Señor que sería dura. Años más tarde, abrumado por su misión, desesperado y con una depresión similar a la de Moisés, le dice a Dios en un largo poema está en verso:
“Tú me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; Me has violentado y me has podido. Se ríen de mí sin cesar, todo el mundo se burla de mí. […] La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión. Yo me decía: ‘No pensaré más en Él, no hablaré más en su nombre’. Pero era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía’. […]”. Entonces, la esperanza: “Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso. Mis perseguidores caerán y no me podrán…”. Para volver al ciclo de la depresión con unas palabras terribles: “Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre: ‘Te ha nacido un hijo varón’, llenándole de gozo. Sea ese hombre como las ciudades que Yavé destruyó sin compasión, donde por la mañana se oyen gritos, y al mediodía alaridos. ¿Por qué no me mató en el seno materno, y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez eterna de sus entrañas? ¿Por qué salí del seno materno para no ver sino trabajo y dolor y acabar mis días en la afrenta?”.
Depresión terrible, tremendas imprecaciones a Dios, fugitivos rayos de esperanza que ceden a pensamientos destructivos. Como Moisés. Pero, Dios le dio fuerza a Jeremías que vivió largos años transmitiendo inquebrantablemente la voluntad salvadora de Dios a un pueblo que le daba la espalda. Anunció la caída de Jerusalén, conquistada y destruida por Nabucodonosor, lo que le valió ser considerado un traidor. Cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén y destruyó el Templo, Jeremías, en vez de acompañar a los notables de Israel a Babilonia, se fue a Egipto con los más pobres, en los cuales Jeremías mantuvo la esperanza del retorno y predicó su conversión. Así, los que se fueron a Egipto con él se libraron de la dura opresión de los caldeos y retornaron a Judea tan pronto como murió Nabucodonosor, antes de que Ciro liberase al resto de los judíos de Babilonia.
Una breve frase del profeta Isaías resume su victoria final en una larga lucha contra la pérdida de confianza en su misión, contra su desaliento, contra el sentido de inutilidad de todo. Dice:
“Aunque yo creía que había gastado mi vida para nada, el Señor defendía mi causa, Él guardaba mi recompensa”
Otro ejemplo es san Pablo. El otrora infatigable apóstol de los gentiles, encarcelado, sufre también una severa depresión de la que habla a su hijo en la fe, Timoteo, después de haberla superado con la ayuda de Dios. Efectivamente, en su segunda carta a ese discípulo, en el capítulo 4, 9-16, le cuenta sus tribulaciones, con una sencillez que conmueve:
“Procura venir lo antes posible, pues Dimas me ha abandonado por amor a las cosas de este mundo y se ha ido a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia; Tito a Dalmacia. Solamente Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráetelo contigo, pues me es muy útil para el ministerio. A Tíquico le he mandado a Éfeso. Cuando vengas, tráeme la capa que me dejé en Tróade, en casa de Carpo, y también los libros, sobre todo los pergaminos. Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. […] Ten cuidado con él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación. En mi primera defensa nadie me asistió, todos me abandonaron. ¡Que Dios los perdone!”
Marcos, el que más tarde sería el evangelista san Marcos había sido motivo de ruptura entre Pablo y Bernabé. En su primer viaje, que ambos hicieron juntos, llevaron a Juan Marcos que, por aquel entonces, debía ser muy joven. Parece que no aguantó bien el viaje, por lo que el Pablo en plena sensación de fortaleza un poco arrogante, le veta para que no les acompañe en el siguiente viaje, lo que hace que Pablo y Bernabé discutan agriamente y se separen. El Pablo de las líneas anteriores, viejo, cansado, abandonado por todos, le pide a Timoteo que le traiga a Marcos para ayudarle. Cosas de la vida. ¡Cuántas veces, cuando nos sentimos fuertes, hacemos de menos a quien puede ser nuestro auxilio en un momento duro de la vida! Digo que esta carta la escribe después de superar su depresión, porque este párrafo viene enmarcado por dos. El que va justo delante dice:
“Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe. Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa”.
E inmediatamente después del primero de los párrafos citados:
“El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí, y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial”.
No puedo terminar sin recordar los momentos de angustia mortal del propio Jesús, en la oración del huerto de los olivos: “Siento una tristeza mortal”. Pero su oración terrible acaba en confianza: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú”. Unas horas más tarde, en la cruz, vendrá el sentimiento de abandono total: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. ¡Pero al tercer día llegó la resurrección!
“La vida del hombre sobre la tierra es como una milicia”, nos dice Job en su libro. Porque todo el Libro de Job, más allá de la mistificación de su paciencia, que sólo se realizan en el epílogo, es una inmensa y brutal queja dirigida a Dios, así como una despiadada reprimenda de sus “amigos”, que sólo al final se abre a la esperanza. Así es. Justo antes de ese epílogo, tras sus brutales quejas, que Dios escucha pacientemente y a las que contesta, los ojos de Job se abren y Dios y él tienen la siguiente conversación, en verso hebreo:
“Sé que
todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance”.
‘¿Quién
es ése que enturbia mi consejo con palabras sin sentido?’
“Yo he
hablado insensatamente de maravillas que me superan y que ignoro. ‘Escucha –me
dijiste–, déjame hablar; yo te preguntaré y tú me responderás’.”
“Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos”
Termino. Parece que en la depresión y en las dificultades que nos puedan parecer insalvables, conviene ponerse en manos de nuestro Dios y confiar en Él. Dios siempre nos dará fuerzas, sin ahorrarnos la tribulación, para completar la tarea que Él nos va descubriendo con la vida a medida que le preguntamos qué nos pide ésta –que eso es la oración– no qué le pedimos nosotros a la vida. Porque como dice san Pedro en su primera carta:
“Así pues, sed humildes ante la poderosa mano de Dios para que Él os encumbre a su debido tiempo. Confiadle todas vuestras preocupaciones, puesto que Él se preocupa de vosotros”.
Dicho esto, en
todo caso, siempre, en caso de depresión, se debe acudir a un psiquiatra o
psicólogo serio y no ideleogizado. Yo tuve la suerte de encontrar alguien así,
en un momento de mi vida, hace ya más de veinte años, en el que, como dije al
principio, tuve una depresión. No me cabe duda de que Dios me lo puso delante.
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