27 de marzo de 2016

¿Os habéis enterado de la Buena Noticia?

¡¡¡¡¡Cristo ha resucitado!!!!! En todos nosotros, Para que su Gracia haga que podamos ser lo que Él ha soñado para nosotros, no la caricatura que nosotros nos empeñamos en ser.

Un abrazo inmenso.

Tomás

“La resurrección de Jesucristo es como la primera erupción de un volcán, que muestra que en el interior del mundo ya arde el fuego de Dios, que lo llevará todo a la incandescencia. Ya se levantan desde el corazón mismo de la tierra, en el que penetró muriendo, las nuevas fuerzas de una tierra gloriosa. Ya están vencidos, en lo más profundo de toda realidad, el pecado, la esterilidad, la muerte, y no falta mucho tiempo para que toda la realidad, y no sólo el cuerpo de Jesucristo, refleje lo que realmente ha sucedido.

Porque no comenzó Jesucristo a salvar y glorificar el mundo por la superficie, sino por la raíz misma, creemos nosotros, seres superficiales, que no ha sucedido nada. Porque el agua del dolor y de la culpa todavía corre aquí donde estamos, nos imaginamos que sus fuentes en lo profundo no están aún agotadas. Porque la maldad dibuja todavía ruinas en el rostro de la tierra, concluimos que en lo más profundo del corazón de la realidad ha muerto el amor.

Pero todo no es sino apariencia, apariencia que tenemos por realidad de la vida. No se da ya abismo alguno entre Dios y el mundo. Jesucristo está ya en medio de todas las cosas miserables de esta tierra. La desgracia se ha convertido en algo provisional y en mera prueba de nuestra fe en el más íntimo misterio que es el Resucitado. El más allá de todo pecado y de la muerte no está lejos, ha descendido y vive en lo más profundo de nuestra carne. Desde entonces, la madre tierra da a luz sólo a hijos que serán transformados. La resurrección de Jesucristo es el comienzo de la resurrección de toda carne”.

K. Rahner, Escritos de Teología, vol. VII, Taurus Ediciones, Madrid 1969, p. 170.


“Todo está ya dicho, pero como nadie escucha, hay que repetirlo todo cada día”.

Marcel Proust

13 de marzo de 2016

Si mi tío fuese un coche tendría cuatro ruedas

Si mi tío fuese un coche, tendría cuatro ruedas.
Ya, pero como no es un coche, no tiene cuatro ruedas.

El título de estas líneas podría parecer humorístico, pero no lo es. Es la base del razonamiento erróneo de mucha gente para muchas cosas. Se parte de una premisa condicional errónea y, al final, se aceptan las conclusiones, por supuesto también erróneas, a las que se llega. Y, lo peor, a veces se piden a mi tío cosas que podría hacer si fuese coche y tuviese cuatro ruedas, pero que es imposible que haga siendo un ser humano con cuatro extremidades. Hasta puede ocurrir que alguien abogue por que se le aten las piernas y los brazos y se le siente en una silla de ruedas para que haga lo que podría hacer si fuese un coche. Y claro, ya no puede hacer ni lo que hace un coche ni lo que hace un ser humano. Porque mi tío, como ser humano, puede hacer cosas estupendas. No lo que haría si tuviese cuatro ruedas, pero cosas estupendas. Con toda seguridad, mejores que las que haría si en vez de un ser humano, fuese un coche. En cualquier caso, tras ser atado y sentado en una silla de ruedas, no puede ni manejar siquiera la silla de ruedas, ni hacer lo que haría si fuese un coche ni siendo un ser humano. No puede hacer nada.

Esta chusca comparación es perfectamente aplicable a un asunto muy serio y que tiene implicaciones inmensas en el funcionamiento del mundo. Los mercados. Y a ello me voy a dedicar en lo que sigue. Los mercados son mecanismos de una extraordinaria eficiencia para que un sistema productivo haga lo que la gente quiera que haga. Todos, absolutamente todos, cuando decidimos si compramos un coche, o una casa, o un abrigo, o un chupa-chup, o en qué empresa trabajamos, o si nos hacemos socios de un equipo de fútbol, o… intentamos maximizar una cosa que se llama nuestra función de utilidad. Antes de que nadie empiece a hablar de mí como defensor del Homo Economicus quiero decir dos cosas sobre la función de utilidad.

1ª La función de utilidad de cada persona, la mía y la de todo aquél que lea estas líneas, no es sólo, ni siquiera principalmente, una función monetaria. Por supuesto que también lo es. El precio de un coche o el sueldo que me pagan en una empresa, por tomar dos de las cosas enumeradas más arriba, son importantes para la decisión que cada uno tome. Pero si ese fuese el único componente de la decisión todos compraríamos el coche más barato o iríamos a trabajar a la empresa que más nos pagase. Y la realidad es que no actuamos así. Buscamos otras muchas cosas. Su fiabilidad y seguridad, el tamaño del maletero, las emisiones de CO2 o de NO que produce, etc., etc., etc., si nos referimos al coche. O el ambiente de trabajo, las posibilidades de conciliación con la vida personal, las oportunidades de desarrollo personal y profesional que nos brinda, etc., etc., etc., si nos referimos al trabajo que elegiríamos. Pero mientras que el aspecto monetario de la función de utilidad es fácilmente traducible a un número, los otros aspectos no lo son. Por supuesto, cada persona pondera en su función de utilidad estas y otras muchísimas cosas, para cada decisión, de forma diferente. Está claro que nadie piensa en su función de utilidad cuando toma una decisión de compra o de trabajo –si lo hiciésemos acabaríamos en la parálisis por el análisis–, de la misma manera que nadie piensa en la pepsina y el ácido clorhídrico cuando hace la digestión, pero tenemos una función de utilidad subyacente de la misma manera que la pepsina y el ácido clorhídrico están ahí cuando digerimos. Lo que pasa es que mientras todos los seres humanos, por nuestros condicionantes genéticos, segregamos pepsina y ácido clorhídrico más o menos de la misma manera (y el que lo haga de diferente manera tiene que ir al médico), en lo que se refiere a nuestra función de utilidad, nuestra libertad nos permite construirla, aún siendo inconscientes de ella, de muy diferentes maneras. Pero esa misma libertad lleva aparejada una carga de responsabilidad. Nuestra función de utilidad está cargada de cuestiones éticas que reflejan lo que somos.

2ª Como se ha dicho antes, excepto el componente monetario, el resto de los componentes de nuestra función de utilidad, así como la ponderación que les damos, no son cuantificables. Además varían de circunstancia en circunstancia, de producto a producto y de un momento vital a otro. Esto hace los mercados muy difícilmente matematizables. Sin embargo, en el siglo XVII y XVIII el mundo quedó epatado por la sencillez de la mecánica newtoniana que, con muy pocas ecuaciones, permitía determinar, con una precisión extraordinaria, los movimientos de los astros y predecir eclipses y otros fenómenos celestes.

Este epatamiento hizo que los economistas de esos siglos intentasen diseñar un modelo económico con una precisión similar. Pero, para ello, había que hacer un hombre que fuese muy similar a un pedazo de roca. Un hombre toscamente simplificado. Un hombre que respondiese al siguiente modelo antropológico:

a)     El hombre es un ser que no hace planes a largo plazo. Su devenir es la simple acumulación en el tiempo de decisiones puntuales que toma en cada momento.
b)     La función de utilidad del ser humano que le lleva a tomar esas decisiones sólo tiene un componente: el monetizable, es decir, la maximización, sin ninguna consideración de otro tipo, de su patrimonio en dinero.

Esta caricatura de ser humano, que nunca ha existido ni existirá es la que ha dado lugar al nombre de homo economicus. Y el sistema que ha salido de ahí es la llamada economía neoclásica. Uno podría pensar que una economía basada en tan caricaturesca simplificación no puede tener éxito. Sin embargo es la que forma el mainstream de la academia económica, la que se enseña, casi sin excepción, en la inmensa mayoría de las universidades y escuelas de negocios. Y, lo que es peor, es el modelo que la gente tiene en la cabeza cuando piensa en el libre mercado. Pero los mercados no son eso, ni el libre mercado se basa en el homo económicus. El libre mercado se basa en la libertad, y la ética que ésta lleva aparejada, del hombre real, de carne y hueso, el que nos encontramos en la cola del autobús. Los mercados son una casi ilimitada cantidad de eficientísimos puntos de encuentro de gente que va, cada uno con su función de utilidad, a ofrecer y demandar todo tipo de bienes y servicios que, eso sí, se puedan intercambiar por un precio[1]. Pero en ese precio influyen TODOS los aspectos de TODAS las funciones de utilidad de TODAS las personas. Si, por ejemplo, mañana las funciones de utilidad de todos los seres humanos diesen un enorme peso, a la hora de trabajar en una empresa, a la conciliación trabajo-vida familiar, todas las empresas del mundo conciliarían ambas esferas, porque no hacerlo así las llevaría a ser incapaces de contratar profesionales o tendrían que pagar por ellos precios astronómicos. Si el peso de la ecología fuese enorme en la función de utilidad de la inmensa mayoría de los seres humanos, nadie querría comprar productos de una empresa altamente contaminante, todas las empresas se esforzarían por reducir su contaminación y aparecerían empresas especializadas en medir la huella contaminante de otras empresas para informar al consumidor. Y así podría poner miles y miles de ejemplos. No es difícil ver que los mercados se encargarían de que sólo las empresas que supiesen conciliar o que fuesen ecológicamente limpias subsistiesen. Y si la función de utilidad de la inmensa mayoría de los seres humanos fuese éticamente correcta en su composición, el eficiente mecanismo del libre mercado llevaría a la realidad inmediatamente esa salud ética y el mundo sería poco menos que el paraíso. Pero el punto de arranque está en la función de utilidad de los seres humanos  con sus valores éticos incorporados.

A estas alturas, muchos se estarán preguntando qué tiene esto que ver todo esto con mi tío, los coches y las sillas de ruedas. Pues mucho. Porque si la gente fuese así, como acabamos de ver, el mundo sería maravilloso. Si mi tío fuese un coche, tendría cuatro ruedas. Pero mi tío no es un coche y, ¡ay!, la gente no es así. La gente es como es, porque es libre, y los mercados responden muy eficientemente a lo que la gente es y, por eso, su output, a menudo, deja mucho que desear. Y ahora viene la silla de ruedas. Dado que el output de los mercados está muy lejos de lo que nos gustaría y dado que la gente es como es, se puede pensar: “cambiemos el funcionamiento de los mercados”. Es decir, atemos las piernas y los brazos a mi tío y sentémosle en una silla de ruedas que, al final, tiene cuatro y se parece a un coche. “Vamos a cambiar cosas aquí y allá en los mercados para que, sin dejar de ser mercados, den un output que nos guste aunque la función de utilidad de la gente deje mucho que desear”. Y, ¿cómo las cambiamos? Muy fácil, lo podemos hacer de dos maneras: la primera interviniendo directamente en su output, es decir fijando los precios –de una manera u otra, hay muchas– por sistemas distintos de los del mercado. La segunda, regulando el mercado, que es un mecanismo mucho más sutil. Nada más razonable. Así nos ahorramos tener que esperar a que la gente cambie, que es un proceso demasiado lento, para obtener el output del mercado que nos gustaría.  ¡We want it all and we want it now! ¿Razonable? ¡Una mierda!

Si hablamos de intervenir en los precios puedo asegurar que en la inmensa mayoría de los casos, siempre que se ha intentado intervenir en ellos, aún con buena voluntad, se ha conseguido lo contrario de lo que se pretendía. Si se pretende mantener bajo el precio de un producto básico, aparece escasez y, al final, los que se quedan sin él, a ningún precio, son aquellos a los que se quería proteger. Si se trata de fijar un salario mínimo, si este es superior al de mercado, se crea paro para los que se quería proteger y, si es inferior, es absolutamente inútil. Se podrían poner muchos ejemplos más desde la electricidad hasta los tipos de interés. Siempre se acaba en graves disfunciones que estropean más de lo que arreglan. Ya en el siglo XVI, la Escuela de Salamanca prevenía contra esto.

Si en vez de intervención directa hablamos de regular el mercado, la cuestión es quién fija las normas por las que se va a regular. Vamos a analizar un poco el tema. Normalmente, quien se arroga el derecho a intervenir o a regular suelen ser los Estados u organismos supraestatales. Es decir, en última instancia, funcionarios que, con gran probabilidad, se transformarán en disfuncionarios. Veamos por qué esto acaba no funcionando y haciendo que el remedio sea peor que la enfermedad.

En primer lugar, suponer la buena voluntad de quien interviene o regula, es mucho suponer. Los funcionarios son seres humanos, con sus intereses y su corazoncito y, al final, es bastante corriente que acaben buscando intereses personales. Además, están sujetos al aparato de un Leviatán llamado Estado del que es mucho suponer si suponemos su buena voluntad. Más capacidad de intervención es más poder y más poder es más tentación de obtener algo –desde dinero hasta votos y más poder– si se orienta la regulación en uno u otro sentido. Resultado: Un tipo u otro de puertas giratorias perversas. Pero, olvidemos esta incómoda posibilidad y presumamos la buena voluntad.

Aún con buena voluntad, el entramado de los millones de mercados existentes, todos entrelazados con todos, es de una complejidad terrible y no conviene menospreciar los sistemas extremadamente complejos. Quien intenta intervenir en ellos, por muy sabio que sea, acaba organizando el caos. Los sistemas complejos, como sabe cualquiera que los haya estudiado tienen comportamientos emergentes que producen reacciones prácticamente imposibles de predecir ante cualquier manipulación externa. Tienen una ecología interna cuya alteración trae consecuencias inesperadas y, generalmente, negativas. Los mecanismos ecológicos internos de los mercados actúan a nivel local. Si un agente se equivoca, es una equivocación puntual y quien se equivoca lo paga en sus propias carnes, rectifica inmediatamente y manda señales de ese error a otros agentes. Pero si una supuesta superinteligencia externa se equivoca, lo hace a lo grande, de forma sistémica. Además, posiblemente no se entere hasta muy tarde porque no lo sufre en sus carnes y, además, cuando se entera, no quiere sacar la pata sino, antes bien, regular todavía más, haciendo crecer exponencialmente los efectos de la regulación. Pero, además, ¿quién ha dicho que los funcionarios que regulan sean sabios? Más bien tienden a no tener ideas claras sobre cómo funciona el mecanismo que regulan. Por si todo esto fuera poco, muy a menudo, el objetivo fundamental del regulador es cubrirse las espaldas. Si un día pasa algo incómodo, que nadie pueda decir que él no ha puesto las medidas adecuadas y le vayan a echar la culpa. Y, claro, siempre regula por exceso del exceso. Además, casi siempre se dan regulaciones cruzadas de distintos organismos o de distintos países, frecuentemente contradictorias. Para colmo, a menudo la regulación se orienta por prejuicios ideológicos. Y es sabido que la ideología es un filtro que distorsiona la visión de la realidad tal cual es. Todo esto acaba por crear parálisis y, en definitiva, paro, pobreza. Y el camino hacia el totalitarismo es una pendiente resbaladiza. Si avanzamos inocentemente por ella, es muy posible llegar a un punto de no retorno. Así se inician caminos hacia formas de totalitarismo, tal vez suaves al principio pero que pueden desembocar en horrores. Un vistazo a la realidad nos puede ilustrar bastante. Ya tenemos a mi tío, atado de pies y manos y la silla de ruedas fabricada. Pero no tenemos un coche.

Queríamos un mercado que diese el output que nos gusta (habría que preguntarse, qué le gusta a quién. Porque el output que le gusta a Pablo Iglesias dista mucho del que le gusta a Rajoy, por poner dos ejemplos. Pero esto nos llevaría a otro punto demasiado largo, la imposición a la mayoría de un output deseado por una minoría dominante), sin esperar a que cambie el corazón de la gente, es decir, su función de utilidad, y, ¿qué tenemos? Un engendro que funciona mal y que, en última instancia crea pobreza y conduce al sometimiento a la autoridad política. Friedrich Heyek describió magistralmente este proceso en su libro “Camino de servidumbre”. Pero no es necesario leerlo para ver lo que ha pasado en países como Argentina o Venezuela. Lo malo de todo esto es que no ocurre de golpe. Si así fuese, se establecería una inmediata relación causa efecto entre la intervención o la supervisión errada y el indeseado final. Pero como los resultados se ven después de bastantes años, a menudo decenios, mucha gente no sabe establecer la relación causa efecto entre lo uno y lo otro.

Tan sólo hay dos tipos de regulación que son no sólo deseables, sino absolutamente necesarias. La primera no sé si merece que la degrademos al rango de regulación, porque está por encima de esa categoría. Me refiero a la legislación ordinaria, tanto civil como penal. Por supuesto que hay personas en cuya función de utilidad entra, y con un peso notable, el aprovecharse de los demás mediante muy diversos mecanismos de los que no está excluido el robo bajo distintas apariencias. No cabe duda de que es imprescindible que haya una legislación que evite estos abusos y que se aplique con la máxima contundencia. Libre mercado no es sinónimo de jungla. Más bien al contrario. En muchos países, especialmente en muchos países pobres, lo que falta es una legislación que haga que todos sean iguales ante la ley. Hay unos pocos tiranos con todos los derechos, incluido el de negar derechos a una inmensa mayoría de gente sobre la que gobiernan tiránicamente. Y entre los derechos de los que privan a sus sojuzgados suele estar el de la seguridad jurídica de la propiedad. Y así, el inmenso potencial humano de desarrollo que tienen esos seres humanos sojuzgados se pierde y acaba sumiendo a esos países en una pobreza crónica y muy difícilmente superable. Por supuesto, esto no es ni libre mercado ni nada que se le parezca y el capitalismo que surge en estos países podría llamarse capitalismo de compinches. Pero confundir esto con el libre mercado o ese capitalismo con el capitalismo que, con defectos, naturalmente, hay en los países desarrollados, es un error muy burdo. Tan burdo como corriente. Es el error en e que, creo, cae el Papa Francisco cuando dice que “este sistema mata”, tomando la parte enferma que él ha experimentado por el todo bastante sano. Por tanto, primera regulación. Una sana legislación ordinaria.

La segunda regulación imprescindible es una que vele, precísamente, por que los mercados funcionen como mercados. Entre las formas pervertidas de la función de utilidad de determinadas personas está la de crear disfunciones en los mercados para que éstos no funcionen como tales, sino que esas imperfecciones, no intrínsecas al mercado, sino creadas por ellos, les beneficien. Son las que yo llamo enfermedades autoinmunes del mercado, porque como en este tipo de enfermedades, es el propio organismo el que se rebela contra sí mismo impidiendo su buen funcionamiento. Estas enfermedades autoinmunes del mercado son tres y sólo tres.

La primera, la desigualdad en la información o dicho de otra manera, la información privilegiada. Si alguien, en su condición de directivo de una empresa conoce algo que va a pasar mañana en la empresa y que hará que la empresa valga más y compra barata parte de esa empresa a quien no tiene ninguna posibilidad de saberlo, está usando información privilegiada e, por tanto, adulterando el funcionamiento del mercado. Esto, hoy en día, en todos los países desarrollados del mundo, está tipificado como delito y penado con cárcel y cuanto más desarrollado es un país, más severamente se pena este delito y más contundentemente se aplica la ley para evitarlo. Por supuesto, la información privilegiada no incluye a quien, mediante el uso de su capacidad de observación y de análisis de la realidad, sin gozar de una situación de privilegio por su cargo, descubre que una empresa va a ir mejor y compra acciones de la misma. ¡Estaría bueno que se penalizase el ingenio y la inteligencia sanos! No obstante, y volviendo a la intervención o regulación estatal en los mercados, la capacidad de actuar sobre ellos mediante el poder político, crea incentivos perversos para lucrarse creando situaciones para aprovecharse de ellas.

La segunda enfermedad autoinmune de los mercados, relacionada con la primera, es la opacidad. Los poderes públicos sí deben intervenir para que la información sobre las condiciones de oferta y demanda de un bien sean lo más transparentes y claras posible. Cuanto más veraz, clara y accesible sea la información, mejor funcionarán los mercados. Por supuesto, siempre habrá gente que para manipular los mercados a su favor intente crear confusión, opacidad y desinformación. La regulación que trate de impedir esta enfermedad autoinmune es una regulación sensata.

La tercera enfermedad autoinmune sería la creación artificial de escasez. Alguien con suficiente poder adquisitivo podría llevar intentar acaparar una mercancía, el trigo, por ejemplo, para, de esta manera hacer subir artificialmente su precio y, cuando este fuese alto, venderlo a un precio muy alto. Esto es también un delito tipificado en los códigos penales de todos los países desarrollados. No obstante, es muy difícil, si no imposible hacer esto y ganar dinero. El propio funcionamiento del mercado lo impide en gran medida. Porque si alguien, para crear escasez de trigo, empieza a comprarlo en enormes cantidades, el precio subirá automáticamente, por lo que lo acabará comprando muy caro y, por otra parte, cuando lo intente vender para realizar el beneficio, el precio empezará a bajar, por lo que al final, no podrá venderlo caro. Al final, lo normal es que acabe perdiendo dinero. No obstante, el mero hecho de intentarlo –y ha habido intentos de hacer esto con determinadas materias primas–, aunque no se tenga éxito en la operación, crea una disfuncionalidad muy perjudicial en el mercado por lo que, en previsión de que alguien lo intente, se ha tipificado como delito, que se comete tanto si el que lo intenta gana dinero como si lo pierde. Quien quiera leer un curioso relato de una aventura de este tipo con la plata, puede hacerlo en el siguiente link.


Para acabar con estas páginas quiero comentar lo que dije más arriba en una nota a pie de página sobre la creación de mercados ad hoc para evitar disfuncionalidades. El típico ejemplo es el de las emisiones de CO2. Para una empresa, emitir CO2 a la atmósfera no tiene coste. Al contrario, el coste está en evitar esas emisiones. Pero para la sociedad esas emisiones son perjudiciales. Esto es lo que se llama el problema de las economías externas. El coste de emisión de CO2 es un coste que la empresa externaliza y lo paga la sociedad. Para evitar esto, basta con crear un mercado de emisiones de CO2. Se trata de crear unos derechos de emisión de CO2. Una empresa no puede emitir más CO2 a la atmósfera que los derechos de emisión que posea. La cantidad total de derechos representa el CO2 que se considera admisible que sea emitido. Si una empresa quiere emitir más de los que le corresponden, tiene que comprarlos en el mercado. Naturalmente, se los tiene que comprar a otra empresa que no los necesite. Esto internaliza los costes. Si una empresa hace un esfuerzo económico inteligente para disminuir las emisiones de CO2, puede vender los derechos de emisión que libera con este esfuerzo, obteniendo un ingreso que, si es mayor que lo que le ha costado reducir las emisiones, se traduce en un beneficio. Por el contrario, una empresa que quiera emitir más CO2 del que le corresponda, tendrá que comprar esos derechos. Si éstos son caros, le compensará disminuir sus emisiones antes que comprar los derechos. Si la mayoría de las empresas optase por seguir emitiendo CO2 a espuertas comprando derechos a las pocas que ahorran emisiones, el funcionamiento del mercado haría que los derechos fuesen muy caros, lo que supondría un incentivo para muchas empresas para evitar emitir CO2 y, así, no tener que comprar esos caros derechos. Si paulatinamente se va reduciendo el volumen de derechos disponibles, estos se iran encareciendo y las empresas decidirán libremente reducir las emisiones, aunque esto tenga un coste para ellas, porque este coste será menos que el de comprar derechos. He ahí un mercado en acción resolviendo una disfunción importante.

Lo dicho:
Si mi tío fuese un coche, tendría cuatro ruedas.
Ya, pero como no es un coche, no tiene cuatro ruedas.

Así que, mejor deja a tu tío que sea tu tío, que tampoco hace las cosas tan mal. En la medida que puedas, edúcale, sin ir contra su libertad –educar no es adoctrinar– para que sea mejor persona, pero no intentes convertirle en coche, que acabará atado y sentado en una silla de ruedas, que es peor.



[1] Hay cosas, como la amistad o el amor, que, por su propia naturaleza, no están sujetas a precio. En estos casos, sencillamente, los mercados no tienen nada que decir. Pero hay otras, de las que hablaré más adelante, que sí podrían tener un precio pero, al no haber un mercado un mercado para ellas, se crean graves disfunciones que sólo se pueden resolver si se crea un mercado ad hoc.

6 de marzo de 2016

Spotlight

El lunes pasado por la noche fui al cine a ver la película Spotlight. No fue porque ese domingo le hubiesen dado el Óscar a la mejor película. Tenía decidido ir a verla desde hacía un par de semanas. En principio no quería ir. No porque quisiese anatemizar la película, ni mucho menos. Creo que enfrentarse con la verdad, por dura que sea, es una obligación de todo ser humano. No quería porque pensaba que ya la conocía, que la asumía y que, por lo tanto, no necesitaba ir a verla. Pero mi hijo Rodrigo, sacerdote que está en Francia en la diócesis de Toulón fue a verla con varios sacerdotes de su diócesis. Y, tras verla, me dijo que era necesario que la viese, que era totalmente fiel a la verdad y que no había ni morbo ni un ataque frontal a la Iglesia. Sólo la verdad desnuda. “Y sólo la verdad sana” –me dijo. Así que fui a verla. Y me gustó mucho. Efectivamente, la verdad desnuda. Durísima verdad, pero la verdad. Y aplaudo que le hayan dado el Óscar. Me recordó a “Todos los hombres del Presidente” de Dustin Hoffman y Robert Redford.

Ciertamente, no había nada de morbo. Ninguna innecesaria recreación de escenas que mostrasen ni describiesen actos horribles. Pero clara. El terrible problema no es sólo –que ya sería bastante– los deleznables actos de pederastia cometidos por sacerdotes. La mayor parte de ellos se llevaban a cabo con niños de barrios pobres y familias desestructuradas que hacían difícil que llevasen a cabo una denuncia. Pero lo más terrible, si cabe, es que hubiese montado un sistema de encubrimiento, conocido y auspiciado por el entonces Arzobispo de Boston. Los sacerdotes que eran denunciados estaban poco tiempo en cada parroquia. Cuando se sabía su delito la diócesis mandaba un abogado a la familia para ofrecerles una indemnización bastante miserable a cambio de discreción. En la inmensa mayoría de los casos, la indemnización que era aceptada y se cerraba el pacto de silencio. Después, tras un lapso de tiempo en el que el sacerdote pasaba por un centro de rehabilitación, era asignado a una  nueva parroquia. Casi todos los sacerdotes que habían pasado por varias parroquias y repetido el ciclo varias veces. En un momento dado, cuando ya tienen comprobaciones como para sacar un artículo con el caso de unos 70 sacerdotes, el director del periódico dice que esperen, porque quiere acabar con el sistema. Con el sistema no se refiere a la Iglesia, sino al proceso de perpetuación de la situación. En ningún momento de la película se pretende establecer ninguna relación causa efecto entre el celibato y los casos de pederastia. Es suficientemente seria como para no caer en ese error[1].

Sin refocilarse en ello, la película abre los ojos sobre los enormes traumas de los abusados, muchos de los cuales acababan enganchados en la droga, se convertían en seres inadaptados y, en algunos casos, llegaban al suicidio. Trágico.

Cierto. La verdad es lo único que sana. Me pregunto por cuánto tiempo se hubiese mantenido el sistema si no se hubiese producido la investigación del Boston Global. A saber. Lo cierto es que la Iglesia, impulsada por Benedicto XVI, reaccionó y empezó, a partir de ese momento, no antes, por desgracia, a destapar casos de pederastia que llevaban muchos años ocultos. ¡Sólo la verdad sana! ¿Ha tomado la Iglesia consciencia total de lo terrible del asunto? Me gustaría pensar que sí, pero no estoy seguro del todo. Desde luego, se han tomado muchas medidas. La primera y, creo, la más importante, es tener un inmenso cuidado a la hora de saber a quién se admite en los seminarios. El error 0 es imposible en cualquier cuestión de la vida, pero todas las precauciones y medidas son pocas para acercarse a ello. Y es cierto que durante muchos decenios el filtro era prácticamente inexistente. Esto ha hecho que, durante todso ese tiempo, haya habido personas que han entrado en el sacerdocio como un supuesto refugio a sus tendencias preexistentes o, peor aún, como un lugar en el que podían satisfacerlas con escaso riesgo. Creo que esto, admitiendo que el error 0 no existe, se está haciendo ya en toda la Iglesia. También se han eliminado la mayoría de las barreras canónicas (no sé si atreverme a decir todas) para que un sacerdote pederasta sea juzgado por la jurisdicción civil competente con todas las consecuencias. También se han tomado muchas precauciones para evitar situaciones en las que estos actos espantosos se puedan producir. Esto es mucho. Pero no estoy seguro de que no persistan determinados hábitos de secretismo y de oscurantismo que todavía enturbien la necesaria transparencia. Más bien me inclino a creer que subsisten muchos, demasiados. La forma mentis es siempre mucho más difícil de cambiar que las normas.

En la película hay algún que otro comentario que se pregunta cómo se puede seguir siendo católico tras conocer esto. Y, yo, como católico, les respondo, aunque no me oigan. Porque, a pesar de todos los pesares, a pesar de todos los horrores, la Iglesia me da a Cristo. Soy hijo fiel de la Iglesia sacramento, indisoluble, por mucho que haya gente que separa ambas cosas, de la Iglesia jerárquica. Creo que la Iglesia me da a Cristo en la Eucaristía. Creo que me trae su perdón y su misericordia –que yo también necesito– en la Reconciliación. Creo que me ha dado la gracia necesaria para llevar adelante mi matrimonio con amor y alegría. Sé –por experiencia ajena –que aliviará mis sufrimientos a través de la Unción de enfermos cuando lo necesite, etc., etc., etc. Creo en eso con toda mi alma, con todo mi corazón, con toda mi mente y, por eso, aunque me duela terriblemente esta espantosa verdad, me siento hijo de esa Iglesia a la que muchos santos, algunos perdonados por ella de una vida errada, han llamado la santa prostituta. Creo que es un síntoma de inmadurez, si uno tiene esta fe, abandonar todos esos tesoros por un escándalo, por terrible que sea. Creo, además, que pese a todo, la gran mayoría de los sacerdotes –entre los que se encuentra mi hijo, del que estoy enormemente orgullosos– , obispos, cardenales, etc., son ejemplares y fieles a la entrega de toda su vida a Cristo.

Y son estos magníficos sacerdotes, obispos, etc., los justos que pagan por pecadores en todo este asunto. Muy a menudo tienen que soportar el ser mirados con recelo y desconfianza, cuando no directamente insultados. Lo toman como una cruz que tienen que llevar, aun siendo inocentes, para expiar los pecados de esta Iglesia pecadora. Pero, ¿debemos echar la culpa de esto a películas como spotlight? De ninguna manera. La culpa la tienen los sacerdotes y obispos corrompidos que ensucian la faz de la Iglesia y la de sus ministros dignos y limpios de corazón. Para éstos, para todos éstos, mi respeto, mi admiración y mi oración, en la que os pido que participéis, cada uno con la fe que tenga.

¿Os recomiendo que veáis spotlight? Me atrevería a decir que sí pero en este caso, entre los católicos, cada uno tiene su sensibilidad y su capacidad para afrontar la verdad que yo respeto profundamente. De forma que, al final, no me atrevo a hacerlo. Lo que no me parece bien, entre los católicos, es anatemizar la película. Sería tan ridículo como hacer el avestruz o matar al mensajero.

Aquí acaba lo que yo pueda decir acerca de esta película. Pero, no obstante, quiero adjuntar tres cosas a continuación. La primera, un artículo del periódico italiano “La Repubblica” del 19 de Abril del 2010, poco después del escándalo similar en la Iglesia irlandesa. “La Repubblica” es un diario laicista de tendencia más bien de izquierdas. Podríamos compararlo con “El País”. Por eso, viniendo de donde viene, este artículo es sorprendente y estremecedor. No sólo por las citas que hace de una carta de Benedicto XVI a la Iglesia de Irlanda que también adjunto en segundo lugar, sino por el propio artículo. Asombra ver cómo un periódico del signo de “La Repubblica” y ante un tema que se presta tanto a la descalificación sistemática, muestre ese respeto tan increíble por el Papa y sus palabras y preste su tribuna para que se escriba sobre ellas con acentos místicos. Soy incapaz de imaginar algo así en “El País”. Y sin embargo, así es. La carta del Papa a la que se refiere el artículo es larga, pero no tiene desperdicio. La tercera cosa que añado es la felicitación del Papa Francisco y de toda la Iglesia de los EEUU al director de la película por su honestidad en el trato del escándalo. En conjunto, el añadir esto, ha estirado lo que os mando de 3 a 14 páginas, pero creo que merece la pena.


La Repubblica, 4 de abril de 2010

Heridos, volvamos a Cristo.

Nunca habíamos sentido tanto desconcierto como el que nos provoca a todos el dolorosísimo caso de la pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia de justicia que aflora desde lo hondo del corazón.

Exigir responsabilidades, pedir que se reconozca el mal cometido, recriminar el modo en el que se ha llevado adelante el asunto, todo parece insuficiente frente a este mar de mal. Parece que nada basta. Por ello, se entienden las reacciones irritadas que hemos visto estos días.

Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan profunda como la herida.

Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aun después de haber reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e incluso la desilusión: nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos tocando un drama sin fondo.

Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se encuentran ante un reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para reparar el mal cometido. Esto no quiere decir que se les exima de sus responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda imponerles.

Si esta es la situación, la cuestión más candente –que nadie puede evitar– es tan simple como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed de justicia? En este punto llegamos a experimentar de forma muy concreta nuestra incapacidad, genialmente expresada en el Brand de Ibsen: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto deseamos?

Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo de sí mismos con esta exigencia de justicia, si no miran de frente su propia incapacidad, que es la de todos. Si esto no sucediese sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero “asesinato” de lo humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las víctimas y abandonándolas a su drama.

El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan.

Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño infligido: «sé que nada puede borrar el mal que habéis sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad». Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.

El único modo de salvar –para considerarla y tomársela en serio– toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. «La exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia».

Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un escollo verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de la Iglesia porque ésta tendría demasiada porquería para poder comunicarlo. La tentación de la protesta siempre está al acecho. Hubiera sido muy fácil, pero a un precio demasiado alto: perder a Cristo. Porque, recuerda el Papa, «en la comunión de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso, consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar o reconciliarse con la Iglesia», se atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan «llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida.

Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados de los otros, estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la Pascua que celebramos en estos días, el único camino para que vuelva a florecer la esperanza.



CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA
(Traducción no oficial)
1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con gran preocupación  como Pastor de la Iglesia universal.  Al igual que vosotros estoy  profundamente  consternado  por las noticias concernientes   al abuso de  niños y jóvenes indefensos  por parte de  miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos.  Comparto la  desazón y  el sentimiento  de traición que muchos de vosotros experimentaron  al enterarse   de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda.
Como sabéis,  invité hace poco a los obispos de Irlanda a una reunión en Roma para  que informasen sobre cómo  abordaron  esas cuestiones en el pasado e  indicasen  los pasos que habían dado  para hacer frente a una situación tan grave. Junto con algunos altos prelados de la Curia Romana  escuché lo que tenían que decir, tanto individualmente como en grupo, sea sobre el análisis de los errores cometidos y las lecciones aprendidas, como sobre  la descripción de los programas y procedimientos actualmente en curso. Nuestras discusiones fueron francas y constructivas. Estoy seguro de que, como resultado, los obispos están ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y de abordar cuestiones más amplias relacionadas con el abuso de los niños de manera conforme  con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.
2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que  han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía, y proponeros  un camino de  curación, renovación y reparación.
Es verdad, como han observado muchas personas en vuestro país, que  el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda o de  la Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de hacer frente al  problema de los abusos ocurridos  dentro de la comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con coraje y determinación. Que nadie se  imagine que esta dolorosa situación se resolverá pronto. Se han dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Necesitamos  perseverancia y oración, con gran fe en la fuerza salvadora de la gracia de Dios.
Al mismo tiempo, debo también expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda, debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás, los  graves pecados cometidos contra  niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en  un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos.
Mientras os  enfrentáis a los retos de este momento, os pido que recordéis  la "roca de la que fuisteis tallados" (Isaías 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución  ofrecida  a la Iglesia y a la humanidad  por  generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y haced que de esa reflexión brote el impulso para un honesto examen de conciencia  personal y para  un sólido programa de renovación de la Iglesia y el individuo. Rezo para que, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, la Iglesia en Irlanda supere  esta crisis y vuelve a ser una vez más testimonio convincente de la verdad y la bondad de Dios Todopoderoso, que se manifiesta en su Hijo Jesucristo.
3. A lo largo de la historia, los católicos irlandeses han demostrado ser, tanto en su patria como fuera de ella,  una fuerza motriz del bien. Monjes celtas como San Columba difundieron  el evangelio en Europa occidental y sentaron las bases de la cultura monástica medieval. Los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, quedaron plasmados en la construcción de iglesias y monasterios y en la creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar  la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros irlandeses debían  su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al  fuerte liderazgo y a la rectitud  moral de la Iglesia en su tierra natal.
A partir del siglo XVI, los católicos en Irlanda atravesaron por  un largo período de persecución, durante el cual lucharon por mantener viva la llama de la fe en circunstancias difíciles y peligrosas. San Oliver Plunkett, mártir y arzobispo de Armagh, es el ejemplo más famoso de una multitud de valerosos hijos e hijas de Irlanda dispuestos a dar su vida por la fidelidad al Evangelio. Después de la Emancipación Católica, la Iglesia fue libre de nuevo para volver a crecer. Las familias y un sinfín de personas que habían conservado la fe en el momento de la prueba se convirtieron en la chispa de un gran renacimiento del catolicismo irlandés en el siglo XIX. La iglesia escolarizaba, especialmente a los pobres, lo que supuso una importante contribución a la sociedad irlandesa. Entre los frutos de las nuevas escuelas católicas se cuenta el  aumento de las vocaciones: generaciones de sacerdotes misioneros, hermanas y hermanos, dejaron  su patria para servir en todos los continentes, sobre todo en mundo de habla inglesa. Eran excepcionales,  no sólo por la vastedad de su número, sino también por la fuerza de la fe y la solidez de su compromiso pastoral. Muchas diócesis, especialmente en África, América y Australia, se han beneficiado de la presencia de clérigos y religiosos irlandeses, que predicaron el Evangelio y fundaron  parroquias,  escuelas y universidades, clínicas y hospitales, abiertas  tanto a los católicos, como al resto de  la sociedad, prestando una atención particular  a las necesidades de los pobres.
En casi todas las familias irlandesas, ha habido siempre alguien -un hijo o una hija, una tía o un  tío- que dieron sus vidas a la Iglesia. Con razón, las familias irlandesas tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos que dedicaron la vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con los demás y traduciéndola en acciones sirviendo con amor a  Dios y al prójimo.
 4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que enfrentarse a nuevos y graves retos  para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa. El cambio social ha sido muy veloz  y a menudo ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos. Asimismo, las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan  la fe y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los  retiros anuales se dejaron, con frecuencia, de lado.
También fue significativa en este período la tendencia, incluso por parte de los  sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de la realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio. El programa de renovación propuesto por el Concilio Vaticano II fue a veces mal entendido y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada,  de evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En este contexto general  debemos tratar de entender el inquietante problema  de abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al debilitamiento de la fe y la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas.
Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a la crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y encontrar las soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han contribuido a ella, podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados, la tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar  escándalos cuyo resultado fue la falta de  aplicación de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de la dignidad de cada persona. Es necesaria una acción urgente para contrarrestar  estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y han obscurecido tanto la luz del Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución.
5. En varias ocasiones, desde mi elección a la Sede de Pedro, me he encontrado con víctimas de abusos sexuales y estoy dispuesto a seguir haciéndolo en futuro. He hablado con ellos,  he escuchado sus historias, he constatado su sufrimiento, he rezado con ellos y por ellos. Anteriormente en  mi pontificado, preocupado por abordar esta cuestión, pedí a los obispos de Irlanda, durante la visita ad limina de 2006 que "establecieran la verdad de lo ocurrido en el pasado y tomasen  todas las medidas necesarias para evitar que sucediera de nuevo, para asegurar que los principios de justicia sean plenamente respetados y, sobre todo, para curar a las víctimas y a todos los afectados por estos crímenes atroces “ (Discurso a los obispos de Irlanda, el 28 de octubre de 2006).
Con esta carta, quiero exhortaros a todos vosotros,  como pueblo de Dios en Irlanda, a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, los remedios necesarios y a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas y la necesidad de la unidad, la caridad y la ayuda mutua en el largo proceso de recuperación y renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros  y a  todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.

6. A las víctimas de abusos y a sus familias
Habéis sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra  confianza ha sido traicionada y violada vuestra  dignidad. Muchos de vosotros han experimentado que cuando tuvieron el valor suficiente para hablar de lo que les había pasado, nadie quería escucharlos. Aquellos que sufrieron abusos en los internados deben haber sentido que no había manera de escapar de su dolor. Es comprensible que  os sea  difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. Enla comunión con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue Él mismo una víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros aún lleva las heridas de su sufrimiento injusto. Él entiende la profundidad de vuestro dolor y  la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia.
Sé que a algunos de vosotros les resulta difícil incluso entrar en una iglesia después de lo que ha sucedido. Sin embargo, las heridas de Cristo, transformadas  por su sufrimiento redentor, son los instrumentos que han roto el  poder del mal  y nos hacen  renacer a la vida y la esperanza. Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial  -incluso en las situaciones más oscuras y desesperadas- que libera y trae la promesa de un nuevo comienzo.
Al dirigirme a vosotros como un pastor, preocupado por el bienestar de todos los hijos de Dios, os pido humildemente que reflexionéis sobre lo que he dicho. Ruego que,  acercándoos a Cristo y participando en la vida de su Iglesia - una Iglesia purificada por la penitencia  y renovada en la caridad pastoral -  podáis descubrir de nuevo el amor infinito de Cristo por cada uno de vosotros. Estoy seguro de que de esta manera seréis capaces de encontrar  reconciliación,  profunda curación interior y  paz.
7. A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños
Habéis  traicionado la confianza depositada en vosotros por  jóvenes inocentes  y por sus padres. Debéis responder de ello ante  Dios Todopoderoso y  ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros semejantes. Aquellos de vosotros que son sacerdotes han violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Junto con el inmenso daño causado a las víctimas, un daño enorme se ha hecho a la Iglesia y a  la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.
Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda.
Debéis tratar de expiar personalmente  vuestras acciones ofreciendo oraciones y penitencias por aquellos que habéis ofendido. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los  pecados y extraer el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos llama a dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.
8. A los padres
Os habéis sentido profundamente indignados y conmocionados  al conocer los hechos terribles que sucedían en lo que debía haber sido  el entorno más seguro para todos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y educar a los hijos.  Se merecen  crecer  con seguridad, cariño y amor, con un fuerte sentido de su identidad y su valor. Tienen derecho a ser educados en los auténticos valores morales enraizados en la dignidad de la persona humana, a  inspirarse  en la verdad de nuestra fe católica y a aprender los patrones de comportamiento y acción que lleven a la sana autoestima y la felicidad duradera. Esta  tarea noble pero exigente está confiada en primer lugar a vosotros, padres. Os invito  a desempeñar vuestro papel  para garantizar a los niños los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como en la sociedad en general, mientras la Iglesia, por su parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los jóvenes en los ambientes  parroquiales y escolares. Os aseguro que estoy cerca de vosotros y os ofrezco el apoyo de mis oraciones mientras cumplís vuestras grandes responsabilidades
9. A los niños y jóvenes de Irlanda
Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado desde que ellos tenían vuestra edad. Sin embargo, todas las personas, en cada generación están llamadas a recorrer el mismo camino durante la vida, cualesquiera que sean las circunstancias. Todos estamos escandalizados  por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia, en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes. Pero es en la Iglesia  donde encontraréis  a Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. ¡Buscad una relación personal con Éll dentro de la  comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza! Sólo Él puede satisfacer vuestros anhelos más profundos y dar  pleno sentido a vuestras vidas, orientándolas al servicio de los demás. Mantened vuestra mirada  fija en Jesús y su bondad  y proteged la llama de la fe en vuestros corazones. Espero en vosotros para que, junto con vuestros hermanos católicos en Irlanda, seáis fieles discípulos de nuestro Señor y aportéis el  entusiasmo y el idealismo tan necesarios  para la reconstrucción y la renovación de nuestra amada Iglesia.
10. A los sacerdotes y religiosos de Irlanda
Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos. A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también consciente de que a los ojos de algunos  aparecéis tachados de culpables por asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma  responsable de los delitos  de los demás. En este tiempo de sufrimiento, quiero dar acto de vuestra dedicación cómo  sacerdotes y religiosos y de vuestro apostolado, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor por su Iglesia y vuestra confianza en las promesas evangélicas de la redención, el perdón y la renovación interior. De esta manera, podréis demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia  (cf. Rm 5, 20).
Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados y encolerizados  por la manera en que algunos de vuestros superiores abordaron esas cuestiones. Sin embargo, es esencial que cooperéis  estrechamente con los que ostentan la autoridad y colaboréis en garantizar que las medidas adoptadas para responder a la crisis sean verdaderamente evangélicas, justas y eficaces. Por encima de todo, os pido  que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, que siguen con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en Irlanda cobrará  nueva vida y vitalidad gracias a vuestro  testimonio del poder redentor de Dios que se hace visible en vuestras vidas.
11. A  mis hermanos, los obispos
No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores han fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar  las normas, codificadas desde hace largo tiempo,  del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil comprender la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas en función de los pareceres contradictorios de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo  fallos de dirección. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos llevados a cabo  para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de abusos de niños, seguid cooperando con las autoridades civiles en el ámbito  de su  competencia. Está claro que  los superiores religiosos deben hacer lo mismo.  También ellos participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de  establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es imperativo que las normas de  la Iglesia en Irlanda para la salvaguardia de los niños sean constantemente revisadas y actualizadas y que se apliquen plena  e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.
Sólo una acción decisiva  llevada a cabo con total honestidad y transparencia restablecerá el respeto y el afecto del pueblo irlandés por  la Iglesia a la que hemos consagrado nuestras vidas. Hay que empezar, en primer lugar, por vuestro examen de conciencia personal, la purificación interna y la renovación espiritual.  El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis  hombres de Dios, que seáis santos, que  viváis con sencillez, y busquéis  día tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de San Agustín,  sois un obispo, y sin embargo, con ellos estáis llamados a ser un discípulo de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto a  renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y  profundizar vuestra atención  pastoral con  todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos  por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de  ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor por Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas.
Asimismo,  hay que alentar a los laicos  a que desempeñen el papel que les corresponde  en la vida de la Iglesia.  Aseguraos de su formación  para que puedan, articulada y convincentemente,  dar razón del  Evangelio en medio  de la sociedad moderna (cf. 1 Pet 3, 15), y cooperen más plenamente en la vida y misión de la Iglesia.  Esto, a  su vez, os ayudará a volver a ser guías  y testigos creíbles de la verdad redentora de Cristo.
12. A todos los fieles de Irlanda
La experiencia de un joven en la Iglesia debería siempre  fructificar  en su encuentro personal y vivificador  con Jesucristo, dentro de  una comunidad que lo ama y lo sustenta. En este entorno, habría que animar a  los jóvenes  a alcanzar su plena estatura humana y espiritual, a aspirar a los altos ideales de santidad, caridad y  verdad y a inspirarse en la riqueza de una gran tradición religiosa y cultural. En nuestra sociedad cada vez más secularizada en la que incluso  los cristianos a menudo encuentran  difícil hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevas modos para transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Para resolver la crisis actual, las medidas que contrarresten adecuadamente los delitos individuales son esenciales pero no suficientes: hace falta una nueva visión que  inspire a la generación actual y a las futuras generaciones a atesorar  el don de nuestra  fe común. Siguiendo  el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando vuestras vidas  cada vez más a  la figura de Jesucristo,  experimentaréis con seguridad  la renovación profunda que necesita con urgencia  nuestra época . Invito a todos a perseverar en este camino.
13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo,  profundamente preocupado por todos vosotros en este  momento de dolor, en  que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad para afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada  inspiración y  fortaleza a las nobles tradiciones de Irlanda de  fidelidad al Evangelio,  perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. En solidaridad con todos vosotros,  ruego con insistencia  para que, con la gracia de Dios, las heridas inflingidas  a tantas personas y familias puedan curarse y para  que la Iglesia en Irlanda  experimente una época de renacimiento y renovación espiritual
14. Quisiera proponer, además,  algunas medidas concretas para abordar la situación.
 
Al final de mi reunión con los obispos de Irlanda, les pedí  que  la Cuaresma de este año se considerase un tiempo de oración para la efusión de la misericordia de Dios y de los dones de  santidad y fortaleza del Espíritu Santo sobre la Iglesia en vuestro país. Ahora os invito a todos a ofrecer  durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, la penitencia de los viernes  para este fin. Os pido  que ofrezcáis  el ayuno, las  oraciones, la lectura de la Sagrada Escritura y las obras de misericordia por la gracia de la curación y la  renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a utilizar con más frecuencia el poder transformador de su gracia.
 Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber  iglesias o capillas específicamente dedicadas a ello. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen períodos de  adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad de participar. Mediante la oración ferviente ante  la presencia real del Señor, podéis  cumplir  la reparación por los pecados de  abusos que han causado tanto daño y al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza renovada y un sentido más profundo de  misión por parte de   todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.
Estoy seguro de que este programa conducirá a un renacimiento de la Iglesia en Irlanda en la plenitud de la verdad de Dios, porque  la verdad  nos hace libres (cf. Jn 8, 32).
Además, después de haber rezado y consultado sobre el tema, tengo la intención de convocar una Visita Apostólica en algunas diócesis de Irlanda, así como en los seminarios y congregaciones religiosas. La visita tiene por objeto ayudar a la Iglesia local en su camino de renovación y se establecerá en cooperación con las oficinas competentes de la Curia Romana y de la Conferencia Episcopal Irlandesa. Los detalles serán anunciados en su debido momento.

También propongo que se convoque una misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias  a los conocimientos de predicadores expertos y organizadores de retiros  en  Irlanda, y en otros lugares, mediante la revisión de los documentos conciliares,  los ritos litúrgicos de la ordenación y profesión, y las recientes enseñanzas pontificias, lleguéis  a una  valoración más profunda de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber a fondo en las fuentes de  agua viva que os ofrece a través de su Iglesia.
En este año dedicado a los sacerdotes, os propongo de forma especial la figura de San Juan María Vianney, que tenía una rica comprensión del misterio del sacerdocio. "El sacerdote -escribió- tiene la llave de los tesoros de los cielos: es el que abre la puerta,  es el mayordomo del buen Dios, el administrador de sus bienes." El cura de Ars  entendió perfectamente la gran bendición que supone para una comunidad un sacerdote bueno y santo: “Un buen pastor, un pastor conforme al corazón de Dios es el tesoro más grande que Dios puede dar a una parroquia y uno de los más preciosos dones de la misericordia divina".Que  por la intercesión de San Juan María Vianney se revitalice el sacerdocio en Irlanda  y toda la Iglesia en Irlanda crezca en la  estima  del gran don del ministerio sacerdotal.
Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias anticipadamente  a todos aquellos que ya están dedicados  a la tarea de organizar la Visita Apostólica y  la Misión, así como a los muchos hombres y mujeres en toda Irlanda que ya están trabajando para proteger a los niños en los ambientes eclesiales. Desde el momento en que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo  en muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio. Si bien no se debe escatimar ningún esfuerzo para mejorar y actualizar los procedimientos existentes, me anima el hecho de que las prácticas vigentes de tutela, adoptadas por las iglesias locales, se  consideran en algunas partes del mundo, un modelo para otras instituciones.
Quiero concluir esta carta con una Oración especial por la Iglesia en Irlanda, que os dejo con la atención que un padre presta a  sus hijos y el afecto de un cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha ocurrido en nuestra querida Iglesia. Cuando recéis esta  oración en vuestras familias, parroquias y comunidades, la Santísima Virgen María os proteja y guíe a cada uno de vosotros  a una unión más estrecha con su Hijo, crucificado y resucitado. Con gran afecto y  confianza inquebrantable en las promesas de Dios, os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.
Desde el Vaticano, 19 de marzo de 2010, Solemnidad de San José,
BENEDICTUS PP. XVI

ORACIÓN POR LA IGLESIA EN IRLANDA
Dios de nuestros padres,
renuévanos  en la fe que es nuestra vida y  salvación,
en  la esperanza que promete el perdón y la renovación interior,
en la caridad que purifica y abre nuestros corazones
en tu amor, y a través de ti, en el amor de  todos nuestros hermanos y hermanas.

Señor Jesucristo,
Que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes en el camino de la verdad, la bondad, la santidad y el servicio generoso a la sociedad.
Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y entrega apostólica
para la Iglesia en Irlanda.
Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo para enderezar los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
den una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y asociaciones,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad, la justicia, la alegría y la paz en toda la familia humana.

A ti, Trinidad,
con plena confianza en la protección de María,
Reina de Irlanda,  Madre nuestra,
y de San Patricio, Santa Brígida y todos los santos,
nos confiamos nosotros mismos, nuestros hijos,
y confiamos las necesidades de la Iglesia en Irlanda.




La recién estrenada en nuestro país ‘Spotlight’ narra la investigación llevada a cabo por un grupo de periodistas del Boston Globe entre 1999 y 2002 acerca de varios casos de abusos a menores perpetrados por miembros de la Iglesia Católica de Estados Unidos. En el camino, los reporteros descubrieron el encubrimiento de estos delitos por parte de altas esferas de la institución, lo que supuso un duro golpe a su imagen. Por ello, las primeras reacciones de varios representantes del clero ante lo que iba a ser uno de los estrenos del año, no tardaron en hacerse públicas.

Antes de que la película viese la luz en Estados Unidos el pasado 25 de noviembre, el propio Boston Globe publicó una información con respecto a que la Conferencia Episcopal americana había enviado una nota informativa a todas las diócesis del país. En dicha misiva, aconsejaba a los obispos y sacerdotes reconocer las irregularidades que se habían llevado a cabo durante años y, de paso, aplaudir la labor de los periodistas en pos de descubrir la verdad. Las directrices principales eran las de ser "abiertos y transparentes" en cuanto a los abusos pederastas reportados en sus diócesis. También se les instaba a describir los cambios de política que la iglesia americana había implementado tras el escándalo, incluidos los requisitos que el clero, los seminaristas y voluntarios que trabajan con niños deben cumplir, sometiéndose a controles de antecedentes y a un entrenamiento para garantizar un ambiente seguro.

A finales de octubre, el cardenal Sean P. O'Malley, arzobispo de Boston y un alto asesor del Papa Francisco sobre la política de abuso sexual, fue de los primeros en emitir una declaración sobre la película. O'Malley dijo que la Iglesia debe "continuar buscando el perdón de las víctimas". En la misma línea, el arzobispo de Dubuque (Iowa), Michael Jackels, instó a toda la institución católica a "no bajar la guardia", y sobre el estreno de la película reconoció: "¿Preferiría que esto no se viera en el cine? Por supuesto. Sólo el trailer es doloroso de ver. Pero estoy seguro de que ese dolor ni siquiera se acerca a lo que las víctimas y sus familias han sufrido con este escándalo", concluyó el arzobispo.

El discurso fue homogéneo en cuanto a la condena de los delitos, y los miembros del clero convinieron en señalar que "cualquier cosa que cree conciencia sobre el delito de abuso sexual de menores y fomente la transparencia es positiva", tal y como explicó el obispo de Albany (Nueva York), Edward B. Scharfenberger. El clérigo expresó su deseo de que "'Spotlight' sea un vehículo para comunicar la verdad y avanzar en el diálogo sobre la protección de los niños".

La punta del iceberg

Para Terence McKiernan, fundador de la web BishopAccountability.org –organización que rastrea los abusos–, "los obispos no han abordado plenamente las cuestiones relacionadas con la crisis". Y da un ejemplo: Según McKiernan, desde que saltó la noticia hace ya 14 años, se podrían haber elaborado listas de todos los clérigos implicados en casos de abuso en cada una de las diócesis para que estuviesen disponibles a nivel nacional. Pues bien, según su informe, sólo 30 de las 178 diócesis lo han llevado a cabo. La de Boston es una de las que ha proporcionado una lista, aunque, a juicio de la organización, incompleta. Se calcula que más de 2.400 sacerdotes implicados en casos de pederastia todavía no se han nombrado.

Visto lo visto, el argumento de 'Spotlight' se trata de un drama que a pesar de los esfuerzos de unos y otros en combatirlo es evidente que sigue estando muy latente en la sociedad. Al respecto, Michael Jackels -el citado obispo de Dubuque- reconoció que los abusos "todavía ocurren demasiado, y cuando se producen se proyecta una sombra sobre los esfuerzos de la iglesia para restaurar la confianza en un ambiente seguro".
Y en todo esto, ¿qué tiene que decir el director de la película? Hace meses, Tom McCarthy aseguró: "Confío mucho en el Papa Francisco, todo lo que ha expresado públicamente invita a pensar que habrá un cambio en la Iglesia Católica". Por el momento, lo cierto es que la institución religiosa ha reconocido el notable trabajo del director y se ha sumado incondicionalmente a la denuncia que 'Spotlight' ha llevado ahora a la gran pantalla y que puede ser una de las grandes ganadoras de los Oscar este año.




[1] Digo que es un error porque no hay ninguna evidencia estadística de ello. Eso no es, ni de lejos, un consuelo. Cualquier cifra de casos de pederastia por parte de sacerdotes superior a 0, es un escándalo. Pero eso de ninguna manera significa que haya una relación entre celibato y pederastia.