6 de agosto de 2007

La ciencia, ¿aleja o acerca a Dios?

Tomás Alfaro Drake

Temas: Dios, ciencia, navaja de Occam, Laplace, Napoleón.

Este artículo es el 1º de una serie.

La ciencia, ¿aleja o acerca a Dios?

“Un sorbo de la copa de la ciencia aleja de Dios. Pero cuando uno sigue bebiendo de ella, distingue al fondo el rostro del Creador”. Así se expresaba el gran científico británico del siglo XX sir Arthur Eddington. Más o menos un siglo antes, tuvo lugar una conversación entre Napoleón y el matemático francés Pierre Simon de Laplace. El emperador había leído el libro “La mecánica celeste”, escrito por el científico. “No he hallado en él ninguna referencia a Dios”, parece que le dijo Napoleón. “Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis” le contestó Laplace. ¿Qué ha pasado en estos casi dos siglos hasta nuestros días? Han pasado muchas cosas que han supuesto una revolución en la ciencia. La teoría de la relatividad, la física cuántica, el código genético, entre otros descubrimientos, han dejado en la cuneta a la ciencia decimonónica. Pero ocurre que muchos hombres cultos del siglo XXI siguen, en lo que a ciencia se refiere, anclados en el principio del siglo XIX, bebiendo sólo un pequeño y agriado sorbo de la copa de la ciencia.

En la serie de artículos que hoy se inicia vamos a ir paladeando, poco a poco, más y más sorbos de esa copa. Ninguno de ellos nos va a demostrar la existencia de Dios. La existencia de Dios es indemostrable a través de la ciencia empírica, de la misma forma que es indemostrable su inexistencia. Pero, sorbo a sorbo, nos iremos preguntando que es más razonable a la vista de lo que llevemos bebido, si aceptar la existencia de Dios o negarla. Me gustaría que tuviéramos siempre delante la respuesta de Laplace a Napoleón: “Sire, no he necesitado de esa hipótesis”. Me gusta la economía de las hipótesis. Manejaremos, por tanto, la tijera de Occam. Guillermo de Occam, el padre del nominalismo, allá por el siglo XIV propuso algo que, traducido al román paladino, viene a decir que de dos puntos de vista en conflicto, aquél que se puede explicar con mayor sencillez, aquél que requiere menos hipótesis, tiene más probabilidades de ser cierto. No es, ciertamente, un criterio de prueba, pero todos los científicos lo utilizan con profusión. Antes de que Newton llegase a demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol, parecía evidente que el infernal sistema de órbitas e innumerables epiciclos del sistema de Ptolomeo, era inferior al bello y sencillo sistema de Kepler. Parece pues, que la tijera de Occam, es un buen instrumento del sentido común y, como no es mi pretensión llevar a cabo ninguna demostración, lo adoptaré con frecuencia.

Porque, en última instancia, creer o no en Dios -tanto lo primero como lo segundo-, es un acto de fe, un acto de la voluntad, un salto en el vacío. Lo que ocurre es que ese salto puede ser sobre un vacío de muchos metros o sobre una pequeña hendidura de unos centímetros. Y es obligación de la razón buscar el estrechamiento de esa grieta entre la duda razonable y la adhesión o no adhesión a la fe. Antes he dicho que muchos hombres cultos del siglo XXI seguían anclados en la ciencia del XIX y por eso no alcanzaban a ver el rostro del Creador en el fondo de la copa. Podría uno preguntarse por qué muchos científicos –no todos, ni siquiera la mayoría– que, obviamente, no viven la ciencia del siglo XIX, no alcanzan a ver a Dios en su copa. La razón está en el refranero popular: “No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír”. Antes he dicho que la fe era un acto de la voluntad. Añado ahora que es un acto libre de la voluntad. Lo primero para creer es querer creer. Y creer en que mi dentista es bueno, no me compromete a nada importante, pero creer que existe un Dios personal que es superior a mí y que quiere algo de mí, requiere un cambio en la perspectiva de la vida que no todo el mundo, científicos o no científicos, está dispuesto a asumir. Porque el camino que vamos a recorrer no pretende sólo ver si es más plausible la existencia o no de un Ser Superior, abstracto, primer principio y motor inmóvil, sino ver si a ese Ser Superior se le puede suponer algún atributo y alguna intención, es decir, si es un Ser personal o una idea abstracta sin ninguna relación con mi vida.

La voluntad puede, a cada argumento, a cada sorbo de la copa, encontrarle otro contra-argumento, otra manera de paladear el licor de la copa que enturbie la visión del rostro que se divisa al fondo y que uno prefiere no ver. Procuraré ser intelectualmente honesto para presentar unos y otros, utilizaré la tijera de Occam para ver cuál requiere menos hipótesis, pero, en última instancia, será cada uno de los lectores de estos artículos, a solas consigo mismo, con su libertad y con su perspectiva de la vida, el que decida qué le parece más plausible y si quiere adherirse a ello. Intentaré plantear las cosas de la forma más sencilla de que sea capaz, pero no podemos olvidar que las cuestiones que vamos a tratar son, en sí mismas, bastante complejas. Y se dice que es de sabios hacer sencillo lo complicado, pero es de necios hacer simple lo complejo. Procuraré ser sencillo, sin caer en la simpleza, respetando la complejidad de los temas que vamos a abordar pero desbrozando su complicación. Difícil intento del que no sé si saldré victorioso. Serán los lectores los que lo juzguen, pero no seré yo quien me arredre en el intento.

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