31 de octubre de 2019

¿Retrato de familia o halloween?


Mi tío Heraclio Alfaro Fournier, hermano de mi padre, llevó a cabo, el 22 de Junio de 1914 el primer vuelo de un avión construido en España[1]. Tuvo una fulgurante carrera en la aeronáutica, tanto en España como en EEUU, donde se hizo ingeniero por el MIT, tuvo cátedras universitarias, trabajó como free lance para las más grandes, empresas aeronáuticas y fundó la suya propia. En la escalera de la casa que mi padre tenía en Vitoria, estaba colgada la enorme hélice de su primer avión, el Alfaro I, hecha en madera. Yo apenas le conocí, ya que murió en 1962, teniendo yo 11 años. Siempre que me acuerdo de él, me lo represento junto a la hélice de su avión.

Mi madre, María Drake de Santiago, recién casada con mi padre, voló en el avión de mi tío Heraclio, el Alfaro I, con tan sólo 18 años. Probablemente fue la primera mujer española que voló en avión. En mi casa de soltero estaban guardados, como reliquias, el gorro de cuero con orejeras y las gafas, parecidas a las de bucear, que usó mi madre y que llevaban los pilotos en esas épocas heroicas de la aviación. Aunque he perdido la pista a esa reliquia, de vez en cuando me acuerdo y se me viene a la cabeza la foto color sepia en la que mi madre, ataviada así, y en la cabina del Alfaro I hacía la señal con el pulgar hacia arriba.

Mi padre, Tomás Alfaro Fournier, fue un hombre muy polifacético. Se dedicó a la abogacía, la política, la escritura, la música y la pintura. Fue voluntario, como oficial de complemento, a la guerra de África en 1921-22, sobreviviendo al desastre de Annual. Sacó una inmensa cantidad de fotografías de esa guerra que se pueden ver en el museo municipal de Vitoria. Pintó muchos cuadros, francamente buenos, que atesoramos en la familia. Yo le tengo en la retina, de pie, delante de su caballete, con su paleta en la mano izquierda y el pincel en la derecha, mezclando colores en ella y aplicándolos al cuadro que estaba pintando y que iba tomando forma. Murió en 1965 y en mi casa está su paleta de pintor, tal y como él la dejó, con los óleos de colores puros, ya resecos, a lo largo de su borde y las últimas mezclas de colores en el centro. Cada vez que veo su paleta, me acuerdo de él.

Podría evocar muchos más de estos recuerdos. Son recuerdos de familia en los que un pequeño detalle, como la madalena de Proust, nos hacen rememorar cosas que de otra forma se hubiesen difuminado o, incluso, perdido en el tiempo.

Pues bien, mañana, 1º de Noviembre, los católicos celebramos la fiesta de Todos los Santos. Y, con ellos, me pasa como con estos tres recuerdos familiares que he evocado. Si veo la imagen de un santo calvo y con barbas, con una espada en la mano, con la punta apoyada en el suelo, sé que estoy delante de san Pablo, que fue decapitado con una espada por ser ciudadano romano. Si veo otra imagen de otro santo con barbas y con unas llaves, sé que es san Pedro, a quien Jesús hizo la promesa de darle las llaves del Reino de los Cielos. Si veo a otro con dos tablas cruzadas en aspa, sé que es san Andrés que fue crucificado en una cruz con esa forma. Y lo mismo pasa con el perro de san Roque, o el lobo de san Francisco. Si un santo aparece con una pluma, seguro que es un evangelista. Si con una palma, es que ha sufrido el martirio. Quizá, la más curiosa de esas imágenes sea la de la lactación de la Virgen María a san Bernardo de Claraval. Parece que siendo Bernardo un joven monje atemorizado por una prédica que tenía que hacer, se quedó dormido mientras rezaba a la Virgen pidiéndole elocuencia. Ésta se le apareció, con el Niño en brazos y, apretándose el pecho, le lanzó al joven fraile un chorro de su leche que este bebió como quien lo hace de un porrón. Sea como fuere, san Bernardo adquirió el don de la elocuencia, y la imagen se ha repetido hasta la saciedad en la iconografía. Sería larguísimo enunciar todas las iconografías posibles de santos. A menudo me ocurre que entro en una iglesia y me encuentro una imagen cuyos signos desconozco. Si me pasa eso, intento a toda costa averiguar cuál es el significado de esos signos y de qué santo se trata. Cierto también que muchos santos no tienen ninguna iconografía generalmente reconocible. Es más, la inmensa mayoría de los santos, son santos anónimos que solamente Dios, ellos y el resto de los santos que están en el cielo saben que lo son.

Mañana es, por tanto, el día de la fiesta de nuestra gran familia del cielo. Porque todos los santos forman nuestra familia. La inmensa familia humana. Ellos ya han llegado a alcanzar la corona de gloria, pero no nos olvidan. Desde el cielo están pendientes de nosotros, nos miran, nos cuidan, nos arropan, esperan que les pidamos su intercesión ante Jesús para muchísimas cosas. Y si uno lo piensa con fe, es muy reconfortante saberse siempre rodeado de tantos familiares que nos quieren.

Alguna vez he entrado en una iglesia protestante. En ellas no hay capillas de santos. Son frías, racionalistas. En una, no me acuerdo dónde estaba, había, en vez de santos, científicos. Había estatuas de Pasteur, de Mme. Curie, de Einstein y otras que no recuerdo. No digo que no sienta admiración por estos personajes. Son gente que ha hecho mucho por la humanidad y los admiro con toda mi alma. A lo mejor, ojalá, están también en el cielo y entonces son santos anónimos. Pero… no sé, no se me movió el corazón para pedirles nada y me dejaron completamente frío. En cambio, siempre recordaré la impresión que me produjo entrar en la catedral de san Patricio en Nueva York en un viaje que hice a esa ciudad. Todo el alrededor de la catedral estaba circundado de capillas destinadas a diferentes santos. En todas había cirios y velas ardiendo y una muchedumbre de gente que las encendía y rezaba con gran recogimiento. Había personas de todas las razas y clases sociales. Cada uno pedía al santo al que más quería, que intercediese ante Cristo por sus intenciones. Intenciones tal vez pequeñas, pero muy íntimas y, para ellos, preciosas. Se respiraba una calidez y una cercanía inmensa a la santidad. ¿Superstición? Quien quiera verlo así, que lo vea. Pero yo no lo vi así. Yo me sentí rodeado, acariciado, querido, amado. Algo muy parecido al éxtasis.

Poco después de esa experiencia, leí, en un libro que hablaba del filósofo Gabriel Marcel la siguiente idea, que guardé como oro en paño y que hoy vuelvo a sacar a la luz:

“Tenemos que reconocer que estamos literalmente cubiertos por una realidad viva, sin duda increíblemente más viva que la nuestra y a la cual pertenecemos ya en la medida, ¡ay!, siempre muy débil, en que nos liberamos de los esquematismos racionalistas. La inmensidad [...], sería el despertarnos cada día más, incluso del lado de acá de la muerte, a esa realidad que nos envuelve sin duda por todas partes. […] Mas, por otra parte, a medida que nos tornamos atentos a las solicitaciones, con frecuencia tenues, pero innumerables, que emanan del mundo invisible, todas las perspectivas se transforman –quiero decir que se transforman aquí abajo. […] Esta transfiguración es la de una polifonía humana que une a todos los hombres, vivos y muertos, en medio de las trabas de la condición cautiva, en una compleja melodía cuya cadencia final será revelada por la muerte, que aportará a ella la “divina resolución” musical. Esta realidad que nos cubre, esta polifonía de los seres que nos rodean, no sería más que un noble vuelo poético, si no fuera la sombra proyectada por una comunión trascendente, un amor divino al que Marcel llamaba el Tú Absoluto”.

Pues bien, mañana es la fiesta de Todos los Santos. No es una fiesta más del calendario, una fiesta gris. Es la fiesta de la familia humana. El día en que celebramos a los mjores de nosotros, que nos han precedido y ya han alcanzado la meta, en donde nos esperan y desde donde nos animan. Yo intentaré buscar un momento para sumergirme en esa mar del Tú Absoluto y, rodeado por todos los que ya están en Él, pedirles que me atraigan con su canto de alabanza. Y, pasado mañana, día de los difuntos, alzaré mi canto, todavía desafinado, por ellos, los difuntos que aún no son santos, que siguen esperando el momento misterioso en el que, limpios, completamente purificados de cualquier disonancia, puedan entrar en la armonía eterna de Dios. ¿Por qué será que me encantan estas dos fiestas?



[1] Para que nadie me tome por mentiroso, adjunto el link a una página donde se puede comprobar lo que digo https://es.wikipedia.org/wiki/Heraclio_Alfaro_Fournier y una aclaración. Mi padre nació en 1892 y era sólo un año mayor que su hermano Heraclio. Mi madre era 14 años menor que mi padre. Yo nací en 1951, teniendo mi madre 45 años.

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