Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
La
voz de Dios se deja oír todavía en los lamentos de la naturaleza: su voz buena y
dulce que mece a los afligidos, pues el Señor dijo, en Isaías: ¿Acaso olvida una mujer a
su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella te olvide, yo
no te olvidaré. (Isaías 49, 14-15)
Charles Moeller. Literatura del siglo XX y
cristianismo, tomo VI, capítulo dedicado a François Mauriac.
Creo que esta Frase debería completarse con
la siguiente oración, extraída del libro “La oración de todas las cosas” de Pierre
Charles S.J.
LA ORACIÓN DE TODAS LAS COSAS
I. GRAVI CORDE
Con el alma
abrumada
Pierre Charles S.J.
La fatiga de vivir es a veces tan
grande, Señor, que mi espíritu sueña la evasión y quisiera huir muy lejos a un
país cualquiera de descanso eterno. Una irresistible nostalgia de olvido me
penetra y me domina. No condenes, Dios mío, mi cansancio como si fuera una
flojedad. Tú has perdonado a la caña cascada y te has compadecido del pábilo,
demasiado débil para brillar, pero humeante todavía, endeble, en el hueco de la
lucerna de tierra cocida.
Yo quisiera decirte, sin frases, con la
monotonía de las quejas anónimas, qué duro es nuestro vivir y de qué angustias
has sembrado todos nuestros caminos.
Es cómodo repetir que el mundo es obra tuya
y que Tú lo has desplegado ante nosotros para que pudiéramos reconocer en él
tus perfecciones. Con un poco de literatura común se llega a cantar tu creación
como un poema. Se ponen flores y pájaros, fuentes y estrellas, tiernos claros
de luna y dulzura de tarde de otoño, jardines perfumados y torcaces en las
frondas. Pero todas estas églogas son un poco pueriles. Si bastara mirar la
tierra para reconocerte, ¿por qué son tan numerosos los que declaran no haberte
visto en los caminos que han seguido y no haberte encontrado jamás en el hilo,
muy largo por cierto, de sus itinerarios? ¿El mundo es verdaderamente para
nosotros los mortales el cercado suave del que habla la amada en el Cantar de
los Cantares?
¿Cómo puedo descubrir la obra de tu Bondad
en este universo que ignora la compasión y que, en su indiferencia ciega y
sorda, jamás escuchó el grito de nuestra
angustia? La marea no se parará un minuto para perdonar a ese niño perdido en
la playa. El cierzo del invierno no será menos glacial para el huérfano que
tose o para la viejecita que tirita. El suelo no dará una mies de añadidura
para salvar del hambre a toda una población de honestos trabajadores. Las
tempestades no tuercen su curso por miramientos a los marinos, y las
avalanchas, lo mismo que los volcanes, no se preocupan de los pueblos que
entierran. Este mundo sin compasión, sin educación, sin moral, que no ha
distinguido jamás al justo del impío ni al inocente del culpable, ¿podré yo
tomarlo por objeto de mi oración y contiene verdaderamente el reflejo de tus
atributos?
Sé que un tiempo, en los primeros siglos
cristianos, este mundo obtuso y cruel pareció
tan indigno de tu bondad, que hasta se llegaba a imaginar que se te daba
gloria diciendo que no venía de Ti, que venía de un demiurgo malo, y que la
virtud de los fieles consistía en blasfemar de él. Tales viejas herejías
gnósticas han sido muy acertadamente fulminadas por pesados anatemas
conciliares; pero indican al menos el lugar del escándalo. Nos muestran lo
difícil que es a nuestro espíritu ver, en el mundo, la marca de una ternura
divina y algo como la caricia del Padre que está en los Cielos.
Señor, no me prohibas decir estas cosas y
llevar a plena luz, delante de Ti, todas estas objeciones dolorosas, que me
envenenan cuando intento rechazarlas ingeniosamente. Porque, por haber
desgranado este extraño rosario, empiezo a ver mejor en un rayo de verdad y mis
quejas van, tal vez, a disiparse.
El mundo no tiene corazón, decía yo, y, por
lo tanto, no se parece a Ti. Pero el mundo es yo también, yo formo parte de él
y soy yo y son los hombres, los que debemos hacerlo clemente y misericordioso.
Nosotros somos el corazón del universo.
El mundo es ignorante. Ni siquiera sabe que
existe. Esta es la verdad. Pero yo formo parte de este mundo, y en mí encuentra
él su conciencia y toma significación. Este mundo es un instrumento; soy yo el
obrero; y precisamente porque él no tiene pensamiento propio, puede dejarse
invadir y modelar por el mío. Porque es indiferente, puede ser tan
maravillosamente dócil. Su vacío moral me permite llenarlo todo entero de mi
adoración o de mi blasfemia. El violín más bello del mundo es perfectamente
estúpido. Ignora las notas y el solfeo, y
mientras está solo queda tan mudo como una piedra. Es el músico quien le
hará cantar su pasión, su locura, su desesperación o sus rabias. Todos los
colores de un cuadro están en algunos pequeños tubos o en algunos vasitos que
no tienen absolutamente nada de estético: es el artista quien les dará el poder
de expresar alguna cosa: algo grotesco o sublime, torpe o elegante. Las
palabras, alineadas alfabéticamente en los diccionarios, son incapaces de hacer
una frase, de expresar un juicio; hasta son incapaces de mentir. No son más que
la materia de la prosa o de la poesía; es el escritor quien las hará vivir,
poniendo la forma de su pensamiento, noble o vulgar, verdadero o falso, claro o
confuso.
Cuando blasfemo del mundo porque carece de
compasión y moral, me considero tontamente como un espectador en una butaca.
Pero yo soy actor en la escena. No se convertirá la arcilla en casa protectora,
sino porque en esa arcilla he modelado y cocido los ladrillos y porque los he
colocado debidamente. La oración del mundo no se encontrará más que en mis
labios o en los de mis hermanos; su bondad no estará más que en mi gesto, y cuando el universo adore, tal
adoración sólo existe en el fondo del corazón de los hombres. Como la leña, que
puede en el hogar calentar en invierno toda la casa con tal de que se la
encienda y una llama la transforme. Para existir tengo necesidad de este universo
físico; yo estoy verdaderamente hecho del barro de la tierra y todo lleva en mí
la marca de este origen, pero para tener un sentido y un valor, para ser bueno
o malo, pecador o fiel, el universo tiene necesidad de mí; de mi acción tiene
él la marca, como la efigie acuñada en el metal de las monedas. Las lágrimas no
saben qué es la tristeza. Las lágrimas sólo son tristes por mi pena; y mis
labios son alegres por mi alegría.
Se me ha repetido que el hombre era el rey
del universo, como los pedantes dicen que la filosofía es la reina de las
ciencias; pero no me gusta mucho desempeñar un papel real. Por otro lado, esto
parece ligeramente caducado. ¡Rey del universo!; dejemos estas palabras, Señor,
a los viejos paganos. Eres Tú el obrero que trabaja en la inmensa cantera del
mundo para hacerlo en mí semejante a Ti.
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