17 de julio de 2016

Estreno de la Sinfonía de la Vida

No tengo palabras. Hay cosas que cuando uno quiere expresarlas, las palabras son ridículamente insuficientes. Chesterton dijo: “El hombre sabe que hay en el alma matices más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos matices, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo”. ¡Qué indudable verdad! Y esto es lo que me pasa a mí hoy, me siento incapaz de explicar lo que suscitó en mí la maravillada escucha del estreno mundial de la Sinfonía de la Vida en el Kursaal de San Sebastián el 10 de Julio de 2016, interpretada por la Orquesta Sinfónica y Coro de la JMJ y el Orfeón Donostiarra. Pero, apoyándome en el miedo de Jorge Luis Borges al describir su Aleph, que copio como excusatio non petita, me lanzaré.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparán el mismo punto, sin superposición ni transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que tanscribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

Pues yo también intentaré torpemente recoger lo que viví. Ahí voy.

Cinco movimientos que son cuatro evoluciones de un mismo sentimiento. Experimentar la belleza y la alegría de la vida, de cada vida, de toda vida. Belleza y alegría que no son sino pálidos reflejos de la Belleza y la Alegría de la Vida. Así que mis palabras serán el pálido reflejo de un pálido reflejo.

La Sinfonía de la Vida nace por un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la OSCJMJ ( www.orquestaycorojmj.org ). Ya el nacimiento de esta orquesta y coro para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en Madrid y su posterior supervivencia son hechos en los que se manifiesta un designio. La historia de cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la OSCJMJ esta sinfonía es otra manifestación de ese designio que sería demasiado largo de explicar aquí. Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació la inexpresable belleza de la Sinfonía de la Vida.



La Sinfonía de la Vida nace por un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la Orquesta y CoroJMJ (www.orquestaycorojmj.org). Ya el nacimiento de esta orquesta sinfónica y coro para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en Madrid y su posterior supervivencia son hechos en los que se manifiesta un designio. La historia de cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la OSC-JMJ esta sinfonía es otra manifestación de ese designio que sería demasiado largo de explicar aquí. Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació la inexpresable belleza de la Sinfonía de la Vida.

Es necesario, no obstante, conocer quién fue Jérôme Lejeune para entender de dónde arranca todo. El Prof. Lejeune fue un genetista francés, un científico de primera línea. Con apenas 32 años descubre la primera anomalía cromosómica humana, la trisomía 21, causante del síndrome de Down, así como su diagnóstico precoz. Inicia entonces una investigación genética para intentar paliar o, incluso llegar a curar los efectos de la trisomía 21, producidos por un exceso de producción de ciertas proteínas al haber tres cromosomas en vez de dos desde el momento de su diagnóstico al inicio del embarazo. Su empeño por evitar el exceso de producción de esas proteínas es algo perfectamente factible con fondos suficientes para la investigación, pero no fue posible conseguirlos porque se descubrió una manera más eficaz de eliminar los efectos de la trisomía 21: Eliminar a los que la padecían mediante un aborto “terapéutico”. Desde entonces, el 90% de los casos de trisomía 21 son desechados. Como es lógico, ver que su descubrimiento, con el que él pensaba contribuir a mejorar la vida de los niños con trisomía 21, se convirtió en instrumento de muerte, le generó una profunda decepción que, sin embargo, jamás se tradujo en amargura, frustración o desesperanza. Lejos de ello, le llevó a promover la asociación “Laissez-les vivre”, que se ocupaba de intentar evitar esas muertes, cuidar de los niños con trisomía 21 que llegaban a vivir y a ayudar a sus familias a superarlo. Fundó también la asociación “Secour aux futures mères”. Su activismo pro-vida acabó por convertirle en una especie de proscrito científico, respetado pero, al mismo tiempo, censurado en las más prestigiosas publicaciones. La fundación Jérôme Lejeune fue fundada por su familia y sus colaboradores y amigos más cercanos en 1995, un año después de su muerte.

Pues bien, de ahí nace esta Sinfonía de la Vida que se estrenó el 10 de Julio de 2016.

La sinfonía, para orquesta sinfónica, coro mixto y niños, ha sido compuesta por Kuzma Bodrov y Carlos Criado, sobre una estructura y textos recopilados y concebidos por Pedro Alfaro, quien también aporta algunos temas musicales a la sinfonía.  De los textos originales destacan un poema de despedida del Prof. Lejeune escrito poco antes de su muerte y el salmo 139, cantado en hebreo en el último movimiento.

El primer movimiento que lleva por título “Desarrollo de la vida en el seno materno, desde la concepción hasta el nacimiento” transmite el desarrollo del feto, en estrecho vínculo con su madre, desde la concepción hasta el nacimiento. Impresiona el ostinato del latido del corazón del niño en el vientre materno con una melodía que comienza con un violonchelo en pizzicato al que se va uniendo la orquesta en un crescendo con variaciones. Se inspira en una frase del Prof. Léjeune refiriéndose al embarazo: “Es como una música, la más primitiva que haya, pues es la primera que cada oído humano escucha en su vida. Una sinfonía a dos coros, el de la madre y el del hijo. He aquí la canción de este primer mundo, ese del que todos venimos”.

El segundo movimiento se titula “La acogida amorosa de la vida en la familia”, acompañado de una frase de la hija del prof Lejeune de su biografía La Vie est un Bonheur: “El hijo que ve que sus padres se quieren lo comprende todo”. Se desarrolla sobre un diálogo de la madre y el padre, representados por la soprano y el tenor solistas, con su hijo recién nacido que no puedo dejar de transcribir.

Madre: ¿Qué has sentido al ser mi hijo? ¿En qué piensas cuando me miras, cuando me buscas? No te conozco y es como si te conociera de siempre.

Padre: Ser padre, nunca imaginé algo así, ahora sé que no entendía nada. Mis manos torpes te rodean temerosas. ¿Seré capaz de darte lo mejor?

Madre: Dudé y tuve miedo, sin saber cómo serías, cómo sería todo, pero un mundo nuevo ha nacido contigo y ya sé que sólo importa que me has sido dado. Tal como eres te amo. A mis ojos siempre serás perfecto porque en mi corazón sé todo lo que puedes ser.

Padre: Aunque ahora soy todo torpeza, los momentos nuestros serán los hilos que nos unan. Instante a instante te conquistaré y te daré, sin saber cómo, lo mejor de lo que soy.

Juntos: Has hecho nuevo nuestro mundo, has llenado de luz nuestras vidas, has abierto una brecha en nuestros corazones de donde brotarán alegrías, sacrificios e inquietudes. En ti creceremos y tú con nosotros. Serás distinto a todo y especial. El amor cubrirá como un manto sagrado a nuestra familia y en él nuestras vidas serán plenas.

Esta conversación entre la madre soprano y el padre tenor acompañado por el coro de niños en su reexposición se desarrolla delante de un telón de música que expresa con una fuerza inaudita todos esos sentimientos de una forma inefable, más allá de lo que este bolsista pueda expresar con su mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos y ruidos. He ahí la grandeza de la música universal. El movimiento termina con un himno orquestal a la alegría “Era necesario que Nacieras” que es una espléndida danza de felicidad compuesta por el propio Pedro Alfaro y orquestada magistralemente por Carlos Criado.

El tercer movimiento se titula “La humanidad en búsqueda a través de la ciencia. El peligro de una ciencia sin conciencia” y viene también acompañado de un texto del Prof. Léjeune: “La ciencia es verdaderamente el árbol del bien y del mal; da frutos buenos y malos indistintamente; como científicos, toda nuestra responsabilidad consiste en tratar de recolectar los frutos buenos y evitar ofrecer los malos a nuestros contemporáneos o a nuestros descendientes”. Empieza aquí a fraguarse el drama del Prof. Léjeune del terrible uso a que dieron lugar sus descubrimientos. Ese carácter del dios Jano, con sus dos rostros, benéfico y maléfico, es magistralmente representado por la música que transmite ora fuerza luminosa, ora tempestad ominosa y oscura, con un tema, el de la espiritualidad (que será retomado por el coro en el último movimiento) que lucha por abrirse camino sin éxito

El cuarto movimiento, se expresa en el título: “reflexión del científico sabio en el ocaso de su vida. Poema de despedida del Dr. Léjeune”. Ese poema, escrito poco antes de la muerte, esperada por el Prof. Léjeune, es el final de su drama personal que acaba en un profundo anhelo de bien y un acto de entrega a su Creador. Pero el programa de mano incorpora una frase de su mujer que describe la terrible decepción de su marido. Dice: “La mayor desgracia, creo yo, que puede sucederle a un verdadero sabio consiste en ver sus descubrimientos totalmente revertidos de su objetivo inicial y utilizados para la muerte”. Esta frase de su mujer se alinea con la que pronunció el Prof. Léjeune en su alocución de defensa de la vida en la ONU, refiriéndose a la OMS: “He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribió a su mujer: “Hoy me he jugado mi premio Nobel”. Efectivamente, se lo jugó y lo perdió, consiguiendo, en cambio, el premio del ostracismo. Pero siguió el dictamen de su conciencia con valor y decisión, lo que le hizo más libre y más humano. El movimiento acaba en una maravillosa variación del ostinato de violonchelo del principio de la sinfonía, basado a su vez en un tema original de Pedro Alfaro llamado Iesu, como el corazón que deja de latir, pero que alcanza la paz. Pero veamos su poema de despedida, cantado por el barítono en lucha con la orquesta envolvente que refleja ese drama, ese anhelo de bien y esa entrega a su Creador.

Barítono: “Muero en acto de servicio, habiendo luchado con todo mi ser, hasta mi último aliento, por una ciencia sabia y llena de humanidad. Pero parece que este mundo, en sus ansias por conquistar el espacio exterior, se ha olvidado de su espacio interior. ¿Qué es la ciencia sin conciencia? ¿Qué es un mundo sin conciencia? ¿Es que no nos damos cuenta? Cada vida es un universo entero, nuevo, distinto, y cada instante de amor, una porción de ese universo. Mis ojos contemplan llenos de lágrimas este mundo… Muero en acto de servicio. ¿Por qué pudiendo hacer tanto bien hacemos tanto mal?  Y no sé si yo hice lo suficiente. Yo era aquél que debía curarles y me voy sin haberlo conseguido. Quisiera pedir perdón por no haber hecho más por defender a mis pequeños, perdón por no haber sido más capaz, o más hábil, o más cariñoso. He recibido tanto, me habéis dado tanto… Quizá algún día el mundo lo entienda. Ojalá llegue el día en que el árbol de la ciencia beba de la savia de la vida. He recibido tanto. Ahora es cuando deseo volver a ser niño para entender, sencillo y puro, el misterio insondable de la vida. Volver al origen y abrir el libro de los tiempos, para nacer de nuevo a la eternidad”.

Allí, en la eternidad, en su presente continuo, con el libro de los tiempos abierto, cumplido su deseo de volver a ser niño, estoy seguro de que El Prof. Léjeune, estará viendo y entendiendo el misterio insondable de la vida. Su Creador habrá volteado para él el tapiz del mundo que en esta vida vemos sólo del revés, en un caótico cruce de hilos de distintos colores, que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van ni para qué, para hacerle contemplar, asombrado, su sencillez y pureza.

Y esto es lo que expresa el quinto y último movimiento que se titula: “Frente al misterio de la creación, respuesta espiritual. La esperanza renovada”, en el que se cita una frase de madre Teresa de Calcuta que dice: “El carácter sagrado de la vida es uno de los mayores regalos que Dios nos ha hecho”. Se ha elegido para este movimiento el texto del salmo 139 de la Biblia, cantado en hebreo por los tres coros. Grandiosa manera de expresar la creación y su liberación de la carga del pecado. Sobre este océano de sonido embravecido, de música exaltada, aparecen, como delfines y otros cetáceos saltando sobre las aguas tumultuosas, las voces entretejidas de los solistas, soprano, tenor y barítono. Juntos van recitando en hebreo el salmo que, traducido al español dice:

“Yahveh, Tú me examinas y me conoces,
sabes cuándo me siento y me levanto,
desde lejos penetras mis pensamientos.
Tú adviertes si camino o si descanso,
todas mis sendas te son conocidas.
No está aún mi palabra en mi lengua,
y Tú, Yahveh, ya la conoces.
Tu protección me envuelve por completo,
me cubres con la palma de tus manos.
Es un misterio de saber que me supera,
una altura que no puedo alcanzar.
¿A dónde podré ir lejos de tu Espíritu,
 a dónde escaparé de tu presencia?
Si subo hasta los cielos, allí estás Tú,
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
Si vuelo sobre las alas de la aurora,
y me instalo en el confín del mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
Aunque diga ‘que la tiniebla me encubra
y la luz se haga noche en torno a mí’,
no es oscura la tiniebla para ti,
pues ante ti la noche brilla como el día.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el vientre de mi madre.
Te doy gracias porque eres sublime,
prodigio soy, prodigio son tus obras.
Tú conoces lo profundo de mi ser,
nada mío te era desconocido
cuando me iba formando en lo oculto
y tejiendo en las honduras de la tierra.
Tus ojos contemplaban mis acciones,
todas ellas escritas en tu libro,
y los días que me asignaste antes de existir.
¡Oh Dios, que profundos son tus designios,
que incalculable su conjunto!
Si los cuento son más que la arena,
y aunque termine, todavía estoy contigo.

La sinfonía acaba en un pianissimo del coro a capella de un acorde que se va atenuando lentamente sin que uno sepa exactamente cuándo ha acabado la música. En otras dos obras -la novena sinfonía de Mahler y la Canción de la Tierra, de este mismo compositor- ocurre esto y siempre que las oigo me pasa lo mismo. Un casi imperceptible escalofrío, como una especie de tenue cosquilleo, como si un ejército de hormigas en hilera recorriera mi espina dorsal, me deja paralizado, sobrecogido, con la carne de gallina, y pido con toda mi alma un espacio de silencio para saborear mi sobrecogimiento. Esta es la tercera obra en la que me pasa esto. Pero no pudo ser el silencio. El público prorrumpió, creo que antes incluso de que acabase la música, en una estruendosa ovación que se prolongó con ¡bravos!, a los que, roto mi sobrecogimiento, me sume, durante más de diez minutos, con toda la liturgia de salidas y entradas de solistas y director.

Creo que en la ejecución de la Sinfonía de la Vida se produjo un prodigio, casi un milagro, que rara vez se produce. A menudo las orquestas pasan por las notas de una obra de manera extraordinariamente profesional y virtuosistica, pero sin alma. De cuando en cuando, uno siente que no sólo está escuchando las notas, sino que está sintiendo el alma colectiva de la orquesta que vibra con lo que está creando. Nunca, jamás, en mi vida he sentido eso con tanta intensidad como en esa representación. La joven orquesta de la JMJ, con su coro, tal vez no tan joven, con su escolanía y con el Orfeón Donostiarra y su Orfeón Txiki, palpitaron, vibraron se extasiaron al unísono en esa creación. ¡Y transmitieron ese éxtasis! Los franceses dicen, cuando esto ocurre que la obra fue creada, no interpretada. Eso fue lo que ocurrió: la creación de la obra, la creación de algo nuevo, espiritual, etéreo, efímero, volátil, único, mágico. No sé si irrepetible. Fue la contemplación de la Verdad, la Bondad y la Belleza, sobre todo la Belleza, a través de un cristal casi transparente. A quien no entienda lo que digo o crea que me invento una sensación, le recomiendo que vea la película “El concierto”. Si hay algo que sabe hacer un buen director de cine es recrear sensaciones. En la creación del concierto para violín de Tchaikovsky al final de la película se plasma muy bien la magia de la que hablo.

Y creo que ese es el camino, más que los discursos y los anatemas, para imbuir en nuestra sociedad la admiración y el asombro por el impresionante milagro de la vida y, desde esa admiración y asombro, inducir el respeto por ella y por su infinita dignidad. Por eso creo que esta Sinfonía de la Vida debe perpetuarse. No basta con un disco o con que se cree otra vez en Madrid o en París. Es necesario hacer que incendie el mundo con esa admiración, asombro y respeto. Y, para esto, no basta con lo anterior. Hay que conseguir que forme parte del repertorio de las grandes orquestas del mundo. No sé a cuantas personas podrá llegar este escrito. Si lo reenviáis y se hace viral, puede que a millones. Os pido que lo hagáis. Y que si quien quiera que reciba esto tiene contactos que estén en el mundo de la música, o vosotros mismos estáis en ese mundo, se lo hagáis llegar. Nunca he dicho con más convencimiento y pasión lo de ¡¡¡¡PÁSALO!!!!. Pero: ¡¡¡¡¡¡¡PÁSALO!!!!!!!. Por supuesto, también puedes colaborar haciendote amigo de la Orquesta y Coro Sinfónico de la JMJ a través de su página web: http://www.orquestaycorojmj.org Por supuesto, si alguien quiere ponerse en contacto con Pedro Alfaro, el impulsor de la OSC-JMJ, no tiene más que decírmelo.

Sé que mi pretensión de hacer viral una cosa tan larga no es muy realista, pero creo en los milagros y, para demostrarlo, lo voy a hacer todavía más difícil añadiendo un artículo de Francisco Calvo Serraller que leí en EL PAÍS del pasado 9 de Julio, el día antes del estreno de la Sinfonía de la Vida, reflexionando sobre la muerte de su hija, con severas minusvalías. Como sé que a menudo los links no se abren, además de ponerlo, lo transcribo íntegro más abajo. Merece ser leído. Es también una Sinfonía de la Vida. Os pego también una poesía de Miguel D´Ors de su libro “Hacia una luz más pura”. Perdonadme mi intensidad, que a veces me hace pesado. Un abrazo a todos.



En 1982, el cineasta estadounidense Steven Spielberg (Cincinnati, 1946) realizó su encantadora película E.T. Extraterrestre, en la que un simpático extraterrícola extraviado caía sobre nuestro planeta provocando impremeditadamente pavor entre quienes se cruzaban con él, salvo en un par de niños aún con mentes virginales, que de inmediato se convirtieron en sus cómplices. Apenas media docena de años antes, había nacido mi hija Marina (1976-2016) con severas limitaciones físicas de una naturaleza congenial al parecer desconocida, según todos los especialistas. Luego, nos fuimos enterando de que el innominado síndrome que padecía no era, en absoluto, excepcional, pero sí lo suficientemente raro como para que los científicos del ramo no se molestasen siquiera en su seguimiento con vistas a una mejor comprensión. En cualquier caso, salvada la asustada sorpresa inicial de su madre y la mía ante su peculiaridad, y, al comprobar que ésta no era la de un ser condenado a sufrir de por vida, fuimos progresivamente apreciando y amando su singular y generoso modo de adaptarse a nuestro mundo, a pesar de que era tan diferente al suyo. Precisamente, mi mujer, Cristina, cierto día, admirando los extraños poderes de Marina en exacta relación directa con sus limitaciones, acertó a definirla como “E.T.”, porque parecía entender mejor nuestro entorno que nosotros el suyo. En este sentido, cuando, en una ocasión, alguien me preguntó sobre la calificación oficial obtenida para su discapacidad, que era del 95%, y al mostrar su asustada perplejidad ante la cifra, le pude contestar tranquilamente que ese resultado sólo revelaba que sus evaluadores se habían podido comunicar con ella al 5%.

En 1991, con motivo de haber yo publicado una biografía de Velázquez, pintor entre el acá y el allá, una nebulosa, le dediqué el libro a mi hija Marina en los siguientes términos: “Para Marina, pura luz, cuya felicidad no depende de las tinieblas del arte”. Ya entonces, como comprenderán, me había hecho consciente de que mi hija, en su “cortedad”, me sobrepasaba por los cuatro costados. Les podría dar mil testimonios al respecto, pero no lo haré por no ser demasiado prolijo. Porque Marina, ciega de nacimiento, no sólo usaba con precisión nuestro modo de hablar, plagado de términos visuales, que apenas tenían el menor significado para ella, sino que, sin encontrar los instrumentos lingüísticos para expresar la inconmensurable riqueza de sus insólitas percepciones, te las comunicaba sutilmente con la maravillosa expresividad gozosa de su rostro, con sus delicados gestos, con su natural elegancia, con su cautivadora forma de sonreír; en fin: con su modo de ser y estar, fruto de una sensibilidad ignota, pero que intuías superior.

El también extraviado y genialmente anormal Vincent van Gogh describió la muerte como un viaje a una estrella, tan natural, decía, como tomar un ómnibus en dirección a Tarascón. También se me ha quedado fijada la imagen del E.T. de Spielberg señalando al cielo mientras, suspirando, decía: “¡Mi casa!”. Tengo la sensación de que mi hija Marina ahora se ha unido a ellos, dejándonos un tremendo vacío a quienes tuvimos el privilegio de gozar de su compañía. ¡Ay, en nuestro atribulado mundo, cuán poco nos fijamos en el tesoro de estos seres diferentes, los únicos capaces de arrojar algo de luz a nuestra ciega existencia!


Miguel D’Ors
Hacia una Luz más pura.

Elogio de la imperfección

Esa vieja cordura los desprecia.
Tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa:
piezas inacabadas.
Pero a Él le sirven todos,

piedras de Su edificio. Algunas veces

los usa como piedras angulares
–véase el Evangelio– y otras veces con ellos
le hace a la Historia vados, aceras, jardincitos,
poyetes en que toman el sol los jubilados.
Nada se desperdicia. Ninguno queda fuera.

Quién sabe si por ellos, solamente por ellos,
siguen Aldebarán y el Cisne y la Vía Láctea
girando en el silencio de las noches. Quién sabe
si a ésos que tienen pájaros
en la cabeza, a aquellos que están como una cabra,
a los que oyen campanas y nunca saben dónde,
a los que les han dado calabazas...
Él no los ha elegido como Sus proveedores

de materiales para hacer las primaveras.

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