Varios profesores de la Universidad Francisco de Vitoria, Nieves Carmona, Beatriz Duarte, Ignacio Temiño y yo mismo, hemos escrito un artículo en el que analizamos la crisis en la que estamos inmersos. Sus causas, los responsables de que se haya producido y la dirección en la que, a nuestro juicio debería buscarse la salida de la misma. Lo publico en este blog en tres partes, de la que esta es la tercera y última.
Anatomía de una crisis III
IV. Y, ¿quien tiene la culpa?
¿Quién o quienes son los culpables de esta crisis? Es muy fácil jugar a ser víctimas inocentes y buscar un chivo expiatorio al que cargar con todas las culpas y mandar al desierto. Los bancos son los que se han llevado ese papel. Y no vamos a decir que algunos –o muchos– bancos no tengan una buena parte de la culpa. ¿Cuáles? Básicamente, los que más alegremente se han dedicado a dar préstamos para invertir en la primera burbuja –en España más las Cajas de Ahorro, de titularidad pública–, y los que hayan creado o comprado esos productos tan maravillosos como falsos con alta rentabilidad y sin riesgo. Sin embargo, hay también muchos bancos prudentes que hay participado en una medida muy limitada en este proceso. Pero, dicho esto, que es la mitad de la verdad, en un breve repaso al proceso que ha desencadenado esta tormenta perfecta, aparecen otros culpables y, mucho nos tememos, que pocos se libran de su cuota de culpa.
Empecemos por los ciudadanos que se han dejado arrastrar por la perspectiva de ganancias fáciles invirtiendo especulativamente en pisos. Creo que no hay nada malo y sí mucho bueno en querer ganar dinero honestamente. Y no voy a decir que pretender comprar un piso hoy y venderlo un año después endeudándose y ganando una buena rentabilidad sea, en sí mismo, deshonesto. Pero sí que es jugar con fuego y aportar un granito de arena a la creación de la primera burbuja. Y muchos granitos de arena hacen una playa peligrosa. Quien haya participado en esto, en menor o mayor medida, que haga el correspondiente análisis y acepte su cuota de culpa.
Sigamos después con la tríada de gobiernos/bancos centrales/reguladores. El exceso de liquidez y los bajos tipos de interés de la pre-crisis están causados por los dos primeros de esta tríada. Los bancos centrales, instados, jaleados y presionados por los gobiernos que engloban (Básicamente BCE para la Unión Europea y FED para los Estados Unidos) son los responsables fundamentales de estas causas, básicas para la creación de la primera y segunda burbuja. Y a su vez, los gobiernos han sentido la presión de sus ciudadanos que, a buen seguro, hubiesen penalizado como votantes al gobierno que hubiese presionado para que los tipos de interés subiesen. Quizá haga falta una clase política un poco menos electoralista y con un poco más de liderazgo para ser capaces de no dejarse arrastrar por las demandas demagógicas de los ciudadanos. O, al menos, que no las jaleen. Pero, ¿tal vez esto sea soñar despierto? El tercer elemento de la tríada, los reguladores, también han aportado su grano de arena. Mientras, en general, se miraban con lupa –en unos países más y en otros menos– los préstamos de los bancos comerciales –los que captan depósitos y los prestan– y su capital, se usaba una red apta para pescar ballenas al mirar los activos y las necesidades de capital de los Investment Banks, así como para supervisar los productos que creaban sus BRAINS.
Pasemos al comportamiento de empresas y economías familiares. Pocas son las empresas que no hayan abusado del apalancamiento o las familias que no hayan tirado del crédito más de la cuenta para su inversión o consumo, aún en activos que no sean los de la primera burbuja. Y sólo esas pocas empresas o familias podrían tirar la primera piedra. También tendrían que preguntarse sobre su grado de responsabilidad en la crisis, los inversores –particulares, gobiernos nacionales y locales, administradores de fondos de pensiones y hasta bancos– que hayan comprado esos productos financieros de alta rentabilidad “sin riesgo”. Posiblemente, la mayoría de los particulares e inversores no financieros que los compraron lo hiciesen asesorados por comercializadores de los bancos sin escrúpulos que los crearon y por la información, en el mejor de los casos errónea y en el peor consciente o negligentemente falsa, de las agencias de rating. Pero la poca presión que los BRAINS necesitaban para crear esos productos, ha venido de estos inversores. Lo que es imperdonable es que muchos fondos de pensiones y bancos, que se supone que tienen sus propios expertos para no hacer inversiones disparatadas, hayan caído en tan burda trampa.
Volvamos a los gobiernos. ¿Quienes más que ellos son los responsables de los déficits intratables que llevan a unos niveles de deuda que ponen en peligro la viabilidad de los propios Estados? No vale echar la culpa a los “pérfidos” mercados, ni a los “desalmados” especuladores, ni a las “engañosas” agencias de rating. Los gobiernos y sólo ellos tienen la culpa de generar esos déficits y de llegar a esos niveles de deuda. Cuando los gobiernos europeos hablan de crear su propia agencia de rating, podemos echarnos a temblar. Sólo nos faltaba una agencia de rating amigable con los gobiernos y dispuesta a calificar con AAA hasta la deuda de Grecia, para terminar de sembrar el caos. Ya fueron amigables las existentes con los productos de los BRAINS y así pasó lo que pasó. No caigamos ahora en tachar a éstas de demasiado exigentes y repetir el error, esta vez, sin duda, a sabiendas.
Así pues, si se trata de buscar culpables en vez de chivos expiatorios, que cada uno se mire a sí mismo.
V. ¿Podría haberse evitado esta crisis?
¿Podría haberse evitado esta crisis? La pregunta es ociosa, puesto que ya estamos en ella. Es preferible otra pregunta. Si salimos de esta crisis sin dejarnos demasiadas plumas, ¿podremos evitar que haya otras? La respuesta es, a nuestro entender, un sí y un no. Antes se ha dicho que para salir de la crisis habría que hacer lo contrario de lo que había generado las burbujas que la provocaron. Pero, una vez metidos en ella, era muy difícil, si no imposible, dar marcha atrás. Sin embargo, si salimos de ésta razonablemente sanos y nos recuperamos, es perfectamente posible no repetir la creación de las burbujas. Aún a riesgo de ser repetitivo, hagamos un pequeño recorrido sobre lo que deberíamos evitar.
En primer lugar, los inversores deberían huir como de la peste de poner un euro en cualquier cosa que sonase a una burbuja de falsa demanda inducida por el afán especulativo. No son difíciles de distinguir. Si algún activo –tulipanes, acciones de empresas .com o pisos– sube de precio desmesuradamente sin que esa subida resista el análisis de las causas fundamentales que hacen subir este precio, no cabe duda, estamos ante una candidata a burbuja. Si, además, la gente acude a préstamos para comprar ese activo, la duda se despeja aún más. Cuando la gente, empezando por el portero de su casa, le mira con condescendencia cuando no ha invertido en ello, entonces puede estar seguro de que se trata de una burbuja y de que está a punto de estallar. Para mejor guía, recomendamos encarecidamente la lectura del capítulo 2 del libro de Burton Malkiel, “Un paseo aleatorio por Wall Street”. Este capítulo lleva el ilustrativo título de “La locura de las multitudes”. Y explica cómo desde el siglo XVIII –y posiblemente desde antes–, con la crisis de los tulipanes holandeses, las burbujas se vienen sucediendo con pasmosa regularidad. Malkiel ha acuñado en este libro una frase lapidaria: “Después de años de bonanza económica, la gente está preparada para perder su dinero”.
Pero no basta con no poner un euro en los activos que formen la burbuja. También hay que huir, y con la misma determinación, de cualquier inversión genial que prometa altas rentabilidades sin riesgo. Ya va siendo hora de que aprendamos una lección bastante simple: Cuando alguien nos propone una inversión que da una alta rentabilidad sin riesgo, ese alguien es una de las siguientes tres posibilidades; a) un tonto, b) un timador c) un tonto que trabaja para un timador. Por tanto despachemos con cajas destempladas a todo el que nos proponga algo así y, si no queremos asumir riesgos para nuestros ahorros, conformémonos con una baja rentabilidad.
En segundo lugar, las empresas y los particulares deberían huir de endeudarse más allá de lo sensato. Lo crítico es saber dónde está ese límite razonable. Pero no es tan difícil. El criterio podría resumirse en una regla de oro bastante sencilla. Si las cuotas de amortización de la deuda (devolución más intereses) son mayores de lo que uno puede pagar si las cosas le van “razonablemente mal”, se está pasando el límite de endeudamiento y conviene parar. Para no llegar a este punto, conviene que las familias recuperen un sano principio de austeridad y las empresas que acudan con más intensidad y frecuencia a la autofinanciación, bien moderando los dividendos, bien financiándose en mayor medida con ampliaciones de capital de los propios socios en vez de con deuda.
En tercer lugar y, como se diría en inglés, “last but not least”, la tríada gobiernos/bancos centrales/reguladores. Empecemos con los bancos centrales (BCE y FED). Nunca más considerar que el dinero es un bien que se “fabrica” ilimitadamente a coste 0. El dinero es, como todos los bienes, es y debe ser un recurso escaso y debe tener un precio de mercado acorde con esa escasez. No soy partidario, como lo son algunos liberalistas a ultranza, de que los bancos centrales se abstengan en absoluto de inyectar o drenar dinero del mercado. Hay veces en las que es muy conveniente que actúen, ya que el efecto multiplicador de la creación de dinero puede sufrir variaciones erráticas que no se autocorrijan. Pero entre actuar excepcionalmente para corregir desviaciones puntales y crear dinero de forma descontrolada y abusiva por motivos electoralistas, hay un término medio, que casi debe confundirse con lo primero.
Los reguladores. Es evidente que la regulación es necesaria. Pero la sobre-regulación puede ser casi tan grave como la falta de la misma. Se puede –y seguramente se debe– obligar a la banca a tener unos mínimos de capital y a practicar provisiones duras y fuertemente anticíclicas que hagan que sus cuentas de resultados sean más conservadoras y preserven sus balances. Pero hay que ser consciente de que cuanto mayor sea el límite de capital que se imponga y más duras sean las provisiones, más se limitará el crédito y mayor será el coste de la financiación para las empresas y particulares. Se puede –y seguramente se debe– endurecer las obligaciones de información y de comercialización sobre los productos financieros complejos, pero hay que ser consciente de que así se puede llegar a privar a particulares y empresas de productos financieros que son auténticos servicios que eliminan riesgos y hacen la vida más fácil a la gente. Pero, sobre todo, es absolutamente imprescindible que esa regulación, sea la que sea, sea equitativa para todos los agentes. No se pueden usar varas de medir distintas para bancos comerciales e Investment Banks, por ejemplo, o para bancos en USA o Reino Unido y bancos en España, o para bancos privados y públicos. De la misma manera, no se debe permitir que bancos que hayan recibido dinero público, gocen por ello de ventajas competitivas, premiando la incompetencia. De lo contrario, se producirá un arbitraje regulatorio que haga que los bancos que puedan busquen los caminos menos regulados para hacer de su capa un sayo, mientras que otros no tengan más remedio que aguantarse con los caminos más regulados. Esto crearía una desigualdad competitiva injusta y, en última instancia, perjudicial para las familias y las empresas.
Los gobiernos. Los gobiernos deben, necesariamente tener como objetivo el equilibrio financiero, es decir, algo tan elemental como no gastar más de lo que ingresen. Pero el equilibrio financiero será un objetivo válido una vez que la deuda haya llegado a niveles razonables. Si se parte de una situación como la actual en la que la deuda tiene proporciones disparatadas, habrá que fijarse un objetivo de superávit que permita amortizar deuda, hasta que ésta baje a niveles aceptables. Ahora bien ¿cuál es el nivel razonable de la deuda? A nuestro modo de ver, la deuda que un Estado razonable debe tener, es igual a cero cuando no hay crisis. Y ello, por dos razones. La primera es que la deuda del Estado, si llega a ser crónica, supone una carga impuesta por una generación a la siguiente, que es quien tendrá que pagarla, lo que nos parece básicamente injusto. La segunda porque, al llegar una situación de crisis, si se parte de deuda cero, se puede asumir un cierto déficit, y con él una deuda moderada, para reactivar la economía, sin subir los impuestos. Por tanto, para prevenir las crisis, el objetivo de los gobiernos en tiempos de bonanza debería ser déficit y endeudamiento cero. Si esta crisis sirve para que los Estados se den cuanta de que, como ocurre con las economías familiares, los gastos no pueden ser sistemáticamente mayores que los ingresos, habrá sido una lección aprendida con sangre pero que puede hacer que recuperen la sensibilidad que han perdido acerca de la importancia de presupuestos equilibrados. Y tal vez sea la oportunidad necesaria para que se reconsideren las bases para llegar a hacer de la UE, no una simple unión de mercados y monetaria, sino una unión fiscal con unas políticas presupuestarias severamente supervisadas por una UE con atribuciones ejecutivas para hacer cumplir los compromisos. Si se aprovecha esta oportunidad, no todo será absolutamente negativo en esta crisis. Pero hay un gran escollo para que los países de la UE alcancen esta unión fiscal y este fuerte gobierno económico: su historia. Efectivamente, la historia Europea es una larga relación de conflictos, guerras, luchas internas y política ventajista que hacen muy difícil la cesión de soberanía que una solución así comportaría.
Pero no es lo mismo tener un objetivo de déficit 0 sobre un presupuesto total de 200.000 millones de € que sobre 100.000 millones. Cualquier desviación, en el primer caso doblará la que se produzca en el segundo. Además, detraer impuestos a los ciudadanos, que dejan de podérselo gastar en lo que necesitan, para que se lo gaste el Estado en lo que le parece adecuado a los políticos, distorsiona la eficiencia en la asignación de los recursos. Por supuesto que un Estado moderno puede y debe atender, a través del presupuesto, necesidades perentorias de sus ciudadanos, aún en contra de la eficiencia, pero cuanto menor sea la medida en la que lo haga será, en principio, mejor para la economía y, por tanto, para prevenir posibles crisis. La soberanía sobre dónde equilibrar las demandas de gasto público con la carga impositiva es, por supuesto, de los ciudadanos. Pero, demasiado a menudo, sobre todo si no existe una sociedad civil crítica, los gobernantes se arrogan la facultad de usar el dinero de los ciudadanos con excesiva alegría por motivos partidistas, ideológicos y clientelistas. A continuación se enumeran algunos criterios que nos parecen sanos para evitar esto.
1º Un principio de máxima importancia y que se verá reflejado en muchos puntos posteriores es el principio de subsidiariedad. El Estado no debería hacer aquello que hace mejor la iniciativa privada.
2º Financiar un servicio no implica necesariamente prestarlo. Que la sanidad o la educación sea gratuita, no quiere decir que la tenga necesariamente que prestar el Estado. El Estado puede pagar los gastos hospitalarios en hospitales privados. Y lo mismo se puede decir de escuelas y universidades. Generalmente la eficiencia de la iniciativa privada es mucho mayor en la prestación de la mayoría de los servicios.
3º Lo que es completamente gratis o se aprecia e incita al abuso. El hecho de pagar una cantidad simbólica por la utilización de servicios pagados por el Estado, no desvirtúa el efecto social de la prestación, pero incita a la responsabilidad de los usuarios.
4º Ser extremadamente crítico con todo gasto que huela a partidismo, ideología o clientelismo.
5º Existe un sabio principio que dice; “no des nada que luego tengas que quitar”. Ya Maquiavello, en “El príncipe” recomendaba a éste –el príncipe en la época de Maquiavello era el equivalente, salvando las distancias, a los gobernantes de hoy– que para gobernar convenía más pecar de parco en los gastos hacia sus súbditos que dadivoso, ya que el príncipe dadivoso acababa pronto con las arcas de dinero y, al no poder mantener su dadivosidad, corría el riesgo de ser derrocado.
6º El subsidio de desempleo no debe sustituir a la responsabilidad de los gobiernos de crear las condiciones de pleno empleo. Cuando se crean estas condiciones, siempre hay un remanente de paro subyacente. Son las personas que por razones diversas están en paro de forma transitoria hasta que vuelven a insertarse en el mercado laboral. Pero cuando, por dejación de sus obligaciones, los gobiernos no crean las condiciones para que haya un mercado de trabajo eficiente que genere pleno empleo, el subsidio de desempleo se convierte en una carga de difícil sostenimiento que llega a generar, en casos límites, el hábito del desempleo y el abuso. Y este abuso lo acaban pagando las personas que, estando en el paro, buscan ansiosamente trabajo y no lo encuentran. Los gobiernos que actúan así tienen una conducta irresponsable.
7º Un sistema de pensiones de transferencias (el dinero que yo cotizo hoy para mi pensión, va a pagar la jubilación de los actuales jubilados), es básicamente injusto, ya que la posibilidad de que un ciudadano llegue a cobrar su jubilación y la edad a la que pueda hacerlo, dependen de la coyuntura económica del momento de su jubilación, de la forma de la pirámide de población cuando se jubile y, en última instancia, de la conveniencia política del momento. En cambio, un sistema de acumulación de los propios ahorros a lo largo de su vida laboral, es mucho más justo. Esto no es de ninguna manera antisocial, sino todo lo contrario. Lo mismo que el Estado obliga a los trabajadores a aportar una parte de sus ingresos para la Seguridad Social con este fin, puede hacerlo para que se vaya construyendo su propio plan de pensión. Esto libera al futuro pensionista de los avatares de la economía, de las tasas de natalidad, de lo que pueda ocurrirle en los últimos años de su vida laboral, del caprocho de los políticos, etc, al tiempo que deja a su libre criterio decidir cuándo se quiere jubilar.
8º Debería haber una parte del presupuesto del Estado que fuese de libre asignación por el ciudadano entre organismos calificados como de utilidad pública.
Si un Estado mantuviese un equilibrio presupuestario sin deuda en épocas de bonanza, si crease en la economía las condiciones de pleno empleo y si vigilase atentamente el volumen de su presupuesto para distorsionar lo menos posible la eficacia en la asignación de recursos, estaría contribuyendo de forma muy positiva a evitar posibles crisis.
VI. Conclusión. Inteligencia ética.
Retomamos la pregunta del apartado anterior: ¿Podría haberse evitado esta crisis? Al principio del mismo dimos una respuesta ambigua: sí y no –decíamos. Ahora estamos en condiciones de ser menos ambiguo. Desde luego, ninguna de las medidas que hemos enumerado como cosas que deben hacerse para evitar crisis futuras es irrealizable. Todas son realistas y muy factibles. Por tanto parecería que la respuesta debiera haber sido un claro sí. Pero la dificultad estriba en la naturaleza humana. Todos tenemos una tendencia, más o menos controlada o dominadora, a intentar ganar dinero aún a costa de estar creando una burbuja, a endeudarnos más de la cuenta para consumir más o para aumentar la rentabilidad de la empresa, a buscar inversiones maravillosas de alta rentabilidad y bajo riesgo. A veces, esto se hace de forma inconsciente. Todos los vertebrados tenemos dos ojos, ambos buenos, y gracias a la visión ligeramente distinta de cada uno de ellos, podemos ver en profundidad. Para la vida económica también hay dos ojos y también ambos son buenos. Tenemos el ojo de la rentabilidad/bienestar y el del riesgo. Gracias a ellos nos podemos mover bien en el mundo de la economía, empresarial y doméstica. Pero tras años de bonanza, el ojo del riesgo se vuelve vago y puede llegar incluso, a cegarse. Si es así, corremos un grave riesgo de estrellarnos en la vida económica y de estrellar a los que viajan con nosotros. Por eso, nuestro comportamiento en este campo tiene un componente ético. Si una sociedad pierde el norte, de poco sirve que unos pocos ciudadanos tengan el ojo del riesgo avizor. Se estrellarán en el mismo autobús en el que viajan con los “tuertos” al volante. Pero la vagancia del ojo del riesgo no es algo que se escape del control de nuestra voluntad libre. Por eso somos éticamente responsables de mantenerlo avizor.
Algo así ocurre con los políticos. La tendencia natural es a aumentar los gastos del Estado más allá de lo sensato, porque repartir dinero da poder. Pero, además de su propia responsabilidad, los ciudadanos tenemos la responsabilidad de controlarlos a través de una sociedad civil crítica y atenta –cosa que, por eso mismo, no gusta a la mayoría de los políticos que buscan a toda costa anestesiar a esta sociedad civil. Anestesia a la que no es ajeno el abuso del Estado del bienestar, incluida la manipulación de la enseñanza.
En los últimos años se ha hablado mucho de la inteligencia emocional. Nos gustaría acuñar el concepto de inteligencia ética. Y para ello, hay que desarrollar ciertos valores. Pero preferimos hablar en términos más tradicionales. Preferimos hablar de las virtudes. Las virtudes son hábitos fuertes orientados a hacer el bien. Cuatro son las virtudes humanas se aprendían hace años y que se llaman cardinales. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Prudencia para saber ver los riesgos y poner los medios necesarios para someterlos a la justicia. Justicia para evitar comportamientos que puedan perjudicar a terceros sin comerlo ni beberlo. Fortaleza para no dejarnos arrastrar por el hecho de que “todo el mundo” se esté forrando con ese brillante producto financiero o invirtiendo en esa maravillosa burbuja de la que “todo el mundo” sale ganando, mientras se endeuda hasta las cejas. Templanza para saber disfrutar de la vida –personal y económica– sin necesidad de extraer de ella hasta el último euro.
La vida económica es un plano lleno de pirámides interconectadas por arriba. Cada uno de nosotros somos una de ellas. Una pirámide con base ancha es muy difícil de volcar. Pero a medida que nuestro comportamiento económico vaya cerrando el ojo del riesgo y tomemos decisiones insensatas, nos vamos convirtiendo en figuras de base estrecha y que, en vez de estrecharse hacia la cúspide, se hacen cada vez más anchas por arriba. Cuanto más ocurra esto, más inestables se vuelven. Si en el plano hay unas pocas pirámides invertidas entre una multitud de pirámides sólidamente asentadas, es difícil que se produzca un cataclismo. Pero a medida que la situación de pirámides invertidas se va generalizando, el sistema se hace más y más inestable. Llega un momento en el que el menor soplo puede desencadenar un alud y hacer que todas las pirámides, incluidas las estables, se caigan. ¿Es evitable recaer en una crisis si salimos de esta? Depende de la proporción entre pirámides estables e invertidas. La inteligencia ética está en desarrollar la virtudes necesarias para que, pase lo que pase a su alrededor, hagan lo que hagan los que le rodean, usted se mantenga como una pirámide estable. Y esto vale para cualquier aspecto de la vida, no sólo para las crisis económicas.
6 de febrero de 2012
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Un detallado y pormenorizado trabajo han resultado las tres partes del artículo.
ResponderEliminarEn lo personal, creo que se olvidan del contexto internacional. El mismo que ha trasladado las industrias al Este asiático. Ya en 2005 vislumbré que tal modificación en el escenario económico -y de poder- mundial repercutiría negativamente en EEUU y Europa. Y supuse que las economías de esos países se derrumbarían ante el nuevo escenario y con ella sus monedas. Para entonces un mexicano de oro cotizaba USD 476.
Con sorpresa veía que mis predicciones no se cumplían y no conocía la razón. Este artículo muestra a las claras las causas de taal demora en la crisis que predije. Hoy, un mexicano vale USD 2.130.
No es que sea clarividente, lo que pasa es que viví ese proceso en mi país, la Argentina, durante la década de los noventa: sensación de riqueza, desindustrialización, ingreso especulativo de divisas, depósitos de divisas en los bancos y un déficit crónico del Estado. Todos saben cómo terminó aquella experiencia neoliberal, que confiscó los ahorros de la clase media y declaró el default de la deuda pública. Supongo que varios compatriotas que emigraron hacia España les habrán avisado sobre la colisión con el témpano que se les avecinaba...
Saludos.
Arturo.
Hola Arturo:
ResponderEliminarGracias por tu comentario y por la valoración positiva que haces de el artículo. Ciertamente, el artículo no aborda el tema internacional. Quizá en un futuro.
Sin embargo, creo que el traslado de las industrias al este asiático no está relacionado con la crisis ni va a producir el derrumbe de Estados Unidos y Europa. Estados y Europa se han labrado sus propios problemas.
Más bien creo, y lo veo con ojos favorables, que esos países (los del sudeste asiático), en los que hay gente dispuesta a trabajar duro por poco dinero, lo están haciendo y, afortunadamente para ellos, estan compitiendo ventajosamente en sectores de mano de obra intensiva con las industrias europeas y americanas donde los trabajadores cada vez trabajan menos y ganan más (hablo comparativamente con los del SE asiñatico). Esto no puede hacer, a largo plazo, sino favorecer la justicia mundial, aunque a los países tradicionalmente ricos les duela. Tendrán que adaptarse y buscar sectores en los que puedan ser competitivos, y lo harán.
Sin embargo, no es oro todo lo que relice y esos países, especialmente China, tienen un inmenso pèligro latente de verse desbordados por las justas demandas sociales de sus habitantes, antes de estar en condiciones de satisfacerlas.
En fin, en esto de adivinar el futuro, nadie somos clarividentes. Veremos qué nos depara.
Te deseo éxito en la lucha entre tu inquebrantable voluntad y tus crecientes limitaciones. Tal vez que pueda uinteresar una entrada de este blog (no sé fecha) que se llama Invictus. (Creo que hay dos sobre eso)
Un abrazo.
Tomás
Buenas Arturo, soy Nieves, una de las autoras del artículo:
ResponderEliminarmuchos de los factores que desencadenaron la crisis en Argentina son comparables a los que han acontecido en Europa. En el caso concreto de España el despilfarro público ha hecho mucho daño y las consecuencias de ajuste las estamos pagando en el momento actual vía impuesto los cidadanos de a pié y con mayor provisión de fondo los Bancos, entre otras cosas. Las búrbujas especulativas son, por desgracia "tradición" histórica. Sin embargo, esperamos, que este sacrificio presente ayude a que en 2013 empecemos de nuevo a ver la luz, al menos eso indican las últimas previsiones económicas. Por otro lado, el Banco Central Europeo no admitiría bajo ningún concepto, la manipulación monetaria. Si realmente se hubieran tenido en cuenta propuestas sensatas neoliberales como la de Friedman cuando decía aquello de que el Estado no debía intervenir en la economía excepto para control de la masa monetaria y control del déficit público, otro gallo nos hubiera cantado.
Nieves Carmona
Nieves:
ResponderEliminarTengo por bien sabido que nuestra sociedad es diferente a los modelos tradicionales del mundo. Por tal razón, nuestro contexto siempre ha sido singular y la dinámica de los sucesos que en él han tenido lugar, han seguido caminos no conocidos en otras latitudes. Históricamente hemos padecido grandes crisis cada diez años, aproximadamente, la última fue en 2001, y somos varios los que vislumbramos una nueva.
No obstante, con la mayor objetividad que me es posible, te arrimo un listado de cuestiones, que ocurrieron en mi país, durante los diez años y medio del Gobierno neoliberal peronista, lugo de la crisis de 1989 y que desembocaron en la última de ellas, antes citada:
-Privatización de todas las empresas del Estado.
-Privatización de la enseñanza.
-Privatización de los servicios de salud
-Privatización de la banca nacional
-Privatización de la seguridad.
-Endeudamiento del Estado a niveles inéditos
-Precarización del empleo
-Infinidad de quiebras y pérdidas de puestos de trabajo.
-Jubilaciones de hambre y sin actualización.
-Cierre de ramales ferroviarios, con la incomunicación y muerte de poblaciones alejadas.
y la lista sigue. Todo ello en aras del saneamiento de la economía, la modernización y la inserción en el mundo.
Vale aclarar que lo beneficioso que se percibía era:
-Inflación bajísima e inédita por décadas.
-Posibilidad de viajar al exterior con peso subsidiado (muy gratificante)
-Proliferación de productos importados (modernos y superiores a los nacionales)
-Modernización del aparato productivo
-Sensación de pertenecer al Primer Mundo.
Por supuesto, cuando la burbuja le estalló al presidente siguiente, al segundo año de gestión, el espejismo terminó, con la aparición de:
-Default externo y quita de la deuda (mucha gente inocente fue estafada con papeles del milagro argentino, que pagaban tasas del 10% anual o más, en USD)
-Un número nunca antes alcanzado de desocupados.
-Un ejército de pobres estructurales, que aún hoy se mantiene.
-La vuelta al trueque como medio de comercio.
-Un presupuesto descomunal en ayuda a los desempleados, para evitar convulsión social generalizada.
-Aumento en los índices de violencia, robos, droga dependencia.
Si la Argentina hoy sobrevive es porque debería ser cierto el dicho popular "Dios es argentino", ya que su principal producto exportable, la gama de commodities, aumentó de valor a precios impensados, y uno de sus compradores es la sorprendente China. Y si tuviésemos un gobierno mejor, menos populista, la situación sería aún más promisoria.
Yo supongo que el gobierno socialista español ha debido ser muy ineficiente, o haber estado cercado por sus incumplibles principios, tanto como para llevar a vuestro país a la actual condición. Pero, no me haría demasiadas ilusiones con el PP, a menos que yo fuese un adinerado y bien relacionado acólito de ese partido, o una corporación. El margen de acción que le queda a Rajoy es ínfimo, ya que el problema excede a la economía española, hoy subordinada a la UE.
En este escenario, predecir el futuro será más un ejercicio de ilusiones personales que el resultado de un análisis intelectual, debido a la gran cantidad de incógnitas que lo pueblan.
Desde ya, expreso mis mejores deseos para el futuro de la Patria de mis mayores.
Arturo Menéndez.
Estimado Arturo, gracias por tu contestación “pausada”. En esa lista aparece repetidamente la palabra privatización, unas con más razón que otras. Me explico, la historia demuestra sobradamente como la empresa pública es INEFICIENTE. En España, durante la década de los 40 nacieron las empresas públicas (Renfe, Correos, Campsa,….) que por suerte se fueron privatizando. NINGUNA de ellas presentó balance con beneficios NUNCA. La misión del Estado debe ser la de gobernar y no la de jugar a ser empresario.
ResponderEliminarMe llama poderosamente la atención “endeudamiento del Estado a niveles inéditos”. Esto desde luego no tiene que ver con ninguna postura neoliberal sino más bien con pensamiento Keynesino (Cualquier problema económico se explica por una insuficiente demanda agregada y para animarla nada mejor que el Estado gaste y si se endeuda ya se arreglará).
Quiero creer que a peor no iremos. Este gobierno en cincuenta y tantos días ha demostrado seriedad y mucho trabajo. Ahora estamos inmersos en una reforma laboral que hoy mismo Merkel aplaude porque con bastante probabilidad va a reactivar la competitividad dormida de nuestra economía. Por otro lado, el objetivo prioritario que se ha marcado el gobierno es la estabilidad presupuestaria (uffff!!!! Menos mal que no se acordaron de Keynes….).
En fin Arturo, confío en que España saldrá, a medio plazo, de esta terrible crisis
Un afectuoso saludo. Nieves