28 de agosto de 2020

Unas vacaciones muy especiales

Verdaderamente, estas vacaciones han sido muy especiales. Duras, pero en las que he aprendido lecciones muy importantes que a mis 69 años nunca había tenido que estudiar. Y, realmente, han sido lecciones muy fructíferas. Tan fructíferas como jodidas, porque la letra, con sangre entra. Pero basta de preámbulos y os cuento lo más brevemente que pueda cómo han sido estas vacaciones para después poderos contar las cosas que he aprendido en ellas.

 

El día 22 de Julio nos fuimos, Blanca y yo, a nuestra casa de Cantabria. Con eso del teletrabajo, me lo podía permitir. El 23 y 24, como es habitual, anduve a paso de marcha durante 45 minutos. Lo que pasa es que, con el carácter compulsivo que tengo, y recordando las épocas en las que corría durante una hora, había empezado a picarme conmigo mismo: “De cada 5 minutos, medio corriendo” y al cabo de unos días: “de cada 5, uno corriendo”. Así, el día 24 subí de uno y medio corriendo a 2 corriendo. Acabé de correr pletórico. “Tomás –me decía a mí mismo con satisfacción–, eres un fenómeno”. Al día siguiente me levanté con una contractura a la que no di mucha importancia, ya que me dan con cierta frecuencia y se me pasan en dos o tres días. Eso sí, dejé de correr, aunque me fui andando a ritmo de paseo a la misa de Santiago, a una iglesia que está a un par de kilómetros ida y otros tantos de vuelta. Al cabo de dos días la cosa no sólo no remitía, sino que iba a más, pero como tenía planificado un viaje a Portugal, allá que nos fuimos. En Portugal, la cosa siguió yendo a peor. No podía apenas tumbarme en ninguna postura, por lo que tuve que empezar a pasar parte de la noche sentado en una butaca. Fui a una clínica, me dijeron que era una tendinitis y me pusieron una inyección de caballo de corticoides. Nada, seguía a peor. De vuelta a mi casa –home, sweet home– la cosa siguió empeorando. Si hubiese estado en Madrid, me hubiese ido a urgencias de Puerta de Hierro y seguramente me hubiesen diagnosticado bien lo que tenía. Pero en Cantabria, en Agosto y en un sitio un poco apartado, no estoy en mi salsa. Fui un día a urgencias al hospital de Sierrallana, de la Seguridad Social, en Torrelavega. Me miraron un poco por encima y me dieron el mismo diagnóstico: tendinitis. Nueva inyección de caballo de corticoides. Nada, si daba más de diez pasos era como si me clavasen cuchillos en la pierna. Me reforzaron un poco la medicación. Pero nada, seguía empeorando. Ya no podía ni pensar en tumbarme, por lo que me pasaba las noches sentado en un sofá durmiendo a base de cabezadas sueltas. Al día siguiente, todavía en peores condiciones, fui a urgencias a la clínica privada de Mompía. Mismo diagnóstico y nueva medicación. No me servía para nada y el sofá seguía siendo mi compañía nocturna. Como no localizaba a mi traumatólogo habitual, llamé a un médico amigo mío, que no es traumatólogo y al contarle lo que me pasaba, me dijo que no podía ser sólo tendinitis y pasó, con precaución, a un posible diagnóstico más serio: trocanteritis. Y me mandó una medicación más fuerte. Por supuesto, me dijo que me hiciese una resonancia magnética para tener el diagnóstico adecuado. Pero hacerse una resonancia magnética en Cantabria no es tan fácil. Hay lista de espera de meses. Al final, removiendo Roma con Santiago, obtuve cita con un traumatólogo de Santander y conseguí, con enchufe, que me diesen hora para hacerme una resonancia magnética en Mompía. Pero la noche del 12 al 13, me dio un dolor que yo creía que me moría. Y junto al dolor, la sensación de impotencia. A las 5 de la mañana llamamos a una ambulancia que me llevó a Sierrallana. Me dieron un chute intravenoso de tres mejunjes distintos que me alivió al 80%. De allí, ya en coche, Blanca me llevó a la consulta del médico. El traumatólogo, tras hacerme hacer unos movimientos me dijo que ni trocanderitis ni leches, que tenía un pinzamiento en el nervio ciático, probablemente causado por una hernia de disco entre la 4ª y 5ª vértebras lumbares, por donde sale el nervio ciático. Lo que es el ojo clínico. Pero esa misma tarde ese médico empezaba sus vacaciones. De allí fuimos a Mompía a hacerme la RM. El traumatólogo que me había visto lo había clavado. Hernia de Disco entra la 4ª y la 5ª vértebras lumbares. Me vio el jefe de traumatología de esa clínica y me dijo que tenía que operarme ya, además de mandarme una medicación todavía más fuerte. Pero, desde luego, ni se me ocurrió hacerle caso y al lunes siguiente, día 17, con un acojone indescriptible añadido al dolor, me vine a Madrid. En mi casa de Madrid –todavía más home, sweet home– estaba mi butaca favorita que parecía estar diseñada específicamente para pasarme la noche en ella. Ayudado por un amigo mío médico, concerté una cita con un figura, especialista en columna de la Fundación Jiménez Díaz, para el martes. Tras ver la RM me dijo que de ninguna manera tenía que operarme, que me iba a hacer una infiltración en la columna, que normalmente eso me daría unos meses sin dolor y que en la mayoría de los casos, al desinflamarse el disco lumbar, se quitaba el dolor y también normalmente, la hernia se “cicatrizaba” y podría no volver a tener problemas en muchos años o nunca. Desde luego, debía cuidarme, hacer ejercicios de fortalecimiento muscular y perder peso. ¡Uf! ¡Qué alivio! Sin embargo, yo estaba cagado con lo del pinchazo en la columna. Para mi sorpresa, ni me enteré. Me dijo que siguiese con la medicación. Efectivamente, a partir de ahí, empecé a mejorar paulatinamente. Mejoré una semana, pero este martes empezaron otra vez los dolores como antes. Hoy viernes le he ido a ver y me ha dicho que si en una semana me habían vuelto los dolores, si me infiltraba otra vez, me pasaría lo mismo la semana siguiente para encontrarme otra vez en la casilla de salida y vuelta a empezar. Eso, además de ser una barbaridad, no tenía sentido ir de semana en semana arrastrando mi pésima calidad de vida. Así que el jueves que viene, 4 de Septiembre, tras buscar una segunda opinión, si ésta no s demasiado contundente en contra, me opero de la hernia de disco.

 

Si he contado todo esto, no es, ni de lejos, para que os compadezcáis de mí. No hay cosa que más me joda que hacerme la víctima ¡Ni se os ocurra compadecerme! Es para contaros la segunda parte, lo que he aprendido este verano.

 

Al principio, mi actitud era: “Vaya puta mierda, se me están jodiendo el verano, además de este puto dolor”. Pero en un momento dado, me dije. “No sirve de nada lamentarse. No sólo es estéril, sino que es contraproducente. Procura tener una actitud positiva y aprender algo de esto”. Y he aprendido. Vaya si he aprendido.

 

He aprendido lo que es el dolor. Creo que hasta ahora nunca lo había experimentado, más allá de algún dolor de muelas puntual que se pasa con un Nolotil. Nunca uno que no se pasa con nada de lo que puedas tener a mano o comprar en una farmacia sin receta, y que, con analgésicos de caballo se te pase sólo a medias y que dure un mes. Pero he aprendido también a valorar la maravilla de que no te duela nada. Es como flotar en un océano tibio y calmante. Espero que cuando no me duela nada, no se me olvide la lección.

 

He aprendido que hay millones de personas ahí, en el mundo, para las que vivir con dolor, con mucho más dolor que yo, es algo habitual.

 

He aprendido a ofrecer mi dolor por estas personas. Por mi fe, sé que éste no es inútil. “Completo en mi carne lo que le falta a la pasión de Cristo”, dice san Pablo. “Creo en la comunión de los Santos”, confiesa el Credo. No, mi dolor no es inútil, no es estéril, es útil, tiene sentido. No te quita ni un ápice de dolor, pero le da un sentido.

 

He aprendido que es muchísimo mayor la salud que tengo que la que me falta. Mi organismo funciona bien, aunque haya un poco de arena en algún engranaje. Millones de personas no pueden decir eso. He aprendido, por lo tanto, a ver el vaso medio lleno. No, medio lleno no, 99 cienavos lleno.

 

Con todos estos aprendizajes he aprendido lo más importante: He aprendido a darle gracias a Dios. A darle gracias no a pesar de lo que me está pasando, sino a darle gracias precisamente por lo que me está pasando. Por darme esta oportunidad de aprender. Y de poner en sus manos las cosas que no están bajo mi control. Y a darme cuenta de que lo que yo creo que está bajo mi control, no lo está. He aprendido a conocer en la práctica mi fragilidad y a darme cuenta que mis planes son un castillo de naipes. He aprendido, por último, a confiar en Él para todo. A entregarle mi fragilidad y mis planes.

 

Así que lo que me ha pasado este verano, lo que me sigue pasando ahora, no ha sido una putada. No han sido unas vacaciones perdidas ni inútiles ni frustrantes. Ninguna otra forma de vivir estas vacaciones me hubiese enseñado tanto como esta forma de vivirlas. Una enseñanza vital. Además, como subproducto, he leído y escrito muchísimo más de lo que lo hubiera hecho sin este merdé.

 

Al leer esto, tal vez alguno piense que soy un estoico ejemplar o un místico. Si lo piensa, se equivoca de medio a medio. Miles de veces cada día pensaba en tirar la toalla o en cagarme en la puta. Y como la toalla no la podía tirar, opté por cagarme en la puta. Así que, estoicamente lanzaba bellísimas imprecaciones como “Vaya puta mierda”, “me gago en la puta” y otras maneras de meter la palabra “puta” donde cupiese. Lo cual deja mi estoicismo y misticismo a la altura del betún.

 

Eso sí, al que haya llegado hasta aquí, le pido con toda mi alma que rece al Dios en el que crea o a cualquier deificación panteísta a la que venere, para que la operación del jueves salga bien. Gracias de antemano.

 

P. D. Si alguno, tras leer esto se le ocurre la idea de llamarme o de contestarme, que lo piense dos veces. Sois más de 600 los que recibís esto. Si después de pensarlo la segunda, decide llamarme o contestarme, estaré encantado. Abrazo.

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