1 de abril de 2022

El retrato de Tomás Alfaro

Nada más lejos de mi intención que hacer de estas líneas una especie de autosemblanza más o menos laudatoria de mí mismo. No tengo nada en contra de quienes lo han sabido hacer, siempre que lo hayan hecho bien. Me parece magnífico, por ejemplo, cómo lo hizo mi admirado Antonio Machado en su poesía Retrato, que no me contengo en copiar aquí como un homenaje al poeta, a pesar de ser sobradamente conocida por todos. 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar
[1].

 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

 

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

 

Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


Hay una gran cantidad de aspectos de este autorretrato de Antonio Macado en los que me veo, en cierta forma, reflejado. Efectivamente, jamás he sido un seductor Mañara ni un Bradomín[2]. Ciertamente hay en mis venas gotas de sangre jacobina. Pero, a decir verdad, me siento muy a gusto con ellas. Casi siempre consigo moderarla para que mi vida sea lo más ecuánime posible, pero un poco más divertida, y mi verso, bueno o malo, brote de manantial sereno. Tal vez así sea capaz de ser, en el buen sentido de la palabra, sea éste cual sea, bueno. Por supuesto, Desdeño con toda mi alma las romanzas de los tenores huecos, tan comunes hoy día y procuro hacerme el sordo al coro de los grillos que cantan a la luna. Sin duda intento distinguir las voces de los ecos, y escuchar especialmente, entre las voces, una, la de Dios. No paro de conversar con el hombre que siempre va conmigo, aunque a veces sea muy pesado y espero, ciertamente, hablar a Dios, la Palabra que siempre trato de escuchar, un día. Sí, a base de mi soliloquio con Él he aprendido un poco, sólo un poco, del secreto de la filantropía y, por qué no decirlo, de la caridad. Desde luego, a mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que le alimenta y el lecho en donde yago, lo que hace que, como no escribo tan bien como D. Antonio, todo lo que escribo sea a beneficio de inventario, ya que nadie me debe nada. Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, no sé si estaré suficientemente ligero de equipaje ni lo suficientemente desnudo como para que la Misericordia de mi interlocutor me suba a bordo. Espero que sí, aunque tenga que dejar todo, equipaje, traje que me cubra, la mansión que habite, pan que me alimente y lecho en donde yague, en el muelle.

 

Pero, me estoy desviando del propósito de estas líneas que tampoco es trazar un paralelismo entre esta excelente poesía de Machado y mi vida.

 

El título de estas páginas, “El retrato de Tomás Alfaro” lo que sí pretende es parafrasear el de la novela de Oscar Wilde “El retrato de Dorian Grey”. Parafrasearlo, eso sí, en antítesis. Dorian Grey, el protagonista de la novela de Wilde, era un personaje libertino e inmoral que había hecho un pacto con el diablo. Se había hecho un retrato que guardaba celosamente en el desván de su casa, lejos de las miradas de todos. El retrato, realizado cuando aún no había perdido su inocencia, le representaba con un aire que reflejaba esa inocencia que todavía tenía. El pacto consistía en que todas las acciones de su comportamiento miserable, sus bajezas y su perversidad, de la que no está ausente el asesinato, en vez de dejar su huella en su rostro –“la cara es el espejo del alma”, dicen, aunque no sea verdad– , se transferiría al retrato. Le garantizaba, además, la eterna juventud. Pasaron los años y Dorian Grey seguía con su rostro angelical que engañaba a todo el mundo, ganándose su confianza y con la fuerza y el encanto de la juventud. Y, mientras él perseveraba en su vida de vicio, eran los rasgos del retrato los que envejecían y se deformaban, transformándose en una imagen maligna y terrorífica. Pero Dorian, asqueado de su vida sube un día al desván de su casa y, con un cuchillo, intenta rasgar el cuadro. Sin embargo, la voluntad del cuadro se apodera de él y él mismo se asesta una puñalada en el corazón y muere mientras exhala un grito aterrador. Avisada la policía, llega al desván de Dorian y encuentra el cuadro original, con la cara angelical que representaba y, a su lado, un anciano decrépito, al que nadie conoce, con el rosto completamente arrugado con unos rasgos demoníacos.

 

Hasta aquí “El retrato de Dorian Gray”. Pues bien, yo pretendo, en mi soliloquio, que quiere ser oración y plática con este buen amigo, Dios, hacer un pacto con Él. Un pacto para que su Gracia me incline y me ayude a las buenas obras y la humildad. No me importa que le pueda pasar a mi rostro real en los años que me queden de vida. Las huellas del tiempo en la vida son muestras de su cumplimiento y la vejez, vivida con Dios, es una bendición. Pero sí me gustaría que, en el retrato de mi alma, visible sólo para mí, mi rostro se mantenga con el reflejo de la Belleza de mi Dios. Y, cuando muera, cuando llegue la hora del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, ese rostro que Dios haya formado dentro de mí me sirva de pasaporte para dejar, como decía más arriba, equipaje, traje que me cubra, mansión que habite, pan que me alimente y lecho en donde yague, y pueda así ser admitido a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

 

P. D. En próximos envíos mandaré dos cartas escritas por mí a Antonio Machado y a Oscar Wilde, publicadas en mi libro “Cartas a poetas muertos”, esperando que estén en el Paraíso y puedan leerlas desde allí y me sirvan de base de una agradable charla con ellos si un día la Misericordia de Dios me lleva, como espero, allí donde les sitúo a ellos por la misma razón.


[1] Por supuesto, cuando machado habla del nuevo cgay-trinar no se está refiendo para nada a la homosexualidad. El hacer sinónimo gay con homosexual es un eufemismo muy posterior a que Machado escribiese esta poesía. Gay –que en inglés significaba originalmente alegre, divertido, con un sentido de pícaro– fue utilizado por primera vez como sinónimo de homosexual por la propia comunidad homosexual de San Francisco en la década de los 60 del siglo pasado.Lo que nos dice Antonio Machado es que nadie busqiue en su poesía una alegría artificial.

[2] Miguel Mañara fue un sevillano del siglo XVII, que tuvo fama, que el mismo confesó, de ser un seductor. El marqués de Bradomín es un personaje mujeriego de ficción creado por D. Ramón María del Valle-Inclán, protagonista de su tetralogía “Sonatas”.

3 comentarios:

  1. No, bien pensado, no. No me disgusto, cierto, pero sé que nada es mío. Como dice san Pablo: "¿De qué puedes presumir si todo te ha sido dado? Así es que no, no presumo. Nunca he presumido de nada. Soy como soy. Todo es don. Todo es gracia. Y los dones talentos hay que hacerlos producir. Y eso hago, o intento hacer. Y, queriso Aeropag, si eso te hace pensar que me gusto, pues allá tú. Cada uno cree lo que quiere.

    Gracias por hacerme reflexionar.

    Tomás

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