El lunes pasado por la noche fui al cine a ver la película
Spotlight. No fue porque ese domingo le hubiesen dado el Óscar a la mejor
película. Tenía decidido ir a verla desde hacía un par de semanas. En principio
no quería ir. No porque quisiese anatemizar la película, ni mucho menos. Creo
que enfrentarse con la verdad, por dura que sea, es una obligación de todo ser
humano. No quería porque pensaba que ya la conocía, que la asumía y que, por lo
tanto, no necesitaba ir a verla. Pero mi hijo Rodrigo, sacerdote que está en
Francia en la diócesis de Toulón fue a verla con varios sacerdotes de su
diócesis. Y, tras verla, me dijo que era necesario que la viese, que era
totalmente fiel a la verdad y que no había ni morbo ni un ataque frontal a la
Iglesia. Sólo la verdad desnuda. “Y sólo la verdad sana” –me dijo. Así que fui
a verla. Y me gustó mucho. Efectivamente, la verdad desnuda. Durísima verdad,
pero la verdad. Y aplaudo que le hayan dado el Óscar. Me recordó a “Todos los
hombres del Presidente” de Dustin Hoffman y Robert Redford.
Ciertamente, no había nada de morbo. Ninguna innecesaria
recreación de escenas que mostrasen ni describiesen actos horribles. Pero
clara. El terrible problema no es sólo –que ya sería bastante– los deleznables actos
de pederastia cometidos por sacerdotes. La mayor parte de ellos se llevaban a
cabo con niños de barrios pobres y familias desestructuradas que hacían difícil
que llevasen a cabo una denuncia. Pero lo más terrible, si cabe, es que hubiese
montado un sistema de encubrimiento, conocido y auspiciado por el entonces
Arzobispo de Boston. Los sacerdotes que eran denunciados estaban poco tiempo en
cada parroquia. Cuando se sabía su delito la diócesis mandaba un abogado a la
familia para ofrecerles una indemnización bastante miserable a cambio de
discreción. En la inmensa mayoría de los casos, la indemnización que era
aceptada y se cerraba el pacto de silencio. Después, tras un lapso de tiempo en
el que el sacerdote pasaba por un centro de rehabilitación, era asignado a
una nueva parroquia. Casi todos los
sacerdotes que habían pasado por varias parroquias y repetido el ciclo varias
veces. En un momento dado, cuando ya tienen comprobaciones como para sacar un
artículo con el caso de unos 70 sacerdotes, el director del periódico dice que
esperen, porque quiere acabar con el sistema. Con el sistema no se refiere a la
Iglesia, sino al proceso de perpetuación de la situación. En ningún momento de
la película se pretende establecer ninguna relación causa efecto entre el
celibato y los casos de pederastia. Es suficientemente seria como para no caer
en ese error.
Sin refocilarse en ello, la película abre los ojos sobre los
enormes traumas de los abusados, muchos de los cuales acababan enganchados en
la droga, se convertían en seres inadaptados y, en algunos casos, llegaban al
suicidio. Trágico.
Cierto. La verdad es lo único que sana. Me pregunto por
cuánto tiempo se hubiese mantenido el sistema si no se hubiese producido la
investigación del Boston Global. A saber. Lo cierto es que la Iglesia,
impulsada por Benedicto XVI, reaccionó y empezó, a partir de ese momento, no
antes, por desgracia, a destapar casos de pederastia que llevaban muchos años
ocultos. ¡Sólo la verdad sana! ¿Ha tomado la Iglesia consciencia total de lo
terrible del asunto? Me gustaría pensar que sí, pero no estoy seguro del todo.
Desde luego, se han tomado muchas medidas. La primera y, creo, la más
importante, es tener un inmenso cuidado a la hora de saber a quién se admite en
los seminarios. El error 0 es imposible en cualquier cuestión de la vida, pero
todas las precauciones y medidas son pocas para acercarse a ello. Y es cierto
que durante muchos decenios el filtro era prácticamente inexistente. Esto ha
hecho que, durante todso ese tiempo, haya habido personas que han entrado en el
sacerdocio como un supuesto refugio a sus tendencias preexistentes o, peor aún,
como un lugar en el que podían satisfacerlas con escaso riesgo. Creo que esto,
admitiendo que el error 0 no existe, se está haciendo ya en toda la Iglesia.
También se han eliminado la mayoría de las barreras canónicas (no sé si
atreverme a decir todas) para que un sacerdote pederasta sea juzgado por la
jurisdicción civil competente con todas las consecuencias. También se han
tomado muchas precauciones para evitar situaciones en las que estos actos
espantosos se puedan producir. Esto es mucho. Pero no estoy seguro de que no
persistan determinados hábitos de secretismo y de oscurantismo que todavía
enturbien la necesaria transparencia. Más bien me inclino a creer que subsisten
muchos, demasiados. La forma mentis es siempre mucho más difícil de cambiar que
las normas.
En la película hay algún que otro comentario que se pregunta
cómo se puede seguir siendo católico tras conocer esto. Y, yo, como católico,
les respondo, aunque no me oigan. Porque, a pesar de todos los pesares, a pesar
de todos los horrores, la Iglesia me da a Cristo. Soy hijo fiel de la Iglesia
sacramento, indisoluble, por mucho que haya gente que separa ambas cosas, de la
Iglesia jerárquica. Creo que la Iglesia me da a Cristo en la Eucaristía. Creo
que me trae su perdón y su misericordia –que yo también necesito– en la
Reconciliación. Creo que me ha dado la gracia necesaria para llevar adelante mi
matrimonio con amor y alegría. Sé –por experiencia ajena –que aliviará mis
sufrimientos a través de la Unción de enfermos cuando lo necesite, etc., etc.,
etc. Creo en eso con toda mi alma, con todo mi corazón, con toda mi mente y,
por eso, aunque me duela terriblemente esta espantosa verdad, me siento hijo de
esa Iglesia a la que muchos santos, algunos perdonados por ella de una vida
errada, han llamado la santa prostituta. Creo que es un síntoma de inmadurez,
si uno tiene esta fe, abandonar todos esos tesoros por un escándalo, por terrible
que sea. Creo, además, que pese a todo, la gran mayoría de los sacerdotes
–entre los que se encuentra mi hijo, del que estoy enormemente orgullosos– ,
obispos, cardenales, etc., son ejemplares y fieles a la entrega de toda su vida
a Cristo.
Y son estos magníficos sacerdotes, obispos, etc., los justos
que pagan por pecadores en todo este asunto. Muy a menudo tienen que soportar
el ser mirados con recelo y desconfianza, cuando no directamente insultados. Lo
toman como una cruz que tienen que llevar, aun siendo inocentes, para expiar
los pecados de esta Iglesia pecadora. Pero, ¿debemos echar la culpa de esto a
películas como spotlight? De ninguna manera. La culpa la tienen los sacerdotes
y obispos corrompidos que ensucian la faz de la Iglesia y la de sus ministros
dignos y limpios de corazón. Para éstos, para todos éstos, mi respeto, mi
admiración y mi oración, en la que os pido que participéis, cada uno con la fe
que tenga.
¿Os recomiendo que veáis spotlight? Me atrevería a decir que
sí pero en este caso, entre los católicos, cada uno tiene su sensibilidad y su
capacidad para afrontar la verdad que yo respeto profundamente. De forma que,
al final, no me atrevo a hacerlo. Lo que no me parece bien, entre los católicos,
es anatemizar la película. Sería tan ridículo como hacer el avestruz o matar al
mensajero.
Aquí acaba lo que yo pueda decir acerca de esta película.
Pero, no obstante, quiero adjuntar tres cosas a continuación. La primera, un
artículo del periódico italiano “La Repubblica” del 19 de Abril del 2010, poco
después del escándalo similar en la Iglesia irlandesa. “La Repubblica” es un
diario laicista de tendencia más bien de izquierdas. Podríamos compararlo con “El
País”. Por eso, viniendo de donde viene, este artículo es sorprendente y estremecedor.
No sólo por las citas que hace de una carta de Benedicto XVI a la Iglesia de
Irlanda que también adjunto en segundo lugar, sino por el propio artículo. Asombra
ver cómo un periódico del signo de “La Repubblica” y ante un tema que se presta
tanto a la descalificación sistemática, muestre ese respeto tan increíble por
el Papa y sus palabras y preste su tribuna para que se escriba sobre ellas con
acentos místicos. Soy incapaz de imaginar algo así en “El País”. Y sin embargo,
así es. La carta del Papa a la que se refiere el artículo es larga, pero no
tiene desperdicio. La tercera cosa que añado es la felicitación del Papa
Francisco y de toda la Iglesia de los EEUU al director de la película por su
honestidad en el trato del escándalo. En conjunto, el añadir esto, ha estirado
lo que os mando de 3 a 14 páginas, pero creo que merece la pena.
La Repubblica, 4 de abril de 2010
Heridos, volvamos a
Cristo.
Nunca habíamos sentido
tanto desconcierto como el que nos provoca a todos el dolorosísimo caso de la
pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia
de justicia que aflora desde lo hondo del corazón.
Exigir responsabilidades, pedir que se reconozca el mal cometido, recriminar el
modo en el que se ha llevado adelante el asunto, todo parece insuficiente
frente a este mar de mal. Parece que nada basta. Por ello, se entienden las
reacciones irritadas que hemos visto estos días.
Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de
nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan
profunda como la herida.
Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aun después de
haber reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e
incluso la desilusión: nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como
si estuviéramos tocando un drama sin fondo.
Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se
encuentran ante un reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para
reparar el mal cometido. Esto no quiere decir que se les exima de sus
responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda imponerles.
Si esta es la situación, la cuestión más candente –que nadie puede evitar– es
tan simple como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed
de justicia? En este punto llegamos a experimentar de forma muy concreta
nuestra incapacidad, genialmente expresada en el Brand de Ibsen: «Dios mío,
respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta entonces toda la
voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O
dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la
justicia que tanto deseamos?
Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán
leales hasta el fondo de sí mismos con esta exigencia de justicia, si no miran
de frente su propia incapacidad, que es la de todos. Si esto no sucediese
sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero “asesinato” de lo
humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra
medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las
víctimas y abandonándolas a su drama.
El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta
reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte,
ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les
ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo
de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo,
ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las
medidas necesarias para evitar que se repitan.
Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es
suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño infligido: «sé que nada puede borrar el mal que habéis
sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad».
Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la
penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el
daño causado a las víctimas y a ellos mismos.
El único modo de salvar –para considerarla y tomársela en serio– toda esta
exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra
necesidad, de nuestro drama. «La exigencia de justicia es una petición que
se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá,
de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales
experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de
un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani).
¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A
Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho
carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él
lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de
vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras
relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia».
Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las
exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a
Cristo, evitando un escollo verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de
la Iglesia porque ésta tendría demasiada porquería para poder comunicarlo. La tentación
de la protesta siempre está al acecho. Hubiera sido muy fácil, pero a un precio
demasiado alto: perder a Cristo. Porque, recuerda el Papa, «en la comunión
de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso,
consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar
o reconciliarse con la Iglesia», se atreve a rezar para que, acercándose a
Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan «llegar a
redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único
capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida.
Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados
de los otros, estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la
Pascua que celebramos en estos días, el único camino para que vuelva a florecer
la esperanza.
CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA
(Traducción no oficial)
1.
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con gran
preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que
vosotros estoy profundamente consternado por las noticias
concernientes al abuso de niños y jóvenes indefensos
por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes
y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de
traición que muchos de vosotros experimentaron al enterarse
de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que fueron afrontados por
las autoridades de la Iglesia en Irlanda.
Como
sabéis, invité hace poco a los obispos de Irlanda a una reunión en
Roma para que informasen sobre cómo abordaron esas cuestiones
en el pasado e indicasen los pasos que habían dado para hacer
frente a una situación tan grave. Junto con algunos altos prelados de la
Curia Romana escuché lo que tenían que decir, tanto individualmente como
en grupo, sea sobre el análisis de los errores cometidos y las lecciones
aprendidas, como sobre la descripción de los programas y
procedimientos actualmente en curso. Nuestras discusiones fueron francas y
constructivas. Estoy seguro de que, como resultado, los obispos están ahora en
una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del
pasado y de abordar cuestiones más amplias relacionadas con el abuso de los
niños de manera conforme con las exigencias de la justicia y las
enseñanzas del Evangelio.
2.
Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a
menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades
eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para
expresaros mi cercanía, y proponeros un camino de curación,
renovación y reparación.
Es
verdad, como han observado muchas personas en vuestro país, que el
problema de abuso de menores no es específico de Irlanda o de la
Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de
hacer frente al problema de los abusos ocurridos dentro de la
comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con coraje y determinación. Que
nadie se imagine que esta dolorosa situación se resolverá pronto. Se han
dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Necesitamos
perseverancia y oración, con gran fe en la fuerza salvadora de la gracia de
Dios.
Al
mismo tiempo, debo también expresar mi convicción de que para recuperarse de
esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda, debe reconocer en primer lugar
ante Dios y ante los demás, los graves pecados cometidos contra
niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño
causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en un esfuerzo
conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de
semejantes delitos.
Mientras
os enfrentáis a los retos de este momento, os pido que recordéis la
"roca de la que fuisteis tallados" (Isaías 51, 1). Reflexionad sobre
la generosa y a menudo heroica contribución ofrecida a la Iglesia y
a la humanidad por generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y
haced que de esa reflexión brote el impulso para un honesto examen de conciencia
personal y para un sólido programa de renovación de la Iglesia y el
individuo. Rezo para que, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y
purificada por la penitencia, la Iglesia en Irlanda supere esta crisis y
vuelve a ser una vez más testimonio convincente de la verdad y la bondad de
Dios Todopoderoso, que se manifiesta en su Hijo Jesucristo.
3.
A lo largo de la historia, los católicos irlandeses han demostrado ser,
tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Monjes
celtas como San Columba difundieron el evangelio en Europa occidental y
sentaron las bases de la cultura monástica medieval. Los ideales de santidad,
caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, quedaron
plasmados en la construcción de iglesias y monasterios y en la creación de
escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar la
identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros irlandeses debían su
fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo y a la
rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal.
A
partir del siglo XVI, los católicos en Irlanda atravesaron por un largo
período de persecución, durante el cual lucharon por mantener viva la llama de
la fe en circunstancias difíciles y peligrosas. San Oliver Plunkett, mártir y
arzobispo de Armagh, es el ejemplo más famoso de una multitud de valerosos
hijos e hijas de Irlanda dispuestos a dar su vida por la fidelidad al
Evangelio. Después de la Emancipación Católica, la Iglesia fue libre de nuevo
para volver a crecer. Las familias y un sinfín de personas que habían
conservado la fe en el momento de la prueba se convirtieron en la chispa de un
gran renacimiento del catolicismo irlandés en el siglo XIX. La iglesia
escolarizaba, especialmente a los pobres, lo que supuso una importante
contribución a la sociedad irlandesa. Entre los frutos de las nuevas escuelas
católicas se cuenta el aumento de las vocaciones: generaciones de
sacerdotes misioneros, hermanas y hermanos, dejaron su patria para servir
en todos los continentes, sobre todo en mundo de habla inglesa. Eran
excepcionales, no sólo por la vastedad de su número, sino también por la
fuerza de la fe y la solidez de su compromiso pastoral. Muchas diócesis,
especialmente en África, América y Australia, se han beneficiado de la
presencia de clérigos y religiosos irlandeses, que predicaron el Evangelio
y fundaron parroquias, escuelas y universidades, clínicas y
hospitales, abiertas tanto a los católicos, como al resto de la
sociedad, prestando una atención particular a las necesidades de los
pobres.
En
casi todas las familias irlandesas, ha habido siempre alguien -un hijo o una
hija, una tía o un tío- que dieron sus vidas a la Iglesia. Con razón,
las familias irlandesas tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos
que dedicaron la vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con los demás y
traduciéndola en acciones sirviendo con amor a Dios y al prójimo.
4.
En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que
enfrentarse a nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida
transformación y secularización de la sociedad irlandesa. El cambio social ha
sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente en la
tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos.
Asimismo, las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe
y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los
retiros anuales se dejaron, con frecuencia, de lado.
También
fue significativa en este período la tendencia, incluso por parte de los
sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de la
realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio. El programa de
renovación propuesto por el Concilio Vaticano II fue a veces mal entendido y,
además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar,
no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo
una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, de
evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En
este contexto general debemos tratar de entender el inquietante
problema de abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al debilitamiento
de la fe y la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas.
Sólo
examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a la
crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y
encontrar las soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han
contribuido a ella, podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para
determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa,
la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios
y noviciados, la tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras
de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia
y por evitar escándalos cuyo resultado fue la falta de aplicación
de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de la
dignidad de cada persona. Es necesaria una acción urgente para
contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas
para la vida de las víctimas y sus familias y han obscurecido tanto la luz del
Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución.
5.
En varias ocasiones, desde mi elección a la Sede de Pedro, me he encontrado con
víctimas de abusos sexuales y estoy dispuesto a seguir haciéndolo en futuro. He
hablado con ellos, he escuchado sus historias, he constatado su
sufrimiento, he rezado con ellos y por ellos. Anteriormente en mi
pontificado, preocupado por abordar esta cuestión, pedí a los obispos de
Irlanda, durante la visita ad limina de 2006 que "establecieran la verdad
de lo ocurrido en el pasado y tomasen todas las medidas necesarias para
evitar que sucediera de nuevo, para asegurar que los principios de justicia
sean plenamente respetados y, sobre todo, para curar a las víctimas y a todos
los afectados por estos crímenes atroces “ (Discurso a los obispos de Irlanda,
el 28 de octubre de 2006).
Con
esta carta, quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en
Irlanda, a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, los
remedios necesarios y a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas y la
necesidad de la unidad, la caridad y la ayuda mutua en el largo proceso de
recuperación y renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras que
me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a
todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.
6.
A las víctimas de abusos y a sus familias
Habéis
sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar el
mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada
vuestra dignidad. Muchos de vosotros han experimentado que
cuando tuvieron el valor suficiente para hablar de lo que les había pasado,
nadie quería escucharlos. Aquellos que sufrieron abusos en los internados
deben haber sentido que no había manera de escapar de su dolor. Es comprensible
que os sea difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su
nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos
todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. Enla comunión
con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue
Él mismo una víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros aún lleva las
heridas de su sufrimiento injusto. Él entiende la profundidad de vuestro dolor
y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones
con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia.
Sé
que a algunos de vosotros les resulta difícil incluso entrar en una
iglesia después de lo que ha sucedido. Sin embargo, las heridas de Cristo,
transformadas por su sufrimiento redentor, son los instrumentos que han
roto el poder del mal y nos hacen renacer a la vida y la
esperanza. Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial
-incluso en las situaciones más oscuras y desesperadas- que libera y trae
la promesa de un nuevo comienzo.
Al
dirigirme a vosotros como un pastor, preocupado por el bienestar de todos los
hijos de Dios, os pido humildemente que reflexionéis sobre lo que he dicho.
Ruego que, acercándoos a Cristo y participando en la vida de su Iglesia -
una Iglesia purificada por la penitencia y renovada en la caridad
pastoral - podáis descubrir de nuevo el amor infinito de Cristo por cada
uno de vosotros. Estoy seguro de que de esta manera seréis capaces de encontrar
reconciliación, profunda curación interior y paz.
7.
A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños
Habéis
traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes
inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios
Todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis
perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza
y deshonor sobre vuestros semejantes. Aquellos de vosotros que son
sacerdotes han violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo
mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Junto con el inmenso
daño causado a las víctimas, un daño enorme se ha hecho a la Iglesia y a
la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.
Os
exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los
pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar.
El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la
verdadera enmienda.
Debéis
tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones y
penitencias por aquellos que habéis ofendido. El sacrificio redentor de Cristo
tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y extraer
el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios
nos llama a dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid
abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no
desesperéis de la misericordia de Dios.
8.
A los padres
Os
habéis sentido profundamente indignados y conmocionados al conocer los
hechos terribles que sucedían en lo que debía haber sido el entorno
más seguro para todos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y
educar a los hijos. Se merecen crecer con seguridad, cariño y
amor, con un fuerte sentido de su identidad y su valor. Tienen derecho a ser
educados en los auténticos valores morales enraizados en la dignidad de la
persona humana, a inspirarse en la verdad de nuestra fe católica y
a aprender los patrones de comportamiento y acción que lleven a la sana
autoestima y la felicidad duradera. Esta tarea noble pero exigente está
confiada en primer lugar a vosotros, padres. Os invito a desempeñar
vuestro papel para garantizar a los niños los mejores cuidados posibles,
tanto en el hogar como en la sociedad en general, mientras la Iglesia, por su
parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger
a los jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. Os aseguro
que estoy cerca de vosotros y os ofrezco el apoyo de mis oraciones mientras
cumplís vuestras grandes responsabilidades
9.
A los niños y jóvenes de Irlanda
Quiero
dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es
muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado desde
que ellos tenían vuestra edad. Sin embargo, todas las personas, en cada
generación están llamadas a recorrer el mismo camino durante la vida,
cualesquiera que sean las circunstancias. Todos estamos escandalizados
por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia, en particular de
los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes. Pero
es en la Iglesia donde
encontraréis a Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,
8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. ¡Buscad una relación
personal con Éll dentro de la comunión de su Iglesia, porque él nunca
traicionará vuestra confianza! Sólo Él puede satisfacer vuestros anhelos más
profundos y dar pleno sentido a vuestras vidas, orientándolas al servicio
de los demás. Mantened vuestra mirada fija en Jesús y su bondad y
proteged la llama de la fe en vuestros corazones. Espero en vosotros para
que, junto con vuestros hermanos católicos en Irlanda, seáis fieles discípulos
de nuestro Señor y aportéis el entusiasmo y el idealismo tan
necesarios para la reconstrucción y la renovación de nuestra amada
Iglesia.
10.
A los sacerdotes y religiosos de Irlanda
Todos
nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros
hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de
forma justa y responsable las denuncias de abusos. A la luz del
escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo
entre los fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades
religiosas, muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también
consciente de que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables
por asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma
responsable de los delitos de los demás. En este tiempo de sufrimiento,
quiero dar acto de vuestra dedicación cómo sacerdotes y religiosos y
de vuestro apostolado, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro
amor por su Iglesia y vuestra confianza en las promesas evangélicas de la
redención, el perdón y la renovación interior. De esta manera, podréis
demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (cf. Rm
5, 20).
Sé
que muchos estáis decepcionados, desconcertados y encolerizados por la
manera en que algunos de vuestros superiores abordaron esas cuestiones. Sin
embargo, es esencial que cooperéis estrechamente con los que ostentan la
autoridad y colaboréis en garantizar que las medidas adoptadas para responder a
la crisis sean verdaderamente evangélicas, justas y eficaces. Por encima de
todo, os pido que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de
oración, que siguen con valentía el camino de la conversión, la purificación y la
reconciliación. De esta manera, la Iglesia en Irlanda cobrará nueva
vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios
que se hace visible en vuestras vidas.
11.
A mis hermanos, los obispos
No
se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores han
fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar las normas,
codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los
delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta
a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil comprender la magnitud y
la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones
adecuadas en función de los pareceres contradictorios de los
expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de
juicio y hubo fallos de dirección. Todo esto ha socavado gravemente
vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos llevados a cabo
para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a
ocurrir. Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico
concernientes a los casos de abusos de niños, seguid cooperando con las
autoridades civiles en el ámbito de su competencia. Está claro que
los superiores religiosos deben hacer lo mismo. También ellos
participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de
establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es
imperativo que las normas de la Iglesia en Irlanda para la salvaguardia
de los niños sean constantemente revisadas y actualizadas y que se apliquen
plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.
Sólo
una acción decisiva llevada a cabo con total honestidad y transparencia
restablecerá el respeto y el afecto del pueblo irlandés por la Iglesia a
la que hemos consagrado nuestras vidas. Hay que empezar, en primer lugar, por
vuestro examen de conciencia personal, la purificación interna y la renovación
espiritual. El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis
hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez, y
busquéis día tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de
San Agustín, sois un obispo, y sin embargo, con ellos estáis llamados a
ser un discípulo de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto a renovar vuestro
sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro
pueblo y profundizar vuestra atención pastoral con todos los
miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida
espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de
ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus
preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la
llama de su amor por Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y
hermanas.
Asimismo,
hay que alentar a los laicos a que desempeñen el papel que les
corresponde en la vida de la Iglesia. Aseguraos de su formación
para que puedan, articulada y convincentemente, dar razón del
Evangelio en medio de la sociedad moderna (cf. 1 Pet 3, 15), y cooperen
más plenamente en la vida y misión de la Iglesia. Esto, a su vez,
os ayudará a volver a ser guías y testigos creíbles de la verdad
redentora de Cristo.
12.
A todos los fieles de Irlanda
La
experiencia de un joven en la Iglesia debería siempre fructificar
en su encuentro personal y vivificador con Jesucristo, dentro de
una comunidad que lo ama y lo sustenta. En este entorno, habría que
animar a los jóvenes a alcanzar su plena estatura humana y
espiritual, a aspirar a los altos ideales de santidad, caridad y verdad y
a inspirarse en la riqueza de una gran tradición religiosa y cultural. En
nuestra sociedad cada vez más secularizada en la que incluso los
cristianos a menudo encuentran difícil hablar de la dimensión trascendente
de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevas modos para transmitir a los
jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de
su Iglesia. Para resolver la crisis actual, las medidas que contrarresten
adecuadamente los delitos individuales son esenciales pero no suficientes: hace
falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras
generaciones a atesorar el don de nuestra fe común. Siguiendo
el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando
vuestras vidas cada vez más a la figura de Jesucristo,
experimentaréis con seguridad la renovación profunda que necesita con
urgencia nuestra época . Invito a todos a perseverar en este camino.
13.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por
todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la
condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer palabras
de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía
espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad para afrontar los retos del
momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración
y fortaleza a las nobles tradiciones de Irlanda de fidelidad al
Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la
santidad. En solidaridad con todos vosotros, ruego con insistencia
para que, con la gracia de Dios, las heridas inflingidas a tantas
personas y familias puedan curarse y para que la Iglesia en Irlanda
experimente una época de renacimiento y renovación espiritual
14.
Quisiera proponer, además, algunas medidas concretas para abordar la
situación.
Al final de mi reunión con los obispos de Irlanda, les pedí que la
Cuaresma de este año se considerase un tiempo de oración para la efusión de la
misericordia de Dios y de los dones de santidad y fortaleza del
Espíritu Santo sobre la Iglesia en vuestro país. Ahora os invito a todos a
ofrecer durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, la
penitencia de los viernes para este fin. Os pido que
ofrezcáis el ayuno, las oraciones, la lectura de la Sagrada
Escritura y las obras de misericordia por la gracia de la curación y
la renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el
sacramento de la Reconciliación y a utilizar con más frecuencia el poder
transformador de su gracia.
Hay
que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada
diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a ello.
Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen
períodos de adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad
de participar. Mediante la oración ferviente ante la presencia real del
Señor, podéis cumplir la reparación por los pecados de abusos
que han causado tanto daño y al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza
renovada y un sentido más profundo de misión por parte de
todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.
Estoy
seguro de que este programa conducirá a un renacimiento de la Iglesia en
Irlanda en la plenitud de la verdad de Dios, porque la verdad nos
hace libres (cf. Jn 8, 32).
Además,
después de haber rezado y consultado sobre el tema, tengo la intención de
convocar una Visita Apostólica en algunas diócesis de Irlanda, así como en los
seminarios y congregaciones religiosas. La visita tiene por objeto ayudar a la
Iglesia local en su camino de renovación y se establecerá en cooperación con
las oficinas competentes de la Curia Romana y de la Conferencia
Episcopal Irlandesa. Los detalles serán anunciados en su debido momento.
También propongo que se convoque una misión a nivel nacional para todos los
obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a los
conocimientos de predicadores expertos y organizadores de retiros
en Irlanda, y en otros lugares, mediante la revisión de los documentos
conciliares, los ritos litúrgicos de la ordenación y profesión, y las
recientes enseñanzas pontificias, lleguéis a una valoración más
profunda de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de
vuestra fe en Jesucristo y de beber a fondo en las fuentes de agua viva
que os ofrece a través de su Iglesia.
En
este año dedicado a los sacerdotes, os propongo de forma especial la
figura de San Juan María Vianney, que tenía una rica comprensión del misterio
del sacerdocio. "El sacerdote -escribió- tiene la llave de los tesoros de
los cielos: es el que abre la puerta, es el mayordomo del buen Dios, el
administrador de sus bienes." El cura de Ars entendió perfectamente
la gran bendición que supone para una comunidad un sacerdote bueno y santo: “Un
buen pastor, un pastor conforme al corazón de Dios es el tesoro más grande que
Dios puede dar a una parroquia y uno de los más preciosos dones de la
misericordia divina".Que por la intercesión de San Juan María
Vianney se revitalice el sacerdocio en Irlanda y toda la Iglesia en
Irlanda crezca en la estima del gran don del ministerio sacerdotal.
Aprovecho
esta oportunidad para dar las gracias anticipadamente a todos aquellos
que ya están dedicados a la tarea de organizar la Visita Apostólica y
la Misión, así como a los muchos hombres y mujeres en toda Irlanda que ya
están trabajando para proteger a los niños en los ambientes eclesiales. Desde
el momento en que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la
magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones
católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo
en muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio. Si bien
no se debe escatimar ningún esfuerzo para mejorar y actualizar los
procedimientos existentes, me anima el hecho de que las prácticas vigentes de
tutela, adoptadas por las iglesias locales, se consideran en algunas
partes del mundo, un modelo para otras instituciones.
Quiero
concluir esta carta con una Oración especial por la Iglesia en Irlanda, que os
dejo con la atención que un padre presta a sus hijos y el afecto de un
cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha ocurrido en nuestra
querida Iglesia. Cuando recéis esta oración en vuestras familias,
parroquias y comunidades, la Santísima Virgen María os proteja y guíe
a cada uno de vosotros a una unión más estrecha con su Hijo, crucificado
y resucitado. Con gran afecto y confianza inquebrantable en las promesas
de Dios, os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y
paz en el Señor.
Desde
el Vaticano, 19 de marzo de 2010, Solemnidad de San José,
BENEDICTUS
PP. XVI
ORACIÓN POR LA IGLESIA EN IRLANDA
Dios de nuestros padres,
renuévanos en la fe que es nuestra vida y salvación,
en la esperanza que promete el perdón y la renovación interior,
en la caridad que purifica y abre nuestros corazones
en tu amor, y a través de ti, en el amor de todos nuestros hermanos y
hermanas.
Señor Jesucristo,
Que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes en el camino de la verdad, la bondad, la
santidad y el servicio generoso a la sociedad.
Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y entrega apostólica
para la Iglesia en Irlanda.
Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo para enderezar los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
den una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y asociaciones,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad, la justicia, la alegría y la paz en toda la
familia humana.
A ti, Trinidad,
con plena confianza en la protección de María,
Reina de Irlanda, Madre nuestra,
y de San Patricio, Santa Brígida y todos los santos,
nos confiamos nosotros mismos, nuestros hijos,
y confiamos las necesidades de la Iglesia en Irlanda.
La recién estrenada en
nuestro país ‘Spotlight’ narra la
investigación llevada a cabo por un grupo de periodistas del Boston Globe entre
1999 y 2002 acerca de varios casos de abusos a menores perpetrados por
miembros de la Iglesia Católica de Estados Unidos. En el camino, los reporteros
descubrieron el encubrimiento de estos delitos por parte de altas esferas de la
institución, lo que supuso un duro golpe a su imagen. Por ello, las primeras
reacciones de varios representantes del clero ante lo que iba a ser uno de los
estrenos del año, no tardaron en hacerse públicas.
Antes de que la
película viese la luz en Estados Unidos el pasado 25 de noviembre, el propio
Boston Globe publicó una información con respecto a que la Conferencia Episcopal americana había enviado
una nota informativa a todas las diócesis del país. En dicha misiva,
aconsejaba a los obispos y sacerdotes reconocer las irregularidades que se
habían llevado a cabo durante años y, de paso, aplaudir la labor de los
periodistas en pos de descubrir la verdad. Las directrices principales eran las de ser "abiertos y
transparentes" en cuanto a los abusos pederastas reportados en sus
diócesis. También se les instaba a describir los cambios de política que la
iglesia americana había implementado tras el escándalo, incluidos los
requisitos que el clero, los seminaristas y voluntarios que trabajan con niños
deben cumplir, sometiéndose a controles de antecedentes y a un entrenamiento
para garantizar un ambiente seguro.
A finales de octubre,
el cardenal Sean P. O'Malley, arzobispo de Boston y un alto asesor del Papa
Francisco sobre la política de abuso sexual, fue de los primeros en emitir una
declaración sobre la película. O'Malley dijo que la Iglesia debe "continuar
buscando el perdón de las víctimas". En la misma línea, el arzobispo de Dubuque (Iowa), Michael
Jackels, instó a toda la institución católica a "no bajar la
guardia", y sobre el estreno de la película reconoció: "¿Preferiría
que esto no se viera en el cine? Por supuesto. Sólo el trailer es doloroso de
ver. Pero estoy seguro de que ese dolor ni siquiera se acerca a lo que las
víctimas y sus familias han sufrido con este escándalo", concluyó el arzobispo.
El discurso fue
homogéneo en cuanto a la condena de los delitos, y los miembros del clero
convinieron en señalar que "cualquier cosa que cree conciencia sobre el
delito de abuso sexual de menores y fomente la transparencia es positiva",
tal y como explicó el obispo de Albany
(Nueva York), Edward B. Scharfenberger. El clérigo expresó su deseo de que "'Spotlight'
sea un vehículo para comunicar la verdad y avanzar en el diálogo sobre la
protección de los niños".
La punta del iceberg
Para Terence McKiernan, fundador de la web BishopAccountability.org –organización que rastrea los abusos–, "los obispos no han abordado plenamente
las cuestiones relacionadas con la crisis". Y da un ejemplo:
Según McKiernan, desde que saltó la noticia hace ya 14 años, se podrían haber
elaborado listas de todos los clérigos implicados en casos de abuso en cada una
de las diócesis para que estuviesen disponibles a nivel nacional. Pues bien, según su informe, sólo 30 de las 178 diócesis
lo han llevado a cabo. La de Boston es una de las que ha proporcionado una
lista, aunque, a juicio de la organización, incompleta. Se calcula que más de
2.400 sacerdotes implicados en casos de pederastia todavía no se han nombrado.
Visto lo visto, el
argumento de 'Spotlight' se trata de un drama que a pesar de los esfuerzos de
unos y otros en combatirlo es evidente
que sigue estando muy latente en la sociedad. Al respecto, Michael
Jackels -el citado obispo de Dubuque- reconoció que los abusos "todavía
ocurren demasiado, y cuando se producen se proyecta una sombra sobre los
esfuerzos de la iglesia para restaurar la confianza en un ambiente seguro".
Y en todo esto, ¿qué tiene que decir el director de la película? Hace meses, Tom McCarthy aseguró: "Confío
mucho en el Papa Francisco, todo lo que ha expresado públicamente invita a
pensar que habrá un cambio en la Iglesia Católica". Por el momento, lo
cierto es que la institución religiosa ha reconocido el notable trabajo del
director y se ha sumado incondicionalmente a la denuncia que 'Spotlight' ha
llevado ahora a la gran pantalla y que puede ser una de las grandes ganadoras
de los Oscar este año.