Me
duele enormemente tener que escribir lo que voy a escribir comentando este nuevo viaje del Papa. Me duele porque cada
vez me cuesta más entenderle. Entre los múltiples discursos, alocuciones,
homilías, saludos, etc, hay cosas magníficas, pero debo reconocer que cada vez
hay más cosas que me exasperan. Sigo admirando a este Papa por su manera de
expresar ante todo el anuncio del amor de Dios que nos “primerea”, por su amor hacia los pobres. Uso a menudo para mis
adentros una frase suya cuando veo las tragedias de las pateras, o la miseria
de la desnutrición o tantas lacras terribles como puede uno ver sentado en el
salón de su casa viendo la televisión: “Cuando
ves eso, ¿vos llorás?” Y si habitualmente no lloro con el sentimiento –los
sentimientos no son controlables–, sí que lo hago, gracias a él, con las lágrimas
secas de mis ojos. Francisco ha traído todavía más a la primera fila de mi
cabeza algo que siempre ha estado ahí. Dos frases de sendas poesías que leí en
mi juventud: “Y me dije que sí, que era
horrible, que llorándolo el alma ya estaba”, de José Mª Gabriel y Galán y “la sucia diferencia que separa la inventó
Dios como castigo, que habremos de pagar tarde o temprano sin tener más que el
alma por testigo” del gaucho argentino José Larralde. La pobreza me duele, pongo
mi alma por testigo. Me ha dolido siempre y me ha llevado en el pasado a dar
respuestas equivocadas, muy equivocadas. Sin embargo, gracias a este Papa
sonrío, miro a los ojos, toco la mano y llamo amigo a todos los mendigos que me
interpelan en el coche o por la calle, por más que algunos me generen un
profundo rechazo. Admiro a Francisco por su dolor ante las muchas formas de
marginalidad en cuya presencia no debemos “balconear”,
por su visión de la Iglesia como un hospital de campaña y su empeño en hacerla
testigo de la Misericordia de Dios, por su afán de hacer que los cristianos
seamos “facilitadores de la gracia y no
sus aduaneros” y por tantas y tantas cosas. Pero, al mismo tiempo, me
parece que desenfoca –me atrevería a decir que distorsiona– gravemente las
formas de hacer que esa pobreza terrible que asola al mundo disminuya más y
más. Porque la pregunta es: ¿Qué puede paliar la pobreza en el mundo?
Quiero
empezar por recomendar y resaltar algunos de los pasajes y momentos de este
viaje que me emocionan. Y empiezo con unas frases de la homilía de la Misa de
las familias el lunes 6 de Julio en el parque de los Samanes en Guayaquil.
En ella hace gritar
a la gente: “¡María, simplemente, es
madre!: Ahí está, atenta y solícita. […] ¡María es madre! ¡María es madre! ¡María es madre!”, para posteriormente glosar de forma
emotiva el pasaje de la conversión del agua en vino en Caná: “Y toda esta historia comenzó porque «no
tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta,
supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje.
[…] Y esa es la buena noticia: el mejor
de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello
para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor
cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los
mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en
esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. […] Y el
mejor de los vinos está por venir, aunque todas las variables y estadísticas
digan lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven
derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir […],
el mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los
desamorados: Tened paciencia, tened esperanza, haced como María, rezad, actuad,
abrid el corazón, porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se
acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen
para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los
vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto
todas las tinajas”.
En las palabras que
pronunció en la Pontificia Universidad Católica de Quito planteó unas
cuestiones magníficas a profesores y alumnos:
“Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por
sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre,
capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas
respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad?
¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los
circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de
estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que
salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la
currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la
vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos?
¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en
pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente, esa palabra que
crea puentes”.
“Y hay una reflexión que nos involucra a todos,
a las familias, a los centros educativos, a los docentes: ¿cómo ayudamos a
nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor
status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. Cómo
ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad
frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente
al cuidado del ambiente”.
“Y ustedes, queridos jóvenes que están aquí,
presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Con ustedes,
que son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera
preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino
también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos,
conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por
distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio, nos
ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos? Háganse estas preguntas queridos
jóvenes”.
Me hacen vibrar las
menciones a la gratuidad del don de Dios que dice en el discurso del encuentro con la sociedad civil en Quito
el Martes 7 de Julio y en su discurso, improvisado, haciendo caso omiso del texto
que llevaba escrito, en el encuentro con el clero, religiosos, religiosas y
seminaristas en el santuario mariano de El Quinche, en Quito:
“La gratuidad: […] En el
ámbito social, esto supone asumir que la gratuidad no es complemento sino
requisito necesario para la justicia. La gratuidad es requisito necesario para
la justicia. Lo que somos y tenemos nos ha sido confiado para ponerlo al
servicio de los demás –gratis lo recibimos, gratis lo damos–. Nuestra tarea
consiste en que fructifique en obras de bien”.
[…]
“María no protagonizó nada. Discipuleó (otra nueva y
extraordinaria palabra papal) toda su vida. La primera discípula de su Hijo. Y tenía
conciencia de que todo lo que ella había traído era pura gratuidad de Dios. Conciencia
de gratuidad. Por eso, ‘hágase’, ‘hagan’, que se manifieste la gratuidad de
Dios. Religiosas, religiosos, sacerdotes, seminaristas, todos los días vuelvan,
hagan ese camino de retorno hacia la gratuidad con que Dios los eligió. Ustedes
no pagaron entrada para entrar al seminario, para entrar a la vida religiosa.
No se lo merecieron. Si algún religioso, sacerdote o seminarista o monja que
hay aquí cree que se lo mereció, que levante la mano. Todo gratuito. Y toda la
vida de un religioso, de una religiosa, de un sacerdote y de un seminarista que
va por ese camino –y bueno, ya que estamos, digamos: y de los obispos (Y, por supuesto, cada ser humano, cada cristiano)– tiene que ir por este camino de la gratuidad,
volver todos los días: ‘Señor, hoy hice esto, me salió bien esto, tuve esta
dificultad, todo esto pero… todo viene de Vos, todo es gratis’. Esa gratuidad. Somos objeto de gratuidad de
Dios. Si olvidamos esto, lentamente, nos vamos haciendo importantes. ‘Y mirá
vos, a éste… qué obras que está haciendo y…’ o ‘Mirá vos a este lo hicieron
obispo de tal… qué importante, a este lo hicieron monseñor, o a este…’. Y ahí
lentamente nos vamos apartando de esto que es la base, de lo que María nunca se
apartó: la gratuidad de Dios. Un consejo de hermano: todos los días, a la noche
quizás es lo mejor, antes de irse a dormir, una mirada a Jesús y decirle: ‘Todo
me lo diste gratis’, y volverse a situar. Entonces cuando me cambian de destino
o cuando hay una dificultad, no pataleo, porque todo es gratis, no merezco
nada. Eso hizo María”.
“Consejo de hermano y de padre: todas las noches resitúense
en la gratuidad. Y digan: ‘Hágase, gracias porque todo me lo diste Vos’”.
“Una enfermedad que es media peligrosa para… o del todo
peligrosa para los que el Señor nos llamó gratuitamente a seguirlo o a
servirlo. No caigan en el alzheimer espiritual, no pierdan la
memoria, sobre todo la memoria de dónde me sacaron”.
[…]
“Dos principios para ustedes: todos los días renueven el
sentimiento de que todo es gratis, el sentimiento de gratuidad de la elección
de cada uno de ustedes, –ninguno la merecimos–, y pidan la gracia de no perder
la memoria, de no sentirse más importantes. […] No se olviden de eso, pidan esa
gracia de la memoria”.
[…]
“Sentido de gratuidad. Él se hizo nada, se abajó, se
humilló, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Pura gratuidad. Y
sentido de la memoria… y hacemos memoria de las maravillas que hizo el Señor en
nuestra vida”.
No
podría dejar de citar tampoco las palabras a los religiosos y religiosas de
Bolivia en el Coliseo del
colegio Don Bosco, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
el jueves 9 de julio, glosando en encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo:
“Segunda
palabra: ‘Calláte’. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo.
‘Calláte, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria,
que estamos en una espiritualidad de profunda elevación. No molestes, no
disturbes’. A diferencia de la actitud anterior, ésta escucha ésta reconoce,
toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy
simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del
dedo así [el dedo en señal amenazadora]. […] Y pobre Pueblo fiel de Dios,
cuántas veces es retado, por el mal humor o por la situación personal de un
seguidor o de una seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes, frente al
Pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo
callar. Dale una caricia, por favor, escuchálo, decíle que Jesús lo quiere. Han
hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es
pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces”.
[…]
“Los que siempre le
ponen barreras al Pueblo de Dios, lo separan. Escuchan pero no oyen, le echan
un sermón, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el
corazón. La necesidad, consciente o inconsciente, de decirse: ‘Yo no soy como
él, no soy como ellos’, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su
llanto, sino especialmente de los motivos de la alegría. Reír con los que ríen,
llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y
del corazón consagrado (Y
del de todo cristiano). A veces hay
castas que nosotros con esta actitud vamos haciendo y nos separamos”.
[…]
“La
tercera palabra: ‘Ánimo, levantáte’. […]
Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: ‘Decíme, ‘qué puedo hacer por
vos’. […] Y lejos de verlo desde fuera,
se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza
transformadora de la misericordia. […]
Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina compasión. La compasión es
el padecer con. […] Es la lógica que
nace de […] acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más
que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración”.
[…]
“No
somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una
manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor
sanador y misericordioso de Jesús”.
Luminosas
también algunas de sus palabras en la visita a la cárcel de Santa Cruz de la
Sierra en Bolivia el 10 de Julio. Son palabras dirigidas a los reclusos. Ya
sólo el hecho de que el Papa planifique una visita así me parece maravilloso: “Estuve en la cárcel y me visitasteis”.
Pero que se presente así y les diga lo que les dice… me deja sin aliento.
“¿Quién
está ante ustedes?, podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta
con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El
que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de
sus muchos pecados. Y es así es como me presento. No tengo mucho más
para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselo, sí
quiero compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre”.
[…]
“Porque cuando Jesús
entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que comienza a mirar
el presente de otra manera, con otra esperanza. Uno comienza a mirar con otros
ojos su propia persona, su propia realidad. No queda anclado en lo que sucedió,
sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para volver a empezar”.
Creo que no se puede dejar de leer entera la
homilía de la misa en la explanada del Santuario mariano de Caacupé, Paraguay el 11 de
Julio. No la transcribo porque podéis leerla en el documento completo. Si se
lee, se debe tener en cuenta que esa guerra terrible de la que habla el Papa es
la llamada guerra de la Triple Alianza en la que Paraguay fue masacrada por
Brasil, Argentina y Uruguay en la segunda mitad del siglo XIX. Esta guerra,
gran desconocida, ha sido una de las más sangrientas de la humanidad y,
probablemente, la más sangrienta si se exceptúan las dos guerras mundiales del
siglo XX. Hubo en ella más de un millón de muertos. Por supuesto, la guerra
tuvo lugar después de que la “explotación” española terminase. En ella murió
más del 80% de la población masculina adulta de Paraguay y quedaron un hombre
por cada 3 o 10 mujeres, según diversas fuentes. La reconstrucción del Paraguay
por la población muy mayoritariamente femenina fue durísima, llegándose a
establecer la poligamia de facto. De ahí el homenaje que rinde el Papa a la
heroicidad de las mujeres paraguayas.
El
Papa repitió, en el encuentro con representantes de la sociedad civil paraguaya
del 11 de Julio las palabras que he dicho más arriba que han cambiado mi manera
de aproximarme a los pobres con los que me encuentro:
“Los
pobres son la carne de Cristo. A mí me gusta preguntarle a alguien, cuando
confieso gente –ahora no tengo tantas oportunidades para confesar como tenía en
mi diócesis anterior–, pero me gusta preguntarle: ‘¿Y usted ayuda a la gente?’
–‘Sí, sí, doy limosna’. –‘Ah, y dígame, cuando da limosna, ¿le toca la mano al
que da limosna o tira la moneda y hace así?’. Son actitudes. ‘Cuando usted da
esa limosna, ¿lo mira a los ojos o mira para otro lado?’. Eso es despreciar al
pobre. Son los pobres. Pensemos bien. Es uno como yo y, si está pasando un mal
momento por miles razones –económicas, políticas, sociales o personales–, yo
podría estar en ese lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y
además de desear que alguien me ayude, si estoy en ese lugar, tengo el derecho
de ser respetado. Respetar al pobre. No usarlo como objeto para lavar nuestras
culpas. Aprender de los pobres, con lo que dije, con las cosas que tienen, con
los valores que tienen. Y los cristianos tenemos ese motivo, que son la carne
de Jesús”.
Parece que el Papa se inspira especialmente
cuando se reúne con sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas, porque
por tercera vez en este viaje, esta vez en Paraguay, les dirige palabras
luminosas como las del 11 de Julio en la catedral Metropolitana de Asunción:
“La
oración litúrgica, su estructura y modo pausado, quiere expresar a la Iglesia
toda, esposa de Cristo, que intenta configurarse con su Señor. Cada uno de
nosotros en nuestra oración queremos ir pareciéndonos más a Jesús”.
“La oración hace emerger
aquello que vamos viviendo o deberíamos vivir en la vida cotidiana, al menos la
oración que no quiere ser alienante o solo preciosista. La oración nos da
impulso para poner en acción […] Nosotros que cantamos que «vale mucho a los
ojos del señor la vida de los fieles», somos los que luchamos, peleamos,
defendemos la valía de toda vida humana, desde la concepción hasta que los años
son muchos y las fuerzas pocas. La oración es reflejo del amor que sentimos por
Dios, por los otros, por el mundo creado; el mandamiento del amor es la mejor
configuración con Jesús del discípulo misionero. Estar apegados a Jesús da
profundidad a la vocación cristiana, que interesada en el «hacer» de Jesús –que
es mucho más que actividades– busca asemejarse a Él en todo lo realizado. La
belleza de la comunidad eclesial nace de la adhesión de cada uno de sus
miembros a la persona de Jesús, formando un «conjunto vocacional» en la riqueza
de la diversidad armónica”.
[…]
“Las
antífonas de los cánticos evangélicos de este fin de semana nos recuerdan el
envío de Jesús a los doce. Siempre es bueno crecer en esa conciencia de trabajo
apostólico en comunión. Es hermoso verlos colaborando pastoralmente, siempre
desde la naturaleza y función eclesial de cada una de las vocaciones y
carismas. Quiero exhortarlos a todos ustedes, sacerdotes, religiosos y
religiosas, laicos y seminaristas, obispos, a comprometerse en esta colaboración
eclesial, especialmente en torno a los planes de pastoral de las diócesis y la
misión continental, cooperando con toda su disponibilidad al bien común. Si la
división entre nosotros provoca esterilidad, (cf. Evangelii gaudium,
98-101), no cabe duda de que de la comunión y la armonía nacen la fecundidad,
porque son profundamente consonantes con el Espíritu Santo”.
Hasta aquí el Papa que me apasiona. Es el Papa
que me llena el espíritu con sus homilías diarias de santa Marta. Pero, si
hablo de este viaje, no puedo callar el dolor que me produce el otro Papa, el
que desenfoca o, peor aún, distorsiona el papel de la economía de mercado con
unos prejuicios populistas insostenibles. Y no es una cuestión ideológica: “yo
soy partidario de la economía de libre mercado”, como quien es de un equipo de
fútbol u otro. No. Si fuese sólo eso, no sentiría dolor por verla injustamente
tratada. Es que estoy firme y racionalmente convencido que la mitigación de la
miseria y el hambre sólo puede venir, ya está viniendo, de la mano de la
economía de libre mercado.
Empiezo por un comentario, que es imposible que
sea corto sobre sus primeras palabras, en su homilía de la Misa celebrada en el
parque del Bicentenario de Quito –palabras que la prensa ha publicado a bombo y
platillo– que son bastante polémicas. Las transcribo a continuación:
1ª Frase de la homilía. “Me imagino ese susurro de Jesús en la última Cena como un grito en
esta misa que celebramos en «El Parque Bicentenario». Imaginémoslos juntos. El
Bicentenario de aquel Grito de Independencia de Hispanoamérica. Ése fue un
grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo
exprimidos, saqueados, «sometidos a conveniencias circunstanciales de los
poderosos de turno»” (Evangelii gaudium, 213).
Grandes
aplausos.
Me parece que,
aunque lo que dice el Papa es media verdad, esa manera de empezar su visita es
improcedente, por ser una media verdad que busca, sin duda, ese aplauso un
poco, o un mucho, demagógico. América Latina está invadida por un sentimiento
indigenista que, de forma totalmente falsa, identifica la vida de las
civilizaciones autóctonas antes de la conquista como algo idílico. El discurso
indigenista podría empezar: “Los aztecas/incas eran buenos y benéficos hasta
que vinieron los crueles españoles”. Y la otra parte de la mentira es la
maravilla que resultó ser la vida de los países de Latinoamérica tras la
independencia. O sea que los españoles fueron los únicos malos de la película.
El antes y el después son absolutamente falsos, el estadio intermedio es
verdad, pero parece necesario hacer una breve recapitulación de todo el
proceso, comparándolo con el proceso colonizador de los ingleses en
Norteamérica.
Cuando los
españoles llegaron a México y, un poco más tarde, a Perú, no se encontraron
allí pueblos salvajes. Se encontraron dos refinadas civilizaciones, cuyos
dirigentes habían desarrollado instituciones expertas en esclavizar a sus
súbditos para sacar de ellos, con la mayor de las crueldades, la máxima riqueza
posible, que acababa en manos de los jefes supremos. Éstos amasaron así
inmensas fortunas. Los sacrificios humanos eran un ritual absolutamente normal.
Si los españoles se hubiesen comportado como cristianos hubiesen puesto fin a
esa explotación pero, salvo con los sacrificios humanos, lo que hicieron fue
adaptar las formas de explotación para su provecho, tras saquear, obteniéndolas
mediante tortura, las riquezas de los príncipes aztecas e incas. Se inicia
entonces un periodo en el que las encomiendas o las mitas permitían la
utilización de la mano de obra indígena en condiciones de auténtica esclavitud.
Todo esto es verdad, aunque como español me duela. Pero no es menos cierto que,
junto a los conquistadores y encomenderos, llegaron una gran cantidad de
dominicos, franciscanos, más tarde jesuitas, etc., que realmente gastaron su
vida en ayudar y mejorar la suerte de los indígenas. Muy a menudo tenían serios
enfrentamientos con los conquistadores y encomenderos. En España, presionaron
al Emperador Carlos para que promulgase leyes que suavizasen la suerte de los
indios. Fruto de esas presiones fueron las Leyes de Indias de 1542, inspiradas
por fray Francisco de Vitoria, que son un ejemplo, único en la historia, de
legislación en la que el conquistador se cuestiona su derecho de conquista y le
pone límites. Desgraciadamente esas leyes no se cumplieron nunca. En Perú, el
virrey, Blasco Núñez Vela las intentó hacer cumplir y fue asesinado por los
encomenderos. En México se aplicó el “que se acaten pero que no se cumplan”. No
estaría de más que, en algún momento de este hubiese habido un recuerdo de los
Antonio de Montesinos, Toribio de Mogrovejo, Bartolomé de las Casas, Pedro
Claver y tantos y tantos más que gastaron su vida en la evangelización de
Hispanoamérica y en la defensa de la dignidad de los indígenas y de los
esclavos traídos de África. No ha habido ni una sola mención a estos hombres,
muchos de ellos santos de la Iglesia.
Cuando resonó el
grito de independencia del que habla el Papa en su homilía, no se acabó la
explotación del indio. La independencia puso el poder en manos de las minorías
criollas, en general masónicas, que, lejos de suavizar el yugo, del indígena,
lo hicieron aún más duro y se produjeron exterminios en masa. Como la guerra de
la Triple Alianza de la que he hablado más arriba.
Pero, al margen
de todo esto o, mejor, teniendo esto como telón de fondo, sin olvidarlo ni
suavizarlo, tal vez lo que más debería importarle a un Papa es que los frailes
y religiosos que fueron a América llevaron a cabo una labor de evangelización
impresionante y ganaron para la fe un continente que es una inmensa esperanza
para la Iglesia. Seguro que ese susurro fue más parecido al de Jesús en la
última cena –que todos sean uno– que el grito de independencia que no solucionó
ni mejoró nada. Si se habla de la
conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados,
«sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno»”, habría que meter en el mismo o peor saco a las
civilizaciones aztecas e incas anteriores a la conquista y a los gobiernos
criollos posteriores a la independencia.
He dicho al principio que iba a hacer una breve
comparación con el proceso de colonización inglés en Norteamérica. Ahí va. Cuando,
tras la destrucción de la Armada Invencible en 1588, Inglaterra empieza a
afianzar su potencia naval, se lanza también a por la parte que quede del
festín de explotación de América. Pero, la parte “mollar” ya está bajo el poder
de España y Portugal. Sólo queda América del Norte. Los ingleses llegan allí
con la intención de repetir lo que estaban haciendo los españoles en México y
Perú. Pero, en vez de encontrarse unas civilizaciones especializadas en que una
exigua minoría explote a todo el pueblo, se encuentran unas tribus de cazadores
recolectores que no tienen ninguna riqueza acumulada. Por más que intentan
sacar provecho de ellos, es muy poco lo que consiguen y los primeros colonos
están a punto de morir de hambre. La
explotación de los territorios se le había entregado a la Virginia Company.
Ésta, en vista de que no se podía explotar a los indios, decidió traer colonos
desde la Inglaterra oligárquica del siglo XVII y hacer caer la explotación
sobre éstos. Y así intentó hacerlo. Pero los colonos ingleses, sometidos a
trabajos forzados, se escapaban y, o se iban a vivir con los indios o, dada la
baja densidad de población de esas tierras, se instalaban por su cuenta fuera
del alcance de la compañía. La Virginia Company se acabó dando cuenta de que
ese sistema tampoco era viable y decidió cambiar de táctica. Tras varios
intentos, basados todos ellos en el intento de una élite de explotar a una
mayoría, pasando por un largo y difícil proceso, no exento de violencia, se
llegó a lo que daría lugar al nacimiento de las trece colonias americanas. Se
trataba de traer colonos incentivados a los que se les daban tierras –tanta más
tierra cuantas más personas formasen la unidad familiar, incluidos esclavos
negros. Los colonos sabían que, si explotaban bien esas tierras trabajando duro
en ellas, podían generar un capital por sí y para sí mismos. Esto tuvo un
efecto llamada para miles de europeos que, hartos de los gobiernos de unas
noblezas explotadoras en sus países, iban a la nueva tierra prometida. Así se
fueron extendiendo hacia el Este. Pero, en este sistema de explotación no
cabían los pueblos salvajes indígenas, por lo que, a medida que la colonización
iba extendiéndose, se producía el exterminio espontáneo de las tribus indias
indígenas.
El resultado de estos dos procesos es el que
tenemos en la actualidad. En México, Perú y gran parte de Sudamérica hay gran
cantidad de descendientes de las razas indígenas –más una importante cantidad
de descendientes de los esclavos negros traídos de África–, pero la herencia de
esa forma de colonización han sido sociedades con minorías que siempre han
intentado –con éxito decreciente a medida que la historia avanzaba– perpetuarse
para sacar provecho de mayorías con menos derechos. En América del Norte, el
exterminio de las razas indígenas ha sido casi total. Pero los herederos de los
colonos, tras crear las trece colonias, se independizaron e iniciaron un camino
que lleva a los EEUU actuales. Y el caso de Canadá es similar.
Evidentemente, con independencia de las razones
que hayan podido llevar a un proceso u otro y del juicio moral que ambos
procesos nos merezcan –severo en ambos casos–, no cabe duda de que la suerte de
los pueblos indígenas de América del Sur ha sido infinitamente mejor que la de
sus primos del Norte. Sencillamente porque éstos últimos prácticamente han
dejado de existir.
Quizá el Papa debiera haber elegido unas
palabras más prudentes y más ajustadas a la realidad histórica para esta
homilía, aunque eso le hubiese producido menos aplausos.
No voy a seguir, sería inteminable, glosando
cada discurso u homilía del Papa, sino que voy a analizar el contexto, aunque
en algún momento añada alguna cita textual.
Una de las ideas clave de la exhortación
apostólica “Evangelii gaudium”, que además el Papa cita en varios momentos en
este viaje es que “El tiempo es superior
al espacio”, dando a entender que las cosas y los logros requieren un
proceso y que el “I want it all and I
want it now”, no funciona, por mucho que Queen lo diga en una famosa
canción. Por eso, el proceso de mitigación de la pobreza, de la injusticia y de
la opresión en el mundo hay que verlo en su perspectiva histórica. Por
desgracia, desde el pecado original el mundo ha sido un sitio muy duro y muy
terrible. El hambre y la opresión del débil por el fuerte, han sido la norma,
casi sin excepciones, en todos los lugares y en todas las culturas de la tierra
desde que apareció el hombre, desde que Caín mató a Abel. Sólo desde hace unos
250 años se ha iniciado un proceso que supone una excepción a esa norma. No su
superación total, por desgracia, pero sí un avance gigantesco sin precedentes. Un
proceso que ha hecho que en Occidente apareciese, poco a poco, con marchas
adelante y marchas atrás, no exento de pecados, una cosa desconocida en la
historia que es la democracia en occidente. Y sí, una democracia a la que el
Papa llama, un poco despectivamente democracia formal. (Véase el discurso del
10 de Julio, en Paraguay, frente al Presidente y otras autoridades de la
República, y el cuerpo diplomático).
Esa democracia formal, como institución política, es la que ha permitido
también la democracia económica en la que todos puedan tener acceso a la
creación de empresas con ánimo de lucro que creen riqueza. En todos los países
en los que se ha producido este fenómeno, el progreso económico ha aparecido
como las setas en un bosque húmedo y la pobreza ha retrocedido. En cambio, en
los países en los que una minoría (me da igual que sea de derechas o de
izquierdas) se ha arrogado el derecho a decir quién puede ganar dinero haciendo
qué y a quién no se le permite, el resultado ha sido una miseria generalizada, parecida
a la que ha sido la norma a lo largo de toda la historia humana, junto a la
inmensa opulencia de los que se arrogaban ese derecho por la fuerza. ¡Cuántos
países en África viven bajo el yugo de tiranos explotadores! Más peligroso
todavía, si cabe, es cuando la minoría que decide quién puede o no puede ganar dinero es el Estado. Y decide que
el único que puede ganarlo es él. Si una minoría extrae la riqueza de un país
para ella sola, es considerada, con razón, tiránica. Pero si esa minoría son
los que rigen el Estado, puede llegar a aparecer, usando un poco de demagogia,
como algo benéfico que viene a salvar a los pobres de la rapiña, cuando la
rapiña son ellos. Así pues la democracia formal y económica es la única
herramienta útil para luchar contra la pobreza. Sin embargo, al Papa parece
que, aparte de ver con malos ojos la democracia “formal”, no para de lanzar
diatribas terribles de una forma ubicua contra ese sistema de libre mercado.
Para empezar, por todas partes se confunde, difumina y emborrona la
diferencia entre la “idolatría” del dinero” y el sano afán de lucro, creador de
riqueza. No hay casi discurso en el que no se emborronen estos dos conceptos.
Por supuesto que en la economía de mercado existe la “idolatría del dinero”. Pero
eso ha ocurrido en todas las épocas de la historia y en todas las sociedades
del mundo. Pero confundir el sano afán de lucro con la “idolatría del dinero”
es tan burdo como identificar la institución del sacerdocio con la pederastia
por el hecho de que haya sacerdotes pederastas. Es necesario un poco más de
rigor. Israel salió de Egipto cargado de oro y ese oro no era malo. Sólo cuando
se hizo con él un becerro cayó en la idolatría.
Otro latiguillo del Papa es la continua mención a la “sociedad del
descarte” identificándola también, subrepticia o abiertamente, con la economía
libre. ¿Ha habido algún momento en la historia en la que los ancianos (y no tan
ancianos, yo mismo, desde el año que viene, si quiero) hayan tenido la
posibilidad de ocio remunerado? Sí, gracias al libre mercado ocurre hoy en
muchos países. ¿Ha habido alguna vez en la historia alguien que haya recibido
dinero cuando se ha visto en la dura tesitura del paro? Misma respuesta. ¿Ha
ocurrido alguna vez en la historia que te operen “gratis” de un tumor en la
cabeza si tienes la desgracia de haber generado uno? Misma respuesta. ¿En algún
lugar o momento ha habido tantas ONG’s, fundaciones, etc, orientadas a ayudar a
los más necesitados? Misma respuesta. Así que, por favor, seamos serios, la
economía del descarte no es la economía de libre mercado. Será otra en la que
uno o unos pocos tiranos (de derechas o de izquierdas) deciden que los únicos
que tienen derecho a ganar dinero son ellos. Ciertamente, a todos nos gustaría
que las jubilaciones y los seguros de desempleo fuesen más generosos, que el
periodo de cobertura del último fuese mayor, que la sanidad cubriese todavía
más prestaciones de las que cubre en las economías de libre mercado. Pero primero
hay que generar la riqueza y, luego, los servicios que se puedan prestar por
ella, no al revés, como parece que exigen muchas socialdemocracias. Si no se
hace así, acabamos siendo Grecia. Ahora, no cabe duda de que eso sólo existe en
las economías de libre mercado. Y eso no es economía de descarte.
También habla el Papa, casi continuamente del “consumismo desbocado” y del “individualismo
egoísta”. Por supuesto que ambas cosas existen y han existido siempre.
Pero, ¿existen más en las economías de libre mercado? Cierto, hay gente que
consume desaforadamente más de lo que sería sensato y razonable. Pero, ¿es esa
la norma? Desde luego que no. La inmensa mayoría de las familias de las
economías de mercado consumen lo que su situación les permite. Limitan sus
gastos a sus ingresos. Cosa que a menudo en nombre de “avances sociales” no
hacen los Estados que se han acostumbrado a gastar mucho más de lo que
ingresan. Si eso que sensatamente consumen la mayoría de los hogares en las
economías de mercado es más de lo que pueden consumir los ciudadanos de países
en los que tiranos de todo pelaje no han permitido el libre acceso a crear
empresas, ¿de quién es la culpa? A veces oigo decir: “¡Qué barbaridad! ¡Qué consumismo! ¡Cómo estaba ayer Carrefour!”.
¿Hay una frase más estúpida que ésta? Individualismo egoísta. Haberlo haylo,
claro. Pero, ¿dónde ocurre que la gente que más gana aporte un porcentaje mayor
de sus ingresos para la prestación de servicios públicos que la gente que menos
gana? No sé si esto de los impuestos progresivos es justo o no –depende de
hasta dónde se lleve–, pero lo que sí sé es que esto sólo pasa en las economías
de libre mercado. No hay un sitio en el que la colaboración sea más
imprescindible que en las empresas. El concepto trabajo en equipo se ha
fraguado en ellas. En ellas uno no puede irse a su habitación, poner la música
a tope y desentenderse de los demás como un alienígena. El que actúe así, está
“muerto”. La empresa es organización y equipos de personas.
El Papa habla en su discurso del II Encuentro mundial de los movimientos populares en
Santa
Cruz de la Sierra (Bolivia), el 9 de Julio, del nuevo y
el viejo colonialismo. Ciertamente,
el colonialismo decimonónico europeo fue un
espectáculo histórico lamentable. No más lamentable, sin embargo, de lo que ha
ocurrido a lo largo de toda la historia. El Papa, en el discurso a que me
refiero, pide perdón, al tiempo que recuerda a la inmensa pléyade de santos que
fueron a América, por los pecados de la Iglesia en este proceso de
colonización. ¿Debe la Iglesia pedir perdón por algo de lo que no es en
absoluto culpable? Los religiosos que fueron a América dieron, casi sin
excepción, ejemplo de abnegación, de entrega al indígena y de reprensión, a
veces durísima, a los poderes que permitían esos abusos. Europa, en cambio,
haría bien en pedir ese perdón por su colonialismo, sobre todo el del siglo XIX
en África. Pero llamar colonialismo moderno a la inversión de un país rico en
uno pobre, es absurdo e injusto. Por supuesto que ha habido recientemente
países en los que minorías tiránicas extractivas de todo pelaje han aprovechado
su poder para lucrarse ellos solos de la inversión extranjera. Por supuesto que
ha habido empresas que se han aprovechado de eso. Pero eso no ha sido la norma
y, desde luego, no ocurre (o ocurre mínimamente) en los países receptores de
inversión extranjera en los que rige la seguridad jurídica de una democracia y
un Estado de Derecho. En estos países la inversión extranjera ha sido un motor
de transformación que ha hecho pasar a muchos países de pobres a ricos.
Desgraciadamente, son pocos los países que tienen la madurez de ver la
inversión extranjera como un motor en vez de como un colonialismo y el Papa no
colabora para instaurar esa madurez. Pero en los países que la han tenido, el
cambio se ha producido. España es un ejemplo de ello y digo aquí sin rebozo
que, aunque nunca he sido franquista y en mis años rojos luché activamente
contra el franquismo, Franco supo hacer que España tuviese esa madurez y creó
la seguridad jurídica necesaria para que se produjese el “milagro español” de
los años ’60. Y, como siempre que eso ocurre, el despegue económico desemboca
en la democracia. Así ocurrió en España. Precisamente por eso los tiranos de
cualquier pelaje de cualquier país no quieren que se produzca semejante
despegue. Porque saben que su poder extractivo desaparecerá y eso es lo último
que desean. Así que la economía de los pueblos no es de la que demagógicamente
hablan los tiranos embaucadores, es la economía de libre mercado. Haría bien el
Papa en comparar Corea del Sur con Corea del Norte, o Colombia con Venezuela, o
Chile con su propio país, Argentina, o el México de hoy con el de hace veinte
años, por muchos problemas que haya hoy en este país. ¿Cómo estaría ahora
México si hace unos años hubiese ganado el populista López Obrador en vez del
sensato Felipe Calderón? Seguramente sería una enorme Venezuela. Se me hace
cuesta arriba entender que este Papa, que ha vivido en sus carnes la tragedia
de un país prometedor convertido casi en un país fallido por culpa de un populismo
ejercido por una minoría extractiva no tenga esto claro. La culpa de las
miserables “villas” que salpican Buenos Aires es, sin sombra de duda, de estos
populistas.
Pero mientras el Papa despreciaba la democracia formal en Paraguay, caía
en brazos del populista marxista de Evo Morales que es bastante probable que
haga de Bolivia una segunda Venezuela, pero sin petróleo. En su discurso en el
encuentro con las autoridades civiles que tuvo lugar en la Catedral
de La Paz el 8 de julio de 2015 le llama “hermano
presidente”. Lamentable espectáculo el de que se dejase regalar (no sé a
ciencia cierta en que momento ocurrió este triste espectáculo) una escultura
horrible –artística e ideológicamente– que representa a un Cristo crucificado
en una hoz y un martillo. Parece ser que le dijo a Evo Morales en voz queda. “Esto no ha estado bien”. Pero, lo mismo
que improvisa bellas palabras cuando se dirige a los religiosos y religiosas,
sin leer el papel, podía haberle dicho que sí, que Cristo estaba crucificado en
la hoz y el martillo en representación de los millones de seres humanos degollados
por esa hoz y los más millones todavía machacados por ese martillo. No. Lo
aceptó y, según dijo a un periodista en el vuelo de vuelta, se lo ha llevado
con él a Roma. Esa “maravillosa” escultura, ese engendro, fue realizado por el
P. Luis Espinal, jesuita español asesinado en Bolivia en 1980 por orden de uno
de los dictadores extractivos de derechas que lamentablemente ha soportado
Bolivia. Del P. Luis Espinal dice el propio Papa en el viaje de vuelta: “Espinal es un entusiasta de este análisis
marxista de la realidad, pero también de la teología, usando el marxismo. De
ahí viene esta obra”. Pues
bien, en el trayecto del aeropuerto de La Paz a la ciudad, pasó por delante del
lugar donde está enterrado Espinal, se paró y pronunció un sentido discurso
que puede leerse a pie de página. Por supuesto, detesto con toda mi alma a los
tiranos que le asesinaron. Por supuesto, deseo con toda mi alma, junto con el
Papa, que el P. Espinal esté en el cielo –al igual que los tiranos a los que
detesto. Pero que un Papa se pare en el recorrido para identificar la
interpretación marxista de la realidad del P. Espinal con el Evangelio liberador
de Jesucristo, creo que, literalmente, clama al cielo. Sólo me faltaría oír del
Papa ese disparate que tantas veces he oído de que si Cristo viviese en
nuestros tiempos sería comunista. ¿Es que no había en ninguno de los tres
países una tumba de uno de los miles de santos que evangelizaron, de verdad,
América, para que haya que acudir a la de un jesuita marxista?
Así pues, parece que este Papa abomina del único sistema que ha creado
riqueza para muchos, que ha hecho aparecer derechos políticos ciudadanos, que
es capaz de crear riqueza si los tiranos extractivos de cualquier signo le
dejan, para preferir un sistema que ha demostrado su absoluta eficacia para
crear miseria, desigualdad, sufrimiento y muerte. Si no es éste su pensamiento,
se parece tanto a esto como dos gotas de agua. Y si alguien cree que exagero,
que lea las siguientes frases literales.
“A
los servidores del egoísmo, del dios dinero que está al centro de un sistema
que nos aplasta a todos”.
“Me
pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras
responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que ese sistema ha
impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la
exclusión social o la destrucción de la naturaleza?”
“Este
sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los
trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y
tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre tierra, como decía san Francisco”.
“Cuando
el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos,
cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina
la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la
fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso
pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra”.
“Ustedes,
queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la
realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia
activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata”.
“Existe
un sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar
irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos
en la industria y la agricultura que dañan a la madre tierra en aras de la
“productividad”, sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más
elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta
contra el proyecto de Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús”.
“He
conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en
cooperativas y otras formas de organización comunitaria lograron crear trabajo
donde sólo había sobras de la economía idolátrica”.
“Les
pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar
vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad”.
Casi todas estas citas están en el discurso dado en el II encuentro con
los movimientos populares bajo la mirada “paternal” de Evo Morales que debía
estar lleno de asombro, felicitándose por conseguir que el Papa le apoye de esa
manera. A él, que el 24 de Junio, unos días antes de esto, había dicho que la
Iglesia católica debe desaparecer de Bolivia porque no es sino un símbolo vivo
del colonialismo europeo o pasar a ser controlada directamente por el Estado
porque no es ni una institución política ni social sino simplemente
tradicionalista. ¿Será esto lo que le ha hecho al Papa pedir ese perdón tan
extraño que he mencionado antes? ¿O pararse a rezar en la tumba de Espinal? Jamás
ha dado resultado el método de hacer la pelota a quien tiene el designio de
destruirte. Me suena a síndrome de Estocolmo y me apena.
Verdaderamente, leyendo lo anterior, me parece estar oyendo soflamas de
un demagogo marxista tipo Pablo Iglesias antes que a un Papa. No, ni siquiera
Pablo Iglesias se atrevería a decir eso. Esas soflamas están a la altura de un
Nicolás Maduro. No sé si con estas soflamas el Papa logrará atraer a algún
marxista. No lo creo. Cuando los curas se han acercado a los marxistas, se han
hecho marxistas, pero ningún marxista se ha hecho cristiano por eso, sólo los
han utilizado. Lo que sí sé es que se está enajenando a muchas personas de
buena voluntad que fundan, dirigen o trabajan en empresas que hacen cosas buenas.
En el encuentro con representantes de la sociedad civil en Asunción el 11 de
Julio, el Papa contestó a preguntas que le hicieron varias personas y que
desgraciadamente no han quedado recogidas. Pero su contenido puede inferirse
por las respuestas del Papa, que respondió extensa y prolijamente a las
preguntas que se le plantearon. Una empresaria le hizo una pregunta incisiva,
creo que en la línea de lo que yo planteo. La respuesta del Papa no pudo ser
más vaga y elusiva, despachada, además, en dos palabras:
“La
señora, la empresaria, hablaba de la poca efectividad
de ciertos caminos. Y mencionaba uno que yo había mencionado en la Evangelii gaudium,
que es el populismo irresponsable, ¿no es cierto? Y parece que no dan efecto,
¿no? Y hay tantas teorías, ¿no? ¿Cómo hacerlo? Creo que con esto que digo de
una economía con rostro humano está la inspiración para responder a esa
pregunta”.
¿Tendrá la economía que yo construyo con mi empresa rostro humano o será
un instrumento de esa economía perversa, un pequeño “altar del dinero y de la rentabilidad”, en el que sacrifico vidas humanas?, se preguntará esta empresaria. Y como ella, muchos empresarios,
directivos o cuadros de empresas de buena voluntad, que luchan cada día por
crear y mantener puestos de trabajo y por entregar a la sociedad productos y
servicios honestos, útiles y beneficiosos, productos que hacen la vida de la
gente normal un poco, o un mucho, más cómoda, agradable y digna, en grandes y
pequeñas empresas, industriales, de servicios, financieras, etc., ganando
dinero, claro, que crean riqueza y prosperidad, que pagan sus impuestos con
gran espíritu cívico, escuchan desconcertados a un Papa que les dice que están sacrificando
vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad”. Y, en cambio,
ni una palabra de condena para los tiranos que, en tres de los cinco
continentes, y en algunas partes de Europa, empobrecen a sus poblaciones
negándoles la seguridad jurídica que permitiría a todos la inversión y la
creación de riqueza. Y claro, muchos de ellos se echan para atrás y se sienten
abandonados, incluso traicionados, por la Iglesia. ¡Qué tristeza! Yo les diría,
como dice san Juan en su primera epístola (3,21-23). “Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos
acercarnos a Dios con confianza, y lo que le pidamos lo recibiremos de Él,
porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo y que nos amemos
unos a otros según el mandamiento que Él nos dio”. Y este mandamiento del
amor se puede cumplir de una forma magnífica y eficaz desde cualquier empresa. Afortunadamente,
gracias a Dios, mi conciencia no me condena y mi fe en la Iglesia Sacramento,
de la que tan bien sabe hablar el Papa cuando dice lo que tiene que decir en
vez de desbarrar, es cada vez mayor y está infinitamente por encima del escándalo
que me produce esta forma, distorsionada y demagógica, hasta la falsedad, de
ver la vida económica.
Acabo haciendo caso al Papa en una frase con la que acaba muchos de sus
discursos: “Recen por mí”. Pues ahí
va mi oración por él, desde el fondo de mí corazón. A veces dice, “recen y hagan rezar por mí”. Pues eso,
os pido que recéis por él, también desde el fondo de vuestro corazón, para que
el Señor le guarde y le ilumine.
Por si alguien estuviese interesado, adjunto a continuación el texto
íntegro de todas las intervenciones del Papa.
********
CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Aeropuerto Internacional “Mariscal Sucre” de
Quito, Ecuador
Domingo 5 de julio de 2015
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades del Gobierno,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores, amigos todos
Doy
gracias a Dios por haberme permitido volver a América Latina y estar hoy
aquí con ustedes, en esta hermosa tierra del Ecuador. Siento alegría y gratitud
al ver esta calurosa bienvenida: es una muestra más del carácter acogedor que
tan bien define a las gentes de esta noble Nación.
Le
agradezco, Señor Presidente, sus palabras —le agradezco su
consonancia con mi pensamiento: me ha citado demasiado, ¡gracias!—,
a las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión:
que pueda lograr lo que quiere para el bien de su pueblo. Saludo cordialmente a
las distinguidas Autoridades del Gobierno, a mis hermanos Obispos, a los fieles
de la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su
corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero
reconocimiento.
Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos pastorales;
así también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en
Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este
pueblo y ha dado tan buenos frutos, entre los que se destacan figuras preclaras
como Santa Mariana de Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de
Jesús o la beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace treinta años durante la visita del
Papa san Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe
con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde
distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo.
En
el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que
nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias,
fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros
en progreso y desarrollo que se están consiguiendo se consoliden y garanticen
un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos
más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía
toda América Latina tiene. Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre
con el compromiso y la colaboración de la Iglesia, para servir a este pueblo
ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad.
Amigos
todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que tenemos por delante. En
Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior: es el Chimborazo,
llamado por eso el lugar “más cercano al sol”, a la luna y las estrellas.
Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna
con la iglesia; y la luna no tiene luz propia, y si la luna se esconde del sol
se vuelve oscura. El sol es Jesucristo y si la Iglesia se aparta o se esconde
de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que estos días se nos haga
más evidente a todos la cercanía «del sol que nace de lo alto», y que seamos
reflejo de su luz y de su amor.
Desde
aquí quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la cima del Chimborazo, hasta
las costas del Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las Islas Galápagos,
nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por
ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus
niños y de sus ancianos, que son la memoria de su pueblo, de confiar en la
juventud, y de maravillarse por la nobleza de su gente y la belleza singular de
su País —que según el Señor Presidente es el paraíso.
Que
el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a quienes Ecuador
ha sido consagrado, derramen sobre ustedes su gracia y bendición. Muchas
gracias.
VISITA AL SANTUARIO DE LA DIVINA MISERICORDIA
DE GUAYAQUIL
SALUDO DEL SANTO PADRE
Lunes 6 de julio de 2015
¡Buenos
días! Los invito, todos juntos, a rezar a la Virgen:
Dios
te salve María, llena eres de gracia
el Señor es contigo…
Ahora
voy a celebrar misa y los llevo a todos ustedes en el corazón. Voy a pedir por
cada uno de ustedes, le voy a decir al Señor, Vos conocéis el nombre de los que
estaban ahí. Le voy a pedir a Jesús para cada uno de ustedes mucha
misericordia, que los cubra con su misericordia, que los cuide. Y a la Virgen
que esté siempre al lado de ustedes.
Y
ahora antes de irme —porque esto es de paso— para la misa donde me
dice el señor arzobispo que nos corre el tiempo, les doy la bendición, pero...
no, no les voy a cobrar nada… pero les pido por favor que recen por mí. ¿Me lo
prometen?
Los
bendiga Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Gracias por
el testimonio cristiano.
SANTA MISA POR LAS FAMILIAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Parque de los Samanes, Guayaquil
Lunes 6 de julio de 2015
El
pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que
se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María,
convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» —Le dijo— y la referencia a «la
hora» se comprenderá después, en los relatos de la Pasión.
Y
está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar,
acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».
Las
bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de
nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en
amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar a
María, «la madre» como lo dice el evangelista. Y hagamos con ella ahora el
itinerario de Caná.
María
está atenta, está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las
necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor
la hace «ser hacia» los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que
está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como está atenta,
con su discreción, se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de
alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes
perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer
sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se
escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de
sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano, de sus hijos, de
sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el
efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, situaciones problemáticas que
nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre
«reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras
impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María, simplemente, es
madre!: Ahí está, atenta y solícita. Es lindo escuchar esto: ¡María es madre!
¿Se animan a decirlo todos juntos conmigo? Vamos: ¡María es madre! Otra vez: ¡María es madre! Otra vez: ¡María es madre!
Pero
María, en ese momento que se percata que falta el vino, acude con confianza a
Jesús: esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo;
directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta
que recibe parece desalentadora: «¿Y qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha
llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto,
ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de
los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el
pesebre a la cruz. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa
de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una
espada le atravesaba el corazón. Ella nos enseña a dejar nuestras familias en
manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que
nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
Y
rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender
lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos
ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia
es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que
hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo, que comparte la
vida y está necesitado.
Y
finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5),
dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos
a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el
criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los
demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos por
amor servidores unos de otros. En el seno de la familia, nadie es descartado;
todos valen lo mismo.
Me
acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos —nosotros
somos cinco hermanos— a cuál de sus cinco hijos quería más. Y ella dijo
[muestra la mano]: como los dedos, si me pinchan éste me duele lo mismo que si
me pinchan éste. Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los
hermanos se quieren como son. Nadie es descartado.
Allí
en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como
expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la
agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando
hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en toda familia hay peleas. El
problema es después, pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía
ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos
rodea» (Enc. Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano,
cuando uno está enfermo lo cuidan ahí, mientras se puede. La familia es la
primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los
jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran
«riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser
ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios
que la sociedad presta a sus ciudadanos. En efecto, estos servicios que la
sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una
verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y
la que tanto aporta al bien común de todos.
La
familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica»,
que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la
familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los
padres se siente más cercano el amor de Dios.
Y
en la familia —de esto todos somos testigos— los milagros se hacen
con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces
no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle
que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo, ese vino tan bueno que dice el
mayordomo en las bodas de Caná, nace de las tinajas de purificación, es decir,
del lugar donde todos habían dejado su pecado… Nace de lo ‘peorcito’ porque
«donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Y en la familia de cada uno de nosotros y
en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco
antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el
Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero
discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las
muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar.
Los invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello
que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas nos escandalice o nos
espante, Dios—haciéndolo pasar por su «hora»— lo pueda transformar en
milagro. La familia hoy necesita de este milagro.
Y
toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque
una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus
preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor
el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el
mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más
bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos
el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos,
y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos
está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y
en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el
mejor de los vinos está por venir, aunque todas las variables y estadísticas
digan lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven
derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir.
Murmúrenselo cada uno en su corazón: el mejor vino está por venir. Y
susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados: Tened paciencia, tened
esperanza, haced como María, rezad, actuad, abrid el corazón, porque el mejor
de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se
han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente
debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u
otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.
Como
María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga». Hagan lo que Él les diga.
Y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el
mejor, nos haga recuperar el gozo de la familia, el gozo de vivir en familia.
Que así sea.
Que
Dios los bendiga, los acompañe. Rezo por la familia de cada uno de ustedes, y
ustedes hagan lo mismo como hizo María. Y, por favor, les pido que no se
olviden de rezar por mí. ¡Hasta la vuelta!
VISITA A LA CATEDRAL DE QUITO
SALUDO DEL SANTO PADRE
A LAS PERSONAS REUNIDAS EN LA PLAZA DE LA CATEDRAL
Lunes 6 de julio de 2015
Texto del discurso preparado por el Santo Padre
Queridos hermanos:
Vengo
a Quito como peregrino, para compartir con ustedes la alegría de evangelizar.
Salí del Vaticano saludando la imagen de santa Mariana de Jesús, que desde el
ábside de la Basílica de San Pedro vela el camino que el Papa recorre tantas
veces. A ella encomendé también el fruto de este viaje, pidiéndole que todos
nosotros pudiésemos aprender de su ejemplo. Su sacrificio y su heroica virtud
se representan con una azucena. Sin embargo, en la imagen en San Pedro, lleva
todo un ramo de flores, porque junto a la suya presenta al Señor, en el corazón
de la Iglesia, las de todos ustedes, las de todo Ecuador.
Los
santos nos llaman a imitarlos, a seguir su escuela, como hicieron santa Narcisa
de Jesús y la beata Mercedes de Jesús Molina, interpeladas por el ejemplo de
santa Mariana… cuántos de los que hoy están aquí sufren o han sufrido la
orfandad, cuántos han tenido que asumir a su cargo a hermanos aún siendo
pequeños, cuántos se esfuerzan cada día cuidando enfermos o ancianos; así lo
hizo Mariana, así la imitaron Narcisa y Mercedes. No es difícil si Dios está
con nosotros. Ellas no hicieron grandes proezas a los ojos del mundo. Sólo amaron mucho, y lo
demostraron en lo cotidiano hasta llegar a tocar la carne sufriente de Cristo
en el pueblo (cf. Evangelii gaudium 24). Ellas no lo hicieron solas, lo hicieron
«junto a» otros; el acarreo, labrado y albañilería de esta catedral han sido
hechos con ese modo nuestro, de los pueblos originarios, la minga; ese
trabajo de todos en favor de la comunidad, anónimo, sin carteles ni aplausos:
quiera Dios que como las piedras de esta catedral así nos pongamos a los
hombros las necesidades de los demás, así ayudemos a edificar o reparar la vida
de tantos hermanos que no tienen fuerzas para construirlas o las tienen
derrumbadas.
Hoy
estoy aquí con ustedes, que me regalan el júbilo de sus corazones: «Qué
hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia» (Is 52,7). Es la belleza que estamos llamados a
difundir, como buen perfume de Cristo: Nuestra oración, nuestras buenas obras,
nuestro sacrificio por los más necesitados. Es la alegría de evangelizar y
«ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican» (Jn 13,17).
Que
Dios los bendiga.
Palabras improvisadas por el Santo Padre al salir de la Catedral
de Quito
Les
voy a dar la bendición, para cada uno de ustedes, para sus familias, para todos
los seres queridos y para este gran pueblo y noble pueblo ecuatoriano, para que
no haya diferencias, que no haya exclusivo, que no haya gente que se descarte,
que todos sean hermanos, que se incluyan a todos y no haya ninguno que esté
fuera de esta gran nación ecuatoriana. A cada uno de ustedes, a sus familias, les
doy la bendición.
Pero
recemos juntos primero el Ave María.
[Ave
María]
La
bendición de Dios Todopoderoso, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Y
por favor les pido que recen por mi. Buenas noches y hasta mañana.
SANTA MISA POR LA EVANGELIZACIÓN DE LOS
PUEBLOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Parque Bicentenario, Quito
Martes 7 de julio de 2015
La palabra de Dios nos invita a vivir la unidad
para que el mundo crea.
Me imagino ese susurro de Jesús en la última
Cena como un grito en esta misa que celebramos en «El Parque Bicentenario».
Imaginémoslos juntos. El Bicentenario de aquel Grito de Independencia de
Hispanoamérica. Ése fue un grito, nacido de la conciencia de la falta de
libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, «sometidos a conveniencias
circunstanciales de los poderosos de turno» (Evangelii gaudium, 213).
Quisiera que hoy los dos gritos concorden bajo
el hermoso desafío de la evangelización. No desde palabras altisonantes, ni con
términos complicados, sino que nazca de «la alegría del Evangelio», que «llena
el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se
dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento, de la conciencia aislada» (ibid., 1).
Nosotros, aquí reunidos, todos juntos alrededor de la mesa con Jesús somos un
grito, un clamor nacido de la convicción de que su presencia nos impulsa a la
unidad, «señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (ibid.,
14).
«Padre, que sean uno para que el mundo crea»,
así lo deseó mirando al cielo. A Jesús le brota este pedido en un contexto de
envío: Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. En
ese momento, el Señor está experimentando en carne propia lo peorcito de este
mundo al que ama, aun así, con locura: intrigas, desconfianzas, traición, pero
no esconde la cabeza, no se lamenta. También nosotros constatamos a diario que
vivimos en un mundo lacerado por las guerras y la violencia. Sería superficial
pensar que la división y el odio afectan sólo a las tensiones entre los países
o los grupos sociales. En realidad, son manifestación de ese «difuso
individualismo» que nos separa y nos enfrenta (cf. ibid., 99), son
manifestación de la herida del pecado en el corazón de las personas, cuyas
consecuencias sufre también la sociedad y la creación entera. Precisamente, a
este mundo desafiante, con sus egoísmos, Jesús nos envía, y nuestra respuesta
no es hacernos los distraídos, argüir que no tenemos medios o que la realidad
nos sobrepasa. Nuestra respuesta repite el clamor de Jesús y acepta la gracia y
la tarea de la unidad.
A aquel grito de libertad prorrumpido hace poco
más de 200 años no le faltó ni convicción ni fuerza, pero la historia nos
cuenta que sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán
de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con
características distintas pero no por eso antagónicas.
Y la evangelización puede ser vehículo de unidad
de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro
que sí; eso creemos y gritamos. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos
países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos
queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las
heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a
llevar las cargas” (ibid., 67). El anhelo de unidad supone la dulce y
confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que
comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido
esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás
(cf. ibid., 9). De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a
todos los niveles, ¡luchar por la inclusión a todos los niveles! Evitando
egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la
colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos,
sin desconfianzas. «Confiarse al otro es algo artesanal, porque la
paz es algo artesanal» (ibid., 244), es impensable que brille la unidad
si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una
búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a
costillas de los más pobres, de los más excluidos, de los más indefensos, de
los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días.
Esta unidad es ya una acción misionera «para que
el mundo crea». La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el
proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino evangelizar es atraer
con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que
se sienten lejos de Dios en la Iglesia, acercarse a los que se
sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y
puros. Acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles:
«El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto
y amor» (ibid., 113). Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras
bajezas y en nuestro pecado. Este llamamiento del Señor con qué humildad y con qué
respeto lo describe el texto del Apocalipsis: “Mirá, estoy a la puerta y llamo,
si querés abrir...”. No fuerza, no hace saltar la cerradura, simplemente,
toca el timbre, golpea suavemente y espera ¡ése es nuestro Dios!
La misión de la Iglesia, como sacramento de la
salvación, condice con su identidad como Pueblo en camino, con vocación de
incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa
es la comunión entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión (cf. Juan
Pablo II, Pastores gregis, 22). Poner a la Iglesia en estado de misión
nos pide recrear la comunión pues no se trata ya de una acción sólo hacia
afuera… nos misionamos también hacia adentro y misionamos hacia afuera
manifestándonos como se manifiesta «una madre que sale al encuentro, como se
manifiesta una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera» (Doc.
de Aparecida, 370).
Este sueño de Jesús es posible porque nos ha
consagrado, por «ellos me consagro a mí mismo dice, para que ellos también sean
consagrados en la verdad» (Jn 17,19). La vida espiritual del
evangelizador nace de esta verdad tan honda, que no se confunde con algunos
momentos religiosos que brindan cierto alivio; una espiritualidad quizás
difusa. Jesús nos consagra para suscitar un encuentro con Él, persona a
persona, un encuentro que alimenta el encuentro con los demás, el compromiso en
el mundo y la pasión evangelizadora (cf. Evangelii gaudium, 78).
La intimidad de Dios, para nosotros
incomprensible, se nos revela con imágenes que nos hablan de comunión,
comunicación, donación, amor. Por eso la unión que pide Jesús no es uniformidad
sino la «multiforme armonía que atrae» (ibid., 117). La inmensa riqueza
de lo variado, de lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos
memoria de aquel Jueves Santo, nos aleja de tentaciones de propuestas unicistas
más cercanas a dictaduras, a ideologías, a sectarismos. La propuesta de Jesús,
la propuesta de Jesús es concreta, es concreta, no es de idea. Es concreta: andá
y hacé lo mismo, le dice a aquel que le preguntó ¿Quién es tu prójimo? Después
de haber contado la parábola del buen samaritano, andá y hacé lo mismo.
Tampoco la propuesta de Jesús es un arreglo
hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos
los integrantes y excluimos a los demás. Una religiosidad de élite… Jesús reza
para que formemos parte de una gran familia, en la que Dios es nuestro Padre,
todos nosotros somos hermanos. Nadie es excluido y esto no se fundamenta en tener
los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos talentos. Somos hermanos
porque, por amor, Dios nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa
suya, a ser sus hijos (cf. Ef 1,5). Somos hermanos porque
«Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba!,
¡Padre!» (Ga 4,6). Somos hermanos porque, justificados por la
sangre de Cristo Jesús (cf. Rm 5,9), hemos pasado de la muerte
a la vida haciéndonos «coherederos» de la promesa (cf. Ga 3,26-29; Rm 8,
17). Esa es la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia:
formar parte de un «nosotros» que llega hasta el nosotros divino.
Nuestro grito, en este lugar que recuerda aquel
primero de libertad, actualiza el de San Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1
Co 9,16). Es tan urgente y apremiante como el de aquellos deseos de
independencia. Tiene una similar fascinación, tiene el mismo fuego que atrae.
Hermanos, tengan los sentimientos de Jesús. ¡Sean un testimonio de comunión
fraterna que se vuelve resplandeciente!
Y qué lindo sería que todos pudieran admirar
cómo nos cuidamos unos a otros. Cómo mutuamente nos damos aliento y cómo nos
acompañamos. El don de sí es el que establece la relación interpersonal que no
se genera dando «cosas», sino dándose a sí mismo. En cualquier donación se
ofrece la propia persona. «Darse», darse, significa dejar actuar en sí mismo
toda la potencia del amor que es Espíritu de Dios y así dar paso a su fuerza
creadora. Y darse aún en los momentos más difíciles como aquel Jueves Santo de Jesús,
donde Él sabía cómo se tejían las traiciones y las intrigas pero se dio y se
dio, se dio a nosotros mismos con su proyecto de salvación. Donándose el hombre
vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios,
semejante al Padre y, como él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da
testimonio. Eso es evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe
siempre es revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito.
(Bendición)
Palabras improvisadas al final de la Misa en
el Parque Bicentenario
Queridos hermanos:
Les agradezco esta concelebración, este habernos
reunido junto al Altar del Señor, que nos pide que seamos uno, que seamos
verdaderamente hermanos, que la Iglesia sea una casa de hermanos. Que Dios los
bendiga y les pido que no se olviden de rezar por mí.
ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA ENSEÑANZA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Pontificia Universidad Católica de Ecuador,
Quito
Martes 7 de julio de 2015
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
Queridos profesores y alumnos,
Amigos y amigas:
Siento mucha alegría por estar esta
tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que, desde
hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de
la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de la Nación. Agradezco las
amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las
inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto personal y
social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el
horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús,
el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos,
acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del
sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de
enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba,
«doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia,
a su vida y para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de
cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de
fruto y la relación que entre ellos se genera. Y ya desde el Génesis, Dios le
susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la
creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace
también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra
creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua,
el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo.
Es un regalo, es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo
comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos
hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo.
Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio
que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El
mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros
con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida,
siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre
permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del
Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se
explica a partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no
cuida y no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra
creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos
también invitados a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se
nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una
exigencia que nace por el daño que provocamos a causa del uso irresponsable y
del abuso de los bienes que Dios ha puesto en la tierra. Hemos crecido pensado
tan solo que debíamos “cultivar”, que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados
quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados
está nuestra oprimida y devastada tierra (Enc. Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de
nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio.
«El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos
afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención
a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (ibid., 48) Pero así como decimos se
«degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden
transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura,
de transformación, de vida como de destrucción, de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole
la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra.
No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si
determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra
realidad. No nos es lícito, más aún no es humano entrar en el juego de la
cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de
Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta
seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,
9).
Yo vivo en Roma, en invierno hace frío. Sucede
que muy cerquita del Vaticano aparezca un anciano, a la mañana, muerto de frío.
No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre
que muere de frío y de hambre hoy no es noticia, pero si las bolsas de las
principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos se arma el gran
escándalo mundial. Yo me pregunto: ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se
hagan otra vez, cada uno, esa pregunta, y la hagan a la universidad. A vos
Universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno
preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al
cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero,
una posibilidad, tierra fértil para cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil
sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por
sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre,
capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas
respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad?
¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los
circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de
estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que
salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la
currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la
vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos?
¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en
pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente, esa palabra que
crea puentes.
Y hay una reflexión que nos involucra a todos, a
las familias, a los centros educativos, a los docentes: ¿cómo ayudamos a
nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor
status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. Cómo ayudamos
a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los
problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del
ambiente.
Y ustedes, queridos jóvenes que están aquí,
presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Con ustedes,
que son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera
preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino
también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos,
conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por
distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio, nos
ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos? Háganse estas preguntas queridos
jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel
fundamental, un papel esencial en la construcción de la ciudadanía y de la
cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad;
es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que
generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Que es
necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático
que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un
progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital
y de plenitud de valores, como si la realidad, el bien, la verdad brotaran
espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Enc. Laudato si’, 105), hoy a ustedes, a mi, a
todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a
buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos
animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos
no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nuestros nietos. Esta tierra,
la hemos recibido en herencia, como un don, como un regalo. Qué
bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué
sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo?
¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. ibid., 160), ¿para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales siempre son buenas
y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la
realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen
a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (ibid., 138). No hay derecho a la
exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como
docentes y estudiantes, la vida nos desafía a responder a estas dos preguntas:
¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
El Espíritu Santo que nos inspire y acompañe,
pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su
vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la
luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación
aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo
Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo
Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos
caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y nuestro maestro de
camino. Muchas gracias.
ENCUENTRO CON LA SOCIEDAD CIVIL
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Iglesia de San Francisco, Quito (Ecuador)
Martes 7 de julio de 2015
Queridos amigos:
Buenas tardes. Y perdonen si me pongo de
costado, pero necesito la luz sobre el papel. No veo bien. Me alegra poder
estar con ustedes, hombres y mujeres que representan y dinamizan la vida
social, política y económica del País.
Justo antes de entrar en la Iglesia, el Señor
Alcalde me ha entregado las llaves de la ciudad. Así puedo decir que aquí, en
San Francisco de Quito, soy de casa. Ese símbolo, que es muestra de confianza y
cariño, al abrirme las puertas, me permite presentarles algunas claves de la
convivencia ciudadana a partir de este ser de casa, es decir, a partir de la
experiencia de la vida familiar.
Nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada
grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los
abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una
dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su
ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. Me viene a la mente la imagen de esas
madres o esposas. Las he visto en Buenos Aires haciendo colas los días de
visita para entrar a la cárcel, para ver a su hijo o a su esposo que no se
portó bien, por decirlo en lenguaje sencillo, pero no los dejan porque siguen
siendo de casa. Cómo nos enseñan esas mujeres. En la sociedad, ¿no debería
suceder también lo mismo? Y, sin embargo, nuestras relaciones sociales o el
juego político en el sentido más amplio de la palabra –no olvidemos que la
política, decía el beato Pablo VI, es una de las formas más altas de la
caridad–, muchas veces este actuar nuestro se basa en la confrontación, que
produce descarte. Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz
de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo. Así vamos construyendo una
cultura del descarte que hoy día ha tomado dimensiones mundiales, de amplitud.
¿Eso es ser familia? En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos
trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo
sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo
familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y
las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si
pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos
ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería.
¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos
involucra, no nos mete, no nos compromete? ¿Amamos nuestro país, la comunidad
que estamos intentando construir? ¿La amamos sólo en los conceptos disertados,
en el mundo de las ideas? San Ignacio –permítanme el aviso publicitario-, san
Ignacio nos decía en los Ejercicios que el amor se muestra más en las obras que
en las palabras. ¡Amémosla a la sociedad en las obras más que en las palabras!
En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. Y además nos decía
que el amor siempre se comunica, tiende a la comunicación, nunca al
aislamiento. Dos criterios que nos pueden ayudar a mirar la sociedad con otros
ojos. No solo a mirarla, a sentirla, a pensarla, a tocarla, a amasarla.
A partir de este afecto, irán surgiendo gestos
sencillos que refuercen los vínculos personales. En varias ocasiones me he
referido a la importancia de la familia como célula de la sociedad. En el
ámbito familiar, las personas reciben los valores fundamentales del amor, la
fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en valores sociales esenciales,
y son la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad. Entonces, partiendo de
este ser de casa, mirando la familia, pensemos en la sociedad a través de estos
valores sociales que mamamos en casa, en la familia: la gratuidad, la
solidaridad y la subsidiariedad.
La gratuidad: para los padres, todos sus hijos,
aunque cada uno tenga su propia índole, son igual de queribles. En cambio, el
niño, cuando se niega a compartir lo que recibe gratuitamente de ellos, de los
padres, rompe esta relación o entra en crisis, fenómeno más común. Las primeras
reacciones, que a veces suelen ser anteriores a la autoconciencia de la madre,
empiezan cuando la madre está embarazada: el chico empieza con actitudes raras,
empieza a querer romper, porque su psiquis le prende el semáforo rojo: cuidado
que hay competencia, cuidado que ya no sos el único. Curioso. El amor de los
padres lo ayuda a salir de su egoísmo para que aprenda a convivir con el que
viene y con los demás, que aprenda a ceder, para abrirse al otro. A mí me gusta
preguntarle a los chicos: “Si tenés dos caramelos y viene un amigo, ¿qué
hacés?” Generalmente, me dicen: “Le doy uno”. Generalmente. “Y si tenés un
caramelo y viene tu amigo, ¿qué hacés?” Ahí dudan. Y van desde el “se lo doy”,
“lo partimos”, al “me lo meto en el bolsillo”. Ese chico que aprende a abrirse
al otro. En el ámbito social, esto supone asumir que la gratuidad no es
complemento sino requisito necesario para la justicia. La gratuidad es
requisito necesario para la justicia. Lo que somos y tenemos nos ha sido
confiado para ponerlo al servicio de los demás –gratis lo recibimos, gratis lo
damos–. Nuestra tarea consiste en que fructifique en obras de bien. Los bienes
están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, que es lícito,
pesa sobre ellos una hipoteca social. Siempre. Se supera así el concepto
económico de justicia, basado en el principio de compraventa, con el concepto
de justicia social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una
vida digna. Y, siguiendo con la justicia, la explotación de los recursos
naturales, tan abundantes en el Ecuador, no debe buscar beneficio inmediato.
Ser administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con la
sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no podremos
legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del medio ambiente, sin una
conciencia de gratuidad que brota de la contemplación del mundo creado. Nos
acompañan aquí hoy hermanos de pueblos originarios provenientes de la amazonía
ecuatoriana. Esa zona es de las “más ricas en variedad de especies, en especies
endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva… Requiere
un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial,
pues tiene una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de
reconocer integralmente. Pero, cuando es quemada, cuando es arrasada para
desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no
se convierten en áridos desiertos (cf.LS 37-38). Y ahí Ecuador –junto a los
otros países con franjas amazónicas– tiene una oportunidad para ejercer la
pedagogía de una ecología integral. ¡Nosotros hemos recibido como herencia de
nuestros padres el mundo, pero también recordemos que lo hemos recibido como un
préstamo de nuestros hijos y de las generaciones futuras a las cuales lo
tenemos que devolver! Y mejorado. ¡Y esto es gratuidad!
De la fraternidad vivida en la familia, nace ese
segundo valor, la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar
al necesitado, sino en ser responsables los unos a los otros. Si vemos en el
otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, nadie puede quedar apartado.
El Ecuador, como muchos pueblos
latinoamericanos, experimenta hoy profundos cambios sociales y culturales,
nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. La
migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la
falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que
constituyen una amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así
como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir
espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo
cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La
esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los
ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento
económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas
macroeconómicas, crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social
firme y bien cohesionado. Si no hay solidaridad esto es imposible. Me referí a
los jóvenes y me referí a la falta de trabajo. Mundialmente es alarmante.
Países europeos, que estaban en primera línea hace décadas, hoy están sufriendo
en la población juvenil –de veinticinco años hacia abajo– un cuarenta, un
cincuenta por ciento de desocupación. Si no hay solidaridad eso no se
soluciona. Les decía a los salesianos: “¡Ustedes que Don Bosco los creó para
educar, hoy educación de emergencia para esos jóvenes que no tienen trabajo!”.
¿Por qué? Emergencia para prepararlos a pequeños trabajos que le otorguen la
dignidad de poder llevar el pan a casa. A estos jóvenes desocupados que son los
que llamamos los “ni ni” –ni estudian ni trabajan–, ¿qué horizontes les queda?
¿Las adicciones, la tristeza, la depresión, el suicidio –no se publican
íntegramente las estadísticas de suicidio juvenil– o enrolarse en proyectos de
locura social, que al menos le presenten un ideal? Hoy se nos pide cuidar, de
manera especial, con solidaridad, este tercer sector de exclusión de la cultura
del descarte. Primero son los chicos, porque o no se los quiere –hay países
desarrollados que tienen natalidad casi cero por cien–, o no se los quiere o se
los asesina antes de que nazcan. Después los ancianos, que se los abandona y se
los va dejando y se olvida que son la sabiduría y la memoria de su pueblo. Se
los descarta. Ahora le tocó el turno a los jóvenes. ¿A quién le queda lugar? A
los servidores del egoísmo, del dios dinero que está al centro de un sistema
que nos aplasta a todos.
Por último, el respeto del otro que se aprende
en la familia se traduce en el ámbito social en la subsidiariedad. O sea,
gratuidad, solidaridad, subsidiariedad. Asumir que nuestra opción no es
necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al reconocer
lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, vemos la riqueza
que entraña la diversidad y el valor de la complementariedad. Los hombres, los
grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer
errores. En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a
promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y
contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es necesario, es
fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada
con sinceridad y espíritu crítico. En una democracia participativa, cada una de
las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres,
las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los
servicios públicos son protagonistas, son protagonistas imprescindibles en ese
diálogo, no son espectadores. Las paredes, patios y claustros de este lugar lo
dicen con mayor elocuencia: asentado sobre elementos de la cultura incaica y
caranqui, la belleza de sus proporciones y formas, el arrojo de sus diferentes
estilos combinados de modo notable, las obras de arte que reciben el nombre de
“escuela quiteña”, condensan un extenso diálogo, con aciertos y errores, de la
historia ecuatoriana. El hoy está lleno de belleza y, si bien es cierto que en
el pasado ha habido torpezas y atropellos –¿cómo negarlo? incluso en nuestras
historias personales, ¿cómo negarlo?–, podemos afirmar que la amalgama irradia
tanta exuberancia que nos permite mirar el futuro con mucha esperanza.
También la Iglesia quiere colaborar en la
búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas,
promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que
lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados.
Muchos me preguntarán: “Padre, ¿por qué habla tanto de los necesitados, de las
personas necesitadas, de las personas excluidas, de las personas al margen del
camino?”. Simplemente porque esta realidad y la respuesta a esta realidad está
en el corazón del Evangelio. Y precisamente porque la actitud que tomemos
frente a esta realidad está inscrita en el protocolo sobre el cual seremos
juzgados, en Mateo 25.
Muchas gracias por estar aquí, por escucharme;
les pido, por favor, que lleven mis palabras de aliento a los grupos que
ustedes representan en las diversas esferas sociales. Que el Señor conceda a la
sociedad civil que ustedes representan ser siempre ese ámbito adecuado donde se
viva en casa, donde se vivan estos valores de la gratuidad, de la solidaridad y
de la subsidiariedad. Muchas gracias.
ENCUENTRO CON EL CLERO, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Santuario
nacional mariano de El Quinche, Quito
Miércoles 8 de julio de 2015
Buenos días,
hermanos y hermanas.
En estos dos días,
48 horas, que tuve contacto con ustedes, noté que había algo raro –perdón–,
algo raro en el pueblo ecuatoriano. En todos los lugares donde voy, siempre el
recibimiento es alegre, contento, cordial, religioso, piadoso, en todos lados.
Pero acá había en la piedad, en el modo, por ejemplo, en pedir la bendición desde
el más viejo hasta la ‘wawa’, que lo primero que aprendé es hacer
así. Había algo distinto, yo también tuve la tentación, como el obispo de
Sucumbíos, de preguntar: ¿Cuál es la receta de este pueblo? ¿Cuál es? Y me daba
vuelta en la cabeza y rezaba; le pregunté a Jesús varias veces en la oración:
¿Qué tiene este pueblo de distinto? Y esta mañana, orando, se me impuso aquella
consagración al Sagrado Corazón.
Pienso que se lo
debo decir como un mensaje de Jesús: Todo esto de riqueza que tienen ustedes,
de riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, viene de haber tenido la
valentía –porque fueron momentos muy difíciles–, la valentía de consagrar la
nación al Corazón de Cristo, ese Corazón divino y humano que nos quiere tanto.
Y yo los noto un poco con eso: divinos y humanos. Seguro que son pecadores, yo
también pero… pero el Señor perdona todo y… ¡Custodien eso! Y después, pocos
años después, la consagración al Corazón de María. No olviden: esa consagración
es un hito en la historia del pueblo de Ecuador y de esa consagración siento
como que les viene esa gracia que tienen ustedes, esa piedad, esa cosa que los
hace distintos.
Hoy tengo que
hablarles a los sacerdotes, a los seminaristas, las religiosas, a los
religiosos y decirles algo. Tengo un discurso preparado, pero no tengo ganas de
leer. Así que se lo doy al Presidente de la Conferencia de Religiosos para que
lo haga público después.
Y pensaba en la
Virgen, pensaba en María. Dos palabras de María –acá me está fallando la
memoria pero no sé si dijo alguna otra, ¿eh?–: «Hágase en mí». Bueno sí, pidió
explicaciones de por qué la elegían a ella, al ángel. Pero dice: “Hágase en
mí”. Y otra palabra: “Hagan lo que Él les diga”. María no protagonizó nada. Discipuleó toda su vida. La primera discípula de
su Hijo. Y tenía conciencia de que todo lo que ella había traído era pura
gratuidad de Dios. Conciencia de gratuidad. Por eso, “hágase”, “hagan”, que se
manifieste la gratuidad de Dios. Religiosas, religiosos, sacerdotes,
seminaristas, todos los días vuelvan, hagan ese camino de retorno hacia la
gratuidad con que Dios los eligió. Ustedes no pagaron entrada para entrar al
seminario, para entrar a la vida religiosa. No se lo merecieron. Si algún
religioso, sacerdote o seminarista o monja que hay aquí cree que se lo mereció,
que levante la mano. Todo gratuito. Y toda la vida de un religioso, de una
religiosa, de un sacerdote y de un seminarista que va por ese camino –y bueno,
ya que estamos, digamos: y de los obispos– tiene que ir por este camino de la
gratuidad, volver todos los días: “Señor, hoy hice esto, me salió bien esto,
tuve esta dificultad, todo esto pero… todo viene de Vos, todo es gratis”. Esa
gratuidad. Somos objeto de gratuidad de Dios. Si olvidamos esto, lentamente,
nos vamos haciendo importantes. “Y mirá vos, a este… qué obras que está
haciendo y…” o “Mirá vos a este lo hicieron obispo de tal… qué importante, a
este lo hicieron monseñor, o a este…”. Y ahí lentamente nos vamos apartando de
esto que es la base, de lo que María nunca se apartó: la gratuidad de Dios. Un
consejo de hermano: todos los días, a la noche quizás es lo mejor, antes de
irse a dormir, una mirada a Jesús y decirle: “Todo me lo diste gratis”, y
volverse a situar. Entonces cuando me cambian de destino o cuando hay una
dificultad, no pataleo, porque todo es gratis, no merezco nada. Eso hizo María.
San Juan Pablo II,
en la
Redemptoris Mater… que les recomiendo que la
lean. Sí, agárrenla, léanla. Es verdad, el Papa San Juan Pablo II tenía un
estilo de pensamiento circular, profesor, pero era un hombre de Dios; entonces
hay que leerla varias veces para sacarle todo el jugo que tiene. Y dice que
quizás María –no recuerdo bien la frase; estoy citando, pero quiero citar el
hecho– en el momento de la cruz de su fidelidad hubiera tenido ganas de decir:
“¡Y éste me dijeron que iba salvar Israel! ¡Me engañaron!”. No lo dijo. Ni se
permitió… pensarlo, porque era la mujer que sabía que todo lo había recibido
gratuitamente. Consejo de hermano y de padre: todas las noches resitúense en la
gratuidad. Y digan: “Hágase, gracias porque todo me lo diste Vos”.
Una segunda cosa
que les quisiera decir es que cuiden la salud, pero sobre todo cuiden de no
caer en una enfermedad, una enfermedad que es media peligrosa para… o del todo
peligrosa para los que el Señor nos llamó gratuitamente a seguirlo o a
servirlo. No caigan en el alzheimer
espiritual, no pierdan la memoria, sobre todo la memoria de dónde me
sacaron. La escena esa del profeta Samuel cuando es enviado a ungir al rey de
Israel: va a Belén, a la casa de un señor que se llama Jesé, que tiene 7 u 8
hijos –no sé–, y Dios le dice que entre esos hijos va estar el rey. Y, claro,
los ve y dice: “Debe ser este, porque el mayor era alto, grande, apuesto,
parecía valiente… Y Dios le dice: “No, no es ese”. La mirada de Dios es
distinta a la de los hombres. Y así los hace pasar a todos los hijos y Dios le
dice: “No, no es”. Se encuentra con que no sabe qué hacer el profeta;
entonces le pregunta al padre: “Che, ¿no tenés otro?”. Y le dice: “Sí, está el
más chico ahí cuidando las cabras o las ovejas”. “Mandálo llamar”, y viene el
mocosito, que tendría 17, 18 años –no sé–, y Dios le dice: “Ese es”. Lo sacaron
de detrás del rebaño. Y otro profeta cuando Dios le dice que haga ciertas cosas
como profeta: “Pero yo quién soy si a mí me sacaron de detrás del rebaño”. No
se olviden de dónde los sacaron. No renieguen las raíces.
San Pablo se ve que
intuía este peligro de perder la memoria y a su hijo más querido, el
obispo Timoteo, a quien él ordenó, le da consejos pastorales, pero hay uno que
toca el corazón: “No te olvides de la fe que tenía tu abuela y tu madre”, es
decir: “No te olvides de dónde te sacaron, no te olvides de tus raíces, no te
sientas promovido”. La
gratuidad es una gracia que no puede convivir con la promoción y, cuando un
sacerdote, un seminarista, un religioso, una religiosa entra en carrera –no digo mal, en carrera humana–,
empieza a enfermarse de alzheimer
espiritual y empieza a perder
la memoria de dónde me sacaron.
Dos principios para
ustedes sacerdotes, consagrados y consagradas: todos los días renueven el
sentimiento de que todo es gratis, el sentimiento de gratuidad de la elección
de cada uno de ustedes, –ninguno la merecimos–, y pidan la gracia de no perder
la memoria, de no sentirse más importante. Es muy triste cuando uno ve a un
sacerdote o a un consagrado, una consagrada, que en su casa hablaba el dialecto
o hablaba otra lengua, una de esas nobles lenguas antiguas que tienen los
pueblos –Ecuador cuántas tiene–, y es muy triste cuando se olvidan de la
lengua, es muy triste cuando no la quieren hablar. Eso significa que se
olvidaron de dónde los sacaron. No se olviden de eso, pidan esa gracia de la
memoria, y esos son los dos principios que quisiera marcar.
Y esos dos
principios, si los viven –pero todos los días, es un trabajo de todos los días,
todas las noches recordar esos dos principios y pedir la gracia–, esos dos principios,
si los viven, les van a dar en la vida, los van a hacer vivir con dos
actitudes.
Primero, el
servicio. Dios me eligió, me sacó ¿para qué? Para servir. Y el servicio que me
es peculiar a mí. No, que tengo mi tiempo, que tengo mis cosas, que tengo esto,
que no, que ya cierro el despacho, que esto, que si tendría que ir a bendecir
las casas pero… no, estoy cansado o… hoy pasan una telenovela linda por
televisión y entonces –para las monjitas–, y entonces: Servicio, servir,
servir, y no hacer otra cosa, y servir cuando estamos cansados y servir cuando
la gente nos harta.
Me decía un viejo
cura, que fue toda su vida profesor en colegios y universidad, enseñaba
literatura, letras, un genio… Cuando se jubiló le pidió al provincial que lo
mandara a un barrio pobre, a un barrio… de esos barrios que se forman de gente
que viene, que emigran buscando trabajo, gente muy sencilla. Y este religioso
una vez por semana iba a su comunidad y hablaba; era muy inteligente. Y la
comunidad era una comunidad de facultad de teología; hablaba con los otros
curas de teología al mismo nivel, pero un día le dice a uno: “Ustedes que son…
¿Quién da el tratado de Iglesia aquí? El profesor levanta la mano: “yo”. “Te
faltan dos tesis”. “¿Cuáles?”. “El santo Pueblo fiel de Dios es esencialmente olímpico, o sea,
hace lo que quiere, y ontológicamente
hartante”. Y eso tiene mucha sabiduría, porque quien va por el camino del
servir tiene que dejarse hartar sin perder la paciencia, porque está al
servicio, ningún momento le pertenece, ningún momento le pertenece. Estoy para
servir, servir en lo que debo hacer, servir delante del sagrario, pidiendo por
mi pueblo, pidiendo por mi trabajo, por la gente que Dios me ha encomendado.
Servicio, mezclálo
con lo de gratuidad y entonces… aquello de Jesús: “Lo que recibiste gratis dalo
gratis”. Por favor, por favor, no cobren la gracia; por favor, que nuestra
pastoral sea gratuita. Y es tan feo cuando uno va perdiendo este sentido de
gratuidad y se transforma en… Sí, hace cosas buenas, pero ha perdido eso.
Y lo segundo, la
segunda actitud que se ve en un consagrado, una consagrada, un sacerdote que
vive esta gratuidad y esta memoria –estos dos principios que dije al principio,
gratuidad y memoria– es el gozo y la alegría. Y es un regalo de Jesús, ese, y
es un regalo que Él da, que Él nos da si se lo pedimos y si no nos olvidamos de
esas dos columnas de nuestra vida sacerdotal o religiosa, que son el sentido de
gratuidad, renovado todos los días, y no perder la memoria de dónde nos
sacaron.
Yo les deseo esto.
Sí, Padre, usted nos habló que quizás la receta de nuestro pueblo era… somos
así por lo del Sagrado Corazón. Sí, es verdad eso, pero yo les propongo otra
receta que está en la misma línea, en la misma del Corazón de Jesús: sentido de
gratuidad. Él se hizo nada, se abajó, se humilló, se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza. Pura gratuidad. Y sentido de la memoria… y
hacemos memoria de las maravillas que hizo el Señor en nuestra vida.
Que el Señor les
conceda esta gracia a todos, nos la conceda a todos los que estamos aquí, y que
siga –iba a decir premiando–, siga bendiciendo a este pueblo ecuatoriano a
quienes ustedes tienen que servir y son llamados a servir, lo siga bendiciendo
con esa peculiaridad tan especial que yo noté desde el principio al llegar acá.
Que Jesús los bendiga y la Virgen los cuide.
* * *
Recemos todos
juntos al Padre, que nos dio todo gratuitamente, que nos mantiene la
memoria de Jesús con nosotros. [Padre nuestro…] Los bendiga Dios Todopoderoso, el
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Y, por favor, por favor, les pido que
recen por mí, porque yo también siento muchas veces la tentación de olvidarme
de la gratuidad con la que Dios me eligió y de olvidarme de dónde me sacaron.
Pidan por mí.
Discurso
preparado por el Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas:
Traigo a los pies
de Nuestra Señora de Quinche lo vivido en estos días de mi visita; quiero dejar
en su corazón a los ancianos y enfermos con los que he compartido un momento en
la casa de las Hermanas de la Caridad, y también todos los otros encuentros que
he tenido con anterioridad. Los dejo en el corazón de María, pero también los
deposito en el corazón de ustedes: sacerdotes, religiosos y religiosas,
seminaristas, para que llamados a trabajar en la viña del Señor, sean custodios
de todo lo que este pueblo de Ecuador vive, llora y se alegra.
Doy gracias a Mons.
Lazzari, al Padre Mina y a la hermana Sandoval por sus palabras, que me dan pie
para compartir con todos ustedes algunas cosas en la común solicitud por el
Pueblo de Dios.
En el Evangelio, el
Señor nos invita a aceptar la misión sin poner condiciones. Es un mensaje
importante que no conviene olvidar, y que en este Santuario dedicado a la
Virgen de la Presentación resuena con un acento especial. María es ejemplo de
discípula para nosotros que, como ella, hemos recibido una vocación. Su
respuesta confiada: «Hágase en mí según tu Palabra», nos recuerda sus palabras
en las bodas de Caná: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Su ejemplo es una invitación a
servir como ella.
En la Presentación
de la Virgen podemos encontrar algunas sugerencias para nuestro propio llamado.
La Virgen Niña fue un regalo de Dios para sus padres y para todo el pueblo, que
esperaba la liberación. Es un hecho que se repite frecuentemente en la
Escritura: Dios responde al clamor de su pueblo, enviando un niño, débil,
destinado a traer la salvación y, que al mismo tiempo, restaura la esperanza de
unos padres ancianos. La palabra de Dios nos dice que en la historia de Israel,
los jueces, los profetas, los reyes son un regalo del Señor para hacer llegar
su ternura y su misericordia a su pueblo. Son signo de la gratuidad de Dios: es
Él quien los ha elegido, escogido y destinado. Esto nos aleja de la
autoreferencialidad, nos hace comprender que ya no nos pertenecemos, que
nuestra vocación nos pide alejarnos de todo egoísmo, de toda búsqueda de lucro
material o compensación afectiva, como nos ha dicho el Evangelio. No somos
mercenarios, sino servidores; no hemos venido a ser servidos, sino a servir y
lo hacemos en el pleno desprendimiento, sin bastón y sin morral.
Algunas tradiciones
sobre la advocación de Nuestra Señora de Quinche nos dice que Diego de Robles
confeccionó la imagen por encargo de los indígenas Lumbicí. Diego no lo hacía
por piedad, lo hacía por un beneficio económico. Como no pudieron pagarle, la
llevó a Oyacachi y la cambió por tablas de cedro. Pero Diego se negó al pedido
de ese pueblo para que le hiciera también un altar a la imagen, hasta que,
cayéndose del caballo, se encontró en peligro y sintió la protección de la
Virgen. Volvió al pueblo e hizo el pie de la imagen. También todos nosotros
hemos hecho experiencia de un Dios que nos sale al cruce, que en nuestra
realidad de caídos, derrumbados, nos llama. ¡Que
la vanagloria y la mundanidad no nos hagan olvidar de dónde Dios nos ha
rescatado!, ¡que María de Quinche nos haga bajar de los lugares de
ambiciones, intereses egoístas, cuidados excesivos de nosotros mismos!
La «autoridad» que
los apóstoles reciben de Jesús no es para su propio beneficio: nuestros dones
son para renovar y edificar la Iglesia. No se nieguen a compartir, no se
resistan a dar, no se encierren en la comodidad, sean manantiales que desbordan
y refrescan, especialmente a los oprimidos por el pecado, la desilusión, el
rencor (cf.
Evangelii gaudium 272).
El segundo trazo
que me evoca la Presentación de la Virgen es la perseverancia. En la sugestiva
iconografía mariana de esta fiesta, la Virgen niña se aleja de sus padres
subiendo las escaleras del Templo. María no mira atrás y, en una clara
referencia a la admonición evangélica, marcha decidida hacia delante. Nosotros,
como los discípulos en el Evangelio, también nos ponemos en camino para llevar
a cada pueblo y lugar la buena noticia de Jesús. Perseverancia en la misión
implica no andar cambiando de casa en casa, buscando donde nos traten mejor,
donde haya más medios y comodidades. Supone unir nuestra suerte con la de Jesús
hasta el final. Algunos relatos de las apariciones de la Virgen de Quinche nos
dicen que una “señora con un niño en brazos” visitó varias tardes seguidas a
los indígenas de Oyacachi cuando éstos se refugiaban del acoso de los osos.
Varias veces fue María al encuentro de sus hijos; ellos no le creían,
desconfiaban de esta señora, pero les admiró su perseverancia de volver cada
tarde al caer el sol. Perseverar aunque nos rechacen, aunque se haga la noche y
crezcan el desconcierto y los peligros. Perseverar en este esfuerzo sabiendo
que no estamos solos, que es el Pueblo Santo de Dios que camina.
De algún modo, en
la imagen de la Virgen niña subiendo al Templo, podemos ver a la Iglesia que
acompaña al discípulo misionero. Junto a ella están sus padres, que le han
transmitido la memoria de la fe y ahora generosamente la ofrecen al Señor para
que pueda seguir su camino; está su comunidad representada en el «séquito de
vírgenes», «sus compañeras», con las lámparas encendidas (cf. Sal 44,15) y, en las que los Padres de la
Iglesia, ven una profecía de todos los que, imitando a María, buscan con
sinceridad ser amigos de Dios, y están los sacerdotes que la esperan para
recibirla y que nos recuerdan que en la Iglesia los pastores tienen la
responsabilidad de acoger con ternura y ayudar a discernir cada espíritu y cada
llamado.
Caminemos juntos,
sosteniéndonos unos a otros y pidamos con humildad el don de la perseverancia
en su servicio.
Nuestra Señora del
Quinche fue ocasión de encuentro, de comunión, para este lugar que desde
tiempos del incario se había constituido en un asentamiento multiétnico. ¡Qué
lindo es cuando la iglesia persevera en su esfuerzo por ser casa y escuela de
comunión, cuando generamos esto que me gusta llamar la cultura del encuentro!
La imagen de la
Presentación nos dice que una vez bendecida por los sacerdotes, la Virgen niña
se sentó en las gradas del altar y bailó sobre sus pies. Pienso en la alegría
que se expresa en las imágenes del banquete de las bodas, de los amigos del
novio, de la esposa adornada con sus joyas. Es la alegría de quien ha
descubierto un tesoro y lo ha dejado todo por conseguirlo. Encontrar al Señor,
vivir en su casa, participar de su intimidad, compromete a anunciar el Reino y
llevar la salvación a todos. Atravesar los umbrales del Templo exige
convertirnos como María en templos del Señor y ponernos en camino para llevarlo
a los hermanos. La Virgen, como primera discípula misionera, después del anuncio
del Ángel, partió sin demora a un pueblo de Judá para compartir este inmenso
gozo, el mismo que hizo saltar a san Juan Bautista en el seno de su madre.
Quien escucha su voz «salta de gozo» y se convierte a su vez en pregonero de su
alegría. La alegría de evangelizar mueve a la Iglesia, la hace salir, como a
María.
Si bien son
múltiples las razones que se argumentan para el traslado del santuario desde
Oyacachi a este lugar, me quedo con una: «aquí es y ha sido más accesible, más
fácil para estar cerca de todos». Así lo entendió el Arzobispo de Quito, Fray
Luis López de Solís, cuando mandó edificar un Santuario capaz de convocar y
acoger a todos. Una iglesia en salida es una iglesia que se acerca, que se
allana para no estar distante, que sale de su comodidad y se atreve a llegar a
todas las periferias que necesitan la luz del evangelio (cf.
Evangelii gaudium 20).
Volveremos ahora a
nuestras tareas, interpelados por el Santo Pueblo que nos ha sido confiado.
Entre ellas, no olvidemos cuidar, animar y educar la devoción popular que
palpamos en este santuario y tan extendida en muchos países latinoamericanos.
El pueblo fiel ha sabido expresar la fe con su propio lenguaje, manifestar sus
más hondos sentimientos de dolor, duda, gozo, fracaso, agradecimiento con
diversas formas de piedad: procesiones, velas, flores, cantos que se convierten
en una bella expresión de confianza en el Señor y de amor a su Madre, que es
también la nuestra.
En Quinche, la
historia de los hombres y la historia de Dios confluyen en la historia de una
mujer, María. Y en una casa, nuestra casa, la hermana madre tierra. Las
tradiciones de esta advocación evocan a los cedros, los osos, la hendidura en
la piedra que fuera aquí la primera casa de la Madre de Dios. Nos hablan en el
ayer de pájaros que rodearon el lugar, y en el hoy de flores que engalanan los
alrededores. Los orígenes de esta devoción nos llevan a tiempos donde era más
sencilla «la serena armonía con la creación... contemplar al Creador que vive
entre nosotros y en lo que nos rodea y cuya presencia no hace falta fabricar» (
Laudato si’ 225) y que se nos devela en el mundo creado, en
su Hijo amado, en la Eucaristía que permite a los cristianos sentirse miembros
vivos de la Iglesia y participar activamente en su misión (cf.
Aparecida, 264), en Nuestra
Señora del Quinche, que acompañó desde aquí los albores del primer anuncio de
la fe a los pueblos indígenas. A ella encomendemos nuestra vocación; que ella
nos haga regalo para nuestro pueblo, que ella nos dé la perseverancia en la
entrega y la alegría de salir a llevar el Evangelio de su hijo Jesús –unidos a
nuestros pastores– hasta los confines, hasta las periferias de nuestro querido
Ecuador.
CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Aeropuerto internacional El Alto de La Paz,
Bolivia
Miércoles 8 de julio de 2015
Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos y hermanas:
Buenas
tardes
Al
iniciar esta visita pastoral, quiero dirigir mi saludo a todos los hombres y
mujeres de Bolivia con los mejores deseos de paz y prosperidad. Agradezco al
Señor Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia la cálida y fraternal
acogida que me ha dispensado y sus amables palabras de bienvenida. Doy las
gracias también a los señores Ministros y Autoridades del Estado, de las
Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, que han tenido la bondad de venir a
recibirme. A mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos y
religiosas, y fieles cristianos, a toda la Iglesia que peregrina en Bolivia,
quiero expresarle mis sentimientos de fraterna comunión en el Señor. Llevo en
el corazón especialmente a los hijos de esta tierra, que por múltiples razones
no están aquí y han tenido que buscar «otra tierra» que los cobije; otro lugar
donde esta madre los haga fecundos y posibilite la vida.
Me
alegro de estar en este país de singular belleza, bendecido por Dios en sus
diversas zonas: el altiplano, los valles, las tierras amazónicas, los
desiertos, los incomparables lagos; el preámbulo de su Constitución lo ha
acuñado de modo poético: «En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se
desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonía, nuestro chaco, nuestro
altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores», y esto
me recuerda que «el mundo es algo más que un problema a resolver, es un
misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (Enc. Laudato si’ 12 ). Pero sobre todo, es una tierra bendecida en
sus gentes, con su variada realidad cultural y étnica, que constituye una gran
riqueza y un llamado permanente al respeto mutuo y al diálogo: pueblos originarios
milenarios y pueblos originarios contemporáneos; cuánta alegría nos da saber
que el castellano traído a estas tierras hoy convive con 36 idiomas
originarios, amalgamándose –como lo hacen en las flores nacionales de kantuta y
patujú el rojo y el amarillo– para dar belleza y unidad en lo diverso. En esta
tierra y en este pueblo, arraigó con fuerza el anuncio del Evangelio, que a lo
largo de los años ha ido iluminando la convivencia, contribuyendo al desarrollo
del pueblo y fomentando la cultura.
Como
huésped y peregrino, vengo para confirmar la fe de los creyentes en Cristo
resucitado, para que cuantos creemos en Él, mientras peregrinamos en esta vida,
seamos testigos de su amor, fermento de un mundo mejor, y colaboremos en la
construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Bolivia
está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida
económica, social y política del País; cuenta con una Constitución que reconoce
los derechos de los individuos, de las minorías, del medio ambiente, y con unas
instituciones sensibles a estas realidades. Todo ello requiere un espíritu de
colaboración ciudadana, de diálogo y de participación en los individuos y los
actores sociales en las cuestiones que interesan a todos. El progreso integral
de un pueblo incluye el crecimiento en valores de las personas y la
convergencia en ideales comunes que consigan aunar voluntades, sin excluir ni
rechazar a nadie. Si el crecimiento es solo material, siempre se corre el
riesgo de volver a crear nuevas diferencias, de que la abundancia de unos se
construya sobre la escasez de otros. Por eso, además de la transparencia
institucional, la cohesión social requiere un esfuerzo en la educación de los
ciudadanos.
En
estos días me gustaría alentar la vocación de los discípulos de Cristo a
comunicar la alegría del Evangelio, a ser sal de la tierra y luz del mundo. La
voz de los Pastores, que tiene que ser profética, habla a la sociedad en nombre
de la Iglesia madre –porque la Iglesia es madre– y lo habla desde la opción
preferencial y evangélica por los últimos, por los descartados, por los
excluidos: ésa es la opción preferencial de la Iglesia. La caridad fraterna,
expresión viva del mandamiento nuevo de Jesús, se expresa en programas, obras e
instituciones que buscan la promoción integral de la persona, así como el
cuidado y la protección de los más vulnerables. No se puede creer en Dios Padre
sin ver un hermano en cada persona, y no se puede seguir a Jesús sin entregar
la vida por los que Él murió en la cruz.
En
una época en la que tantas veces se tiende a olvidar o a tergiversar los
valores fundamentales, la familia merece una especial atención por parte de los
responsables del bien común porque es la célula básica de la sociedad, que
aporta lazos sólidos de unión sobre los que se basa la convivencia humana y,
con la generación y educación de sus hijos, asegura el futuro y la renovación
de la sociedad.
La
Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes que,
comprometidos con su fe y con grandes ideales, son promesa de futuro, «vigías
que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio» decía san Juan
Pablo II (Mensaje para la XVIII
Jornada mundial de la Juventud, 6). Cuidar a los niños, hacer que la juventud se comprometa en
nobles ideales, es garantía de futuro para una sociedad; y la Iglesia quiere
una sociedad que encuentra su reaseguro cuando valora, admira y custodia también
a sus mayores, que son los que nos traen la sabiduría de los pueblos; custodiar
a los que hoy son descartados por tantos intereses que ponen al centro de la
vida económica al dios dinero; son descartados los niños y los jóvenes que son
el futuro de un país, y los ancianos que son la memoria del pueblo; por eso hay
que cuidarlos, hay que protegerlos, son nuestro futuro. La Iglesia hace opción
por ir generando una «cultura memoriosa» que le garantiza a los ancianos no
solo la calidad de vida en sus últimos años sino la calidez, como bien lo
expresa la constitución de ustedes.
Señor
Presidente, queridos hermanos, gracias por estar aquí. Estos días nos
permitirán tener diversos momentos de encuentro, diálogo y celebración de la
fe. Lo hago alegre y contento de estar en esta Patria que se dice a sí misma
pacifista, patria de paz, y que promueve la cultura de la paz y el derecho a la
paz.
Pongo
esta visita bajo el amparo de la Santísima Virgen de Copacabana, Reina de
Bolivia, y a Ella pido que proteja a todos sus hijos. Muchas gracias y que el
Señor los bendiga. Jallalla Bolivia.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
EN MEMORIA DEL PADRE LUIS ESPINAL
La Paz, Bolivia
Miércoles 8 de julio de 2015
Buenas
tardes, queridas hermanas y hermanos, me detuve aquí para saludarlos y sobre
todo para recordar. Recordar un hermano, un hermano nuestro, víctima de
intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia. El P.
Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó y por eso lo eliminaron.
Hagamos un minuto de silencio en oración y después recemos todos juntos.
(silencio)
Que
el Señor tenga en su gloria al P. Luis Espinal que predicó el Evangelio, ese
Evangelio que nos trae la libertad, que nos hace libres, como todo hijo de
Dios. Jesús nos trajo esa libertad, él predicó ese Evangelio. Que Jesús lo
tenga junto a Él. Dale Señor el descanso Eterno y brille para él la luz que no
tiene fin. Que descanse en paz.
Y
a todos ustedes, queridos hermanos, los bendigan Dios Todopoderoso, el Padre, y
el Hijo y el Espíritu Santo. Y por favor, por favor, les pido que no se olviden
de rezar por mí. Gracias.
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral de La Paz, Bolivia
Miércoles 8 de julio de 2015
Hermano
Presidente,
Hermanos y hermanas:
Me
alegro de este encuentro con ustedes, autoridades políticas y civiles de
Bolivia, miembros del Cuerpo diplomático y personas relevantes del mundo de la
cultura y del voluntariado. Agradezco a mi hermano Edmundo Abastoflor,
Arzobispo de esta Iglesia de la Paz, su amable bienvenida. Les ruego que me
permitan cooperar, alentando con algunas palabras, la tarea de cada uno de
ustedes, la que ya realizan. Y les agradezco la cooperación que ustedes, con su
testimonio de calurosa acogida, me dan a mí para que yo pueda seguir adelante.
Muchas gracias.
Cada
uno a su manera, todos los aquí presentes compartimos la vocación de trabajar
por el bien común. Ya hace 50 años, elConcilio Vaticano II definía el bien común como «el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a los grupos y a cada uno de
sus miembros conseguir más plena y fácilmente de la propia perfección»; gracias
a ustedes por aspirar –desde su rol y misión– para que las personas y la
sociedad se desarrollen, alcancen su perfección. Estoy seguro de sus búsquedas
de lo bello, lo verdadero, lo bueno en este afán por el bien común. Que este
esfuerzo ayude siempre a crecer en un mayor respeto a la persona humana en cuanto
tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral, a
la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no
se produce sin una atención particular a la justicia distributiva (cf. Enc. Laudato si’, 157). Que la riqueza se distribuya, dicho
sencillamente.
En
el trayecto hacia la catedral, desde el aeropuerto, he podido admirarme de las
cumbres del Hayna Potosí y del Illimani, de ese «cerro joven» y de aquel que
indica «el lugar por donde sale el sol». También he visto cómo de manera
artesanal muchas casas y barrios se confundían con las laderas y me he
maravillado de algunas obras de su arquitectura. El ambiente natural y el
ambiente social, político y económico están íntimamente relacionados. Nos urge
poner las bases de una ecología integral –es problema de salud– una ecología
integral que incorpore claramente todas las dimensiones humanas en la
resolución de las graves cuestiones socioambientales de nuestros días – si no
los glaciares de esos mismos montes seguirán retrocediendo – y la lógica de la
recepción, la conciencia del mundo que queremos dejar a los que nos sucedan, su
orientación general, su sentido, sus valores también se derretirán como esos
hielos (cf. ibid., 159-160). Y de esto hay que tomar conciencia. Ecología
integral – y me arriesgo– supone ecología de la madre tierra, cuidar la madre
tierra; ecología humana, cuidarnos entre nosotros; y ecología social, forzada
la palabra.
Como
todo está relacionado, nos necesitamos unos a otros. Si la política se deja
dominar por la especulación financiera o la economía se rige únicamente por el
paradigma tecnocrático y utilitarista de la máxima producción, no podrán ni
siquiera comprender, y menos aún resolver, los grandes problemas que afectan a
la humanidad. Es necesaria también la cultura, de la que forma parte no solo el
desarrollo de la capacidad intelectual del ser humano en las ciencias y de la
capacidad de generar belleza en las artes, sino también las tradiciones
populares locales –eso también es cultura– con su particular sensibilidad al
medio de donde han surgido y del que han salido, al medio que le da sentido. Se
requiere de igual forma una educación ética y moral, que cultive actitudes de
solidaridad y corresponsabilidad entre las personas. Debemos reconocer el papel
específico de las religiones en el desarrollo de la cultura y los beneficios que
puedan aportar a la sociedad. Los cristianos, en particular, como discípulos de
la Buena Noticia, somos portadores de un mensaje de salvación que tiene en sí
mismo la capacidad de ennoblecer a las personas, de inspirar grandes ideales
capaces de impulsar líneas de acción que vayan más allá del interés individual,
posibilitando la capacidad de renuncia en favor de los demás, la sobriedad y
las demás virtudes que nos contienen y nos unen. Esas virtudes que en vuestra
cultura tan sencillamente se expresan en esos tres mandamientos: no mentir, no
robar y no ser flojo.
Pero
debemos estar alerta pues muy fácilmente nos habituamos al ambiente de
inequidad que nos rodea, que nos volvemos insensibles a sus manifestaciones. Y
así confundimos sin darnos cuenta el «bien común» con el «bien-estar», y ahí se
va resbalando de a poquito, de a poquito, y el ideal del bien común, como que
se va perdiendo, termina en el bienestar, sobre todo cuando somos nosotros los
que lo disfrutamos y no los otros. El bienestar que se refiere solo a la
abundancia material tiende a ser egoísta, tiende a defender los intereses de
parte, a no pensar en los demás, y a dejarse llevar por la tentación del
consumismo. Así entendido, el bienestar, en vez de ayudar, incuba posibles
conflictos y disgregación social; instalado como la perspectiva dominante,
genera el mal de la corrupción que cuánto desalienta y tanto mal hace. El bien
común, en cambio, es algo más que la suma de intereses individuales; es un
pasar de lo que «es mejor para mí» a lo que «es mejor para todos», e incluye
todo aquello que da cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos,
ideales que ayudan a levantar la mirada, más allá de los horizontes
particulares.
Los
diferentes agentes sociales tienen la responsabilidad de contribuir a la
construcción de la unidad y el desarrollo de la sociedad. La libertad siempre
es el mejor ámbito para que los pensadores, las asociaciones ciudadanas, los
medios de comunicación desarrollen su función, con pasión y creatividad, al
servicio del bien común. También los cristianos, llamados a ser fermento en el
pueblo, aportan su propio mensaje a la sociedad. La luz del Evangelio de Cristo
no es propiedad de la Iglesia; ella es su servidora: la Iglesia debe servir al
Evangelio de Cristo para que llegue hasta los extremos del mundo. La fe es una
luz que no encandila; las ideologías encandilan, la fe no encandila, la fe es
una luz que no obnubila, sino que alumbra y guía con respeto la conciencia y la
historia de cada persona y de cada convivencia humana. Respeto. El cristianismo
ha tenido un papel importante en la formación de la identidad del pueblo
boliviano. La libertad religiosa –como es acuñada habitualmente esa expresión
en el fuero civil– es quien también nos recuerda que la fe no puede reducirse
al ámbito puramente subjetivo. No es una subcultura. Será nuestro desafío
alentar y favorecer que germinen la espiritualidad y el compromiso de la fe, el
compromiso cristiano en obras sociales, en extender el bien común, a través de
las obras sociales.
Entre
los diversos actores sociales, quisiera destacar la familia, amenazada en todas
partes, por tantos factores, por la violencia doméstica, el alcoholismo, el
machismo, la drogadicción, la falta de trabajo, la inseguridad ciudadana, el
abandono de los ancianos, los niños de la calle y recibiendo pseudo-soluciones
desde perspectivas que no son saludables a la familia sino que provienen
claramente de colonizaciones ideológicas. Son tantos los problemas sociales que
resuelve la familia, y las resuelve en silencio, son tantos, que no promover la
familia es dejar desamparados a los más desprotegidos.
Una
nación que busca el bien común no se puede cerrar en sí misma; las redes de
relaciones afianzan a las sociedades. El problema de la inmigración en nuestros
días nos lo demuestra. El desarrollo de la diplomacia con los países del
entorno, que evite los conflictos entre pueblos hermanos y contribuya al
diálogo franco y abierto de los problemas, hoy es indispensable. Y estoy
pensando acá, en el mar: diálogo, es indispensable. Construir puentes en vez de
levantar muros. Construir puentes en vez de levantar muros. Todos los temas,
por más espinosos que sean, tienen soluciones compartidas, tienen soluciones
razonables, equitativas y duraderas. Y, en todo caso, nunca han de ser motivo
de agresividad, rencor o enemistad que agravan más la situación y hacen más
difícil su resolución.
Bolivia
transita un momento histórico: la política, el mundo de la cultura, las
religiones son parte de este hermoso desafío de la unidad. En esta tierra donde
la explotación, la avaricia y múltiples egoísmos y perspectivas sectarias han
dado sombra a su historia, hoy puede ser el tiempo de la integración. Y hay que
caminar ese camino. Hoy Bolivia puede crear, es capaz de crear con su riqueza
nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosos son los países que superan la
desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa
integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindos cuando están llenos de
espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! (cf. Evangelii gaudium, 210). Bolivia, en la integración y en su búsqueda
de la unidad, está llamada a ser «esa multiforme armonía que atrae» (ibid., 117), y que atrae en el camino hacia la consolidación de la
patria grande.
Muchas
gracias por su atención. Pido al Señor que Bolivia, «esta tierra inocente y
hermosa» siga progresando cada vez más para que sea esa «patria feliz donde el
hombre vive el bien de la dicha y la paz». Que la Virgen santa los cuide y el
Señor los bendiga abundantemente. Y por favor, por favor les pido, que no se
olviden rezar por mí. Muchas gracias.
SANTA MISA EN LA PLAZA DE CRISTO REDENTOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia
Jueves 9 de julio de 2015
Hemos
venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la presencia
viva de Dios entre nosotros. Salimos hace horas de nuestras casas y comunidades
para poder estar juntos, como Pueblo Santo de Dios. La cruz y la imagen de la
misión nos traen el recuerdo de todas las comunidades que han nacido en el
nombre de Jesús en estas tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos.
En
el Evangelio que acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante
similar a la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas,
estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su vida.
Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.
Me
conmuevo cuando veo a muchas madres cargando a sus hijos en las espaldas. Como
lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la vida y el futuro de su
gente. Llevando sus motivos de alegría, sus esperanzas. Llevando la bendición
de la tierra en los frutos. Llevando el trabajo realizado por sus manos. Manos
que han labrado el presente y tejerán las ilusiones del mañana. Pero también
cargando sobre sus hombros desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia
que parece no detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando
sobre sí el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria
de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa de
generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino.
Y
no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino. No son
pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la esperanza. Cuántas
veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos la memoria y así se
debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a
ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la
memoria de pueblo amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace
que nos cerremos a los demás, especialmente a los más pobres.
A
nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando vieron esa
cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los despida: “Mandálos a
casa”, ya que es imposible alimentar a tanta gente. Frente a tantas situaciones
de hambre en el mundo podemos decir: “Perdón, no nos dan los números, no nos
cierran las cuentas”. Es imposible enfrentar estas situaciones, entonces la
desesperación termina ganándonos el corazón.
En
un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que pretende
imponerse en el mundo, en todo el mundo, en nuestros días. Una lógica que busca
transformar todo en objeto de cambio, todo en objeto de consumo, todo
negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a muy pocos, descartando a
todos aquellos que no «producen», que no se los considera aptos o dignos porque
aparentemente «no nos dan los números». Y Jesús, una vez más, vuelve a
hablarnos y nos dice: “No, no, no es necesario excluirlos, no es necesario que
se vayan, denles ustedes de comer”.
Es
una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: “No es necesario
excluir a nadie. No es necesario que nadie se vaya, basta de descartes, denles
ustedes de comer”. Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de
descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica,
una mirada que siempre “corta el hilo” por el más débil, por el más necesitado.
Tomando “la posta” Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una
actitud en tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los
parte y entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Y este es
el camino del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de
estas tres acciones, logra transformar una lógica del descarte en una lógica de
comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de
estas acciones.
Toma.
El punto de partida es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los mira a los
ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas lo que late y lo
que ha dejado de latir en la memoria y el corazón de su pueblo. Lo considera y
lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar, todo lo bueno desde donde
se puede construir. Pero no habla de los objetos, o de los bienes culturales, o
de las ideas; sino habla de las personas. La riqueza más plena de una sociedad
se mide en la vida de su gente, se mide en sus ancianos que logran transmitir
su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños. Jesús nunca se
saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no tener nada para aportar y
compartir. Toma todo como viene.
Bendice.
Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe que estos
dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como “cualquier cosa” ya que
toda vida, toda esa vida, es fruto del amor misericordioso. Él lo reconoce. Va
más allá de la simple apariencia, y en este gesto de bendecir y alabar, pide a
su Padre el don del Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un
lado agradecer y por el otro poder transformar. Es reconocer que la vida
siempre es un don, un regalo que puesto en las manos de Dios, adquiere una
fuerza de multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo multiplica.
Entrega.
En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una
bendición que no sea una entrega. La bendición siempre es misión, tiene un
destino, compartir, el condividir lo que se ha recibido, ya que sólo en la
entrega, en el com-partir es cuando las personas encontramos la fuente de la
alegría y la experiencia de salvación. Una entrega que quiere reconstruir la
memoria de pueblo santo, de pueblo invitado a ser y a llevar la alegría de la
salvación. Las manos que Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las
mismas que distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Y podemos
imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano los panes
y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús logra generar una corriente
entre los suyos, todos iban compartiendo lo propio, convirtiéndolo en don para
los demás y así fue como comieron hasta saciarse, increíblemente sobró: lo
recogieron en siete canastas. Una memoria tomada, una memoria bendecida, una memoria
entregada siempre sacia al pueblo.
La
Eucaristía es el «Pan partido para la vida del mundo», como dice el lema
del V Congreso Eucarístico que hoy inauguramos y tendrá lugar en Tarija. Es
Sacramento de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos
el seguimiento y nos da la certeza de lo que tenemos, de lo que somos, que si
es tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el
poder de su amor, se convierte en pan de vida para los demás.
Y
la Iglesia celebra la Eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio
del Señor. Porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato
del Señor, dice una y otra vez: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) Actualiza, hace real, generación tras
generación, en los distintos rincones de nuestra tierra, el misterio del Pan de
vida. Nos lo hace presente, nos lo entrega. Jesús quiere que participemos de su
vida y a través nuestro se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos
personas aisladas, separadas, sino somos el Pueblo de la memoria actualizada y
siempre entregada.
Una
vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una
solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y
entregar en la lógica del amor.
María,
al igual que muchas de ustedes llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la vida
de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando con
júbilo que Él «colma de bienes a los hambrientos» (Lc 1,53), que Ella sea hoy nuestro ejemplo para
confiar en la bondad del Señor, que hace obras grandes con poca cosa, con la
humildad de sus siervos. Que así sea.
ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS,
RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Coliseo del colegio Don Bosco, Santa Cruz de
la Sierra (Bolivia)
Jueves 9 de julio de 2015
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes
Estoy
contento con este encuentro con ustedes para compartir la alegría que llena el
corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han
manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios
del Padre Miguel, de la hermana Gabriela y del seminarista Damián. Muchas
gracias por compartir la propia experiencia vocacional.
Y
en el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de
otro discípulo Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue
un discípulo de última hora. Era el último viaje, que el Señor hacía de Jericó
a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al
borde del camino –¡más exclusión imposible!–, marginado, y cuando se enteró del
paso de Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que
con la batería se hacía sentir y decía: “Aquí estoy”. Te felicito, tocás bien.
En
torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían
habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina
para anunciar el Reino de Dios y una gran muchedumbre. Si traducimos esto
forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas,
los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían,
escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.
Dos
realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito
del mendigo y, por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos
las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los
seminaristas a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que
el evangelista nos quisiera mostrar cuál es el tipo de eco que encuentra el
grito de Bartimeo en la vida de la gente, en la vida de los seguidores de
Jesús; cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino,
que nadie le hace caso –no más le dan una limosna– de aquel que está sentado
sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.
Son
tres las respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres
respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio
Evangelio: “pasar”, “calláte”, “ánimo, levantáte”.
1.
“Pasar”. Pasar de largo, y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús,
miraban a Jesús, querían oír a Jesús. No escuchaban. Pasar es el eco de la
indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No
es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera. Es la tentación
de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Y sí, hay gente así:
Yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el
ministerio y, sí, es natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente
que sufre, entonces ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un
pedido de auxilio. Acostumbrarse. Y nos decimos: Es normal, siempre fue así,
mientras a mí no me toque, –pero eso entre paréntesis–. Es el eco que nace en
un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de
asombro y, por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús
corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el
Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le
puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: “¿Adónde vamos a ir Señor si
tú tienes palabras de vida eterna?”. Y después lo traicionan, lo niega, el
estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón
blindado. Se trata de un corazón que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse
tocar, una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la
vida de su pueblo simplemente porque está en esa elite que sigue al Señor.
Podríamos
llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa, pero nada queda. Son
quienes van atrás de la última novedad, del último bestseller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran
involucrarse incluso con el Señor al que están siguiendo, porque la sordera
avanza.
Ustedes
me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro estaba atenta a
las palabras del Maestro. Lo estaba escuchando a él». Creo que eso es de lo más
desafiante de la espiritualidad cristiana, como el evangelista Juan nos lo
recuerda: ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a
quien ve? (1 Jn 4, 20b). Ellos creían
que escuchaban al Maestro, pero también traducían, y las palabras del Maestro
pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir esta unidad –entre
escuchar a Dios y escuchar al hermano– es una de las grandes tentaciones que
nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que seguimos a Jesús. Y
tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro
Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los
mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se
quebró.
Pasar
sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su
tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro
interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces es una vida seca.
2.
Segunda palabra: “Calláte”. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo.
“Calláte, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria,
que estamos en una espiritualidad de profunda elevación. No molestes, no
disturbes”. A diferencia de la actitud anterior, ésta escucha ésta reconoce,
toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy
simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del
dedo así [el dedo en señal amenazadora]. En Argentina decimos de las maestras
del dedo así: “Ésta es como la maestra del tiempo de Yrigoyen, que estudiaban
la disciplina muy dura”. Y pobre Pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado,
por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o de una seguidora
de Jesús. Es la actitud de quienes, frente al Pueblo de Dios, lo están
continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia,
por favor, escuchálo, decíle que Jesús lo quiere. “No, eso no se puede hacer”.
“Señora, saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando”.
Como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.
Es
el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que
piensan que la vida de Jesús es sólo para los que se creen aptos. En el fondo
hay un profundo desprecio al santo Pueblo fiel de Dios: “Este ciego qué tiene
que meterse, que se quede ahí”. Parecería lícito que encuentren espacio
solamente los “autorizados”, una “casta de diferentes”, que poco a poco se
separa, se diferencia de su Pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de
superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son
pastores sino capataces: “Yo llegué hasta acá, ponéte en tu sitio”. Escuchan
pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como… año
75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis. Yo le había hecho una promesa al Señor
del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro si
mandaba 40 novicios. Mandó 41. Bueno, después de una concelebración - porque
ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no parás, yo
salía hablando con un cura que me acompañaba, que estaba conmigo, había venido
conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora
muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces
tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro: “Padre, me lo
bendice” –le dice al cura que me acompañaba–. “Señora usted estuvo en misa”.
“Sí, padrecito”. “Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios bendice
todo, todo, las…” “Sí, padrecito, sí, padrecito..”. “Y después la bendición
final bendice todo”. “Sí, padrecito, sí, padrecito”. En ese momento sale otro
cura amigo de este, pero que no se habían visto. Entonces: “¡Oh!, vos acá”. Se
da la vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba –digamos la señora ‘sí,
padrecito’– me mira y me dice: “Padre, me lo bendice usted”. Los que siempre le
ponen barreras al Pueblo de Dios, lo separan. Escuchan pero no oyen, le echan
un sermón, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el
corazón. La necesidad, consciente o inconsciente, de decirse: “Yo no soy como
él, no soy como ellos”, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su
llanto, sino especialmente de los motivos de la alegría. Reír con los que ríen,
llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y
del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos
haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que, por
favor –también estaban las monjas–, que, por favor, pidieran todos los días la
gracia de la memoria de no olvidarse de dónde te sacaron. Te sacaron de detrás
del rebaño. No te olvides nunca, no te la creas, no niegues tus raíces, no
niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tenés una cultura
más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su
lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su
guaraní: “Porque no, no, ahora hablo en fino”. La gracia de no perder la
memoria del Pueblo fiel. Y es una gracia. El libro del Deuteronomio, cuántas veces
Dios le dice a su Pueblo: “No te olvides, no te olvides, no te olvides”. Y
Pablo, a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le
dice: “Y acordáte de tu madre y de tu abuela”.
3.
La tercera palabra: “Ánimo, levantáte”. Y este es el tercer eco. Un eco que no
nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que
mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos
que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso, o alguno que lo hacía
callar… Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia: “Levantáte, te
llama”.
Es
un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuestas
de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el santo Pueblo fiel de
Dios.
A
diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y
preguntó: ¿Qué pasa? ¿Quién toca la batería?”. Se detiene frente al clamor de
una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esa
forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar,
le pregunta: Decíme, “qué puedo hacer por vos”. No necesita diferenciarse, no
necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está
autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser
parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le
restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y
ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con
los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No
existe una compasión, una compasión, no una lástima, –no existe una compasión
que no se detenga. Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina
compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que
no se solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el
dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la
lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone
el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener
miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más
que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Y
esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con
nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde
del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre
nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros
gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer
por nosotros. Y gracias a tantos testigos que nos dijeron “ánimo, levantáte”,
paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador,
que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos
testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de
eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos
de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Y
esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo.
Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque
seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque
somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma. Y, cuando se
vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana,
que en su vida hizo suyo el consejo de San Agustín: “Canta y camina”. Esa
alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma.
No
estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos
a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de
Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los
ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo
asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso
creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también
a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización
y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos,
del montón, de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa
nube de testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de
todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones
de la tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por
favor, recen por mí, que lo necesito. Gracias.
PARTICIPACIÓN EN EL II ENCUENTRO MUNDIAL DE
LOS MOVIMIENTOS POPULARES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Expo Feria, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
Jueves 9 de julio de 2015
Hermanas y hermanos, buenas tardes
Hace
algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado en mi
corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los
mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren
los excluidos en todo el mundo. Gracias, Señor Presidente Evo Morales, por
acompañar tan decididamente este Encuentro.
Aquella
vez en Roma sentí algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia.
Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso.
También he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside
el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten más
cercanos a los movimientos populares. Me alegra tanto ver la Iglesia con las
puertas abiertas a todos ustedes, que se involucre, acompañe y logre
sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una
colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los
invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones
sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.
Dios
permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el
clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de ustedes:
las famosas “tres T”: tierra, techo y trabajo, para todos nuestros hermanos y
hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la
pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América
Latina y en toda la tierra.
1.
Primero de todo, empecemos reconociendo
que necesitamos un cambio.
Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas
comunes de todos los latinoamericanos y, en general, también de toda la
humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede
resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que nos hagamos estas
preguntas:
— ¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan
bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin
techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su
dignidad?
— ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando
estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta
de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo,
el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente
amenaza?
Entonces,
si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.
Ustedes
–en sus cartas y en nuestros encuentros– me han relatado las múltiples
exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio,
en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y diversas sus formas
de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de las
exclusiones. No están aisladas, están unidas por un hilo invisible. ¿Podemos
reconocerlo? Porque no se trata de esas cuestiones aisladas. Me pregunto si
somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un
sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la
lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o
la destrucción de la naturaleza?
Si
esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real,
un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los
campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no
lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre
tierra, como decía san Francisco.
Queremos
un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra
realidad más cercana; también un cambio que toque al mundo entero porque hoy la
interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas
locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre
los pobres, debe sustituir a esta globalización de la exclusión y de la
indiferencia.
Quisiera
hoy reflexionar con ustedes sobre el cambio que queremos y necesitamos. Ustedes
saben que escribí recientemente sobre los problemas del cambio climático. Pero,
esta vez, quiero hablar de un cambio en otro sentido. Un cambio positivo, un
cambio que nos haga bien, un cambio –podríamos decir– redentor. Porque lo
necesitamos. Sé que ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los
distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una
espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de cambio en todos los pueblos del
mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree
beneficiarse con este sistema, reina la insatisfacción y especialmente la
tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza
individualista que esclaviza.
El
tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera agotando; no
alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensañamos con nuestra
casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que desde hace ya mucho tiempo
denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez irreversibles en el
ecosistema. Se está castigando a la Tierra, a los pueblos y a las personas de
un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se
huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea –uno de los primeros teólogos de la
Iglesia– llamaba “el estiércol del diablo”, la ambición desenfrenada de dinero
que gobierna. Ese es “el estiércol del diablo”. El servicio para el bien común
queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones
de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema
socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en
esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y,
como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre
tierra.
No
quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta sutil dictadura:
ustedes los conocen. Tampoco basta con señalar las causas estructurales del
drama social y ambiental contemporáneo. Sufrimos cierto exceso de diagnóstico
que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán o a regodearnos en lo negativo.
Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer
salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y los afectos.
¿Qué
puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente a tantos
problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor
ambulante, transportista, trabajador excluido, si ni siquiera tengo derechos
laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador, que apenas puedo
resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo
desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío, cuando soy diariamente
discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese
militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón
lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para sus problemas? Pueden hacer
mucho. Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los
pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de
la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse
y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las “tres T”.
¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y también, en su participación
protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios
regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!
2.
Segundo. Ustedes son sembradores
de cambio. Aquí en Bolivia he
escuchado una frase que me gusta mucho: “proceso de cambio”. El cambio
concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción
política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente
sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera
conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por
burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me
gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar,
por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por
ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La
opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros
no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo:
pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con
dignidad, por “vivir bien”, dignamente, en ese sentido.
Ustedes,
desde los movimientos populares, asumen las labores de siempre motivados por el
amor fraterno que se revela contra la injusticia social. Cuando miramos el
rostro de los que sufren, el rostro del campesino amenazado, del trabajador
excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante
perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a
su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del
padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando
recordamos esos “rostros y esos nombres”, se nos estremecen las entrañas frente
a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos conmovemos… Porque “hemos visto y
oído” no la fría estadística sino las heridas de la humanidad doliente,
nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy distinto a la teorización abstracta
o la indignación elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para
movernos juntos. Esa emoción hecha acción comunitaria no se comprende
únicamente con la razón: tiene un plus de sentido que sólo los
pueblos entienden y que da su mística particular a los verdaderos movimientos
populares.
Ustedes
viven cada día empapados en el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de
sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se lo
agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en
lo cercano, en la realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan,
oponiendo una resistencia activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y
mata. Los he visto trabajar incansablemente por la tierra y la agricultura
campesina, por sus territorios y comunidades, por la dignificación de la
economía popular, por la integración urbana de sus villas y asentamientos, por
la autoconstrucción de viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y
en tantas actividades comunitarias que tienden a la reafirmación de algo tan
elemental e innegablemente necesario como el derecho a las “tres T”: tierra,
techo y trabajo.
Ese
arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el
rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las
hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el
mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro
genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro,
porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama
una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor
a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros, rostros
y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas
pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de
ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán
árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este
mundo.
Veo
con alegría que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la
vez, con una perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una
perspectiva que no sólo aborda la realidad sectorial que cada uno de ustedes
representa y a la que felizmente está arraigado, sino que también buscan resolver
de raíz los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusión.
Los
felicito por eso. Es imprescindible que, junto a la reivindicación de sus
legítimos derechos, los pueblos y organizaciones sociales construyan una
alternativa humana a la globalización excluyente. Ustedes son sembradores del
cambio. Que Dios les dé coraje, les dé alegría, les dé perseverancia y pasión
para seguir sembrando. Tengan la certeza que tarde o temprano vamos a ver los
frutos. A los dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a
lo cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles,
promover modas intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero, si ustedes
construyen sobre bases sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva
de sus hermanos, de los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y
las familias marginadas, seguramente no se van a equivocar.
La
Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del
Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea
acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el mundo, junto a
cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando
abnegadamente en los campos de salud, el deporte y la educación. Estoy convencido
que la colaboración respetuosa con los movimientos populares puede potenciar
estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.
Y
tengamos siempre en el corazón a la Virgen María, una humilde muchacha de un
pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, una madre sin techo
que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con unos pañales
y una montaña de ternura. María es signo de esperanza para los pueblos que
sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Yo rezo a la Virgen María,
tan venerada por el pueblo boliviano para que permita que este Encuentro
nuestro sea fermento de cambio.
3.
Tercero. Por último quisiera que pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un cambio positivo para el
bien de todos nuestros hermanos y hermanas. Eso lo sabemos. Queremos un cambio
que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos
populares y otras fuerzas sociales. Eso también lo sabemos. Pero no es tan
fácil definir el contenido del cambio –podría decirse–, el programa social que
refleje este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos; no es fácil de
definirlo. En ese sentido, no esperen de este Papa una receta. Ni el Papa ni la
Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la
propuesta de soluciones a problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no
existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en
el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los
valores que Dios puso en el corazón.
Quisiera,
sin embargo, proponer tres grandes tareas que requieren el decisivo aporte del
conjunto de los movimientos populares.
3.1. La primera tarea es poner la economía al
servicio de los pueblos:
Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero.
Digamos “NO” a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en
lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye
la madre tierra.
La
economía no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada
administración de la casa común. Eso implica cuidar celosamente la casa y
distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Su objeto no es únicamente
asegurar la comida o un “decoroso sustento”. Ni siquiera, aunque ya sería un
gran paso, garantizar el acceso a las “tres T” por las que ustedes luchan. Una
economía verdaderamente comunitaria, podría decir, una economía de inspiración
cristiana, debe garantizar a los pueblos dignidad, «prosperidad sin exceptuar
bien alguno» (Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra [15 mayo 1961], 3: AAS 53 [1961], 402). Esta
última frase la dijo el Papa Juan XXIII hace cincuenta años. Jesús dice en el
Evangelio que, aquel que le dé espontáneamente un vaso de agua al que tiene
sed, le será tenido en cuenta en el Reino de los cielos. Esto implica las “tres
T”, pero también acceso a la educación, la salud, la innovación, las
manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la
recreación. Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona
pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la
juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder
a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano,
en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y
distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren
un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen
este anhelo de una manera simple y bella: “vivir bien”, que no es lo mismo que
“pasarla bien”.
Esta
economía no es sólo deseable y necesaria sino también es posible. No es una
utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos
lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo
intergeneracional de los pueblos y los dones de la creación, son más que
suficientes para el desarrollo integral de «todos los hombres y de todo el
hombre» (Pablo VI, Enc. Popolorum progressio [26 marzo 1967], 14: AAS 59 [1967], 264). El problema, en cambio, es otro. Existe un
sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar
irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos
en la industria y la agricultura que dañan a la madre tierra en aras de la
“productividad”, sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más
elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta
contra el proyecto de Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús.
La
distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera
filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más
fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos
lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno
discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la
propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos
naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y
estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas
gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola. Los
planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como
respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían sustituir la verdadera
inclusión: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y
solidario.
Y,
en este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no sólo
exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas
sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de
alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial.
He
conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en
cooperativas y otras formas de organización comunitaria lograron crear trabajo
donde sólo había sobras de la economía idolátrica. Y vi que algunos están aquí.
Las empresas recuperadas, las ferias francas y las cooperativas de cartoneros
son ejemplos de esa economía popular que surge de la exclusión y, de a poquito,
con esfuerzo y paciencia, adopta formas solidarias que la dignifican. Y, ¡qué
distinto es eso a que los descartados por el mercado formal sean explotados
como esclavos!
Los
gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economía al servicio de
los pueblos deben promover el fortalecimiento, mejoramiento, coordinación y
expansión de estas formas de economía popular y producción comunitaria. Esto
implica mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y
garantizar plenos derechos a los trabajadores de este sector alternativo.
Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos la misión de las “tres
T”, se activan los principios de solidaridad y subsidiariedad que permiten
edificar el bien común en una democracia plena y participativa.
3.2. La segunda tarea es unir nuestros pueblos en el
camino de la paz y la justicia.
Los
pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar
en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde
el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus
procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder
fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno
ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de
colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia,
porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino
también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la
independencia» (Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia,
157).
Los
pueblos de Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y,
desde entonces, llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de
contradicciones intentando conquistar una independencia plena.
En
estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países
latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los
gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la
de cada país, la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros
padres de antaño, llaman la “Patria Grande”. Les pido a ustedes, hermanos y
hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esta unidad.
Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la
región crezca en paz y justicia.
A
pesar de estos avances, todavía subsisten factores que atentan contra este
desarrollo humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la “Patria
Grande” y otras latitudes del planeta. Íí El nuevo colonialismo adopta diversas
fachadas. A veces, es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones,
prestamistas, algunos tratados denominados «de libre comercio» y la imposición
de medidas de «austeridad» que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores
y los pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en
el documento de Aparecida cuando se afirma que «las instituciones financieras y
las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías
locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más
impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus
poblaciones» (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano [2007], Documento Conclusivo, Aparecida, 66). En otras ocasiones, bajo el
noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo
–graves males de nuestros tiempos que requieren una acción internacional
coordinada–, vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver
con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeoran las cosas.
Del
mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social,
que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural,
es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo
ideológico. Como dijeron los Obispos de África en el primer Sínodo continental
africano, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en «piezas de
un mecanismo y de un engranaje gigantesco» (Juan Pablo II, Exhort. ap.
postsinodal Ecclesia in Africa[14 septiembre 1995], 52: AAS 88 [1996], 32-33; Id., Enc. Sollicitudo rei socialis [30 diciembre 1987], 22: AAS 80 [1988], 539).
Hay
que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede
resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional.
Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en todo
en términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la
violencia se han globalizado. Por ello, ningún gobierno puede actuar al margen
de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos
que asumir humildemente nuestra interdependencia, es decir, nuestra sana
interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es
subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo,
nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia
prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y
todos los males que vienen de la mano… precisamente porque, al poner la
periferia en función del centro, les niega el derecho a un desarrollo integral.
Y eso, hermanos, es inequidad y la inequidad genera violencia, que no habrá
recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.
Digamos
“NO”, entonces, a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos “SÍ” al
encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.
Y
aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con
derecho, que, cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas
acciones de la Iglesia. Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves
pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han
reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal
Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II, pido
que la Iglesia –y cito lo que dijo él– «se postre ante Dios e implore perdón
por los pecados pasados y presentes de sus hijos» (Juan Pablo II, Bula Incarnationis mysterium, 11). Y quiero decirles, quiero ser muy claro,
como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las
ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos
originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de
perdón y para ser justos, también quiero que recordemos a millares de
sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con
la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, pero no pedimos
perdón, y por eso pedimos perdón, y pido perdón, pero allí también, donde hubo
pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos
hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios.
Les
pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos
obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la Buena Noticia de
Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y en paz –dije obispos, sacerdotes, y
laicos, no me quiero olvidar de las monjitas que anónimamente patean nuestros
barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien–, que en su paso por esta
vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces
junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares
incluso hasta el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la
identidad de los pueblos en latinoamericana. Identidad que, tanto aquí como en
otros países, algunos poderes se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe
es revolucionaria, porque nuestra fe desafía la tiranía del ídolo dinero. Hoy
vemos con espanto cómo en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue,
se tortura, se asesina a muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso
también debemos denunciarlo: dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas
que vivimos, hay una especie –fuerzo la palabra– de genocidio en marcha que
debe cesar.
A
los hermanos y hermanas del movimiento indígena latinoamericano, déjenme
trasmitirles mi más hondo cariño y felicitarlos por buscar la conjunción de sus
pueblos y culturas, eso –conjunción de pueblos y culturas–, eso que a mí me
gusta llamar poliedro, una forma de convivencia donde las partes conservan su
identidad construyendo juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece
la unidad. Su búsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmación de
los derechos de los pueblos originarios con el respeto a la integridad
territorial de los Estados nos enriquece y nos fortalece a todos.
3.3.
Y la tercera tarea, tal vez la más importante que
debemos asumir hoy, es defender la madre tierra.
La
casa común de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada
impunemente. La cobardía en su defensa es un pecado grave. Vemos con decepción
creciente cómo se suceden una tras otras las cumbres internacionales sin ningún
resultado importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo
ético de actuar que no se está cumpliendo. No se puede permitir que ciertos
intereses –que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los
Estados y organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los
pueblos y sus movimientos están llamados a clamar a movilizarse, a exigir
–pacífica pero tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les
pido, en nombre de Dios, que defiendan a la madre tierra. Sobre éste tema me he
expresado debidamente en la Carta Encíclica Laudato si’, que creo que les será dada al finalizar.
4.
Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el futuro de la humanidad no está
únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las
elites. Está fundamentalmente en
manos de los pueblos, en su capacidad de
organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este
proceso de cambio. Los acompaño. Y cada uno, repitámonos desde el corazón:
ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador
sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún
niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una
venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la madre
tierra. Créanme –y soy sincero–, de corazón les digo: rezo por ustedes, rezo
con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los
bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles
abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie, esa fuerza es la esperanza.
Y una cosa importante: la esperanza no defrauda. Y, por favor, les pido que
recen por mí. Y si alguno de ustedes no puede rezar, con todo respeto le pido
que me piense bien y me mande buena onda. Gracias.
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DE LA ENTREGA DE DOS CONDECORACIONES
A LA VIRGEN DE COPACABANA, PATRONA DE BOLIVIA
Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
Viernes 10 de julio de 2015
El Santo Padre profundamente agradecido por las distinciones que
el Señor Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia le otorgó, y en
reconocimiento a la nobleza y la piedad del pueblo boliviano, las ha dejado a
la Virgen de Copacabana para que al mirarlas cuide con mucha ternura maternal a
este querido pueblo y que lo custodia con Él. Y durante la Misa celebrada hoy
dejó las ambas distinciones recitando la siguiente oración.
El
Señor Presidente de la Nación en un gesto de calidez ha tenido la delicadeza de
ofrecerme dos condecoraciones en nombre del pueblo boliviano. Agradezco el
cariño del pueblo boliviano y agradezco esta fineza, esta delicadeza del Señor
Presidente y quisiera dejar estas dos condecoraciones a la Patrona de Bolivia,
a la Madre de esta noble Nación para que Ella se acuerde siempre de su pueblo y
también desde Bolivia, desde su Santuario, donde quisiera que estuvieran, se
acuerde del Sucesor de Pedro y de toda la Iglesia, y desde Bolivia la cuide.
Madre
del Salvador y Madre nuestra, tu, Reina de Bolivia, desde la altura de tu
Santuario en Copacabana, atiendes a las súplicas y a las necesidades de tus
hijos, especialmente de los más pobres y abandonados, y los proteges.
Recibe
como obsequio del corazón de Bolivia y de mi afecto filial los símbolos del
cariño y de la cercanía que –en nombre del Pueblo boliviano– me ha entregado
con afecto cordial y generoso el Señor Presidente Evo Morales Ayma, en ocasión
de este Viaje Apostólico, que he confiado a tu solicita intercesión.
Te
ruego que estos reconocimientos, que dejo aquí en Bolivia a tus pies, y que
recuerdan la nobleza del vuelo del Condor en los cielos de los Andes y el
conmemorado sacrificio del Padre Luis Espinal, S.I., sean emblemas del amor
perenne y de la perseverante gratitud del Pueblo boliviano a tu solicita y
fuerte ternura.
En
este momento pongo en tu corazón mis oraciones por todas las peticiones de tus
hijos, que he recibido en estos días: te suplico que les escuches; concede a
ellos tu aliento y tu protección, y manifiesta a toda Bolivia tu ternura de
mujer y Madre de Dios, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
VISITA AL CENTRO DE REHABILITACIÓN SANTA CRUZ
- PALMASOLA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
Viernes 10 de julio de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
No
podía dejar Bolivia sin venir a verlos, sin dejar de compartir la fe y la
esperanza que nace del amor entregado en la cruz. Gracias por recibirme. Sé que
se han preparado y rezado por mí. Muchas gracias.
En
las palabras de Mons. Jesús Juárez y en el testimonio de los hermanos que han
intervenido he podido comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la
esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con
fuerza en circunstancias adversas.
¿Quién
está ante ustedes?, podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta
con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El
que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de
sus muchos pecados. Y es así es como me presento. No tengo mucho más para darles
u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselo, sí quiero
compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre.
Él
vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por
vos, por vos, por vos, por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio
la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que
se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas
maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto,
para devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de
dignidad.
Me
viene a la memoria una experiencia que nos puede ayudar: Pedro y Pablo,
discípulos de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de la
libertad. En esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que no los dejó
caer en la desesperación, que no los dejó caer en la oscuridad que puede brotar
del sin sentido. Y fue la oración. Fue orar. Oración personal y comunitaria.
Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos, dos acciones que generan
entre sí una red que sostiene la vida y la esperanza. Nos sostiene de la
desesperanza y nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la
vida, la de ustedes y la de sus familias. Vos hablabas de tu madre
[Dirigiéndose a la persona que ha dado su testimonio al principio]. La oración
de las madres, la oración de las esposas, la oración de los hijos, y la de
ustedes: eso es una red, que va llevando adelante la vida.
Porque
cuando Jesús entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que
comienza a mirar el presente de otra manera, con otra esperanza. Uno comienza a
mirar con otros ojos su propia persona, su propia realidad. No queda anclado en
lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para
volver a empezar. Y si en algún momento estamos tristes, estamos mal,
bajoneados, los invito a mirar el rostro de Jesús crucificado. En su mirada,
todos podemos encontrar espacio. Todos podemos poner junto a Él nuestras
heridas, nuestros dolores, así como también nuestros errores, nuestros pecados,
tantas cosas en las que nos podemos haber equivocado. En las llagas de Jesús
encuentran lugar nuestras llagas. Porque todos estamos llagados, de una u otra
manera. Y llevar nuestras llagas a las llagas de Jesús. ¿Para qué? Para ser
curadas, lavadas, transformadas, resucitadas. El murió por vos, por mí, para
darnos su mano y levantarnos. Charlen, charlen con los curas que vienen,
charlen. Charlen con los hermanos y las hermanas que vienen, charlen. Charlen
con todos los que vienen a hablarles de Jesús. Jesús quiere levantarlos siempre.
Y
esta certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo
mismo que exclusión –que quede claro–, porque la reclusión forma parte de un
proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los elementos que juegan en
su contra en este lugar –lo sé bien, y vos mencionaste algunos con mucha
claridad [Dirigiéndose de nuevo a la persona que ha dado su testimonio al
principio]–: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de
terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la
carencia de facilidades de estudios universitarios, lo cual hace necesaria una
rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas.
Sin
embargo, mientras se lucha por eso, no podemos dar todo por perdido. Hay cosas
que hoy podemos hacer.
Aquí,
en este Centro de Rehabilitación, la convivencia depende en parte de ustedes.
El sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar
a enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión
de auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse
entre ustedes. El demonio busca la pelea, busca la rivalidad, la división, los
bandos. No le hagan el juego. Luchen por salir adelante unidos.
Me
gustaría pedirles también que lleven mi saludo a sus familias . Algunas están
aquí. ¡Es tan importante la presencia y la ayuda de la familia! Los abuelos, el
padre, la madre, los hermanos, la pareja, los hijos. Nos recuerdan que merece
la pena vivir y luchar por un mundo mejor.
Por
último, una palabra de aliento a todos los que trabajan en este Centro: a sus
dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal.
Ustedes cumplen un servicio público y fundamental. Tienen una importante tarea
en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y
no humillar; de animar y no afligir. Este proceso pide dejar una lógica de
buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona. Y esta
lógica de ayudar a la persona los va a salvar a ustedes de todo tipo de
corrupción y mejorará las condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido
nos dignifica, nos anima y nos levanta a todos.
Antes
de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio, en
silencio cada uno desde su corazón. Cada uno sepa cómo hacerlo...
[silencio]
Por
favor, les pido que sigan rezando por mí, porque yo también tengo mis errores y
debo hacer penitencia. Muchas gracias.
Y
que Dios nuestro Padre mire nuestro corazón, y que Dios nuestro Padre, que nos
quiere, nos dé su fuerza, su paciencia, su ternura de Padre, nos bendiga. En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y no se olviden de rezar por
mí. Gracias.
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y CON EL CUERPO
DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Jardín del Palacio de López, Asunción
(Paraguay)
Viernes 10 de julio de 2015
Señor Presidente
Autoridades de la República
Miembros del Cuerpo diplomático
Señoras y señores:
Saludo
cordialmente a Vuestra Excelencia, Señor Presidente de la República, y le
agradezco las deferentes palabras de bienvenida y de afecto que me ha dirigido,
en nombre también del gobierno, de las altas magistraturas del Estado y del
querido pueblo paraguayo. Saludo también a los distinguidos miembros del Cuerpo
diplomático y, a través de ellos, hago llegar mis sentimientos de respeto y
aprecio a sus respectivos países.
Un
«gracias» especial para todas las personas e instituciones que han colaborado
con esfuerzo y dedicación en la preparación de este viaje y a que me sienta en
casa. Y no es difícil sentirse en casa en esta tierra tan acogedora. Paraguay
es conocido como el corazón de América, y no sólo por la posición geográfica,
sino también por el calor de la hospitalidad y cercanía de sus gentes.
Ya
desde sus primeros pasos como nación independiente, y hasta épocas muy
recientes, la historia de Paraguay ha conocido el sufrimiento terrible de la
guerra, del enfrentamiento fratricida, de la falta de libertad y de la
conculcación de los derechos humanos. ¡Cuánto dolor y cuánta muerte! Pero es
admirable el tesón y el espíritu de superación del pueblo paraguayo para
rehacerse ante tanta adversidad y seguir esforzándose por construir una Nación
próspera y en paz. Aquí –en el jardín de este palacio que ha sido testigo de la
historia paraguaya: desde cuando sólo era ribera del río y lo usaban los
guaraníes, hasta los últimos acontecimientos contemporáneos – quiero rendir
tributo a esos miles de paraguayos sencillos, cuyos nombres no aparecerán
escritos en los libros de historia, pero que han sido y seguirán siendo
verdaderos protagonistas de su pueblo. Y quiero reconocer con emoción y
admiración el papel desempeñado por la mujer paraguaya en esos momentos tan
dramáticos de la historia, de modo especial esa guerra inicua que llegó a
destruir casi la fraternidad de nuestros pueblos. Sobre sus hombros de madres,
esposas y viudas, han llevado el peso más grande, han sabido sacar adelante a
sus familias y a su País, infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza
en un mañana mejor. Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de
América.
Un
pueblo que olvida su pasado, su historia, sus raíces, no tiene futuro, es un
pueblo seco. La memoria, asentada firmemente sobre la justicia, alejada de
sentimientos de venganza y de odio, transforma el pasado en fuente de
inspiración para construir un futuro de convivencia y armonía, haciéndonos
conscientes de la tragedia y la sinrazón de la guerra. ¡Nunca más guerras entre
hermanos! ¡Construyamos siempre la paz! También una paz del día a día, una paz
de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes,
palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la
comprensión, el diálogo y la colaboración.
Desde
hace algunos años, Paraguay se está comprometiendo en la construcción de un
proyecto democrático sólido y estable. Y es justo reconocer con satisfacción lo
mucho que se ha avanzado en este camino gracias al esfuerzo de todos, aun en
medio de grandes dificultades e incertidumbres. Los animo a que sigan
trabajando con todas sus fuerzas para consolidar las estructuras e
instituciones democráticas que den respuesta a las justas aspiraciones de los
ciudadanos. La forma de gobierno adoptada en su Constitución, «democracia
representativa, participativa y pluralista», basada en la promoción y respeto
de los derechos humanos, nos aleja de la tentación de la democracia formal, que
Aparecida definía como la que se «contentaba con estar fundada en la limpieza
de procesos electorales» (cf. Aparecida, 74). Esa es una democracia formal.
En
todos los ámbitos de la sociedad, pero especialmente en la actividad pública,
se ha de potenciar el diálogo como medio privilegiado para favorecer el bien
común, sobre la base de la cultura del encuentro, del respeto y del
reconocimiento de las legítimas diferencias y opiniones de los demás. No hay
que detenerse en lo conflictivo, la unidad siempre es superior al conflicto; es
un ejercicio interesante decantar en el amor a la patria, en el amor al pueblo,
toda perspectiva que nace de las convicciones de una opción partidaria o
ideológica. Y en ese mismo amor tiene que ser el impulso para crecer cada día
más en gestiones transparentes y que luchan impetuosamente contra la
corrupción. Sé que existe una firme voluntad para desterrar hoy la corrupción.
Queridos
amigos, en la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y
necesitados han de ocupar un lugar prioritario. Se están haciendo muchos
esfuerzos para que Paraguay progrese por la senda del crecimiento económico. Se
han dado pasos importantes en el campo de la educación y la sanidad. Que no
cese ese esfuerzo de todos los actores sociales, hasta que no haya más niños
sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno,
campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia
un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o
el narcotráfico. Un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más
débiles y desafortunados no es verdadero desarrollo. La medida del modelo
económico ha de ser la dignidad integral de la persona, especialmente la
persona más vulnerable e indefensa.
Señor
Presidente, queridos amigos. En nombre también de mis hermanos Obispos del
Paraguay, deseo asegurarles el compromiso y la colaboración de la Iglesia
católica en el afán común por construir una sociedad justa e inclusiva, en la
que se pueda convivir en paz y armonía. Porque todos, también los pastores de
la Iglesia, estamos llamados a preocuparnos por la construcción de un mundo
mejor (cf. Evangelii gaudium, 183). Nos mueve a ello la certeza de nuestra
fe en Dios, que quiso hacerse hombre y, viviendo entre nosotros, compartir
nuestra suerte. Cristo nos abre el camino de la misericordia, que asentado
sobre la justicia, va más allá, y alumbra la caridad, para que nadie se quede
al margen de esta gran familia que es el Paraguay, al que aman y quieren
servir.
Con
la inmensa alegría de encontrarme en esta tierra consagrada a la Virgen de
Caacupé –y quiero recordar también especialmente a mis hermanos paraguayos de
Buenos Aires, de mi anterior diócesis; ellos tienen la parroquia de la Virgen
de los Milagros de Caacupé–, imploro la bendición del Señor sobre todos
ustedes, sobre sus familias y sobre todo el querido pueblo paraguayo. Que
Paraguay sea fecundo, como lo indica la flor de la pasiflora en el manto de la
Virgen y, como esa cinta con los colores paraguayos que tiene la imagen, así se
abrace a la Madre de Caacupé. Muchas gracias.
VISITA AL HOSPITAL GENERAL PEDIÁTRICO “NIÑOS
DE ACOSTA ÑU”
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Asunción
Sábado 11 de julio de 2015
Señor Director
Queridos niños
Miembros del personal
Amigos todos
Gracias
por el recibimiento tan cálido con el que me han recibido. Gracias por este
tiempo que me permiten estar con ustedes.
Queridos
niños, quiero hacerles una pregunta, a ver si me ayudan. Me han dicho que son
muy inteligentes, por eso me animo. ¿Jesús se enojó alguna vez?, ¿se acuerdan
cuándo? Sé que es una pregunta difícil, así que los voy a ayudar. Fue cuando no
dejaron que los niños se acercaran a Él. Es la única vez en todo el evangelio
de Marcos que usó esta expresión (10,13-15). Algo parecido a nuestra expresión:
se llenó de bronca. ¿Alguna vez se enojaron? Bueno, de esa misma manera se puso
Jesús, cuando no lo dejaron estar cerca de los niños, cerca de ustedes. Le vino
mucha rabia. Los niños están dentro de los predilectos de Jesús. No es que no
quiera a los grandes, pero se sentía feliz cuando podía estar con ellos.
Disfrutaba mucho de su amistad y compañía. Pero no solo, quería tenerlos cerca,
sino que aún más. Los ponía como ejemplo. Le dijo a los discípulos que si «no se
hacen como niños, no podrán entrar en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3)
Los
niños estaban alejados, los grandes no los dejaban acercarse, pero Jesús, los
llamó, los abrazó y los puso en el medio para que todos aprendiéramos a ser
como ellos. Hoy nos diría lo mismo a nosotros. Nos mira y dice, aprendan de
ellos.
Debemos
aprender de ustedes, de su confianza, alegría, ternura. De su capacidad de
lucha, de su fortaleza. De su incomparable capacidad de aguante. Son unos
luchadores. Y cuanto uno tiene semejantes «guerreros» adelante, se siente
orgulloso. ¿Verdad mamás? ¿Verdad padres y abuelos? Verlos a ustedes, nos da
fuerza, nos da ánimo para tener confianza, para seguir adelante.
Mamás,
papás, abuelos sé que no es nada fácil estar acá. Hay momentos de mucho dolor,
incertidumbre. Hay momentos de una angustia fuerte que oprime el corazón y hay
momentos de gran alegría. Los dos sentimientos conviven, están en nosotros.
Pero no hay mejor remedio que la ternura de ustedes, que su cercanía. Y me
alegra saber que entre ustedes familias, se ayudan, estimulan, «palanquean»
para salir adelante y atravesar este momento.
Cuentan
con el apoyo de los médicos, los enfermeros y de todo el personal de esta casa.
Gracias por esta vocación de servicio, de ayudar no solo a curar sino a
acompañar el dolor de sus hermanos.
No
nos olvidemos, Jesús está cerca de sus hijos. Está bien cerca, en el corazón.
No duden en pedirle, no duden en hablar con Él, en compartir sus preguntas,
dolores. Él esta siempre, pero siempre, y no los dejará caer.
Y
de algo estamos seguros y una vez más lo confirmo. Donde hay un hijo está la
madre. Donde está Jesús está María, la Virgen de Caacupé. Pidámosle a ella, que
los proteja con su manto, que interceda por ustedes y por su familias.
Y
no se olviden, de rezar por mí. Estoy seguro que sus oraciones, llegan al
cielo.
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Explanada del Santuario mariano de Caacupé, Paraguay
Sábado 11 de julio de 2015
Estar
aquí con ustedes es sentirme en casa, a los pies de nuestra Madre, la Virgen de
los Milagros de Caacupé. En un santuario los hijos nos encontramos con nuestra
Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos. Es un lugar de fiesta, de
encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, venimos a
agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar. Cuántos bautismos, cuántas
vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos noviazgos y matrimonios nacieron
a los pies de nuestra Madre. Cuántas lágrimas y despedidas. Venimos siempre con
nuestra vida, porque acá se está en casa y lo mejor es saber que alguien nos
espera.
Como
tantas otras veces, hemos venido porque queremos renovar nuestras ganas de
vivir la alegría del Evangelio.
Cómo
no reconocer que este Santuario es parte vital del pueblo paraguayo, de
ustedes. Así lo sienten, así lo rezan, así lo cantan: «En tu Edén de Caacupé,
es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Y estamos hoy, como el Pueblo
de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe.
En
el Evangelio acabamos de escuchar el anuncio del Ángel a María que le dice:
«Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo». Alégrate, María, alégrate.
Frente a este saludo, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué quería
decir. No entendía mucho lo que estaba sucediendo. Pero supo que venía de Dios
y dijo «sí». María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios; sí, al proyecto
de Dios; sí, a la voluntad de Dios.
Un
«sí» que, como sabemos, no fue nada fácil de vivir. Un «sí» que no la llenó de
privilegios o diferencias, sino que, como le dirá Simeón en su profecía: «A ti
una espada te va a atravesar el corazón» (Lc 2,35). ¡Y vaya que se lo atravesó! Por eso la
queremos tanto y encontramos en ella una verdadera Madre que nos ayuda a
mantener viva la fe y la esperanza en medio de situaciones complicadas.
Siguiendo la profecía de Simeón nos hará bien repasar brevemente tres momentos
difíciles en la vida de María.
1.
Primero: el nacimiento de Jesús. «No había un lugar para ellos» (Lc 2,7). No tenían una casa, una habitación para
recibir a su hijo. No había espacio para que pudiera dar a luz. Tampoco familia
cercana: estaban solos. El único lugar disponible era una cueva de animales. Y
en su memoria seguramente resonaban las palabras del Ángel: «Alégrate María, el
Señor está contigo». Y Ella podría haberse preguntado: «¿Dónde está ahora?».
2.
Segundo momento: la huida a Egipto. Tuvieron que irse, exiliarse. Ahí no solo
no tenían un espacio, ni familia, sino que incluso sus vidas corrían peligro.
Tuvieron que marcharse a tierra extranjera. Fueron migrantes perseguidos por la
codicia y la avaricia del emperador. Y ahí ella también podría haberse
preguntado: «¿Y dónde está lo que me dijo el Ángel?».
3.
Tercer momento: la muerte en la cruz. No debe existir una situación más difícil
para una madre que acompañar la muerte de su hijo. Son momentos desgarradores.
Ahí vemos a María, al pie de la cruz, como toda madre, firme, sin abandonar,
acompañando a su Hijo hasta el extremo de la muerte y muerte de cruz. Y allí
también podría haberse preguntado: ¿Dónde está lo que me dijo el Ángel? Luego
la vemos conteniendo y sosteniendo a los discípulos.
Contemplamos
su vida, y nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y
usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario.
Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle de nuestras
realidades porque ella las comprende.
Ella
es mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida es testimonio de
que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos
o situaciones en que parece que Él no está. Ella fue la primera discípula que
acompañó a su Hijo y sostuvo la esperanza de los apóstoles en los momentos
difíciles. Estaban encerrados con no sé cuántas llaves, de miedo, en el
cenáculo. Fue la mujer que estuvo atenta y supo decir –cuando parecía que la
fiesta y la alegría terminaba–: «mirá no tienen vino» (Jn 2,3). Fue la mujer que supo ir y estar con su
prima «unos tres meses» (Lc 1,56), para que no estuviera sola en su parto. Esa es nuestra
madre, así de buena, así de generosa, así de acompañadora en nuestra vida.
Y
todo esto lo sabemos por el Evangelio, pero también sabemos que, en esta
tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones
difíciles. Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe
que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos.
Ha
estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas.
Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está
en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la patria,
haciéndonos nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la
mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo de un rosario
sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.
Y,
¿por qué? Porque María simplemente quiso estar en medio de su Pueblo, con sus
hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. Como
buena madre no abandonó a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió
donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo porque es Madre.
Una
Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de
aquel «no temas, el Señor está contigo» (cf.Lc 1,30). Una madre que continúa diciéndonos:
«Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continua: «Hagan lo que Él les
diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo; más bien,
le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe.
Y
ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos
ustedes, todos los paraguayos, tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho
carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a
ustedes mujeres y madres paraguayas que, con gran valor y abnegación, han
sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua.
Ustedes
tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la
vida, la fe, la dignidad de su Pueblo, junto a María. Han vivido situaciones
muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe.
Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron
creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18). Y cuando todo parecía derrumbarse, junto
a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro
Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron
ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios
bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga
a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.
Como
Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a
escuchar una vez más esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el
Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las
raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por
sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y
una esperanza que las lleva a primerear en la caridad. Sí, al igual que Jesús,
sigan primereando en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta
vida, de esta esperanza. Ustedes, paraguayos, sean forjadores de este hoy y
mañana.
Volviendo
a mirar la imagen de María los invito a decir juntos: «En tu Edén de Caacupé,
es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Todos juntos: «En tu Edén de
Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Ruega por nosotros,
Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias
de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
ENCUENTRO CON REPRESENTANTES DE LA SOCIEDAD
CIVIL
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Estadio León Condou del colegio San José,
Asunción
Sábado 11 de julio de 2015
Buenas tardes:
Yo
escribí esto en base a las preguntas que me llegaron, que no son todas las que
hicieron ustedes, así que lo que falta lo iré completando en la medida que voy
hablando. De tal manera que, en la medida que yo pueda, logre dar mi
opinión sobre las reflexiones de ustedes.
Y
estoy contento de estar con ustedes, representantes de la sociedad civil, para
compartir esos sueños, ilusiones, en un futuro mejor y problemas. Agradezco a
Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia Episcopal del
Paraguay, esas palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Y
agradezco a las seis personas que han hablado, cada una de ellas presentando un
aspecto de su reflexión.
Verlos
a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización, de esta
sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me
lleva a hacer una acción de gracias a Dios. O sea, parece que Paraguay no está
muerto, gracias a Dios. Porque un pueblo que vive, un pueblo que no mantiene viva
sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva,
es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que
corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice. Dios siempre está a
favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos. Hay cosas
que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y sentirlos me
ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en medio de su
gente. Ustedes vienen desde distintas miradas, distintas situaciones y
búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son necesarios en la
búsqueda del bien común. «En las condiciones actuales de la sociedad mundial,
donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son descartables» (Laudato si’ 158) verlos a ustedes aquí es un regalo. Es un
regalo porque en las personas que han hablado vi la voluntad por el bien de la
patria.
1.
Con relación a la primera pregunta, me gustó escuchar en boca de un joven la
preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de
justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes
ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un joven
jubilado. Qué importante es que ustedes los jóvenes – y ¡vaya que hay jóvenes
acá en Paraguay!–, que ustedes los jóvenes vayan intuyendo que la verdadera
felicidad pasa por la lucha de un país fraterno. Y es bueno que ustedes los
jóvenes vean que felicidad y placer no son sinónimos. Una cosa es la felicidad
y el gozo… y otra cosa es un placer pasajero. La felicidad construye, es
sólida, edifica. La felicidad exige compromiso y entrega. Son muy valiosos para
andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población joven y
es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es
evitar que esa fuerza se apague, que esa luz que hay en sus corazones desaparezca,
y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar
a cosas que valen la pena: “No, que no te metás, no, eso no se arregla más”.
Esa mentalidad, en cambio, que pretende ir más adelante es considerada como
absurda. A jugársela por algo, a jugársela por alguien. Esa es la vocación de
la juventud y no tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio,
jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el
arreglo previo para evitar el cansancio, la lucha. No coimeen al réferi.
Eso
sí, esta lucha no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la
vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos, que hay
sabiduría allí. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen para
enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y
valores que definen a un pueblo y alumbran el camino. Encuentren también
consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y
constante. Él no defrauda. Jesús invita a través de la memoria de su pueblo. Es
el secreto para que su corazón – el de ustedes– se mantenga siempre alegre en
la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. Esto
puede ser un peligro: “Sí, sí, yo quiero fraternidad, justicia, paz, dignidad”,
pero puede convertirse en un nominalismo: ¡pura palabra! ¡No! La fraternidad,
la justicia, la paz y la dignidad son concretas, sino no sirven. ¡Son de todos
los días! ¡Se hacen todos los días! Entonces, yo te pregunto a vos, joven:
“¿Cómo esos ideales los amasás, día a día, en lo concreto? Aunque te
equivoques, ¿te corregís y volvés a andar?”. Pero lo concreto.
Yo
les confieso que a veces a mí me da un poquito de alergia, o para no decirlo
así en términos tan finos, un poquito de “moquillo”, el escuchar discursos
grandilocuentes con todas estas palabras y, cuando uno conoce la persona que
habla, dice: “Qué mentiroso que sos”. Por eso, palabras solas no sirven. Si vos
decís una palabra comprometéte con esa palabra, amasá día a día, día a día.
¡Sacrificáte por eso! ¡Comprometéte!
Me
gustó la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto ha citado. Creo
que resume muy bien lo que he querido decirles: «[Sueño] un paraíso sin guerra
entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón… y un Dios que bendice
su nueva ascensión». Sí, es un sueño. Y hay dos garantías: que el sueño se
despierte y sea realidad de todos los días, y que Dios sea reconocido como la
garantía de la dignidad nuestra como hombres.
2.
La segunda pregunta se refirió al diálogo como medio para forjar un proyecto de
nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. También está el
“diálogo-teatro”, es decir, representemos al diálogo, juguemos al diálogo, y
después hablamos entre nosotros dos, entre nosotros dos, y aquello quedó
borrado. El diálogo es sobre la mesa, claro. Si vos, en el diálogo, no decís
realmente lo que sentís, lo que pensás, y no te comprometés a escuchar al otro,
ir ajustando lo que vas pensando vos y conversando, el diálogo no sirve, es una
pinturita. Ahora, también es verdad que el diálogo no es fácil, hay que superar
muchas las dificultades y, a veces, parece que nosotros nos empecinamos en
hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo es necesaria una
base fundamental, una identidad. Cierto, por ejemplo, yo pienso en el diálogo
nuestro, el diálogo interreligioso, donde representantes de las diversas
religiones hablamos. Nos reunimos, a veces, para hablar… y los puntos de vista,
pero cada uno habla desde su identidad: “Yo soy budista, yo soy evangélico, yo
soy ortodoxo, yo soy católico”. Cada uno dice, pero su identidad. No negocia su
identidad. O sea, para que haya diálogo es necesaria esa base fundamental. ¿Y
cuál es la identidad en un país? –estamos hablando del diálogo social acá–. El
amor a la patria. La patria primero, después mi negocio. ¡La patria primero!
Esa es la identidad. Entonces, yo, desde esa identidad, voy a dialogar. Si yo
voy a dialogar sin esa identidad el diálogo no sirve. Además, el diálogo
presupone y nos exige buscar esa cultura del encuentro. Es decir, un encuentro
que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena, es necesaria. La
uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida está en la
diversidad. Por lo que el punto de partida no puede ser: “Voy a dialogar pero
aquel está equivocado”. No, no, no podemos presumir que el otro está
equivocado. Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me
enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado,
y en qué cosas le puedo dar yo al otro. Es un ida y vuelta, ida y vuelta, pero
con el corazón abierto. Con presunciones de que el otro está equivocado, mejor
irse a casa y no intentar un diálogo, ¿no es cierto? El diálogo es para el bien
común, y el bien común se busca, desde nuestra diferencias, dándole posibilidad
siempre a nuevas alternativas. Es decir, busca algo nuevo. Siempre, cuando hay
verdadero diálogo, se termina –permítanme la palabra pero la digo noblemente–
en un acuerdo nuevo, donde todos nos pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay
diferencias? Quedan a un costado, en la reserva. Pero en ese punto en que nos
pusimos de acuerdo o en esos puntos en que nos pusimos de acuerdo, nos
comprometemos y los defendemos. Es un paso adelante. Esa es la cultura del
encuentro. Dialogar no es negociar. Negociar es procurar sacar la propia
tajada. A ver cómo saco la mía. No, no dialogues, no pierdas tiempo. Si vas con
esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el bien común para todos. Discutir
juntos, pensar una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del
encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es decir.. Vimos un ballet precioso
recién. Todo estaba coordinado y una orquesta que era una verdadera sinfonía de
acordes. Todo estaba perfecto. Todo andaba bien. Pero en el diálogo no siempre
es así, no todo es un ballet perfecto o una orquesta coordinada. En el diálogo
se da el conflicto. Y es lógico y esperable. Porque si yo pienso de una manera
y vos de otra, y vamos andando, se va a crear un conflicto. ¡No le tenemos que
temer! No tenemos que ignorar el conflicto. Por el contrario, somos invitados a
asumir el conflicto. Si no asumimos el conflicto – “No, es un dolor de cabeza,
que vaya con su idea a su casa, yo me quedo con la mía”- no podemos dialogar
nunca. Esto significa: «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo
en un eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium 227). Vamos a dialogar, hay conflicto, lo asumo,
lo resuelvo y es un eslabón de un nuevo proceso. Es un principio que nos tiene
que ayudar mucho. «La unidad es superior al conflicto» (ibíd. 228) El
conflicto existe: hay que asumirlo, hay que procurar resolverlo hasta donde se
pueda, pero con miras a lograr una unidad que no es uniformidad, sino que es
unidad en la diversidad. Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las
vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de
entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus
anhelos, podemos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la
base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, de un Padre celestial,
y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar
a la comunidad. Ahora, “¿yo estoy dispuesto a recibir eso?”. Si estoy dispuesto
a recibir, y a dialogar con eso, entonces sí me siento a dialogar; si no estoy
dispuesto, mejor no perder el tiempo. Las verdaderas culturas nunca están
cerradas en sí mismas –mueren, si se cierran en sí mismas mueren–, sino que
están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades.
Cuando estudiamos historia encontramos culturas milenarias que ya no están más.
Han muerto. Por muchas razones. Pero una de ellas es haberse cerrado en sí
mismas. Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy
difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas,
situaciones de segunda, tercera o de cuarta... algo, seguro, saldrá mal, porque
simplemente carece de lo mínimo, que es el reconocimiento de la dignidad del
otro. Que no hay persona de primera, de segunda, de tercera, de cuarta: son de
la misma línea.
3.
Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera
pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más
inclusiva. Es curioso: el egoísta se excluye. Nosotros queremos incluir.
Acuérdense de la parábola del hijo pródigo, ese hijo que le pidió la herencia
al padre, se llevó toda la plata, la malgastó en la buena vida y, al cabo de un
largo tiempo que había perdido todo –porque le dolía el estómago de hambre–, se
acordó de su padre. Y su padre lo esperaba. Es la figura de Dios, que siempre
nos espera. Y, cuando lo ve venir, lo abraza y hace fiesta. En cambio, el otro
hijo, el que había estado en la casa, se enoja y se autoexcluye: “Yo con esta
gente no me junto, yo me porté bien, yo tengo una gran cultura, estudié en tal
o tal universidad, tengo esta familia y esta alcurnia. Así que con éstos no me
mezclo”. No excluir a nadie, pero no autoexcluirse, porque todos necesitamos de
todos. También un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el
modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los
pobres al servicio de otros intereses políticos y personales (cf. Evangelii gaudium 199). Las ideologías terminan mal, no sirven.
Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo.
Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En
qué terminaron las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el
pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la
ideología, cuando le dijeron: “Sí, pero esta gente tiene buena voluntad y
quiere hacer cosas por el pueblo”. –“Sí, sí, sí, todo por el pueblo, pero nada
con el pueblo”. Estas son las ideologías. Para buscar efectivamente su
bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona –estoy
hablando de los pobres-, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración
real exige estar dispuestos a aprender de los pobres, aprender de ellos. Los
pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en
solidaridad. Los cristianos, además, tenemos además un motivo mayor para amar y
servir a los pobres, porque en ellos tenemos el rostro, vemos el rostro y la
carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Los pobres son la carne de Cristo. A mí me gusta preguntarle
a alguien, cuando confieso gente –ahora no tengo tantas oportunidades para
confesar como tenía en mi diócesis anterior-, pero me gusta preguntarle: “¿Y
usted ayuda a la gente?” –“Sí, sí, doy limosna”. –“Ah, y dígame, cuando da
limosna, ¿le toca la mano al que da limosna o tira la moneda y hace así?”. Son
actitudes. “Cuando usted da esa limosna, ¿lo mira a los ojos o mira para otro
lado?”. Eso es despreciar al pobre. Son los pobres. Pensemos bien. Es uno como
yo y, si está pasando un mal momento por miles razones –económicas, políticas,
sociales o personales-, yo podría estar en ese lugar y podría estar deseando
que alguien me ayude. Y además de desear que alguien me ayude, si estoy en ese
lugar, tengo el derecho de ser respetado. Respetar al pobre. No usarlo como
objeto para lavar nuestras culpas. Aprender de los pobres, con lo que dije, con
las cosas que tienen, con los valores que tienen. Y los cristianos tenemos ese
motivo, que son la carne de Jesús.
Ciertamente,
es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de
riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido.
Y eso es necesario. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función
del bien común, de todos, y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy claros.
«La adoración del antiguo becerro de oro (cf.Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y
despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin
rostro» (Evangelii gaudium 55). Las personas cuya vocación es ayudar al
desarrollo económico tienen la tarea de velar para que éste siempre tenga
rostro humano. El desarrollo económico tiene que tener rostro humano. ¡No, a la
economía sin rostro! Y en sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a
muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias. Traer el pan a casa,
ofrecer a los hijos un techo, ofrecer salud y educación, son aspectos
esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los
economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un
modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar
del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política,
lo primero siempre es la persona y el hábitat donde vive.
Con
justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde
comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y
organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio fue
alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación ni
analfabetismo ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una
sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus raíces
acá. ¡Es posible! Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es posible
crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes necesarios, sin
que nadie sea descartado. Buscar en cada caso las soluciones por el diálogo.
En
la cuarta pregunta, he respondido con esto de una economía toda en función de
la persona y no en función del dinero. La señora, la empresaria, hablaba de la
poca efectividad de ciertos caminos. Y mencionaba uno que yo había mencionado
en laEvangelii gaudium, que es el populismo irresponsable, ¿no es
cierto? Y parece que no dan efecto, ¿no? Y hay tantas teorías, ¿no? ¿Cómo
hacerlo? Creo que con esto que digo de una economía con rostro humano está la
inspiración para responder a esa pregunta.
En
la quinta pregunta creo que la respuesta está dada a lo largo de lo que dije
cuando hablé de las culturas. O sea, hay una cultura ilustrada, que es cultura
y es buena y hay que respetarla, ¿cierto? Hoy, por ejemplo, en una parte del
ballet, se tocó música de una cultura ilustrada y buena. Pero hay otra cultura,
que tiene el mismo valor, que es la cultura de los pueblos, de los pueblos
originarios, de las diversas etnias. Una cultura que me atrevería a llamarla
–pero en el buen sentido– una cultura popular. Los pueblos tienen su cultura y
hacen su cultura. Es importante ese trabajo por la cultura en el sentido más amplio
de la palabra. No es cultura solamente haber estudiado o poder gozar de un
concierto, o leer un libro interesante, sino también es cultura mil cosas.
Hablaban del tejido de Ñandutí. Por ejemplo, eso es cultura. Y es cultura
nacida del pueblo. Por poner un ejemplo, ¿cierto? Y hay dos cosas que, antes de
terminar, quisiera referirme. Y en esto, como hay políticos aquí presentes,
–incluso está el Presidente de la República–, lo digo fraternalmente, ¿no?
Alguien me dijo: “Mire, “fulano de tal” está secuestrado por el ejército, ¡haga
algo!”. Yo no digo si es verdad, si no es verdad, si es justo, si no es justo,
pero uno de los métodos que tenían las ideologías dictatoriales del siglo
pasado, a las que me referí hace un rato, era apartar a la gente, o con el exilio
o con la prisión o, en el caso de los campos de exterminio, nazis o
estalinistas, la apartaban con la muerte, ¿no? Para que haya una verdadera
cultura en un pueblo, una cultura política y del bien común, rápido juicios
claros, juicios nítidos. Y no sirve otro tipo de estratagema. La justicia
nítida, clara. Eso nos va a ayudar a todos. Yo no sé si acá existe eso o no, lo
digo con todo respeto. Me lo dijeron cuando entraba. Me lo dijeron acá. Y que
pidiera por no sé quién. No oí bien el apellido. Y después está otra cosa que
también por honestidad quiero decir: un método que no da libertad a las
personas para asumir responsablemente su tarea de construcción de la sociedad,
y es el chantaje. El chantaje siempre es corrupción: “Si vos hacés esto, te vamos
a hacer esto, con lo cual te destruimos”. La corrupción es la polilla, es la
gangrena de un pueblo. Por ejemplo, ningún político puede cumplir su rol, su
trabajo, si está chantajeado por actitudes de corrupción: “Dame esto, dame este
poder, dame esto o, si no, yo te voy a hacer esto o aquello”. Eso que se da en
todos los pueblos del mundo, porque eso se da, si un pueblo quiere mantener su
dignidad, tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal.
Y
termino. Para mí es una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones
que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y
próspero, pero, si no dialogan, no sirve para nada. Si chantajean, no sirve
para nada. Esta multitud de grupos y personas son como una sinfonía, cada uno
con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando la armonía final, la
armonía, y eso es lo que cuenta. Y no le tengan miedo al conflicto, pero
háblenlo y busquen caminos de solución.
Amen
a su patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así
serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible.
Estoy convencido, por la propia historia de ustedes, de que tienen la fuerza
más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor. Ese ser del pueblo
paraguayo que lo distingue tan ricamente entre las naciones del mundo.
Y
pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, que los proteja, que
los aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga y recen por mí. Gracias.
(Después
de la canción)
Un
consejo, como despedida, antes de la bendición. Lo peor que les puede pasar a
cada uno de ustedes cuando salgan de aquí es pensar: “Qué bien lo que le dijo
el Papa a fulano, a sultano, a aquél otro”. Si alguno de ustedes acepta pensar
así –porque el pensamiento suele venir, a mí también me viene a veces–, pero
hay que rechazarlo: “¿El Papa a quién le dijo eso?” –“A mí”. Cada uno, quien
sea: “A mí”. Y los invito a rezar a nuestro Padre común, todos juntos, cada uno
en su lengua:
Padre
nuestro...
CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON OBISPOS, SACERDOTES,
DIÁCONOS, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS,
SEMINARISTAS Y MOVIMIENTOS CATÓLICOS
MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE
Catedral Metropolitana de Asunción
Sábado 11 de julio de 2015
Qué
lindo es rezar todos juntos las Vísperas. ¿Cómo no soñar con una Iglesia que
refleje y repita la armonía de las voces y del canto en la vida cotidiana? Y lo
hacemos en esta Catedral, que tantas veces ha tenido que comenzar de nuevo;
esta catedral es signo de la Iglesia y de cada uno de nosotros: a veces las
tempestades de afuera y de adentro nos obligan a tirar lo construido y empezar
de nuevo, pero siempre con la esperanza puesta en Dios Y, si miramos este
edificio, sin duda no los ha defraudado a los paraguayos. Porque Dios nunca
defrauda Y por eso le alabamos agradecidos.
La
oración litúrgica, su estructura y modo pausado, quiere expresar a la Iglesia
toda, esposa de Cristo, que intenta configurarse con su Señor. Cada uno de
nosotros en nuestra oración queremos ir pareciéndonos más a Jesús.
La
oración hace emerger aquello que vamos viviendo o deberíamos vivir en la vida
cotidiana, al menos la oración que no quiere ser alienante o solo preciosista.
La oración nos da impulso para poner en acción o revisarnos en aquello que
rezábamos en los salmos: somos nosotros las manos de Dios «que alza de la
basura al pobre» (Sal 112,7); y somos nosotros
los que trabajamos para que la tristeza de la esterilidad se convierta en la
alegría del campo fértil. Nosotros que cantamos que «vale mucho a los ojos del
señor la vida de los fieles», somos los que luchamos, peleamos, defendemos la
valía de toda vida humana, desde la concepción hasta que los años son muchos y
las fuerzas pocas. La oración es reflejo del amor que sentimos por Dios, por
los otros, por el mundo creado; el mandamiento del amor es la mejor
configuración con Jesús del discípulo misionero. Estar apegados a Jesús da
profundidad a la vocación cristiana, que interesada en el «hacer» de Jesús –que
es mucho más que actividades– busca asemejarse a Él en todo lo realizado. La
belleza de la comunidad eclesial nace de la adhesión de cada uno de sus
miembros a la persona de Jesús, formando un «conjunto vocacional» en la riqueza
de la diversidad armónica.
Las
antífonas de los cánticos evangélicos de este fin de semana nos recuerdan el
envío de Jesús a los doce. Siempre es bueno crecer en esa conciencia de trabajo
apostólico en comunión. Es hermoso verlos colaborando pastoralmente, siempre
desde la naturaleza y función eclesial de cada una de las vocaciones y
carismas. Quiero exhortarlos a todos ustedes, sacerdotes, religiosos y
religiosas, laicos y seminaristas, obispos, a comprometerse en esta colaboración
eclesial, especialmente en torno a los planes de pastoral de las diócesis y la
misión continental, cooperando con toda su disponibilidad al bien común. Si la
división entre nosotros provoca esterilidad, (cf. Evangelii gaudium, 98-101), no cabe duda de que de la comunión y
la armonía nacen la fecundidad, porque son profundamente consonantes con el
Espíritu Santo.
Todos
tenemos limitaciones, ninguno puede reproducir en su totalidad a Jesucristo, y
si bien cada vocación se configura principalmente con algunos rasgos de la vida
y la obra de Jesús, hay algunos comunes e irrenunciables. Recién hemos alabado
al Señor porque «no hizo alarde de su categoría de Dios» (Flp 2,6) y esa es una característica de toda
vocación cristiana, «no hizo alarde de su categoría de Dios». El llamado por
Dios no se pavonea, no anda tras reconocimientos ni aplausos pasatistas, no
siente que subió de categoría ni trata a los demás como si estuviera en un
peldaño más alto.
La
supremacía de Cristo es claramente descrita en la liturgia de la Carta a los
Hebreos; nosotros acabamos de leer casi el final de esa carta: «Hacernos
perfectos como el gran pastor de las ovejas» (Hb 13,20). Y esto supone asumir que todo consagrado
se configura con Aquel que en su vida terrena, «entre ruegos y súplicas, con
poderoso clamor y lágrimas», alcanzó la perfección cuando aprendió, sufriendo,
qué significaba obedecer; y eso también es parte del llamado.
Terminemos
de rezar nuestras vísperas; el campanario de esta Catedral fue rehecho varias
veces; el sonido de las campanas antecede y acompaña en muchas oportunidades
nuestra oración litúrgica: hechos de nuevo por Dios cada vez que rezamos,
firmes como un campanario, gozosos de predicar las maravillas de Dios,
compartamos el Magnificat y lo dejemos al Señor hacer –que Él haga–, a
través de nuestra vida consagrada, grandes cosas en el Paraguay.
VISITA A LA POBLACIÓN DEL BAÑADO NORTE
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Capilla de San Juan Bautista, Asunción
Domingo 12 de julio de 2015
Queridas hermanas y hermanos, ¡buenos días!
Estoy
muy alegre por visitarlos a ustedes esta mañana. No podía estar en Paraguay sin
estar con ustedes, sin estar en ésta ‘su’ tierra.
Nos
encontramos en esta Parroquia llamada Sagrada Familia y les confieso que desde
que comencé a pensar en esta visita, desde que comencé a caminar desde Roma
hacia acá, venía pensando en la Sagrada Familia. Y, cuando pensaba en ustedes,
me recordaba la Sagrada Familia. Ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos.
Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que
pelean para tener una vida digna, un techo. Todo lo que hacen para superar la
inclemencia del tiempo, las inundaciones de estas últimas semanas, me trae al
recuerdo, todo esto, a la pequeña familia de Belén. Una lucha que no les ha
robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Una pelea que no les ha sacado la
solidaridad, por el contrario, la ha estimulado y la ha hecho crecer.
Me
quiero detener con José y María en Belén. Ellos tuvieron que dejar su lugar,
los suyos, sus amigos. Tuvieron que dejar lo propio e ir a otra tierra. Una
tierra en la que no conocían a nadie, no tenían casa, no tenían familia. En ese
momento, esa joven pareja tuvo a Jesús. En ese contexto, en una cueva preparada
como pudieron, esa joven pareja nos regaló a Jesús. Estaban solos, en tierra
extraña, ellos tres. De repente, empezó a aparecer gente: pastores, personas
igual que ellos, que tuvieron que dejar lo propio en función de conseguir
mejores oportunidades familiares. Vivían en función también de las inclemencias
del tiempo y de otro tipo de inclemencias…
Cuando
se enteraron del nacimiento de Jesús se acercaron, se hicieron prójimos, se
hicieron vecinos. Se volvieron de pronto la familia de María y José. La familia
de Jesús.
Esto
es lo que sucede cuando aparece Jesús en nuestra vida. Eso es lo que despierta
la fe. La fe nos hace prójimos, nos hace prójimos a la vida de los demás, nos
aproxima a la vida de los demás. La fe despierta nuestro compromiso con los
demás, la fe despierta nuestra solidaridad: una virtud, humana y cristiana, que
ustedes tienen y que muchos, muchos, tienen y tenemos que aprender. El
nacimiento de Jesús despierta nuestra vida. Una fe que no se hace solidaridad
es una fe muerta, o una fe mentirosa. “No, yo soy muy católico, yo soy muy
católica, voy a misa todos los domingos”. Pero dígame, señor, señora, “¿qué
pasa allá en los Bañados? ‒“Ah, no sé, sí…, no…, no
sé, sí…, sé que hay gente ahí, pero no sé…”. Por más misa de los domingos, si
no tenés un corazón solidario, si no sabés lo que pasa en tu pueblo, tu fe es
muy débil o es enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo. La fe sin
solidaridad es una fe sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos.
Entonces viene ese dicho, que espero recordarlo bien, pero que pinta este
problema de una fe sin solidaridad: “Un Dios sin pueblo, un pueblo sin
hermanos, un pueblo sin Jesús”. Esa es la fe sin solidaridad. Y Dios se metió
en medio del pueblo que Él eligió para acompañarlo, y le mandó su Hijo a ése
pueblo para salvarlo, para ayudarlo. Dios se hizo solidario con ese pueblo, y
Jesús no tuvo ningún problema de bajar, humillarse, abajarse, hasta morir por
cada uno de nosotros, por esa solidaridad de hermano, solidaridad que nace del
amor que tenía a su Padre y del amor que tenía a nosotros. Acuérdense, cuando
una fe no es solidaria, o es débil o está enferma o está muerta. No es la fe de
Jesús. Como les decía, el primero en ser solidario fue el Señor, que eligió
vivir entre nosotros, eligió vivir en medio nuestro. Y yo vengo aquí como esos
pastores que fueron a Belén. Me quiero hacer prójimo. Quiero bendecir la fe de
ustedes, quiero bendecir sus manos, quiero bendecir su comunidad. Vine a dar
gracias con ustedes, porque la fe se ha hecho esperanza y es una esperanza que
estimula al amor. La fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar
futuro y de luchar por eso en el presente. Precisamente por eso yo los quiero
estimular a que sigan siendo misioneros de esta fe, a seguir contagiando esta
fe por estas calles, por estos pasillos. Esta fe que nos hace solidarios entre
nosotros, con nuestro hermano mayor, Jesús, y nuestra Madre, la Virgen.
Haciéndose prójimos especialmente de los más jóvenes y de los ancianos.
Haciéndose soporte de las jóvenes familias, y de todos aquellos que están
pasando momentos de dificultad. Quizás el mensaje más fuerte que ustedes pueden
dar hacia afuera es esa fe “solidaria”. El diablo quiere que se peleen entre
ustedes, porque así divide y los derrota y les roba la fe. ¡Solidaridad de
hermanos para defender la fe! ¡Solidaridad de hermanos para defender la fe! Y,
además, que esa fe solidaria sea mensaje para toda la ciudad.
Quiero
rezar por sus familias y rezar a la Sagrada Familia, para que su modelo, su
testimonio siga siendo luz en el camino, estimulo en los momentos difíciles y
que nos dé la gracia de un regalo, que lo pedimos juntos, todos: que la Sagrada
Familia nos regale “pastores”, que nos regale curas, obispos, capaces de
acompañar, y de sostener y estimular, la vida de sus familias. Capaces de hacer
crecer esa fe solidaria que nunca es vencida.
Los
invito a rezar juntos y les pido también que no se olviden de rezar por mí. Y
recemos juntos una oración a nuestro Padre que nos hace hermanos, nos mandó a
nuestro Hermano mayor, su Hijo Jesús, y nos dio una Madre que nos acompañara.Padre
Nuestro….
Que
los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo. Y sigan
adelante. ¡Y no dejen que el diablo los divida! Adiós.
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Campo grande de Ñu Guazú, Asunción
Domingo 12 de julio de 2015
«El
Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto», así dice el Salmo
(84,13). Esto estamos invitados a celebrar, esa misteriosa comunión entre Dios
y su Pueblo, entre Dios y nosotros. La lluvia es signo de su presencia en la
tierra trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre da fruto, que
siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que contamos con su
gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra.
Una
confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va gestando en el
seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza que se vuelve
testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser
discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a
confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a
compartir su vida. «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos porque les
di a conocer todo lo que sabía de mi Padre» (Jn 15,15). Los discípulos son aquellos que aprenden
a vivir en la confianza de la amistad de Jesús.
Y
el Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de identidad
del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.
Jesús
llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras, precisas. Los
desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son
pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que
sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero Jesús es bien
claro. No les dice: «Hagan como que…» o «hagan lo que puedan».
Recordemos
juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más que un bastón; ni
pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento»
(cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.
Podríamos
concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja», «bastón»,
«sandalias», «túnica». Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave,
que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de
enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia
del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a
vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den alojamiento». Los
envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad
creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que
aprendió a alojar.
Jesús
no los envía como poderosos, como dueños, jefes o cargados de leyes, normas;
por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente
transformar el corazón. El suyo, y ayudar a transformar el de los demás.
Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la
lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la
superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica
del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.
Son
dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida y de
afrontar la misión.
Cuántas
veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces
imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas,
maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a
nuestros argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica del
Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las
tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar.
La
Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a
quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La
Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien
podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este
lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede
curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso hay que tener
las puertas abiertas, sobre todo las puertas del corazón.
Hospitalidad
con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el
enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37), con el leproso, con el paralítico.
Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha
perdido. Y, a veces, por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el
desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta
tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de
nosotros también lo es.
Tantas
veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene
antes. Hay una raíz que causa tanto, pero tanto, daño, y que destruye
silenciosamente tantas vidas. Hay un mal que, poco a poco, va haciendo nido en
nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede
tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos
hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va
encerrando en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta
madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la
fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora, el mejor testimonio que
Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si
se aman los unos a los otros» (Jn 13,35).
De
esta manera, Jesús nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de
belleza, de verdad, de plenitud.
Dios
nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al
sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos
envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el
camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente un nuevo
horizonte, es una nueva palabra, para tantas situaciones de exclusión,
disgregación, encierro, aislamiento. Es una palabra que rompe el silencio de la
soledad.
Y
cuando estemos cansados, o se nos haga pesada la tarea de evangelizar, es bueno
recordar que la vida que Jesús nos propone responde a las necesidades más
hondas de las personas, porque todos hemos sido creados para la amistad con
Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii gaudium, 265).
Hay
algo que es cierto,: no podemos obligar a nadie a recibirnos, a
hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad.
Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores,
hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos
y abracemos la vida de nuestros hermanos, especialmente la vida de los que han
perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras
parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las
puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con
Dios. Como lugares de hospitalidad y de acogida.
La
Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar como María, que
no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la
hospedó, la gestó, y la entregó.
Alojar
como la tierra, que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la
germina.
Así
queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo,
como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con
la certeza que «el Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto».
Que así sea.
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Campo Grande de Ñu Guazú, Asunción
Domingo 12 de julio de 2015
Agradezco
al Señor Arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponziano Valenzuela Mellid, y al
Señor Arzobispo [ortodoxo] de Sudamérica, Tarasios, las amables palabras.
Al
terminar esta celebración dirigimos nuestra mirada confiada a la Virgen
María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es el regalo de Jesús a su pueblo.
Nos la dio como madre en la hora de la cruz y del sufrimiento. Es fruto de la
entrega de Cristo por nosotros. Y, desde entonces, siempre ha estado y estará
con sus hijos, especialmente los más pequeños y necesitados.
Ella
ha entrado en el tejido de la historia de nuestros pueblos y sus gentes. Como
en tantos otros países de Latinoamérica, la fe de los paraguayos está
impregnada de amor a la Virgen. Acuden con confianza a su madre, le abren su
corazón y le confían sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y sus
sufrimientos. La Virgen los consuela y con la ternura de su amor les enciende
la esperanza. No dejen de invocar y confiar en María, madre de misericordia
para todos sus hijos sin distinción.
A
la Virgen, que perseveró con los Apóstoles en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1,13-14), le pido también que vele por la Iglesia, y fortalezca
los vínculos fraternos entre todos sus miembros. Que con la ayuda de María, la
Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los
pueblos.
Queridos
hermanos: les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Yo sé muy
bien cuánto se quiere al Papa en Paraguay. También los llevo en mi corazón y
rezo por ustedes y por su País.
Y
ahora los invito a rezar el Ángelus a la Virgen.
Bendición
Que
el Señor los bendiga y los proteja, haga brillar su Rostro sobre ustedes y les
otorgue su misericordia. Vuelva su mirada hacia ustedes y les conceda la paz.
La bendición de Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Costanera de Asunción, Paraguay
Domingo 12 de julio de 2015
Queridos jóvenes, buenas tardes.
Después
de haber leído el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo: “Te pido
que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos”. Es la bendición
que pidió Orlando para cada uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora
todos juntos: la libertad. Porque la libertad es un regalo que nos da
Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre,
porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón y
no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para
sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la
libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole a Orlando que haya pedido esta
bendición, tener el corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa,
que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente.
¡Ese es un corazón libre! Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos, esa
bendición que Orlando pidió para todos. Repitan conmigo: “Señor Jesús, dame un
corazón libre. Que no sea esclavo de todas las trampas del mundo. Que no sea
esclavo de la comodidad, del engaño. Que no sea esclavo de la buena vida. Que
no sea esclavo de los vicios. Que no sea esclavo de una falsa libertad, que es
hacer lo que me gusta en cada momento”. Gracias, Orlando, por hacernos caer en
la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre. ¡Pídanlo todos los días!
Y
hemos escuchado dos testimonios: el de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una
cosa. Así como Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con
su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato: lavarse las manos.
Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en
otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose, estudiando lo que quería. Y
Liz dijo: “No, la abuela, la mamá…”. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora
y, si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela. ¡Y lo
hizo con cariño! Hasta tal punto –decía ella–, que hasta se cambiaron los roles
y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo como la cuidaba. Su mamá,
con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida,
hasta ahora, hasta los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No,
Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar: habló de un
ángel, de una tía que fue como un ángel; y habló del encuentro con los amigos
los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo
juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles –esa tía que la custodiaba y
ese grupo juvenil– le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? [Responden los jóvenes: “Solidaridad”]. Cuando
nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su
corazón cansado. Pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo: “Hago esto y
nada más”. ¡Estudió! Y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la
solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esa
tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy, a los 25 años,
tiene la gracia que Orlando nos hacía pedir: tiene un corazón libre. Liz cumple
el cuarto mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Liz muestra su vida,
¡la quema!, en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad, es
un grado altísimo de amor. Un testimonio. “Padre, ¿entonces se puede amar?”.
Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.
Primero:
libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos: [Los jóvenes repiten cada
frase] “Primero: corazón libre”. “Segundo: solidaridad para acompañar”.
Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este testimonio. Y a Manuel no le
regalaron la vida. Manuel no es un “nene bien”. No es un “nene”, no fue un
“nene”, no es un chico, un muchacho hoy, a quien la vida le fue fácil. Dijo
palabras duras: “Fui explotado, fui maltratado, a riesgo de caer en las
adicciones, estuve solo”. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a
hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a
vengarse de la vida, miró adelante. Y Manuel usó una frase linda: “Pude salir
adelante porque en la situación en que yo estaba era difícil hablar de futuro”.
¿Cuántos jóvenes, ustedes, hoy tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a
la mesa con la familia todos los días, tienen la posibilidad de que no les
falte lo esencial? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Todos juntos, los que tienen
eso, digan: “¡Gracias Señor!” [Los jóvenes repiten: “¡Gracias Señor!”]. Porque
acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el
dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía qué comer y que
estaba solo. ¡Señor, salvá a esos chicos y chicas que están en esa situación! Y
para nosotros, ¡Señor, gracias! ¡Gracias, Señor! Todos: ¡Gracias, Señor!
Libertad
de corazón. ¿Se acuerdan? Libertad de corazón; lo que nos decía Orlando.
Servicio, solidaridad; lo que nos decía Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la
vida, salir adelante; lo que nos decía Manuel. Como ven, la vida no es fácil
para muchos jóvenes. Y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en
la cabeza: “Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y
chicas que no le es relativamente fácil”. Más aún, que la desesperación los
empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción.
A esos chicos, a esas chicas, les tenemos que decir que nosotros les estamos
cerca, queremos darles una mano, que queremos ayudarlos, con solidaridad, con
amor, con esperanza.
Hubo
dos frases que dijeron los dos que hablaron, Liz y Manuel. Dos frases, son
lindas. Escúchenlas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús, y
eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo: “Conocí a Dios, mi
fortaleza”. Conocer a Dios es fortaleza. O sea, conocer a Dios, acercarse a
Jesús, es esperanza y fortaleza. Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes
hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes
“debiluchos”, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes
que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos
jóvenes fuertes. Queremos jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué?
Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre.
Corazón libre, repitan. [Los jóvenes repiten cada una de las palabras] Solidaridad.
Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios, mi fortaleza. Un
joven que viva así, ¿tiene la cara aburrida? [respuesta de los jóvenes: “No”]
¿Tiene el corazón triste? [respuesta de los jóvenes: “No”]. ¡Ese es el camino!
Pero para eso hace falta sacrificio, hace falta andar contracorriente. Las
Bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El
plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: “Felices los que tienen
alma de pobre”. No dice: “Felices los ricos, los que acumulan plata”. No. Los
que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo
que es un pobre. Jesús no dice: “Felices los que lo pasan bien”, sino que dice:
“Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás”. Y
así, yo les recomiendo que lean después, en casa, las Bienaventuranzas, que
están en el capítulo quinto de San Mateo. ¿En qué capítulo están? [respuesta de
los jóvenes: “quinto”] ¿De qué Evangelio? [respuesta de los jóvenes: “San Mateo”].
Léanlas y medítenlas, que les va a hacer bien.
Tengo
que agradecer a vos, Liz; te agradezco, Manuel; e te agradezco, Orlando.
Corazón libre, que es lo que debe ser.
Y
me tengo que ir [jóvenes: “No!”]. El otro día, un cura en broma me dijo: “Sí,
usted siga haciéndole… aconsejando a los jóvenes que hagan lío. Siga, siga.
Pero después, los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar
nosotros”. ¡Hagan lío! Pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que
hacen. Las dos cosas: hagan lío y organícenlo bien. Un lío que nos dé un
corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un
lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es
mi fortaleza. Ese es el lío que hagan.
Como
sabía las preguntas, porque me las habían pasado antes, había escrito un
discurso para ustedes, para dárselo, pero los discursos son aburridos, así que,
se lo dejo al Señor Obispo encargado de la Juventud para que lo publique.
Y
ahora, antes de irme, [“No!”] les pido, primero, que sigan rezando por mí;
segundo, que sigan haciendo lío; tercero, que ayuden a organizar el lío que
hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora, en silencio, vamos a
elevar el corazón a Dios. Cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las
palabras:
Señor
Jesús, te doy gracias por estar aquí. Te doy gracias porque me diste hermanos
como Liz, Manuel y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que
son como ellos. Que te encontraron, Jesús. Que te conocen, Jesús. Que saben que
Vos, su Dios, sos su fortaleza. Jesús, te pido por los chicos y chicas que no
saben que Vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser
felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enseñános a soñar, a soñar cosas
grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas, son cosas que
engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre,
danos esperanza, danos amor y enseñános a servir. Amén.
Ahora
les voy a dar la bendición y les pido, por favor, que recen por mí y que recen
por tantos chicos y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber
conocido a Jesús, que les da esperanza, les da un corazón libre y los hace
fuertes.
(Bendición)
Y
que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Discurso preparado por el Santo Padre
Queridos jóvenes:
Me
da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima de fiesta.
Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y amor a Jesús.
Gracias
a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral juvenil, por sus
palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en compartir sus vidas, sus
testimonios en este encuentro. No es fácil hablar de las cosas personales y
menos delante de tanta gente. Ustedes han compartido el tesoro más grande que
tienen, sus historias, sus vidas y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para
responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes
compartían.
Manuel,
vos nos decías algo así: «Hoy me sobran ganas de servir a otros, tengo ganas de
superarme». Pasaste momentos muy difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy
tenés muchas ganas de servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz
no es nada fácil ser madre de los propios padres y más cuando uno es joven,
pero qué sabiduría y maduración guardan tus palabras cuando nos decías: «Hoy
juego con ella, cambio los pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a
Dios y estoy apenas compensando todo lo que mi madre hizo por mí».
Ustedes
jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También
compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los
dos dijeron: «En la parroquia». En los amigos de la parroquia y en los retiros
espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y
los retiros espirituales.
Los amigos.
La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede
tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos. Fíjense si
será de las cosas más hermosas que Jesús dice: «yo los llamo amigos, porque les
he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre» (Jn 15,5). Uno de los secretos más grande del
cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien,
le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja
tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen
el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace
el aguante.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas.
Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo.
Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría
jugar.
Con
esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo.
Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y
dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les promete a aquellos
que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos. Todos los
endiosarán.
Por
otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús no
nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario, nos dice que
jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al servicio a los
demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En
la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel que prometía, o
mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y
después te dabas cuenta que no eras para nada feliz. Que estuviste atrás de
algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste.
Amigos: el diablo, es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da
nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear
cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la
esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su
estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada. Es un gran «vende
humo» porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos
con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas.
Es un «vende humo» porque, para alcanzar todo esto, el único camino es dejar de
lado a tus amigos, no hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la
apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por
el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su jugada. No nos vende humo, no
nos promete aparentemente grandes cosas. No nos dice que la felicidad estará en
la riqueza, el poder, orgullo. Por el contrario. Nos muestra que el camino es
otro. Este Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices
los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed
de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por
la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por
todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por
qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un camino que es vida, que es
verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su estilo, su manera de vivir la vida,
la amistad, la relación con su Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos
hijos. Hijos amados.
Él
no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la que deja lleno
el corazón, no está en las «pilchas» que llevamos, en los zapatos que nos
ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe que la felicidad
verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en
estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien
no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en
este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera
felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no
condenar ni juzgar a nadie. El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des
el corazón a la rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices
los que saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de
abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos en algún
momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es como recobrar la
vida, es tener una nueva oportunidad. No hay nada más lindo que tener nuevas
oportunidades. Es como que la vida vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que
son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan
para ello, los que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones,
miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error,
en sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie.
Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la simple
macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno
de los demás.
Liz,
vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como
tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el
camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible,
real. Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya dejaron
de jugar en esta «cancha», pero se vuelven esos jugadores indispensables que
uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son el ejemplo de que Jesús no
es un «vende humo», su propuesta es de plenitud. Pero por sobre todas las
cosas, es una propuesta de amistad, de amistad verdadera, de esa amistad que
todos necesitamos. Amigos al estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre
nosotros, sino para salir a la «cancha», a ir a hacer más amigos. Para
contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el
estudio, en la previa, por whastapp, en facebook o twitter. Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o
jugando un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de
Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber que
somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo.
CONVERSAZIONE DEL SANTO
PADRE
CON I GIORNALISTI NEL VIAGGIO DI RITORNO DA ASUNCIÓN A ROMA
Volo Papale
Domenica, 12 luglio 2015
Il Papa ha risposto alle prime tre domande in
spagnolo, e alle successive in italiano
Domanda (Aníbal Velázquez – Abc
Color): Santidad, Soy Aníbal Velázquez, de Paraguay. Nosotros le agradecemos
porque haya elevado el Santuario de Caacupé como basílica, pero en el Paraguay
se pregunta la gente: ¿por qué Paraguay no tiene cardenal?; ¿cuál es el pecado
de Paraguay, que no tenga cardenal?; o, en todo caso, ¿está lejos todavía de
que tenga un cardenal?
[Aníbal Velázquez: La ringraziamo per aver
elevato il Santuario di Caacupé a basilica, ma in Paraguay la gente si domanda:
Qual è il peccato del Paraguay per non avere cardinali?]
Risposta:
Bueno, no tener cardenal no es un pecado. La mayoría de los países del mundo no
tienen cardenales. Las nacionalidades de los cardenales –no recuerdo cuántas
son– son minoría respecto a todo el conjunto. Es verdad, Paraguay no ha tenido
ningún cardenal hasta ahora. No sabría darle la razón. A veces, para la
elección de cardenales, se balancean, se leen, se estudian los legajos de cada
uno, se ve la persona, el carisma sobre todo del cardenal, que debería ser el
de aconsejar al Papa y asistir al Papa en el gobierno universal de la Iglesia.
El cardenal, si bien pertenece a una Iglesia particular, es –y de aquí la
palabra– incardinado a la Iglesia de Roma, y tiene que tener una visión
universal. Esto no quiere decir que en Paraguay no haya obispos que la tengan,
la pueden tener, pero como siempre hay que elegir hasta un número –uno no puede
designar más de 120 cardenales electores–, entonces será por eso. Bolivia ha
tenido dos. Uruguay ha tenido dos, Barbieri y el actual. Algunos países
centroamericanos tampoco han tenido, pero no es ningún pecado y todo depende de
las circunstancias, las personas, el carisma para incardinarse. Y no quiere
decir eso un menosprecio o que no tengan valor los obispos paraguayos. Hay
obispos paraguayos geniales. Yo me acuerdo de los dos Bogarín, que hicieron
historia en Paraguay. ¿Por qué no fueron cardenales? Bueno, no fueron. No es un
ascenso, ¿no es cierto? Yo me hago otra pregunta: ¿Merece Paraguay tener un
cardenal, si miramos la iglesia del Paraguay? Yo diría: merecería tener dos,
pero es por lo otro, no tiene nada que ver con los méritos. Es una Iglesia
viva, una Iglesia alegre, una Iglesia luchadora y con una historia gloriosa.
[Non avere cardinali non è un peccato. La
maggior parte dei Paesi del mondo non ha cardinali. Le nazionalità dei
cardinali — non ricordo quante sono — costituiscono una minoranza rispetto a
tutto l’insieme. È vero, il Paraguay finora non ha avuto un cardinale. Non
saprei dirle il perché. A volte per l’elezione dei cardinali si valutano, si leggono
e si studiano i fascicoli di ognuno, si vede la persona, soprattutto il suo
carisma, che dovrebbe essere quello di consigliare il Papa e di assistere il
Papa nel governo universale della Chiesa. Il cardinale, sebbene appartenga a
una Chiesa particolare, è — e da qui la parola — incardinato nella Chiesa di
Roma, e deve avere una visione universale. Ciò non vuol dire che in Paraguay
non ci siano vescovi che ce l’hanno, che la possono avere, ma come sempre
bisogna sceglierne fino a un certo numero — non si possono designare più di
centoventi cardinali elettori — allora, sarà per questo. La Bolivia ne ha avuti
due. L’Uruguay ne ha avuti due, Barbieri e quello attuale. Anche alcuni Paesi
centroamericani non ne hanno avuti, ma non è un peccato e tutto dipende dalle
circostanze, dalle persone, dal carisma per incardinarsi. E questo non
significa disprezzo o che i vescovi paraguaiani non abbiano valore. Ci sono
vescovi paraguaiani geniali. Mi ricordo dei due Bagarín, che hanno fatto storia
in Paraguay. Perché non sono stati cardinali? Ebbene, non lo sono stati. Non è
una promozione, vero? Io mi faccio un’altra domanda. Se guardiamo la sua
Chiesa, il Paraguay merita di avere un cardinale? Io direi: meriterebbe di
averne due, ma per un altro motivo, che non ha nulla a che vedere con i meriti.
È una Chiesa viva, una Chiesa allegra, una Chiesa lottatrice e con una storia
gloriosa.]
Pregunta: (Priscila Quiroga –
Cadena A, y Cecilia Dorado Nava – El Deber, de Bolivia) Su Santidad, por favor,
a nosotros nos interesa conocer su criterio en torno a si considera justo el
anhelo de los bolivianos de tener una salida soberana al mar, de volver a tener
una salida soberana al océano pacifico. Y, Santo Padre, en caso de que Chile y
Bolivia pidan su mediación, ¿usted aceptaría?
[Priscila Quiroga e Cecilia Dorado Nava:
Santità, per favore, a noi interessa sapere se lei considera giusto l’anelito
dei boliviani a riavere uno sbocco sovrano all’Oceano Pacifico. E Santo Padre,
nel caso in cui il Cile e la Bolivia chiedessero la sua mediazione, lei
accetterebbe?]
Respuesta:
Lo de la mediación es una cosa muy delicada, y sería como un último paso. Es
decir, Argentina vivió eso con Chile y fue realmente para evitar una guerra.
Fue una situación muy limite y muy bien llevada por quienes la Santa Sede
encargó –detrás de los cuales siempre estaba san Juan Pablo II interesándose–,
y con la buena voluntad de los dos países, que dijeron: “probemos esto si va”.
Y, es curioso, hubo un grupo, al menos en Argentina, que nunca quiso esa
mediación, y cuando el presidente Alfonsín hizo el plebiscito –sobre si se
aceptaba la propuesta de mediación– obviamente que la mayoría del país dijo que
sí, pero hubo un grupo que se resistió. Siempre, cuando se hace una mediación,
difícilmente todo el país estaría de acuerdo, pero es la última instancia,
siempre hay otras figuras diplomáticas que ayudan, en ese caso, facilitadores,
etc.
En
este momento yo tengo que ser muy respetuoso de esto, porque Bolivia hizo un
recurso a un tribunal internacional. Entonces, si yo en este momento hago un
comentario –yo soy jefe de un Estado– podría ser interpretado como inmiscuirme
o una presión. Tengo que ser muy respetuoso de la decisión que tomó el pueblo
boliviano que hizo ese recurso. También sé que hubo instancias anteriores de
querer dialogar. No tengo muy claro. El que me dijo una cosa por el estilo, que
se estaba cerca de una solución, fue en tiempos del presidente chileno Lagos,
pero lo digo sin tener datos exactos. Fue un comentario que me hizo el cardenal
Errázuriz. Así que no quisiera decir una “macana” en eso.
También
una tercera cosa que quiero dejar clara. Yo, en la catedral de Bolivia, toqué
ese tema de una manera muy delicada, teniendo en cuenta la situación de recurso
al tribunal internacional. Recuerdo perfectamente el contexto: “Los hermanos
tienen que dialogar, los pueblos latinoamericanos dialogan para crear la patria
grande, el dialogo es necesario”. Ahí me detuve, hice un silencio, y
dije: “Pienso en el mar”. Y continué: “diálogo y dialogo”. Quiero que quede claro
que mi intervención fue un recuerdo a ese problema, pero respetando la
situación como está planteada ahora. Estando en un tribunal internacional no se
puede hablar de mediación, ni facilitación, hay que esperar.
[La questione della mediazione è molto
delicata, e sarebbe come un ultimo passo. L’Argentina lo ha vissuto con il Cile
ed è stato realmente per evitare una guerra. È stata una situazione limite e
condotta molto bene dalle persone incaricate dalla Santa Sede — dietro le quali
c’era sempre san Giovanni Paolo II, che se ne interessava — e c’è stata la
buona volontà dei due Paesi che hanno detto: “Proviamo se questo va bene”.
Curiosamente c’è stato un gruppo, almeno in Argentina, che non ha mai voluto
quella mediazione, e quando il presidente Alfonsín ha indetto il referendum —
se si doveva accettare o meno la proposta di mediazione — ovviamente la maggior
parte del Paese ha detto sì, ma c’è stato un gruppo che si è opposto. Sempre,
quando si fa una mediazione, difficilmente tutto il Paese è d’accordo, ma è
l’ultima istanza, ci sono sempre altre figure diplomatiche che aiutano, in
questo caso, facilitatori, e così via. In questo momento devo essere molto
rispettoso di questo, perché la Bolivia ha presentato un ricorso al tribunale
internazionale. Allora, se io in questo momento faccio un commento — io sono
capo di uno Stato — potrebbe essere interpretato come un’intromissione o una
pressione. Devo essere molto rispettoso della decisione che ha preso il popolo
boliviano che ha fatto questo ricorso. So anche che ci sono state istanze
precedenti di dialogo. Non mi è molto chiaro. Chi mi ha detto una cosa del
genere, che si era vicini a una soluzione, è stato ai tempi del presidente
cileno Lagos, ma lo dico senza avere dati esatti. È stato un commento che mi ha
fatto il cardinale Errázuriz. Sicché non vorrei dire una sciocchezza al
riguardo. C’è una terza cosa che vorrei chiarire. Io, nella cattedrale della
Bolivia, ho toccato questo tema in modo molto delicato, tenendo conto della
situazione di ricorso al tribunale internazionale. Ricordo perfettamente il
contesto: «I fratelli devono dialogare, i popoli latinoamericani dialogano per
creare la patria grande, il dialogo è necessario». Lì mi sono fermato, ho fatto
silenzio, e ho detto: «Penso al mare». E ho continuato: «Dialogo e dialogo».
Voglio che sia chiaro che il mio intervento è stato un ricordare questo
problema, ma rispettando la situazione come si presenta ora. Stando in un
tribunale internazionale, non si può parlare di mediazione, né di facilitazione,
bisogna aspettare.]
Re-pregunta:
¿Es justo o no el anhelo de los bolivianos?
[(continuazione): È giusto o no l’anelito
dei boliviani?]
Respuesta:
Siempre hay una base de justicia cuando hay cambio de límites territoriales y,
sobre todo, después de una guerra. Hay una revisión continua de eso. Yo diría
que no es injusto plantearse una cosa de este tipo, ese anhelo. Yo recuerdo que
en el año 61, estando en primer año de filosofía, nos pasaron un documental
sobre Bolivia –un padre que había venido de Bolivia–, y creo que se llamaba
“Las doce estrellas”. ¿Cuántas provincias tiene Bolivia? [Le responden que son
9 departamentos] Entonces se llamaba “Las 10 estrellas”. Y presentaba cada uno
de los 9 departamentos y, al final, el décimo departamento; y se veía el mar
sin ninguna palabra. Me quedó grabado. Eso fue en el año 61. O sea, que se ve
que hay un anhelo. Claro, después de una guerra de ese tipo surgen las pérdidas
y creo que es importante, primero, el diálogo, la sana negociación. Ahora, en
este momento, el dialogo está detenido obviamente por este recurso a La Haya.
[C’è sempre una base di giustizia quando
c’è un cambiamento di confini territoriali e, soprattutto, dopo una guerra. C’è
una revisione continua di questo. Io direi che non è ingiusto prospettarsi una
cosa di questo tipo, questo anelito. Ricordo che nel 1961, ero al primo anno di
filosofia, ci hanno fatto vedere un documentario sulla Bolivia — un padre che
era venuto dalla Bolivia — credo che si chiamasse Le dodici stelle. Quante
province ha la Bolivia? [Gli rispondono che ha nove dipartimenti]. Allora si
chiamava Le dieci stelle. Presentava ognuno dei nove dipartimenti e, alla fine,
il decimo dipartimento: si vedeva il mare, senza alcuna parola. Mi è rimasto
impresso. Era il 1961. Ossia, si vede che c’è un anelito. Chiaro, dopo una
guerra di quel tipo ci sono le perdite, e io credo che sia importante,
innanzitutto, il dialogo, la sana negoziazione. Ora, in questo momento, il
dialogo è fermo ovviamente per il ricorso all’Aia.]
Pregunta: (Fredy Paredes -
Teleamazonas, Ecuador). Su Santidad, buenas noches, muchas gracias. El Ecuador
estaba convulsionado antes de su visita. Después de que abandonó el país
volvieron las personas que hacen oposición al gobierno a salir a las calles.
Parece ser que su presencia en el Ecuador se quiere utilizar políticamente,
especialmente por la frase que usted pronunció: “El pueblo del Ecuador se ha
puesto de pie con dignidad”. Yo le pregunto de manera puntual, si es que es
posible: ¿A qué responde esa frase? ¿Usted simpatiza con el proyecto político
del presidente Correa? ¿Usted cree que las recomendaciones generales que ha
dado en la visita al Ecuador, con miras a alcanzar el desarrollo, el diálogo,
la construcción de democracia, y a no continuar con la política del descarte,
como usted la denomina, ya se practica en el Ecuador?
[Fredy Paredes: L’Ecuador era in fermento
prima della sua visita. Dopo che ha lasciato il Paese, le persone che fanno
opposizione al governo sono tornate in strada. Sembra che si voglia usare politicamente
la sua presenza in Ecuador, specialmente per la frase che ha pronunciato: «Il
popolo ecuadoriano si è alzato in piedi con dignità».]
Respuesta:
Evidentemente que sé que había problemas políticos y huelgas, eso lo sé. No
conozco los intríngulis de la política del Ecuador y sería necio de mi parte
que diera una opinión. Después me dijeron que hubo como un paréntesis durante
mi visita, lo cual lo agradezco, porque es un gesto de un pueblo en pie,
respetar la visita del Papa. Lo agradezco y lo valoro. Ahora, si vuelven las
cosas, evidentemente que los problemas y las discusiones políticas siguen.
Respecto a la frase que usted dice –me refiero a la mayor conciencia que el
pueblo Ecuatoriano ha ido tomando de su valor–, hubo una guerra limítrofe con
Perú no hace mucho. Hay historias de guerra. Después, una mayor conciencia de
la variedad de riqueza étnica de Ecuador. Y eso da dignidad. Ecuador no es un
país de descarte. O sea, que se refiere a todo el pueblo y a toda la dignidad
de ese pueblo que, después de la guerra limítrofe, se ha puesto de pie y ha
tomado cada vez más conciencia de su dignidad y de la riqueza de la unidad en
la variedad que tiene. O sea, que no puede atribuirse a una situación concreta.
Porque esa misma frase –me comentaron, yo no lo vi– fue instrumentalizada para
explicar ambas situaciones: que el gobierno ha puesto de pie a Ecuador o que se
han puesto de pie los contrarios al gobierno. Una frase se puede
instrumentalizar y en eso creo que hay que ser muy cuidadosos. Y le agradezco la
pregunta, porque es una manera de ser cuidadoso. Usted está dando un ejemplo de
ser cuidadoso.
Si
ustedes me permiten –esto como no me lo preguntaron son cinco minutos más de
concesión que les doy, si hacen falta–. Es muy importante en el trabajo de
ustedes la hermenéutica de un texto. Un texto no se puede interpretar con una
frase. La hermenéutica tiene que ser en todo el contexto. Hay frases que son
justo la clave de la hermenéutica y hay frases que no, que son dichas de paso o
plásticas. Entonces, ver todo el contexto, ver la situación, incluso, ver la
historia. Ver la historia de ese momento o si estamos hablando del pasado,
interpretar un hecho del pasado con la hermenéutica de ese tiempo. O sea, las
cruzadas: interpretemos las cruzadas con la hermenéutica como se pensaba en ese
tiempo. Es clave interpretar un discurso, cualquier texto, con una hermenéutica
totalizante, no aislada. Lo digo como ayuda para ustedes. Muchas gracias. Ahora
pasamos al guaraní.
[Chiaro che so che c’erano problemi
politici e scioperi, questo lo so. Non conosco le difficoltà della politica in
Ecuador e sarebbe sciocco da parte mia dare un’opinione. Poi mi hanno detto che
c’è stata come una parentesi durante la mia visita, per la qual cosa ringrazio,
perché è stato un gesto di un popolo in piedi rispettare la visita del Papa.
Ringrazio e apprezzo. Ora, se la situazione è tornata la stessa, evidentemente
i problemi e le discussioni politiche continuano. Rispetto alla frase che lei
dice — mi riferisco alla maggior coscienza che il popolo ecuadoriano ha preso
del proprio valore — c’è stata una guerra di confine con il Perú non molto
tempo fa. Ci sono storie di guerra. Poi, una maggiore coscienza della varietà
di ricchezza etnica dell’Ecuador. E questo dà dignità. L’Ecuador non è un Paese
di scarto. E questo si riferisce a tutto il popolo e a tutta la dignità di
questo popolo che, dopo la guerra di confine, si è alzato in piedi e ha preso
sempre più coscienza della sua dignità e della ricchezza dell’unità nella
varietà che possiede. Ossia che non si può attribuire a una situazione
concreta. Perché quella stessa frase — me l’hanno detto, io non l’ho visto — è
stata strumentalizzata per spiegare entrambe le situazioni: che il governo ha
rimesso in piedi l’Ecuador e che si sono rimessi in piedi gli oppositori del
governo. Una frase si può strumentalizzare e in questo credo che occorra essere
molto attenti. La ringrazio per la domanda, perché è un modo di essere attenti.
Lei sta dando un esempio di come essere attenti. Permettetemi, visto che non me
lo avete chiesto, di darvi cinque minuti in più, se servono. È molto importante
nel vostro lavoro l’ermeneutica di un testo. Un testo non si può interpretare
con una frase. L’ermeneutica deve essere in tutto il contesto. Ci sono frasi
che sono proprio la chiave dell’ermeneutica e ci sono frasi che non lo sono,
che sono dette di passaggio o artificiali. Allora, bisogna vedere tutto il
contesto, vedere la situazione, vedere persino la storia. Vedere la storia di
questo momento o se stiamo parlando del passato, interpretare un fatto del
passato con l’ermeneutica del suo tempo. Le crociate, per esempio:
interpretiamo le crociate con l’ermeneutica del loro tempo. È fondamentale
interpretare un discorso, qualsiasi testo, con un’ermeneutica totalizzante, non
isolata. Lo dico come aiuto per voi. Grazie. Ora passiamo al guaraní.]
Domanda (Stefania Falasca -
Avvenire): Nel discorso che Lei ha fatto in Bolivia ai Movimenti popolari ha
parlato del nuovo colonialismo e ha parlato dell’idolatria del denaro che sottomette
l’economia, e dell’imposizione dei mezzi di austerità che “aggiustano sempre”,
come ha detto, “la cinta dei poveri”. Ora, da settimane noi in Europa abbiamo
questo caso della Grecia e della sorte della Grecia che rischia di uscire dalla
moneta europea. Lei che cosa pensa di quanto sta accadendo in Grecia e che
riguarda anche tutta l’Europa?
Risposta: Prima di tutto, il perché
di questo
mio intervento nel convegno dei movimenti popolari. È il
secondo [convegno]. Ilprimo
è stato fatto in Vaticano, nell’aula vecchia del Sinodo, c’erano circa
120 persone… E’ una cosa che organizza [il Pontificio Consiglio] Giustizia e
Pace. Io sono vicino a questa realtà, perché è un fenomeno presente in tutto il
mondo, in tutto il mondo. Anche in Oriente, nelle Filippine, in India, in
Tailandia. Sono movimenti che si organizzano fra loro, non solo per fare una
protesta, ma per andare avanti e poter vivere. E sono movimenti che hanno
forza, e questa gente, che sono tanti e tanti, non si sente rappresentata dai
sindacati, perché dicono che i sindacati adesso sono una corporazione, non
lottano – sto semplificando un po’ – per i diritti dei più poveri. E la Chiesa
non può essere indifferente. La Chiesa ha una Dottrina sociale e dialoga con
questo movimento, e dialoga bene. Voi avete visto, avete visto l’entusiasmo di
sentire che la Chiesa – dicono - non è lontana da noi, la Chiesa ha una
dottrina che ci aiuta a lottare per questo. E’ un dialogo. Non è che la Chiesa
faccia una scelta per la strada anarchica. No, non sono anarchici: questi
lavorano, cercano di fare tanti lavori anche con gli scarti, le cose che
avanzano; sono lavoratori davvero… Questo è il primo, l’importanza di questo
[movimento].
Poi, sulla Grecia e il sistema
internazionale. Io ho una grande allergia all’economia, perché papà era
ragioniere e quando non finiva il lavoro in fabbrica lo portava a casa, il
sabato e la domenica, con quei libri, di quei tempi, dove i titoli si facevano
in gotico… e lavorava, e io vedevo papà… e ho un’allergia. Io non capisco bene
com’è la cosa [la questione della Grecia], ma certamente sarebbe semplice dire:
la colpa è soltanto di questa parte. I governanti greci che hanno portato
avanti questa situazione di debito internazionale, hanno anche una
responsabilità. Col nuovo governo greco si è andati verso una revisione un po’
giusta. Io mi auguro - è l’unica cosa che posso dirti, perché non so bene - che
trovino una strada per risolvere il problema greco e anche una strada di
sorveglianza per non ricadere in altri Paesi nello stesso problema; e che
questo ci aiuti ad andare avanti, perché quella strada del prestito e dei
debiti alla fine non finisce mai. Mi hanno detto, un anno fa più o meno, ma non
so, questa è una cosa che ho sentito, che c’era un progetto nelle Nazioni Unite
- se qualcuno di voi sa questo sarebbe bene che lo spiegasse -, c’era un
progetto per il quale un Paese può dichiararsi in bancarotta - che non è lo
stesso che il default - ma è un progetto che ho sentito e non so come è andata,
se era vero o no. Se un’impresa può fare una dichiarazione di bancarotta,
perché un Paese non può farla e così si va all’aiuto degli altri? Questi erano
i fondamenti di questi progetto, ma di questo non posso dire niente di più.
Poi, per quanto riguarda le nuove colonizzazioni,
evidentemente vanno tutte sui valori. La colonizzazione del consumismo, ad
esempio. L’abitudine del consumismo è stato un processo di colonizzazione;
perché ti porta a un’abitudine che non è la tua e anche ti squilibra la
personalità. Il consumismo squilibra anche l’economia interna e la giustizia
sociale, e pure la salute fisica e mentale, tanto per dare un esempio.
Domanda (Anna Matranga – Cbs News):
Santità, uno dei messaggi più forti di questo viaggio è stato che il sistema
economico globale spesso impone la mentalità del profitto a ogni costo, a
scapito dei poveri. Questo è percepito dagli statunitensi come una critica
diretta del loro sistema e modo di vivere. Lei come risponde a questa
percezione? E qual è la sua valutazione dell’impatto degli Stati Uniti nel
mondo?
Risposta: Quello che ho detto,
quella frase, non è nuova. L’ho detto nella Evangelii
gaudium:
“questa economia uccide” (n.
53).
Quella frase la ricordo bene, c’è un contesto. E l’ho detta nella Laudato
si’.
La critica è una cosa non nuova, si sa. Ho sentito che alcune critiche sono state
fatte negli Stati Uniti. L’ho sentito. Ma non le ho lette e non ho avuto il
tempo di studiarle bene, perché ogni critica dev’essere recepita e studiata per
poi fare il dialogo. Lei mi chiederà che cosa penso, ma se io non ho dialogato
con quelli che fanno la critica non ho diritto di fare un pensiero così,
isolato dal dialogo. Questo è quanto mi viene da dirLe.
Domanda (continuazione): Lei adesso
andrà negli Stati Uniti, Lei ha un’idea di come sarà ricevuto, ha qualche
pensiero sulla nazione?…
Risposta: No, devo cominciare a
studiare adesso, perché fino a oggi ho studiato questi tre Paesi bellissimi,
che sono una ricchezza e una bellezza. Adesso devo cominciare a studiare Cuba,
perché ci andrò due giorni e mezzo, e poi gli Stati Uniti, le tre città all’Est
– perché all’Ovest non posso andare – c’è Washington, New York e Filadelfia.
Sì, devo cominciare a studiare queste critiche e poi dialogare un po’.
Domanda (Aura Vistas Miguel):
Santità, che cosa ha provato quando ha visto quella falce e martello con Cristo
sopra, offerto dal Presidente Morales? E dove è finito questo oggetto?
Risposta: Io – è curioso – non
conoscevo questo, e neppure sapevo che Padre Espinal era scultore e anche
poeta. L’ho saputo in questi giorni. L’ho visto e per me è stata una sorpresa.
Secondo: lo si può qualificare come il genere dell’arte di protesta. Per
esempio, a Buenos Aires alcuni anni fa è stata fatta una mostra di uno scultore
bravo, creativo, argentino - adesso è morto -: era arte di protesta, e io
ricordo un’opera che era un Cristo crocifisso che era su un bombardiere che
veniva giù. Era una critica del cristianesimo che è alleato con l’imperialismo
che era il bombardiere. Primo punto, quindi, non sapevo; secondo, io lo
qualifico come arte di protesta che in alcuni casi può essere offensiva, in
alcuni casi. Terzo, in questo caso concreto: Padre Espinal è stato ucciso
nell’anno 80. Era un tempo in cui la teologia della liberazione aveva tanti
filoni diversi, uno di questi era con l’analisi marxista della realtà, e Padre
Espinal apparteneva a questo. Questo sì, lo sapevo, perché in quel tempo io ero
rettore della Facoltà Teologica e si parlava tanto di questo, dei diversi
filoni e di quali ne erano i rappresentanti. Nello stesso anno, il Padre
Generale della Compagnia di Gesù, Padre Arrupe, fece una lettera a tutta la
Compagnia sull’analisi marxista della realtà nella teologia, un po’ fermando
questo, dicendo: no, non va, sono cose diverse, non va, non è giusto. E quattro
anni dopo, nell’84, la Congregazione per la Dottrina della Fede pubblica il
primo volumetto piccolino, la prima dichiarazione sulla teologia della
liberazione, che critica questo. Poi viene il secondo, che apre le prospettive
più cristiane. Sto semplificando. Facciamo l’ermeneutica di quell’epoca.
Espinal è un entusiasta di questa analisi della realtà marxista, ma anche della
teologia, usando il marxismo. Da questo è venuta quell’opera. Anche le poesie
di Espinal sono di quel genere di protesta: era la sua vita, era il suo
pensiero, era un uomo speciale, con tanta genialità umana, e che lottava in
buona fede. Facendo un’ermeneutica del genere io capisco quest’opera. Per me
non è stata un’offesa. Ma ho dovuto fare questa ermeneutica e la dico a voi
perché non ci siano opinioni sbagliate. Quest’oggetto ora lo porto con me,
viene con me. Lei ha sentito forse che il Presidente Morales ha voluto darmi
due onorificenze: una è la più importante della Bolivia e l’altra è dell’Ordine
del Padre Espinal, un nuovo Ordine. Ora, io non ho mai accettato
un’onorificenza, non mi viene… Ma lui lo ha fatto con tanta buona volontà e con
il desiderio di farmi piacere. E ho pensato che questo viene dal popolo della
Bolivia – ho pregato su questo, e ho pensato: se le porto in Vaticano queste
andranno in un museo e nessuno le vedrà. Allora ho pensato di lasciarle alla
Madonna di Copacabana, la Madre della Bolivia, e andranno al Santuario di
Copacabana, alla Madonna, queste due onorificenze che ho consegnato. Invece il
Cristo lo porto con me. Grazie.
Domanda (Anaïs Feuga): Durante la
Messa a Guayaquil Lei ha detto che il Sinodo dovrebbe far maturare un vero
discernimento per trovare soluzioni concrete alle difficoltà delle famiglie. E
poi ha chiesto alla gente di pregare perché persino quello che a noi sembra
impuro, ci scandalizza o ci spaventa, Dio lo possa trasformare in miracolo, ha
detto. Ci può precisare a quali situazioni “impure” o “spaventose” o
“scandalose” Lei si riferiva?
Risposta: Anche qui farò
l’ermeneutica del testo. Stavo
parlando sul miracolo del buon vino [alle nozze di
Cana] e ho detto che le anfore di acqua erano piene, ma erano per la
purificazione. Ossia ogni persona che entrava in quella festa faceva la sua
purificazione e lasciava le sue sporcizie spirituali. E’ un rito di
purificazione prima di entrare in una casa, o anche nel tempio. Un rito che noi
adesso abbiamo nell’acqua benedetta: è rimasto questo di quel rito ebraico. Ho
detto che Gesù fa il più buon vino proprio con l’acqua delle sporcizie, del
peggio. In generale, ho pensato di fare questo commento: la famiglia è in
crisi, lo sappiamo tutti, basta leggere l’Instrumentum
laboris che voi conoscete bene perché è stato
presentato, è lì… A tutto questo io facevo riferimento, in generale: che il
Signore ci purifichi da queste crisi, da tante cose che sono descritte in quel
libro dell’Instrumentum
laboris.
E’ una cosa in genere, non ho pensato a nessun punto particolare. Che ci faccia
migliori, ci faccia famiglie più mature, migliori. La famiglia è in crisi, che
il Signore ci purifichi e andiamo avanti. Ma le particolarità di questa crisi
sono tutte nell’Instrumentum
laboris del Sinodo, che è finito e voi lo avete.
Domanda (Javier Martínez Brocal di
Romereports): Santità, grazie mille per questo dialogo che ci aiuta tanto
personalmente e anche nel nostro lavoro. Faccio la domanda a nome anche di
tutti i giornalisti di lingua spagnola. Abbiamo visto come è andata bene la
mediazione tra Cuba e Stati Uniti. Pensa che si possa fare qualcosa di simile
in altre situazioni delicate del Continente latinoamericano, penso a Venezuela
e penso anche a Colombia? Poi ho una curiosità: penso a mio padre, che ha
qualche anno meno di Lei ma ha la metà delle energie. Lo abbiamo visto in
questo viaggio, lo abbiamo visto in questi due anni e mezzo. Qual è il suo
segreto?
Risposta: Qual è la sua “droga”,
vorrebbe domandare lui… [ride], quella era la domanda!
Il processo fra Cuba e Stati Uniti non è
stato mediazione. Non ha avuto il carattere di mediazione. C’era un desiderio
che era arrivato. Dall’altra parte anche, desiderio… E poi, dico la verità,
questo è stato a gennaio dell’anno scorso; e poi sono passati tre mesi in cui
soltanto ho pregato su questo, non mi sono deciso… ma che cosa si può fare con
questi due, dopo più di cinquant’anni che stanno così? Ma poi il Signore mi ha
fatto pensare a un cardinale. Lui è andato lì, ha parlato, e poi non ho saputo
niente, sono passati mesi e un giorno il Segretario di Stato - che è qui - mi
ha detto: “Domani avremo la seconda riunione con le due équipes” – “Come?” – “
Sì, si parlano, fra i due gruppi si parlano e stanno facendo…”. Da solo è
andato, non è stato mediazione, è stata la buona volontà dei due Paesi; il
merito è loro, sono loro che hanno fatto questo. Noi non abbiamo fatto quasi
nulla, soltanto piccole cose, e a metà dicembre è stato annunciato. Questa è la
storia, davvero, non c’è di più. A me preoccupa in questo momento che non si
fermi il processo di pace in Colombia. Questo devo dirlo e io mi auguro che
questo processo vada avanti e in questo senso noi siamo sempre disposti ad
aiutare, in tanti modi di aiuto. Ma sarebbe una cosa brutta che non possa
andare avanti. Nel Venezuela, la Conferenza episcopale lavora per fare un po’
di pace, ma anche lì non c’è nessuna mediazione. In quello degli Stati Uniti [e
Cuba] è stato il Signore e due circostanze casuali, e poi è andato avanti da
solo. Per la Colombia mi auguro e prego, e dobbiamo pregare, perché non si
fermi questo processo, è un processo che dura da più di cinquant’anni anche lì,
e quanti morti! Ho sentito che sono milioni. Sul Venezuela non ho niente di più
da dirti.
…Ah, la “droga”. Mah, il mate mi aiuta, ma
non ho assaggiato la coca. Questo è chiaro!
Domanda (Ludwig Ring-Eifel - Kna):
Santo Padre, in questo viaggio abbiamo sentito tanti messaggi forti per i
poveri, anche tanti messaggi forti, a volte severi, per i ricchi e i potenti,
ma una cosa che abbiamo sentito pochissimo erano messaggi per la classe media,
cioè la gente che lavora, la gente che paga le tasse, la gente normale, quindi.
La mia domanda è: perché nel magistero del Santo Padre ci stanno così pochi
messaggi per questa classe media? E se ci fosse un tale messaggio, quale
sarebbe?
Risposta: Grazie tante, è una bella
correzione, grazie! Lei ha ragione, è uno sbaglio da parte mia. Devo pensare su
questo. Farò qualche commento ma non per giustificarmi. Lei ha ragione, devo
pensare un po’. Il mondo è polarizzato. La classe media diventa più piccola. La
polarizzazione fra i ricchi e i poveri è grande, questo è vero, e forse questo
mi ha portato a non tenere conto di quello. Parlo del mondo, alcuni Paesi no,
vanno benissimo, ma nel mondo in genere la polarizzazione si vede e il numero
dei poveri è grande. E poi perché parlo dei poveri? Ma perché è al cuore del
Vangelo, e sempre parlo della povertà a partire dal Vangelo, benché sia
sociologica. Poi, sulla classe media ci sono alcune parole che ho detto, però
un po’ “en passant”. Ma la gente semplice, la gente comune, l’operaio... quello
è un grande valore. Ma credo che Lei mi dica una cosa che devo fare, devo
approfondire di più il magistero su questo. La ringrazio. La ringrazio per
l’aiuto. Grazie.
Domanda (Vania De Luca – Rainews
24): Lei in questi giorni ha insistito sulla necessità dei percorsi di
integrazione, di inclusione sociale, contro la mentalità dello scarto. Ha
sostenuto anche progetti che vanno in questa direzione del vivere bene. Anche
se ci ha già detto che deve ancora pensare al viaggio negli Stati Uniti,
toccherà, pensa, questi temi all’Onu, alla Casa Bianca? Pensava anche a quel
viaggio quando ha parlato di queste problematiche?
Risposta: No, pensavo soltanto a
questo viaggio concreto e al mondo in genere. Il debito in questo momento dei
Paesi del mondo è terribile. Tutti i Paesi hanno debiti e vi sono uno o due
Paesi che hanno comprato i debiti dei grandi Paesi. E’ un problema mondiale. Ma
con questo non ho pensato particolarmente al viaggio negli Stati Uniti.
Domanda (Courtney Walsh – Fox
News): Santità, abbiamo parlato un po’ di Cuba, dove Lei va a settembre prima
di andare negli Stati Uniti, e del ruolo che il Vaticano ha avuto nel loro
avvicinamento. Adesso che Cuba avrà un ruolo maggiore nella comunità
internazionale, secondo Lei L’Avana dovrà migliorare la sua reputazione sul
rispetto dei diritti umani e compresa la libertà religiosa? E Lei crede che
Cuba rischia di perdere qualcosa in questo nuovo rapporto con il Paese più
potente del mondo?
Risposta: I diritti umani sono per
tutti e non si rispettano i diritti umani soltanto in uno o due Paesi. Io dirò
che in tanti Paesi del mondo non si rispettano i diritti umani, in tanti Paesi
del mondo! E cosa perde Cuba e cosa perdono gli Stati Uniti? Tutti e due
guadagneranno qualcosa e perderanno qualcosa, perché in un negoziato è così. Ma
quello che guadagneranno tutti e due è la pace. Questo è sicuro. L’incontro,
l’amicizia, la collaborazione: questo è il guadagno. Che cosa perderanno non
riesco a pensarlo, saranno cose concrete, ma sempre in un negoziato si guadagna
e si perde. Tornando sui diritti umani e sulla libertà religiosa, ma pensate:
nel mondo ci sono Paesi, anche qualche Paese europeo, che non ti lascia fare un
segno religioso, per diversi motivi. E in altri continenti lo stesso. Sì,
questo. La libertà religiosa non è rispettata in tutto il mondo, ci sono tanti
Paesi in cui non è rispettata.
Domanda (Benedicte Lutaud):
Santità, Lei si pone come nuovo leader mondiale delle politiche alternative;
vorrei sapere perché punta molto sui movimenti popolari e meno sul mondo
dell’impresa, e se Lei pensa che la Chiesa La seguirà nella Sua mano tesa verso
i movimenti popolari che sono molto laici.
Risposta: Grazie! Il mondo dei
movimenti popolari è una realtà; è una realtà molto grande, in tutto il mondo.
Io che ho fatto? Ciò che ho fatto è dare a loro la dottrina sociale della
Chiesa, lo stesso che faccio con il mondo dell’impresa. C’è una dottrina
sociale della Chiesa. Se Lei legge quello
che ho detto ai movimenti popolari, che è un discorso abbastanza grande, è un
riassunto della dottrina sociale della Chiesa, ma applicata alla loro
situazione. Ma è la dottrina sociale della Chiesa. Tutto quello che ho detto è
dottrina sociale della Chiesa, e quando devo parlare al mondo dell’impresa dico
lo stesso, cioè che cosa dice del mondo dell’impresa la dottrina sociale della
Chiesa. Per esempio nella Laudato
si’ c’è una parte sul bene comune e anche sul
debito sociale della proprietà privata che va in quel senso; ma è applicare la
dottrina sociale della Chiesa.
Domanda (continuazione): Lei pensa
che la Chiesa La seguirà in questa mano tesa?
Risposta: Sono io che seguo la
Chiesa qui, perché semplicemente predico la dottrina sociale della Chiesa a
questo movimento. Non è una mano tesa con un nemico, non è un fatto politico,
no. E’ un fatto catechetico. Voglio che questo sia chiaro. Grazie.
Domanda (Cristina Cabrejas): Santo
Padre, non ha un po’ paura che Lei e i suoi discorsi siano strumentalizzati dai
governi, dai gruppi di potere, dai movimenti. Grazie.
Risposta: Un po’ ripeto quello che
ho detto all’inizio. Ogni parola, ogni frase di un discorso può essere
strumentalizzata. E’ quello che mi domandava il giornalista ecuadoriano.
Proprio la stessa frase, alcuni dicevano che era pro-governo e gli altri che
era contro il governo. Per questo mi sono permesso di parlare della ermeneutica
totale. E sempre sono strumentalizzati. Alcune volte vengono notizie che
prendono una frase e poi fuori contesto. Sì, non ho paura, semplicemente dico:
guardate il contesto! Se sbaglio, con un po’ di vergogna chiedo scusa e vado
avanti.
Domanda (continuazione): Mi
permetta una battuta: che cosa pensa di tutte queste “autofoto”, “selfie”,
durante la Messa, che si fanno i giovani, i bambini, i colleghi?...
Risposta: Cosa penso? E’ un’altra
cultura. Mi sento bisnonno. Oggi, nel congedarmi, un poliziotto, grande, avrà
avuto quarant’anni, mi ha detto: mi faccio un selfie. Gli ho detto: ma tu sei
un adolescente! Si è un’altra cultura, ma la rispetto.
Domanda (Andrea Tornielli): Santo
Padre, in sintesi, che messaggio ha voluto dare alla Chiesa latinoamericana in
questi giorni? E che ruolo può avere la Chiesa latinoamericana, anche come
segno nel mondo?
Risposta: La Chiesa latinoamericana
ha una grande ricchezza: è una Chiesa giovane, e questo è importante. Una
Chiesa giovane con una certa freschezza, anche con alcune informalità, non
tanto formale. Inoltre ha una teologia ricca, di ricerca. Io ho voluto dare
coraggio a questa Chiesa giovane e credo che questa Chiesa può dare tanto a
noi. Dico una cosa che mi ha colpito tanto. In tutti e tre i Paesi, tutti e
tre, c’erano lungo le strade i papà e le mamme con i bambini; facevano vedere i
bambini. Mai ho visto tanti bambini, tanti bambini. E’ un popolo – e anche la
Chiesa è così – che è una lezione per noi, per l’Europa, dove il calo delle
nascite spaventa un po’, e anche le politiche per aiutare le famiglie numerose
sono poche. Penso alla Francia che ha una bella politica per aiutare le
famiglie numerose ed è arrivata, credo, a più del due per cento, mentre altri
sono vicini allo zero, anche se non tutti. Credo che in Albania il 45 per
cento, ma in Paraguay oltre il 70 per cento della popolazione sia dai 40 anni
in giù. La ricchezza di questo popolo e di questa Chiesa è che si tratta di una
Chiesa viva. E’ una ricchezza, una Chiesa di vita. Questo è importante. Credo
che noi dobbiamo imparare da questo e correggere, perché altrimenti, se non
vengono i figli… E’ quello che mi tocca tanto dello “scarto”: si scartano i
bambini, si scartano gli anziani, con la mancanza di lavoro si scartano i
giovani. Per questo i popoli nuovi, i popoli giovani ci danno più forza. Per la
Chiesa, che direi una Chiesa giovane – con tanti problemi, perché ne ha di
problemi – credo che questo sia il messaggio che io trovo: non avere paura per
questa gioventù e questa freschezza della Chiesa. Può essere anche una Chiesa
un po’ indisciplinata, ma col tempo si disciplinerà, e ci dà tanto di buono.
“Desde hace algunos años, Paraguay se está
comprometiendo en la construcción de un proyecto democrático sólido y estable.
Y es justo reconocer con satisfacción lo mucho que se ha avanzado en este
camino gracias al esfuerzo de todos, aun en medio de grandes dificultades e
incertidumbres. Los animo a que sigan trabajando con todas sus fuerzas para
consolidar las estructuras e instituciones democráticas que den respuesta a las
justas aspiraciones de los ciudadanos. La forma de gobierno adoptada en su
Constitución, «democracia representativa, participativa y pluralista», basada
en la promoción y respeto de los derechos humanos, nos aleja de la tentación de
la democracia formal, que Aparecida definía como la que se «contentaba con
estar fundada en la limpieza de procesos electorales» (cf. Aparecida,
74). Esa
es una democracia formal”.
Espinal
è un entusiasta di questa analisi della realtà marxista, ma anche della
teologia, usando il marxismo. Da
questo è venuta quell’opera.
Buenas tardes, queridas hermanas y hermanos, me
detuve aquí para saludarlos y sobre todo para recordar. Recordar un hermano, un
hermano nuestro, víctima de intereses que no querían que se luchara por la
libertad de Bolivia. El P. Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó
y por eso lo eliminaron. Hagamos un minuto de silencio en oración y después
recemos todos juntos. (silencio). Que el Señor tenga en su gloria al P. Luis
Espinal que predicó el Evangelio, ese Evangelio que nos trae la libertad, que
nos hace libres, como todo hijo de Dios. Jesús nos trajo esa libertad, él
predicó ese Evangelio. Que Jesús lo tenga junto a Él. Dale Señor el descanso
Eterno y brille para él la luz que no tiene fin. Que descanse en paz.