Quiero comentar un acontecimiento de esta semana. No me voy a referir, tal vez lo haga en otra ocasión al tema de la llamada “guerra híbrida” de Rusia y Ucrania (e indirectamente de Europa y EEUU). No, me voy a referir al tema, tratado en muchas tertulias televisivas demagógicas, de la devolución por parte de la Iglesia de propiedades que no son suyas. Para ello, adjunto foto de un magnífico artículo publicado por El Mundoayer, Viernes 28 de Enero, sobre ese tema. Yo no podría expresarlo mejor.
Pero sí quiero remontarme históricamente a acontecimientos anteriores. Me estoy refiriendo a las llamadas “desamortizaciones” realizadas a la Iglesia en el siglo XIX. Eufemismo, esto de “desamortizaciones”, que oculta la realidad: Expropiación injustificada y sin justiprecio, o sea, robo. La excusa de esas “desamortizaciones” se basaban en un término demagógico acuñado en la época (como tantos acuñados hoy por los medios de comunicación) de “manos muertas”. Se acusaba a la Iglesia de mantener improductivas sus posesiones. Y eso era algo absolutamente falso. Hace poco, en uno de mis recientes envíos, explicaba cómo la primera revolución industrial se había producido en la Edad Media y cómo, el motor de la misma, habían sido los monasterios católicos. Y desde entonces, la Iglesia seguía manteniendo productivas sus propiedades, bien directamente o bien a través de arrendamientos, justos y razonables, a pequeños agricultores o ganaderos.
La realidad fue mucho más cruda. El estado, que ya entonces era un monstruo de gastar el dinero ajeno en guerras y otras cosas, expolió a la Iglesia y subastó sus bienes para hacer cash para alimentar su voracidad (siempre, la voracidad del estado, sea cual sea). Y fue tras esas subastas, en las que la nobleza y la burguesía compraron esos bienes a precio de saldo, cuando vino el empobrecimiento cultural y económico. Inmensas riquezas culturales desaparecieron, bien porque simplemente fueron destruidas por incuria o bien porque pasaron a a ser propiedad de esa nobleza y burguesía. Y las tierras, compradas por cuatro perras, dejaron de arrendarse, los bosques se talaron y deforestaron de forma terrible, y la consecuencia fue la hambruna. Lo mismo había ocurrido siglos antes cuando los príncipes alemanes, en nombre de la reforma protestante, o la corona inglesa en el suyo propio, expoliaron los bienes de la Iglesia en su propio benedficio. El resultado fue hambre y miseria.
Tal vez lo que digo en estas líneas pueda ser complemento a lo que dice el artículo, que recomiendo leer.
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