Mi
tío Heraclio Alfaro Fournier, hermano de mi padre, llevó a cabo, el 22 de Junio
de 1914 el primer vuelo de un avión construido en España[1]. Tuvo una fulgurante
carrera en la aeronáutica, tanto en España como en EEUU, donde se hizo
ingeniero por el MIT, tuvo cátedras universitarias, trabajó como free lance
para las más grandes, empresas aeronáuticas y fundó la suya propia. En la
escalera de la casa que mi padre tenía en Vitoria, estaba colgada la enorme
hélice de su primer avión, el Alfaro I, hecha en madera. Yo apenas le conocí,
ya que murió en 1962, teniendo yo 11 años. Siempre que me acuerdo de él, me lo
represento junto a la hélice de su avión.
Mi
madre, María Drake de Santiago, recién casada con mi padre, voló en el avión de
mi tío Heraclio, el Alfaro I, con tan sólo 18 años. Probablemente fue la
primera mujer española que voló en avión. En mi casa de soltero estaban
guardados, como reliquias, el gorro de cuero con orejeras y las gafas,
parecidas a las de bucear, que usó mi madre y que llevaban los pilotos en esas
épocas heroicas de la aviación. Aunque he perdido la pista a esa reliquia, de
vez en cuando me acuerdo y se me viene a la cabeza la foto color sepia en la
que mi madre, ataviada así, y en la cabina del Alfaro I hacía la señal con el pulgar
hacia arriba.
Mi
padre, Tomás Alfaro Fournier, fue un hombre muy polifacético. Se dedicó a la
abogacía, la política, la escritura, la música y la pintura. Fue voluntario,
como oficial de complemento, a la guerra de África en 1921-22, sobreviviendo al
desastre de Annual. Sacó una inmensa cantidad de fotografías de esa guerra que
se pueden ver en el museo municipal de Vitoria. Pintó muchos cuadros, francamente
buenos, que atesoramos en la familia. Yo le tengo en la retina, de pie, delante
de su caballete, con su paleta en la mano izquierda y el pincel en la derecha, mezclando
colores en ella y aplicándolos al cuadro que estaba pintando y que iba tomando
forma. Murió en 1965 y en mi casa está su paleta de pintor, tal y como él la
dejó, con los óleos de colores puros, ya resecos, a lo largo de su borde y las
últimas mezclas de colores en el centro. Cada vez que veo su paleta, me acuerdo
de él.
Podría
evocar muchos más de estos recuerdos. Son recuerdos de familia en los que un
pequeño detalle, como la madalena de Proust, nos hacen rememorar cosas que de
otra forma se hubiesen difuminado o, incluso, perdido en el tiempo.
Pues
bien, mañana, 1º de Noviembre, los católicos celebramos la fiesta de Todos los
Santos. Y, con ellos, me pasa como con estos tres recuerdos familiares que he
evocado. Si veo la imagen de un santo calvo y con barbas, con una espada en la
mano, con la punta apoyada en el suelo, sé que estoy delante de san Pablo, que
fue decapitado con una espada por ser ciudadano romano. Si veo otra imagen de
otro santo con barbas y con unas llaves, sé que es san Pedro, a quien Jesús
hizo la promesa de darle las llaves del Reino de los Cielos. Si veo a otro con dos
tablas cruzadas en aspa, sé que es san Andrés que fue crucificado en una cruz
con esa forma. Y lo mismo pasa con el perro de san Roque, o el lobo de san
Francisco. Si un santo aparece con una pluma, seguro que es un evangelista. Si
con una palma, es que ha sufrido el martirio. Quizá, la más curiosa de esas
imágenes sea la de la lactación de la Virgen María a san Bernardo de Claraval.
Parece que siendo Bernardo un joven monje atemorizado por una prédica que tenía
que hacer, se quedó dormido mientras rezaba a la Virgen pidiéndole elocuencia.
Ésta se le apareció, con el Niño en brazos y, apretándose el pecho, le lanzó al
joven fraile un chorro de su leche que este bebió como quien lo hace de un
porrón. Sea como fuere, san Bernardo adquirió el don de la elocuencia, y la
imagen se ha repetido hasta la saciedad en la iconografía. Sería larguísimo
enunciar todas las iconografías posibles de santos. A menudo me ocurre que
entro en una iglesia y me encuentro una imagen cuyos signos desconozco. Si me
pasa eso, intento a toda costa averiguar cuál es el significado de esos signos
y de qué santo se trata. Cierto también que muchos santos no tienen ninguna
iconografía generalmente reconocible. Es más, la inmensa mayoría de los santos,
son santos anónimos que solamente Dios, ellos y el resto de los santos que
están en el cielo saben que lo son.
Mañana
es, por tanto, el día de la fiesta de nuestra gran familia del cielo. Porque
todos los santos forman nuestra familia. La inmensa familia humana. Ellos ya
han llegado a alcanzar la corona de gloria, pero no nos olvidan. Desde el cielo
están pendientes de nosotros, nos miran, nos cuidan, nos arropan, esperan que
les pidamos su intercesión ante Jesús para muchísimas cosas. Y si uno lo piensa
con fe, es muy reconfortante saberse siempre rodeado de tantos familiares que
nos quieren.
Alguna
vez he entrado en una iglesia protestante. En ellas no hay capillas de santos. Son
frías, racionalistas. En una, no me acuerdo dónde estaba, había, en vez de
santos, científicos. Había estatuas de Pasteur, de Mme. Curie, de Einstein y
otras que no recuerdo. No digo que no sienta admiración por estos personajes.
Son gente que ha hecho mucho por la humanidad y los admiro con toda mi alma. A
lo mejor, ojalá, están también en el cielo y entonces son santos anónimos.
Pero… no sé, no se me movió el corazón para pedirles nada y me dejaron
completamente frío. En cambio, siempre recordaré la impresión que me produjo
entrar en la catedral de san Patricio en Nueva York en un viaje que hice a esa
ciudad. Todo el alrededor de la catedral estaba circundado de capillas
destinadas a diferentes santos. En todas había cirios y velas ardiendo y una
muchedumbre de gente que las encendía y rezaba con gran recogimiento. Había
personas de todas las razas y clases sociales. Cada uno pedía al santo al que
más quería, que intercediese ante Cristo por sus intenciones. Intenciones tal
vez pequeñas, pero muy íntimas y, para ellos, preciosas. Se respiraba una
calidez y una cercanía inmensa a la santidad. ¿Superstición? Quien quiera verlo
así, que lo vea. Pero yo no lo vi así. Yo me sentí rodeado, acariciado,
querido, amado. Algo muy parecido al éxtasis.
Poco
después de esa experiencia, leí, en un libro que hablaba del filósofo Gabriel
Marcel la siguiente idea, que guardé como oro en paño y que hoy vuelvo a sacar
a la luz:
“Tenemos
que reconocer que estamos literalmente cubiertos por una realidad viva, sin
duda increíblemente más viva que la nuestra y a la cual pertenecemos ya en la
medida, ¡ay!, siempre muy débil, en que nos liberamos de los esquematismos
racionalistas. La inmensidad [...], sería el despertarnos cada día más, incluso
del lado de acá de la muerte, a esa realidad que nos envuelve sin duda por
todas partes. […] Mas, por otra parte, a medida que nos tornamos atentos a las
solicitaciones, con frecuencia tenues, pero innumerables, que emanan del mundo
invisible, todas las perspectivas se transforman –quiero decir que se
transforman aquí abajo. […] Esta transfiguración es la de una polifonía humana
que une a todos los hombres, vivos y muertos, en medio de las trabas de la
condición cautiva, en una compleja melodía cuya cadencia final será revelada
por la muerte, que aportará a ella la “divina resolución” musical. Esta
realidad que nos cubre, esta polifonía de los seres que nos rodean, no sería
más que un noble vuelo poético, si no fuera la sombra proyectada por una
comunión trascendente, un amor divino al que Marcel llamaba el Tú Absoluto”.
Pues
bien, mañana es la fiesta de Todos los Santos. No es una fiesta más del
calendario, una fiesta gris. Es la fiesta de la familia humana. El día en que
celebramos a los mjores de nosotros, que nos han precedido y ya han alcanzado
la meta, en donde nos esperan y desde donde nos animan. Yo intentaré buscar un
momento para sumergirme en esa mar del Tú Absoluto y, rodeado por todos los que
ya están en Él, pedirles que me atraigan con su canto de alabanza. Y, pasado
mañana, día de los difuntos, alzaré mi canto, todavía desafinado, por ellos,
los difuntos que aún no son santos, que siguen esperando el momento misterioso
en el que, limpios, completamente purificados de cualquier disonancia, puedan
entrar en la armonía eterna de Dios. ¿Por qué será que me encantan estas dos
fiestas?
[1] Para que nadie me tome por
mentiroso, adjunto el link a una página donde se puede comprobar lo que digo https://es.wikipedia.org/wiki/Heraclio_Alfaro_Fournier
y una aclaración. Mi padre nació en 1892 y era sólo un año mayor que su hermano
Heraclio. Mi madre era 14 años menor que mi padre. Yo nací en 1951, teniendo mi
madre 45 años.
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