Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
He aquí el momento de la historia en que todos los filtros con los que se embriagaba la esperanza se han revelado, todos a la vez, como venenos. Esta esperanza loca, que en 1789 había marchado a la conquista de la felicidad –“la felicidad es una idea nueva en Europa”, decía Saint Just–; esta esperanza loca, que se había precipitado por tantos caminos, siguiendo a los jacobinos y a los adoradores de la nación deificada, siguiendo a la doble posteridad de Voltaire o de Rousseau, a los saint-simonianos, a los ideólogos de 1848, a los que creían en el interminable progreso de las luces; esta pobre loca descubre hoy que todos esos caminos convergen hacia el mismo campo de concentración, hacia la misma cámara de gas, hacia los mismos escombros de las ciudades bombardeadas, hacia los cadáveres de Hiroshima, atrozmente abrasados. Y llegada a este punto, enloquecida, se ha dejado arrastrar por los apóstoles de la nada, por los predicadores del vacío existencial, hasta llegar a un hastío incurable en medio de la opulencia y el exceso de bienes materiales. Por eso nosotros, que hemos recibido en depósito el secreto del Reino de Dios y las palabras de vida eterna, por débiles que seamos en apariencia, seguimos siendo los dueños de la hora presente.
Gritemos ese secreto, proclamemos esas palabras, para que los desesperados no puedan decirnos: “¿Por qué calláis? ¿Por qué? ¿Es que no existe respuesta? ¿Ninguna respuesta?”
El primer párrafo es de François Mauriac, de un discurso en Florencia. El segundo es el final de la obra de Wolfgang Borchert, “Fuera de la puerta”. Borchert murió a los 26 años, la víspera del estreno de esta obra. Espero que ahora pueda estar viendo todas las respuestas y el cumplimiento de todas las promesas. Las cursivas de ambos párrafos son mías. Todo ello leído en “Literatura del siglo XX y cristianismo” de Charles Moeller en el capítulo IV del tomo III que lleva por título “La esperanza humana”.
4 de agosto de 2010
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Sin duda las frases tienen un benéfico efecto para mí, pero incluso más la introducción que siempre pones a las frases
ResponderEliminarUn abrazo, y buen verano
Juan GM
Hola Juan GM, soy Tomás
ResponderEliminarMe alegro que estas frases tengan para ti el mismo efecto beneficioso que para mí, pero lo que de vwerdad impide que Circe nos convierta en cerdos, es la gracia de Dios.
Un abrazo y, también para ti, felices vacaciones.
Tomás