Tomás Alfaro Drake
Hace 15 días, mientras escribía en el blog sobre el caos y el mal engendrado por la libertad del hombre, me rondaba por la cabeza una pregunta que tiene todo el sentido del mundo. Bien –me decía a mí mismo–, admitamos que el mal del mundo causado por la libertad del hombre es culpa del hombre y que ese mal tiene que ser así porque Dios “tuvo” que crearlo libre para que pudiese amarle. Pero, ¿y el dolor y el mal que provienen de las fuerzas ciegas de la naturaleza? ¿Por qué tiene que morir un niño de un cáncer? ¿Por qué un tsunami mata a cientos de miles de personas? ¿Por qué Dios permite eso? ¿No indica eso que Dios es perverso? Para contestar a esto es necesario acudir a una creencia cristiana que es la del pecado original.
El Génesis nos dice, después de cada acto de creación, que todo lo creado era bueno. “Y vio Dios que era bueno”, dice reiteradamente. Al final, cuando Dios crea al ser humano dice: “Y vio Dios que era muy bueno”. Ese ser humano, al que Dios creó libremente por amor, al que por ese amor “tuvo” que crear libre para que pudiese amarle, tenía, sin duda, un poder que nosotros no tenemos para controlar las fuerzas de la naturaleza. Ese es el sentido del salmo 8 que citaba en la entrada anterior:
“Lo hiciste poco inferior a un dios,
coronándolo de gloria y esplendor;
le diste el dominio sobre la obra de tus dedos,
todo lo pusiste a sus pies[1]”.
¿Quién podría decir hoy que el hombre tiene el dominio sobre la obra de los dedos de Dios? Es verdad que hemos logrado avances tecnológicos impresionantes que nos han permitido controlar la naturaleza en cierta medida, pero aún estamos muy lejos de dominarla del todo. La enfermedad y los tsunamis seguirán causando estragos. Pero ese primer ser humano creado por Dios sí podía. Pero podía como delegado de Dios, no por su pobre constitución de criatura. Podía porque Dios le dio “el dominio sobre la obra de sus dedos”. No tenía que trabajar para ganar el pan con el sudor de su frente, no tenía que parir a los hijos con dolor, mandaba sobre los leones y los virus. Tenía, eso sí, que transformar el mundo del que se le había dado el dominio para, en el nombre de Dios, hacerlo mejor[2] y, ciertamente, no tenía que morir. Y todo eso lo podía hacer porque había un equilibrio maravilloso en todo el cosmos. Pero he aquí que ese hombre libre, decidió que quería hacer eso mismo, pero por sí solo. Y ese equilibrio que le permitía controlar a los virus y a los tsunamis, se rompió, junto con su equilibrio interno que le permitía distinguir el Bien del Mal y le daba fuerzas para obrar el Bien. Como mi cabeza funciona mejor con imágenes que con razonamientos, sugiero la siguiente:
Imaginemos un arquitecto que ha diseñado una cúpula magnífica, con tal equilibrio que, a falta de la piedra de clave, se puede sujetar con un dedo. El arquitecto pide a su ayudante que, desde lo alto del andamio, puesto de pie, de puntillas, con el brazo en alto y el dedo índice extendido, sujete durante un rato la cúpula mientras va a por la piedra de clave para que se sujete sola. Cuando esté puesta –le dice– firmaremos los dos en la piedra de clave. El ayudante se presta a ello encantado. Experimentando un poco ve que cambiando alternativamente el peso de un pie a otro o moviendo unos milímetros el dedo de un sitio a otro, la cúpula vibra produciendo una música extraordinaria. Entonces aparece un ex ayudante del arquitecto que dejó de trabajar para él, furioso, cuando éste decidió contratar un segundo ayudante, el que ahora sujeta la cúpula.
- Qué postura más ridícula –le dice– seguro que ha sido el arquitecto el que te ha dicho que te pongas así.
- Sí, me ha dicho que sujete la cúpula mientas viene con la piedra de clave. Firmaremos los dos en ella. Y la postura no es ridícula. Así puedo hacer esta música maravillosa que escuchas.
El ex ayudante hace una mueca de asco, porque detesta esa música, tan sólo porque sabe que él también la podría estar haciendo si no se hubiese ido.
- ¡Qué tomadura de pelo! ¿De veras crees que va a volver? Y si acaso volviese, ¿de verdad crees que te va a dejar compartir su gloria firmando tú también? ¡Qué necio e ingenuo eres!
- No tengo por qué no creerle. Le conozco desde hace años, siempre ha sido claro y honesto conmigo y, si hubiese querido, hubiese podido poner un simple palo para sujetar la cúpula. Claro que el palo no podría hacer esta música.
- Ves como eres idiota. Lo hace para hacerte hacer el ridículo. Seguro que ahora te está mirando desde algún sitio y se está riendo de ti. Mira, ¿por qué no haces una cosa? Pon tú mismo el palo, firma tú solo en él y te llevarás toda la gloria. Mira, ahí tienes una vara, te la acerco.
Y diciendo esto le acercó una larga estaca, pero sólo lo justo para que al cogerla tuviese que agacharse y quitar el dedo durante un segundo de la cúpula.
- Pero, si cojo el palo tengo que quitar el dedo –dijo agobiado el ayudante.
Sin hacer el más mínimo ademán de acercárselo, el otro le replicó.
- Bueeeno, pero sólo será un abrir y cerrar de ojos. Seguro que la cúpula aguanta un segundo. ¡Venga!
Y el estúpido ayudante, haciendo más caso al desconocido advenedizo que al sabio arquitecto con el que había trabajado durante años sin que ni una sola vez se hubiese sentido engañado, fue a coger la estaca. Lo hizo porque quería firmarla él solo, sin el arquitecto. Nada más quitar el dedo, la cúpula se derrumbó con estrépito, el andamio se cayó y él se dio un golpe que le dejó ciego. En ese momento volvió el arquitecto con la piedra angular. Desolación. Fin de la historia.
¿Fin? No, principio. Los seres humanos, nosotros, cuando el equilibrio de fuerzas se rompió, cuando ya no podemos dominar a los virus ni a los tsunamis, sabemos que Dios nos ha seguido diciendo cómo reconstruir la cúpula, nos ha ido dando los planos. La piedra angular es una piedra viva, Jesucristo, que trabaja, suda y muere a nuestro lado. Pero también resucita y nos sigue dando aliento, fuerza, ánimo, presente entre nosotros cada día, hasta el fin de la historia a través de los sacramentos de la Iglesia. Y lleva en sí mismo las dos firmas. La de Dios y la de hombre. Y en la firma de hombre están impresas, en la carne de esa piedra angular, todas las humillaciones, todos los dolores, todos los sufrimientos que cada hombre –tu y yo– haya podido sufrir en su vida, en toda la historia, pasada, presente y futura de la humanidad, todos los virus, todos los tsunamis y todos los Auschwitz –los causados por ti y por mí. Pero también todas las ternuras, todos los consuelos, todas las obras de misericordia hechas por todos los seres humanos –también tú y yo. Y cada hombre que quiere –seguimos siendo libres– pone su piedra en la nueva cúpula, cada hombre que quiere, pone su firma en la piedra angular. Y, al final, cuando la cúpula esté acabada de nuevo, la piedra angular, Jesucristo, ocupará su lugar en el vértice. Y desde allí, juzgará la Historia. Y todo sufrimiento será olvidado, reparado, curado. Y toda lágrima será enjugada e todo rostro[3]. “Y ya no habrá nada maldito. Será la ciudad del trono de Dios y del Cordero, en la que sus servidores le rendirán culto, contemplarán su rostro y llevarán su nombre escrito en la frente. Y ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámparas ni la luz del sol; el Señor Dios alumbrará a sus moradores, que reinarán por los siglos de los siglos[4]”. Y una voz potente dirá: “Esta es la tienda de campaña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos. Ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto ni llanto ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas[5]”.
Éste es nuestro Dios. Aquélla la causa del dolor producido por la naturaleza ciega. Ésta es su solución final. Hay, naturalmente, otra manera de ver las cosas. Desde hace años, una de las obras musicales que más me impresionan es el “War Requiem” de Benjamin Britten. Se estrenó en la abadía de Westminster al acabar la 2ª guerra mundial. Pone música a textos de los poemas de guerra de Wilfred Owen, un poeta inglés muerto en la 1ª guerra mundial el día antes del armisticio. Su cuaderno de poesías fue encontrado y una de ellas, que se escucha en el “War Requiem”, dice:
"Cuando los tambores del tiempo hayan redoblado y callado,
y desde el poniente suenen los metales en retirada,
¿restaurará la vida estos cuerpos? ¿Será cierto
que la muerte será abolida y toda lágrima enjugada?
¿Se llenaran las vacías venas otra vez de vida y juventud,
y se lavará la vejez con un agua de inmortalidad?
Cuando pregunto a la blanca vejez, no es eso lo que dice.
'Mi cabeza cuelga, lastrada por la nieve'.
Y cuando escucho a la tierra, dice:
'Mi soberbio corazón tiembla, dolorido. Es la muerte.
Mis viejas cicatrices no serán glorificadas,
ni mis titánicas lágrimas, el mar, enjugadas'".
Pero aún admitiendo la alternativa escatológica cristiana, la pregunta subsiste; ¿por qué tanto sufrimiento por el camino? ¿Por qué ese Dios bueno lo permite? El sufrimiento es un misterio terrible del que sólo se puede hablar sin frivolidad descalzándose al pisar terreno sagrado. Y descalzo estoy. Al misterio del sufrimiento sólo, SÓLO, se puede responder con otro misterio. El de Dios hecho hombre para padecerlo, para hacerlo fructífero y para darle sentido. Para padecerlo; El arquitecto –Dios– podía haber elegido ayudar a los hombres a reconstruir el mundo, viéndolo desde lo alto y dándoles consejos. O reconstruyéndolo Él, quitándonos la libertad dada y haciéndonos otra vez animales. Pero no lo hizo así. Entró en la historia y no hay ni un sólo hombre que pueda decir que ha sufrido más que Él. Es más, Él ha experimentado MI –TU– sufrimiento, este que ME –que TE– oprime el corazón ahora. Para hacerlo fructífero; ese sufrimiento de Cristo, Dios encarnado, es un sufrimiento redentor, es un sufrimiento para reconstruir el mundo. No es un sufrimiento pasivo, es un sufrimiento de Dios, es un sufrimiento sobrenatural y es un sufrimiento actuante y fructífero. Para darle sentido de muchas maneras; porque yo –tú– con nuestra libertad, podemos paliarlo de mil maneras, sabiendo que al hacerlo en uno de nuestros hermanos, lo hacemos en Cristo y por lo tanto nuestros cuidados paliativos tienen un valor sobrenatural. Y, sobre todo, porque, la parte nuestra de ese resto que no pueda ser paliado, a psar de todos los esfuerzos, podemos sufrirlo activa y consoladoramente en vez de pasiva y rebeldemente. Podemos unirlo al sufrimiento sobrenatural de Cristo y que Él lo cambie de signo, lo multiplique por una cantidad incalculable y lo derrame en forma de luz sobre la humanidad en cualquier parte del mundo y en cualquier momento de la historia. De esta manera el sufrimiento no deja de ser sufrimiento pero adquiere sentido redentor. Y el sentido del sufrimiento, el hecho de que el sufrimiento tenga sentido, eso sí puede ser alegría.
Elegir una u otra visión es cuestión de fe. Pero ningún no creyente puede aportar una sola razón de peso que haga la segunda más plausible que la primera. En cambio, en este blog sí pueden leerse bastantes que permiten afirmar, sin demostrarlo, que la primera es inmensamente más plausible que la segunda. Y, con la ayuda de Dios, espero poder seguir haciéndolo. Pero, al final, no es una cuestión de plausibilidad. Es una cuestión de que queramos dar el paso de la fe, realizar el acto de fe. La fe es un don sobrenatural que Dios pone al alcance de todos y cada uno de los hombres. Pero es nuestra libre voluntad la que tiene que dar el paso para aceptarla. Y, en contra de lo que muchos creen, la fe es algo racional. No en el sentido racionalista, es decir, no demostrable mediante silogismos, pero sí que se puede llegar a ver que es más razonable creer que no creer. Desde esa razonabilidad, se puede dar, o no, el paso libre de la voluntad para aceptarla. Porque, como decía santo Tomás, la gracia perfecciona la naturaleza, pero no la contradice y la razón y la libertad forman parte de nuestra naturaleza.
Y si elegimos y renovamos cada día el acto de fe y ponemos cada día nuestra libertad al servicio del Bien, es decir de ordenar las cosas hacia nuestro Creador en vez de dedicarnos a sembrar el caos, podemos también paliar los efectos del dolor causado por el desequilibrio de la ciega naturaleza. Hay algo heroico en esta elección diaria. Y si hay un grupo de personas que lo hacen todos los días y dedican su vida a ello, esos son los cristianos. Porque nos ha sido dicho que en los que sufren está Jesucristo, nuestra piedra angular, y que como le tratemos a Él seremos tratados nosotros. Pero los mejores de entre nosotros no lo hacen por ambicionar una recompensa ni, mucho menos, por miedo a un castigo, pues conocen la inmensa misericordia de nuestro Dios. Lo hacen porque su recompensa es paliar el mal y el dolor del mismo Jesucristo al que realmente ven en el hermano que sufre, sea por el desorden moral causado por la libertad del hombre, sea por los efectos del desequilibrio de la ciega naturaleza.
Al misterio terrible del sufrimiento humano sólo se responde con el misterio luminoso de la encarnación de Dios y del sufrimiento de Cristo. La otra opción no es respuesta, es un sinsentido. Y aceptar el sinsentido es ser irracional, inhumano. Y, lo siento, es, además, estúpido.
Como he hablado del pecado original, quiero ceder la palabra sobre este tema a quien mejor puede hablar de él: al Papa Benedicto XVI, que en una de las lecciones teológicas que nos regala en sus audiencias de los miércoles se refirió a este tema. Adjunto un extracto de esta lección. El que quiera profundizar en esto del misterio de oscuridad del sufrimiento y del misterio de luz de Cristo, que lo lea. (Las negritas y los aumentos de tamaño son míos)
Benedicto XVI: “El mal no es intrínseco al hombre, Cristo ha triunfado sobre él”
Intervención en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 3 de diciembre de 2008.- Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la catequesis pronunciada este miércoles por el Papa Benedicto XVI durante la audiencia general que ha tenido lugar en el Aula Pablo VI.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy nos detendremos en las relaciones entre Adán y Cristo, delineadas por san Pablo en la conocida página de la Carta a los Romanos (5,12-21), en la que le entrega a la Iglesia las líneas esenciales de la doctrina sobre el pecado original.
[…]
Pero como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿qué es el pecado original? ¿Qué enseñan Pablo y la Iglesia? ¿Es sostenible hoy aún esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. […] Por tanto: ¿existe el pecado original o no? Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible, diría yo, tangible para todos. […] El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte el hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere realizar. Pero, al mismo tiempo, siente también otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le apetece aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo. Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre en torno a nosotros la superioridad de esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Cada día lo vemos: es un hecho.
Como consecuencia de este poder del mal en nuestras almas, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza original, buena. Esta "segunda naturaleza" presenta el mal como normal para el hombre. Así también la típica expresión: "es humano" tiene un doble significado. "Es humano" puede querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre. Pero "es humano" puede también querer decir lo contrario: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: en la política, por ejemplo, todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.
Por tanto el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿cómo se explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicación, con variaciones diversas. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. La contradicción de nuestro ser, por tanto, reflejaría solo la contrariedad de los dos principios divinos, por así decirlo. En la versión evolucionista, atea, del mundo (el Papa no quiere decir aquí que la visión evolucionista del mundo sea atea, sino que hay un tipo de visión evolucionista del mundo que puede ser atea), vuelve de nuevo una visión semejante. Aunque, en esta concepción, la visión del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la historia humana repetiría solamente el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sería en realidad sólo el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y mal que, según esta teoría, pertenecería a la misma materia del ser. Es una visión en el fondo desesperada: si es así, el mal es invencible. Al final solo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, se basa sobre estas premisas: y vemos los efectos de ellas. Este pensamiento moderno, al final, sólo puede traer tristeza y cinismo.
Y así preguntamos de nuevo: ¿qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer punto, ésta confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la Carta a los Romanos, pero podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y encontrado desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que, sin embargo, está rodeado de los misterios de la luz. El primer misterio de la luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Y por ello también el ser no es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por ello es bueno existir, es bueno vivir. Éste es el alegre anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Y por esto vivir es un bien, es algo bueno ser un hombre, una mujer, es buena la vida. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del mismo ser, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad abusada.
¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se le representa con grandes imágenes, como hace el capítulo 3 del Génesis, con aquella visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Queda como un misterio oscuro, de noche. Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Y por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, también el monismo del evolucionismo (de la versión atea del evolucionismo), no pueden decir que el hombre sea curable; pero si el mal procede solo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabiduría dice: "las criaturas del mundo son saludables" (1, 14). Y finalmente, el último punto, el hombre no sólo se puede curar, está curado de hecho. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia: vemos a los santos, los grandes santos pero también los santos humildes, los simples fieles. Vemos que el río de luz que procede de Cristo está presente, es fuerte.
Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla y para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, estar agradecidos al hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Y por ello rezamos en Adviento [...]: ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, operadores de la paz, testigos de la verdad. ¡Ven Señor Jesús!
[1] Salmo 8, 6-7.
[2] Cfr. Génesis 1 y Génesis 2, 17.
[3] Cfr. Isaías 65 16-25
[4] Apocalipsis 22, 3-5.
[5] Apocalipsis 21, 3-5
15 de mayo de 2009
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Gracias! D. Tomás. Gracias...
ResponderEliminarUn abrazo de,
Jaimón y yo.
Y leyendo el catecismo queda bastante claro:
ResponderEliminar"La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención. (Catecismo de la Iglesia Católica # 311-314 324)
DIOS SIEMPRE VENCE AL MAL, aunque en el tapiz de la vida solo veamos el revés y no consigamos entender entre los nudos , la belleza de la obra y solo veamos una labor mal hecha o chapucera ,la Belleza está y la Bondad, solo hay que tener una visón iluminada por la Fé , que solo se consigue si se pide con confianza.
Queridos Jaimón y tú y, por otro lado Mariajo, soy Tomás.
ResponderEliminarPrimero a Jaimón y tú. Soy yo el que os doy las gracias por leerme y escribirme. Sólo una cosa quiero pediros; no me llaméis D. Tomás porque me parece que os dirigís a otro.
Mariajo: Gracias por refrescarme el catecismo. Ahí está todo. Vaya joya. Haríamos bien los cristianos en repasarlo más a menudo y todos aquellos que hablan del cristianismo sin saber de lo que hablan, leerlo para aprender de lo que pretenden hablar.
Un abrazo a los tres.
Tomás
¡Maravilloso, Tomás!, ¡cuanta sabiduría hay en tus palabras y cuan glorioso es nuestro Señor!
ResponderEliminarHombre!! D. Paco!
ResponderEliminarVd. por aquí!! y como siempre con una palabra agradable en los labios.
Sea bienvenido!
Me temo que está Vd. más solo que la una y poca gente le escucha de verdad y eso nunca es bueno...siempre acaba en odio y rencor.
Pues mire!! nosotros, Jaimón y yo, estamos dispuestos a ser su palangana!! vomite!! vomite Vd. y quédese a gusto.
Un abrazo de,
Jaimón y yo.
He ido dando tumbos por la red y me he encontrado este blog.
ResponderEliminarHe pensado muchas veces sobre la esencia del mal, y el sentido del sufrimiento humano.
A veces le encuentro sentido a lo último, quizá el sufrimiento en su justa medida nos humaniza, y nos libera de la arrogancia en la que tan frecuentemente caemos los hombres.
La cuestión del mal me cuesta más trabajo entenderla, o aprehenderla.
¿Es el precio que hemos pagado por nuestra consciencia?
Por que, cuando vivíamos en el Paraíso (o cuando caminábamos por la infinita sabana africana, con Lucy de la mano), aún no éramos conscientes quizá de nosotros mismos, aún no habíamos probado del Árbol del Conocimiento, de aquello que nos hace libres y responsables de lo que hacemos.
Tener consciencia, ser humanos, lleva parejo como opción el mal, puesto que es uno de los caminos por los que nuestra humanidad camina.
En cuanto al mal en la Naturaleza, creo que eso es neutro. Lo que ocurre, ocurre y ya está. Somos nosotros los que subjetivizamos las cosas y le ponemos la etiqueta.
Me ha gustado lo que he leído en el blog.
Saludos desde Granada.
Hola Alicia, soy Tomás. Lo primero, me alegro mucho que tus tumbos, como tú dices, te hayan traido a mi blog y más todavía de que te haya gustado. Si, además te ha hecho pensar y plantearte cuestiones verdaderamente importantes, entonces estoy encantado porque esta es la razón de ser de este blog.
ResponderEliminarTienes mucha razón, sin una cierta dosis de sufrimiento, nos volveríamos arrogantes y nos creeríamos lo que no somos. No nos daríamos cuenta de nuestra pequeñez y de nuestra necesidad de Dios.
En cuanto al mal. No creo que sea el precio de nada. No es un precio que hay que pagar. De hecho cuando Dios creó el mundo el mal no estaba en él y no estaba en sus planes el que estuviera. Su "error" fue crear criaturas libres. Pongo "error" entre comillas porque, evidentemente, no fue tal. Fue algo que hizo porque nadie que no sea libre puede amar y Él quiso hacer criaturas capaces de amarle. Nos dio la consciencia de ser humanos sin tener que pagar ningún precio por ella. Pero el uso inadecuado de nuestra libertad, queriendo actuar por cuenta propia en vez de en nombre de Dios, es el mal. Leete el Evangelio y piensa. ¿Cómo sería el mundo si los seres humanos viviésemos como dice el Evangelio? ¿No se parecería al Paraíso? Por eso, cuando el ser humano uso mal su libertad y entró el mal en el mundo, pso en marcha lo que podríamos llamar un plan B de rescate, que en realidad se llama plan de Redención. Es un plan que le salió "carísimo", porque tuvo que adoptar la naturaleza humana para actuar en el nombre de Dios como no lo había hecho el primer ser humano. Y uvo que pagar el precio del desequilibrio causado por ese primer ser humano: el sufrimiento y la muerte. Pero así abrió la puerta por la que podremos expulsar, actuando en su nombre, el mal del mundo, para que vuelva a ser como era. Es Él, a través de Jesucristo el que ha pagado un precio infinito, no por nuestra consciencia, sino por nuestro rescate. Pero los seres humanos no podemos vivir el Evangelio con nuestras fuerzas, es decir, en nuestro nombre, sino en el nombre de Dios. Y como , si lo intentamos, lo hascemos en nuestro nombre, con nuestras fuerzas, pues nos sale manga por hombro. En definitiva, estamos repitiendo el primer pecado, el de actuar en nuestro nombre en vez de en el de Dios. Si, en su nombre, ponemos en práctica el Evangelio, el mal desaparecerá del mundo. Afortunadamente, tenemos el testimonio de millones de santos, grandes y pequeños, anónimos y conocidos, que lo han hecho así y que han hecho el mundo un poco mejor. O sea, que es posible. Siguiendo ese ejemplo, todos, tú y yo también, estamos llamados a esta santidad: Hacer vivo el Evangelio en nombre de Jesucristo, vivo y resucitado y hacer el mundo un poco mejor. Hoy, día de Pentecostés, es un buen día para empezar o para darle un empujón a nuestra santidad.
Un abrazo y bienvenida al blog.
Tomás
Buen comienzo
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