2 de septiembre de 2015

¿Por qué fracasan los países?

A modo de introducción

Acabo de terminar de leer un libro con ese título escrito por James A. Robinson de la Universidad de Harvard y Daron Acemoglu del MIT. Es uno de esos escasos libros que te hacen entender mejor, con una tesis sencilla, por qué el mundo es como es. Tres son los libros que merecen para mí ese mérito: “El estudio de la historia” de Arnold J. Toynbee, “Germs, guns and steel” de Jarret Diamond y éste[1]. He leído muchos otros libros de historia muy buenos, pero estos tres ofrecen interpretaciones globales de por qué la historia se ha desarrollado como lo ha hecho.

Evidentemente, la tesis de estos libros es discutible y hay, de hecho, contradicciones entre ellos en puntos concretos, pero los tres están sólidamente fundados en hechos empíricos. De hecho, en algunos momentos, su lectura se hace muy densa porque, para apoyar cada parte de sus tesis, recurren a multitud de situaciones históricas que narran con prolijidad. Esto los hace enciclopédicos pero, a veces, un poco tediosos. Pero precisamente por ello, no es fácil discrepar radicalmente de sus tesis y hacen falta sólidos conocimientos de la historia para ello. Es su intento de explicación global con tesis relativamente sencillas –que no simples–, así como su estructura y metodología, lo que hace similares y grandes a estos tres libros. Pero ese intento de explicación global y a la vez sencilla de la estructura causal de la historia es también su talón de Aquiles, porque los hace un poco unidireccionales. Por tanto, es buena una cierta dosis de escepticismo a la hora de aceptar esa totalidad explicativa, aunque las tesis sean muy iluminadoras. En todos ellos, sus autores usan de términos acuñados por ellos mismos que requieren una cierta explicación.

En las siguientes páginas intentaré resumir, lo más brevemente posible y procurando usar el bagaje histórico estrictamente necesario, la tesis del libro que da título a este artículo, teniendo para ello que aclarar esos términos específicos de los que he hablado en el párrafo anterior. No podré evitar que en el resumen se mezclen ideas mías. Sin embargo, cuando sea capaz de identificarlas, las señalare poniéndolas en cursiva.

Condiciones que producen el éxito o el fracaso económico de los países

Según los autores de este libro, los países que han tenido éxito económico en la historia son aquellos en los que se han dado dos condiciones:

1ª Que hayan logrado tener un poder lo suficientemente centralizado como para garantizar un mínimo de seguridad, ley y orden y

2ª que hayan sido capaces de transformar las instituciones políticas y económicas de extractivas en inclusivas. Las instituciones políticas extractivas son aquellas en las que una exigua minoría oligárquica es capaz de tener un poder casi omnímodo que, ejercido despóticamente en su provecho, permite que sea sólo esa misma oligarquía la que pueda acceder a la riqueza, vedando completamente el acceso a la misma del resto de la población, a la que somete para extraer de ella toda la riqueza, sumiéndola por tanto en la pobreza. Es decir, las instituciones políticas extractivas generan instituciones económicas extractivas. Y, a su vez, estas instituciones económicas extractivas retroalimentan a las estructuras políticas para que puedan mantener su carácter. Por el contrario, las instituciones políticas y económicas inclusivas son aquellas en las que el poder político se encuentra razonablemente distribuido entre toda la sociedad, en la que hay intereses diferentes que se contrapesan unos a otros y en las que la inclusividad política crea seguridad jurídica, en especial la seguridad de la propiedad, es decir, la garantía de que lo que uno consiga con su esfuerzo y/o su inversión va a ser fundamentalmente para él.

La causa del fracaso de los países as la ausencia de cualquiera de estas dos condiciones.

El círculo virtuoso de la inclusividad

Las instituciones políticas y económicas extractivas crean, como se ha visto una realimentación, digamos un círculo vicioso, que pocos países han sido capaces de romper a lo largo de la historia. Efectivamente, si nos remontamos a unos 500 años atrás, TODAS las instituciones políticas y económicas de TODOS los países del mundo habían sido SIEMPRE de tipo extractivo. Sin embargo hoy, en ciertos países del mundo como, básicamente, Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá, Australia y Nueva Zelanda o Japón, se dan instituciones que, sin ser perfecta y absolutamente inclusivas, se acercan mucho a ello. Podríamos decir que no sólo se ha roto el círculo vicioso de la extractividad, sino que se ha iniciado hace siglos un círculo virtuoso de inclusividad que ha hecho que en ellos se produzca un progreso económico y político sin precedentes. En algunos otros países, lenta y laboriosamente, se está iniciando este círculo virtuoso que parece estar sacándolos, con muchas vicisitudes y no sin sufrimientos y contradicciones, de la pobreza extrema y generalizada. Pero, desgraciadamente, hay otros en los que el círculo vicioso mantiene toda su fuerza y los condena a la más dura y terrible pobreza. Efectivamente, en la España o en la Inglaterra del siglo XIII era una norma casi ineludible que el que nacía pobre moriría pobre. Existía la nobleza, que se nutría de rentas e impuestos que cobraba al pueblo llano. En ambos países existía el estamento de los siervos de la gleba, unidos a la tierra, de la que no podía emanciparse y que tenía que trabajar para su señor permaneciendo en el límite de subsistencia[2], si bien es cierto que el señor adquiría la obligación –no siempre posible o cumplida– de garantizar esa subsistencia. ¿Qué proceso se ha desarrollado para que se haya producido el cambio que ha hecho de España o Inglaterra países prósperos? Aquí, la tesis introduce dos nuevos conceptos que conviene describir y que después es imprescindible desarrollar con algunas de las situaciones históricas descritas en el libro.

Por un lado está la llamada deriva institucional. Son cambios casi imperceptibles en las instituciones, totalmente contingentes y aparentemente pequeños, que pueden producirse por una enorme cantidad de causas de muy diversa índole, y que de ninguna manera tienen un carácter determinista. Por otro lado están las llamadas coyunturas críticas. Son situaciones históricas de gran amplitud e impacto que interactúan con los pequeños cambios producidos por la deriva institucional y que hacen que las pequeñas  variaciones creadas por éstas se amplifiquen o cambien de rumbo. Los científicos han definido el llamado efecto mariposa, según el cual, muy pequeñas variaciones en las condiciones iniciales de un sistema físico puede traducirse en enormes diferencias con el paso del tiempo. Éste podría ser un símil de la interacción entre la deriva institucional y las coyunturas críticas. Cuando una pequeña deriva institucional es amplificada por una coyuntura crítica, hace que la nueva estructura institucional, ya más diferencial, pueda generar a su vez una nueva coyuntura crítica e interaccionar con ella, realimentando el proceso.

Vayamos a la historia. En la Europa occidental, el poder real estaba siendo, ya en el siglo XIII, cortapisado por restricciones impuestas por la nobleza. En Inglaterra fue la Carta Magna, impuesta al rey Juan I por sus barones en 1215. En Castilla, Aragón o Francia, la nobleza había impuesto a la realeza distintos tipos de Cortes o Estados Generales. De una u otra manera, esto había iniciado una alianza de la realeza con una incipiente clase burguesa y habían empezado a aparecer los burgos o ciudades con privilegios reales. Por supuesto, este fenómeno no se produjo porque alguien soñase, ni remotamente, en una sociedad democrática ni nada por el estilo. Fue una lucha de un poder extractivo concentrado casi exclusivamente en una persona y un intento de un círculo ligeramente más amplio por acceder a algunos de esos privilegios o por librarse de algún mecanismo de extracción. Ni una gota de espíritu democrático. Ni un atisbo de finalidad histórica. Pero esta deriva institucional no se produjo en la Europa de Este, en países como Polonia o Rusia. En estas circunstancias, en el siglo XIV se extendió por toda Europa la peste negra, que supuso que muriera un porcentaje muy importante de los habitantes de Europa. Ya tenemos una deriva institucional y una coyuntura crítica. En Europa Occidental, el hecho de que disminuyese la mano de obra agraria servil por causa de la peste hizo que se estableciese una notable competencia por ella y, al mismo tiempo, la existencia incipiente de los fueros de los burgos, daba a esa mano de obra una alternativa de escape. Esto supuso el principio del fin de la servidumbre de la gleba en Europa Occidental. Pero en la Europa Oriental, la ausencia de esa deriva institucional, hizo que la servidumbre, en vez de desaparecer, se recrudeciese, dando lugar a la más férrea y terrible aún, segunda servidumbre.

Más tarde, en el siglo XVI, tras su descubrimiento en 1492, se produce la conquista y explotación de América. Los primeros en llegar, los españoles, lo hicieron a México y, poco más tarde, al Perú. Allí encontraron sendas poderosas civilizaciones con instituciones políticas y económicas terriblemente extractivas que esclavizaban a sus súbditos y a los prisioneros de guerra, amén de realizar sacrificios humanos. Pero los conquistadores españoles, lejos de suprimir estas instituciones políticas y económicas extractivas, las mimetizaron, tras descabezar ambos imperios, para utilizarlas en su provecho y en el de la Corona. Ello hizo que necesitasen mantener con vida a los indios y, además, importar mano de obra esclava del África negra. Ciertamente, por muy terribles que fuesen las instituciones extractivas españolas, eran bastante más suaves que las que encontraron, entre otras cosas porque desde el principio la Santa Sede prohibió esclavizar a los indígenas y la Corona española acató esta prohibición. Más bien se estableció algo parecido a la servidumbre de la gleba que ya había desaparecido de Europa, creando una institución muy similar: la encomienda para las explotaciones agrarias y la mita para las mineras. Pero, a pesar de no ser mano de obra esclava, las condiciones de explotación de los indios eran terriblemente duras. A pesar de todo, la crueldad que se puede atribuir a las encomiendas y las mitas, era notablemente inferior a la que había antes de la llegada de los españoles y no puede extenderse a los religiosos de distintas órdenes que acompañaron a los conquistadores y que, en general, apoyaron la humanización de estas instituciones y las condenaron, a veces con enorme dureza. Tal fue la presión, sobre todo de los dominicos, fundadores de la llamada Escuela de Salamanca, que el Emperador Carlos llegó a promulgar las llamadas “Leyes de Indias de 1542” que, si bien nunca llegaron a cumplirse, fueron un fenómeno inédito en la historia en la que un conquistador se pregunta por la licitud y los límites de sus derechos de conquista e intenta imponerles límites y contribuyeron, sin duda, a una mayor suavización de la explotación[3]. Por otro lado, tras la independencia de estos países respecto a la Corona española, las instituciones no se hicieron menos extractivas para las razas autóctonas, sino todavía más, bajo el dominio de las minorías criollas.

Un siglo más tarde, cuando, tras la destrucción de la Armada Invencible, en 1588, ya bajo Felipe II, Inglaterra empezó a desarrollar su poderío naval y pudo poner un pie en América, sólo la costa de América del Norte estaba disponible, desde el norte de la Florida. Por supuesto, los ingleses no eran mejores que los españoles y llegaron con la idea de repetir el esquema extractivo de éstos. Pero no encontraron ninguna civilización con la que poder repetir el sistema, sino únicamente un país pobremente poblado por cazadores-recolectores nómadas difícilmente controlables. Por supuesto, intentaron implantar un sistema extractivo sustitutorio, basado en colonos traídos de Inglaterra y explotados por la Compañía de Virginia, en vez de basarse en las poblaciones autóctonas. Pero estos colonos, aún procedentes de una sociedad extractiva como la inglesa del siglo XVI, eran mucho menos manejables que los súbditos casi esclavos de las civilizaciones azteca e inca. Estos colonos pronto empezaron emanciparse, a organizarse y a exigir a la lejana corona inglesa un cierto grado de participación política en la administración de las colonias y el acceso a buena parte de la riqueza que pudieran crear con su propio trabajo. Estos hitos hicieron que, sin que el resultado pudiese considerarse, ni mucho menos, una sociedad democrática, sí se produjese una mayor inclusión, tanto política como económica[4]. Se les concedió a los colonos una cierta cantidad de tierra por cada persona de la unidad familiar, contando a los esclavos. De esta manera, los indios autóctonos eran totalmente prescindibles y a medida que las colonias avanzaban palmo a palmo hacia el oeste expulsando a los pieles rojas, se produjo una guerra sin cuartel entre indios y colonos que acabó con el práctico exterminios de aquéllos, mientras que crecía el número de esclavos negros. Es evidente que, por muy cruel que fuese la explotación de los indios por los españoles, las razas autóctonas de Sudamérica han sobrevivido mientras que las de Norteamérica han desaparecido casi absolutamente. Qué hubiese pasado si la conquista se hubiese producido al revés, el sur para los ingleses en el siglo XVI y el norte para los españoles en el XVII, es una cuestión imposible de contestar. Los futuribles históricos, los “¿qué hubiera pasado sí?”, además de ser inútiles, tienen siempre mucho de pura elucubración.

El descubrimiento y colonización de América dio lugar a otra coyuntura crítica: el comercio a través del Atlántico. Pero la deriva institucional había dado lugar, en este caso, a diferentes situaciones de partida entre Castilla y Aragón e Inglaterra. En la primera, las Cortes que databan del siglo XII, eran convocadas por los monarcas a su voluntad y sólo para la autorización de cierto tipo de impuestos, por lo que, en la práctica se reunían con poca frecuencia. En cambio en Inglaterra, las cláusulas de la Carta Magna, impuesta en 1215 por los barones ingleses a Juan I, probablemente el peor rey que haya tenido este país, estipulaban la libertad de comercio para todos los ingleses y extranjeros. Pero, más importante, instituyó un Consejo de veinticinco barones, elegidos entre ellos, a los que cualquier inglés libre podía recurrir para dirimir cualquier cuestión en todo lo que considerase que la Corona usurpaba injustamente sus derechos o propiedades. Esto supuso un paso adelante en la seguridad de los títulos de propiedad. Hasta tal punto la Carta Magna limitaba el poder real que el Papa Inocencio III intentó que fuese revocada por considerar que atentaba contra el poder real de derecho divino. Y ello, a pesar de que daba una notable libertad a la Iglesia frente al poder real y de haber sido defendida por Stephen Langdon, Obispo de Canterbury impuesto por él, tras una fuerte pugna con el rey Juan. Por supuesto, el rey intentó revocar la Carta Magna tan pronto como se vio libre de la presión de los barones. Pero éstos no dudaron en apoyar un intento de invasión de Inglaterra por los franceses en tanto en cuanto Juan I no la ratificase. Y a partir de ese momento, a los reyes ingleses no les quedó más remedio que respetar la Carta Magna por más que muchos intentasen anularla. Por tanto, cuando Inglaterra empezó el comercio transatlántico estaba, ya en la segunda mitad del siglo XVI más avanzada que Francia, Castilla o España en el desarrollo de instituciones políticas y económicas inclusivas. Esta coyuntura crítica no hizo sino aumentar esa ventaja.

Debido a esta deriva institucional a ambos lados del Atlántico, la Corona inglesa no pudo arrogarse, como lo hizo la española, el monopolio del comercio de ultramar. Esto hizo que los frutos de ese comercio incluyesen a un gran número de comerciantes de uno y otro lado del océano, lo que creó instituciones económicas más inclusivas que, a su vez, dieron impulso al círculo virtuoso de las instituciones políticas inclusivas. En cambio, este impulso no se produjo en España donde la corona siguió gozando del monopolio extractivo de la riqueza para ella y para aquéllos a los que ésta quisiera conceder el privilegio de monopolios.

En estas condiciones, cuando se instauró la dinastía Estuardo en Inglaterra, tras el fin de la dinastía Tudor, sus reyes intentaron dar marcha atrás al proceso de inclusividad iniciado. Pero ya era tarde para ello. En vez de eso, lo que consiguieron fue que, como reacción a su intento, se produjese una vuelta más en el círculo virtuoso de la inclusividad. A lo largo de casi todo el siglo XVII se produjo un largo enfrentamiento entre reyes de esta dinastía y el Parlamento. Este enfrentamiento, que le costó la cabeza al rey Carlos I, trajo el protectorado de Oliver Cromwell y, tras la restauración de la dinastía y sus nuevos y continuados intentos absolutistas, el Parlamento, con ayuda de círculos sociales cada vez más amplios, destituyó al rey Jacobo II y trajo como rey a Guillermo de Orange, casado con la hija del rey depuesto. Pero este rey sabía que, aunque su mujer fuese hija de Jacobo II, debía su nombramiento al Parlamento, no a ningún derecho de sucesión que, de hecho, fue conculcado. Ésta fue la llamada Revolución Gloriosa[5] que hizo aún más inclusivas las instituciones políticas y económicas de Inglaterra y sus colonias americanas. Empezó a haber en el parlamento un estamento, llamado gentry, es decir, gente común. Pero además, el Parlamento recibía y daba curso a peticiones hechas al mismo por grupos externos no representados en él. Es decir, empezó a formarse una sociedad civil que hacía oír su voz en el Parlamento. Todo esto afianzó todavía más la seguridad jurídica de la propiedad. Por si cabía duda de que era el parlamento y no el derecho divino el que nombraba a los reyes, tras la muerte sin hijos de Guillermo de Orange y de la siguiente reina de Inglaterra y Escocia, Ana I, también hija del depuesto rey Jacobo II, el parlamento decidió nombrar al descendiente más próximo de Jacobo I, el primer Estuardo, que no fuese católico. Esto hizo que la monarquía recayese en Jorge I, de la casa de Hannover, bisnieto de Jacobo I por vía doblemente materna y alemán. Mientras en Inglaterra el Parlamento nombraba reyes y se ampliaba, en España reinaba Carlos II el último eslabón de los Habsburgo españoles que, al morir sin descendencia dio paso a una rama de la dinastía borbónica en España. Absolutismo en estado puro. El hueco en lo que a instituciones inclusivas se refiere, seguía ampliándose, tanto con Inglaterra como con las colonias americanas de este país. Algo similar ocurrió en las colonias inglesas de Australia a partir de que en 1788 se produjera el primer asentamiento estable de presos y guardias ingleses en Port Jackson, donde ahora se encuentra Sidney. Tras la pérdida de las colonias americanas por Inglaterra, Australia se convirtió en el destino de los presos más incómodos en las islas. Allí también se inició poco después el círculo virtuoso de la inclusividad, a pesar del origen atrabiliario de su población europea inicial. A diferencia de lo que pasó con los indios en América del Norte, los aborígenes de Australia se libraron de la extinción casi total porque este vasto continente tiene inmensas zonas inhóspitas que los colonos ingleses ni podían ni querían ocupar.

En esta situación, no es de extrañar que, en el siglo XVIII, fuera en Inglaterra y en sus colonias americanas, que a finales de ese siglo se independizaron formando los Estados Unidos, donde se produjeran los cambios sociales y tecnológicos que dieron paso a la revolución industrial. Sólo la seguridad jurídica y de propiedad crean los incentivos necesarios para que el ingenio humano piense maneras más eficientes de hacer las cosas. Y sólo en estos dos países se daba esa seguridad en suficiente grado. De hecho fue en estos países en los que se reintrodujo de manera efectiva la garantía de la propiedad intelectual mediante patentes. Esto aportaba la seguridad suficiente para que apareciesen personas nuevas con ideas nuevas en el escenario económico y político. De esta forma se produjo una auténtica explosión de desarrollos tecnológicos.

Y este desarrollo tecnológico hizo que apareciese un fenómeno que el sociólogo alemán Werner Sombart bautizó con el nombre, más tarde popularizado por Joseph Schumpeter, de destrucción creativa. Significa esto que, cada vez que el ingenio y la iniciativa humanos descubren una nueva tecnología o una nueva forma mejor de hacer las cosas, se produce la obsolescencia de las viejas formas. Esto supone una radical redistribución de la riqueza basada en los méritos. Las personas creativas y con iniciativa, aún siendo pobres, pueden acceder, si hay un sistema financiero sólido, a capitales y enriquecerse, ampliando de esta forma el círculo de la inclusividad, primero económica y, luego, por el funcionamiento del círculo virtuoso, política. Hay mucha gente que piensa que esto de la destrucción creativa es poco menos que diabólico porque, efectivamente, produce ganadores y perdedores y porque el desarrollo tecnológico consigue que para hacer lo mismo sean necesarias muchas menos horas de trabajo. Por ejemplo, antes de la evolución industrial, hilar 100 libras de algodón requería 50.000 horas de trabajo. En 1779, menos de un siglo más tarde este tiempo se redujo a 135, es decir, casi 400 veces menos. Esto llevó a ciertos economistas, del siglo XVIII a formular la llamada ley de hierro de los salarios –expuesta más tarde por David Ricardo en una obra con ese título–, según la cual, los salarios estaban condenados a mantenerse en un mínimo de subsistencia vital. Pocas predicciones económicas han resultado más falsas que ésta.

Pero es gracias a la destrucción creativa por lo que han desaparecido casi totalmente las velas como método de iluminación a manos de la luz eléctrica y lo mismo ocurrió con los viajes en transatlántico con la invención del avión o con la industria de fabricación de látigos con la llegada del automóvil. En Londres de principios del siglo XX, había una legión de personas trabajando para la evacuación de la caca de caballo de sus calles. La destrucción creativa ha existido siempre desde que existe el ser humano, desde la industria lítica. Pero la revolución industrial, unida al fácil acceso de capitales por parte de los innovadores a través de un sistema financiero sólido y de la aparición de las bolsas de valores, ha acelerado enormemente este proceso. Cierto que hay en él ganadores y perdedores, pero eso aumenta la igualdad de oportunidades y la inclusión. El análisis de las patentes que empezaron a realizarse a partir de mediados del siglo XVIII en Inglaterra y los Estados Unidos, revela, además de un crecimiento explosivo de las mismas, que una gran mayoría de ellas las realizaron personas de origen humilde que, en muchos casos se enriquecieron. Sin la destrucción creativa, seguiríamos en la edad de piedra.

Como hemos visto, el resto de Europa Occidental se había quedado rezagada respecto de Inglaterra y los Estados Unidos en el proceso de inclusividad, aunque no tanto como la Europa del Este. Cuando esos primeros países estaban ya claramente en la senda de la inclusividad, Francia y España tenían todavía sistemas absolutistas bastante extractivos y Alemania e Italia, por distintas causas, no habían sido capaces de crear un Estado centralizado suficientemente fuerte. Pero ese proceso de inclusividad era “olfateado” por personas de esos países que estaban excluidos y que sufrían la extracción de la minoría dominante. Y como en una olla cerrada en la que la presión aumenta sin escape posible, era perfectamente razonable pensar que la olla pudiera explotar. Y en Europa Occidental lo hizo en Francia. Y lo hizo de una manera terriblemente sangrienta y dolorosa como fue la revolución francesa. Lo que en Inglaterra se fue logrando poco a poco, a lo largo de siglos, y al coste de sólo una cabeza, la del rey Carlos I Estuardo, en Francia se hizo en un par de décadas y con enormes sufrimientos, derramamiento de sangre y muerte de decenas de miles de personas. Pero tras el Terror de Robespierre y las sangrientas guerras napoleónicas, no sin procesos de retroceso hacia el absolutismo y de nuevas revoluciones, las sociedades del resto de los países de la Europa Occidental, en distinta medida unos y otros, se encontraron inmersos en un proceso de inclusividad. No sé si el beneficio mereció el coste, pero así fue la historia. Y esa es una norma casi general de la historia. Lo que no se hace paulatinamente a través de un proceso evolutivo, suele ocurrir de forma violenta, como el estallido de una olla a presión o como la rotura de la presa de un enorme embalse.

Creo que lo dicho hasta ahora ilustra el círculo virtuoso de la inclusividad y de esto se puede sacar una conclusión importante. No hay ningún determinismo a priori que imponga que el círculo de la inclusividad tenga que ocurrir en un país o en otro, sea liderado por una raza u otra o deba aparecer en una latitud u otra. No hay culturas que supongan una ventaja a priori. No hay ningún a priori que pudiera impedir que el proceso de inclusividad se hubiese iniciado en la civilización inca o azteca, o en el Imperio chino o mogol, o en España en vez de en Inglaterra. Si se hubiese producido una determinada deriva institucional en el México o Perú en el siglo X, tal vez Europa hubiese sido colonizada por uno de esos países. Si el rey Juan de Inglaterra no hubiese pretendido estrujar a los barones ingleses, tal vez no hubiese existido la Carta Magna. Si la Corona de España se hubiese visto constreñida para no poder reservarse privilegios monopolistas, la revolución industrial podría haber empezado tal vez en la península ibérica. Si alguien hubiese visto la situación del mundo tras la retirada del Imperio romano del país de los anglos o incluso en el siglo XI tras la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, jamás hubiese apostado por esa isla como la futura líder del desarrollo económico. Si el elector de Baviera José Fernando hubiese llegado a suceder al rey de España Carlos II, bajo la regencia del cardenal Portocarrero, como habían pactado las grandes potencias, en vez de morir a los siete años, probablemente no hubiese tenido lugar la guerra de sucesión española y tal vez pudieran España o Francia haberse iniciado en el sendero de la inclusividad y no hubiese habido revolución francesa. Si Rusia hubiese tenido una deriva institucional diferente en los siglos XII y XIII, tal vez la peste negra del siglo XIV la hubiese liberado de la servidumbre de la gleba y hubiese podido ser el motor de la inclusividad. Etc., etc., etc. No hay absolutamente nada que haga necesario que el desarrollo de la inclusividad y, por tanto de la riqueza, haya ocurrido donde y como ha ocurrido[6]. No existe ningún determinismo. El círculo virtuoso de la inclusividad es un fenómeno absolutamente contingente que podría haberse producido en cualquier otro sitio y por muchos otros caminos. Así es la historia, afortunadamente. Acontecimientos o personas aparentemente poco relevantes pueden hacer que tome un rumbo distinto que pudiera parecer imposible un siglo antes. Ningún camino está escrito ni condicionado. En última instancia, la historia la escribimos los hombres con nuestra libertad, que es el don más preciado y más peligroso que ha recibido la humanidad.

Descrito con ejemplos históricos el círculo virtuoso de la inclusividad, es importante ver que éste nunca tiene garantizada su supervivencia. Otro ejemplo histórico puede ilustrar esto. Venecia inició poco después de su independencia del imperio bizantino, en el 810, una institución llamada la commenda, según la cual, en una expedición comercial había dos socios. Uno que ponía el dinero y permanecía cómodamente en Venecia y otro que iba con la expedición sin poner dinero. Si la expedición tenía éxito, ambos socios se repartían los beneficios, 75%/25% si el socio expedicionario no había puesto nada, o al 50% si había puesto el 33%. Esta institución económica, eminentemente inclusiva, permitía que muchos venecianos accediesen a la riqueza y fomentó una expansión impresionante del comercio. A su vez, los nuevos ricos exigían una creciente representación política. Se puso en marcha el círculo virtuoso de la inclusividad y Venecia llegó a ser una república enormemente próspera. Pero en el siglo XIV, las clases que tenían el poder decidieron que no querían seguir compartiéndolo ni política ni económicamente. Se produjo un cambio, conocido como la serrata. Se cerró el Gran Consejo para los de fuera y se prohibieron los contratos de commenda. Además la República se arrogó casi completamente el monopolio del comercio y elevó de forma notable los impuestos. Roto el círculo virtuoso de la inclusividad, Venecia inició un declive que acabó con su prosperidad y acabó siendo lo que es hoy en día: una espléndida ciudad-museo que vive casi exclusivamente del turismo que va a ella atraído por las maravillas creadas por la Venecia poderosa y próspera, fruto de sus instituciones inclusivas.

Sin embargo, aunque siempre es posible que se rompa el círculo virtuoso de la inclusividad, esta ruptura es tanto más difícil cuanto más avanzado está el proceso. Esto es así porque estando el poder muy distribuido entre grupos con intereses diferentes, es difícil que un grupo relativamente pequeño se imponga al resto de los grupos de interés, aunque éstos sean diferentes entre sí. Además, el incentivo para que un grupo empiece una aventura para romper la inclusividad es cada vez menor, ya que la relación coste beneficio se hace cada vez más desfavorable a esa aventura.

El círculo vicioso de la extracción

Frente al círculo virtuoso de la inclusión se encuentra el círculo vicioso de la extracción. En realidad creo que el círculo virtuoso de la inclusión debería visualizarse más como una espiral, porque en cada vuelta lleva a una posición mejor que la anterior. Sin embargo, el círculo vicioso de la extracción es realmente un círculo, estancado siempre en el mismo plano o, en el peor de los casos es también una espiral, pero hacia el abismo. Como ha quedado dicho al principio, la humanidad ha estado siempre estancada en el círculo vicioso de la extracción. Veamos cómo funciona este círculo vicioso. En él, una exigua minoría de la sociedad tiene un poder político absoluto y totalitario sobre el resto y usa ese poder para asignar quién va a ganar dinero y cuanto. Naturalmente, ese quién es, en primer lugar esa misma minoría, aunque a veces hay otro pequeño círculo, externo a ella, de otra estrecha capa de la sociedad a la que el núcleo interno necesita para mantener su poder. Esto cristaliza en instituciones políticas extractivas que generan instituciones económicas también extractivas que obtienen su riqueza a través de la explotación de la inmensa mayoría de la población a la que, por supuesto, niegan el acceso a la más mínima parte de poder político, lo que perpetúa las instituciones políticas extractivas que, a su vez mantienen las instituciones políticas extractivas… ya tenemos el círculo vicioso de la extracción funcionando y autoperpetuándose. A veces se parte de la ingenua creencia de que la perpetuación de la pobreza en los países que sufren estos círculos viciosos extractivos se debe a que sus dirigentes no saben cómo hacer para librar a sus pueblos de la pobreza. Nada más lejos de la realidad. Las minorías extractivas de estos países no quieren, de ninguna manera acabar con la pobreza en sus países porque ello significaría que ellos tendrían que renunciar a las inmensas riquezas que obtienen mediante la extracción económica de sus pueblos, cosa a la que de ninguna manera están dispuestos. Muy al contrario, estas minorías extractivas son las primeras que quieren que el circulo vicioso se perpetúe, sin importarles lo más mínimo que sea a costa de la miseria de sus pueblos, que es condición sine qua non de su riqueza.

Pero el círculo vicioso se ve reforzado por un mecanismo más que el sociólogo alemán Robert Michels bautizó con el nombre de la ley de hierro de las oligarquías. Efectivamente, el poder político y económico de las minorías extractivas es visto con codicia por otras minorías excluidas que intentarán por todos los medios ocupar su lugar. Y, si lo consiguen, seguirán manteniendo las mismas o parecidas instituciones extractivas pero, esta vez en su favor. Esta ley de hierro puede tener diferentes variantes. La primera, en su estado más puro, supone que la nueva minoría excluida que desplaza a la anterior busca, ni más ni menos que hacer lo que la primera hacía, pero en su propio provecho. La historia está llena de ejemplos de esta forma de aplicación de la ley de hierro pero no quiero dejar de señalar la sustitución de la minoría extractiva española en América por la criolla, más extractiva todavía. La segunda es un poco diferente. Supone que la minoría que desbanca a la existente no pertenece previamente a la sociedad en la que funcionaba el círculo vicioso, sino que es foránea y se ha hecho con el poder por conquista. Sería el caso de la conquista española de México y Perú y de la colonización de África en el siglo XIX de la que hablaré más adelante. En este caso, las instituciones pueden sufrir modificaciones que pueden incluso hacerlas menos extractivas, pero no hacerlas perder ese carácter. La tercera es todavía más diferente. La minoría que desplaza a la primera lo hace, nominalmente, en nombre del bienestar de la mayoría excluida, a veces con buena voluntad inicial. Pero eventualmente, se convierte en una minoría tan extractiva como la anterior aunque de una forma diferente que, paradójicamente, puede llegar a ser mucho más extractiva que la anterior. Sería el caso de las grandes revoluciones comunistas como la soviética, la china, la camboyana y tantas como ha habido en áfrica en países como la República Democrática del Congo o Zimbabwe, dos de los países más miserables del mundo.

Otro elemento que hace que el círculo vicioso de la extracción se perpetúe es el hecho de que los países que lo sufren suelen ser refractarios a las innovaciones tecnológicas. Y ello, por dos motivos. El primero porque sus minorías extractivas tienen, con toda la razón, miedo a la destrucción creativa que estas innovaciones producen. Está claro que esta destrucción creativa daría nuevas oportunidades económicas a sus pueblos, lo que podría suponer un serio peligro para el mantenimiento de las instituciones políticas extractivas con el consiguiente peligro de que se iniciase un círculo virtuoso de inclusión que acabaría con sus privilegios. Esto pasó en países como la Rusia zarista y el ferrocarril o el imperio otomano y la imprenta.

Merecen mención especial dos casos de rechazo de avances tecnológicos por miedo a la destrucción creativa en sociedades con instituciones políticas extractivas. El primer caso: En 1589, el inglés William Lee, bajo el reinado de Isabel I Tudor, inventó una máquina de tejer medias. Con inmensos esfuerzos consiguió que la Reina fuese a ver su invento, pretendiendo que le otorgase una patente. La reacción de ésta fue devastadora. Le dijo: “Apuntáis alto maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención con mis pobres súbditos. Sin duda sería su ruina al privarles de su empleo y convertirles en mendigos”. Lee lo intentó en Francia y fracasó. Volvió a Inglaterra siendo rey Jacobo I Estuardo y el resultado fue igualmente negativo. El miedo a la destrucción creativa y a la amenaza que ésta podía suponer para la minoría extractiva impidió que la invención de Lee tuviera éxito. Se había adelantado en 150 años a que el círculo virtuoso de la inclusión hiciese posible su éxito. El segundo caso es el barco de vapor. En la primera mitad del siglo XVI, el español Blasco de Garay construyó un sistema para impulsar la galera Trinidad, de 200 Toneladas de desplazamiento, por medio de seis ruedas de palas movidas por vapor. Se le permitió llevar a cabo una prueba, en el puerto de Barcelona, en 1543 a la que no asistieron ni el emperador Carlos ni su heredero Felipe. Designaron una comisión de cuatro miembros, ninguno de los cuales tenía la más mínima idea de ingeniería. El presidente era D. Alonso de Rávago, Tesorero de la Real Hacienda. Todos menos el Tesorero alabaron el funcionamiento del ingenio, señalando su velocidad y su rapidez en dar la vuelta. Pero el informe de Rávago fue muy negativo y el proyecto cayó en el olvido. Eso sí, por lo menos a Blasco de Garay se le dieron 200.000 maravedíes para compensar los gastos de construcción y se le hicieron otras mercedes. Hoy en día Blasco de Garay da nombre a una calle de Madrid, pero su invento no encontró ningún apoyo en la España de Carlos V. Posteriormente, en 1707, el francés Denis Papin construyó en Alemania un barco de vapor. Intentó conseguir, a través de Leibniz, un permiso del Príncipe Elector de Kassel para “pasar sin ser molestado” por los ríos Fulda y Weser. Su propósito era descender por estos ríos desde Kessel, atravesar el mar del Norte por su extremo sur y remontar el Támesis hasta Londres. Una auténtica proeza. El Príncipe Elector le negó el permiso porque el gremio de barqueros de los ríos alemanes, que tenían el monopolio de navegación de esos ríos. A pesar de todo, Papin lo intentó. Pero el barco fue destruido por el gremio de barqueros en Münden, pocos kilómetros aguas abajo del punto de partida. Papin murió pobre y fue enterrado en una tumba anónima. Sólo en 1760, tuvo éxito la máquina de vapor de James Watt, en la Inglaterra de la revolución industrial. Para entonces, el círculo virtuoso de la inclusión se había desarrollado lo suficiente y no había ningún poder extractivo capaz de frenar la destrucción creativa.

El segundo motivo por el que los avances tecnológicos no arraigan en países con instituciones extractivas es el hecho de que, si la seguridad jurídica de los títulos de propiedad no existe o es muy inestable, ninguna persona tendrá interés en la adopción de ningún avance tecnológico porque no verán ninguna utilidad en ellos, ya que la mejora de sus condiciones de vida que esta innovación pudiera aportarles, les sería arrebatada muy pronto, posiblemente con un mayor perjuicio para su situación que si no la hubieran adoptado. En estas condiciones, no es de extrañar que muestren indiferencia hacia esos avances tecnológicos. Los portugueses llevaron a cabo una expedición agrícola en el Congo a fines del siglo XV y principios del XVI. Les enseñaron a los africanos el uso del arado. Pero esta tecnología no prendió allí por lo que se acaba de decir. En cambio, el uso y la compra de armas de fuego fue rápidamente adoptado por sus minorías extractivas que las pagaban con una valiosa “mercancía” de la que se hablará más adelante: esclavos.

Por si fuera poco, la primera de las formas de la ley de hierro de las oligarquías es, a menudo, repetitiva. Es decir, suele aparecer otra nueva minoría excluida que derroca a la que derrocó a la primera para convertirse ella misma en la explotadora y así sucesivamente. El efecto de esto suele ser la destrucción de cualquier forma de sistema de orden que, por malo que sea, siempre es mejor que la guerra civil crónica en la que se ve sumido el país por los señores de la guerra que surgen de cada una de las minorías que luchan por el poder. Este es el caso de Somalia, por ejemplo.

Se han dado en la historia casos en los que algunas sociedades con instituciones políticas y económicas fuertemente extractivas y un poder muy centralizado, han conseguido, durante un cierto tiempo, una apariencia de éxito económico. Pero en ningún caso este aparente éxito económico ha sido sostenible. Siempre ha acabado en estrepitoso fracaso. Tal ha sido el caso de la Unión Soviética o China. La primera llevó  cabo amplios programas de concentración agraria en manos del Estado y de industrialización masiva. Ambos programas produjeron desplazamientos forzados y reasentamientos de muchos millones de personas y supusieron decenas de millones de muertos. La reforma agraria fue un fracaso económico desde el principio. Con la industrialización forzada, tras un periodo de tiempo en el que parecía que la Unión Soviética podía ser una potencia industrial mundial, su fracaso acabó siendo también estrepitoso. Tras la caída del régimen comunista soviético se ha producido en Rusia y en otros países de ese bloque un nuevo episodio de la ley de hierro de las oligarquías, con gobiernos altamente extractivos. Pero, además, el espejismo de ese falso progreso ha llevado a muchos países pobres a seguir esa vía, acabando también en fracasos estrepitosos y trágicos. Y por si fuera poco, ha creado en los países prósperos movimientos y partidos que pretenden recrear ese fracaso en ellos. El caso de China bajo el poder de Mao, con el Gran salto Adelante y la Revolución Cultural, fue un fracaso todavía más estrepitoso que supuso una inmensa cantidad de muertes cuyo número  es posible que nunca se sepa pero que se puede cifrar en centenas de millones. Tras la muerte de Mao (al que, por cierto, se sigue venerando en China) el Partido Comunista ha puesto en marcha un nuevo experimento en el que bajo unas instituciones políticas absolutamente extractivas, se quiere dar una apariencia de instituciones económicas inclusivas. Pero esta apariencia es poco más que superficial y los autores auguran que el experimento chino acabará en un nuevo fracaso económico, social y humano.

Un círculo vicioso extractivo especialmente perverso: la esclavitud en el África negra

La esclavitud en el África Negra ha sido probablemente la forma más perversa y terrible de las instituciones económicas extractivas. Esta barbarie se inició ya desde el Imperio romano. La mayoría de los esclavos del Imperio romano procedían de los prisioneros de guerra de las campañas imperiales contra los pueblos limítrofes. Sin embargo, aunque los romanos no tomaron apenas contacto con el África negra, una cierta parte de sus esclavos procedía de estos países. Los árabes se especializaron en la obtención de este tipo de esclavos para ellos y para la exportación. Pero no se dedicaban a cazar ellos mismos a los esclavos. Se los compraban a los caudillos de los pueblos del África subsahariana, que se ocupaban de su captura para lo cual no hacían demasiadas distinciones en si eran prisioneros de las guerras que se provocaban precisamente para ese fin o si eran gente de su propio pueblo a los que secuestraban en razias para obtener pingües beneficios vendiéndolos. Lo importante era tener suficiente cantidad de esclavos para proveer a los árabes que los solicitaban. De esta forma, la minoría extractiva de los pueblos del África subsahariana se dedicaba a la captura, venta y exportación de seres humanos, impidiendo cualquier conato de inicio de instituciones inclusivas.

La demanda de esta espantosa “mercancía” se vio enormemente incrementada con la necesidad de mano de obra esclava en las dos Américas, primero, en el siglo XVI por los españoles y portugueses, en especial a partir del siglo XVIII en el que se terminó el régimen de encomiendas en la América española[7], y, más tarde, en el XVII, por los ingleses en sus colonias de Norteamérica[8]. El tráfico de esclavos negros fue una terrible lacra desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX. Al principio sólo se vendían como esclavos los prisioneros capturados en guerras entre las tribus africanas. Las armas de fuego con las que se pagaban, en gran medida, los esclavos servían para generar más y mayores guerras que generaban más esclavos. Cuando esto no fue suficiente, la esclavitud empezó a ser la pena para supuesto delitos cometidos por los súbditos de los reyezuelos. Para ser capaces de suministrar lo que se les pedía, la pena de esclavitud se imponía por delitos cada vez más insignificantes. Y cuando esto no fue suficiente, simplemente, se hacían razias para capturar a cualquier habitante que no estuviese suficientemente alerta. Esto hizo que la población de estos países tuviese como principal preocupación esconderse de los cazadores de esclavos en vez de dedicarse a cualquier actividad productiva. Aunque no existen datos fiables al respecto, las estimaciones más razonables arrojan la escalofriante cifra de 10 millones de negros que llegaron vivos como esclavos a su destino a lo largo de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Dada la enorme mortandad en el transporte hacia la costa y en el viaje transatlántico, la cifra de los capturados debió ser mucho mayor. Los esclavos eran entregados a los traficantes marítimos europeos en las costas occidentales de África y, desde allí, transportados en condiciones terribles, a través del Atlántico, hasta las dos Américas. Pero ya no eran sólo los árabes los que se adentraban en el África subsahariana para lograr de los caciques el “oro negro”. Los traficantes europeos también participaron en tan pingüe negocio.

A finales del siglo XVIII, precisamente en Inglaterra –y muy pronto también en Estados Unidos–, se inició un fuerte movimiento antiesclavista, del que fueron pioneros principalmente los cuáqueros[9] y personajes señeros el anglicano Thomas Clarkson (1760-1846), el evangélico William Wilberforce (1759-1833) y el cuáquero William Allen (1770-1843). Cierto que en España y en la América Española se alzaron, un siglo antes, voces que clamaban con gran indignación contra esta esclavitud. Estas voces provenían de los teólogos Dominicos, Franciscanos y Jesuitas, entre otros, miembros de la Escuela de Salamanca[10]. También hubo santos, como san Pedro Claver y muchos más, que socorrían a los esclavos e intentaban aliviar su horrible situación e, incluso, liberarlos. Estas presiones y ejemplos consiguieron la condena del trato dado a los indios y su consideración, aunque fuese sólo nominal, de súbditos libres y las, también nominales. También dieron lugar a las, también nominales, Leyes de Indias de 1542. Sin embargo, no tuvieron ningún eco en el caso de la esclavitud de los negros africanos. Tal vez se produjeran cuando las conciencias de los súbditos españoles, portugueses e ingleses no estaban todavía suficientemente sensibilizadas. Ciertamente, la Iglesia católica se había pronunciado sobre todos ellos, indios y negros, considerándolos seres humanos. Pero mientras que desde el principio condenó la esclavitud de los indios americanos y de los de las Islas Canarias[11], esa condena no se hizo extensiva a los negros hasta el siglo XIX. De hecho consideraba que la esclavitud de los negros podía ser una ventaja para su evangelización. Sin embargo, en 1807, el movimiento abolicionista consiguió que el parlamento inglés decretase ilícito el tráfico de esclavos en barcos ingleses. De hecho, la marina inglesa llevó a cabo un bloqueo bastante eficiente a los barcos esclavistas sin bandera. Pero no podía evitar que barcos piratas o con otras banderas traficasen con esclavos. Los barcos piratas eran abordados cuando los veían pero, para escapar, los traficantes echaban al mar a los esclavos con un lastre para que se hundieran. En 1833 Inglaterra declaró ilegal la esclavitud en la metrópoli y en todas sus colonias y presionó a los países europeos para que siguiesen esa práctica. Para entonces ya se había producido la independencia de los Estados Unidos. En este país la esclavitud siguió caminos distintos según de qué Estados se tratase. Su prohibición empezó en 1789, es decir, apenas trece años después de la declaración de independencia, en el Estado de Pennsilvania. Abraham Lincoln logró su abolición en toda la Unión en 1863, aunque en el Sur no se pudo hacer efectiva su abolición hasta el final de la Guerra Civil en 1865. El último país del mundo occidental en el que se abolió esta bárbara práctica fue en la Cuba española, en 1886 bajo la regencia de María Cristina[12].

Hay sin embargo una cuestión evidente que no por ser políticamente incorrecta puedo obviar y que espero que no se malinterprete. No creo que haya un afroamericano en EEUU que no se alegre de que un antepasado suyo haya sido llevado a este país. A sensu contrario, no creo que haya un solo liberiano descendiente de un afroamericano retornado a su “tierra prometida” que no lamente amargamente la decisión de su antepasado.

La esclavitud desapareció en Inglaterra y en los Estados del Norte de los Estados Unidos, además de por la filantropía de los miembros del movimiento abolicionista, debido a que los sistemas económicos nacidos de la inclusividad de las instituciones la hicieron innecesaria. Su permanencia en Estados del Sur, combinada con las leyes extractivas que siguieron existiendo en ellos fue, como se verá más adelante, la causa fundamental del retaso económico del Sur frente al Norte en EEUU.

Tras la abolición de la esclavitud en Europa y sus colonias, los caciques de África, para no ver mermados sus ingresos se dedicaron al comercio lícito de productos como aceite de palma, almendras, cacahuetes, ébano y goma, entre otros, que eran cada vez más demandadas por los países ricos de Europa y América. Por supuesto, el cultivo masivo de esos productos se hacía mediante esclavos al servicio de los caciques africanos, con lo que la esclavitud no desapareció de África.

El caso de los Estados del Sur de EEUU

En las colonias inglesas del sur de lo que hoy es Estados Unidos, los grandes propietarios de tierras destinadas a la producción, fundamentalmente algodonera, necesitaban una mano de obra intensiva y la encontraron en los esclavos negros. Como consecuencia de ello, se perpetuaron las instituciones políticas y económicas extractivas, en beneficio de los grandes terratenientes. De esta forma, el círculo vicioso impidió que en el Sur se desarrollasen instituciones inclusivas y se iniciase la revolución industrial, que pronto se produjo en el Norte. Por supuesto, los terratenientes no mostraron ningún interés hacia los avances tecnológicos en la recolección del algodón. Además de no necesitarlos, veían en ellos un peligro potencial para la emancipación de los esclavos. Esto empezó a crear una brecha económica y política entre las dos partes. Así, mientras en el Norte empezaba un enorme despegue económico y se iban fraguando instituciones democráticas con una creciente clase industrial y comercial. Esta situación se mantuvo intacta tras la independencia en 1776. Tras ésta, para mantener la Unión entre los estados esclavistas del Sur y los que optaron por su abolición en el norte[13], se aprobó la llamada “Ley del esclavo fugitivo”. Ésta obligaba a los Estados “libres” a entregar a sus “dueños” a los esclavos que huyesen de ellos. Para 1830 todos los Estados del Norte de Maryland habían declarado ilegal la esclavitud y prácticamente no se aplicaba la ley del esclavo fugitivo de 1793. Sin embargo, en los Estados del Sur la esclavitud siguió siendo legal. A lo largo del proceso de expansión hacia el Oeste, se había llegado a un acuerdo según el cual se permitiría la esclavitud en los nuevos Estados que se incorporasen a la Unión si se encontraban más al sur que el de Maryland[14]. En 1850 California se constituyó como un Estado más de la Unión. Según lo acordado, California, al estar más al sur que Maryland, debía ser un Estado en el que se permitiese la esclavitud. Para evitar esto se llegó al “Compromiso de 1850” según el cual, a cambio de que California fuese un Estado libre, se promulgó una nueva Ley del esclavo fugitivo más radical que la de 1793 y un compromiso más fuerte para aplicarla por parte de los Estados del Norte. Pero nada más presentarse los primeros casos en los que se debía aplicar esta ley, se produjo en los Estados “libres” un movimiento popular y legislativo para derogarla.  Mientras que en el Norte se abolía progresivamente la esclavitud, el Sur seguía dirigido por grandes terratenientes que mantenían un sistema productivo extractivo basado en la esclavitud, lo que evitaba ese despegue económico. La situación empezaba a hacerse insostenible. A la tensión económica se sumó el hecho de que los esclavos negros se fugaban cada vez en mayores proporciones al Norte, incluso hasta Canadá, con notable apoyo de muchos ciudadanos del Norte, sin que la Ley del esclavo fugitivo se aplicase más que de forma muy esporádica. Esta situación no podía llevar a otro camino que al intento de secesión del Sur en un Estado Confederado, con fronteras bien guardadas, en el que las leyes de la Unión, cada vez más marcadas por el Norte “libre”, no contaminasen las instituciones extractivas del Sur.

Tras la victoria de la Unión en la Guerra de Secesión, la esclavitud quedó legalmente abolida en toda la Unión. Pero otra vez se llegó a una especie de compromiso para que los Estados del Sur se sintiesen parte de la misma. Para ello, los Estados del Norte, “se hacían la vista gorda” ante la promulgación de unas leyes, llamadas las leyes de Jim Crow que, en la práctica seguían manteniendo algo que, si no era esclavitud, se parecía mucho al sistema de encomiendas español de los siglos XVI-XVIII o a la servidumbre de la gleba europea de la Alta Edad Media. En cualquier caso, según estas leyes, los negros no tenían en la práctica casi ningún derecho ciudadano, vivían en un régimen de apartheid y seguían sometidos a una explotación extractiva. El derecho de voto estaba sometido a unos condicionantes de rentas y cultura que, de hecho, hacían que prácticamente ningún negro pudiese votar. Y si cumplía con los requisitos y pretendía hacerlo, se encontraba con situaciones de violencia que se lo impedían. Es decir, el círculo vicioso siguió perpetuándose, haciendo que la brecha de prosperidad entre Norte y Sur siguiese aumentando. Sin embargo, en la década de 1950 se empezó a producir una pequeña deriva institucional con la aparición de un creciente movimiento en pro de los derechos civiles de los negros en el Sur. Este movimiento llegó a influir en el partido Demócrata, tradicionalmente dominado por la élite sureña, que cambió de rumbo, apoyando cada vez más decididamente los derechos de los negros. Y lo mismo ocurrió con el Tribunal Supremo y el Gobierno Federal. En 1962, el Tribunal Supremo dictó una sentencia en la que se concedía a un joven negro, James Meredith, el derecho a estudiar en la Universidad Estatal de Misisipipi en Oxford (Misisipi). El Gobierno Federal, bajo la presidencia de Kennedy, decidió hacer todo lo necesario para hacer efectiva la sentencia. Para ello tuvo que enviar 20.000 soldados y 11.000 guardias nacionales para hacer cumplir la ley. El disturbio se saldó con dos muertos, 48 soldados heridos y 30 agentes federales con heridas de bala. Meredith se graduó tras hacer la carrera entre amenazas de muerte, protegido por 300 soldados. A partir de ese momento, a través de una serie de sentencias del Tribunal Supremo federal, apoyadas con decisión por el Presidente Lyndon Johnson, se fueron derogando las leyes de Jim Crow. Esto hizo que se iniciase el círculo virtuoso de la inclusividad, lo que tuvo como consecuencia que, mientras que en 1940 los Estados del Sur tenían un 50% de la renta per cápita de los del Sur, en estos momentos, esta brecha haya casi desaparecido.

El colonialismo de los siglos XIX y XX

En el último tercio del siglo XIX, todas las potencias Europeas iniciaron, en mayor o menor medida, un proceso de colonización de África y Asia. Son muchas las razones políticas, económicas, de poder, etc. que iniciaron la carrera colonialista. Pero, de una forma bastante hipócrita, su excusa inicial fue la de acabar con la esclavitud interna de África que subsistió a la prohibición de la esclavitud en Europa y América. Mientras en sus respectivos países todos ellos habían ya desarrollado, en mayor o menor medida, instituciones políticas y económicas inclusivas, en las colonias siguieron con prácticas extractivas que ya llevaban a cabo con gran eficacia los caciques tribales locales, en una nueva y múltiple escenificación de la ley de hierro de las oligarquías. La colonización tuvo diferentes formas en cada país. En muchas colonias se abolió realmente la esclavitud legal[15], pero para sustituirla por una durísima servidumbre que se diferenciaba muy poco de aquélla.

En ciertos países el clima y las enfermedades presentaban serias dificultades para el asentamiento masivo de los europeos. En éstos, un número relativamente pequeño de colonos, utilizando a las minorías existentes organizaban explotaciones agrícolas de distintos cultivos como cacao o café. En la base de la pirámide se encontraba la mano de obra que, sin ser legalmente esclava, trabajaba en unas condiciones terribles. En medio estaba la minoría extractiva autóctona que hacía sus funciones de reclutamiento y vigilancia de esa mano de obra, impartían justicia, mantenía el orden y, por supuesto, les cobraba impuestos. En el vértice de la pirámide estaban los colonizadores. Los pequeños agricultores indígenas estaban obligados a vender toda su producción a las llamadas “Juntas de Comercialización” que les compraba el producto a un precio “ligeramente” inferior al de mercado. Supuestamente, esto se hacía para evitar que las fluctuaciones del mismo afectasen a los ingresos de los agricultores. Pero en la práctica, ese “ligeramente” era realmente muy inferior, con lo que los agricultores, entre los impuestos y el bajo precio que se les pagaba, prácticamente no tenían más que para un mínimo de subsistencia.

En Sierra Leona el problema se vio agravado por el descubrimiento, en 1930, de diamantes aluviales en el este del país. El gobierno británico prohibió el cribado del río y creó para su explotación un monopolio, Sierra Leone Selection Trust, que otorgó a la compañía sudafricana De Beers Mining Company. Esta compañía había sido fundada unos cincuenta años antes por Cecil Rhodes para explotar las minas de diamantes y oro de Sudáfrica, también bajo el régimen de monopolio. Como el lavado clandestino de diamantes de aluvión era un proceso tan fácil, resultaba muy difícil garantizar el monopolio frente al lavado clandestino. Por eso, para que la compañía De Beers pudiera vigilar y preservar el monopolio de Sierra Leona se la autorizó a crear, en 1936, un ejército privado, la Diamond Protection Force cuya actuación es fácil imaginar que no debía ser precisamente delicada. No obstante, ni siquiera mediante ese ejército privado se podía erradicar el cribado clandestino. Por eso, en 1955 el gobierno británico tuvo que conceder otras licencias, siempre oligopolísticas, a buscadores diferentes de De Beers y la Sierra Leone Selection Trust. Contrasta esto con el proceso de cribado de oro de aluvión en Australia o California, sociedades con un alto grado de inclusividad cuando se encontró oro, en las que el lavado de este metal fue una actividad abierta que enriqueció a decenas de miles de personas.

En otros países de África, como Sudáfrica o Rhodesia, un clima más benigno, similar al europeo, favorecía el asentamiento de una población colonial numerosa y estable. Sudáfrica fue colonizada inicialmente por los holandeses en fecha tan temprana como 1652. En esa fecha la Compañía Holandesa de las Indias Orientales estableció un pequeño asentamiento que más tarde sería Ciudad del Cabo. Prácticamente no había sufrido el tráfico de esclavos. Posteriormente, ya en el siglo XIX, llegaron los ingleses, que arrebataron el territorio a los holandeses en las llamadas guerras de los bóers entre 1880 y 1902. Los holandeses emigraron hacia el norte, fundando el Estado Libre de Orange y el Transvaal que en 1910 fueron también colonizados por los británicos y anexionados a Sudáfrica. La llegada de los europeos con una gran necesidad de alimentos, fue una oportunidad para los pueblos autóctonos, que producían alimentos para aquéllos al tiempo que demandaban sus productos. Esto dio lograr a una incipiente prosperidad en la que, por supuesto, los indígenas asumieron tecnologías como el uso del arado, de carros, de regadío, de aterrazamiento, etc. A su vez, esta mayor inclusividad económica, empezó a generar un declive del poder tribal, sustituyéndolo parcialmente por instituciones más inclusivas. Pero este auténtico inicio de prosperidad duró hasta que los europeos empezaron a notar la competencia de los autóctonos. Además, el descubrimiento de minas de minas de oro y diamantes en Sudáfrica, hizo necesaria una gran cantidad de mano de obra barata. Estos dos fenómenos llevaron a la creación de una economía dual, en la que las mejores tierras pertenecían a la minoría de los colonizadores europeos mientras que a la mayoría negra se la hacinó en las peores, que les proporcionaban lo justo para su mantenimiento y para el suministro de mano de obra barata para las plantaciones y las minas de los colonizadores. Este proceso tuvo lugar tanto en Sudáfrica como en Rhodesia, colonizada en 1880 por Cecil Rhodes, que se constituyó en colonia inglesa independiente de Sudáfrica. Este régimen de apartheid perduró, después de ser ambos países independientes, hasta 1994 en Sudáfrica y hasta 1980 en Rhodesia, que cambió su nombre por Zimbabwe.

Después del colonialismo

Después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU, impulsada fundamentalmente por los EEUU, empezó a presionar para que las potencias coloniales liberasen sus colonias. Paralelamente se empezó a hacer evidente que las colonias, más que una fuente de riqueza, eran una carga, por los inmensos costes administrativos y militares que requerían. Por otro lado, la conciencia de los ciudadanos de algunos de los países europeos –sobre todo de los británicos– empezó a considerar el colonialismo como éticamente inaceptable. Todo esto hizo que se iniciase un periodo descolonizador en todas las metrópolis de las potencias coloniales. Este proceso fue más o menos violento o pactado en distintas zonas y para distintas potencias colonizadoras. En general, las colonias dependientes del Reino Unido obtuvieron su independencia de forma menos violenta y más pactada que las del resto de potencias coloniales. Liberia, fundada en 1822 por los EEUU como país al que pudieran volver los negros liberados de la esclavitud que quisieran volver a África. EEUU le dio la independencia casi en 1847, antes de que se iniciase el proceso colonizador europeo. Del resto de los países africanos, el primer país descolonizado fue Etiopía –que en realidad sólo había dejado de ser independiente durante los años 1936-1941, colonizada por la Italia fascista–. En 1941 las potencias aliadas la liberaron del colonialismo italiano. Pero salvo estos dos casos, el proceso descolonizador se produjo en África desde 1957 en que Ghana obtuvo su independencia frente al Reino Unido hasta Yibuti que no la obtuvo hasta 1977, salvo que no se considere a Sudáfrica como realmente independiente hasta el fin del apartheid que tuvo lugar en 1994.

Si al acabar la guerra mundial se pudo pensar que la descolonización podía llevar a un proceso de desarrollo de los países independizados, la dura realidad ha demostrado lo contrario. Si hay algo que pruebe la fuerza de la ley de hierro de las élites es lo que ocurrió en prácticamente la totalidad de los países subsaharianos que accedieron a la independencia en estos veinte años desde 1957 hasta 1977. En casi todos los casos el poder fue tomado por minorías extractivas muchísimo más terribles de lo que fueron las potencias coloniales. Por ejemplo, esas minorías mantuvieron las Juntas de Comercialización de las que se ha hablado antes. Pero si las Juntas de las potencias europeas compraban a los agricultores los productos a precios claramente inferiores a los de mercado, las minorías extractivas autóctonas los compraban a precios que en algunos casos llegaban a tan solo el 10% del de mercado.

Además, África se convirtió en escenario de la guerra fría entre la URSS y los EEUU. En esta guerra fría, ambas potencias armaron hasta los dientes a las facciones que podían convertir cada país en aliado. Muchos países de África, bajo la excusa de establecer regímenes comunistas al servicio del pueblo establecieron terribles dictaduras con un potencial de extracción sin precedentes. Quizá la República Democrática del Congo y Zimbabwe –primer y tercer país más pobres del mundo– sean los ejemplos más paradigmáticos de esta tragedia.

En Sierra Leona, se nacionalizó la Sierra Leone Selection Trust para sustituirla por la National Diamond Mining Company de la que el gobierno, o sea, el dictador de turno, tenía el 51%. El resultado fueron los “diamantes de sangre”.  Se desencadenó una terrible guerra entre facciones rivales para hacerse con esa enorme fuente de riqueza que destrozó al país haciendo aparecer una clase de señores de la guerra y volatilizando cualquier vestigio de autoridad que pudiese mantener la más mínima apariencia de orden. La Diamond Protection Force fue sustituida por soldados de los señores de la guerra y mercenarios que reclutaban y adiestraban niños soldados y sometían a las mujeres como esclavas sexuales. Algo parecido, por distintos motivos ocurrió en Somalia. En definitiva, el círculo vicioso de la extracción funcionando a pleno rendimiento.

Por supuesto, no quiero decir que la descolonización no fuese necesaria. Estoy firmemente convencido de que el colonialismo era éticamente inaceptable y políticamente insostenible. Ignoro si se podría haber hecho mejor o no, pero la realidad fue lo que fue y todavía sigue siendo así.

Un caso especial. Botswana

Botswana es un pequeño país del África subsahariana, en la latitud del trópico de Capricornio, un poco mayor que España, con el 70% de su superficie ocupado por el desierto de Kalahari y sin salida al mar. Tiene unos dos millones de habitantes de los que más del 15% están infectados de SIDA. Todos reciben tratamiento gratuito y la prevalencia de la enfermedad está en claro retroceso. Con un PPA (Producto Interior Bruto per Cápita en igualdad de poder adquisitivo) de 17.595$, se sitúa en el puesto 56 del mundo. Es algo más de la mitad del de España y algo menos del 20% del de Luxemburgo, que es el país con mayor PPA (después del caso no representativo de  Catar). Está por delante de países como México, Brasil, Perú, Colombia o China. En el África subsahariana, solamente Guinea Ecuatorial tiene un PPA (26.810$) mayor que Botswana. Está situado justo por delante de Gabón, que tiene prácticamente el mismo PPA, pero el siguiente país de esa región de África es Sudáfrica con 11.750$ y, más atrás Namibia 7.694$. Los diez últimos puestos de este ranking son para países de la región que van desde Madagascar, con 949$ hasta el último, República Democrática del Congo, con 364$[16]. Es una isla de prosperidad relativa en medio de un mar de miseria que la rodea: Zambia, 1.715$ de PPA; Zimbabwe 616$, Sudáfrica; 11.750$; Namibia, 7.694$ y Angola, 6.356$. Cuando obtuvo su independencia en 1966 era uno de los 25 países más pobres del mundo, ahora tiene 124 por detrás. En los 49 años transcurridos desde su independencia, su economía ha crecido a una media del 9% anual. No creo que ningún país del mundo haya conseguido nunca nada semejante salvo, quizás, Inglaterra y EEUU durante la revolución industrial. Standard & Poors le da una A- a su deuda soberana (España tiene BBB). Apenas tiene deuda y mantiene un superávit fiscal. Tiene una educación gratuita casi universal a la que dedica el 10% del PIB. El índice de Gini de 2009 fue de 64[17], muy alto,  debido a la diferencia entre la población urbana, la rural y, sobre todo los que viven en el desierto. Su Índice de Desarrollo Humano ha subido desde 0,47 en 1980, hasta 0,68 en 2013, situándose en el puesto 109, aunque muy lastrado por la alta incidencia del SIDA y por la desigualdad de la que acabo de hablar. (España tuvo en 2013 0,87, el nº 1, Noruega 0,94 y el último, la República Democrática del Congo 0,34).¿Cuál es la razón de este “milagro”?

Poco antes de la colonización Europea las tribus tswanas, que ocupaban la región que hoy es Botswana[18] habían desarrollado un cierto grado de centralización política, que mantenía un orden y una seguridad aceptables y habían limitado en buena medida el poder de los jefes tribales. Además las jefaturas no eran hereditarias, sino que estaban abiertas a cualquiera que demostrase capacidad y talento. Es decir, tenían un germen de instituciones políticas inclusivas. Esta deriva institucional jugó un papel en Botswana en el siglo XIX parecida a la Carta Magna en la Inglaterra del siglo XIII. También los tswanas tuvieron su coyuntura crítica. En 1885, Gran Bretaña declaró Botswana protectorado. No tenían ningún interés en un país del que creían que se podía obtener muy poco (no conocían la existencia de diamantes). Simplemente querían que les sirviese de paso entre Sudáfrica y sus colonias del interior del continente mediante la construcción de un ferrocarril que, por supuesto, querían proteger de los bóers y de otras potencias coloniales. Por tanto, no iniciaron ninguna actividad económica extractiva. Los tswanas estaban encantados porque de esta manera se sentían protegidos de los holandeses que huían de los ingleses, expulsados de Sudáfrica, tras la guerra de los bóers. Pero poco después aparece en escena Cecil Rhodes del que ya he hablado antes. Hombre codicioso, inmensamente rico, pues tenía, a través de su empresa De Beers Mining Company el monopolio del oro y los diamantes en Sudáfrica, Rhodes era un convencido de la superioridad racial inglesa y, por tanto, del derecho natural del hombre blanco sobre el negro. Fundó de Rhodesia en 1880 como colonia británica independiente de Sudáfrica. En 1895 intentó apoderarse de los territorios holandeses de Trasvaal y Orange en los que se habían atrincherado los bóers, lo que le permitiría extender sus tentáculos a Botswana. Entonces los tswanas tomaron la intrépida decisión de enviar a Inglaterra a tres jefes, representantes de los tres grupos étnicos más importantes. Su intención era pedir al gobierno británico que les protegiese de la amenaza de Rhodes. Los británicos tenían bastante prevención contra el poder y la ambición de Rhodes. Los jefes mantuvieron una reunión con el Secretario Colonial Británico Joseph Chamberlain, y lograron sus propósitos, a pesar de las fuertes presiones de Rhodes, siempre que se comprometiesen a no oponer ninguna resistencia a la construcción del ferrocarril. Obtuvieron además la promesa de que los ingleses sólo tomarían bajo control directo la franja de terreno que necesitasen para el ferrocarril.

Los británicos cumplieron sus promesas, naturalmente porque sus intereses políticos y económicos les hacía interesante cumplirlas, y Botswana llegó a su independencia en 1966 extremadamente pobre, pero manteniendo sus instituciones políticas incipientemente inclusivas. El líder de la independencia fue un hombre providencial: Seretse[19] Khama, nieto de uno de los tres jefes que fueron a Inglaterra en 1895. Con cuatro años fue elegido por la Asamblea de notables como futuro jefe de los tswanas bajo la tutela de su tío. Desde niño fue enviado a formarse en Sudáfrica. Tras sus estudios primarios en este país fue a la Universidad de Fort Hare. Esta universidad había sido fundada por un misionero escocés presbiteriano y daba una educación de gran calidad, basada en valores cristianos, a jóvenes negros de otros países distintos de Sudáfrica. Posteriormente estudió leyes en Oxford, entrando a formar parte en el Inner Temple, uno de los cuatro colegios profesionales de la abogacía del Reino Unido y ejerció la abogacía en ese país. En 1947 se casó con una mujer blanca, Ruth Williams, empleada del Lloyd’s. Su tío le hizo regresar a Bostwana para intentar que anulase el matrimonio o que fuese destituido por la Asamblea de Notables. Pero ésta, tras varias sesiones, decidió aceptar su matrimonio y mantener a Seretse como jefe. Ante esto, su tío dimitió. Entonces, el gobierno Británico, presionado por Sudáfrica, que no podía soportar que el jefe de la población autóctona de su vecino del norte tuviese un matrimonio mixto, le obligó a abandonar Botswana, hasta  que en 1956 se le permitió volver como jefe. En 1961, tras intentar varias iniciativas empresariales, fallidas por falta de apoyo de los británicos, entró en política fundando el Partido Democrático de Botswana, PDB. En las elecciones de 1965, todavía bajo el protectorado Británico, su partido ganó y él fue el primer Presidente del país. Tras redactar una constitución democrática, Gran Bretaña dio la independencia a Botswana en 1966. La reina Isabel II le concedió el título de Caballero Comandante de la Muy Excelsa Orden del Imperio Británico. Desde entonces ha habido doce elecciones libres y competitivas en Botswana, donde hay cinco partidos políticos y trece sindicatos, si bien, el PDB siempre ha ganado las elecciones. Nunca este país ha sufrido un golpe de Estado. Seretse Khama murió en 1980, siendo Presidente electo de Botswana. Ruth Williams, Lady Khama, murió en Botswana en 2002 y está enterrada en su país de adopción.

Cuando, tras la independencia, se descubrieron minas de diamantes en Botswana, no ocurrió nada parecido a lo de Sierra Leona. Las minas de diamantes son explotadas a través de una empresa, Debswana, de la que el gobierno tiene un 50% y cuyos dividendos se utilizan para el bien del país suponiendo la mitad de los ingresos estatales. Botswana es un ejemplo de cómo puede iniciarse en África el círculo virtuoso de la inclusión y, como se ha dicho anteriormente, fueron pequeñas derivas institucionales y coyunturas críticas totalmente contingentes las que lo hicieron posible. Las cosas pudieron haber sido de otra manera y Botswana podía estar en una situación similar a Sierra Leona. Aún así, su círculo virtuoso es todavía muy precario. Creo que la Academia Sueca perdió una oportunidad al no conceder a Seretse Khama el premio Nobel de la Paz.

El hambre en África

Si hay algo terrible hoy día es el intolerable espectáculo del hambre en el mundo que toma características especialmente terribles en África –aunque, evidentemente, no exclusivamente en África–. Toda persona con una mínima sensibilidad ética tiene que sufrir ante este espectáculo y preguntarse qué se puede hacer para acabar con él. Son encomiables y dignos de los mayores elogios todas las ONG’s, voluntarios y misioneros que buscan medios y dan parte o toda su vida para paliar el hambre en África. Cuando la gente se muere de hambre hay que darle de comer. En muchos casos se va más allá y se les enseña a hacer pozos, a cultivar alimentos y conservarlos, se da educación a los niños, se ponen en marcha sistemas sanitarios, etc. Todavía mejor y más encomiable aún. Creo que colaborar de una u otra forma con las ONG’s y misioneros que hacen todas estas cosas es un deber de conciencia para nosotros, acomodados ciudadanos de occidente. Pero, con todo el dolor de mi corazón, tengo que decir que creo que esta labor, absolutamente necesaria, no sirve para acabar con el hambre en el mundo.

El hambre en el mundo podrá ser vencida si, y sólo si, en esos países se rompe el círculo vicioso de la extracción y se pone en marcha el de la inclusividad. Botswana es un buen ejemplo de ello y el comienzo de un desarrollo en Sudáfrica antes de que los británicos iniciasen sus prácticas extractivas, otro. Esto requiere que en estos países se empiece a crear una garantía de orden y de seguridad jurídica que atraiga la inversión extranjera y permita que alrededor de ella se genere una pléyade de empresas locales que creen riqueza. Esta inversión extranjera y las empresas locales que broten a su sombra serán el cerco a la pobreza desde la parte alta. Y, al mismo tiempo, las microfinanzas productivas podrán ser la pinza contra la pobreza por abajo. Pero nada servirá para nada si antes no ha empezado el círculo virtuoso de la inclusividad. ¿Cómo se puede conseguir este inicio? No lo sé. Desde luego, no es mediante planes de desarrollo hechos desde organismos públicos internacionales en despachos lejanos y bajo premisas que, a menudo pecan de voluntarismo buenista o de intereses políticos. Tampoco mediante la demagogia. Por supuesto, no mediante la fuerza. Uno de los obstáculos a vencer es la propia naturaleza humana. Desde luego, y muy principalmente, la de los tiranos y dictadores extractivos de esos países. Pero también la de los ciudadanos y gobiernos de los países que han desarrollado ya en sus países el círculo virtuoso. En el caso de que se pudiese derrocar a los tiranos de los países de África sin que se cumpliese la ley de hierro de las oligarquías y se pudiese iniciar el círculo virtuoso, ¿sabríamos evitar que se repitiese la situación de crear círculos virtuosos en nuestros países y viciosos en las chabolas de los pobres? Tengo la esperanza de que sea así. Y la tengo por dos motivos.

El primero es que creo que la conciencia de los ciudadanos de los países de círculo virtuoso ha cambiado. Creo que el hábito del círculo virtuoso ayuda a desarrollar, al menos en ciertos campos –en otros como el aborto, no– una conciencia cívica ética. Por muchas injusticias que haya hoy día en los países prósperos y en sus relaciones con los otros, son tormentas en vasos de agua si se miran con perspectiva histórica, incluso de la historia reciente. Los ciudadanos de los países ricos, que además ven por televisión todo lo que pasa en cualquier parte del mundo, no tolerarían comportamientos extractivos como los de finales del siglo XIX y primera mitad del XX.

La segunda razón de mi esperanza es empírica. Ese fenómeno de revertir el círculo vicioso en virtuoso que mitigue la pobreza, se ha dado y se está dando actualmente. El “milagro” español de los años 60 del siglo pasado es un ejemplo. Es fácil que los que hemos vivido los años 50 de ese siglo nos olvidemos de la pobreza que había en la España de entonces. Y los que no vivían entonces pueden pensar que España ha sido siempre como es ahora. Ambas cosas son un espejismo. La España de los años 50 del pasado siglo era un país pobre y atrasado. El “milagro” de Corea del Sur es otro caso. Muchos países se Sudamérica parecen estar revirtiendo su milenario círculo vicioso.

Pero en África, salvo algunas excepciones como la de Botswana, parece que los tiranos de turno están demasiado firmemente atrincherados y tienen demasiado poder para impedir, con todos los medios imaginables, el inicio del proceso virtuoso. Y no es por desconfianza hacia las intenciones de Occidente, lo que podría ser comprensible, sino por el afán de esos tiranos de mantener a toda costa las instituciones extractivas para su lucro personal. Sin embargo, en un mundo absolutamente interconectado como es el que vivimos, es dudoso que estas instituciones extractivas puedan durar mucho a escala histórica. Y ello por una combinación entre la presión política externa, como la que experimentaron Rhodesia y Sudáfrica con su apartheid, y la presión de los sufridores de esas instituciones a los que es imposible impedir que vean que otras formas de vida son posibles. Los tiranos se defienden de este segundo proceso mediante la llamada al victimismo antioccidental. Llamada que es muy fácil que despierte ecos en las masas a las que oprimen, puesto que Occidente es realmente culpable de muchas cosas. Pero esta llamada al victimismo, aunque pueda tener un fondo de verdad histórica, es pura demagogia de estos tiranos para intentar perpetuarse y no hace sino retrasar la solución.

Efectivamente occidente está en una inmensa deuda moral con los habitantes de África y con los de otros continentes. Pero la forma de pagar esa deuda no puede ser perdonar la deuda económica que esos países tienen con quien se la haya prestado. Primero porque los que decidiesen eso no serían los mismos que la han prestado y, segundo, porque sería un vuelta a empezar ya que no se habría solucionado el problema en su raíz. Tampoco se podría pagar abriendo incondicional y masivamente la puerta a la inmigración creando un efecto llamada, porque sería como pagar con una moneda totalmente devaluada, ya que occidente dejaría inmediatamente de ser esa “tierra prometida” que parece ser. La capacidad de absorción de estos inmigrantes por parte de los países ricos es limitada. Ignoro dónde está el límite, pero sé que existe y que hay que tener mucho cuidado con el efecto llamada. La única manera de pagar esa deuda es hacer que puedan crear esa “tierra prometida” en su propia tierra. Y eso sólo puede, tal vez, conseguirse mediante una dura presión internacional e interna a los tiranos locales –no a sus pueblos–. Se me ocurren muchas formas de esta presión internacional, pero me temo que la presión interna se desinfla porque una inmensa cantidad de los habitantes de esos países optan por irse, aunque para ello tengan que afrontar la muerte, facilitando así la permanencia de los tiranos. Cuando lo hacen debe ser que creen imposible o inmensamente difícil y mortalmente peligroso, crear una presión efectiva. Sólo si esa pinza de doble presión, externa e interna, funcionase podrían iniciarse círculos inclusivos virtuosos. Y, entonces, se podría producir la inversión extranjera, creando empresas que actúen de forma responsable y honesta que, a su vez, impulsen la creación de empresas locales como proveedores, clientes y suministradores de servicios. Sólo así se podrá producir un proceso de transferencia tecnológica que, sin duda, sería bien aprovechado por las empresas y particulares locales. Esto no es una utopía. Ha pasado y está pasando ya en muchos países. Pero tampoco es el maná llovido del cielo. Frenar en círculo viciosos e iniciar el virtuoso es muy difícil y, una vez iniciado, hay un arduo, largo y penoso camino por recorrer que no admite atajos.

Y sólo cuando estos círculos virtuosos empiecen a funcionar y a dar fruto dejará de darse la terrible realidad de los habitantes de esos países desafiando la muerte y, muy frecuentemente perdiendo la vida, para huir del horror a que están sometidos en sus países de origen, engañados por auténticas mafias, de sus propios países –seguramente en íntima relación con sus tiranos–, de traficantes de seres humanos, que hacen un inmenso negocio con ellos. Abrir la puerta masiva e incondicionalmente sería hacerles el juego a los tiranos y traficantes de los países de los que huyen. Eso es exactamente lo que ellos quieren.

Tampoco puedo dejar de dedicar unas palabras a los escritos y declaraciones del Papa Francisco. Coincido plenamente con él cuando nos urge, a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad que no pasamos necesidad, a que seamos conscientes de nuestro deber de ayudar a los pobres con parte de nuestros bienes y con un contacto directo pleno de cariño. A los pobres que están lejos y a los que podemos tocar, pero empezando por éstos. También estaría en sintonía total con él si urgiese a los empresarios que inviertan en los países pobres en los que se pueda invertir, y a que  desarrollasen su actividad empresarial con rectitud y honestidad –cosa que muchas empresas hacen–. De poco serviría que las empresas de los países opulentos invirtiesen en los países que inician su círculo virtuoso, si esa inversión fuese a repetir, más o menos camufladamente, patrones colonialistas. Pero, desgraciadamente, esta advertencia apenas se ve en su discurso que, en cambio, está teñido de una condena casi global al sistema capitalista de libre mercado, tachándolo de intrínsecamente perverso y dando casi por sentado que toda inversión extranjera en esos países es neocolonialismo explotador, cosa que no es cierta, sin una sola mención para los miles de empresas que están impulsando el desarrollo en los países en vías de ello. Tampoco hay una sola condena a los tiranos que impulsan el círculo vicioso en sus países.

En todo caso, es un hecho incontestable que la pobreza extrema en el mundo está disminuyendo, aunque no, desde luego, al ritmo que a cualquier persona de buena voluntad le gustaría. En los años 1988, 1990, 2008 y 2010, el porcentaje de la población mundial que vive con menos de 1,25$ por persona ha pasado del 44% al 43,%, 23% y 21% respectivamente. Y esto está pasando, básicamente, por el proceso antes dicho que, sin duda, ha empezado en muchos países.

Yo no sé cómo puedo actuar para que cambie la mentalidad de los tiranos extractivos o para su derrocamiento. Puedo, sin embargo, bajar la ventanilla de mi coche y tocar y mirar a los ojos y sonreír al mendigo que toca en ella. Puedo, sin embargo, llorar cuando veo las imágenes de los muertos de las pateras que intentaban llegar a la “tierra prometida”. Puedo, sin embargo, dar algo de lo mío a ONG’s y misioneros que se están batiendo el cobre en el campo de batalla. Pero esos cuidados paliativos, que ya he dicho más arriba que son necesarios e inmensamente valiosos, no sirven para parar el círculo vicioso e iniciar el virtuoso. Sé una cosa que puedo hacer para esto último: puedo y debo, sobre todo, rezar por ello. No llego a comprender el misterio de que el Señor de la historia haya sometido su poder a nuestra libertad y haya querido que la redención final de la humanidad, ya iniciada por Jesucristo, tenga que tener lugar por una historia de muchos milenios regida por unos seres sólo viven algunas decenas de años y sólo ven un poco más allá de sus narices. Pero ese Dios también ha dotado a esas pobres criaturas que somos los hombres, de una inteligencia que las capacita para “ver” con ella, ya que no vivirlo, ese proceso milenario[20]. Sé que nada de lo que se pide en oración al Señor de la historia a través de su Redentor, Jesucristo, se pierde. Así que, como creo en el poder de la oración, seguiré rezando. Saber esto cambia mi pesimismo personal en optimismo histórico. Y, aunque esto sea irrelevante, soy capaz de rezar con más fuerza por la puesta en marcha de una cadena de causas conozco, aunque sea parcialmente, que por una cuyo funcionamiento desconozco absolutamente. Por eso, este libro ha sido para mí un poco como una revelación. Me ha hecho ampliar mi visión comprendiendo un poco mejor ese proceso milenario en el que estamos inmersos. Como decían Louis Pawels y Jacques Bergier, “la vida del hombre sólo se justifica por su anhelo, aún desdichado, por comprender mejor. Y la mejor comprensión es la mejor adhesión. Por eso, cuanto más comprendo más amo. Porque todo lo comprendido es bueno”. Y si hago todo lo que he dicho antes, pero lo hago sin amor, no sirve de nada. Pero si lo hago con amor… Este libro me ha ayudado a comprender y a amar. A amar, a imagen de Dios, a esta humanidad terrible y magnífica que recorre, a tientas pero guiada por Dios de forma misteriosa, el inmenso camino de la historia. Por eso se lo agradezco a James A. Robinson y a Daron Acemouglu.

APÉNDICE
AGRADECIMIENTO Y ADMIRACIÓN PARA LA ESCUELA DE SALAMANCA

En alguna otra ocasión he expresado mi admiración hacia la Escuela de Salamanca por haber llevado a cabo el primer pronunciamiento en Europa de la economía de libre mercado. Quiero repetir aquí, que estos teólogos, religiosos de diversas congregaciones, no escribían desde un ejercicio de teología abstracta, sino que, como confesores y directores espirituales, de ricos comerciantes, nobles e, incluso, reyes, desarrollaron su doctrina para dar una guía moral a sus penitentes. Y lo hacían convirtiéndose, cuando era necesario, en voces incómodas para quien los escuchaba. De ahí surgieron desarrollos que llevaron a definir el precio de mercado como precio justo y la creación arbitraria de moneda como causa de la inflación, que daña el bien común, extremos éstos que ya he comentado en otros escritos. Pero, como apéndice de estas páginas quiero dirigir mi admiración y agradecimiento hacia dos puntos relacionados con lo escrito más arriba: su condena de los monopolios reales como contrarios al bien común y contra la esclavitud de los negros.

Trascribo sólo algunas citas de autores de esa Escuela contra los monopolios de privilegios.

García (1525-1583, Dominico) en su “Tratado utilísimo y muy general de todos los contratos”, dice que “es pecado mortal pedir al Rey privilegio para que uno o dos solos puedan vender lienzo o paño o cosas otras semejantes”[21]

Decían claramente que los monopolios dados por los reyes son perjudiciales para los súbditos, puesto que, en palabras de Luis de Molina “obligan a los ciudadanos a comprar las mercancías de manos de dichas personas a un precio más caro”. E insistía en que pecaban mortalmente tanto la autoridad que otorga los monopolios como los comerciantes que los demandan. Por eso, concluye Molina, tanto la autoridad como los monopolistas, “están obligados a restituir a los súbditos por daños que de ello se siguieren contra la voluntad de los mismos súbditos”[22]. Afirmaban que los oligopolios de privilegio no contribuyen al bien común, coartan la libertad, dañan al ciudadano y no benefician a la república. Afirmaban –y esto trasciende el propio pensamiento económico y apunta a una sólida teoría del poder– que “el Príncipe no tiene legítima autoridad para quitarle a sus súbditos parte de su propiedad”[23].

Es decir, clamaban contra las instituciones económicas extractivas y esto les llevó a tener serios problemas con los reyes y con la nobleza.

En cuanto a la esclavitud de los negros, ya se ha dicho que la Santa Sede, que condenó desde el principio con energía que se pudiese esclavizar a los indios, no se manifestó contra la esclavitud de los negros hasta 1839 cuando ya se había abolido la esclavitud en toda Europa y sus colonias y en todos los Estados del Norte de los EEUU. Sin embargo, más de ciento cincuenta años antes de que el Estado de Pennsylvania fuese el primer gobierno que aboliese la esclavitud de los negros a fines del siglo XVIII, la Escuela de Salamanca la denunció con energía.

Si volvemos a lo dicho en la página 8 de estas líneas sobre la contingencia de las derivas institucionales, si se hubiese prestado oídos a los autores de esta Escuela, que proclamaron los principios del libre mercado, señalaron el monopolio de privilegio, la manipulación de la moneda y la inflación como dañinos para la república y el bien común y condenaron explícitamente la esclavitud de los negros ya desde el siglo XVI, tal vez la humanidad se hubiese ahorrado muchos sufrimientos. Posiblemente, y siguiendo la terminología del libro que estoy comentando, hubiesen hecho que el inicio del círculo virtuoso de la inclusión se hubiese anticipado y extendido más ampliamente, hubiesen hecho innecesaria la revolución francesa y hubiesen evitado el inmenso sufrimiento de la esclavitud al tiempo que hubiesen dificultado la perpetuación del círculo vicioso de la extracción en toda África. Lástima que no fuesen escuchados. También ellos me han hecho comprender mejor y amar más. Vaya mi humilde admiración por ellos junto con mi inmenso agradecimiento.




[1] De “El estudio de la historia” de Arnold J. Toynbee he realizado un resumen similar a este. No así de “Guns, germs and steel” de Jarret Diamond.
[2] El origen de la servidumbre de la gleba, que a menudo se relaciona con el feudalismo, hay que buscarlo en el Imperio Romano tardío. Ya con Diocleciano, la necesidad de extraer enormes impuestos de forma segura de la población para financiar los ingentes gastos de los ejércitos, unidos al declive demográfico,   hicieron que apareciese la servidumbre unida a la tierra. Pero la aparición de la servidumbre puso fin a la esclavitud en el Imperio romano (ciertamente, coadyuvado por el hecho de que la pérdida de la ofensiva militar del Imperio, que pasó a la defensiva, hizo que disminuyese drásticamente la aportación de esclavos). Y, ambas cosas, servidumbre y ausencia de esclavitud, salvo en el ámbito doméstico, fueron heredadas por la sociedad que surgió de las cenizas del Imperio romano. Recomiendo la lectura de las pags. 18-22 del también magnífico libro “La Europa de las cinco naciones” de Luis Suarez. Cito una frase categórica del mismo libro, refiriéndose  a la época del emperador Diocleciano (284-305): “Muy pronto, señala Rostovtzeff, sólo dos clases de hombres permanecieron libres en el Imperio: los mendigos y los bandoleros” (pag. 22). (Ariel, mayo 2008)
[3] Luis Suárez cuenta en su biografía de Carlos I que éste exclamaba a menudo, “¡que me quitan de encima a estos frailes!” por su insistencia sobre el cruel traro dispensado a los indios. El Emperador atribuyó el desastre del intento fracasado de conquista de Argel en 1541 por culpa de una extraordinariamente fuerte y larga  tempestad a un castigo de Dios por esa crueldad y fue eso lo que le movió a promulgar las Leyes de Indias de 1542. El virey de España en Perú intentó que se cumpliesen esas leyes y fue asesinado por los encomenderos. El de México, más pragmático se limitó a decir: “que se acaten, pero que no se cumplan” y salvó el pellejo.
[4] Un fenómeno similar se produjo siglo y medio más tarde en Australia.
[5] El libro da una importancia capital a esta revolución gloriosa de Inglaterra en 1688 a la que no hago suficiente justicia en este resumen, pero no porque no esté de acuerdo con la tesis.
[6] La tesis del libro “Guns, germs and steel” del que he hablado al principio sostiene lo contrario. Afirma que, por una serie de condicionantes, fundamentalmente geográficos, la civilización sólo podía haber nacido donde lo hizo, en el creciente fértil. De los tres libros que he citado como claves, éste es el que menos credibilidad tiene para mí. Tal vez por eso no me he embarcado en hacer un resumen del mismo.
[7] Tras el tratado de Utrecht de 1713, que pone fin a la Guerra de Sucesión española, el comercio de esclavos se convierte en monopolio de Inglaterra que se compromete a entregar 144.000 esclavos negros a las colonias americanas españolas en los siguientes 30 años.
[8] En 1619 desembarcaron en Jamestown, Virginia, los primeros 19 esclavos negros que llegaron a las colonias inglesas de Norteamérica. Fueron traídos por un barco holandés que se había apoderado de un barco español de esclavos. Su esclavitud se desarrolló en el servicio doméstico no como mano de obra en las plantaciones. La legislación del momento determinaba que tras un periodo de tiempo estipulado, debían ser liberados y entregárseles tierras, cosa que se hizo. Entre los liberados había un tal Anthony Johnson. En 1654 Anthony Johnson se hizo con un esclavo negro, John Casor. Transcurrido el plazo para la liberación, Johnson no liberó a Casor y un tal Robert Parker le amenazó con denunciarlo a los tribunales, que podían castigarle con la pérdida de tierras si no le liberaba. Johnson lo liberó, pero se sintió perjudicado en su propiedad y recurrió al tribunal del condado de Northapton. El tribunal sentenció a favor de Johnson diciendo que Casor le pertenecía de por vida. Parece que ésta fue la primera sentencia que permitió la esclavitud de por vida en las colonias inglesas en América.
[9] Los cuáqueros, nombre popular de los miembros de la Sociedad Religiosa de Amigos, eran una secta religiosa fundada en Inglaterra por George Fox a mediados del siglo XVII. Su lema era, “tiembla ante la presencia de Dios” –quake under de presence of God en inglés–. De ahí que se les empezase a llamar “tembladores” –quakers– que se ha españolizado en cuáqueros.
[10] Para hacer justicia a estos teólogos, citaré a Bartolomé Frías de Albornoz, Diego de Avendaño, Agustín Barbosa, Esteban Fagúndez, Baptista Fragoso, Francisco García, Pedro de Ledesma, Luis de Molina, Fernando Rebello, Tomás Sánchez, Miguel Bartolomé Salón, Diego de Soto y Solórzano Pereira, hasta que en 1686 tomó cartas en el asunto la Inquisición. El primer pronunciamiento papal contra la esclavitud de los negros no se produjo hasta 1839 por Gregorio XVI. (La Iglesia y la esclavitud de los negros, José Andrés-Gallego y José María García Añoveros, EUNSA 2002)
[11] La bula Sicut Dudum promulgada por el Papa Eugenio IV en 1435, ordenaba la liberación de los indios de las laboriosamente conquistadas Islas Canarias en, a los que españoles y  portugueses habían esclavizado. La prohibición de la Iglesia de esclavizar a los indios se hizo extensiva a los indios de América tan pronto como se descubrió este continente.
[12] El calendario de la abolición de la esclavitud es, grosso modo, el siguiente: 1761 Portugal la abole en la metrópoli y en la India, pero no en sus colonias americanas.1794, abolición en Francia. 1789 empieza la abolición selectiva en algunos Estados de los Estados Unidos. 1802 se restaura la esclavitud en Francia. 1807 Inglaterra prohíbe el tráfico trasatlántico de esclavos en barcos ingleses o piratas. 1830 ya está abolida en todos los Estados de EEUU al norte de Maryland. 1833 es abolida en Inglaterra y en todas sus colonias. 1837 es abolida en España, pero sólo en la metrópoli. 1848 se abole de nuevo en Francia. 1865 abolida en todos los Estados de EEUU. 1869 abolición en todos los territorios coloniales portugueses. 1886 abolición en Cuba, que es el último territorio bajo dominio de un país europeo en el que se abole.
[13] El primer Estado de los EEUU en el que se abolió la esclavitud fue, como se ha dicho, Pennsylvania, en 1781 sólo cinco años después de la declaración de independencia. Pennsylvania fue un territorio donado por el rey de Inglaterra Carlos II a William Penn para saldar una deuda contraída con su padre. William Penn era cuáquero, a los que se debe atribuir el honor de ser los primeros que, a los dos lados del Atlántico, se opusieron frontalmente a la esclavitud.
[14] Se tomó como demarcación entre los estados esclavistas y libres la prolongación hasta el océano Pacífico de la línea Mason-Dixon establecida en 1763-1765 para establecer la frontera entre las colonias inglesas de Pennsylvania y Maryland.
[15] Los últimos países africanos en abolir legalmente la esclavitud fueron Sierra Leona (1928) y Liberia en los años 60´s del siglo XX. Llama la atención que estos dos países fueran creados por Inglaterra y los EEUU como un lugar al que pudieran ir los esclavos liberados. Mientas que Inglaterra colonizó Sierra Leona, Liberia fue un país independiente desde su fundación en 1847.
[16] Datos del FMI estimados para 2015.
[17] Word Development Indicators 2015. El índice de Gini mide la distribución de la riqueza. 0 significa equidad total y 100 que una sola persona tiene el 100% de la riqueza. España tiene 36. Con un índice Gini superior a 50 están Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Honduras, Ruanda, Lesoto, Panamá y Zambia. Su cálculo no se realiza todos los años y no es muy fiable ni homogéneo, al no ser una estadística oficial como el PIB.
[18] Esa región se llamaba Bechuanalandia, pero me referiré a ella como Botswana.
[19] El significado de Seretse en el idioma autóctono es “arcilla que une”.
[20] Esta idea del contraste entre los tiempos de la historia y el de la vida humana me viene de una poesía que leí y guardé hace tiempo y que transcribo: “Desde la ventana de mi vida, abierta / a una eternidad velada por visillos / de tiempo corruptible y vano, / me asomo a la calle del misterio. / Veo la historia humana, / creada pura y luego mancillada. / Veo tu plan de rescate que proviene / por un cabo de la calle / desde muchos milenios enterrados / y de algunos con taquígrafos y luces. / Se extiende al otro lado por eones, / erráticos a veces, casi siempre locos, / libres, abiertos a la bondad / asomándose al abismo. / Y recorriendo la ciclópea calle / el hombre, pequeño, diminuto, / a minúscula escala reducido. / ¿Por qué con el fin de redimirnos / inventaste una tan larga historia? / ¿Para ponerla en las manos / de unos seres que sólo viven años? / ¿Cómo podremos dirigirla, / ciegos guiando a ciegos, / rodeados por abismos insondables? / La respuesta está en poetas y profetas. / Ambos ven más allá de la apariencia. / Unos miran el fondo de las cosas / donde nada es lo que parece, / donde todo tiene un nombre oculto / dado por Ti directamente / a la esencia del ser y la conciencia. / Los otros leen el signo de los tiempos, / vigías en mástiles altivos, / expuestos a los vientos y a los fríos. / Meteorólogos del tiempo que resbala, / atisban un futuro inexistente / olfateando un pasado escurridizo . / Unos rezan por los seres, / los otros por la historia. / Pero nadie atiende a los primeros / y los segundos nunca son creídos. / Sólo son bichos curiosos, / tolerados, tal vez celebrados, / mejor después de muertos / que estando aún en vida, / pero nunca jamás considerados / sino como una excrecencia de la especie, / como un lujo extravagante y consentido. / Sólo Tú inclinas a ellos tu preciso oído. / Sólo Tú miras sus labios al moverse. / Sólo Tú les susurras versos y visiones. / Haces que unos a otros se tomen el relevo, / que se hablen por encima de los siglos, / que como trama y urdimbre se entrecrucen / para formar una red que nos conduzca, / sin que ellos sepan cómo ni lo vean, / tal vez sin creer en lo que hacen, / al final de la torcida calle / de la Historia fugaz y redentora”.
[21] Cfr Alejandro A. Chafuen: “Raíces cristianas de la economía de libre mercado” Ed. El buey mudo, 1ª edición 2009, pag. 170. Sin citar la obra de Francisco García en la que aparece esta cita.
[22] Luis de Molina De Iustitia e Iure. En Chafuen Op. Cit. pag. 176.
[23] Juan de Mariana Del Rey y de la Institución Real. En Chafuen Op. Cit.  pag 177.

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