25 de marzo de 2018

Llora ahora


Debo reconocer mi blandenguería inicial. Sí, debo hacerlo. Ayer sábado, al ver en el periódico las lágrimas de Turull al entrar en el Supremo, me dio lástima. Pero, afortunadamente, mi razón me rescato casi inmediatamente de mi blandenguería. ¿Lástima? Mi lástima la reservo para aquellos que sufren por algo de lo que no tienen ninguna responsabilidad. Pero alguien –o alguienes–, que además son políticos, que se supone que deben medir las consecuencias de sus actos, que se metan, entre sonrisas, risotadas y jaleamientos mutuos, en delitos graves contra la democracia que hace posible que lo sean, no me dan la más mínima lástima. Sería robársela a quienes la merecen. Al contrario, sus lágrimas me producen desprecio. Tanto o mayor como el que me producen los fugados. Se debería esperar de ellos entereza. Se les debe suponer cierto sentido de la responsabilidad. O, ¿acaso creían que sus actos delictivos no iban a tener consecuencias penales? Sí, lo creían. Por eso se reían y se jaleaban. Querían pasar por héroes sin temor a las consecuencias. En palabras de Chesterton citadas de memoria, “querían la gloria de los conquistadores sin el sudor y la sangre de los soldados”. Y cuando estaba en estas reflexiones se me vino a la cabeza un impresionante cuadro del Museo del Prado. Me refiero al de “El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en la playa de Málaga” del pintor Antonio Gisbert. Torrijos y sus compañeros murieron fusilados sin juicio previo en esa playa. El cuadro –que puede verse en el link de más abajo –recoge el momento. El General, en primera línea, pálido, pero con la mirada meditativa pero decidida y los labios fruncidos con determinación, está flanqueado por dos compañeros a los que da la mano. Todos ellos están erguidos con dignidad. Saben que van a morir, pero saben que lo van a hacer con dignidad. Y, lo que es más importante, van a morir para conquistar las libertades que permitirán, casi doscientos años más tarde, que Puigdemont, Turull y compañía, puedan expresar con libertad sus deseos de independencia, siempre y cuando no vulneren las mismas leyes que se lo permiten. Estos saben que lo máximo que van a estar en la cárcel van a ser unos cuantos añitos. Porque no creo que nadie dude que algún gobierno de un futuro no muy lejano les va a indultar. Estos saben que su rebelión no ha sido por la libertad, sino para tapar los miserables y sucios 3%. Y lloran. ¿Debo tener lástima? Ni medio miligramo de ella.

A Torrijos y sus compañeros sí les cuadran los versos de Espronceda:

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra libre y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad, más vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores.

Y los viles tiranos, con espanto,
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

Pero de ninguna manera estos versos pueden cuadrar, aunque les gustaría, a estos revolucionarios de pacotilla y llorones del 3% que no se alzan por la libertad, sino contra lo y los que la hacen posible. Ni una concesión a la vergüenza travestida de honor. A estos héroes llorones de pacotilla les cuadra más un parafraseo de la frase de Aixa a su hijo Boabdil al ver la Granada de la que se iba desde el montículo que hoy se conoce como el de “El suspiro del moro”: No llores ahora como insensato, por lo que no quisiste apreciar como hombre libre. ¡Un poco de entereza, y sentido de la realidad y de responsabilidad, por favor!



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