14 de enero de 2022

Sobre el PIB oculto y la riqueza que no se ve

 Para llegar al fondo de lo que quiero transmitir en estas páginas, es necesario que me extienda un poco en decir algunas cosas sobre el PIB, lo que me llevará a tener que dar unas pinceladas de macroeconomía que espero me sepan perdonar los que sepan algo de esta ciencia, pero que creo que pueden hasta ser interesantes para quien no sepa nada de ella.

Prácticamente todo el mundo sabe que el PIB es la cantidad de productos y servicios que una economía (a partir de ahora hablare de España) es capaz de producir en un año. Estamos demasiado acostumbrados a ver el PIB como una cifra. Por ejemplo, el PIB de España en el 2020 fue de 1,122 Billones de €. Pero esto no es sino una simplificación tan necesaria como burda. En realidad, el PIB debería expresarse con una lista de esos productos y servicios producidos en España y sus cantidades y su precio. Por ejemplo:

          2.398.174   lapiceros

          9.347.356   latas de tomate frito

229.223.927.649   horas de clase-alumno a alumnos de colegios

                41.328   horas de alquiler de coche

                        …………………………

Etc., etc., etc.

Por supuesto una lista así sería absolutamente inmanejable. Por eso se valoran cada una de esos productos o servicios al precio promedio al que se han prestado, y esto conduce a una única cifra: 1.122 Billones de €, que es sencilla y nos da una idea. Por eso he dicho más arriba que la simplificación era necesaria. Pero al simplificar, perdemos de vista la esencia de lo que estamos hablando. No estamos hablando de dinero sino de productos y servicios que España ha sido capaz de producir para uso y disfrute de quienes los hayan comprado, sean éstos quienes sean, españoles o extranjeros.

La estructura productiva de un país puede producir dos tipos de productos o servicios. Unos son productos para ser consumidos o utilizados por la gente de forma inmediata o a lo largo de unos años, como cervezas, viajes, neveras o pólizas de seguros a cinco años. Otros son productos y servicios que no se fabrican para ser consumidos ni utilizados por la gente, sino para que sirvan para producir otros productos o servicios. Por ejemplo, brazos robóticos, chips de micro conductores, máquinas herramientas o servicios de auditoría de cuentas. La compra de los primeros por la gente se llama consumo, mientras que la de los segundos, comprados por las empresas, se llama inversión.

Ahora, si suponemos un país completamente cerrado a todo tipo de comercio con otros países, no cabe casi duda de que es cierto que:

PIB = Consumo + Inversión = C + I

Digo que no cabe casi duda porque sí que cabe una que voy a expresar y a despejar inmediatamente. Una empresa puede producir neveras o brazos robóticos y que estos productos no sean consumidos. En ese caso, parecería que la ecuación anterior sería falsa. Pero no es así, porque los bienes producidos y no consumidos estarán en el stock de las empresas que lo han fabricado y es, por lo tanto, una inversión de esa empresa. No es una inversión para producir otros bienes y puede que no sea deseable, pero esta variación de existencias al alza, es una inversión. Así que la ecuación de arriba parece fuera de toda duda razonable.

Una puntualización sobre C e I: Si yo, con mi dinero, en vez de gastármelo, decido ahorrarlo, invirtiéndolo en cualquier inversión, como, por ejemplo, acciones nuevas de una empresa (si compro acciones que ya están en circulación, es porque otro me las vende y se gastará ese dnero, con lo cual, el consumo queda igual), depósitos o cuentas corrientes bancarias, letras, bonos u otros instrumentos financieros nuevos, ese dinero va “siempre” a parar a empresas que lo que hacen es, a su vez, invertirlo, con lo que lo que se produce un traspaso libre, que me interesa a mí y a la empresa –ganar-ganar–, entre consumo e inversión, por lo que la ecuación sigue siendo válida. Unas líneas más arriba, la palabra “siempre” la he puesto entre comillas. Si decido tener debajo del colchón, en billetes, el dinero que no me gasto, ese dinero no vuelve al sistema productivo y se queda estéril, no aumenta el PIB por el lado de la inversión. Esto, además de una estupidez, es una conducta auténticamente antisocial. Sería como el dragón de “El hobbit” instalado sobre un tesoro absolutamente inútil para todos. Eso es la auténtica avaricia. No lo es, en cambio, querer ganar dinero y ahorrar lo que me sobra reinyectándolo, a mi vez, al sistema productivo.

Pero, la verdad, ese tipo de países sobre los que estamos pensando, completamente aislados comercialmente del resto del mundo, no existen. Los españoles compramos cosas que se han producido en Taiwan o en USA y los daneses o franceses vienen de vacaciones a España y consumen servicios y productos de hospedaje y hostelería. De la misma forma una fábrica de azulejos de Castellón, compra máquinas fabricadas en Alemania, y una empresa que fabrica placas solares en España, puede vendérselas a una compañía eléctrica italiana. Es decir, si los de la ecuación de más arriba, son el consumo que hacemos los españoles de productos de cualquier parte del mundo y las inversiones son las que hacen las empresas españolas, compradas, también, en cualquier otro país, la ecuación de arriba es falsa, ya que el PIB de España es, por definición, lo que producen las empresas españolas. Por tanto, a mi consumo o a la inversión que hacemos los ciudadanos y empresas españoles, habrá que sumarle lo que se produce en España pero no lo consumimos o invertimos los ciudadanos o empresas españolas, es decir, la exportación. Y, al revés, a lo que consumimos o invertimos los españoles, habrá que restarles la parte de ello que no se ha producido en España, es decir, las importaciones. Así pues, la ecuación de más arriba debe completarse y quedaría:

PIB = C + I + Exportaciones – Importaciones = C + I + XN

Siendo XN el saldo neto de Exportaciones menos Importaciones españolas de productos y servicios. Esta ecuación sería completamente cierta si no existiese el estado. Pero no hay país sin estado y el estado se gasta dinero en comprar productos y servicios. Por lo tanto, habrá que sumar a la ecuación anterior el gasto público efectuado por el estado, tanto si se lo gasta en productos o servicios producidos en España como si lo hace en productos producidos en otros países. En este último caso, ese gasto que se ha sumado forma parte de las importaciones que son un restando. Por tanto, lo que se ha sumado indebidamente por un lado, se corrige inmediatamente por otro. Con esto, llegamos a lo que se conoce como la ecuación macroeconómica:

PIB = C + I + XN + G

Siendo G el gasto público realizado por el estado. Esta ecuación merece una pequeña reflexión.

Por un lado, parecería que si el estado aumenta su gasto, G, el PIB aumentaría en la parte de esa G que sean compras a empresas radicadas en España –ya se ha visto que si son compras a empresas que operan en otros países (importaciones), lo que se suma por el lado de G, se resta por el lado de XN–. Pero esta aumento es sólo aparente. Porque si el estado se gasta más dinero, tiene que obtenerlo a través de los impuestos con los que grava a los ciudadanos o empresas y si el estado se lleva parte del dinero de aquéllos y éstas, es evidente que ni los unos ni las otras podrán consumir o invertir lo que el estado se ha llevado. Con esto podría parecer que para el PIB da igual que se lo gaste el estado o lo inviertan las empresas o lo consuman los ciudadanos. Pero esto tampoco es verdad, porque lo que los ciudadanos españoles consumen y lo que las empresas invierten libremente, es lo que a ellos les viene mejor y, si se lo gastasen iría a parar a empresas competitivas y eficientes que satisfacen necesidades que la gente tiene y que con ese dinero podrían invertir y crear puestos de trabajo que, a su vez, permitirían aumentar el consumo. En cambio, el dinero que se gasta el estado con lo que ha sacado del bolsillo de ciudadanos y empresas, se lo gasta en lo que a él –el estado– o a los políticos que lo dirigen les parece mejor por motivos políticos, electoralistas, inconfesables o, simplemente, por ignorancia o estupidez. El estado no lo administran seres angélicos dotados de omnisciencia y rectitud de espíritu. Lo dirigen, muy a menudo, ignorantes, incompetentes y buscadores de votos o de ganancias de pescadores en río revuelto. Así que, de cara al PIB, presente y, sobre todo, futuro, no es lo mismo C o I que G, aunque la suma sea igual a corto plazo. Sin embargo, desde que un tal Keynes, de infausta memoria, empezó a enredar, se empezó a pensar que el estado podía gastar más sin sacar dinero a la fuerza del bolsillo de los ciudadanos o las empresas. ¿Cómo? Endeudándose. Pero ese dinero que le se le presta al estado para que se lo gaste, deja de estar disponible para el consumo, con lo que nos encontramos exactamente en la misma situación que antes. Y, también como antes, desaparece un dinero que se gastaría en cosas que merecen la pena ser producidas por empresas eficientes, para que se lo gaste el estado en lo que Dios –o el diablo– sabe qué. Además, como dice el refrán español, en el comer y en el rascar, todo es empezar y nada le gusta más a un político que tener dinero de otros para hacer con él lo que quiera. Así que una vez que se ha probado la deuda, cada vez se quiere más y más, hasta llegar a la espeluznante situación de endeudamiento actual. Pero, pensaba Keynes, ¿y si las empresas no quieren invertir y los ciudadanos no quieren consumir? ¿No es bueno entonces que ese gasto lo haga el estado, aunque saque el dinero del bolsillo de los ciudadanos, ya sea con impuestos o pidiéndoles prestado? La razón más importante por la que los ciudadanos no quieran consumir ni las empresas invertir, es la desconfianza. Y nada crea más desconfianza que el estado haciendo lo que le sale de las pistolas, que no suelen ser cosas útiles, con el dinero que obtiene vía impuestos o deuda disparatada. ¿No sería mejor tomar medidas que inspiren confianza o incentivar el consumo o la inversión disminuyendo los impuestos? Por supuesto que sería mejor. Pero, lo de tirar con pólvora del rey es una tentación que difícilmente pueden resistir los políticos en general y los socialdemócratas en particular. En definitiva, esa ecuación macroeconómica que parece de una límpida sencillez es en realidad complejísima, porque todos los elementos de la segunda parte de la ecuación (C, I, XN y G), están interrelacionados entre sí de forma sumamente compleja en la que entran, además, factores psicológicos y sociológicos que hacen que esas relaciones no sean expresables matemáticamente. Por si estas dificultades no fuesen suficientes, entran también en juego las manipulaciones estatales sobre los tipos de interés y los tipos de cambio de divisas, que terminan de hacer el problema intratable. Sin embargo, y a pesar de esa complejidad, hay una cosa clara. Cuanto menos enrede el estado para aumentar su gasto a costa de otros sumandos y cuanto menos juegue e aprendiz de brujo con la política monetaria y su intervención en el precio de la divisa, tanto mejor.

Para terminar con está breve “lección” sobre el PIB para quien no sabe, tengo que decir una última cosa. Hay otra manera, absolutamente equivalente, de estimar el PIB que enuncio sin entrar en detalles. El PIB es también la cantidad de sueldos, rentas de todo tipo (pago de intereses, dividendos, etc.) que ha pagado el sistema productivo de España. No creo que sea necesario demostrar esto. Si la gente puede comprar o invertir es porque ha tenido ingresos para poder hacerlo. Nadie da lo que no tiene.

Una vez hechas estas básicas consideraciones macroeconómicas, puedo entrar en lo que quería transmitir con estas líneas: La riqueza oculta y lo que no sale en el PIB.

Empiezo por preguntarme qué es riqueza anual (no acumulada). Mi riqueza no es el sueldo que gano. Es, en una primera aproximación que luego completaré, las cosas que he podido comprar con el sueldo que gano. Llamemos a esto riqueza comprada. También es riqueza comprada la parte del dinero que he ganado que, en vez de gastármelo he decidido, libremente, que prefiero tenerlo invertido. Sería también riqueza, a diferencia de lo que he dicho más arriba, el dinero que yo decidiese tener en forma de billetes debajo del colchón. Sería una riqueza estéril y antisocial que, como se ha visto más arriba no se incorporaría al PIB, pero que, para mí, si tuviese 10 millones de sería riqueza.

Así que, para mí –y si lo extrapolamos a todos los españoles, para los ciudadanos de España, la riqueza será:

Riqueza: Consumo (medido en precio de compra) + Ahorro = C + A

(Esto es lo que formalmente los economistas llaman Renta Disponible)

Pero es importante notar que en este consumo, como en el de la ecuación macroeconómica vista más arriba, está tanto el consumo que hago de cosas producidas en España, como el que hago de cosas producidas en cualquier otro país del mundo. Para llegar a la ecuación macroeconómica que nos lleva al PIB, ese consumo se corrige con el sumando XN para dejarlo reducido únicamente al consumo de productos y servicios producidos en España. Aquí no hay tal corrección. Si me compro un iPhone fabricado en Taiwan o Corea del Sur, es para mí tan riqueza como la mesa de comedor que me acabo de comprar, producida íntegramente en España con madera de España. Esto da un giro radical a la visión de las exportaciones y las importaciones.

Tradicionalmente se ha considerado bueno que un país exporte y malo que importe mercancías. Pero lo anterior nos muestra que para la riqueza de los españoles, las importaciones aumentan nuestra riqueza, ya que disfrutamos de un buen producto, se haya producido donde se haya producido. En cambio, las exportaciones son malas para nuestra riqueza, porque nos privan de un producto, aunque lo hayamos producido en España.

Este último párrafo requiere una aclaración para relativizarlo, porque la realidad es más sutil. La cantidad producida en España en un año, es decir, el PIB, puede verse también (ya lo hemos hecho más arriba) como el dinero que hemos ganado los españoles con nuestro trabajo o con las rentas de nuestros ahorros. Y para calcular el PIB, las exportaciones suman y las importaciones restan. Esta manera de verlo invierte la forma de ver la “bondad” o “maldad” de exportaciones e importaciones. Así que exportaciones e importaciones son conceptos ambiguos en cuanto a su “bondad” o “maldad”. Las tienen mezcladas en un grado que puede variar con las circunstancias. Y hay dos maneras de regular la mezcla óptima de “bondad” y/o “maldad” de una y otra. La primera es dejarle esta regulación al mercado. El mercado es libre y expresa la voluntad de los ciudadanos mejor que las urnas de una democracia. La otra es dejar al estado que lo regule. Cuando se ha hecho así, los estados han caído siempre en el proteccionismo, prohibiendo o gravando las importaciones y gastándose dinero público en subvencionar las exportaciones. Es decir, cayendo en el proteccionismo, bajo la idea de proteger a la industria nacional. Este argumento es maligno, ya que, bajo el paraguas de esa protección, se fomenta una industria caduca y anticompetitiva que priva a los españoles de buenos productos baratos producidos allí donde se produzcan y haciendo que, para que estas industrias caducas subsistan como zombis, se les den subsidios que impiden que se creen otras que serían competitivas y que serían capaces de exportar sus productos. En definitiva, ese proteccionismo es un desastre. Es evidente que en esta situación, y en otras muchas, el mercado se puede equivocar, pero si el estado, o sea, los políticos, intentan “arreglar” los errores del mercado, con toda seguridad empeorarán la situación. Así que mucho mejor que le dejemos al mercado que regule, con nuestra libertad, el grado de “bondad/maldad” de exportaciones/importaciones.

Todo lo anterior se refiere a lo que he llamado riqueza comprada. Es decir, valorando las cosas que he comprado al precio al que lo he hecho. Pero esto es totalmente inadecuado porque, si yo compro lo mismo que otro, pero a mejor precio, ¿me hace eso más pobre? Los números anteriores así lo dirían, pero es obvio que no es así. Paso ahora a definir la riqueza disfrutada como alternativa a la comprada.

¿Qué es la riqueza disfrutada? La riqueza disfrutada por un país es la suma de las disfrutadas por todos sus habitantes. Mi riqueza disfrutada, no son las cosas que yo he comprado o usado valoradas a su precio de adquisición. Mi riqueza –la haya producido quien la haya producido– es la satisfacción que yo obtenga con lo que he comprado, usado, consumido o ahorrado. Es, por tanto, un concepto subjetivo. Lo que a mí me produce una satisfacción de 10, a otro le puede producir otra de 6, siendo lo mismo y habiéndolo comprado los dos al mismo precio de mercado de, digamos, 5. Aquél para el que la satisfacción con un producto o servicio es de 4, nunca lo compraría por 5. Lo que ocurre es que traducir a dinero la satisfacción que me produce un producto o servicio que he comprado, es imposible, aunque a diario hagamos cientos de veces la comparación subjetiva entre lo que me cuesta un producto y la satisfacción que me produce y tomemos nuestras decisiones de comprar o no haciendo inconscientemente esta comparación. Por si alguno no está convencido, o no ve claro esto de que la riqueza es la satisfacción obtenida, voy a poner un ejemplo archiconocido por muchos.

Imaginemos una clase de 20 niños de 10 años. Un día, la profesora entra con una bolsa llena de determinadas baratijas y reparte 4 a cada niño, diciéndoles que no las pueden cambiar, que cada uno se tiene que conformar con lo que le ha tocado. A algunos niños les habrán tocado 4 baratijas que les encantan. A otros ninguna de las 4 le hace mucha ilusión. Pero a la mayoría cada baratija le hará una ilusión que irá entre parecerle una maravilla o una birria. Cada uno siente un nivel de ilusión con cada una de las baratijas que le ha tocado. Entonces, la profesora les dice que valoren entre 0 y 10 lo contentos que están con cada regalo. Imaginemos que la suma de las 80 notas que ponen los 20 alumnos es de 257, es decir, una media de 3,21 de satisfacción por baratija. Seguro que todos están mirando de reojo y con deseo a alguna de las baratijas del niño de al lado pensando lo que le habría gustado que ese regalo le hubiese tocado a él. Pero como no se pueden cambiar…

Entonces la profesora dice que durante la siguiente media hora, todos vean lo que les ha tocado a cada uno y que, si dos niños quieren libremente, pueden intercambiar los regalos todos con todos cuantas veces quieran. Como los seres humanos somos, afortunadamente, distintos en nuestros gustos, habrá muchos niños que estarán encantados de cambiar alguna o muchas baratijas con otros niños que tienen unas que a ellos les gustan más. Después de esa media hora, los niños se vuelven a sentar en sus sitios y la profesora les pide que vuelvan a valorar de 1 a 10 las baratijas que tienen ahora. No sabría decir cuál sería la nueva puntuación, pero es absolutamente seguro que sería bastante mayor de 257 y los niños estarían bastante más contentos. Las baratijas son exactamente las mismas antes que después, pero la valoración de las baratijas habrá subido y, si la alegría que refleja esa valoración es riqueza, los niños se sentirán más ricos que antes, aunque jamás lo expresen así. Este sencillo e intuitivo ejemplo sirve también para ver cuán tiránico es poner trabas al libre comercio. ¿Qué diríamos de una profesora prohibiese bajo castigo a los niños intercambiar juguetes o les cobrase un euro por cada cambio? Dejo a cada uno que piense lo que quiera sobre una harpía así.

Poniendo un ejemplo más a nuestra altura de adultos, a mí, Jeff Bezos (el fundador de Amazon), aunque no me haya pagado un duro de sueldo jamás, me ha hecho más rico, porque Amazon me da un servicio que me produce una enorme comodidad y me libera de unas pesadas gestiones para comprar unos zapatos a buen precio, lo que significa satisfacción y, por lo tanto, riqueza. Y lo mismo podría decir de Larry Page –de cuantos apuros me ha salvado Google Maps–, Bill Gates –tengo un Surface que me va de maravilla–, Mark Zuckerberg –qué sería de mí sin WhatsApp– o, más a la española, Amancio Ortega –ropa buena a buen precio– o Juan Roig –me encanta el tomate frito de Mercadona (pero, sobre todo, que haya diseñado unas bolsas para la fruta y la verdura contra las que no hay que pelearse para abrirlas. Desde que existen esas bolsas me encanta ir a la compra, o sea, que soy más rico. Pero la que es, sin duda, más rica, es mi mujer, a la que alivio un poco más de ir a la compra gracias a esas bolsas. Mi nivel de escaqueo ha disminuido notablemente). Y también lo puedo decir del BBVA que, aunque me ha pagado un buen sueldo como consejero durante 14 años, me ha hecho más rico también, como a cualquier otro cliente, por darme una app y unos cajeros automáticos que me permitan, sin tener que gastar horas en ir a la oficina, hacer en unos minutos todo tipo de operaciones financieras y ponga a mi disposición, si quiero usarlas, oportunidades de inversión ajustadas al riesgo que quiero asumir, informándome de todo ello.  O, para no irnos a la estratosfera, mi amigo Juan Moreno, que fabrica en Castilleja de la Cuesta, Sevilla, las deliciosas tortas de aceite Inés Rosales que me alegran de cuando en cuando el desayuno o el postre, o tantos millones de personas más que hacen cosas que me encantan. O los nietos de Carmen Valero, una mujer de Novelda, en Alicante, que en 1923, hace casi 100 años, cuando el pueblo no llegaba a 15.000 habitantes (hoy tiene 25.000), fundó la empresa “Carmencita”, que hoy dirigen sus nietos, y que me permite moler directamente en la mesa, pimienta multicolor que realza magníficamente el sabor de una buena carne a la plancha. Si, sin tener ni idea del precio de esos productos y servicios, tras probarlos, me preguntasen cuánto estaría dispuesto a pagar por ellos, estoy seguro de que diría un precio superior. Por eso me los compro. Me atrevo a decir que esto es así, incluso con la electricidad, que ahora está por las nubes. Lo que pasa es que no hay mayor anestésico que la costumbre.

Pero, claro, cuando una cosa que valoro en 10, tiene en la tienda un precio de 7, no digo al tendero que me la venda por 10. La compro por 7 y me quedo encantado. Pero esos 3 de diferencia, que no son riqueza comprada, sí que son riqueza disfrutada, y no me cabe la menor duda de que la segunda refleja mejor la riqueza que la primera. En el fondo, soy como un niño.

Por supuesto, la diferencia entre la riqueza disfrutada y la comprada es imposible de cuantificar. Por eso, nada más lejos de mi intención que postular que se incorpore en la medición del PIB. Pero que no se pueda cuantificar no significa que no exista. Más aún, dentro de la riqueza disfrutada caben cosas que ni siquiera pueden aparecer en el PIB comprado, porque no tienen precio, por más que puedan ser lo más importante de nuestra vida. Como, por ejemplo, la riqueza ética, o la religiosa (¿cuánto vale para mí ir a Misa y comulgar cada día, que es totalmente gratis?), o la emocional, o la cívica, o la familiar o… Dicho esto, afirmo categóricamente que el PIB real y mi riqueza real, es decir, la disfrutada, es mucho mayor de lo que dice el PIB calculado con el precio al que he comprado las cosas. Lo cual me lleva a una exclamación: ¡¡¡¡¡VIVA EL CAPITALISMO!!!!!. Porque, si bien es cierto que el capitalismo no puede crear esas riquezas sin precio, sí que siembra el sustrato material para que muchas de ellas sean posibles o, al menos, más factibles de conseguir[1]. Y si es cierto que la codicia y el resto de los pecados capitales van contra esas riquezas (e, indirectamente, sobre la que tiene precio también), no es el capitalismo el causante de los pecados capitales, sino que están en la naturaleza humana desde que el hombre es hombre o, si lo vemos desde la óptica cristiana, desde el pecado original.



[1] Si no estamos convencidos de ello, basta con comparar la lista de los países en los que esas cosas están más desarrolladas con la de los países con mayor PIB per capita (que son todos capitalistas). Se verá que la correspondencia es enorme. ¿Es casualidad? No lo creo. Entonces, debe haber algo que haga que esas riquezas sean también un subproducto del capitalismo. Podría explicar esas causas, pero se escaparía al objeto de estas páginas. Quizá la única de esas riquezas sin precio que no cumple esta norma sea la religión, pero eso es otra cuestión que requiere explicaciones distintas.

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