8 de noviembre de 2019

¿Son inmorales los sueldos de los altos directivos del IBEX?


El otro día participé en un debate sobre si son inmorales o no los sueldos que cobran los altos directivos de las grandes empresas del IBEX35. Yo defendía que no eran inmorales. Aunque no hubo ningún tipo de votación, creo que perdí el debate. En parte, lo reconozco, porque pequé de habérmelo preparado insuficientemente. Pero, en otra parte –no sabría precisar las proporciones entre esas dos partes– porque luchaba contra un sentimiento profundamente arraigado. La vaga idea, tan instalada en nuestros días, de que la desigualdad es injusta en su esencia. Digo que la idea es vaga, porque no se deriva de ningún razonamiento, sino de un sentimiento. Un sentimiento profundamente inoculado por el marxismo, que ha fracasado en el mundo real, pero que sigue triunfando en la mente de muchas personas de occidente que se rasgarían las vestiduras si alguien les dijese que son marxistas porque, sencillamente, no lo son. Pero, el germen está ahí. Ese es el mayor triunfo que tiene una ideología: que la gente la adopte de una manera tan vaga y difusa como firme, sin ser consciente de que la ha adoptado. Es un auténtico colonialismo ideológico. El fundamento de ese sentimiento vago como generalizado hay que buscarlo en una mentira que el marxismo ha inoculado en lo más profundo del sentimiento de la “buena gente”. Esa mentira consiste en ver la economía como un juego suma cero. Es decir, como un juego en el que, si uno gana más, es a costa de que otro gane menos. Esta mentira lleva directamente a la lucha de clases y a un sentimiento de aversión a la desigualdad en los resultados, aunque pueda existir una razonable igualdad en las oportunidades.

Si la fuente de las normas morales fueran la generalización de ese sentimiento, entonces, debería admitir que esos sueldos son, efectivamente, inmorales. Pero me niego categóricamente a admitir que la fuente de las normas morales sea un sentimiento, por muy generalizado que esté. Es más, creo que la aceptación de este principio es una de las causas de la decadencia moral de Occidente. La base de la civilización occidental está en la creencia en el poder de la razón para emitir juicios y, en base a ellos, tomar decisiones. Entre estos juicios que se encuentra, naturalmente, el que podamos emitir sobre la moralidad o inmoralidad de los sueldos de los directivos del IBEX35.

Pero, consideremos por un momento que, efectivamente, la fuente de la moral fuesen los sentimientos implantados en la mayoría. ¿Cómo debería, entonces, formarse el juicio sobre cuál debería ser el sueldo de dichos directivos y tomar decisiones en consecuencia? Tal vez una manera de hacerlo fuese preguntar a todos los ciudadanos cuál debería ser el máximo múltiplo de esos sueldos sobre el sueldo medio de los españoles, o sobre el salario mínimo profesional, o sobre la pensión mínima, o sobre el subsidio de paro más bajo o… sobre cualquier otra variable que refleje los ingresos de “el pueblo”. Se podría luego hacer una media y limitar el sueldo máximo a lo que resultase de esto. ¿Solucionaría esto el problema? ¡De ninguna manera! Saliese lo que saliese, indefectiblemente, los que hubiesen votado por un múltiplo menor del promedio, seguirían indignados.

Entonces, ¿cómo podríamos usar la razón para determinar si esos suelos son inmorales o no? Afortunadamente, los mejores moralistas en temas de economía han resuelto el tema por mí hace ya varios siglos. Me refiero a la Escuela de Salamanca del siglo XVI. Los miembros de esa Escuela no eran, en principio, economistas. Eran religiosos, confesores que atendían espiritualmente a los comerciantes y empresarios de aquel siglo. Éstos les sometían sus problemas de conciencia sobre la moralidad de los precios a los que compraban, aquéllos a los que vendían, los sueldos que debían pagar y, en consecuencia, los márgenes. Para contestar a estas preguntas de forma racional, estos religiosos tuvieron que razonar sobre el funcionamiento de la ciencia económica, ya que entendían que las normas morales no podían ir contra esa ciencia. Y como tenían una cabeza privilegiada y una sólida formación moral, pudieron aconsejar a sus confesandos. Básicamente, la conclusión a la que llegaron es que el precio justo de las cosas, las retribuciones salariales entre ellas, es el que libremente se acuerde entre el que lo paga y el que lo recibe, es decir, lo que hoy se llama el precio de mercado. Y ello, con independencia de lo mucho o lo poco que pudiera ganar el comerciante en la transacción. Como hilaban muy fino, definieron muy bien que significaba lo de libremente y qué condicionantes podían hacer que esa libertad no existiese en grado suficiente como para aceptar la justicia del precio. Veamos esos condicionantes: 1) La existencia de un monopolio, u oligopolio tanto por un lado como por el otro. 2) Que el comprador o vendedor no fuesen conscientes de lo que estaban realmente pagando o cobrando. Podríamos llamar a esto, falta de transparencia. 3) Que hubiese una asimetría insalvable entre las partes de la información, conocimientos o poder necesarios para fijar el precio. No obstante, si esta asimetría se producía por la mayor diligencia o el menor esfuerzo de una de las partes, y no por razones sustanciales, esta asimetría no coartaba la libertad de la fijación de precios. Esta asimetría se produce hoy en día cuando al acordar el precio de algo, una de las partes goza de lo que se llama “información privilegiada” o “Insider trading”. En este caso, la libertad estaría viciada y, por lo tanto, el precio pactado no sería justo y la transacción sería inmoral. La legislación actual de todos los países desarrollados, establece como delito el uso de esta “información privilegiada” o “Insider trading” para vender o comprar un bien. 4) Cuando una de las partes pudiese, artificialmente, mediante acaparamiento, crear escasez o superabundancia en la oferta de un bien, alterando así su precio y aprovechándose de esa manipulación. Esto también es un delito tipificado en la legislación de los países desarrollados. En España tiene el nombre de “conspiración para alterar el precio de las cosas”. La Escuela de Salamanca establece de una manera categórica que el precio justo nada tiene que ver con el coste de producción del bien en cuestión[1].
Veamos ahora si en los sueldos de los altos directivos del IBEX se dan las condiciones para que se pueda considerar que son un precio libre de mercado y, por tanto, son justos y éticos. Pero antes, creo que merece la pena ver a cuánto ascendieron los 10 sueldos más altos de los directivos del IBEX en 2017:
Puesto
Nombre
Empresa
Sueldo
Free Float
Pablo Isla
Inditex
10,7 MM de €
30%
J. Manuel Entrecanales
Acciona
10,4 MM de €
30%
Ignacio Sánchez Galán
Iberdrola
9,5 MM de €
+ del 50%
Ana Botín
B. Santander
7,9 MM de €
+ del 50%
Ismael Clemente
Merlin Prop.
6,6 MM de €
+ del 50%
Juan A. Álvarez
B. Santander
6,4 MM de €
+ del 50%
Miguel Ollero
Merlin Prop.
6,4 MM de €
+ del 50%
Francisco González
BBVA
5,8 MM de €
+ del 50%
Juan I. Entrecanales
Acciona
5,6 MM de €
30%
10ª
Rafael del Pino
Ferrovial
5,5 MM de €
+ del 50%

Para regocijo de los que se escandalizan de la desigualdad, apunto aquí que el sueldo de Pablo Isla es equivalente a 800 veces el SMI y a 166 veces el sueldo medio de los españoles con trabajo. Esto puede hacer que los igualitaristas se rasguen las vestiduras, pero creo que usando la razón podré salir al paso y salvar esas vestiduras. O tal vez no. Porque, como dijo Alexis de Tocqueville en una frase que repito mucho: “La gente está más dispuesta a admitir una mentira simple que una verdad compleja” y, defendiendo lo que defiendo, estoy del lado de la verdad compleja. Pero, ahí voy.

Lo primero es aclarar que los sueldos anteriormente citados salen del acuerdo libre de las partes. Son los dueños de las empresas –es decir, sus accionistas– los que, libremente, deciden lo que pagan a sus más altos directivos. Es importante hacer ver que no es ni el estado ni los contribuyentes los que se lo pagan –cosa que sería así en una empresa pública– sino que lo hacen contra su propia cuenta de resultados, es decir, contra su propio bolsillo. No tiran, pues, con “pólvora del rey”, con la que es fácil ser generosos, sino con la suya propia. Por tanto, es un precio de mercado. Pero, tal y como dijeron los frailes teólogos/economistas de la Escuela de Salamanca, habrá que ver si este precio de mercado cumple con las premisas necesarias para ser realmente libre. Las voy, por tanto, a analizar de una en una.

1)     ¿Existe de un monopolio, u oligopolio, por parte de los directivos? Es obvio que no hay tal. Evidentemente, el número de personas capaz de dirigir una de las grandes empresas del IBEX35 es menor que el de las que son capaces de dirigir un equipo de 5 personas o de conducir un autobús. Por eso su precio es mayor. Pero, en cualquier caso, no hay ninguna limitación externa de su número. Eso es algo que podía ocurrir (y ocurría) con los antiguos Agentes de Bolsa o con los notarios o los controladores aéreos, pero no con los directivos. Todo aquél que quiera puede esforzarse duramente para alcanzar las capacidades necesarias para poder ejercer esa función. Puede que tendrá que estudiar duro, trabajar más duro todavía en su experiencia empresarial desde su primer trabajo, emprender y prepararse de mil maneras distintas. Pero nada que no pueda lograrse con voluntad y esfuerzo. Cierto que un MBA en Harvard o en otra gran escuela de negocios es caro. Pero, por un lado, esa no es una condición ni mucho menos necesaria y, por otro, conozco a muchas personas que un MBA así se lo ha pagado su empresa o lo han hecho con una beca o un préstamo. Evidentemente, vivimos en un mundo en el que la igualdad de oportunidades no es perfecta y el hijo de familia rica las tiene en mayor número y más fácilmente que el que tiene que abrirse camino desde abajo. Cuanto mayor sea la igualdad de oportunidades, mejor y más justa será la sociedad, pero el déficit de igualdad de oportunidades que pueda haber no está causado por los directivos del IBEX35 y muchos de ellos han salido de clases medias –e incluso bajas– a base de esfuerzo personal, mientras que muchos “niños bien” se han quedado en nada. Pero, desde luego, nada de monopolio ni oligopolio que pueda considerarse que hace inmorales los sueldos de estos directivos.

A este respecto conviene decir unas palabras sobre el llamado Free-Float, que aparece en la última columna del cuadro anterior. El Free-Float nos dice qué porcentaje de las acciones de la empresa están en manos de accionistas que no forman parte de la dirección de la empresa o del núcleo duro de su accionariado. Cuanto más bajo sea el Free-Float menor será la participación en la empresa de los accionistas que pudiéramos llamar independientes. Estos accionistas son, directa o indirectamente pequeños o grandes ahorradores o inversores, personas físicas o jurídicas sin vinculación con la dirección de la empresa. Por tanto, pudiera pensarse que en empresas como Inditex o Acciona, al ser el Free-Float menor del 50%, el voto de los inversores independientes no tiene peso suficiente a la hora de determinar el sueldo de los directivos y que, por tanto, estos pueden fijarse el sueldo sin que esos inversores independientes puedan hacer otra cosa que protestar. En una cierta medida esto es cierto y, si establecemos grados en lo que a la moralidad o inmoralidad de los sueldos se refiere, los de las empresas con menos Free-Float, serían menos morales. Pero esto sólo es cierto muy a medias. Porque lo que siempre puede hacer un accionista independiente, si así lo estima oportuno, es vender sus acciones. Y si los directivos se adjudicasen un sueldo excesivo, en contra de lo que encuentren razonable los accionistas del Free-Float, éstos venderían sus acciones y la cotización bajaría, creando una fuerte disminución del patrimonio de los accionistas del núcleo duro. Por lo tanto, ni siquiera en este caso puede hablarse de inmoralidad, aunque, evidentemente, sea más fiable todo cuanto mayor sea el Free-Float. Empresas como el Banco Santander o BBVA tienen un Free-Float de prácticamente el 100%. En cualquier caso, es muy importante ver con que porcentaje de votos afirmativos se aprueba en la Junta General de Accionistas los sueldos de los directivos. Cuanto mayor sea este porcentaje, menos inmorales son estos. Debo decir que, en el caso del BBVA, desde hace años, ese porcentaje de votos afirmativos es superior al 95%

Evidentemente, no todos los accionistas votan o delegan su voto en la JGA, a pesar de que el voto se pueda ejercer electrónicamente, sin la necesidad de acudir físicamente a la JGA. Pero el accionista que, teniendo todas las facilidades, no vota, parece que su abstención no puede hacer que los sueldos sean inmorales. Como dice el refrán, el que calla, otorga. Puntualizaré alguna cosa más sobre la calidad del voto en otro apartado.

2)     ¿Saben los accionistas de estas empresas lo que realmente están pagando a sus directivos? Sin lugar a dudas, SÍ. Todos los sueldos son transparentes. Las propuestas a los accionistas acerca de estos sueldos, deben hacerse públicas en la documentación previa a la JGA y estas propuestas deben ser aprobadas en votación por la misma. Los sueldos cobrados están auditados por las más prestigiosas firmas de auditoría, por lo que no hay ni un Euro que se escape al escrutinio. Por supuesto que ha habido y habrá casos en los que esta información se habrá escamoteado. Entonces sí sería inmoral el sueldo, pero no por la cantidad mayor o menor que ganen, sino por el fraude y la falta de transparencia. De hecho, estoy seguro de que hay cientos de empresas pequeñas, medianas y grandes en las que la opacidad es grande y esta condición no se cumple. Pero no es en las empresas del IBEX35 –ni, en general, en las cotizadas– en las que esto tiende a ocurrir.

3)     ¿Existe una asimetría insalvable entre las partes de la información, conocimientos o poder necesarios para fijar esos sueldos? Si nos remontásemos a hace 20 o 30 años, tal vez este punto podría ser problemático. Pero hoy en día, definitivamente, NO. Me explico. Hace unas décadas, aparte de que el Free-Float de las empresas del IBEX35 era, en general, más bajo, ese Free-Float estaba en gran medida formado por pequeños inversores, profesionales de campos que nada tienen que ver son la economía ni la gestión profesional. Por tanto, no disponían ni de conocimientos ni de tiempo para emitir un juicio fundado sobre si los sueldos de los directivos eran adecuados o no.

Ahora, sin embargo, una gran parte de ese Free-Float está agrupado en grandes fondos de inversión internacionales, del estilo de Blackrock, Cerberus, KKR, Vanguard, el fondo soberano Noruego de Pensiones (El más grande del mundo), etc., etc., etc. Estos fondos tienen como participes a pequeños y muy pequeños ahorradores/inversores que buscan rentabilizar sus ahorros. Por lo tanto, tienen que intentar invertir en las mejores empresas para obtener una rentabilidad suficiente que atraiga a esos pequeños inversores/ahorradores. Al frente de la gestión de esos fondos hay excelentes profesionales que dedican todo su trabajo, formación y sabiduría a analizar todos los factores que pueden hacer que sea o no interesante invertir en una empresa. Y, por supuesto, entre esos factores está la retribución de esas empresas a sus directivos. Si les parece que esos sueldos son inadecuados, pueden hacer dos cosas. Vender las acciones de esa empresa, con un fuerte impacto a la baja en su valor, y/o votar negativamente en la JGA contra esos sueldos.

Por si fuera poco, existen las llamadas “agencias de recomendación de voto” (Proxy advisors) que, sin tener participación en las empresas, emiten recomendaciones sobre lo que los accionistas deberían votar en cada uno de los puntos sometidos a votación en la JGA y, en particular, la retribución de la dirección. Y también, al frente de estas agencias hay grandes profesionales que tienen los medios para evaluación de la conveniencia de votar a favor o en contra.

A la vista de todo esto, es evidente que los dueños de las empresas, sus accionistas, tienen los medios para saber si el sueldo que su empresa paga a los directivos es admisible o inadmisible. Es decir, el punto 3 de los que podrían hacer que los sueldos de los directivos no cumpliesen con los requisitos de libertad en su fijación, tampoco es obstáculo.

4)     ¿Pueden los propios directivos de una empresa crear artificialmente escasez de directivos para que sus sueldos suban artificialmente? Me parece que esta pregunta, que podría, tal vez, tener sentido si un especulador quiere actuar sobre el precio de commodities como la plata o el cacao, no lo tiene en absoluto para el asunto de los sueldos de los directivos. Es un absurdo pensar que pueda ser así.

Si, como es evidente, en términos generales, no son de aplicación ninguno de los cuatro puntos que pueden viciar la ética del precio de mercado aplicado a los directivos de las grandes empresas, no parece que se pueda decir que son inmorales. No me cabe duda de que hay empresas en las que alguno de los 4 puntos anteriores se da. En ese caso, sí que podría decirse que los sueldos serían inmorales. Pero no por lo altos o bajos que puedan ser, sino por vicios en la fijación de los mismos. Pero esa situación es difícil –aunque, por supuesto, no imposible– que se dé en las grandes empresas del IBEX35. Es mucho más probable que se dé, con sueldos mucho más pequeños, en empresas medianas o familiares en las que un grupo de accionistas que se ocupa de la dirección, se pone un sueldo sin la más mínima garantía de transparencia, incluso manejando la contabilidad para pagárselo en B. Entonces ese sueldo sí sería inmoral, con independencia de su cuantía.

También es posible, por supuesto, que una empresa se equivoque en a quién debe elegir como CEO y cuánto debe pagarle. Eso sería un grave error, pero en modo alguno haría que ese sueldo fuese inmoral. Un error cometido por los dueños de la empresa es eso, un error. Y un error, por grave que sea, no es una inmoralidad de los que reciben el sueldo. Además, si así fuese, serían los propios dueños de la empresa, sus accionistas, los que pagarían los platos rotos de ese error.

Vamos ahora a aplicar nuestra razón a la moralidad o inmoralidad de esos sueldos usando un argumento distinto. Voy a seguir el viejo razonamiento de la reducción al absurdo. Si un país decidiese por ley bajar el sueldo a los CEO’s de sus empresas, para mantener la pirámide, habría que bajárselo también a todos los directivos. Esto, indudablemente, produciría un éxodo de los mejores directivos hacia empresas de otros países en los que no existiese semejante limitación. Más aún, las mejores empresas del país en el que se implantase la prohibición, mudarían su sede social a otros países sin esas limitaciones. Como consecuencia, ese país se convertiría en un país de segunda o de cuarta: dejaría de ser competitivo, aparecería un paro galopante y, al cabo, acabaría en el desastre. Es decir, intentando hacer el bien, haríamos un mal. Ese tipo de medidas populistas es lo que lleva a un país en convertirse en un sitio parecido a Venezuela. Porque confundir con el bien un falso sentimiento del bien es lo que se llama buenismo y el buenismo es la antesala del desastre. Cierto, uno puede imaginar una utopía en la que todos los países siguiesen la misma norma. En ese caso, se podría pensar, el razonamiento anterior no sería válido. Puede que no lo fuese, pero lo sería otro mucho más terrible. A las personas con capacidad de dirigir una organización de, digamos, 80.000 empleados, en, supongamos, 10 países, no les compensaría trabajar por ese sueldo más bajo del de mercado. Como consecuencia, las empresas estarían dirigidas por personas con mucha menos capacidad, serían más ineficientes, harían peores productos, más caros y, en este caso, el mundo entero se convertiría en un mundo de segunda o de cuarta categoría. Sería una regresión a la pobreza generalizada. Además se produciría un fenómeno muchísimo más grave: habríamos acabado con la libertad, convirtiendo el mundo en una cárcel. Esa utopía se parece mucho a la desastrosa utopía comunista y es, en palabras tomadas del título de un famoso libro de Hayeck, un “camino de servidumbre”. Es decir, la demostración por el método de la reducción al absurdo nos dice que, en un supuesto país (o un mundo) en el que se impusiese a la fuerza un igualitarismo buenista, el remedio sería mucho peor que la enfermedad para el bien común. Y al decir que sería peor para el bien común, no me refiero sólo a cosas como el PIB, que es algo así como la riqueza total que genera un país. Me refiero, sobre todo, al bien común tal como lo define el Concilio Vaticano II en el documento “Gaudium et Spes”: El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. En un país que va al desastre o, en un utópico mundo de imposiciones que coartan la libertad de llegar a acuerdos sobre el tema que sea, es imposible que se de esta definición del bien común. La historia lo ha demostrado hasta la saciedad.

No quiero pasar de largo por un argumento cuantitativo que, aunque más pobre, por más casuístico, que los argumentos anteriores, más basados en la razón, nos hace ver las cosas desde otro ángulo. En el siguiente cuadro, me voy a referir a datos del BBVA en 2017.


Puesto
Sueldo
% sobre el BAI*
Presidente (Francisco González)
5,8 MM de €
0,08%
Consej. Deleg. (Carlos Torres)
3,1 MM de €
0,04%
Todo el Consejo de Adm. (15 pers.)
12,7 MM de €
0,18%
C de A + Alta Dirección (30 pers.)
32,4 MM de €
0,47%
Total sueldos BBVA
1.804,0 MM de €
26%
* BAI: Beneficio Antes de Impuestos

¿Qué nos indica esto? Nos dice, entre otras cosas, que si para un mayor igualitarismo, se decidiese bajar los sueldos de todo el Consejo de Administración y los altos directivos del BBVA en, digamos, un 10%, esto tan sólo aumentaría el Beneficio Antes de Impuestos en un 0,05% o permitiría subir el 0,17% el sueldo promedio de todos los empleados. No parece mucho.

Por supuesto, en el debate se dieron, por la parte contraria, datos numérico-estadísticos comparativos del crecimiento en los últimos años del salario mínimo o medio con respecto al crecimiento de los grandes sueldos, o del crecimiento de estos grandes sueldos con el aumento de riqueza de los accionistas del IBEX35, etc., etc., etc. Los datos estaban bien traídos para azuzar ese sentimiento buenista del escándalo ante la desigualdad pero, aparte de lo que se podría matizar sobre ellos, no pasaban de la mera casuística. Y ya he dicho, refiriéndome a mi último argumento, que la casuística es un razonamiento pobre.

Hubo, sin embargo, un argumento basado en una investigación académica que hace unos años tuvo un boom mediático relativamente importante. Me refiero a la investigación de Branko Milatovic y Christoh Lakner que se conoce como la “Elephant Curve” (La curva del elefante). No pude entonces, por problemas de tiempo, como no puedo ahora, por no alargar demasiado este escrito, entrar a este tema y su puntualización. Sin embargo, el 2 de Octubre de 2016, hace tres años, publiqué en mi blog, tadurraca, una entrada sobre este tema bajo el título: “La globalización, ¿conspiración diabólica o proceso benéfico”. Para quien pueda estar interesado, pongo aquí el link a esa entrada de tadurraca.



[1] La Escuela de Salamanca fue la primera inspiradora de la economía de libre mercado, varios siglos antes de que naciese Adam Smith, su padre putativo. Además, el rigor de esta Escuela de Salamanca en el precio de las cosas, la teoría cuantitativa del dinero y los monopolios, era mucho mayor que el de Adam Smith. Las últimas dos cuestiones llevaron a alguno de los miembros de esa Escuela a tener serios problemas con el poder de los reyes de España, que a alguno, incluso, le llevó a la cárcel. Esa fue la primera y, a mi entender la correcta, Doctrina Social de la Iglesia, antes de que también ésta se tiñese de pensamiento marxista del siglo XIX. La DSI condena durísimamente el marxismo, pero está impregnada de él. Es el colonialismo ideológico del que hablaba más arriba.

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