26 de octubre de 2014

Sobre el sínodo de la familia

La semana pasada terminó el Sínodo de la familia. En él se han tratado temas de gran calado sobre asuntos que afectan a la familia. Algunos de estos temas han dado lugar a tomas de postura diferentes entre los Padres sinodales. Dos de esos temas polémicos han sido, como no podía ser de otra manera, el de la acogida en la Iglesia de las personas con tendencias homosexuales y el de la posibilidad de acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía para los divorciados vueltos a casar. Posteriormente transcribiré lo que sobre estos temas ha dicho la “relatio” final del Sínodo, así como mi opinión personal sobre ambos. Pero es conveniente aclarar que este Sínodo no tenía un papel decisorio. Se trataba tan solo de plantear las grandes cuestiones. Dentro de un año tendrá lugar otro Sínodo en el que, en comunión y bajo la autoridad suprema del Papa se tomarán posturas en estos dos temas.

Antes de ver lo que dice la “relatio” final y de dar mi opinión, quiero decir dos palabras sobre el discurso del Papa al final del Sínodo. Como siempre, creo que Francisco ha dado exactamente en el clavo con su discurso. Primero, el Papa dice que el Sínodo ha sido un camino en el que ha habido momentos mejores y peores: “hubo momentos de carrera veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de fatiga, casi hasta querer decir basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profundo consuelo. […] Momentos de gracia y de consuelo […]. Y porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación”. Y después señala varias tentaciones que hubo (y que hay) y que pueden resumirse en dos grupos. Por un lado las de quedarse encerrado dentro de las fronteras seguras y no salir con suficiente decisión al encuentro de los sufrimientos de las familias y descuidar la realidad en con un lenguaje vacuo. A ésta, la llama tentación de “endurecimiento hostil”. Por otro, la que llama “buenismo destructivo”, “descender de la cruz para contentar a la gente” o “descuidar el ‘depositum fidei’, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones”.

Pero, como siempre, lo mejor es la imagen que usa para referirse a estos dos tipos de tentaciones. Cito textualmente:

- “La tentación de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra, y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla en ‘fardos insoportables’” (Lc 10,27).

Maravillosa imagen que nos debe interpelar a cada uno de nosotros para preguntarnos en qué tentación podríamos caer nosotros. Pero Francisco dice también que “las tentaciones no nos deben asustar ni desconcertar, ni mucho menos desanimar”. Al contrario, sabiendo cual puede ser la de cada uno, nos deben servir para estar más abiertos a las propuestas que nos parecen menos aceptables.

El Papa afirma sentirse feliz de que en el Sínodo cada uno haya presentado sus posturas y argumentos con franqueza y libertad, con parresía[1], sin que en ningún momento se haya puesto en cuestión “la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura a la vida”. Le hubiese preocupado –dice– una paz falsa y quietista. Os animo a todos a leer íntegro el magnífico discurso del Papa Francisco que pongo al final. No tiene desperdicio.

Pero, en esa franqueza y libertad, con esa parresía, con esa vigilancia para no caer en la tentación que creo tener más cerca, pero sin asustarme, desconcertarme y desanimarme, quiero exponer lo que el Sínodo ha dicho sobre ellas y expresar mi postura personal sobre estos dos temas[2].

Acogida a los homosexuales:

Texto de la relatio final:

 “Algunas familias viven la experiencia de tener en su seno personas con una orientación homosexual. A este respecto, nos hemos interrogado sobre cuál debe ser la atención pastoral oportuna de cara a esta situación, en referencia a lo que enseña la Iglesia: ‘No existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre la unión homosexual y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia’. Sin embargo, los hombres y mujeres con tendencia homosexual deben ser acogidos con respeto y delicadeza. ‘Se evitará a este respecto cualquier actitud de injusta discriminación’” (Congregación para la doctrina de la fe, Consideraciones sobre el proyecto de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales).

Queda claro que el matrimonio entre personas del mismo sexo no es aceptable para la Iglesia pero que, sin embargo, hay que buscar el camino pastoral para acoger con respeto y cariño a estas personas. En la “relatio” intermedia del sínodo había una frase que decía: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. Entiendo que esta frase haya desaparecido del texto definitivo. Por supuesto que los homosexuales, como cualquier otra persona “tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. ¡Faltaría más! Lo que ocurre es que esos dones los tienen como personas en cuanto tales, no por su condición de homosexuales. Y el párrafo de la relatio intermedia podría dar a entender que es por el hecho de ser homosexuales por lo que tienen esos dones y cualidades. A este respecto, se me viene a la cabeza una frase de Oscar Wilde. Tras salir de la cárcel de Reading, donde había cumplido una dura condena a trabajos forzados por el entonces delito de sodomía (qué barbaridad, pensar que hace poco más de 100 años, en Inglaterra, existía ese delito y se castigaba con trabajos forzados me da escalofríos). Se tiene que exiliar a París. Allí va a una pequeña iglesia en la que el sacerdote le invita a sentarse en el coro, le enseña las vestiduras litúrgicas y le integra en la comunidad. Wilde escribe a su amigo Robert Ross: “¡Tengo un asiento en el coro! Los pecadores son los que deben ocupar los sitios altos al lado del altar de Cristo, ¿no? Yo sé, en cualquier caso, que Cristo no me echaría”. ¡Qué maravilla! Me parece que eso es lo que la Iglesia debe conseguir con todos los homosexuales. Me llenaría de alegría.

El acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar:

Texto de la relatio final:

“Se ha reflexionado sobre la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Algunos padres sinodales han insistido a favor de la disciplina actual, en razón de la relación constitutiva entre la participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio. Otros se han manifestado por una acogida no generalizada en la mesa eucarística para algunas situaciones particulares y en condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y ligados a la obligación moral hacia los hijos que les llevaría a soportar sufrimientos injustos. El eventual acceso a los sacramentos debería ir precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Se profundizó más sobre la cuestión, teniendo bien presente la distinción entre situaciones objetivas de pecado y circusntancias atenuantes, dado que “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” por diversos “factores psíquicos o sociales”. (Catecismo de la Iglesia Católica 1735)

Cito a continuación la referencia al punto 1735 del Catecismo de la Iglesia católica y me tomo la libertad de complementar con otros puntos del Catecismo sobre las condiciones para el pecado mortal:

1735. “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales”.
1858.  La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.

1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.

1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta (la negrita es mía), lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal.

A la vista de esto, y con la vigilancia a no caer en la tentación del buenismo destructivo, creo que es muy posible (diría que casi es indudable) que haya personas divorciadas y vueltas a casar que tengan circunstancias atenuantes que hagan que su situación de pecado no sea mortal. Pienso que estas circunstancias deberían ser discernidas bajo la guía del obispo y que tras un camino penitencial, podría permitirse que algunas de esas personas pudieran acceder a la comunión sacramental. Esto no me parece buenismo destructivo ya que no descuida la obligatoriedad de estar en gracia de Dios para recibir la comunión ni pone en cuestión la indisolubilidad del matrimonio.

Sin embargo, como se ha dicho, este Sínodo no era más que una reflexión preparatoria para el que tendrá lugar dentro de un año. Por eso el Papa ha querido que todos los puntos planteados a votación en la relatio final aparezcan en el documento, para que se medite sobre ellos en el periodo intersinodal. Es cierto que estos dos puntos que estoy tratando están entre los que más votos en contra han sacado (62 el de la homosexualidad y 74 el del acceso a la comunión del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar, sobre un total de 180). Los votos a favor no prejuzgan con que postura están de acuerdo los que han votado así. Simplemente quiere decir que están a favor de que el tema se debata en el próximo Sínodo. Para que esto fuese así, deberían haber sacado 2/3 de los votos, cosa que, aunque con mayoría, ninguno de los dos temas ha conseguido. Sin embargo, el Papa ha querido expresamente que apareciesen en el documento y que fuesen al Sínodo de dentro de un año. Porque Iglesia no funciona como la política. Cuando hay discusiones –que las hay, como no podría ni debería ser de otra manera– estas no caen en la dialéctica amigo-enemigo a la que la política nos tiene tan tristemente acostumbrados. No se trata de que haya vencedores y vencidos. Es seguro que, de aquí al próximo Sínodo se encontrarán fórmulas que, tras ser discutidas en él, agrupen a una casi unanimidad.

En el caso de la comunión de los divorciados vueltos a casar, podría pensarse que una prudencia entendida en el sentido coloquial del término aconsejaría no abrir esa caja de pandora. Ese sentido coloquial del término, que podría resumirse como: “en la duda, estate quieto”. Y, efectivamente, estarse quietecito sería lo más prudente, coloquialmente hablando. Pero ese sentido coloquial del término nada tiene que ver con la prudencia virtud cardinal ,que es, creo yo, la que hay que tener en cuenta. Ésta es, según el Catecismo de la Iglesia católica, la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo” (Catecismo de la Iglesia católica nº1806). Es decir, a veces (no siempre, por supuesto), para ser virtuosamente prudente, hay que ser imprudente en el sentido coloquial. En ese sentido, actuar como he comentado más arriba que creo que se debería actuar, puede ser (no digo que lo sea sino que puede ser) la forma más prudente de actuar, si es de la que consigue un mayor bien. No creo que se pueda lograr el mayor bien si se actúa injustamente. Y creo que, si a alguien que está en estado de gracia se le prohíbe el acceso a la comunión, se está cometiendo una injusticia. Por tanto, no son las razones de la virtud de la prudencia las que pueden inclinar a seguir con “la disciplina actual” a ese respecto.

Por supuesto, no me siento capaz de decir si el bien mayor que debe buscar la virtud de la prudencia se lograría mejor con la “disciplina actual” o con lo que propugnan los que quieren un planteamiento caso a caso, analizando los atenuantes de cada situación. Nunca mejor que aquí vendría la frase de “maestros tiene la Santa Madre Iglesia”. Por lo tanto, aceptaré cualquiera de las posturas que se adopte en el próximo Sínodo, tras un año de meditación, y en comunión con el Papa. Y la aceptaré con la paz que da la aquiescencia de corazón. Pero mi opinión en este momento es la que acabo de expresar.


Discurso final del Papa Francisco en el Sínodo de la familia

Queridos: Eminencias, Beatitudes, Excelencias, hermanos y hermanas:

Salto el apartado de agradecimientos

Puedo decir serenamente que –con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad– hemos vivido verdaderamente una experiencia de "sínodo", un recorrido solidario, un "camino juntos".

Y siendo “un camino" –como todo camino– hubo momentos de carrera veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de fatiga, casi hasta querer decir basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profundo consuelo, escuchando el testimonio de pastores verdaderos que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y las lágrimas de sus fieles.

Momentos de gracia y de consuelo, escuchando los testimonios de las familias que han participado del Sínodo y han compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros, también a través del debate. Y porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación, como algunas de las siguientes:

La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y también de los intelectualistas.

La tentación del “buenismo” destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa ni las raíces. Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberalistas”.

La tentación de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra , y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla en “fardos insoportables” (Lc 10,27).

- La tentación de descender de la cruz para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios.

- La tentación de descuidar el “depositum fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada.

Queridos hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben asustar ni desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es más grande que su maestro; por lo tanto si Jesús fue tentado –y además llamado Belcebú– sus discípulos no deben esperarse un trato mejor.

Personalmente me hubiera preocupado mucho y entristecido si no se hubieran dado estas tensiones y estas discusiones animadas; este movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio, si todos hubieran estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz. En cambio he visto y escuchado –con alegría y reconocimiento– discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresía. Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la “suprema lex”: la “salus animarum” (Salud de las almas). Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura a la vida.

Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra atenta, que no tiene miedo de remangarse las manos para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres; que no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas. Esta es la Iglesia Una, Santa, Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y su doctrina.

Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos. La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos. La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén celeste.

¡Esta es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de aquel sentido sobre natural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida. Y esto no debe ser visto como motivo de confusión y malestar.

Tantos comentaristas han imaginado ver una Iglesia en litigio donde una parte está contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia.

El Espíritu Santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la barca, a través de sus ministros, también cuando el mar era contrario y agitado y los ministros infieles y pecadores.

Y, como he osado decirles al inicio, era necesario vivir todo esto con tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos.

Por lo tanto, la tarea del Papa es la de garantizar la unidad de la Iglesia; es la de recordar a los fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo; es la de recordar a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado y de salir a buscar –con paternidad y misericordia y sin falsos miedos– la oveja perdida.

Su tarea es la de recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es servicio como ha explicado con claridad el Papa Benedicto XVI con palabras que cito textualmente: “la Iglesia esta llamada y se empeña en ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la ejercita no a título propio, sino en el nombre de Jesucristo… a través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a su grey: es Él quien la guía, la protege, la corrige porque la ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro … participaran en esta misión suya de cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o como dice el Concilio, ‘cuidando sobre todo que cada uno de los fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el Evangelio su propia vocacióna practicar una caridad sincera y operante y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos ha librado’… Y a través de nosotros – continúa el Papa Benedicto – es como el Señor llega a las almas, las instruyen las custodia, las guía. San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan dice: ‘Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar la grey del Señor’; esta es la suprema norma de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como aquel del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos, delicado con los más débiles, los pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de Dios con las confortantes de la esperanza” (Benedicto XVI Audiencia General, miércoles, 26 de mayo de 2010).

Por lo tanto la Iglesia es de Cristo –es su esposa– y todos los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y de servirla, no como patrones sino como servidores. El Papa en este contexto no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor – “Il servus servorum Dei”; el garante de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia apartando todo arbitrio personal, siendo también – por voluntad de Cristo mismo – “el Pastor y Doctor supremo de todos los fieles” y gozando “de la potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia”.

Queridos hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para madurar con verdadero discernimiento espiritual las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabajar sobre la “Relatio Synodi” que es el resumen fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en esta aula y en los círculos menores.

¡El Señor nos acompañe y nos guie en este recorrido para gloria de Su nombre con la intercesión de la Virgen María y de San José! ¡Y por favor no se olviden de rezar por mí!



[1] La palabra “Parresía”, utilizada frecuentemente por el Papa y, en concreto, en el discurso de clausura del Sínodo, también proviene del griego, y significa libertad para hablar, valentía, sinceridad, alegría, confianza.

[2] La traducción del italiano es mía, o sea, poco fiable. Pero quien quiera y sepa italiano, puede confrontarla con el original italiano que puede buscar en vatican.va

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