El
otro día participé en un debate sobre si son inmorales o no los sueldos que
cobran los altos directivos de las grandes empresas del IBEX35. Yo defendía que
no eran inmorales. Aunque no hubo ningún tipo de votación, creo que perdí el
debate. En parte, lo reconozco, porque pequé de habérmelo preparado
insuficientemente. Pero, en otra parte –no sabría precisar las proporciones
entre esas dos partes– porque luchaba contra un sentimiento profundamente
arraigado. La vaga idea, tan instalada en nuestros días, de que la desigualdad
es injusta en su esencia. Digo que la idea es vaga, porque no se deriva de
ningún razonamiento, sino de un sentimiento. Un sentimiento profundamente
inoculado por el marxismo, que ha fracasado en el mundo real, pero que sigue triunfando
en la mente de muchas personas de occidente que se rasgarían las vestiduras si
alguien les dijese que son marxistas porque, sencillamente, no lo son. Pero, el
germen está ahí. Ese es el mayor triunfo que tiene una ideología: que la gente
la adopte de una manera tan vaga y difusa como firme, sin ser consciente de que
la ha adoptado. Es un auténtico colonialismo ideológico. El fundamento de ese
sentimiento vago como generalizado hay que buscarlo en una mentira que el
marxismo ha inoculado en lo más profundo del sentimiento de la “buena gente”.
Esa mentira consiste en ver la economía como un juego suma cero. Es decir, como
un juego en el que, si uno gana más, es a costa de que otro gane menos. Esta
mentira lleva directamente a la lucha de clases y a un sentimiento de aversión
a la desigualdad en los resultados, aunque pueda existir una razonable igualdad
en las oportunidades.
Si
la fuente de las normas morales fueran la generalización de ese sentimiento,
entonces, debería admitir que esos sueldos son, efectivamente, inmorales. Pero
me niego categóricamente a admitir que la fuente de las normas morales sea un
sentimiento, por muy generalizado que esté. Es más, creo que la aceptación de
este principio es una de las causas de la decadencia moral de Occidente. La
base de la civilización occidental está en la creencia en el poder de la razón
para emitir juicios y, en base a ellos, tomar decisiones. Entre estos juicios
que se encuentra, naturalmente, el que podamos emitir sobre la moralidad o
inmoralidad de los sueldos de los directivos del IBEX35.
Pero,
consideremos por un momento que, efectivamente, la fuente de la moral fuesen
los sentimientos implantados en la mayoría. ¿Cómo debería, entonces, formarse
el juicio sobre cuál debería ser el sueldo de dichos directivos y tomar
decisiones en consecuencia? Tal vez una manera de hacerlo fuese preguntar a
todos los ciudadanos cuál debería ser el máximo múltiplo de esos sueldos sobre
el sueldo medio de los españoles, o sobre el salario mínimo profesional, o
sobre la pensión mínima, o sobre el subsidio de paro más bajo o… sobre
cualquier otra variable que refleje los ingresos de “el pueblo”. Se podría
luego hacer una media y limitar el sueldo máximo a lo que resultase de esto.
¿Solucionaría esto el problema? ¡De ninguna manera! Saliese lo que saliese,
indefectiblemente, los que hubiesen votado por un múltiplo menor del promedio, seguirían
indignados.
Entonces,
¿cómo podríamos usar la razón para determinar si esos suelos son inmorales o
no? Afortunadamente, los mejores moralistas en temas de economía han resuelto
el tema por mí hace ya varios siglos. Me refiero a la Escuela de Salamanca del
siglo XVI. Los miembros de esa Escuela no eran, en principio, economistas. Eran
religiosos, confesores que atendían espiritualmente a los comerciantes y
empresarios de aquel siglo. Éstos les sometían sus problemas de conciencia
sobre la moralidad de los precios a los que compraban, aquéllos a los que
vendían, los sueldos que debían pagar y, en consecuencia, los márgenes. Para
contestar a estas preguntas de forma racional, estos religiosos tuvieron que
razonar sobre el funcionamiento de la ciencia económica, ya que entendían que
las normas morales no podían ir contra esa ciencia. Y como tenían una cabeza
privilegiada y una sólida formación moral, pudieron aconsejar a sus
confesandos. Básicamente, la conclusión a la que llegaron es que el precio
justo de las cosas, las retribuciones salariales entre ellas, es el que libremente
se acuerde entre el que lo paga y el que lo recibe, es decir, lo que hoy se
llama el precio de mercado. Y ello, con independencia de lo mucho o lo poco que
pudiera ganar el comerciante en la transacción. Como hilaban muy fino,
definieron muy bien que significaba lo de libremente y qué condicionantes
podían hacer que esa libertad no existiese en grado suficiente como para
aceptar la justicia del precio. Veamos esos condicionantes: 1) La existencia de
un monopolio, u oligopolio tanto por un lado como por el otro. 2) Que el
comprador o vendedor no fuesen conscientes de lo que estaban realmente pagando
o cobrando. Podríamos llamar a esto, falta de transparencia. 3) Que hubiese una
asimetría insalvable entre las partes de la información, conocimientos o poder necesarios
para fijar el precio. No obstante, si esta asimetría se producía por la mayor
diligencia o el menor esfuerzo de una de las partes, y no por razones
sustanciales, esta asimetría no coartaba la libertad de la fijación de precios.
Esta asimetría se produce hoy en día cuando al acordar el precio de algo, una
de las partes goza de lo que se llama “información privilegiada” o “Insider
trading”. En este caso, la libertad estaría viciada y, por lo tanto, el precio
pactado no sería justo y la transacción sería inmoral. La legislación actual de
todos los países desarrollados, establece como delito el uso de esta
“información privilegiada” o “Insider trading” para vender o comprar un bien.
4) Cuando una de las partes pudiese, artificialmente, mediante acaparamiento,
crear escasez o superabundancia en la oferta de un bien, alterando así su
precio y aprovechándose de esa manipulación. Esto también es un delito
tipificado en la legislación de los países desarrollados. En España tiene el
nombre de “conspiración para alterar el precio de las cosas”. La Escuela de
Salamanca establece de una manera categórica que el precio justo nada tiene que
ver con el coste de producción del bien en cuestión.
Veamos
ahora si en los sueldos de los altos directivos del IBEX se dan las condiciones
para que se pueda considerar que son un precio libre de mercado y, por tanto,
son justos y éticos. Pero antes, creo que merece la pena ver a cuánto
ascendieron los 10 sueldos más altos de los directivos del IBEX en 2017:
Puesto
|
Nombre
|
Empresa
|
Sueldo
|
Free Float
|
1º
|
Pablo
Isla
|
Inditex
|
10,7 MM de €
|
30%
|
2º
|
J.
Manuel Entrecanales
|
Acciona
|
10,4 MM de €
|
30%
|
3º
|
Ignacio
Sánchez Galán
|
Iberdrola
|
9,5 MM de €
|
+ del 50%
|
4º
|
Ana
Botín
|
B.
Santander
|
7,9 MM de €
|
+ del 50%
|
5º
|
Ismael
Clemente
|
Merlin
Prop.
|
6,6 MM de €
|
+ del 50%
|
6º
|
Juan
A. Álvarez
|
B.
Santander
|
6,4 MM de €
|
+ del 50%
|
7º
|
Miguel
Ollero
|
Merlin
Prop.
|
6,4 MM de €
|
+ del 50%
|
8º
|
Francisco
González
|
BBVA
|
5,8 MM de €
|
+ del 50%
|
9º
|
Juan
I. Entrecanales
|
Acciona
|
5,6 MM de €
|
30%
|
10ª
|
Rafael
del Pino
|
Ferrovial
|
5,5 MM de €
|
+ del 50%
|
Para
regocijo de los que se escandalizan de la desigualdad, apunto aquí que el
sueldo de Pablo Isla es equivalente a 800 veces el SMI y a 166 veces el sueldo
medio de los españoles con trabajo. Esto puede hacer que los igualitaristas se
rasguen las vestiduras, pero creo que usando la razón podré salir al paso y
salvar esas vestiduras. O tal vez no. Porque, como dijo Alexis de Tocqueville
en una frase que repito mucho: “La gente está más dispuesta a admitir una
mentira simple que una verdad compleja” y, defendiendo lo que defiendo,
estoy del lado de la verdad compleja. Pero, ahí voy.
Lo
primero es aclarar que los sueldos anteriormente citados salen del acuerdo
libre de las partes. Son los dueños de las empresas –es decir, sus accionistas–
los que, libremente, deciden lo que pagan a sus más altos directivos. Es
importante hacer ver que no es ni el estado ni los contribuyentes los que se lo
pagan –cosa que sería así en una empresa pública– sino que lo hacen contra su
propia cuenta de resultados, es decir, contra su propio bolsillo. No tiran,
pues, con “pólvora del rey”, con la que es fácil ser generosos, sino con la
suya propia. Por tanto, es un precio de mercado. Pero, tal y como dijeron los
frailes teólogos/economistas de la Escuela de Salamanca, habrá que ver si este
precio de mercado cumple con las premisas necesarias para ser realmente libre.
Las voy, por tanto, a analizar de una en una.
1)
¿Existe
de un monopolio, u oligopolio, por parte de los directivos? Es obvio que no hay
tal. Evidentemente, el número de personas capaz de dirigir una de las grandes
empresas del IBEX35 es menor que el de las que son capaces de dirigir un equipo
de 5 personas o de conducir un autobús. Por eso su precio es mayor. Pero, en
cualquier caso, no hay ninguna limitación externa de su número. Eso es algo que
podía ocurrir (y ocurría) con los antiguos Agentes de Bolsa o con los notarios
o los controladores aéreos, pero no con los directivos. Todo aquél que quiera
puede esforzarse duramente para alcanzar las capacidades necesarias para poder
ejercer esa función. Puede que tendrá que estudiar duro, trabajar más duro
todavía en su experiencia empresarial desde su primer trabajo, emprender y prepararse
de mil maneras distintas. Pero nada que no pueda lograrse con voluntad y esfuerzo.
Cierto que un MBA en Harvard o en otra gran escuela de negocios es caro. Pero,
por un lado, esa no es una condición ni mucho menos necesaria y, por otro,
conozco a muchas personas que un MBA así se lo ha pagado su empresa o lo han
hecho con una beca o un préstamo. Evidentemente, vivimos en un mundo en el que
la igualdad de oportunidades no es perfecta y el hijo de familia rica las tiene
en mayor número y más fácilmente que el que tiene que abrirse camino desde
abajo. Cuanto mayor sea la igualdad de oportunidades, mejor y más justa será la
sociedad, pero el déficit de igualdad de oportunidades que pueda haber no está
causado por los directivos del IBEX35 y muchos de ellos han salido de clases
medias –e incluso bajas– a base de esfuerzo personal, mientras que muchos
“niños bien” se han quedado en nada. Pero, desde luego, nada de monopolio ni
oligopolio que pueda considerarse que hace inmorales los sueldos de estos
directivos.
A este respecto conviene
decir unas palabras sobre el llamado Free-Float, que aparece en la última
columna del cuadro anterior. El Free-Float nos dice qué porcentaje de las
acciones de la empresa están en manos de accionistas que no forman parte de la
dirección de la empresa o del núcleo duro de su accionariado. Cuanto más bajo
sea el Free-Float menor será la participación en la empresa de los accionistas
que pudiéramos llamar independientes. Estos accionistas son, directa o
indirectamente pequeños o grandes ahorradores o inversores, personas físicas o
jurídicas sin vinculación con la dirección de la empresa. Por tanto, pudiera
pensarse que en empresas como Inditex o Acciona, al ser el Free-Float menor del
50%, el voto de los inversores independientes no tiene peso suficiente a la
hora de determinar el sueldo de los directivos y que, por tanto, estos pueden
fijarse el sueldo sin que esos inversores independientes puedan hacer otra cosa
que protestar. En una cierta medida esto es cierto y, si establecemos grados en
lo que a la moralidad o inmoralidad de los sueldos se refiere, los de las
empresas con menos Free-Float, serían menos morales. Pero esto sólo es cierto
muy a medias. Porque lo que siempre puede hacer un accionista independiente, si
así lo estima oportuno, es vender sus acciones. Y si los directivos se
adjudicasen un sueldo excesivo, en contra de lo que encuentren razonable los accionistas
del Free-Float, éstos venderían sus acciones y la cotización bajaría, creando
una fuerte disminución del patrimonio de los accionistas del núcleo duro. Por
lo tanto, ni siquiera en este caso puede hablarse de inmoralidad, aunque,
evidentemente, sea más fiable todo cuanto mayor sea el Free-Float. Empresas
como el Banco Santander o BBVA tienen un Free-Float de prácticamente el 100%.
En cualquier caso, es muy importante ver con que porcentaje de votos
afirmativos se aprueba en la Junta General de Accionistas los sueldos de los
directivos. Cuanto mayor sea este porcentaje, menos inmorales son estos. Debo
decir que, en el caso del BBVA, desde hace años, ese porcentaje de votos
afirmativos es superior al 95%
Evidentemente, no
todos los accionistas votan o delegan su voto en la JGA, a pesar de que el voto
se pueda ejercer electrónicamente, sin la necesidad de acudir físicamente a la
JGA. Pero el accionista que, teniendo todas las facilidades, no vota, parece
que su abstención no puede hacer que los sueldos sean inmorales. Como dice el
refrán, el que calla, otorga. Puntualizaré alguna cosa más sobre la calidad del
voto en otro apartado.
2)
¿Saben
los accionistas de estas empresas lo que realmente están pagando a sus
directivos? Sin lugar a dudas, SÍ. Todos los sueldos son transparentes. Las
propuestas a los accionistas acerca de estos sueldos, deben hacerse públicas en
la documentación previa a la JGA y estas propuestas deben ser aprobadas en
votación por la misma. Los sueldos cobrados están auditados por las más
prestigiosas firmas de auditoría, por lo que no hay ni un Euro que se escape al
escrutinio. Por supuesto que ha habido y habrá casos en los que esta
información se habrá escamoteado. Entonces sí sería inmoral el sueldo, pero no
por la cantidad mayor o menor que ganen, sino por el fraude y la falta de
transparencia. De hecho, estoy seguro de que hay cientos de empresas pequeñas,
medianas y grandes en las que la opacidad es grande y esta condición no se
cumple. Pero no es en las empresas del IBEX35 –ni, en general, en las
cotizadas– en las que esto tiende a ocurrir.
3)
¿Existe
una asimetría insalvable entre las partes de la información, conocimientos o
poder necesarios para fijar esos sueldos? Si nos remontásemos a hace 20 o 30
años, tal vez este punto podría ser problemático. Pero hoy en día, definitivamente,
NO. Me explico. Hace unas décadas, aparte de que el Free-Float de las empresas
del IBEX35 era, en general, más bajo, ese Free-Float estaba en gran medida
formado por pequeños inversores, profesionales de campos que nada tienen que
ver son la economía ni la gestión profesional. Por tanto, no disponían ni de
conocimientos ni de tiempo para emitir un juicio fundado sobre si los sueldos
de los directivos eran adecuados o no.
Ahora, sin
embargo, una gran parte de ese Free-Float está agrupado en grandes fondos de
inversión internacionales, del estilo de Blackrock, Cerberus, KKR, Vanguard, el
fondo soberano Noruego de Pensiones (El más grande del mundo), etc., etc., etc.
Estos fondos tienen como participes a pequeños y muy pequeños
ahorradores/inversores que buscan rentabilizar sus ahorros. Por lo tanto,
tienen que intentar invertir en las mejores empresas para obtener una
rentabilidad suficiente que atraiga a esos pequeños inversores/ahorradores. Al
frente de la gestión de esos fondos hay excelentes profesionales que dedican
todo su trabajo, formación y sabiduría a analizar todos los factores que pueden
hacer que sea o no interesante invertir en una empresa. Y, por supuesto, entre
esos factores está la retribución de esas empresas a sus directivos. Si les
parece que esos sueldos son inadecuados, pueden hacer dos cosas. Vender las
acciones de esa empresa, con un fuerte impacto a la baja en su valor, y/o votar
negativamente en la JGA contra esos sueldos.
Por si fuera poco,
existen las llamadas “agencias de recomendación de voto” (Proxy advisors) que,
sin tener participación en las empresas, emiten recomendaciones sobre lo que
los accionistas deberían votar en cada uno de los puntos sometidos a votación
en la JGA y, en particular, la retribución de la dirección. Y también, al
frente de estas agencias hay grandes profesionales que tienen los medios para
evaluación de la conveniencia de votar a favor o en contra.
A la vista de todo
esto, es evidente que los dueños de las empresas, sus accionistas, tienen los
medios para saber si el sueldo que su empresa paga a los directivos es
admisible o inadmisible. Es decir, el punto 3 de los que podrían hacer que los
sueldos de los directivos no cumpliesen con los requisitos de libertad en su
fijación, tampoco es obstáculo.
4)
¿Pueden
los propios directivos de una empresa crear artificialmente escasez de
directivos para que sus sueldos suban artificialmente? Me parece que esta
pregunta, que podría, tal vez, tener sentido si un especulador quiere actuar
sobre el precio de commodities como la plata o el cacao, no lo tiene en
absoluto para el asunto de los sueldos de los directivos. Es un absurdo pensar
que pueda ser así.
Si, como es
evidente, en términos generales, no son de aplicación ninguno de los cuatro
puntos que pueden viciar la ética del precio de mercado aplicado a los
directivos de las grandes empresas, no parece que se pueda decir que son
inmorales. No me cabe duda de que hay empresas en las que alguno de los 4
puntos anteriores se da. En ese caso, sí que podría decirse que los sueldos
serían inmorales. Pero no por lo altos o bajos que puedan ser, sino por vicios
en la fijación de los mismos. Pero esa situación es difícil –aunque, por
supuesto, no imposible– que se dé en las grandes empresas del IBEX35. Es mucho
más probable que se dé, con sueldos mucho más pequeños, en empresas medianas o
familiares en las que un grupo de accionistas que se ocupa de la dirección, se
pone un sueldo sin la más mínima garantía de transparencia, incluso manejando
la contabilidad para pagárselo en B. Entonces ese sueldo sí sería inmoral, con
independencia de su cuantía.
También es posible,
por supuesto, que una empresa se equivoque en a quién debe elegir como CEO y
cuánto debe pagarle. Eso sería un grave error, pero en modo alguno haría que ese
sueldo fuese inmoral. Un error cometido por los dueños de la empresa es eso, un
error. Y un error, por grave que sea, no es una inmoralidad de los que reciben
el sueldo. Además, si así fuese, serían los propios dueños de la empresa, sus
accionistas, los que pagarían los platos rotos de ese error.
Vamos
ahora a aplicar nuestra razón a la moralidad o inmoralidad de esos sueldos
usando un argumento distinto. Voy a seguir el viejo razonamiento de la
reducción al absurdo. Si un país decidiese por ley bajar el sueldo a los CEO’s
de sus empresas, para mantener la pirámide, habría que bajárselo también a
todos los directivos. Esto, indudablemente, produciría un éxodo de los mejores directivos
hacia empresas de otros países en los que no existiese semejante limitación. Más
aún, las mejores empresas del país en el que se implantase la prohibición,
mudarían su sede social a otros países sin esas limitaciones. Como
consecuencia, ese país se convertiría en un país de segunda o de cuarta:
dejaría de ser competitivo, aparecería un paro galopante y, al cabo, acabaría
en el desastre. Es decir, intentando hacer el bien, haríamos un mal. Ese tipo
de medidas populistas es lo que lleva a un país en convertirse en un sitio
parecido a Venezuela. Porque confundir con el bien un falso sentimiento del
bien es lo que se llama buenismo y el buenismo es la antesala del desastre.
Cierto, uno puede imaginar una utopía en la que todos los países siguiesen la
misma norma. En ese caso, se podría pensar, el razonamiento anterior no sería
válido. Puede que no lo fuese, pero lo sería otro mucho más terrible. A las
personas con capacidad de dirigir una organización de, digamos, 80.000
empleados, en, supongamos, 10 países, no les compensaría trabajar por ese sueldo
más bajo del de mercado. Como consecuencia, las empresas estarían dirigidas por
personas con mucha menos capacidad, serían más ineficientes, harían peores
productos, más caros y, en este caso, el mundo entero se convertiría en un
mundo de segunda o de cuarta categoría. Sería una regresión a la pobreza
generalizada. Además se produciría un fenómeno muchísimo más grave: habríamos
acabado con la libertad, convirtiendo el mundo en una cárcel. Esa utopía se
parece mucho a la desastrosa utopía comunista y es, en palabras tomadas del
título de un famoso libro de Hayeck, un “camino de servidumbre”. Es decir, la
demostración por el método de la reducción al absurdo nos dice que, en un
supuesto país (o un mundo) en el que se impusiese a la fuerza un igualitarismo buenista,
el remedio sería mucho peor que la enfermedad para el bien común. Y al decir que
sería peor para el bien común, no me refiero sólo a cosas como el PIB, que es
algo así como la riqueza total que genera un país. Me refiero, sobre todo, al
bien común tal como lo define el Concilio Vaticano II en el documento “Gaudium
et Spes”: “El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen
posible a las asociaciones y a sus miembros el logro más pleno y más fácil de
la propia perfección”. En un país que va al desastre o, en un utópico mundo
de imposiciones que coartan la libertad de llegar a acuerdos sobre el tema que
sea, es imposible que se de esta definición del bien común. La historia lo ha
demostrado hasta la saciedad.
No
quiero pasar de largo por un argumento cuantitativo que, aunque más pobre, por
más casuístico, que los argumentos anteriores, más basados en la razón, nos
hace ver las cosas desde otro ángulo. En el siguiente cuadro, me voy a referir
a datos del BBVA en 2017.
Puesto
|
Sueldo
|
% sobre el BAI*
|
Presidente
(Francisco González)
|
5,8 MM de €
|
0,08%
|
Consej.
Deleg. (Carlos Torres)
|
3,1 MM de €
|
0,04%
|
Todo
el Consejo de Adm. (15 pers.)
|
12,7 MM de €
|
0,18%
|
C
de A + Alta Dirección (30 pers.)
|
32,4 MM de €
|
0,47%
|
Total
sueldos BBVA
|
1.804,0 MM de €
|
26%
|
*
BAI: Beneficio Antes de Impuestos
¿Qué
nos indica esto? Nos dice, entre otras cosas, que si para un mayor
igualitarismo, se decidiese bajar los sueldos de todo el Consejo de
Administración y los altos directivos del BBVA en, digamos, un 10%, esto tan
sólo aumentaría el Beneficio Antes de Impuestos en un 0,05% o permitiría subir
el 0,17% el sueldo promedio de todos los empleados. No parece mucho.
Por
supuesto, en el debate se dieron, por la parte contraria, datos
numérico-estadísticos comparativos del crecimiento en los últimos años del
salario mínimo o medio con respecto al crecimiento de los grandes sueldos, o
del crecimiento de estos grandes sueldos con el aumento de riqueza de los
accionistas del IBEX35, etc., etc., etc. Los datos estaban bien traídos para
azuzar ese sentimiento buenista del escándalo ante la desigualdad pero, aparte
de lo que se podría matizar sobre ellos, no pasaban de la mera casuística. Y ya
he dicho, refiriéndome a mi último argumento, que la casuística es un
razonamiento pobre.
Hubo,
sin embargo, un argumento basado en una investigación académica que hace unos
años tuvo un boom mediático relativamente importante. Me refiero a la
investigación de Branko Milatovic y Christoh Lakner que se conoce como la
“Elephant Curve” (La curva del elefante). No pude entonces, por problemas de
tiempo, como no puedo ahora, por no alargar demasiado este escrito, entrar a
este tema y su puntualización. Sin embargo, el 2 de Octubre de 2016, hace tres
años, publiqué en mi blog, tadurraca, una entrada sobre este tema bajo el
título: “La globalización, ¿conspiración diabólica o proceso benéfico”. Para
quien pueda estar interesado, pongo aquí el link a esa entrada de tadurraca.