28 de abril de 2010

La Iglesia y la pederastia IV

Tomás Alfaro Drake

Sigo con el tema candente de la Iglesia y la pedrastia y lo hago hoy con dos artículos, uno de José Luis Restán y otro, al que se refiere José Luis Restán en el suyo, de Massimo Intovigne, publicado en L'avvenire el 18 de Marzo del 2010.


Su luz brilla en medio del lodo

José Luis Restán. 15/03/2010

Quizás esté siendo la Cuaresma más dura de Benedicto XVI. A la amarga verificación de cuanto dijo en aquel histórico Vía Crucis de 2005 ("¡cuánta suciedad en la Iglesia!") se une una repugnante operación de caza en la que participan desde distintos ángulos la prensa laicista, la disidencia tipo Küng y los lobbys de los nuevos derechos. Días de plomo y furia en los medios, Pedro de nuevo en medio de la tempestad.

Con una precisión de relojero saltan los casos perfectamente medidos, como bombas que persiguen su objetivo. Y mientras se espera la carta dirigida a los católicos de Irlanda tras las terribles denuncias del Informe Ryan, la prensa destapa historias ya viejas en Holanda, en Alemania y en Austria, muchas de ellas juzgadas y archivadas veinte o treinta años atrás. Material inflamable para construir una historia tan sucia como mentirosa. Se trata de instalar en el imaginario colectivo la figura de una Iglesia que ya no es sólo un cuerpo extraño en la sociedad postmoderna, sino una especie de monstruo cuya propuesta moral y cuya disciplina interna abocan a sus miembros a la anormalidad y al abuso. Sí, ésta es la Iglesia que educó a Europa en el reconocimiento de la dignidad humana, en el amor al trabajo, a las letras y al canto, es la que inventó los hospitales y las universidades, la que forjó el derecho y limitó el absolutismo..., pero eso ahora no importa. Y con la misma delectación con que algunos se aplican a eliminar su rastro de los espacios públicos, otros se aprestan a demoler su imagen.

Ya escucho la pregunta: ¿pero es verdad o no lo que se nos cuenta? Veamos los datos. En Alemania, por ejemplo, de los 210.000 casos de abusos a menores denunciados desde 1995, 94 corresponden a eclesiásticos. Cierto que 94 casos en parroquias y colegios son una enormidad, constituyen una llaga en el cuerpo de la Iglesia y plantean gravísimas preguntas. Cierto también que de los miembros de la Iglesia, especialmente de quienes tienen el encargo de educar, se espera siempre más que de la media, pues a quien mucho se le ha dado mucho se le ha de exigir. Pero digamos también muy claro que la Iglesia no vive en el espacio, fuera de la historia. Está formada por hombres débiles y pecadores, su cuerpo se ve asaltado por las corrientes culturales de la época y no faltan momentos en que la conciencia de muchos de sus miembros está más determinada por el mundo que por la tradición viva que han recibido.

El horror de estos casos no puede minimizarse, y por eso Benedicto XVI (ya desde que era Prefecto de la Doctrina de la Fe) ha puesto en marcha una formidable tarea de saneamiento cuyos frutos ya son incluso cuantificables. Pero cuando la gran prensa fabrica primeras páginas a costa de 94 casos y calla miserablemente sobre los otros 200.000, estamos ante una operación asquerosa que debe ser denunciada. Las cifras de esta catástrofe nos hablan de una enfermedad moral de nuestra época y reclaman dirigir la mirada, no al celibato de los sacerdotes católicos, sino a la revolución sexual del 68, al relativismo y a la pérdida del significado de la vida que aflige a las sociedades occidentales.

El sociólogo Massimo Introvigne ha publicado al respecto un magnífico artículo en el que explica que el huracán mediático de estas semanas responde a lo que se conoce como un fenómeno de "pánico moral", perfectamente teledirigido desde determinados centros de influencia. Según su explicación se trata de una "hiperconstrucción social" tendente a crear una figura predeterminada (el monstruo del que hablamos al principio) con materiales fragmentarios y desperdigados en el tiempo. Existe ciertamente un problema real: sacerdotes (siempre demasiados) que han realizado el nefando crimen del abuso a menores. Pero las dimensiones, los tiempos y el contexto histórico son sistemáticamente alterados o silenciados. Nadie pone esos números de la vergüenza eclesial en relación a la totalidad brutal del problema; nadie dice, por ejemplo, que en los Estados Unidos eran cinco veces más los casos imputados a pastores de comunidades protestantes, o que en el mismo periodo en que en ese país fueron condenados cien sacerdotes católicos, fueron cinco mil los profesores de gimnasia y entrenadores deportivos que sufrieron idéntica condena. ¡Y nadie ha pedido cuentas a la Federación de baloncesto! Por último, el dato más escalofriante: el ámbito más habitual de los abusos sexuales a menores es precisamente el de la familia (allí suceden dos tercios del total de los casos contabilizados). Por tanto, ¿qué tiene que ver el celibato en todo esto? Dejemos aparte las viejas obsesiones de Küng, su arcaica cruzada para vaciar a la Iglesia de su nervio y sustancia. Pero de los diarios laicos, tan puntillosos y “cientifistas”, cabría esperar un poco más de objetividad.

La semana pasada el "pánico moral" teledirigido ha centrado bien alto su objetivo. La caza ha buscado una pieza mayor, el propio Benedicto XVI, el Papa que ha abierto ventanas y ha establecido una batería de disposiciones de máxima transparencia, colaboración con las autoridades y, sobre todo, sanación de las víctimas. Ha sido el Papa que en Estados Unidos y Australia se encontró cara a cara con quienes habían padecido esa terrible experiencia, para pedirles perdón en nombre de una Iglesia de la que ellos son miembros heridos, y merecen por tanto una preferencia total. Las insinuaciones sobre el Papa Ratzinger en esta materia merecerían simple desprecio si no fuese porque indican algo importante de este momento histórico. Hay un poder cultural, político y mediático que ha puesto a Pedro en su punto de mira, ya sin rubor y sin embozo. Cierto que no es la primera vez, y conviene recordarlo. Pero el furor y las armas de esta hora son, si cabe, más insidiosas que los de otros momentos de la historia.

Es posible imaginar la conciencia lúcida con que Benedicto XVI contempla este oleaje, y el consiguiente dolor que le acompaña en este momento dramático en que él mismo se ha convertido, dentro de la Iglesia, en el punto físico que atrae un odio irracional pero no desconocido, porque Jesús ya nos habló de él en el Evangelio. No sé si con algo de ironía, en la Audiencia del pasado miércoles nos dejaba ver cómo quiere ejercer su propio ministerio en este momento de miedos, reacciones viscerales y zozobras varias. Lo hizo mirándose en el espejo de uno de sus maestros más queridos, San Buenaventura: "para san Buenaventura, gobernar no era sencillamente un hacer, sino que era sobre todo pensar y rezar... su contacto íntimo con Cristo acompañó siempre su trabajo de Ministro General y por ello compuso una serie de escritos teológico-místicos, que expresan el ánimo de su gobierno y manifiestan la intención de... gobernar no sólo mediante mandatos y estructuras, sino guiando e iluminando las almas, orientando a Cristo". En medio de la tormenta, ésa es la humilde y firme decisión de Benedicto XVI.




¿Qué hay detrás de la campaña mediática contra el Papa?
Massimo Introvigne

Avvenire, 18/03/2010

Vuelve a hablarse de sacerdotes pedófilos, con voces acusatorias que se refieren insistentemente a Alemania y tentativas de involucrar a personas cercanas al Papa. Creo que la sociología tiene mucho que decir al respecto y no debería callarse por miedo de crear algún descontento. La actual polémica sobre los sacerdotes pedófilos –considerada desde el punto de vista del sociólogo– representa un ejemplo típico de «pánico moral». Este concepto nació en los años Setenta para explicar cómo algunos problemas son objeto de una «hiperconstrucción social».

Más precisamente los «pánicos morales» han sido definidos como problemas socialmente construidos y caracterizados por una amplificación sistemática de los datos reales, sea en la representación mediática que en la discusión política. Se ha mencionado otras dos características como típicas de los «pánicos morales». En primer lugar, problemas sociales que existen desde hace décadas son reconstruidos en las narrativas mediáticas y políticas como si fueran «nuevos», o como objeto de un presunto y dramático incremento recientemente. En segundo lugar, su incidencia es exagerada por estadísticas folklóricas que, aunque no están confirmadas por estudios serios, son repetidas de un medio desde comunicación a otro, pudiendo así inspirar campañas mediáticas persistentes.

Philip Jenkins ha subrayado el papel que, en la creación y gestión de estos pánicos, desempeñan los «empresarios morales», cuyos propósitos no siempre están claros. Los «pánicos morales» no hacen bien a nadie. Distorsionan la percepción de los problemas y comprometen la eficacia de las medidas que deberían resolverlos. A un mal análisis no puede sino seguir una mala intervención. Hablemos claro: los «pánicos morales» tienen en sus inicios condiciones objetivas y peligros reales. No inventan la existencia de un problema, pero exageran sus dimensiones estadísticas. En una serie de valiosos estudios el mismo Jenkins ha mostrado cómo la cuestión de los sacerdotes pedófilos es quizás ejemplo más típico de un «pánico moral». En él se hallan presentes, en efecto, los dos elementos característicos: un dato real como punto de partida y una exageración de este dato por obra de ambiguos «empresarios morales».

Comencemos por el dato real. Existen sacerdotes pedófilo, Algunos casos son al mismo tiempo estremecedores y repugnantes, y han llevado a la condena definitiva de sus autores, que en ningún momento se han declarado inocentes. Estos casos –en los Estados Unidos, Irlanda, Australia– explican las severas palabras del Papa y su pedido de perdón a las víctimas. Aun cuando los casos fueran sólo dos –por desgracia son muchos más– serían siempre demasiados. Pero desde el momento que pedir perdón –aunque sea cosa noble y oportuna– no basta, sino que es necesario evitar que los casos se repitan, no es indiferente saber si éstos son dos, doscientos o veinte mil. Y tampoco es irrelevante saber si el número de casos es mayor o menor entre sacerdotes y religiosos católicos que en otras categorías de personas. Los sociólogos a menudo son acusados de trabajar fríamente sobre cifras, pero no se olvide que en este asunto detrás de cada número hay un caso humano.

Las cifras, aunque no sean suficientes, son necesarias. Son el presupuesto de todo análisis adecuado. Para entender cómo de un dato trágicamente real se ha pasado a un «pánico moral» es, pues, necesario preguntarse cuántos son los sacerdotes pedófilos. Los datos más completos han sido recogidos en los Estados Unidos, donde en el año 2004 la Conferencia Episcopal encargó un estudio independiente al John Jay College of Criminal Justice de la City University de Nueva York, che no es una universidad católica y es reconocida unánimemente como la más autorizada institución académica de los Estados Unidos en materia de criminología.

Este estudio nos dice que, entre 1950 y 2002, 4.392 sacerdotes estadounidenses (sobre más de 109.000) fueron acusados de relaciones sexuales con menores. De éstos poco más de un centenar fueron condenados por tribunales civiles. El bajo número de condenas por parte del Estado depende de diferentes factores. En algunos casos las verdaderas o presuntas víctimas habían denunciado a sacerdotes ya difuntos, o se habían agotado los plazos de prescripción. En otros, a la acusación y la condena canónica no correspondía la violación de la ley civil: es el caso, por ejemplo, en varios Estados norteamericanos, de un sacerdote que hubiera mantenido una relación consentida con una o también con un menor de más de 16 años.

Pero existen también muchos casos clamorosos de sacerdotes inocentes acusados. Estos casos incluso se multiplicaron en los años Noventa, cuando algunos bufetes legales descubrieron que podían arrancar compensaciones millonarias en base hasta de simples sospechas. Los llamados a la «tolerancia cero» están justificados, pero tampoco debería haber ninguna tolerancia para los que calumnian a sacerdotes inocentes. Añado que para los Estados Unidos las cifras no cambiarían significativamente en el período 2002-2010, pues ya el estudio del John Jay College señalaba el «declive notabilísimo» de los casos a comienzos de los años 2000.

Ha habido pocas acusaciones nuevas y poquísimas condenas a causa de las medidas rigurosas introducidas tanto por los obispos estadounidenses como por la Santa Sede. ¿Afirma acaso el estudio del John Jay College, come a menudo se lee, que el 4% de los sacerdotes norteamericanos son «pedófilos»? De ningún modo. De acuerdo con esa investigación el 78,2% de las acusaciones se refiere a menores que han alcanzado la pubertad. Tener relaciones sexuales con una chica de diecisiete años no es ciertamente algo encomiable, mucho menos para un sacerdote, pero no es pedofilia. Por lo tanto, los sacerdotes acusados de verdadera pedofilia en los Estados Unidos son 958 en 52 años, unos 18 al año.

Las condenas fueron 54, prácticamente una al año. El número de condenas penales de sacerdotes y religiosos en otros países es similar al de los Estados Unidos, aunque para ninguno de ellos se dispone de un estudio completo como el del John Jay College. Frecuentemente se citan una serie de informes gubernamentales en Irlanda, que definen como «endémica» la presencia de abusos en los colegios y en los orfanatos (masculinos) gestionados por algunas diócesis y órdenes religiosas. No hay dudas de que en tales instituciones haya habido casos –incluso muy graves– de abusos sexuales sobre menores en ese país. El examen sistemático de esos informes muestra, en cualquier caso, que muchas de las acusaciones se refieren al uso de medios de corrección excesivos o violentos. El llamado Informe Ryan de 2009 –que emplea un lenguaje muy duro respecto a la Iglesia Católica– reporta, sobre 25.000 alumnos de colegios, reformatorios y orfanatos durante el período que examina, 253 acusaciones de abusos sexuales sobre chicos y 128 sobre chicas, no todos atribuidos a sacerdotes, religiosos o religiosas, de diferente naturaleza y gravedad, raramente referidos a niños prepúberes. Dichas acusaciones raramente han desembocado en condenas.

Las polémicas de estas últimas semanas que tienen que ver con situaciones surgidas en Alemania y Austria muestran una característica típica de los «pánicos morales»: se presentan como «nuevos» hechos que se remontan a hace muchos años, en algunos casos hasta de más de treinta años, y en parte ya conocidos. El hecho de que –con particular insistencia en lo que toca al área geográfica bávara, de la que es natural el Papa– sean presentados en la primera plana de los diarios acontecimientos de los años Ochenta como si hubieran tenido lugar ayer mismo, y nazcan de ellos capciosas polémicas en forma de ataque concéntrico, que cada día anuncia en estilo sensacionalista nuevos «descubrimientos», muestra bien cómo el «pánico moral» es promovido por «empresarios morales» de manera organizada y sistemática.

El caso que –como han titulado algunos periódicos– «involucra al Papa» es, a su manera, de libro. Se refiere a un episodio en el que un sacerdote de Essen, culpable de abusos, fue acogido en la Archidiócesis de Münich y Frisinga, de la cual fue ordinario el actual Pontífice, remontándose el asunto a 1980. El caso salió a la luz en 1985 y fue juzgado por un tribunal alemán en 1986, llegándose a establecer que la decisión de acoger en la Archidiócesis al sacerdote en cuestión no había sido tomada por el cardenal Ratzinger, que ni siquiera sabía de ella, lo cual no es extraño en una gran diócesis con una compleja burocracia.

Debería preguntarse uno por qué en estos momentos un diario alemán decide exhumar el caso y llevarlo a primara plana 24 años después de la sentencia. Una pregunta desagradable –porque simplemente el plantearla parece que es como ponerse a la defensiva y no consuela a las víctimas– pero importante consiste en si ser sacerdote católico es una condición que comporta un riesgo de convertirse en pedófilo o de abusar sexualmente de menores –ambas cosas que, como se ha visto, no coinciden, ya que quien abusa de una persona de dieciséis años no es un pedófilo (Este paréntesis es mío. A la luz de lo que varias veces ha surgido en este artículo, parece que en USA, el abuso sexual a una persona de más de 16 años, no es pedofilia. Aunque la calificación moral de abusar de una persona de 17 años a mí me sigue pareciendo terrible, como al autor del artículo, que así lo expresa más arriba, es cierto que hay que poner algún límite de edad para el calificativo de pedofilia, aunque los 16 años se me antojen bajos)– más elevado respecto al resto de la población.

Responder a esta pregunta es fundamental para descubrir las causas del fenómeno y, por lo tanto, poder prevenirlo. De acuerdo con los estudios de Jenkins, si se compara la Iglesia Católica de los Estados Unidos con las principales denominaciones protestantes se descubre que la presencia de pedófilos es –según las denominaciones– de dos a diez veces más alta entre los pastores protestantes respecto a los sacerdotes católicos. La cuestión es importante porque muestra que el problema no es el celibato: los pastores protestantes, en su mayor parte, son casados. En el mismo período en el que un centenar de sacerdotes norteamericanos era condenado por abusos sexuales a menores, el número de profesores de gimnasia y entrenadores de equipos deportivos juveniles –también éstos casados en su gran mayoría– juzgado culpable del mismo delito por los tribunales estadounidenses rozaba los seis mil.

Los ejemplos podrían continuar, y no sólo en los Estados Unidos. Sobre todo, ateniéndonos a los informes periódicos del gobierno norteamericano, cerca de dos tercios de las molestias sexuales a menores no provienen de extraños o de educadores –incluyendo sacerdotes y pastores– sino de familiares: padrastros, tíos, primos, hermanos y, desgraciadamente, también padres. Datos semejantes existen para muchos otros países. Aunque sea políticamente incorrecto decirlo, hay un dato que es bastante más significativo: más del 80% de los pedófilos son homosexuales, es decir, varones que abusan de otros varones. Y –citando una vez más a Jenkins– más del 90% de los sacerdotes católicos condenados por abusos sexuales a menores y pedofilia es homosexual. Si en la Iglesia Católica puede haber habido efectivamente un problema, éste no tiene nada que ver con el celibato sino con una cierta tolerancia de la homosexualidad, en especial en los seminarios en los años Setenta, cuando fue ordenada la gran mayoría de sacerdotes más tarde condenados por tales abusos. Es un problema que Benedicto XVI está corrigiendo enérgicamente.

(Párrafo mío. Un amigo mío estaba haciendo hace unos años un viaje en una roulote por la América profunda, el medio oeste, cuando en una pequeña ciudad se encontró con un alboroto. Varios medios de comunicación habían acudido, alertados de que había un sacerdote católico sorprendido en pederastia. Acudieron como las moscas a un panal de rica miel. Pero cuando se enteraron de que el sorprendido no era un sacerdote católico, sino un pastor protestante, se fueron con gran decepción y sin cubrir la noticia. ¿Por qué será?)

En términos más generales, el retorno a la moral, a la disciplina ascética, a la meditación sobre la verdadera y gran naturaleza del sacerdocio, constituyen el antídoto último a la auténtica tragedia que es la pedofilia. También para esto debe servir al Año Sacerdotal. Respecto a 2006 –cuando la BBC emitió el documental-basura sobre el parlamentario irlandés y activista homosexual Colm O’Gorman– y a 2007 –cuando Santoro propuso la versión italiana en el programa Annozero de Raidue– non hay, en realidad, nada nuevo, excepto la creciente severidad y vigilancia de la Iglesia.

Los casos dolorosos de los que más se habla en estas semanas no son siempre inventados, pero se remontan a veinte o incluso a treinta años hace. Tal vez sí hay alguna novedad. ¿Para qué exhumar en 2010 casos antiguos o muy a menudo ya conocidos al ritmo de uno por día, atacando cada vez más directamente al Papa –ataque, por lo demás, paradójico si se considera la enorme severidad del cardenal Ratzinger antes y de Benedicto XVI después sobre este tema? Los «empresarios morales» que organizan el pánico tienen una agenda que se da a conocer cada vez más claramente y que no está realmente centrada en la protección de los niños. La lectura de ciertos artículos nos muestra cómo lobbies muy poderosos pretenden descalificar preventivamente la voz de la Iglesia con la acusación más infamante y hoy, por desgracia, también más fácil: la de favorecer o tolerar la pedofilia.

25 de abril de 2010

La Iglesia y la pederastia III

Tomás Alfaro Drake

En la misma línea que en las dos entradas anteriores, sigo publicando cosas ajenas que intentan clarificar este asunto de la pederastia en la Iglesia. Publico hoy otro artículo de Juana Manuel de Prada aparecido en ABC el 21 de Julio de 2008, pero que es de absoluta actualidad.

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Juan Manuel de Prada, “Curas pederastas”

Hubo épocas en que los cristianos se acogieron a la disciplina del arcano, ocultando las cosas de la religión a los paganos, pues comprobaban que, por mucho que se esforzasen en explicarles los misterios de su fe, los paganos lo entendían todo del revés y propalaban, por ejemplo, que la Eucaristía consistía en comerse a un niño crudo y otras aberraciones semejantes. Ando en estos días preparando una antología de artículos del gran Leonardo Castellani, a quien últimamente tanto cito, para que los muchos lectores que en estos meses me han preguntado por él puedan disfrutar a la vuelta del verano en una edición accesible de quien, sin duda alguna, es el mejor escritor católico en español del siglo XX; y, entre el bosque de artículos suculentos que Castellani dio a la prensa, me tropiezo con uno titulado «¡Al arcano de nuevo!», en el que con su habitual gracejo propone volver a aquella disciplina de los primeros cristianos, viendo que los señores incrédulos de nuestra época se obstinan en creer que Jesús estuvo enamorado de María Magdalena o que la burra de Balaam se llama así porque milagrosamente una vez baló. Tratar de aproximar la religión a ciertas personas contaminadas por las más rocambolescas mistificaciones lo considera Castellani trabajos de amor perdidos; y propone jocosamente que, en lugar de deslomarnos escribiendo tratados de apologética que rechazarán (aunque luego crean en el espiritismo, o en el Progreso, o en cualquier otra chorrada, pues ya se sabe que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa), nos dediquemos a hacerles creer las trolas más jacarandosas. Por ejemplo: que al Papa todos los cristianos deben adorarlo como Dios; o que la Santísima Trinidad la componen la paloma del Espíritu Santo, el Cordero de Dios y el Buey de Belén. Trolas que, indudablemente, se tragarán; pues nadie hay más crédulo que un incrédulo profesional.

Me he acordado de este artículo desternillante de Leonardo Castellani mientras seguía el tratamiento informativo que se ha hecho de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Sydney. El Papa Benedicto XVI ha dicho allí muchas cosas hermosas, incisivas o clarividentes; pero a la prensa sólo le interesa resaltar que ha vuelto a mostrar su vergüenza por los abusos perpetrados por ciertos curas pederastas. O, dicho más exactamente, a la prensa le importa un bledo que Benedicto XVI haya mostrado su pesar por estas conductas abominables, o que haya declarado que el sufrimiento de las víctimas es el suyo propio (pues, en el fondo, a la prensa le importan un bledo tales víctimas). A la prensa le interesa únicamente resaltar que los curas son pederastas; ni siquiera que haya unos pocos curas pederastas que denigran su ministerio, entre tantos miles de curas que cada día lo dignifican y exaltan, sino que los curas son pederastas por naturaleza. Pues, cuando se trata de envilecer a la Iglesia, una golondrina sí hace verano; y de nada sirve que por cada cura pederasta haya mil curas que alivian la miseria de millones de niños, que alumbran el porvenir de millones de niños, que desveladamente trabajan por salvar su infancia desvalida. Todos estos curas nada importan; o importan tanto que se oculta su mera existencia. Pues, si se divulgara, se correría el riesgo de que la gente bienintencionada pensase que tal vez los pocos curas pederastas que desgraciadamente existen entre tantísimos curas admirables son una ilustración de aquella parábola del trigo y la cizaña que nos contó Cristo.

Y de nada sirve que el Papa exprese su pesar ante conductas tan abominables como aisladas y exija que la justicia humana las castigue; de nada sirve que haya mostrado su disposición a limpiar la suciedad que se refugia en el seno de la Iglesia con soluciones dolorosísimas ante las que no le ha temblado jamás el pulso; de nada sirve que haya extremado su celo y reclamado a los obispos que extremen el suyo, vigilando la conducta de sus sacerdotes y seminaristas. A la prensa sólo le interesa propalar que los curas son un hatajo de pederastas; y mañana dirá, si es necesario, que se comen crudos a los niños. Saben que cuentan con una clientela crédula que, por cerrazón de inteligencia o suciedad de corazón, está dispuesta a tragarse sus trolas. Quizá haya llegado el momento de volver a la disciplina del arcano, como pedía Castellani.

21 de abril de 2010

La Iglesia y la pederastia II

Tomás Alfaro Drake


Como dije en la anterior entrada, iba a dedicar varias, miércoles incluidos, para hablar de los problemas de la Iglesia y la pederastia. Hoy traigo aquí un reciente artículo de Juan Manuel de Prada, publicado en ABC el pasado 20 de Marzo. Es posible que muchos ya lo hayáis leído, pero otros no y, en cualquier caso, es bueno recordarlo.

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Juan Manuel de Prada. “Celibato y pederastia”

Si mañana se declarase una plaga que asolase un continente entero y se descubriera que en una región determinada cuyos pobladores practican la dieta vegetariana tal plaga también se ha declarado, aunque con mucha menor virulencia, a nadie en su sano juicio se le ocurriría deducir que si la plaga no ha respetado a los pobladores de dicha región es precisamente porque son vegetarianos. Por el contrario, se deduciría que la dieta vegetariana, aunque no inmunice contra el contagio, lo hace mucho más improbable; y se concluiría que, si unos pocos pobladores de dicha región han caído víctimas de la plaga que devasta el continente entero, es más bien porque los hábitos alimenticios menos saludables de regiones limítrofes han corrompido la dieta tradicional que los pobladores de dicha región habían mantenido inalterada durante siglos. Y, para combatir la plaga, no se condenaría la dieta vegetariana, sino que, por el contrario, se trataría de deslindar cuáles son los hábitos alimenticios menos saludables que fomentan su propagación.

A nadie se le escapa que nuestra época padece una plaga de magnitud creciente llamada pederastia. No hay semana en que no leamos en la prensa que se ha desarticulado una red de pornografía infantil; no hay semana en que no sepamos de niños que han sufrido abusos perpetrados por adultos sin escrúpulos, con frecuencia familiares suyos. Y, mientras la plaga arrecia, descubrimos que también se ha extendido, aunque con mucha menor virulencia, entre los sacerdotes católicos: así, por ejemplo, en Alemania, de las 200.000 denuncias de abusos infantiles realizadas desde 1995, sólo 94 afectan a ministros de la Iglesia. De lo cual habría de deducirse, en estricta lógica, que el celibato, si no inmuniza contra la pederastia, la hace mucho más improbable; y también que si unos pocos sacerdotes han incurrido en tan aberrante crimen es más bien porque la plaga que padece nuestra época se ha infiltrado en la Iglesia, corrompiendo con sus hábitos perniciosos lo que estaba más sano que el resto. Y, en nuestra lucha contra la pederastia, lejos de condenar el celibato, trataríamos de deslindar cuáles son esos hábitos perniciosos que se enseñorean de nuestra época.

Pero en la campaña feroz que en estos días se promueve contra la Iglesia nada se rige por el «sano juicio». Y, así, se establece una relación directa entre celibato y pederastia que la estricta lógica repudia; pero ya se sabe que cuando el misterio de iniquidad anda suelto, la estricta lógica es vituperada, escarnecida y sepultada por el odio. Establecer una asociación entre celibato y pederastia es tan desquiciado como establecerla entre ayuno y triquinosis. De una persona que infringe el ayuno que a sí misma se ha impuesto podremos predicar que carece de fuerza de voluntad, o de convicción; pero si esa persona que infringe el ayuno enferma de triquinosis habremos de concluir, inevitablemente, que le gusta comer cerdo. De un sacerdote que infringe el celibato podremos predicar que las debilidades de la carne ejercen sobre él un imperio más fuerte que la lealtad a sus votos; pero si un sacerdote abusa de un niño habremos de concluir, inevitablemente, que padece una desviación sexual. Sacerdotes débiles, infractores del celibato, los ha habido siempre, como queda testimoniado en la obra de Lope de Vega o del Arcipreste de Hita; pero su debilidad la han satisfecho con mujeres. Los escasos sacerdotes que abusan de niños no lo hacen porque su sexualidad esté reprimida por el celibato, como desquiciadamente pretenden los promotores de esta campaña feroz, sino porque su sexualidad está desviada. En la misma dirección, por cierto, que nuestra época aplaude y estimula y promueve, aunque luego se rasgue farisaicamente las vestiduras cuando tal desviación se ensaña con la infancia.

18 de abril de 2010

La Iglesia y la pederastia I

Tomás Alfaro Drake

A la vista de la que está cayendo sobre la Iglesia con el gravísismo tema de la pederastia de algunos de sus sacerdotes, voy a dedicar las próximas entradas, no sé cuantas, miércoles incluidos, exclusivamente a puntualizar algunas cosas que son importantes para separar el grano de la paja y poder así pensar y actuar con claridad. Lo hago a pesar de que todavía me queda por publicar la última entrada de la serie "La fe en Cristo". Sin embargo, la última entrada de esta serie publicada, la VII, "¿Cristo sí Iglesia no?", podría entroncar perfectamente con la serie que empiezo ahora. En general serán cosas no escritas por mí, de las que citaré las fuentes.

Empiezo por una homilía del sacerdote Franciscano P. Roger J. Landry, en la parroquia del Espíritu Santo en Fall River, Massachusets.

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La nota de ocho columnas de la semana pasada no se la llevó el desfile de la Super Bowl ni quién sería el mariscal de campo, ni tampoco el discurso del Presidente al Estado de la Unión hablando de los operativos terroristas en los Estados Unidos. Nada de esto fue la noticia principal. Los encabezados fueron capturados por la muy triste noticia de que algunos sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston abusaron de jóvenes a quienes estaban consagrados a servir.

Es un escándalo mayúsculo, uno que muchas personas que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales, lo están usando como pretexto para atacar a la Iglesia como un todo, tratando de implicar que después de todo ellos tenían razón. Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto. Muchas otras hubieran querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran malas noticias, se abstuvieron; pero para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso, hoy quiero atacar el asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello.

No podemos fingir como si no hubiera sucedido. Y yo quisiera discutir cuál debe ser nuestra respuesta como fieles católicos a este terrible escándalo. Lo primero que necesitamos hacer, es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de elegir a Sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo tenía muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración acerca de a quiénes elegiría para que fueran sus doce Apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Él les dio el poder de expulsar a los demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su nombre numerosos milagros.

Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que Él permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas en Getsemaní, simulando un acto de amor para entregarlo. “!Judas," le dijo Jesús en el huerto de Getsemaní, "con un beso entregas al Hijo del hombre!" Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara.

Él lo eligió para que fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él y, por su traición termino haciendo que Jesús fuera crucificado y ejecutado. Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un terrible traidor. A VECES LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de comenzar a crecer.

En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven. En vez de centrarse en aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once -todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por el Evangelio, por el cual estuvieron dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo- que nosotros llegamos a escuchar la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos de la vida eterna.

Hoy somos confrontados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servirlos a ustedes por amor. Los medios casi nunca prestan atención a los buenos "once", aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.

El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia, cuando estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como la definición matemática del coseno, es decir, una curva oscilatoria con movimientos de péndulo, con bajas y altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaron a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.

Yo quisiera centrarme un poco en un par de santos a quienes Dios hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este tiempo difícil. San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma Protestante. La Reforma Protestante no brotó fundamentalmente por aspectos teológicos, por asuntos de fe -aunque las diferencias teológicas aparecieron después- sino por aspectos morales. Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, quien fue a Roma durante el papado más notorio de la historia, el del Papa Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe -el Espíritu Santo lo evitó- pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas. Llevó a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia. Regresó a Alemania y observó toda clase de problemas morales.

Los sacerdotes vivían abiertamente relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Privaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Él se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados. Así que fundó su propia iglesia. Eventualmente Dios hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo.

San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon.

Él no se anduvo con rodeos. Dijo: "Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo". Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: "Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que los escándalos destruyan su fe-, son culpables de suicidio espiritual."

Son culpables, dijo él, "de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía". San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo a ustedes. ¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción?

Otro gran santo que vivió en tiempos particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de Asís vivió alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero eventualmente, se convirtió al Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a reconstruir Su Iglesia y llegó a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos. Una vez, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era muy susceptible a los escándalos. "Hermano Francisco," le dijo, "¿qué harías tu si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?" Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo muy despacio: "Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote."

¿A dónde quiso llegar Francisco? Él quiso dejar en claro una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia -en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador sea él en lo personal, perdonar los pecados del penitente, Cristo mismo actúa en los sacramentos a través de ese ministro. Ya sea que el Papa celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por un crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su cuerpo y Su sangre.

Así que lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor que sus manos ungidas del sacerdote, es que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del sacerdote lo llevaran a cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace!

Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce Apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó. Dios ha hecho los sacramentos esencialmente "a prueba de los sacerdotes", esto es, en términos de su santidad personal. No importa cuán santos estos sean o cuán malvados, siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través de Judas cuando Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.

Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser perfeccionada.

Pero aún esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo adecuado. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina en Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso en niños, que es algo que todos nosotros debemos apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente ¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo -como San Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada siglo- es la SANTIDAD!

¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro autentico de la Iglesia. Siempre hay personas -un sacerdote se encuentra con ellas regularmente, ustedes probablemente conocen a varias de ellas también-, que usan excusas para justificar por qué no practican su fe, por qué lentamente están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular.

Indudablemente habrá muchas personas estos días -y ustedes probablemente se encontraran con ellas- que dirán: "¿Para qué practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?" Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos trataran de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es que la santidad es tan importante. Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor.

Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es una llamada para que despertemos.

Estos son tiempos duros para ser sacerdote hoy. Son tiempos duros para ser católicos hoy. Pero también son tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser católicos hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos hoy: "Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes." Yo he experimentado de primera mano esta bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes que conozco.

A principios de esta semana, cuando terminé de hacer ejercicio en un gimnasio local, salía yo del vestidor con mi traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vio, inmediata y apresuradamente apartó a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me miró cuando pasé y cuando me había alejado lo suficiente, respiró aliviada y soltó a sus hijos como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club deportivo.

Pero mientras que todos nosotros quizá tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, de hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era respetada. Los sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de santidad y bondad. Pero ya no es así. Uno de los más grandes predicadores en la historia estadounidense, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de cuando florece, cuando la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura.

Esas épocas para que los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y contaran. "Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo," solía decir, señalando que muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, "pero se necesita de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente." ¡Qué cierto es esto!

Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la Roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los grandes momentos para ser cristianos.

Algunas personas predicen que en esta región la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor se asegurará de que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar totalmente el mundo.

En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi: "Voy a destruir su Iglesia". El Cardenal le contestó: "No, no podrá". Napoleón, con sus 150 cm. de altura, dijo otra vez: "¡Voy a destruir su Iglesia!" El Cardenal dijo confiado: "¡No, no podrá. Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!" Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general- ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo?

El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. El prometió que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará, no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él nunca la abandonará.

La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia! Aún cuando algunos de Sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que serán fieles, que los servirán a ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los once Apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado por él.

¡Este es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos y cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su autentico rostro.

Una de las razones por las que yo estoy aquí como sacerdote para ustedes hoy es porque siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa y casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del Señor en la patena, como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al Creador y Salvador de todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho al Señor, reiterando mi deseo de ser sacerdote: "¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como Tú mereces!" Eso me dio un ardiente deseo de servir al Señor.

Quizá este escándalo les permita a ustedes hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo que los conduzca por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente, "Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar Tu nombre como Tú lo mereces, para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado." Jesús está con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca. Tal como a partir de la traición de Judas, Él alcanzo la más grande victoria en la historia del mundo, nuestra salvación por medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de este episodio Él puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo XXI, con cada uno de nosotros -y esto te incluye a TI- jugando un papel estelar.

Ahora es el tiempo para que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los santos. ¿Cómo vas a responder tú?

15 de abril de 2010

Frases 15-IV.2010

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La humanidad todavía no ha descubierto el verdadero valor de la música, el sentido que encierra el hecho de que exista en el mundo el fenómeno musical; cuando se dé cuenta de ello, algo importante sucederá en el espíritu de las gentes. Es perjudicial sobremanera acostumbrarse a tomar las realidades y acontecimientos como algo consabido, cotidiano, normal, carente de todo enigma. Deberíamos aprender a verlos en toda su misteriosidad.

Atribuido a Pablo Casals por Alfonso López Quintás en su obra “Cuatro filósofos en busca de Dios”, sin especificar en el texto la mezcla entre palabras de Casals y del propio López Quintás.

Recomiendo con todas mis fuerzas ver la película “el concierto”, ahora en cartelera, para ver cómo esta frase toma realidad.

11 de abril de 2010

Mi orgullo de ser católico

Tomás Alfaro Drake

Reproduzco aquí el breve escrito que bajo este título ha divulgado en obispo de Ayaviri en Perú:

Al lector algo enterado, le podrá parecer - sobre todo en estos días - una provocación este título; y en parte lo es. Sin embargo, el titular responde, por encima de todo, a una verdad que no tengo por qué ocultar.

Es bien sabido que las últimas semanas han sido muy malas para la Santa Sede y tanto más dolorosas para el Papa Benedicto XVI. Han saltado a la luz del día los escándalos de abuso sexual; ya algo de esto se había visto en los primeros años del nuevo milenio, cuando lo de algunos clérigos católicos de Estados Unidos. Ahora los de Irlanda. El asunto viene de años atrás. No podemos negar que la estamos pasando mal. ¿Somos los únicos? Ya verán que no. Pero mal de muchos, consuelo de tontos. El horror de siquiera una de estas faltas es totalmente condenable.
Sin embargo en medio de todo esto tengo mis razones para sentir el orgullo de ser católico. Y aquí va mi alegato a favor de mi Iglesia y del Papa:

-Mi orgullo por un Papa que ha dado cara al asunto, sin subterfugios, ni ambigüedades.


-Mi orgullo por un Papa que lo ha hecho públicamente, llamando a una necesaria purificación.

-Mi orgullo por un Papa que con serenidad y firmeza ha llamado la atención a los Obispos.

-Mi orgullo por un Papa que habla claro de las causas externas e internas del problema.

-Mi orgullo por un Papa que ante falsas acusaciones, calumnias y mentiras sobre su persona ha sabido guardar la calma y perdonar.

-Igualmente mi orgullo por una Iglesia que sabe pedir perdón por sus sacerdotes que fallaron.

-Mi orgullo por una Iglesia que corrige allí donde sus Obispos no lo supieron hacer.

-Mi orgullo por una Iglesia pronta a enmendar sus errores.

-Mi orgullo por una Iglesia que desea reparar el daño causado.

-Mi orgullo por una Iglesia solidaria afectiva y efectivamente con las victimas

-Mi orgullo por una Iglesia que odiando el pecado comprende y perdona al pecador.

-Mi orgullo por una Iglesia que sabe aplicar penas cuando es necesario.

Como verán, tengo mis razones. No son todas; hay muchas más. No todas gustarán. Algunas serán poco comprensibles para quienes no hayan seguido con lectura atenta la denodada labor de purificación, renovación y puesta en orden de Benedicto XVI en sus pocos años de pontificado. Solo me queda un último pendiente; una curiosidad: ¿y harán la misma labor los que hasta ahora tanto vociferan y critican?

S.E.R. Mons Kay Martín Schmalhausen Panizo SCV
Obispo Prelado de Ayaviri


Este orgullo podría ser menos comprendido si no se conoce el texto de la carta que el Papa ha escrito a la Iglesia de Irlanda sobre el asunto de la pederastia. Para que el juicio sobre ese orgullo del Obispo de Ayaviri, que comparto plenamente, sea con conocimiento de causa, incluyo en esta entrada, aún a riesgo de hacerla demasiado larga, el texto íntegro de la carta de Benedicto XVI a la Iglesia de Irlanda:


CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA


Traducción no oficial

1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros estoy profundamente consternado por las noticias concernientes al abuso de niños y jóvenes indefensos por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros experimentaron al enterarse de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda.

Como sabéis, invité hace poco a los obispos de Irlanda a una reunión en Roma para que informasen sobre cómo abordaron esas cuestiones en el pasado e indicasen los pasos que habían dado para hacer frente a una situación tan grave. Junto con algunos altos prelados de la Curia Romana escuché lo que tenían que decir, tanto individualmente como en grupo, sea sobre el análisis de los errores cometidos y las lecciones aprendidas, que sobre la descripción de los programas y procedimientos actualmente en curso. Nuestras discusiones fueron francas y constructivas. Estoy seguro de que, como resultado, los obispos están ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y de abordar cuestiones más amplias relacionadas con el abuso de los niños de manera conforme con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.

2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía, y proponeros un camino de curación, renovación y reparación.

Es verdad, como han observado muchas personas en vuestro país, que el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda o de la Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de hacer frente al problema de los abusos ocurridos dentro de la comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con coraje y determinación. Que nadie se imagine que esta dolorosa situación se resuelva pronto. Se han dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Necesitamos perseverancia y oración, con gran fe en la fuerza salvadora de la gracia de Dios.

Al mismo tiempo, debo también expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda, debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás, los graves pecados cometidos contra niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos.

Mientras os enfrentáis a los retos de este momento, os pido que recordéis la "roca de la que fuisteis tallados" (Isaías 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución ofrecida a la Iglesia y a la humanidad por generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y haced que de esa reflexión brote el impulso para un honesto examen de conciencia personal y para un sólido programa de renovación de la Iglesia y el individuo. Rezo para que, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, la Iglesia en Irlanda supere esta crisis y vuelve a ser una vez más testimonio convincente de la verdad y la bondad de Dios Todopoderoso, que se manifiesta en su Hijo Jesucristo.

3. A lo largo de la historia, los católicos irlandeses han demostrado ser, tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Monjes celtas como San Columba difundieron el evangelio en Europa occidental y sentaron las bases de la cultura monástica medieval. Los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, quedaron plasmados en la construcción de iglesias y monasterios y en la creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros irlandeses debían su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo y a la rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal.

A partir del siglo XVI, los católicos en Irlanda atravesaron por un largo período de persecución, durante el cual lucharon por mantener viva la llama de la fe en circunstancias difíciles y peligrosas. San Oliver Plunkett, mártir y arzobispo de Armagh, es el ejemplo más famoso de una multitud de valerosos hijos e hijas de Irlanda dispuestos a dar su vida por la fidelidad al Evangelio. Después de la Emancipación Católica, la Iglesia fue libre de nuevo para volver a crecer. Las familias y un sinfín de personas que habían conservado la fe en el momento de la prueba se convirtieron en la chispa de un gran renacimiento del catolicismo irlandés en el siglo XIX. La iglesia escolarizaba, especialmente a los pobres, lo que supuso una importante contribución a la sociedad irlandesa. Entre los frutos de las nuevas escuelas católicas se cuenta el aumento de las vocaciones: generaciones de sacerdotes misioneros, hermanas y hermanos, dejaron su patria para servir en todos los continentes, sobre todo en mundo de habla inglesa. Eran excepcionales, no sólo por la vastedad de su número, sino también por la fuerza de la fe y la solidez de su compromiso pastoral. Muchas diócesis, especialmente en África, América y Australia, se han beneficiado de la presencia de clérigos y religiosos irlandeses, que predicaron el Evangelio y fundaron parroquias, escuelas y universidades, clínicas y hospitales, abiertas tanto a los católicos, como al resto de la sociedad, prestando una atención particular a las necesidades de los pobres.

En casi todas las familias irlandesas, ha habido siempre alguien - un hijo o una hija, una tía o un tío - que dieron sus vidas a la Iglesia. Con razón, las familias irlandesas tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos que dedicaron la vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con los demás y traduciéndola en acciones sirviendo con amor a Dios y al prójimo.

4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que enfrentarse a nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa. El cambio social ha sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos. Asimismo , las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales se dejaron ,con frecuencia, de lado.

También fue significativa en este período la tendencia, incluso por parte de los sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de la realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio. El programa de renovación propuesto por el Concilio Vaticano II fue a veces mal entendido y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, de evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el inquietante problema de abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al debilitamiento de la fe y la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas.

Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a la crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y encontrar las soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han contribuido a ella, podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados, la tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos cuyo resultado fue la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de la dignidad de cada persona. Es necesaria una acción urgente para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y han obscurecido tanto la luz del Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución.

5. En varias ocasiones, desde mi elección a la Sede de Pedro, me he encontrado con víctimas de abusos sexuales y estoy dispuesto a seguir haciéndolo en futuro. He hablado con ellos, he escuchado sus historias, he constatado su sufrimiento, he rezado con ellos y por ellos. Anteriormente en mi pontificado, preocupado por abordar esta cuestión, pedí a los obispos de Irlanda, durante la visita ad limina de 2006 que "establecieran la verdad de lo ocurrido en el pasado y tomasen todas las medidas necesarias para evitar que sucediera de nuevo, para asegurar que los principios de justicia sean plenamente respetados y, sobre todo, para curar a las víctimas y a todos los afectados por estos crímenes atroces “ (Discurso a los obispos de Irlanda, el 28 de octubre de 2006).

Con esta carta, quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en Irlanda, a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, los remedios necesarios y a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas , y la necesidad de la unidad, la caridad y la ayuda mutua en el largo proceso de recuperación y renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.

6. A las víctimas de abusos y a sus familias

Habéis sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad. Muchos de vosotros han experimentado que cuando tuvieron el valor suficiente para hablar de lo que les había pasado, nadie quería escucharlos. Aquellos que sufrieron abusos en los internados deben haber sentido que no había manera de escapar de su dolor. Es comprensible que os sea difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. En la comunión con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue Él mismo una víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros aún lleva las heridas de su sufrimiento injusto. Él entiende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia.

Sé que a algunos de vosotros les resulta difícil incluso entrar en una iglesia después de lo que ha sucedido. Sin embargo, las heridas de Cristo, transformadas por su sufrimiento redentor, son los instrumentos que han roto el poder del mal y nos hacen renacer a la vida y la esperanza. Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial - incluso en las situaciones más oscuras y desesperadas - que libera y trae la promesa de un nuevo comienzo.

Al dirigirme a vosotros como un pastor, preocupado por el bienestar de todos los hijos de Dios, os pido humildemente que reflexionéis sobre lo que he dicho. Ruego que, acercándoos a Cristo y participando en la vida de su Iglesia - una Iglesia purificada por la penitencia y renovada en la caridad pastoral - podáis descubrir de nuevo el amor infinito de Cristo por cada uno de vosotros. Estoy seguro de que de esta manera seréis capaces de encontrar reconciliación, profunda curación interior y paz.

7. A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños

Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios Todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros semejantes. Aquellos de vosotros que son sacerdotes han violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Junto con el inmenso daño causado a las víctimas, un daño enorme se ha hecho a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.

Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda.

Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones y penitencias por aquellos que habéis ofendido. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y extraer el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos llama a dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.

8. A los padres

Os habéis sentido profundamente indignados y conmocionados al conocer los hechos terribles que sucedían en lo que debía haber sido el entorno más seguro para todos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y educar a los hijos. Se merecen crecer con seguridad, cariño y amor, con un fuerte sentido de su identidad y su valor. Tienen derecho a ser educados en los auténticos valores morales enraizados en la dignidad de la persona humana, a inspirarse en la verdad de nuestra fe católica y a aprender los patrones de comportamiento y acción que lleven a la sana autoestima y la felicidad duradera. Esta tarea noble pero exigente está confiada en primer lugar a vosotros, padres. Os invito a desempeñar vuestro papel para garantizar a los niños los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como en la sociedad en general, mientras la Iglesia, por su parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. Os aseguro que estoy cerca de vosotros y os ofrezco el apoyo de mis oraciones mientras cumplís vuestras grandes responsabilidades

9. A los niños y jóvenes de Irlanda

Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado desde que ellos tenían vuestra edad. Sin embargo, todas las personas, en cada generación están llamadas a recorrer el mismo camino durante la vida, cualesquiera que sean las circunstancias. Todos estamos escandalizados por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia, en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes. Pero es en la Iglesia donde encontraréis a Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. ¡Buscad una relación personal con Éll dentro de la comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza! Sólo Él puede satisfacer vuestros anhelos más profundos y dar pleno sentido a vuestras vidas, orientándolas al servicio de los demás. Mantened vuestra mirada fija en Jesús y su bondad y proteged la llama de la fe en vuestros corazones. Espero en vosotros para que, junto con vuestros hermanos católicos en Irlanda, seáis fieles discípulos de nuestro Señor y aportéis el entusiasmo y el idealismo tan necesarios para la reconstrucción y la renovación de nuestra amada Iglesia.

10. A los sacerdotes y religiosos de Irlanda

Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos. A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también consciente de que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables por asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma responsable de los delitos de los demás. En este tiempo de sufrimiento, quiero dar acto de vuestra dedicación cómo sacerdotes y religiosos y de vuestro apostolado, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor por su Iglesia y vuestra confianza en las promesas evangélicas de la redención, el perdón y la renovación interior. De esta manera, podréis demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (cf. Rm 5, 20).

Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados y encolerizados por la manera en que algunos de vuestros superiores abordaron esas cuestiones. Sin embargo, es esencial que cooperéis estrechamente con los que ostentan la autoridad y colaboréis en garantizar que las medidas adoptadas para responder a la crisis sean verdaderamente evangélicas, justas y eficaces. Por encima de todo, os pido que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, que siguen con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en Irlanda cobrará nueva vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios que se hace visible en vuestras vidas.

11. A mis hermanos, los obispos

No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores han fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil comprender la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas en función de los pareceres contradictorios de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo fallos de dirección. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos llevados a cabo para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de abusos de niños, seguid cooperando con las autoridades civiles en el ámbito de su competencia. Está claro que los superiores religiosos deben hacer lo mismo. También ellos participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es imperativo que las normas de la Iglesia en Irlanda para la salvaguardia de los niños sean constantemente revisadas y actualizadas y que se apliquen plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.


Sólo una acción decisiva llevada a cabo con total honestidad y transparencia restablecerá el respeto y el afecto del pueblo irlandés por la Iglesia a la que hemos consagrado nuestras vidas. Hay que empezar, en primer lugar, por vuestro examen de conciencia personal, la purificación interna y la renovación espiritual. El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez, y busquéis día tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de San Agustín, sois un obispo, y sin embargo, con ellos estáis llamados a ser un discípulo de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto a renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y profundizar vuestra atención pastoral con todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor por Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas.

Asimismo, hay que alentar a los laicos a que desempeñen el papel que les corresponde en la vida de la Iglesia. Aseguraos de su formación para que puedan, articulada y convincentemente, dar razón del Evangelio en medio de la sociedad moderna (cf. 1 Pet 3, 15), y cooperen más plenamente en la vida y misión de la Iglesia. Esto, a su vez, os ayudará a volver a ser guías y testigos creíbles de la verdad redentora de Cristo.

12. A todos los fieles de Irlanda

La experiencia de un joven en la Iglesia debería siempre fructificar en su encuentro personal y vivificador con Jesucristo, dentro de una comunidad que lo ama y lo sustenta. En este entorno, habría que animar a los jóvenes a alcanzar su plena estatura humana y espiritual, a aspirar a los altos ideales de santidad, caridad y verdad y a inspirarse en la riqueza de una gran tradición religiosa y cultural. En nuestra sociedad cada vez más secularizada en la que incluso los cristianos a menudo encuentran difícil hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevas modos para transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Para resolver la crisis actual, las medidas que contrarresten adecuadamente los delitos individuales son esenciales pero no suficientes: hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras generaciones a atesorar el don de nuestra fe común. Siguiendo el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando vuestras vidas cada vez más a la figura de Jesucristo, experimentaréis con seguridad la renovación profunda que necesita con urgencia nuestra época . Invito a todos a perseverar en este camino.

13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad para afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y fortaleza a las nobles tradiciones de Irlanda de fidelidad al Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. En solidaridad con todos vosotros, ruego con insistencia para que, con la gracia de Dios, las heridas inflingidas a tantas personas y familias puedan curarse y para que la Iglesia en Irlanda experimente una época de renacimiento y renovación espiritual

14. Quisiera proponer, además, algunas medidas concretas para abordar la situación.

Al final de mi reunión con los obispos de Irlanda, les pedí que la Cuaresma de este año se considerase un tiempo de oración para la efusión de la misericordia de Dios y de los dones de santidad y fortaleza del Espíritu Santo sobre la Iglesia en vuestro país. Ahora os invito a todos a ofrecer durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, la penitencia de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis el ayuno, las oraciones, la lectura de la Sagrada Escritura y las obras de misericordia por la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a utilizar con más frecuencia el poder transformador de su gracia.


Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a ello. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen períodos de adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad de participar. Mediante la oración ferviente ante la presencia real del Señor, podéis cumplir la reparación por los pecados de abusos que han causado tanto daño y al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza renovada y un sentido más profundo de misión por parte de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.

Estoy seguro de que este programa conducirá a un renacimiento de la Iglesia en Irlanda en la plenitud de la verdad de Dios, porque la verdad nos hace libres (cf. Jn 8, 32).

Además, después de haber rezado y consultado sobre el tema, tengo la intención de convocar una Visita Apostólica en algunas diócesis de Irlanda, así como en los seminarios y congregaciones religiosas. La visita tiene por objeto ayudar a la Iglesia local en su camino de renovación y se establecerá en cooperación con las oficinas competentes de la Curia Romana y de la Conferencia Episcopal Irlandesa. Los detalles serán anunciados en su debido momento.

También propongo que se convoque una misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a los conocimientos de predicadores expertos y organizadores de retiros en Irlanda, y en otros lugares , mediante la revisión de los documentos conciliares, los ritos litúrgicos de la ordenación y profesión, y las recientes enseñanzas pontificias, lleguéis a una valoración más profunda de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber a fondo en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de su Iglesia.

En este año dedicado a los sacerdotes, os propongo de forma especial la figura de San Juan María Vianney, que tenía una rica comprensión del misterio del sacerdocio. "El sacerdote -escribió- tiene la llave de los tesoros de los cielos: es el que abre la puerta, es el mayordomo del buen Dios, el administrador de sus bienes." El cura de Ars entendió perfectamente la gran bendición que supone para una comunidad un sacerdote bueno y santo: “Un buen pastor, un pastor conforme al corazón de Dios es el tesoro más grande que Dios puede dar a una parroquia y uno de los más preciosos dones de la misericordia divina ".Que por la intercesión de San Juan María Vianney se revitalice el sacerdocio en Irlanda y toda la Iglesia en Irlanda crezca en la estima del gran don del ministerio sacerdotal.

Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias anticipadamente a todos aquellos que ya están dedicados a la tarea de organizar la Visita Apostólica y la Misión, así como a los muchos hombres y mujeres en toda Irlanda que ya están trabajando para proteger a los niños en los ambientes eclesiales. Desde el momento en que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo en muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio. Si bien no se debe escatimar ningún esfuerzo para mejorar y actualizar los procedimientos existentes, me anima el hecho de que las prácticas vigentes de tutela, adoptadas por las iglesias locales, se consideran en algunas partes del mundo, un modelo para otras instituciones.

Quiero concluir esta carta con una Oración especial por la Iglesia en Irlanda, que os dejo con la atención que un padre presta a sus hijos y el afecto de un cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha ocurrido en nuestra querida Iglesia. Cuando recéis esta oración en vuestras familias, parroquias y comunidades, la Santísima Virgen María os proteja y guíe a cada uno de vosotros a una unión más estrecha con su Hijo, crucificado y resucitado. Con gran afecto y confianza inquebrantable en las promesas de Dios, os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.

Desde el Vaticano, 19 de marzo de 2010, Solemnidad de San José,
BENEDICTUS PP. XVI



ORACIÓN POR LA IGLESIA EN IRLANDA



Dios de nuestros padres,
renuévanos en la fe que es nuestra vida y salvación,
en la esperanza que promete el perdón y la renovación interior,
en la caridad que purifica y abre nuestros corazones
en tu amor , y a través de tí en el amor de todos nuestros hermanos y hermanas.

Señor Jesucristo,
Que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes en el camino de la verdad,la bondad, la santidad y el servicio generoso a la sociedad.

Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y entrega apostólica
para la Iglesia en Irlanda.

Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo para enderezar los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
den una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y asociaciones,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad. la justicia, la alegría y la paz en toda la familia humana.

A ti, Trinidad,
con plena confianza en la protección de María,
Reina de Irlanda, Madre nuestra,
y de San Patricio, Santa Brígida y todos los santos,
nos confiamos nosotros mismos, nuestros hijos,
y confiamos las necesidades de la Iglesia en Irlanda.

7 de abril de 2010

Frases 7-IV-2010

Soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, no podría precisar cuantos, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. No lo he hecho con la idea del coleccionista, sino más bien con el espíritu de Odiseo para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas páginas, que son como mi nido, y en seguida me rescato del olvido y recupero la consciencia. Estas páginas son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo.


La auténtica intuición artística va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando la realidad, intenta interpretar su misterio escondido.

Juan Pablo II Carta a los artistas.