3 de diciembre de 2017

Reflexiones en voz alta sobre el bitcoin y conceptos relacionados

En las últimas semanas, el bitcoin se ha convertido en una estrella mediática. Todo el mundo habla de él, sin tener ni idea de lo que es, y se pregunta si debería invertir en bitcoins para forrarse. Vaya por delante que yo, personalmente, antes me dejaría arrancar un brazo de cuajo que meter en bitcoins algo que supere el 1% de mi patrimonio líquido. Y, tal vez, ni eso. Pero no pretendo en estas páginas hacer una recomendación sobre la inversión en bitcoins, sino aclarar un poco qué es eso del bitcoin y, de paso, algunos conceptos relacionados con él. Y digo aclarar un poco, porque hay muchas, muchísimas y muy profundas lagunas en lo que conozco de él. Casi me podría catalogar en la categoría de ignorante. Pero con lo poco que sé y otro poco de sentido común y de conocimientos de economía y finanzas, creo que puedo decir algo medianamente interesante. Pero basta de excusatio non petita; ahí voy.

El bitcoin es una moneda artificial. A las monedas artificiales como el bitcoin se ha dado en llamarlas criptomonedas aunque, como veremos más adelante, no tienen por qué responder al apelativo de cripto, en su sentido de secreto. Creo que sería más adecuado llamarlas monedas virtuales. Pero vayamos poco a poco.

En 2009, alguien –o alguienes– desconocido, de quien sólo se sabe el alias de Satoshi Nakamoto, diseño un programa de ordenador que creaba una unidad de una moneda virtual llamada bitcoin a cambio de aproximadamente 1 centavo de $. El algoritmo de ese programa fijaba que el número de bitcoins nuevos que se podía crear debía dividirse por dos cada cuatro años. Eligió como unidad de tiempo un periodo de 10 minutos, de forma que, para que la cantidad de bitcoins creados se dividiese por dos cada cuatro años, cada 10 minutos no podían emitirse más que un 99,99967…% de lo emitido los diez minutos anteriores. Con esta tasa de reducción cada 4 años, o su equivalente cada 10 minutos, se ponía un límite máximo a la cantidad total de bitcois que podría llegar a haber. Esta cantidad está en 21 millones de bitcoins y se alcanzará en el año 2140. Es decir, si el bitcoin hubiese mantenido su valor inicial, el total de los bitcoins alcanzaría en 2140 un valor menor de 210.000 $. Sin embargo, a día de hoy, en que se llevan emitidos 17 millones de bitcoins y que cada bitcoin alcanza un valor de unos 10.000$, el volumen de esta moneda virtual alcanza los 170.000 millones de $. Es decir, el que compró un bitcoin en 2009 por un centavo, tiene ahora 10.000$, obteniendo por tanto una rentabilidad de casi el 600% anual acumulativo.

Ante esto, se me ocurren tres preguntas. La primera: ¿Pensaban los creadores del bitcoin que algo así se podría producir? Apostaría cualquier cosa a que no. Creo que en el principio todo el asunto se veía como un juego gracioso de frikis informáticos. Si alguien se pregunta si los fundadores del bitcoin han ganado algo con ello, la respuesta es NO. A menos que hayan invertido ellos también, como cualquier otro, en sus bitcoins. Pero lo cierto es que nadie, ni siquiera ellos, tienen ningún control sobre el precio de la moneda virtual que han creado. De garantizar eso se encarga la tecnología block chain de la que hablaré en un próximo artículo. La segunda pregunta es más difícil de contestar: ¿Cómo ha podido llegar a multiplicarse por 1 millón de veces el valor del bitcoin? Y, la tercera es la más importante: ¿Qué pasará en el futuro con esta moneda virtual? A contestar estas dos últimas preguntas dedicaré las siguientes páginas. Pero para contestarlas hay que profundizar un poco en qué es lo que hace que una determinada moneda real tenga el valor que tiene.

El valor de una moneda respecto a otras se forma, como cualquier precio, por la ley de la oferta y la demanda. Si mañana todo el mundo que tiene euros quisiera comprar dólares, habría una enorme demanda de dólares y una enorme oferta de Euros. Como consecuencia, el dólar subiría y el euro bajaría. Pero esta respuesta no sirve para nada. Porque la cuestión radica en saber por qué demonios mañana puede haber más gente que quiera comprar dólares de la que quiera comprar euros. Y, para contestar a esta cuestión hay que considerar varias cuestiones macroeconómicas.

La primera requiere asomarnos a la economía real. Yo me gasto el dinero en euros, porque es la divisa en la que el Corte Inglés, Benetton o, incluso Tommy Hilfiger, que es americana, me venden un jersey en España. Por lo tanto, la empresa en la que trabajo tiene que pagarme el sueldo en euros y cobra sus ventas en euros o, si le pagan en dólares, tiene que vender esos dólares por euros para poder pagarme el sueldo. Pero si mi empresa tiene que comprar algo a una empresa de EEUU importándolo de allí, tendrá que pagar a esa empresa americana en dólares (o, si le paga en euros, la empresa americana tendrá que vender esos euros por dólares), para lo que tendrá que vender euros para comprar los dólares para pagar lo que compra a esa empresa de los EEUU. Así pues, los euros son necesarios para comprar y vender cosas producidas en Europa y los dólares para hacer lo propio con cosas producidas en EEUU. Así pues, si el PIB de Europa crece, parece razonable pensar que será necesario que haya más euros y lo mismo pasa con los dólares si el PIB americano crece. Y si el PIB americano crece más que el europeo, harán falta más dólares para comprar los bienes que se producen allí, y el precio de dólar subirá. Por supuesto, si mañana el Corte Inglés admitiese como cosa corriente que la gente le pagase en dólares e hiciesen lo mismo todas las empresas de Europa, al día siguiente yo no tendría ningún inconveniente en que me pagasen el sueldo en dólares y el euro iría desapareciendo como divisa. Esto ha pasado en Europa con la aparición del Euro y la desaparición de todas las divisas locales de cada país. Eso fue un acuerdo político global, pero no hay nada práctico que impida que ocurra en un país por consenso libre de los ciudadanos, a través de un proceso gradual en el que una moneda vaya poco a poco sustituyendo a la otra en un más o menos largo periodo de coexistencia. Es, sin embargo, un fenómeno altísimamente improbable.

La segunda cuestión que influye en la oferta y demanda de una divisa hay que buscarlo en la economía financiera. Si hay mucha gente que quiera tener sus ahorros en dólares, con independencia de en donde viva o de donde sea o en que divisa compra sus jerseys, habrá demanda de dólares como moneda de ahorro y el dólar subirá. Y, ¿por qué alguien va a querer ahorrar en dólares? Muy sencillo, porque reciba una mayor rentabilidad por su dinero si lo tiene en dólares que si lo tiene en euros. Es decir, por los tipos de interés o por las oportunidades de inversión muy rentable en los negocios americanos. Esta demanda de dólares hará subir al dólar. Pero la economía, si se deja a los mercados funcionar libremente, tiene mecanismos automáticos de reequilibrio. Si el dólar sube respecto al euro, las cosas producidas en EEUU serán más caras para el comprador europeo, por lo que éste optará por comprar cosas más baratas fabricadas en Europa. Y lo mismo pasará con el ciudadano americano: preferirá productos europeos. Así, la demanda de euros aumentará y el euro subirá, reequilibrándose la situación. Europa empezará a ir mejor con ese consumo adicional y las oportunidades de inversión en este continente mejorarán, atrayendo también más euros de los ahorradores y, otra vez, haciendo que el euro suba. Si este mecanismo funcionase, el ahorro que en un momento dado iba en la dirección del euro hacia el dólar, revertirá su flujo y este componente del tipo de cambio entre ambas divisas se revertirá. Así que esta dirección del ahorro es siempre de ida y vuelta, por lo que no podrá tener una influencia indefinida en el tiempo en el tipo de cambio[1].

La tercera cuestión que influye en la oferta y demanda de una divisa es la intervención arbitraria por motivos políticos de los Bancos Centrales Emisores de cada divisa, Banco Central Europeo para el euro o Reserva Federal –la FED– para EEUU. Ocurre continuamente que estos Bancos Centrales, que tienen el monopolio de la creación de dinero, crean dinero a espuertas con la intención de, supuestamente, reactivar la economía o de mantener la divisa artificialmente alta o baja por motivos, como ya he dicho, políticos. Con esto, falsean las señales del precio del dinero para los mercados, dando lugar a serios desequilibrios y la aparición de burbujas que causan los indeseables ciclos de la economía. Pero no es éste el lugar de seguir hablando de esta aberración.

Estas son las tres cuestiones que influyen en la oferta y demanda de una divisa y que, por tanto, forman su precio. Cuanto más masa tengan las dos primeras cuestiones, mayor será la inercia de la moneda y más estable será su valor. Para monedas como el euro o el dólar, el peso de estas dos cuestiones es muy grande. La tercera cuestión es algo indeseable bajo cualquier circunstancia. Ahora, ¿Cómo aplica esto al bitcoin?

En lo que a la primera cuestión se refiere, el bitcoin no tiene detrás ninguna economía, ni grande, ni pequeña, ni mediopensionista, de forma que esta cuestión es, hoy por hoy, irrelevante, es decir, de inercia cero. Pudiera ocurrir que en un futuro, mediante un proceso como el descrito más arriba, el bitcoin fuese admitido como un medio de pago en El Corte Inglés, etc., y un día me llegasen a pagar en sueldo en bitcoins, y el euro y el dólar dejasen de existir sustituidos por el bitcoin. Pero eso, hoy por hoy es algo impensable salvo para una novela de ciencia ficción financiera. La masa monetaria de la zona Euro y EEUU, expresada en dólares de casi 30 BILLONES europeos (treinta millones de millones) de $. Hoy, la cantidad de bitcoins alcanza el valor de 170.000 millones de $, es decir, el 0,6% de la masa monetaria de ambas zonas. Por supuesto, hoy en día es perfectamente posible comprarle a un amigo su jersey y pagarle con bitcoins, siempre que ambos tengan un wallet de esta moneda virtual. Pero la cosa cambia si le quiero comprar su coche. Porque si quiero que las multas o el impuesto de tracción mecánica le lleguen a él en vez de a mí, tengo que tener algo que demuestre que el coche ya no es mío, sino suyo y, hoy por hoy no es posible que un contrato que demuestre eso se instrumentalice en bitcoins. Por lo tanto, si le vendo el coche tendré que fiarme de que me vaya a reembolsar multas e impuestos. No digamos si lo que le quiero vender es una casa. Eso entre particulares. No conozco, hoy en día, ninguna empresa que acepte ser pagada en bitcoins. Por supuesto, esto puede cambiar, pero… Además, para que una moneda sirva como medio de pago, debe tener un precio estable. Si una moneda se deprecia continuamente, como es el caso en los países con una inflación desbocada, la gente no quiere de ninguna manera tenerla. Lo que hace, en cuanto la tiene, es gastársela, pues sabe que al día siguiente podrá comprar menos cosas con ella. Lo contrario ocurre con una moneda cuyo valor aumenta rápidamente, como ocurre en los raros momentos en que en algunos países hay deflación y como es el caso del bitcoin. La gente no consume, sino que guarda el dinero, pues sabe que mañana podrá comprar más cosas con él. Por tanto, el bitcoin no podría sustituir a monedas relativamente estables como el euro o el dólar mientras su valor aumente al ritmo al que lo hace. Pero, si dejase de hacerlo, ¿quién querría comprarla? Y, como veremos más adelante, en el mismo momento en el que la gente no quisiera comprar bitcoins, éste se derrumbaría de forma instantánea. Así que inercia cero.

El tercer aspecto es, afortunadamente, hoy por hoy inexistente. Dado que los creadores del bitcoin crearon una regla “inviolable”[2] para la creación de bitcoins, esto lo convierte en un recurso limitado y, por tanto, no sujeto al capricho de ningún Banco Central.

Nos queda, pues, el segundo aspecto, el del bitcoin como divisa de ahorro. Hoy por hoy, hasta donde yo sé, no se pagan intereses sobre los ahorros que se puedan tener en bitcoins. Por tanto, la esperanza de sacar rentabilidad de esos ahorros es que continúe su “imparable” ascenso. Si deja de crecer, se derrumba. Pero, ¿sobre qué base crece el bitcoin? Nadie lo sabe. Mejor dicho, sí se sabe, está bastante claro: sobre la base del espejismo colectivo de que siga subiendo, aunque nadie sepa decir por qué debe hacerlo. Ese espejismo colectivo y un poco histérico atrae cada vez a más gente. Nadie quiere perderse este “imparable” ascenso. Lo dicen los periódicos. Lo saben los taxistas. ¿Cómo se compran bitcoins? ¿Dónde? ¡No quiero perdérmelo! Estas son las cosas que pasan por la cabeza de la gente siempre que se crea una burbuja, sea lo que sea que haya dentro de ella. Claro que puede haber una explicación racional: que, debido a su opacidad, lo que haya dentro de ella sea una demanda causada por la afluencia a esa moneda de dinero procedente de las más sucias y terribles actividades delictivas. Yo prefiero no jugar a ese juego. Ni un euro. No sé a ciencia cierta el grado de opacidad del bitcoin. Pero, como principio, este tipo de divisas virtuales no tienen por que ser opacas. Puede perfectamente haber divisas virtuales totalmente transparentes y, de hecho, las hay. Pero también puede haberlas, sea como sea el bitcoin, absolutamente opacas. Hoy en día en la web subterránea se puede comprar cualquier cosa sin dejar el menor rastro. No hay ninguna razón que obligue a que una divisa virtual sea criptodivisa, pero también es fácil crear divisas virtuales totalmente “cripto”.

Volvamos a las burbujas. Una de las primeras burbujas fue la de los tulipanes en Holanda. En 1620, los holandeses empezaron a perder la cabeza por tener bulbos de tulipán, algo exótico que traían de Turquía. Los precios de los bulbos empezaron a subir más y más. Cuanto más subían, más apetito había de ellos. En 1635, se llegó a cambiar un bulbo por una casa en Amsterdam. Por supuesto, nadie usaba los bulbos de tulipanes para su uso natural, tener flores bonitas. Era un bien que se guardaba a buen recaudo, lejos de las miradas de todos, pero se procuraba que la gente supiese cuantos bulbos tenía uno. Simplemente, se poseían inútilmente como artículo de ostentación. Pero el día 6 de Febrero de 1637 –se recuerda la fecha como una fecha trágica– se impuso el sentido común. ¿Cómo nadie en su sano juicio podía pagar esas barbaridades por algo perfectamente inútil? El precio se desplomó al que nunca debió dejar de tener. El de un bulbo más o menos raro que uno plantaba en su jardín para tener una flor bonita. Ese día fue la ruina para miles de familias y el inicio de una crisis que se cernió sobre Holanda durante decenios. Pero durante diecisiete años hubo gente que se hizo inmensamente rica con los tulipanes… siempre que no los tuviese el día del desplome. Desde entonces, cada cierto tiempo aparecen nuevas burbujas. La de la vivienda es la última hasta ahora. Un factor común de todas las burbujas, desde los tulipanes a las casas, es el hecho de que los elementos que tienen dentro, tulipanes o casas, se pueden comprar con dinero, pero una vez comprados, no se pueden devolver al origen. Cuando el tulipán llegaba de Turquía se podía comprar con dinero, pero lo que no se podía hacer era devolverlo a Turquía. Cuando alguien compra una casa a una constructora, no puede devolverla después. Es decir, se puede entrar al sistema, pero no se puede salir de él. La única manera de deshacerse de los tulipanes o las casas es vendiéndoselos a otros. Tal vez la próxima burbuja sea el bitcoin. Porque se pueden comprar bitcoins recién paridos por el programa informático, pero no se pueden devolver al claustro materno del algoritmo y recuperar el dinero. Hay que vendérselos a otro. Y, naturalmente, para ganar dinero hay que vendérselo más caro. Pero el día que la gente empiece a no tener interés por comprarlos, cundirá el pánico. Todos querrán venderlos, pero nadie querrá comprarlos. Y entonces vendrá el llanto y el crujir de dientes y todo se vendrá abajo.

Una última cosa. Esto de las burbujas, tulipanes, casas o bitcoins, tiene un cierto aspecto de pirámide de Ponzi, pero no son tales. Porque en las pirámides de Ponzi, hay un Ponzi que es el que idea el pufo y el que se forra con ella y se va a algún sitio remoto con el dinero el día antes de que estalle, cosa que él ve venir. Cierto que a algunos, como a Madoff o, más carpetovetónico, a Camacho –alguien se acuerda de Gescartera– les trincan antes de que les dé tiempo a pirarse. Ojalá esto se convierta en la norma, pero... Sin embargo, en estas burbujas no hay ningún inventor que gane. Por supuesto, el que compró 1.000 bitcoins por 10$ en 2009 y los venda, por casualidad, el día antes del colapso –del que, como del doomsday nadie sabe ni el día ni la hora–, se forrará –hoy sacaría 10 millones de $–. Pero no habría timado a nadie. Sin embargo ambas, burbujas y pirámides de Ponzi tienen en común la falsa creencia, anclada en la cabeza de demasiada gente, de que existen modos de forrarse sin trabajo, sin inteligencia y sin riesgo. Y, de ninguna manera es así. El sano capitalismo enseña que para ganar dinero hay que hacer algo útil como trabajar en cosas que merezcan la pena. O ingeniárselas y asumir un riesgo para encontrar y producir cosas que realmente hagan mejor la vida de la gente y que ésta esté dispuesta a pagar por ellas libremente. O poner el dinero, con riesgo, pero inteligentemente analizado, en inversiones que financien empresas útiles ideadas por otros y sacar una rentabilidad acorde con el riesgo. Tanta más cuanta mayor sea la inteligencia en el análisis. El sano capitalismo enseña que no hay comida gratis. Sólo el –perdóneseme el improperio– estúpido afán de lucro irracional –lo opuesto al capitalismo– alimenta las burbujas. Así que, si a alguien le da por comprar bitcoins, que ponga una vela a santa Rita para que su 6 de Febrero no le pille con bitcoins entre las manos. A menos que invierta unas perrillas para divertirse. Pero no más. Y tal vez haya formas mejores de divertirse con esas perrillas que meterlas en bitcoins. Se me ocurre jugar al Palé o al Monopoly para creerse un gran financiero.

El título de estas líneas es “Reflexiones en voz alta sobre el bitcoin y conceptos relacionados”. Hasta aquí, sólo he hablado sólo de la divisa virtual. Pero relacionados con ellas están los conceptos de block chain, mineros monetarios, Ethereum, ICO (Initial Coin Offer), token, etc. Dedicaré alguno de los próximos envíos a estas cosas. Así que: continuará.



[1] Esto de la ida y vuelta es falso cuando un país empieza a recorrer la espiral infernal de la miseria, como lleva haciendo durante años Venezuela. Puede que a muy largo plazo sí sea un mecanismo de ida y vuelta, pero no creo que yo llegue a ver al bolívar como estaba hace veinte años, ni creo que tampoco llegue a ver el peso argentino como estaba en los años 30 del siglo pasado. Si es que cosas como estas dos llegan a ocurrir algún día.
[2] Pongo lo de inviolable entre comillas porque no sé que grado de blindaje tiene el algoritmo con el que se creo el bitcoin y si es o no posible que un día sus creadores o algún hacker lo cambie y altere drásticamente las reglas del juego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario