El otro día me
quedé pasmado al ver en la televisión que el Parlamento del Reino Unido había
aprobado una ley sobre fecundación in vitro triparental. Lo primero que pensé
fue que con esto se trataba de hacer embriones que fuesen una combinación
genética de tres padres/madres. Por supuesto, me pareció algo éticamente
monstruoso para lograr algo que parece un mero capricho, a saber que el niño se
parezca a su padre y a su madre, pero que tenga un toque de un amigo del padre
que “mola”. Atroz.
Pero
posteriormente me he enterado mejor de en qué consiste el asunto. Y lo he hecho
a través de un magnífico artículo, con una excelente información médico-científica
y unas consideraciones morales al respecto muy ilustrativas. El artículo es
técnicamente difícil de entender para profanos, por lo que me permito intentar
“traducirlo” un poco más a “román paladino, en el cual suele el pueblo fablar a
su vecino” (así decía Gonzalo de Berceo) [1]. Ello
no obstante, adjunto también el artículo citado. No obstante, al final de esta
entrada se puede ver el artículo citado.
El problema es
mucho más complejo de lo que yo me creí a primera vista. No se trata de hacer
un cocktail de tres personas por capricho. Existe una enfermedad terrible que
se transmite de madre, exclusivamente de madres, a hijos, varones o hembras, a
través del citoplasma del óvulo. El citoplasma es el contenido de la célula que
está fuera del núcleo de la misma en el que están los cromosomas. Es decir, que
en el citoplasma no hay componentes del código genético que me hace tener el pelo
negro o rubio, ni ninguna otra característica observable. Sin embargo en el
citoplasma sí hay “cosas” que, si no funcionan, pueden generar (y generan)
enfermedades terribles. Y como el citoplasma del embrión proviene única y
exclusivamente del óvulo, sin que el espermatozoide aporte nada, la enfermedad
se transmite sólo por las madres. La idea del sistema triparental es la
siguiente: Tomemos el óvulo de una mujer que quiere tener hijos pero cuyo
citoplasma no funciona. Saquemos de él el núcleo con su carga genética y trasplantémoslo
al citoplasma de un óvulo de una mujer sana al que se le ha extraído el núcleo.
Ahora, ese óvulo híbrido, con el citoplasma sano de la donante y el núcleo de
la futura madre, fecundémoslo in vitro, como en cualquier proceso de
fecundación in vitro, e implantémoslo en el útero de la madre. Es decir, una
vez obtenido el óvulo híbrido la técnica es en todo similar a una fecundación
in vitro. Pero hay que tener en cuenta tres cosas. Primera, que el inicio de
esto no es un capricho absurdo, sino una terrible enfermedad, y que, por tanto,
las razones subyacentes son totalmente respetables. Segundo que en esa
hibridación se está trabajando con óvulos y no con embriones y, tercera, que no
hay ningún tipo de manipulación del código genético que influirá en cómo sea el
hijo. Éste será una combinación de los genes del padre y de la madre.
Todo esto quita,
sin ninguna duda, una buena parte de los problemas éticos del proceso. Pero,
ojo, aunque quita una parte, de ninguna manera los quita todos. Hay aún muchas
cosas que considerar que intentaré desgranar a continuación, de acuerdo con el
artículo fuente.
En primer lugar
subsisten, amplificados, los problemas éticos de la fecundación in vitro que
son básicamente dos. El primero, el hecho de que para conseguir que un embrión
fecundado in vitro acabe implantándose en el útero de la madre, hay que
producir una gran cantidad de embriones que, o bien mueren en el proceso o que
posteriormente tienen que ser desechados o congelados. Si esta tasa de
embriones producidos para obtener uno útil es muy alta en una técnica como la
fecundación in vitro normal que lleva más de treinta años utilizándose, cabe
esperar que sean muchos más los óvulos manipulados necesarios para una
implantación viable. Y producir embriones para desecharlos es éticamente
inaceptable.
Por otro lado, y
este es el segundo problema ético, es que en los niños engendrados por
fecundación in vitro normal, el riesgo de que a lo largo de la vida desarrollen
determinadas enfermedades graves, incluido el cáncer, se multiplica por 3 o 6
veces, según la enfermedad de que se trate. No parece disparatado pensar que si
lo que se implanta es un embrión proveniente de un óvulo híbrido manipulado,
ese riesgo sea aún mayor, lo que agrava el problema ético subyacente.
Además, está el
problema de que puede esperarse que para obtener un óvulo híbrido sean
necesarios muchos óvulos, tanto de la madre como de la donante. No hay
experiencia de cuál puede ser este ratio, puesto que esta técnica está en
pañales. Pero tenemos un antecedente. Para la clonación de la oveja Dolly, y
otras clonaciones en mamíferos, se introduce en el citoplasma de un óvulo el
núcleo completo de una célula del organismo que se quiere clonar. Para
conseguir un embrión clonado es necesario hacer esta operación con numerosos
óvulos. Cabe esperar que para introducir con éxito el núcleo de un óvulo en
otro, la dificultad sea, al menos, la misma. Esto hace que para disponer de un
óvulo híbrido, harían falta muchos óvulos sanos y, por lo tanto, muchas mujeres
donantes de óvulos. Por cada madre que quisiese que se le aplicase ese
tratamiento harían falta, primero, muchos óvulos de donantes para obtener un
óvulo híbrido y, después, muchos embriones producidos por esos óvulos para que
uno se implantase. Es decir, muchos multiplicado por muchos óvulos de donantes,
muchos al cuadrado, o sea, muchísimos. En la medida en que hubiese una demanda alta
de ese tratamiento, aparecería un enorme mercado de óvulos. Pero la obtención
de óvulos de los donantes no es, de ninguna manera un proceso trivial o inocuo “dado que para su
obtención las donantes de sus óvulos han de someterse a tratamientos
hormonales, que no son precisamente inocuos. Entre los muchos riesgos conocidos
hay que señalar el llamado ‘síndrome de estimulación ovárica’, con
consecuencias a veces muy graves para la salud de las donantes de óvulos”[2]. Por supuesto, acabarían siendo las mujeres más
pobres las que, para obtener algunos ingresos, tuviesen que soportar estas
consecuencias. Aunque la manipulación de óvulos no tiene, en sí misma, ningún
problema moral, no parece muy ético jugar con la salud de las donantes, sean
ricas o pobres.
En definitiva, parece obvio que el Parlamento
británico está dando los pasos necesarios para crear un problema ético de
primera magnitud y, lo que es más grave, para que otros países sigan la misma
senda. Muchas cosas son técnicamente posibles pero, desde luego, no todo lo que
es posible es éticamente aceptable. Ni tampoco todo lo que persigue un fin
bueno. Este es uno de esos casos. Respeto enormemente el problema de una mujer
que no pueda tener hijos por miedo a transmitirle una terrible enfermedad.
Sería muy deseable que hubiese alguna forma de curar esa enfermedad o de evitar
ese problema. Pero no a costa de producir ingentes cantidades de embriones para
el descarte, de crear un problema de salud para las donantes de óvulos y de hacer
que nazcan niños con muy altos riesgos de contraer otras enfermedades tan
terribles como la que se pretende evitar con esta técnica. Si el dinero que se
invierta en esto se invirtiese en curar de otra forma esta enfermedad u otras,
creo que estaría mucho mejor empleado.
Los niños triparentales.
Entre la utopía y la irresponsabilidad
Por Nicolás Jouve, catedrático de Genética y
presidente de CiViCa
La biotecnología en relación con la reproducción
humana es una fuente de noticias y sorpresas que fascina a mucha gente. Sin
embargo, puesto que la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la
gente siente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones, es preciso poner
los pies en el suelo y analizar fríamente los hechos, las posibilidades reales
y las connotaciones éticas sin dejarse llevar por la ficción que muchas veces
se oculta en determinadas fantasías, más propias de una novela de Aldous Huxley.
El hecho es que pasado 3 de febrero se aprobó en
el Parlamento británico una petición sobre un discutido método de obtención de
embriones humanos por fecundación in vitro, con la peculiaridad de que los
embriones procederían no de dos parentales (óvulo y espermatozoide), sino de
tres (dos óvulos y un espermatozoide). La originalidad consiste en que antes de
la fecundación in vitro, se produce un óvulo híbrido o mixto, utilizando el
núcleo de un óvulo y el citoplasma de un segundo óvulo (óvulo aloplásmico).
La intención de esta complicada operación es
tratar de evitar la transmisión de los orgánulos citoplásmicos -las
mitocondrias- de los óvulos de madres portadoras de deficiencias en el ADN
mitocondrial, cuando estas podrían ser causa de transmisión de enfermedades
degenerativas a sus hijos. Conocida tal circunstancia, en lugar de una renuncia
a la maternidad o la invitación a la adopción, se les ofrece la utópica
solución de embarcarse en una aventura tecnológica sin precedentes
experimentales suficientes, consistente en aprovechar solo una parte de sus
óvulos, el núcleo, y sustituir su citoplasma por el del óvulo de una donante.
Pero vayamos por partes. Lo primero es recordar
que en la fecundación humana, como en la de los organismos superiores con reproducción
sexual natural, el cigoto que se produce recibe el citoplasma solo a través del
gameto femenino, además de dos pronúcleos, uno materno y otro paterno, cada uno
con la mitad de la información genética del núcleo resultante de su fusión. Lo
segundo a tener en cuenta es el volumen de información que se recibe de cada
uno de los gametos. En una fecundación normal el ADN nuclear de cada gameto
tiene unos 3.175 millones de pares de bases nucleotídicas (los peldaños de la
escalera de la doble hélice), lo que equivale a la información de unos 21.000
genes repartidos en 23 piezas -los cromosomas-. El citoplasma del óvulo posee
además una pequeña cantidad de ADN en las mitocondrias, en forma de unos
anillos de unos 16.569 pares de bases, que encierran la información de 37
genes. De este modo, la información mitocondrial es mínima respecto a la que
aporta el genoma nuclear, menos del 0,1% en términos de genes.
Sin embargo, esos pocos genes del ADN
mitocondrial, que solo pasan de padres a hijos por vía materna, tienen un papel
importantísimo como elementos que aportan la información necesaria para la
síntesis de moléculas que intervienen en el metabolismo celular. Constituyen la
central energética de las células. Debido a ello, las alteraciones en alguno de
los genes mitocondriales puede determinar la transmisión de algunas
enfermedades relacionadas con el metabolismo celular. Se trata de enfermedades
raras, ya que su aparición es menor de 1 en 5.000 niños nacidos vivos, pero son
enfermedades tan graves como la encefalomielopatía mitocondrial (MELAS), o la
neuropatía óptica hereditaria de Leber (NOHL), u otras de menor importancia que
pueden producir un deterioro progresivo de determinados órganos de los niños
después del nacimiento.
Lo que se persigue con la producción de los
embriones de tres parentales es producir óvulos aloplásmicos, es decir, con el
núcleo de la madre y el citoplasma de otra mujer.
Sin negar la buena intención de la metodología
que se propone, es preciso subrayar los inconvenientes tecnológicos y éticos
que comporta, para después preguntarse una vez más si es éticamente aceptable
todo lo que es técnicamente posible.
En primer lugar, está por demostrar la
posibilidad de éxito en el traslado del núcleo de un óvulo al ambiente
citoplásmico de otro. No hay casuística académica experimental suficiente para
aventurar éxito en esta delicada operación. Es previsible que la técnica a
aplicar, que se ha denominado ”trasplante pronuclear”, tropiece con muchas
dificultades, como así ha ocurrido con la técnica homóloga del “trasplante
nuclear”, experimentada en numerosas ocasiones para obtener clones de
mamíferos, tras el experimento pionero de la malograda oveja ‘Dolly’.
Experimentos que además de irreproducible por razones éticas se han considerado
ilegales en seres humanos en los países desarrollados.
De cualquier forma, el “trasplante pronuclear”
en sí mismo no plantearía serias objeciones éticas, pues al tratarse de gametos
no estaríamos alterando nada parecido a una vida humana. Un gameto no es
equivalente a un embrión, sino anterior a la creación del embrión. Pero la
realidad es la que es, y si hay dificultades en el trasplante de núcleos
somáticos a óvulos, o si los clones resultantes tienen problemas de salud y una
vida limitada, qué no ocurrirá con el futuro de los gametos con el núcleo de un
óvulo y el citoplasma de otro.
Pero el verdadero problema ético vendría
después, ya que, supuesto se lograse el “trasplante pronuclear”, lo que viene a
continuación es la utilización del óvulo aloplásmico conseguido para producir
un embrión por fecundación in vitro o por inyección intracitoplásmica, que son
los métodos habituales de aplicación de estas técnicas desde hace más de 30
años. Este paso podría parecer más fácil, aunque está por ver en qué proporción
surgirían embriones viables, si es que es viable alguno, y en qué condiciones
son viables. Aquí es donde radica el mayor problema ético. Lo más probable es
que haya que repetir y repetir la operación hasta conseguir un embrión viable,
y desechar y desechar numerosos embriones humanos. Difícil de aventurar un
dato, pero si la fecundación in vitro tiene un éxito de un 28-30% en los
laboratorios en que se lleva a cabo, y de las manipulaciones de los embriones
que se realizan en el llamado “diagnóstico genético preimplantatorio” solo son
aprovechables un 2% de los embriones manipulados, ¿cuál será la proporción de
embriones triparentales viables?
Lo que nos lleva a la necesidad de contar con
muchos óvulos, circunstancia que también se produciría si la tecnología de los
tres parentales resultara eficaz. En cualquiera de los casos el método
promovería el aumento del “mercado de óvulos”, con todas las consecuencias que
ello encierra. A este respecto, deben conocerse los riesgos de la donación (o
venta) de óvulos, presentes a corto y largo plazo, dado que para su obtención
las donantes de sus óvulos han de someterse a tratamientos hormonales, que no
son precisamente inocuos. Entre los muchos riesgos conocidos hay que señalar el
llamado “síndrome de estimulación ovárica”, con consecuencias a veces muy
graves para la salud de las donantes de óvulos.
Supuestamente superados los pasos de la
obtención de los óvulos aloplásmicos, el trasplante pronuclear y la fecundación
in vitro, y obtenidos los embriones triparentales, la gran duda la plantean las
condiciones de viabilidad y salud de las vidas humanas procedentes de esta
tecnología.
Aquí hay que advertir sobre algo de lo que se
habla poco, pero que es una realidad de la medicina pediátrica actual. Cada vez
se conoce más y mejor sobre el delicado equilibrio fisiológico interno y
externo necesario para el desarrollo embrionario y la influencia negativa que
pueden ejercer determinados factores ambientales como inductores de las
llamadas modificaciones epigenéticas, con consecuencias en la aparición de
defectos congénitos y discapacidades al nacer. En este sentido, se ha extendido
la preocupación por el aumento de casos de neonatos procedentes de las técnicas
de fecundación in vitro que muestran bajo peso en el nacimiento y un incremento
de 3 a 6 veces de determinados síndromes, cáncer infantil y diversos tipos de
alteraciones. Aunque la mayoría de los niños procedentes de la fecundación in
vitro tienen un desarrollo normal, el aumento de estos defectos epigenéticos es
un hecho que se ha relacionado con factores incontrolados derivados del uso de
la tecnología de la fecundación in vitro.
En el caso de los niños triparentales la
manipulación es aún mayor que en la simple fecundación in vitro. Dado que se
trata de una nueva tecnología, no hay seguridad ni hay manera de saber cuál
sería el impacto en la salud de los niños que salieran adelante, producidos con
esta tecnología. ¿Quién es capaz de garantizar la salud de los niños de origen
triparental? Para mí que es una irresponsabilidad prestarse a una aventura
tecnológica con muy pocas garantías de éxito y escasa seguridad. Podríamos
estar creando embriones humanos, vidas humanas defectuosas, que ante la duda
serían descartadas antes de su implantación en el útero materno o nacerían con
problemas de salud, de alcance imprevisible, aunque no fuesen debidos a una
herencia mitocondrial defectuosa.
Después de todo lo dicho habrá que repetir la
pregunta en condicional: ¿sería éticamente aceptable todo lo que parece
técnicamente posible?
Nicolás Jouve es catedrático de Genética y
presidente de CiViC
No hay comentarios:
Publicar un comentario