23 de julio de 2017
Sobre Martín Lutero
Este años se cumple el 5º Centenario del supuesto clavado, por parte de Lutero, en las puertas de la iglesia de Wittemberg, de de las 95 tesis contra Roma. Ante los fastos que se están preparando en Alemania para conmemorarlo, creo que es imprescindible la lectura de artículo de María Elvira Roca Barea, aparecido en el diario El País este 23 de Julio. A continuación hay un link para llegar a él.
22 de julio de 2017
Equivocarse con Pedro
El
pasado 18 de Julio se cumplieron 147 años de la declaración del dogma, en el
concilio Vaticano I, de la infalibilidad del Papa cuando éste habla ex-cátedra,
cosa que sólo puede hacer cuando se refiere a cuestiones de dogma y de moral.
Este dogma de la infalibilidad papal produjo no pocos escándalos en la Iglesia
de la época. Sin embargo, sólo vino a clarificar algo que, de una manera no muy
delimitada, se creía desde los albores de la Iglesia. Hay muchos y cumplidos
ejemplos de esta creencia previa a la declaración del dogma, pero no me
detendré en ellos. Traigo esto a colación porque en los últimos días y de una
forma recurrente me han llegado rebrotes de una cuestión que arranca de los dos
sínodos sobre la familia que tuvieron lugar en 2014 y 2015 y de la exhortación
postsinodal “Amoris Laetitia” del Papa Francisco. Mucha gente se ha rasgado las
vestiduras porque, afirman, que en estos documentos se pone en cuestión nada
menos que la indisolubilidad del matrimonio y la obligatoriedad de estar en gracia
de Dios para recibir el sacramento de la Eucaristía, así como otras cuestiones
referentes al sacramento del perdón. Ciertamente, Francisco no ha hablado
ex-cátedra, y es altísimamente improbable que lo haga. Por tanto cualquier cosa
que pueda decir, incluso en cuestiones de dogma y de moral, no será de obligada
aceptación. Aun así, cuando un Papa, aún sin hablar ex-cátedra se ciñe a temas
de dogma y moral, merece, salvo que contradiga doctrinas anteriormente
sancionadas dogmáticamente, merece el máximo respeto y acatamiento. Y parece
que este respeto no se está produciendo por parte de miembros de la jerarquía y
de católicos de a pie.
Efectivamente,
un grupo de cuatro cardenales le han pedido al Papa, de forma un tanto
conminatoria, que aclare unos puntos de la “Amoris laetitia” que, a su juicio,
pueden ir contra la indisolubilidad del matrimonio o en el sentido de abrir el
camino a los separados o divorciados que hayan contraído una nueva unión, para
acercarse a los sacramentos de la Reconciliación o la Eucaristía. Por supuesto,
esta petición de aclaraciones no supone ninguna falta de respeto. Pero tal vez
la forma de pedirlas y, seguro, la forma de difundirlas, sí lo son. También hay
un gran malestar, entre círculos eclesiásticos, que, no obstante se ha
contagiado a muchos católicos, acerca del cese más o menos fulminante de
determinados obispos y/o cardenales, en favor de otros que podrían ser más
afines al pensamiento de Francisco. Ni afirmo ni niego que pueda haber alguna
relación entre ambas cuestiones. Sobre esta yesca, recientemente, ha saltado la
chispa de una carta que el Papa emérito, Benedicto XVI ha mandado para ser
leída en el funeral del cardenal Meismer, amigo suyo y uno de los cardenales que
pedía a Francisco aclaraciones y que ha muerto recientemente.
En
esta carta de Benedicto XVI, vaticanistas “expertos” han creído leer entre
líneas una llamada de atención del Papa emérito a Francisco. Yo he leído lo que
estos sabios “expertos” me han dejado leer de esa carta. El párrafo “incendiario”
de la carta de Benedicto es uno que dice que “el Señor no abandona a su Iglesia, ni siquiera cuando la barca está a
punto de volcarse”. Por supuesto, yo carezco de la perspicacia y la
“romanitá” de la que hacen gala estos vaticanistas. Los “expertos” en leer
entre líneas son a menudo tan sutiles que uno, en su simpleza, se pregunta si
no estarán buscando tres pies al gato. Claro que alguien que no se los buscase,
probablemente no gozaría de la fama de “experto” vaticanista de la que éstos
gozan. Pero a mí se me antoja que un experto en historia de la Iglesia, como es
Benedicto XVI, conoce muchísimos momentos históricos en los que la barca de
Pedro ha estado haciendo agua de forma infinitamente más peligrosa que ahora.
Me cuesta pensar que Benedicto XVI, que además es de una prudencia exquisita y
lleva su papel de Papa emérito con una discreción admirable, se refiera en esa
frase al inminente hundimiento de la Iglesia. Pero, claro, yo no soy más que un
pardillo frente a gente tan avispada. Seguramente si dijese esto en su
presencia me mirarían con la condescendencia con la que se mira a un niño
ingenuo.
Pero,
vamos al meollo. He leído dos veces, con detenimiento, la exhortación “Amoris
Laetitia” y, con anterioridad, leí con lupa las dos “relatios” de los dos sínodos
de la familia. En ninguno de los tres textos, la exhortación postsinodal y las
dos relatios, he encontrado nada que permita hacer pensar que hay algo en
contra de la indisolubilidad del matrimonio[1]. Tengo amigos que se han
sentido enormemente incómodos y hasta indignados con este documento. Precisamente
por esto les he pedido por favor –de verdad, no retóricamente– que me indicasen
algún pasaje o expresión que les hiciese pensar que sí había una duda sobre la
indisolubilidad del matrimonio en el texto. Ninguno me ha respondido con una
cita concreta ni con un razonamiento basado en el texto. Yo, en cambio, sí
puedo citar párrafos del mismo en los que explícitamente se expresa sin lugar a
dudas la indisolubilidad del vínculo matrimonial[2]. Pero –y otra vez lo digo
con absoluta sinceridad– estaría perfectamente dispuesto a reconocer mi error,
con la alegría que produce el descubrimiento de la verdad, aunque con la
tristeza de ver que un Papa va en contra de un clarísimo pasaje evangélico,
ante cualquier cita del documento o razonamiento sobre él que demostrase que
estoy equivocado.
Un
asunto mucho más sutil el del acceso a los sacramentos de los divorciados o
separados que viven en una segunda unión. Por supuesto, tampoco hay en ninguno
de los tres textos ninguna mención a que esto sea algo permitido con carácter
general. Si lo hubiera, sería algo verdaderamente preocupante, porque los
Evangelios son, como se ha visto, clarísimos a este respecto. El que deja a su
mujer o su marido y se casa con otra u otro, comete adulterio. Y el adulterio
es una falta grave según la doctrina de la Iglesia sólidamente establecida y según
otra doctrina no menos sólida, no se puede acudir al sacramento de la
reconciliación sin propósito de la enmienda ni se puede acceder a la Eucaristía
en pecado mortal[3].
Pero, insisto, no hay en ninguno de los tres documentos nada que suponga un
permiso generalizado para acudir a estos sacramentos por parte de las personas
que están en esa situación. Hay sin embargo, esbozada de una manera muy sutil una
cuestión que posiblemente haya levantado ampollas en muchos cristianos y
pastores de la Iglesia. Habla de casos particulares en los que debe haber un
acompañamiento especial y un profundo discernimiento por parte de los obispos,
sin explicitar de ninguna manera que en esos casos particulares se pueda
acceder a los sacramentos antes citados, aunque sin tampoco cerrar esa puerta
explícitamente. Pero, a ciertas sensibilidades este lenguaje les desagrada.
Querrían un NO tajante y generalizado en vez de algo que juzgan como ambigüedad
y una apertura de una rendija en una puerta que tal vez, temen, en un futuro se
pueda abrir del todo. Lo que hay detrás de esta ambigüedad es, sin embargo, y a
mi entender, algo que creo que sí debe plantearse.
De
pequeño, me aprendí en el colegio el catecismo de memoria. Algo de ese
aprendizaje ha quedado en ella hasta hoy. Decía el catecismo de entonces –y lo
dice el actual Catecismo de la Iglesia Católica– que para que haya pecado
mortal tienen que darse tres condiciones. No una, ni dos, no, tres. 1ª que la
falta sea en materia grave. 2ª que haya plena advertencia y, 3ª, que haya
perfecto consentimiento. No me atrevería yo a hacer una interpretación personal
de los límites de estas tres condiciones. Por eso cedo la palabra al Catecismo
de la Iglesia Católica que cito textualmente permitiéndome únicamente poner en
negrita algunas frases.
1735 “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción
pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la
inadvertencia, la violencia, el temor,
los hábitos, los afectos desordenados y otros
factores psíquicos o sociales”.
1858 “La materia grave es precisada por los Diez
mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no
levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc
10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave
que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la
violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un
extraño”.
1859.
“El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone
el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de
Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser
una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del
corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter
voluntario del pecado. 1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún
excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora
los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente
reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos
patológicos. El pecado más grave es el
que se comete por malicia, por elección deliberada del mal”.
A
la vista de lo anterior, ¿puede haber casos en los que para una persona
divorciada o separada que vive en una nueva unión concurran circunstancias que
hagan que no se dé la tercera de las condiciones? No me cabe duda que puede
haberlos. Y, si los hay, esta persona no está en pecado mortal. Y si no lo
está, puede acceder a los sacramentos. ¿Merecen estos casos particulares ser
discernidos por los pastores de la Iglesia y, en su caso, dar un permiso
especial? Me caben pocas dudas de que lo merecen.
En
su momento, al acabar el segundo sínodo de la familia, en octubre de 2015, me
expresé diciendo que creía que el Papa debería ser explícito en este asunto.
Ahora no estoy convencido. Creo que es un tema muy espinoso, en el que hay
muchas sensibilidades que hay que cuidar y respetar con delicadeza y que, por
tanto, el Papa hace bien en dejar el asunto en maceración. Entre las virtudes
de este Papa, la de la prudencia probablemente no esté entre las que posee en
mayor grado. Sin embargo, en este caso, sí está actuando con una gran
prudencia. No así los cardenales que le urgen a que responda, a que lo haga YA y a que lo haga con monosílabos, sí o no,
como si de un referendum se tratara. Menos correcta aún me parece la postura de
los cardenales de, partiendo del silencio del Papa, filtrar sus preguntas a la
palestra pública a través de un conocido vaticanista. La postura prudente y
humilde hubiese sido aceptar ese silencio, comprendiendo que el Papa puede
tener razones para no responderles en el plazo o la forma en que ellos exigen. La
carta de los cardenales en la que se hace públicas estas preguntas empieza con
un planteamiento que no sería descabellado calificar como “excusatio non
petita…”. Además, en esta carta, mientras las dudas se expresan largamente,
parece que se pide al Papa que conteste con un monosílabo a cada duda.
Para
no quedarme a mitad de camino, no tengo más remedio que decir cuáles son estas
cinco dudas planteadas por estos cuatro cardenales. A mi juicio, las cuatro
primeras están contestadas con los párrafos del Catecismo de la Iglesia
Católica que he citado más arriba. Me produce un asombro y una extrañeza adicionales
que lo que para mí, mente simple, queda aclarado con una simple visita a ese
Catecismo, para miembros de la alta jerarquía de la Iglesia requiera una
aclaración conminatoria del Papa. Máxime cuando no se ha promulgado ni una sola
norma canónica que cambie lo que era válido hasta ahora y, por supuesto, sigue
siéndolo.
No
copio las largas consideraciones de los cardenales en el planteamiento de sus
dudas. Me limito a citar los párrafos de la “Amoris laetitia” que despiertan
esas dudas. Que cada uno vea si, con un simple ejercicio de lectura, se pueden
o no explicar esos párrafos dudosos a la luz del catecismo.
Duda
1 Nota a pie de página 351 del párrafo 305 de la exhortación. (cito el párrafo
sólo parcialmente e íntegra la nota al pie)
A
causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio
de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que
no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y
también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para
ello la ayuda de la Iglesia [351] [En ciertos
casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los
sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas
sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre
2013), 44: AAS 105 (2013),
1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos
sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039).]
Duda 2. Párrafo 304 que cito entero.
304. Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona
responde o no a una ley o norma general, porque eso
no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia
concreta de un ser humano. Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo
que enseña santo Tomás de Aquino, y que aprendamos a incorporarlo en el
discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad,
cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay
[...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo
mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios
generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias
acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se
desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación»[347].
Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe
desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente
todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que,
precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento
práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de
una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que
pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado[348].
Duda
3 Párrafo 301, que cito íntegro
301. Para entender de manera adecuada por qué
es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones
llamadas «irregulares», hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre,
de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del
Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos
y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que
se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una
situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no
tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un
sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para
comprender «los valores inherentes a la norma»[339] o puede estar en condiciones concretas
que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una
nueva culpa. Como bien expresaron los Padres sinodales, «puede haber factores
que limitan la capacidad de decisión»[340].
Ya santo Tomás de Aquino reconocía que alguien puede tener la gracia y la
caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes[341],
de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta
con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa
virtud está dificultado: «Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes,
en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de
todas las virtudes»[342]
Duda 4
Otra
vez sobre otro aspecto del párrafo 304 citado anteriormente
Duda
5 Párrafo 303
303. A partir del
reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que
la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la
Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción
del matrimonio. Ciertamente, que hay que alentar la maduración de una
conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y
serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero
esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde
objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con
sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se
puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la
entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de
los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos
modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre
abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan
realizar el ideal de manera más plena.
Debo
reconocer que este párrafo de la exhortación me parece bastante confuso, y no
creo que pueda ser respondido con las citas anteriores del Catecismo de la
Iglesia Católica. Pero, en modo alguno veo en este párrafo, hasta donde
alcanzo, nada que vaya en contra de ninguna doctrina sólidamente establecida en
la Iglesia.
Por
todo lo anterior, no puedo comprender que se hagan sonar los tambres de guerra
y que haya quien inflama las redes sociales con estas cosas. Ya tenemos
bastante con los sedevacantistas que opinan que la sede de Pedro está vacante
desde el concilio Vaticano II porque todos los Papas posteriores a él, Juan
XXIII incluido, son herejes. Probablemente vivimos uno de los mejores periodos
de la historia del Papado. Cada Papa tiene su estilo que puede gustar más o
menos, pero me atrevo a decir que nunca ha habido en la historia del Papado un
siglo largo como ha sido el XX y lo que llevamos del XXI en el que se hayan
sucedido tantos Papas tan estupendos. En la historia de la Iglesia ha habido
Papas espantosamente lamentables. Sin embargo, ninguno ha tenido la osadía de
intentar torcer los principios morales sólidamente establecidos en la Iglesia
para satisfacer sus vicios personales. Y no creo que vaya a ser este Papa el
que lo haga. Por tanto, en estos temas, que son de dogma y de moral, y aunque
el Papa no se pronuncie ex-cátedra yo estoy, hasta ahora y previsiblemente
estaré, con él. Si me equivoco, me equivoco con Pedro. Pero no alentaré ni daré
pábulo a lamentables rebrotes sedevacantistas ni críticas que no siempre parten
de la mejor voluntad.
Una aclaración que
considero importante
Por
si alguno piensa que son un Papapelota, quiero dejar claro, y no es la primera
vez que lo hago, que tengo muy serias diferencias con este Papa en lo que a cuestiones
de economía política se refiere. Pero creo que me lo puedo, y me lo debo,
permitir porque estos temas no entran en la esfera en la que el Papa es una
autoridad y, con todo el respeto, creo que mi formación y conocimientos son muy
superiores a los suyos. Además, también creo que su conocimiento de la realidad
política económica del mundo está fuertemente sesgada por haber crecido en una
región y un país en concreto, donde los populismos y dictaduras de izquierdas y
de derechas han hecho que conozca sólo una caricatura de la economía de libre
mercado y la democracia. Determinadas ideas económicas y políticas expresadas en
su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” me parecen gravemente equivocadas
y creo que en su encíclica “Laudato si”
yerra lamentablemente el tiro. Y creo que son cuestiones vitales, porque
si es cierto, por supuesto, que no sólo de pan vive el hombre, no lo es menos
que si no se libera de la miseria, poco más se puede hacer. Y, estoy firmemente
convencido de que el único sistema que puede sacar al mundo, A TODO EL MUNDO,
de la miseria, es la economía de libre mercado y que cualquier otro sistema
perpetúa esta miseria y la puede extender a países que parece que están poco a
poco saliendo de ella o, incluso, hacer que vuelva a naciones de la que está
prácticamente erradicada. Varias veces he escrito al Papa acerca de esto con
anterioridad, desde el más cuidado y comedido estilo de respeto, explicándole
mi punto de vista y pidiéndole, sin ninguna esperanza y con todo el
entendimiento del mundo, una entrevista para cambiar impresiones sobre este
tema. Pero cuando se trata de dogma y moral, su autoridad me supera
infinitamente, y no seré yo quien colabore a su acoso.
Conclusión
En
muchas de sus alocuciones en viejes, Francisco suele terminar con una frase en
la que nos exhorta a que recemos por él y que hagamos que otros hagan lo mismo.
Pues bien, yo, obedeciendo a esta exhortación, rezo por Francisco, para que el
Espíritu Santo guíe sus caminos y os pido a todos vosotros que hagáis lo mismo.
[1] El evangelio es clarísimo, por
boca de una sentencia directa de Jesús, en lo que a la indisolubilidad del
matrimonio se refiere: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los
hizo varón y hembra y, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo’? De manera que ya no son
dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre […] Ahora
yo os digo: ‘El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima,
y se casa con otra, comete adulterio’” (Mateo 19, 1-9). Quien crea en el
Evangelio, poco puede puntualizar a esto.
[2] Nº 123 “Después
del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la «máxima amistad»[122].
Es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda
del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una
semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida. Pero
el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa
en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia.
Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado
no se plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo; quien vive
intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan
la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda
perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino
también que sean fieles y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran
que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo.
La unión que cristaliza en la promesa matrimonial para siempre, es más que una
formalidad social o una tradición, porque arraiga en las inclinaciones
espontáneas de la persona humana. Y, para los creyentes, es una alianza ante
Dios que reclama fidelidad: «El Señor es testigo entre tú y la esposa de tu
juventud, a la que tú traicionaste, siendo que era tu compañera, la mujer de tu
alianza [...] No traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el
repudio» (Ml 2,14.15-16)”.
Nº 124 “[…] Que ese amor pueda atravesar
todas las pruebas y mantenerse fiel en contra de todo, supone el don de la
gracia que lo fortalece y lo eleva. Como decía san Roberto Belarmino: «El hecho
de que uno solo se una con una sola en un lazo indisoluble, de modo que no
puedan separarse, cualesquiera sean las dificultades, y aun cuando se haya
perdido la esperanza de la prole, esto no puede ocurrir sin un gran misterio»”.
Nº 178 “Muchas parejas de
esposos no pueden tener hijos. Sabemos lo mucho que se sufre por ello. Por otro
lado, sabemos también que «el matrimonio no ha sido instituido solamente para
la procreación [...] Por ello, aunque la prole, tan deseada, muchas veces
falte, el matrimonio, como amistad y comunión de la vida toda, sigue existiendo
y conserva su valor e indisolubilidad»[199].
Además, «la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se
expresa de diversas maneras»”
[3] “Por eso, quien coma o beba el
cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo y la
sangre del Señor. Examínese pues cada uno a sí mismo antes de comer el pan y
beber el cáliz, porque quien come y bebe el cuerpo sin discernir, come y bebe
su propio castigo”. (1 Corintios 11,27-29)
20 de julio de 2017
Frases 20-VII-2017
Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
No se como puedo
ser visto por el mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega
al borde del mar y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra más
pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que el gran océano de la
verdad se expone ante mí completamente desconocido.
Isaac Newton
18 de julio de 2017
El triste sistema fiscal español
Hoy leo una noticia en Expansión que no puedo dejar de
comentar. Podéis leerla en el link de más abajo (o, más completa, en el
Expansión de papel). España está en el puesto 28, sobre los 35 de la OCDE, en
el Índice de Competitividad Fiscal elaborado por la Tax Foundation, uno de los
think tanks más influyentes del mundo en el campo fiscal. Este índice, como su
nombre indica, pretende medir la capacidad de atracción de inversión a un país
por sus políticas fiscales. El índice mide 40 variables, es decir, no se centra
únicamente en la presión fiscal, sino en la equidad de su aplicación, su
simplicidad de aplicación, y un largo etc. de aspectosPor supuesto, hay otros
factores, además de los fiscales, que pueden hacer más o menos atractivo un
país para la inversión extranjera, pero el aspecto fiscal es, sin duda, de
enorme importancia. Ahí estamos, en la cola del pelotón, con 58,9 puntos que se
sitúan entre los 100 de Estonia y los 43,2 de Francia, pasando por los 82,1 de
Suecia, los 70,9 de Noruega, los 70 de Irlanda o los 67,4 de Dinamarca. Si bien
es cierto que desde el año pasado hemos mejorado cuatro puestos desde el año
pasado, todavía somos el 8º por la cola. El artículo en papel (no aparece en el
link), aclara algunas de las cosas que hacen que Estonia esté en el primer
puesto. Dice: “Primero, su Impuesto de Sociedades no se aplica sobre
beneficios, sino sobre el reparto de dividendos (aplausos míos). En
segundo lugar, el equivalente a su IRPF es muy sencillo, con un tipo general
del 20% que se aplica a partir de un mínimo exento (aplausos estrepitosos
acompañado de bravos). El tercer punto: si sistema de impuestos (sobre
bienes inmuebles) se aplica sobre el valor del suelo y, como critica el
informe en relación a España, No en función de las valoraciones arbitrarias
elaboradas por un catastro público (Pateo en el suelo con los pies, que es
lo único que me queda, en manifestación de entusiasmo) Por último, el
estudio destaca el modelo de fiscalidad territorial de la república báltica,
que exime al 100% el pago de impuestos por los beneficios obtenidos en el extranjero
(¡¡¡¡Uauuuuuuuu!!!! Ya no sé con qué aplaudir. ¿Con las orejas?)”. El PIB de
estonia ha tenido un crecimiento interanual al primer trimestre de 2017 del 4%
y viene experimentando una progresión impresionante. Claro, esto sólo se
puede conseguir teniendo un estado delgado, casi atlético y no uno que se
parezca al monstruo Hobba de la guerra de las galaxias, como el de Francia. Al
hilo de esto, me voy a permitir un breve comentario y una reflexión no tan
breve.
El breve comentario: ¿Os imagináis a qué puesto bajaríamos
con una coalición PSOE-Podemos en el gobierno? Cosas veredes amigo Sancho.
La reflexión no tan breve. En febrero del año pasado, el
fisco francés reclamó a Google 1.600 millones de € porque, supuestamente, había
evadido impuestos en Francia (último de la lista) para ponerlos en Irlanda
(puesto 14). Esto viene a cuento de una moda, impulsada por países como Francia
que ha dado en acusar a ciertas empresas multinacionales de algo
eufemísticamente llamado “Planificación fiscal agresiva”. Que significa que una
empresa, analizando la legislación fiscal vigente en los países en los que
opera y cumpliendo con ella el pie de la letra, planifica su fiscalidad de
forma que pague menos impuestos. Por supuesto, esto desata la furia de países
como Francia que quieren jugar a con dos barajas. Tener un absolutamente
incompetitivo sistema fiscal y que las multinacionales pongan, aunque la ley no
les obligue a ello, sus beneficios en su país, para colaborar con la Grandeur
de la France. Claro, Google reclamó esa reclamación y, mira tú por donde, la
Grandeur de la France se mostró por otro lado: en la independencia de su poder
judicial, que hace unos días ha dado la razón a Google. Podéis ver la noticia
en el segundo link.
Moraleja: Si Europa quiere ser de verdad Europa, lo primero
que tiene que hacer es armonizar sus políticas fiscales, tanto por los ingresos
como por los gastos, porque si no lo hace, le resultará imposible hacer una
legislación fiscal que acepten franceses y estonios. Pero, claro, esto es algo
que requiere una importante cesión de la soberanía nacional y Europa quiere ser
Europa, pero sin ser Europa, lo que resulta más complicado que la cuadratura
del círculo. Y por eso, entre otras cosas, está fracasando. Nunca debió
empezarse el proceso de muchos países jugando al soy, no soy, sino unos pocos
que VOLUNTARIAMENTE, quisiesen jugar, de verdad, al soy Europa, y a muerte.
15 de julio de 2017
Estrategia push-pull de Dios para llevarnos a él
En
el año 1979, con mi MBA en el IESE recién terminado y trabajando en marketing
en Johnson Wax, el fabricante de productos de limpieza doméstica, empecé a dar
clase de este tema en el Instituto de Empresa. Uno de los pilares del marketing
era, y sigue siendo, la distribución. No la distribución física o logística,
sino el cómo conseguir que el producto que uno intentaba vender al consumidor
final, el ama (o amo) de casa, estuviese disponible en el mayor número posible
de tiendas para que el acto de la compra pudiese ser lo más cómodo posible para
el consumidor, ya que éste, aunque en principio prefiera un producto, comprará
otro si lo tiene más a mano. Y lograr esa distribución no era, ni es, ni mucho
menos, tarea fácil. El dueño de una tienda quiere tener en ella lo que la gente
le pida y lo que le deje más margen. El tener un determinado producto es para
él un delicado trade-off. De nada le sirve tener en su tienda un producto que
le deje mucho margen si nadie lo quiere comprar. Tampoco es rentable para él
tener un producto que todo el mundo quiere pero que le deje un margen ridículo.
Lo ideal sería tener un producto que le deje mucho margen y que se venda muy
bien. Pero, claro, eso es imposible. Porque un fabricante que haga un producto
muy bueno, que a la gente le guste mucho y sobre el que haga mucha publicidad
le pondrá un precio muy cercano al que la gente está dispuesto a pagar por él,
con lo que al dueño de la tienda solo podrá cargar el producto con un margen
pequeño. En cambio, si un fabricante le vende un producto a un precio
claramente inferior al que la gente está dispuesta a pagar por él, de forma que
el tendero pueda cargarle un buen margen, será porque el producto no tiene
mucho tirón, bien porque no es muy allá, bien porque el fabricante no se ha
gastado mucho dinero en dar a conocer el producto y sus cualidades. Esto da
lugar, y así lo explicaba yo en mis clases de marketing, a dos posibles
estrategias por parte del fabricante.
La
primera, más glamurosa, es la llamada estrategia pull o de atracción. Es
aquella en la que el fabricante decide usar sus recursos escasos (¡jodidos
recursos escasos! ¿Por qué tendremos que vivir en un mundo en el que los
recursos sean escasos?) en el lado de la creación de la demanda. Puede hacer
esto mediante la combinación de dos recursos: a) a través de hacer un producto
que sea lo que realmente le gusta al consumidor (lo que conlleva gastos en
investigación de mercados, I+D+i, y el añadir al producto esos atributos que lo
hacen apetecible y que hacen que su coste sea mayor y/o b) hacer una mayor
publicidad. Ambas cosas requiern mucho dinero y ambas hacen que el consumidor
esté dispuesto a pagar más por el producto, lo que permite poner un precio más
alto y que, a pesar de ello, quede para el tendero cierta posibilidad de
mantener un margen aceptable, aunque sea estrecho.
La
segunda estrategia, menos glamurosa, que puede seguir el fabricante es la
llamada push o de presión. En este caso, el fabricante no pondrá apenas dinero
ni en investigación de mercados, ni en I+D+i, ni dotará al producto con
atributos caros y atractivos, ni se gastará apenas dinero en publicidad. Pero,
en consecuencia, tampoco el consumidor tirará mucho del producto ni estará
dispuesto a pagar mucho por él. Pero el fabricante podrá vendérselo barato al
tendero, podrá, además, realizar determinadas acciones promocionales que se
traduzcan en mayor rentabilidad para la tienda y, de esta manera, esperar que
el tendero “se moje” por el producto.
Por
supuesto, estas dos estrategias nunca se aplican de forma químicamente pura.
Siempre hay un mix de ambas con un predominio relativo mayor o menor de una de
ellas. Tampoco este mix es igual para todos los posibles tenderos. No se aplica
el mismo mix de esas estrategias a Carrefour que a un mayorista que abastece a
las pequeñas tiendas del norte de la provincia de Huesca y Navarra. Tampoco hay
ninguna fórmula mágica que te de la proporción de una y otra estrategia que
tienes que aplicar en cada sitio o a cada tipo de cliente.
Como
se ve, esto del marketing tiene mucho de arte en el que los matices son
importantísimos. Pero no trato en estas páginas de dar una clase de marketing[1], sino de hablar de las
estrategias de Dios para nuestra llevarnos a Él. Lo que ocurre es que Dios
también utiliza, me parece, estas estrategias de presión y de atracción. Pero
tiene una ventaja sobre los fabricantes de productos que quieren vender: No
está sometido a la jodida ley de los recursos escasos. Es decir, puede usar a
tope ambas estrategias de atracción y de presión empleando en ellas tantos
recursos como quiera. Puede vender a un precio tan bajo como quiera, hacer
tanta publicidad como desee, diseñar un producto tan bueno como quiera, etc.,
etc., etc. Sólo tiene un límite en los recursos que quiera usar. De ese límite
hablaré más adelante. Dios sí está sometido, en cambio, a nuestra libertad. Al
igual que en el caso de los compradores finales de los productos de Johnson
Wax, somos completamente libres para, a pesar del uso que Dios pueda hacer de
ambas estrategias, decidir no “comprarle” la salvación. Pero veamos en qué
consisten las estrategias de presión y de atracción de Dios para que le
compremos la salvación. Cuando Dios regaló la inteligencia al hombre le dio una
herramienta poderosísima, cualitativa y radicalmente diferente de cualquier
otra herramienta que pueda soñar con tener ningún ser vivo existente sobre la
faz de la Tierra.
Debo
decir unas palabras sobre lo que entiendo por esa inteligencia cualitativamente
diferente que sólo el hombre posee en la Tierra. En primer lugar, el ser
humano, con su inteligencia, es capaz de hacerse una representación de algo que
no existe y que no ha visto nunca antes. Ningún ser vivo puede representarse
otra cosa que el mundo que le es dado por sus sentidos. Un león no puede
representarse un mundo en el que hubiese más cebras y, por tanto, tuviese que
correr menos para cazar. Un ser humano sí. Un ser humano puede representarse un
mundo en el que reine la justicia, por poner un ejemplo. O en el que él sea el
rey del mambo y que todo gire a su alrededor. Y no es sólo que pueda hacerlo, es
que no puede no hacerlo. Todos, continua e inevitablemente, nos estamos
representando mundos que no hemos visto jamás. Un mundo en el que somos médicos
o ingenieros, en el que nos casamos con tal persona, en el que vamos a una
playa de un país lejano en verano o a esquiar en una estación que no conocemos
en invierno. Y no sólo eso. Estamos eligiendo cual de esos mundos preferimos.
Para ello, ideamos diferentes estrategias para intentar transformar el mundo
real que nos presentan nuestros sentidos en ese mundo imaginado. Hacemos
estimaciones del coste, en términos muy diversos –esfuerzo, dinero, tiempo,
relaciones con otros, etc., etc, etc.– del beneficio, también en términos muy
diversos –satisfacción resultante, premios, aprecio de los demás, etc., etc.,
etc.–, de las probabilidades de éxito, etc. Esto lo hacemos continuamente, de
forma inconsciente, pero no paramos de hacerlo. Y en base a estos análisis,
elegimos lo que queremos, el modelo de mundo en el que queremos transformar el
mundo real. Pero hacemos más. Analizamos continuamente el grado de avance en el
camino emprendido, lo comparamos con el coste incurrido, valoramos si merece la
pena o no perseverar y, en consecuencia, seguimos adelante o cambiamos de
objetivo. Esto no lo hacemos más que muy de cuando en cuando para grandes
decisiones vitales que pueden cambiar radicalmente nuestra historia, pero lo
hacemos continuamente para decidir si vamos al cine con unos amigos o nos vamos
a cenar con otros. No podemos dejar de hacerlo. Un animal no puede hacer eso. Ninguno.
En ningún grado. Tan pronto como a un león se le disparan las sustancias
químicas de su cuerpo que le producen la sensación de hambre, no puede hacer
otra cosa que ir a cazar. Y sólo sabe cazar de una manera, como un león. Su
instinto le dicta cómo hacerlo y no puede modificar su instinto.
Sin
embargo, este don de la inteligencia tiene una parte luminosa y otra oscura. La
luminosa le sirve a Dios para la estrategia de atracción. La oscura para la de presión.
Empecemos
por la estrategia más prosaica, la de presión, basada, como acabo de decir, en
la parte oscura de la inteligencia. Con la inteligencia que Dios dio al ser
humano, éste fue el primer ser vivo capaz de ser consciente de su muerte. Y
esto le produjo, y le produce, al menos en flashes, un miedo terrible, aun
cuando se encuentre sano y se joven. Y esto nos lleva a anhelar la
inmortalidad. Otra cosa que trajo aparejada la aparición de la inteligencia fue
la posibilidad de que en un grupo humano apareciesen individuos que pensasen
que para qué se iban a esforzar ellos, cuando podían aprovecharse del esfuerzo
ajeno, bien sea robando, vagueando o de mil otras formas que el lado oscuro de
la inteligencia pudiera idear. Ninguna manada de lobos o rebaño de búfalos
puede permitirse la presencia de “gorrones”. Primero porque su instinto no se
lo permite y, segundo, porque si lo hiciesen, toda la manada o el rebaño
morirían. El ser humano sí que puede. Esto dio lugar a que sintiésemos la
necesidad de una norma moral y de una autoridad omnisciente que vigilase el
cumplimiento de esa norma, premiase a quien la cumpliese y castigase a quien no
lo hiciera. Posteriormente esto se plasmó en un derecho positivo y en una
autoridad terrena que la hiciese cumplir. Por último, el lado oscuro de la
inteligencia nos hizo muy conscientes de la precariedad de nuestros planes, de
en qué inmensa medida éstos, y por lo tanto nuestra vida, estaban a merced de
fuerzas mucho mayores que nosotros que los podían hacer fracasar y que, de
hecho, muy a menudo, los hacían fracasar. De ahí surgió nuestra necesidad de
una providencia, una fuerza omnipotente y benévola que guiase nuestros
esfuerzos y a la que poder invocar para que llegasen a buen fin o, al menos, no
se torciesen demasiado. Y sólo un ser superior podía satisfacer estas necesidades
que pedía a gritos nuestra ineligencia. Y así, Dios nos da una inteligencia con
un lado oscuro que empuja hacia Él. Muchos ateos, al leer este párrafo pueden
creer que esto corrobora su creencia de que el hombre se ha inventado a Dios.
Pero para ello tienen que explicar de dónde nos viene esa inteligencia que no
tiene ningún parangón con ninguna otra capacidad de ningún otro ser vivo sobre
la Tierra. Puedo mostrar, que no demostrar, cómo es prácticamente imposible que
una inteligencia así haya venido por evolución. Pero sería demasiado largo para
estas líneas[2].
Más bien parece que el que nos regaló la inteligencia diseñó este aspecto de la
misma como parte de la estrategia de presión. No tiene mucho glamur eso de que
le busquemos por miedo, bien sea a la muerte, al castigo o al fracaso. Si sólo
existiera esta estrategia de presión, sería muy triste. Pero gracias a Dios –en
sentido literal– existe una estrategia más glamurosa: la de atracción.
Vamos
ahora a esta estrategia de atracción, basada en la faceta luminosa de la
inteligencia. La inteligencia que nos ha sido regalada tiene sed de la verdad,
el bien, la belleza y la unidad. Nada nuevo. Ya Aristóteles descubrió estas aspiraciones
del ser humano y les llamó los trascendentes.
La
verdad. Efectivamente, por mucho que desde la Ilustración se haya iniciado un
proceso de desprestigio y relativizó la idea de la verdad, el ser humano
necesita la verdad. Cierto que le hemos cogido miedo porque, a menudo, en la
historia, hay quien ha abusado de lo que creía que era verdad, lo fuera o no,
para imponérsela por la fuerza a los demás. Pero en antídoto de este grave
problema no hay que buscarlo en el estéril escepticismo, sino en la humildad y
en el respeto a todo ser humano. Pero, más allá de la pose intelectual y del
miedo, somos incapaces de vivir sin la verdad. Si mañana me dicen que por hacer
un trabajo me van a pagar una cierta cantidad de dinero, ya lo creo que me
importa saber si de verdad me lo van a pagar o no. Si me dicen que me tengo que
someter a una operación grave de la que tengo un 10% de morirme y un 90% de
curarme y de que si o me opero me
moriría con un 80% de probabilidad, ya lo creo que me importa saber si esos
porcentajes se acercan a la verdad o son obtenidos a ojo por algún
indocumentado. Por supuesto, hay verdades simples. Que las teclas del ordenador
en el que estoy escribiendo existen, es una verdad de la que es difícil dudar.
Pero también hay verdades complejas, como la de la operación que he puesto
antes como ejemplo, o las consecuencias que se puedan derivar de intentar
evitar un atentado terrorista, o la existencia de Dios. Pero lo cierto es que o
me muero en la operación o sobrevivo y me curo o sobrevivo y no me curo. Y si intervengo
para evitar el acto terrorista, lo puedo evitar y morir en el intento o no
evitarlo y también morir o cientos de combinaciones más. Y Dios existe o no
existe, no hay término medio. Estas cosas son así porque hay una realidad fuera
de mí que es como es y no como a mí me gustaría que fuese. Y yo quiero saber
las consecuencias de mis acciones. Uno de los pilares de nuestra civilización
es la creencia de los griegos de que el ser humano puede conocer la realidad y
emitir juicios razonablemente certeros sobre ella. Pero desde hace varios
siglos parece que avanzamos en el camino de negar ese pilar. No será gratis.
Así pues, anhelamos la verdad y la verdad es algo que nos trasciende, que no
creamos nosotros. Por eso Aristóteles la clasificó como uno de los
trascendentes.
El
bien. Nuestro ser, y nuestra inteligencia como parte de él, busca
inevitablemente el bien e intenta alcanzarlo impulsado por la voluntad. No
puede no buscarlo. Podemos equivocarnos en identificar cuál es ese bien, pero
no podemos dejar de buscarlo. Madre Teresa lo buscó con toda su alma lo que
consideraba su bien. Probablemente impulsada por las dos estrategias de Dios. Hitler
creía que el bien para él era dominar el mundo y esto pasaba por masacrar a
millones de judíos. Y dedicó a lograr este fin una inmensa voluntad. Es obvio
que se equivocaba identificando el bien, pero buscaba lo que él creía que era
el bien. Eso no le exime de responsabilidad porque, como hemos dicho antes, el
uso de nuestra inteligencia para la búsqueda de la verdad nos debe llevar al
auténtico bien. No tengo ni idea cómo se sentía Hitler mientras masacraba a los
judíos y llevaba a medio mundo hacia la destrucción. Tal vez no se sintiese mal
porque era un loco vesánico. Un loco con un tipo de locura de la que él era
responsable, que no le impedía usar la inteligencia y que, por supuesto, no le
exime de la responsabilidad. Lo cierto es que acabó pegándose un tiro en un
bunker, acorralado por las consecuencias de sus actos. Pero de lo que no me
cabe duda es de que un ser humano sano no puede sentirse bien cuando al buscar
erróneamente el bien, hace el mal. Puede anestesiar su conciencia hasta el
punto de no sentirse mal de forma continua, pero tengo pocas dudas de que tendrá
flashes de repugnancia hacia sí mismo. Por eso, partiendo de esa repugnancias, con
la colaboración de la verdad y del ansia del bien, es posible que se redima de
su maldad. Si no tuviésemos estas cosas en nuestro interior, no existiría esa
posibilidad. Y el bien, correctamente encauzado, se llama bondad. Y la bondad
suele, muy a menudo, llevar aparejado algo muy parecido a la felicidad. También
la mentalidad moderna es a menudo despectiva con la bondad, identificándola a
menudo con la estupidez o, casi peor, la caricaturiza en un buenismo carente de
verdad. Como la verdad, la sed de bien es algo que nos trasciende. De ahí que
también Aristóteles la etiquetase como un trascendente.
La
belleza. No creo que haya un solo ser humano que no haya sentido el éxtasis de
la belleza en muchos momentos de su vida. Puede ser ante un cielo estrellado o
ante un paisaje impresionante, una puesta de sol o un mar embravecido. Ahí,
fuera de nosotros, está la belleza. Y, misteriosamente, podemos entrar en
sintonía con ella. Digo misteriosamente porque no hay ningún otro ser vivo que
pueda hacerlo. Ni siquiera que tenga la capacidad de percibirla. Y no por falta
de sentidos para ello. Muchos los tienen más finos que nosotros. Pero les falta
algo. Algo que los seres humanos sí tenemos. Pero, además, en lo que a la
belleza se refiere, los seres humanos somos capaces de crearla fuera de
nosotros de tal forma que muchas personas pueden extasiarse con la belleza
creada por otros seres humanos. Ahí están Bach, o Miguel Ángel, o Velazquez, o
Machado, o san Francisco de Asís, creándola con el ejemplo de su vida –y tantos y tantos seres humanos, famosos o
desconocidos, que la han creado con uno u otro acto de su vida. Me atrevería a
decir que no hay un solo ser humano que no haya creado algo de belleza en algún
momento. Bach decía que él escribía música para “Laudatio Deo et recreatio cordis”, es decir, para “alabanza de Dios y recreo del corazón”.
Porque la belleza, creada y contemplada, ensancha el corazón y, también, como
el bien y la verdad, nos acerca a algo que se parece mucho a la felicidad. Y la
belleza, incluso la que creamos nosotros, es algo que nos trasciende. Mahler
decía que el no componía, sino que era compuesto. Una vez más el pensamiento
moderno tiende a menudo a pasearse al lado de la belleza sin apreciarla o,
peor, intentando llamar belleza a la fealdad. No me resisto a citar a Jacques
Pawels en su obra “Las últimas cadenas”:
“La reflexión moderna tiene poco que ver con la emoción
estética. Es más imprecadora que jubilosa. Y sin embargo, las obras maestras
son siempre, en definitiva, himnos de agradecimiento. ¿Tiene la belleza un
sentido? No podemos prescindir de ella, pero ese sentido sobrepasa nuestro
entendimiento”. ¿Agradecimiento a quién? Ese júbilo que
despierta en nosotros la belleza tiene también mucho parecido con la felicidad.
He
aquí el tercer trascendente que identificó Aristóteles.
Por
último, la unidad o, si se prefiere, la coherencia. ¿Hay algo parecido a la
satisfacción que siente un contable cuando los millones de transacciones
realizadas en un año se llevan al balance y encajan, o sea, cuadran? Recuerdo
la primera vez que entendí la contabilidad y su mecánica para que todo
encajase. ¡Me quedé maravillado! Aún hoy me maravilla la contabilidad por su
inexorable coherencia. ¿Puede haber una satisfacción mayor de la que siente un
matemático cuando, tras usar diferentes métodos –inductivo, deductivo,
reducción al absurdo, etc.– en una demostración compleja, llega al “quod erat
demostrandum”? Debe ser la increíble. El ser humano aspira a la unificación de
conceptos. Siempre está intentando obtener patrones que le permitan pasar de la
diversidad a la unidad. Una sinfonía no es otra cosa que la diversidad
fundiéndose, sin confundirse, en la unidad. Los griegos lucharon para obtener
una visión unitaria de la diversidad. Fruto de esta búsqueda fue el hallazgo,
por parte de Heráclito, de la idea del logos, en el que se funde toda la multiplicidad
de un mundo en el que todo fluye. Linneo debió sentirse enormemente satisfecho
cuando hizo la clasificación taxonómica de todas las especies entonces
conocidas, desde una humilde hormiga hasta ascender a los tres reinos, animal,
vegetal y mineral por la escala de géneros, familias, phyla, etc. Darwin sintió
un inmenso asombro cuando descubrió unas sencillas reglas que permitían
reconstruir el crecimiento del inmenso y maravilloso árbol de la vida. Oigamos
lo que nos dice en el final de su obra maestra “El origen de las especies”: “De esta manera, el objeto más
impresionante que somos capaces de concebir, o sea, la producción de animales
superiores, es resultado directo de la guerra de la naturaleza, del hambre y de
la muerte. Existe grandeza en esta concepción de que la vida, con sus distintas
facultades, fue originalmente alentada por el Creador en una o varias formas, y
que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la
gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un
comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes”.
En la unidad se funden equilibrados los otros tres trascendentes, vedad,
belleza y bien creando el estupor, el asombro, que no es algo lejano a la
felicidad. Y, el ser humano, buscando estas cosas que le trascienden, que no
sabe de donde vienen pero que sabe que vienen de muy por encima de él, busca a
Dios. A menudo a tientas. Pero, como escribió san Juan de la Cruz, “para buscar la fuente/sólo la sed nos basta”.
A veces, incluso, sin saber que le está buscando a Él. Pero no me buscarías si
antes no me hubieras encontrado. O, como decía san Anselmo, “te buscaré deseándote, te desearé
buscándote, amándote te encontraré, encontrándote te amaré”. Y así, Dios
nos atrae hacia Él. Es su estrategia de atracción, grandiosa, llena de glamur, del
glamur que busca el lado luminoso de nuestra inteligencia.
Hay
también una intrínseca unidad en el uso complementario por parte de Dios de las
dos estrategias, que nos sitúan entre su presión y la sed de Él. Que nos
empujan por un lado y tiran de nosotros hacia Él.
Decía
hace unas líneas que Dios no estaba sujeto a la ley de los recursos escasos,
que podía usar a tope ambas estrategias de atracción y de presión empleando en
ellas tantos recursos como quisiera. Puede vender a un precio tan bajo como
quiera, hacer tanta publicidad como desee, diseñar un producto tan bueno como
quiera, darle a la distribución tanto margen e incentivos como desee, etc.,
etc., etc. Entonces cabe preguntarse por qué no todo el mundo corre hacia Él
entre empujado y atraído. Porque, como también dije, Dios sí está autolimitado
por nuestra libertad. La libertad es también un don único entre los seres vivos
y Dios nunca quita los dones que da. Es un don tan misterioso como poderoso y,
a menudo terrible, que nos permite no ir hacia Él. Podría, claro está,
abrumarnos de tal forma con la inversión en ambas estrategias que esa libertad
fuese tan solo una pantomima. Pero eso sería una forma indirecta de quitarnos
la libertad. Y Dios no sólo no retira sus dones, sino que no hace trampas con
ellos. No es un dictador, ni siquiera del bien. Por eso, a pesar de poder
utilizar medios ilimitados, no lo hace. No podríamos amar sin libertad y, en
última instancia, la verdad, la bondad, la belleza y la unidad llevan al amor.
Vuelvo a citar a Louis Pawels cuando dice: “La
vida del hombre sólo se justifica por el afán, aún desdichado, de comprender
mejor. Y la mejor comprensión es la mejor adhesión. Cuanto más comprendo más amo.
Porque todo lo comprendido es bueno”. Sólo tengo una puntualización que
hacer a esta frase. Si nos dejamos empujar y, sobre todo, atraer por el amor de
Dios y sus dos estrategias, el afán por comprender mejor no tiene por qué ser
desdichado, sino asequible y generador de plenitud y alegría. Porque como reza
la Divina Comedia en sus dos últimos versos de la contemplación del Paraíso, “el amor mueve el cielo y las estrellas”.
Amén.
[1] El que quiera profundizar en el
marketing, le recomiendo mi libro “El marketing como arma competitiva” editado
por McGraw Hill. Si mi abuelita viviera diría que es estupendo y que os lo
compréis. Y yo corroboro lo que diría mi abuelita.
[2] Quien quiera conocer esta
argumentación, le recomiendo que compre mi libro “Más allá de la ciencia”
editado por Ediciones Palabra en su colección dBolsillo. Otra vez más, mi
abuelita diría que os lo compraseis. Pero, si a pesar de mi ferviente
recomendación alguien que no vaya a comprar el libro me lo pide, le enviaré la
parte del libro en la que hablo de ello. Esto de mandar una muestra a un
posible comprador, también es una táctica de marketing llamada sampling. Se
hace con la esperanza de que una vez probada una pequeña dosis del producto, el
que lo ha probado, se haga usuario del mismo.
13 de julio de 2017
Frases 13-VII-2017
Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Hoy,
después de haberme aceptado, de haber renunciado a maravillarme, me siento
menos desesperado. Ausculto el pulso de lo inefable. Escucho los latidos
inauditos de la sombra. Espío el vuelo monstruoso de los enigmas primeros.
..........................
Es
posible que alcance esta conciencia oceánica que es el corazón mismo del
misterio.
...........................
Finalmente,
tengo poco que transmitir. Si debiera resumirme, diría que conocer es elevar
las cosas hasta el misterio. Que la vida sin el ser esconde la nada bajo el
bienestar y que uno no se remonta más que colocándose en el centro. Diría
igualmente: lo efímero quiere el movimiento y las pasiones, lo que es eterno
quiere reposo y distancia.
............................
Creo,
en fin, que el hombre es el proyecto y el fin de la creación. En este sentido,
es un ser del lado de acá y del lado de allá del tiempo. Por eso nuestro
espíritu aspira a salir del tiempo, porque no le es natural.
Louis Pawels. Las
últimas cadenas.
8 de julio de 2017
Orgullo
En estos envíos y en mi blog he escrito
siempre con libertad sobre lo que me parecía oportuno. Mi intención ha sido
siempre aportar mi pequeña faceta para que la verdad, que siempre es caleidoscópica,
vaya tomando forma. He procurado hacerlo siempre llamando al pan, pan y al
vino, vino, pero con respeto hacia todos, aunque a veces sea un poco duro. Pero
sin miedo. O venciéndolo, como cuando he dejado la huella de mi opinión sobre
el Islam –que no sobre los musulmanes en general. Hoy también voy a escribir
con respeto hacia los demás, pero también hacia mi pieza del caleidoscopio,
llamando al pan, pan y al vino, vino. Y venciendo mi miedo. No un miedo físico,
como el que tuve que vencer al escribir sobre el Islam, sino un miedo a una represalia
más sutil pero, si no más peligrosa, sí más próxima: la del poderoso lobby gay,
creador de una falsa y deformada visión de la realidad que ha sabido imponer su
omnipresente y todopoderoso pensamiento políticamente correcto. Basta de
preámbulos y al grano.
¿Por dónde empezar? Sin duda, por el
respeto. Esta expresión de respeto no es, ni de lejos, una benevolentia
captatio que, además, sería inútil. Es la expresión de mi creencia en el
respeto debido a todo ser humano. Respeto profundamente a los homosexuales. A
todos. Pero a unos más que a otros, sin despreciar a ninguno.
Respeto, y quiero, más a los que lo son
por accidentes de la vida. No sé, ni me importa, si hay quien ha nacido
homosexual por causas genéticas. Sé, en cambio, que sí los hay por causas que
podríamos llamar “educativas”: un padre distante, despótico o violento, una
madre hiperprotectora o con añoranza de hijas, etc., etc., etc. Estos
homosexuales me producen una compasión infinita. Sé que acabo de poner la
primera piedra para ser lapidado. Pero, sí, éstos me producen, además de
respeto, compasión, ternura y cariño. Para éstos la homosexualidad no es una
opción. Es casi una dura imposición de la vida que cada uno llevará como pueda
y que creo que a muchos les produce un enorme sufrimiento. Y les quiero aunque
este sufrimiento haya vuelto a bastantes de ellos amargos o agresivos. Y quiero y respeto infinitamente más a los
que, a pesar del mismo, han sabido mantenerse dulces y afables. Y conozco a unos cuantos.
Respeto también como personas, aunque
respete menos su actitud, a los que, sin mediar causa inevitable, han
llegado a la homosexualidad a través de un proceso de búsqueda de experiencias
sexuales “novedosas”. De estos también los hay. De los anteriores he dicho que
me producen respeto. A estos, los respeto, pero ese respeto me lo tengo que
fabricar yo. Y reconozco que me cuesta. Y les quiero, pero de una forma
distinta. Tengo que hacer un esfuerzo de voluntad para ello. Quererlos no
significa que los quiera como amigos.
Voy ahora a lo del orgullo. Orgullo, ¿de
qué? Uno puede estar orgulloso de logros que haya podido conseguir honestamente
con esfuerzo. Creo que se puede uno sentir orgulloso de haber fundado una
familia y haberla sacado adelante a fuerza de lucha y sacrificio. Pero, ¿orgullo
de ser homosexual? ¿O de ser heterosexual? No veo ningún motivo para estar
orgulloso ni de lo uno ni de lo otro. Eso es algo que se es. Punto. Y, ¿manifestarse
por eso? No me imagino una celebración del día del orgullo heterosexual con
desfiles, alharacas y tíos o tías enseñando orgullosos sus atributos sexuales y
adoptando actitudes de vulgaridad vomitiva Si alguna vez hubiese un ridículo
día del orgullo hetero y se hiciese algo así, me asquearía profundamente. Entonces,
¿por qué tengo que ver con una sonrisa complaciente cómo un energúmeno
homosexual hace la pantomima de sodomizar al oso –el del madroño– de la Puerta
del Sol? Y, peor aún, ¿por qué tengo que soportar que se desnuden para después
cubrirse con crucifijos? ¿En nombre de la tolerancia? ¿Qué tolerancia
asimétrica es esa? Como decía Alfonso Ussía en un artículo de hace una semana,
¿a qué no se atreven a ir a la mezquita de la M-30 a hacer lo mismo con el
Corán?
Pero, además, sé de homosexuales a los que
esto del orgullo gay y las Drag Queens locas, les repugna tanto como a mí. O
más. Porque al final, corren el riesgo de que los identifiquen a ellos y a su
homosexualidad, llevada con dignidad, con esa brutal mascarada. El otro día leí
un artículo de un escritor homosexual, Álvaro Pombo, en el que, reconociéndose
como tal, se avergonzaba de que pudiesen confundir su dignísima actitud con ese
esperpento.
Tal vez aquí, con una conclusión más o
menos contundente, podría dar por terminadas estas líneas. Pero me veo obligado
a hacer un pero y un sin embargo. “Pero” es una conjunción adversativa, es
decir, adversa a lo que se ha dicho antes. “Sin embargo” es también una
conjunción adversativa que, en general, y en este caso particular, es adversa
al “pero” anterior. Al hacer esto, sé que me voy a meter en un mar proceloso,
porque no tengo la menor esperanza, ni lo pretendo, de que el primer
adversativo aplaque al orquestado pensamiento de la ideología de género. Y sin
embargo, creo que me puede enajenar la aquiescencia, o incluso provocar la
contrariedad, de algunos heterosexuales. Así que está claro que este “pero” no
lo hago para pastelear y quedar bien con unos y otros.
El “pero”. Es un hecho que la sociedad
heterosexual occidental de los últimos siglos –no sé ni quiero precisar
fronteras y tiempos– ha sido de una crueldad, a veces criminal, con los
homosexuales. No estamos libres de pecado. Ahí están, como botón de muestra,
los casos de Oscar Wilde y Alan Turing. El primero pasó dos años en la cárcel
de Reading en trabajos forzados tras ser condenado por homosexual. Cuando salió
estaba gravemente enfermo y murió poco después. Turing fue también juzgado por
homosexualidad y condenado a castración hormonal, lo que le produjo graves
consecuencias psicológicas que unidas a su inestabilidad existencial, le
empujaron al suicidio. Pero sin llegar a esos casos extremos, estoy seguro de
que todos los que lean estas líneas y tengan una cierta edad –o aún siendo
jóvenes–, podrán recordar casos de maltratos, cuanto menos psicológicos, a
homosexuales. Yo recuerdo nítidamente a un compañero mío de clase en el colegio
al que se le daba un trato que no sería excesivo calificar de tortura. Teníamos
10 o 12 años y este chico, sin pretender ningún contacto sexual con nadie,
tenía unas maneras afeminadas. Ignoro si era o no homosexual en aquel entonces.
No tengo la conciencia culpable porque creo recordar haberle defendido en
alguna ocasión y no creo recordar haber participado en ninguno de esos
maltratos. Pero no puedo por menos que recordarlo con verdadera lástima en
algunas ocasiones. Y pude haberle defendido más, pero yo tampoco era el fuerte
de la clase. Hace años tuve la oportunidad de saber de él. Entonces sí, era
homosexual de forma abierta. Pude escribirle un mail en el que le pedía perdón
por lo que yo pudiera haber hecho o dejado de hacer, que le hubiese hecho daño
y por lo terriblemente que le tratamos colectivamente. Me contestó dándome las
gracias. ¡Sombrero! No estoy seguro de que hoy se hayan erradicado del todo
estas prácticas. Es más, estoy seguro de que no se han erradicado. No se trata
de cada uno de nosotros –que cada uno vea lo que tiene en su conciencia– sino
del comportamiento social. Sería encomiable que el terrible trato recibido por
muchos homosexuales no hubiese despertado en ellos un áspero resentimiento como
colectivo, pero no ha sido así. Aunque también haya homosexuales que no tienen
en absoluto el más mínimo resentimiento, lo que les honra, como colectivo sí
que lo tienen. Y creo que tienen sobradas razones para ello.
El “sin embargo”. Sin embargo, lo
anterior no les da derecho a desarrollar una ideología de género, basada
completamente en la “posverdad” o sea en el desprecio a la realidad, absolutamente contraria a la naturaleza humana
y destructiva para ésta Y mucho menos derecho da a que nos la intentan imponer
haciéndonos comulgar con ruedas de molino con leyes basadas en estas
“posverdades”. Basta una simple inspección anatómica al cuerpo del hombre y de
la mujer para ver que la naturaleza no es neutra. No es acorde con la realidad
–sin dar a esta afirmación ningún calificativo moral– decir que hay una
simetría entre las relaciones heterosexuales y homosexuales. No. No la hay. No
es verdad. Lo que no excluye para nada que debamos respetar el comportamiento
sexual privado de los homosexuales. Pero respetar no es decir que hay una
simetría, porque no la hay. Por tanto, es absolutamente inadmisible que se
intente educar a los niños en esta simetría. Y peor aún educarles en la falsa
creencia de que elegir entre la homosexualidad o la heterosexualidad sea algo
para lo que uno antes tenga que probar sexualmente ambas “opciones” antes de
decidirse. Es una aberración. Por supuesto que la mayoría heterosexual debe
respetar a los que descubran en sí mismos la tendencia homosexual. Pero instar
a un adolescente a que experimente ambas cosas para probar es sencillamente deleznable.
No es cierto que haya cuatro géneros[1].
Sólo hay dos, hombre y mujer, aunque pueda haber más tendencias sexuales. Y,
desde luego, es menos cierto todavía que todos esos supuestos géneros sean
equivalentes. Como ya he mencionado, una simple inspección a la anatomía y
fisiología humanas lo muestra.
Si quiero llevar las cosas hasta el
fondo, y quiero, tengo que entrar en los derechos económicos y fiscales. Para
ello, tendré que dar un rodeo que me lleve al punto. Y me alegro de dar este
rodeo porque en él podré romper una lanza por el discreto pero inmenso orgullo
de familia. Es un hecho incuestionable que las familias con hijos tienen que
repartir una determinada renta familiar entre varias personas y, por tanto, la
renta personal de cada miembro será menor. Si hay un impuesto que se llama
Impuesto de la Renta de las Personas Físicas, parece evidente que su sujeto
pasivo es cada persona física. Por supuesto, los cabezas de familia que tienen
a su cargo varios hijos, tienen que ganar más para mantenerlos y educarlos que
si fuesen de los llamados DINKI´s (Double Income, No KIds), pero eso no les da
una mayor propensión al ahorro –¿de dónde van a sacar para ahorrar?–, que es en
lo que, supuestamente, se basa la argumentación a favor de los impuestos
progresivos. En consecuencia, si hay una progresividad en el IRPF, parece
evidente que esa progresividad tiene que considerarse sobre la base de los
ingresos unipersonales promedio de la familia. Es una cuestión de elemental
justicia, no de dádiva del estado, que a la hora de calcular las escalas
porcentuales del IRPF se use la media familiar para determinar esa escala, y no
los ingresos totales de las personas que trabajan en la familia. Así se lo pedí
hace años al Defensor del Pueblo, que por aquel entonces era Gil Robles, en
medio del agobio de sacar adelante a mi familia numerosa, en una detallada
carta que le envié. Me contestó amablemente, diciéndome que tenía toda la
razón, que mi exposición de motivos era impecable, pero que no podía hacer
nada. ¡Bien! Repito algo que ya he dicho: esto no es ninguna dádiva, ni
compensación de servicios, ni nada. Es la más estricta justicia distributiva.
Pero, además, las familias, hacen
inmensos servicios a la sociedad. Evitar el invierno demográfico, del que ahora
–con muchos años de retraso y cuando, me temo, ya es tarde– se empieza a hablar
con preocupación porque se ven peligrar las pensiones, educar a los ciudadanos
del futuro y un largo etcétera de servicios que la familia presta a la sociedad
es tarea costosa. Y, por esto, las familias tienen derecho, además de lo dicho
anteriormente, a una compensación. No es tampoco una dádiva del estado. Es un
pago a importantes servicios onerosos prestados a la sociedad. Es cierto que
tener más o menos hijos es una cosa voluntaria y que el estado no obliga a
nadie a tenerlos, pero fomentar la natalidad es fomentar el futuro y la
prosperidad de un país y los estados inteligentes así lo hacen. Francia es un
ejemplo para ello y me temo que España está a la cola. Occidente le verá, más
bien pronto que tarde, las orejas al lobo por no haber sabido estar a la altura
en este asunto. Una última palabra de este circunloquio para ir luego al punto.
El impuesto de sucesiones –como el impuesto sobre el patrimonio– es, en
cualquier caso, injusto. Porque grava un patrimonio que ya pagó todos los
impuestos que había que pagar para constituirse, y gravarlo en cualquier forma
es una doble imposición, además de un impuesto confiscatorio, expresamente
prohibido en la Constitución Española.
Tras este circunloquio, vuelvo al punto
de los derechos económicos de los homosexuales. Naturalmente, cuando he hablado
antes de la división de la renta entre las personas que forman una unión,
entran en esta categoría todas las uniones civilmente registradas. Además, es
absoluta e indiscutiblemente de estricta justicia que los hijos adoptados
entren en esta división –incluso con mayor peso. Y esto sería aplicable también
a los hijos adoptados por parejas homosexuales. Lo que me lleva de plano al
tema, espinoso, pero que no voy a esquivar, de la adopción por parejas
homosexuales.
Caben muy pocas dudas, si se miran las
cosas sin el filtro ideológico, de que la educación y sano desarrollo
emocional, psicológico y sexual de un niño requieren unos modelos de referencia
que no son modas, sino que hunden sus raíces en la constitución diferencial,
anatómica, fisiológica, emocional, psicológica, etc., entre el hombre y la
mujer.
En
el caso de las parejas homosexuales, la ausencia a priori de esos referentes
tiene consecuencias nefastas en el desarrollo emocional, psicológico, sexual,
etc. del niño. No voy a recurrir a estadísticas porque siempre se les puede
acusar de estar sesgadas en un sentido u otro. Pero, si se miran las cosas sin
el filtro ideológico, es evidente que la figura de un padre y una madre, hombre
y mujer, es imposible de sustituir por un hombre que juegue el rol de madre o
por una mujer que juegue el de padre o por vaya usted a saber qué combinación
de los 112 géneros reconocidos jugando vaya usted a saber qué rol. La
paternidad o maternidad no son roles que se representan, son factores
insertados en la naturaleza. La ideología puede decir que es igual, pero la
naturaleza y la realidad son tozudas y, al final, el que carga con las
consecuencias, es el niño. Y los niños tienen sus derechos. Por todo esto, creo
que la adopción por parte de parejas homosexuales no debería estar permitida. No
me cabe la menor duda de que hay muchos padres y/o madres heterosexuales que no
están a la altura de esa responsabilidad. Pero de ninguna son la norma ni es
algo que implique un a priori. Es una cuestión indeseable pero subvenida en
algunos casos particulares.
En definitiva, y por resumir. 1) Respeto
absoluto para todos los homosexuales. Evidentemente están investidos de la
máxima dignidad, por el hecho de ser seres humanos. 2) Fin inmediato de toda
manifestación de desprecio o abuso reales, no ideológicos, usando las leyes
para evitarlos. 3) Cariño hacia los homosexuales que, en general, son más
sufrientes que el resto, aunque la ideología anatemice esto. 4) Distinguir
drásticamente entre la realidad y la posverdad impuesta por una ideología que
la ignora. 5) Lamentable el espectáculo esperpéntico del llamado orgullo gay,
que degrada en sus manifestaciones esa dignidad anterior de los propios
homosexuales. 6) El derecho de los niños debe primar sobre el supuesto derecho
de las parejas homosexuales a adoptar. 7) sobre todo lo anterior, en especial
lo del punto 6), exactamente los mismos derechos fiscales y económicos para
homosexuales y heterosexuales.
Otro tema que no deja de sorprenderme y,
por qué no decirlo, indignarme, es que se haya convertido en anatema que una
persona homosexual quiera acudir a un psiquiatra o psicólogo para, al menos,
intentar paliar el dolor que le pueda causar su condición o, incluso, ver si
puede ser revertida su tendencia, cosa que no tiene por qué ser imposible en
todos los casos. No, el mero hecho de que alguien pretenda semejante cosa, ya
es considerado como una afrenta. Simple y llanamente, se niega a todo
homosexual, en nombre de una ideología, el derecho a usar su libertad para
buscar alguna terapia, y al médico, su obligación de ofrecerla. Y, por
supuesto, el médico será acusado, sin ninguna razón, de usar métodos
torturantes, como la castración terapéutica o los métodos conductistas, que
son, por supuesto, deleznables para cualquier persona y que si en el pasado han
podido usarse, están totalmente fuera de cuestión hoy en día.
Concluyo: Detesto la frase de “piensa
mal y acertarás”. Soy ferviente partidario de esta otra: “piensa bien y serás
feliz… aunque algunas veces te equivoques”. Pero con demasiada frecuencia caigo
en la tentación de aplicar la primera. Y esta es una de esas ocasiones.
Confieso mi pecado. Desconfío profundamente de todas las teorías
conspiratorias. Pero cuando se produce un manejo tan profundo y extendido de
ideologías como la de género, o su subconjunto, la ideología gay, tiendo a
pensar si no seré un poco ingenuo. Y, en este caso, me pregunto quién puede
tener el interés y el dinero para impulsar estas ideologías. Y creo que tengo
una respuesta. El ubicuo movimiento antisistema. Y, por supuesto, no me refiero
a los partidos nacionales antisistema, aunque acojan con alborozo todo el
proceso. La cosa es de más altos vuelos. ¿Paranoia? Dicen que un paranoico es,
en realidad alguien clarividente. ¿Soy paranoico o clarividente? Creo que lo
segundo. Este grupo tiene todo el dinero que haya podido sacar de 72 años de
poder omnímodo en la URSS. ¿Es razonable pensar que en los años de la
perestroica, cuando era evidente el desmoronamiento de la URSS, comunistas
clarividentes hayan sacado dinero para preparar el renacimiento tras el
invierno? Creo que sí. La URSS perdió la
batalla de la realidad, pero en modo alguno sus semillas forradas están
dispuestas a dar por perdida la guerra. Han aprendido que no tienen nada que
hacer contra el sistema de democracia-capitalismo, al que odian, si compiten
frontalmente con él. Por tanto, han optado por intentar destruirlo por otras
vías. Su vetusta “lucha de clases” ha quedado obsoleta hasta producir risa. Pero
Antonio Gramsci, Secretario General del Partido Comunista Italiano, diseñó, en
su larga estancia en las cárceles de Mussolini una nueva estrategia de
destrucción de las sociedades basadas en la libertad y el capitalismo. Una
faceta de esta estrategia polifacética gramsciana pretendía inventar e impulsar
nuevas versiones de la lucha de clases usando la posverdad. Por supuesto, no
definió cuáles eran esas nuevas luchas de clases, su clarividencia no podía
llegar a eso. Simplemente alertó para estar ojo avizor y aprovechar cualquier
oportunidad. Y éstas aparecieron. Una de ellas se llama lucha de género:
feminismo radical y movimiento gay. La vieja lucha de clases necesitaba
fomentar el odio. También estos movimientos lo hacen. En la lucha de clases no
se trataba de mejorar la condición de los trabajadores. Esa mejora, lograda por
el capitalismo, no por el socialismo, es la que ha acabado con ella. En las
nuevas luchas se trata, por tanto, de superar el talón de Aquiles de la vieja
lucha de clases. Se trata de fomentar un odio que no pueda ser superado por los
hechos. No se trata de la justa lucha por conseguir la igualdad de derechos de
mujeres y hombres basándose en la realidad. No se trata de la justa lucha para
evitar la injusta discriminación contra los homosexuales. No. Se trata de
fomentar un odio ajeno a cualquier realidad y, por lo tanto, insalvable. Se
trata de inventar, o exagerar hasta la parodia, una clase de machistas y
homófobos en la que catalogar a todo el que intente dejar patente la
sistemática deformación de la realidad por las posverdades de esas ideologías.
Tienen para ello el motivo, los medios y la estrategia. Hay, además, algunos
países ricos y poderosos que tendrían una inmensa alegría viendo a occidente de
rodillas. Y ya se sabe, en diplomacia, los enemigos de mis enemigos son mis
amigos. Por supuesto, la inmensa mayoría de las personas que se mueven en el
apoyo a la ideología LGTB ni sospechan esta jugada. Y a fe que el método es
eficaz. Por eso, y para terminar, quiero dejar bien clara una cosa: aunque los
filtros ideológicos hagan que determinadas personas que lean estas líneas
puedan llamarme homófobo, NO SOY HOMÓFOBO EN ABSOLUTO. Se podrá estar o no de
acuerdo con lo que digo en estas páginas, pero nadie podrá decir, señalando una
sola frase de las mismas, que nada de lo dicho aquí pueda ser ofensivo para los
homosexuales que no pretendan hacer un exhibicionismo procaz de su condición. Y
si se entiende que lo que digo de los que sí siguen esas conductas es ofensivo,
entonces también lo es para los heterosexuales que pudieran hacer algo
parecido, luego se me podrá llamar lo que sea, pero el término homófobo no
aplica.
[1] Si sólo se pretendiese que
hubiese cuatro… Pero Vivit Muntarbhorn, experto de la ONU en el tema define 112
géneros. No me cabe duda de que puede haber una inmensa variedad, seguramente
superior a 112, de orientaciones sexuales, algunas de ellas respetables, en el
sentido de que las personas que las tienen merecen nuestro respeto, pero la
mayoría profundamente aberrantes. Seguro que algunas de ellas son puramente
delictivas, también en países “progresistas” como Suecia, que tiene pendiente
un juicio a Assange por presunto abuso sexual con menores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)