La semana del 20 de Junio he estado en Colombia con la Fundación BBVA para las microfinanzas. Le entidad microfinanciera que la Fundación tiene en Colombia –la Fundación está en Perú, República Dominicana, Panamá y Chile, además de en Colombia– se llama Bancamía y me cabe el honor de ser uno de los fundadores de esta entidad.
Su actividad en la lucha contra la
pobreza en Colombia es impresionante. La actividad de Bancamía –y de todas las
entidades de la Fundación– se centra casi exclusivamente en personas que están
en situación de vulnerabilidad, pobreza y extrema pobreza, según se definen
esas categorías. Practica lo que hemos bautizado con el nombre de “finanzas productivas
y responsables”. Significa que todo lo que se hace es para que los
microempresarios desarrollen su negocio con eficiencia. No se dan microcréditos
para que la gente pobre se compre un televisor, que, al final, les sumiría más
en la pobreza. Contra lo que muchas personas piensan, los microcréditos son tan
solo una de las facetas de las microfinanzas. Por supuesto, Bancamía da microcréditos.
La mayoría de ellos a mujeres. Luego hablaré de algunos de ellos, tan sólo como
una ínfima muestra. El tamaño promedio de estos créditos es alrededor de 1.000€.
Pero hay otras muchas cosas que se pueden hacer y se hacen para ayudar a los microempresarios
a que ellos mismos salgan de la pobreza.
1. Micro ahorro. Cuando pensamos en
una persona que vive en la pobreza extrema con menos de 2,5$ al día, tendemos a
creer que cada día ingresa 2,5$. Nada más lejos de la realidad. Pueden pasar
muchos días en los que no ingresan absolutamente nada y, un día, dan el
“pelotazo” y tienen un ingreso de 40$. Si no tienen donde guardarlo (y, por
supuesto, no tienen cuenta corriente bancaria) pueden tener la tentación de
gastárselo de golpe o corren el riesgo de que se lo roben. Por lo tanto, es
vital para ellos que tengan un sistema de ahorro ágil en el que puedan
depositar y disponer de sus fondos en muy pequeñas cantidades y sin coste.
Bancamía les ofrece eso.
2. Micro seguros de muchos tipos,
como protección de sus cosechas, protección frente al asalto por vandalismo u
otras causas, etc. No voy ni siquiera a enumerar aquí todos los tipos de
seguros que se dan, pero hay uno que me ha impresionado y emocionado muy
especialmente. Se llama “Mi maternidad protegida” y se presta en alianza con Mapfre.
Es una manera de ayudar, mediante el pago de una cuota ínfima, a las mujeres
microempresarias durante lo que podría ser su “baja de maternidad” que, por
supuesto, no tienen. Comparto un vídeo sobre este micro seguro. Espero que
también emocione a quien lo vea como me emocionó a mí:
3. Formación en los rudimentos de
llevar el negocio (Educación financiera, en digitalización, en fortalecimiento
empresarial y en habilidades de empoderamiento). El siguiente vídeo da una idea
de cómo es esta formación.
https://facilitamossuprogreso.bancamia.com.co
4. De una manera general se les
acompaña en su negocio de forma personalizada, presencial y mediante medios digitales.
Para ello, Bancamía tiene una plantilla de asesores, armados de herramientas
digitales, que les visitan de forma regular y les resuelven los problemas que
puedan tener.
Como botón de la labor que hace
Bancamía –y centrándonos en los microcréditos–, traigo cuatro ejemplos de los
que he tenido oportunidad de ver esta semana más uno que no he visto sobre el
terreno, pero que me ha impresionado de forma muy especial.
Leyla y Rodolfo. Son un matrimonio
venezolano. Vinieron hace poco de su país huyendo de la miseria y de la
situación política. Bancamía procura prestar una especial atención a este
colectivo de más de dos millones de personas, que se encuentra a menudo en
situaciones terribles. Más adelante hablaré de ello. Cuando emigraron a
Colombia con una mano delante y otra detrás, pudieron a duras penas arreglar
una carreta desvencijada. Cada mañana iban a las 5 de la mañana al mercado
mayorista de frutas y verduras y compraban lo que creían que iban a vender ese
día. No podían comprar más, no tenían dinero. Luego, recorrían el paupérrimo
barrio en el que vivían, llevando la fruta en la carretilla y vendiéndola
puerta a puerta. Con lo que ganaban les daba exclusivamente para su
subsistencia, por lo que no podían de ninguna manera escalar su negocio. Pero
encontraron a Bancamía. Hace cuatro meses se les dio un microcrédito para que
pudieran comprar una cantidad mayor de frutas y verduras. Con esa mayor
cantidad pudieron arrendar un pequeño local en el barrio y ganar lo suficiente
para devolver el crédito poco a poco, vivir mejor y ahorrar algo de dinero.
Ahora sueñan con mudarse a un local algo más grande y ampliar el negocio. Y
Bancamía les acompañará en ese camino.
Sandra: El caso de Sandra es
impresionante. Actualmente tiene cincuenta y tantos años. Vivía en la zona más
selvática de Colombia, donde las guerrillas campaban por sus respetos. Cuando
tenía quince años, los guerrilleros mataron a su padre y ella y sus hermanos,
como millones de personas más, tuvieron que desplazarse a Bogotá, sin
absolutamente nada, huyendo del terror (uno de los focos de Bancamía, del que
luego hablaré es en de todos los que, de una u otra forma, se han visto hundidos
por la guerrilla). Sobrevivieron como pudieron. Se casó y le dijo a su marido
que quería tener tres hijos. Efectivamente, los tuvieron, pero cuando nació el
tercero, su marido la abandonó. Encontró a Bancamía hace veinte años, antes de
que ésta fuese la institución que hoy es, con la FMBBVA y la Corporación
Mundial de la Mujer de Colombia y Medellín como accionistas. Empezó entonces a
poner un pequeño negocio de lo que en Colombia se llama cacharrería, que viene
a ser como un chino, donde uno puede encontrar de todo, desde disfraces para
niños hasta hilo y aguja de coser. Poco a poco, siempre con el apoyo de
Bancamía, fue ampliando su local y su negocio. Hoy tiene un negocio en un local
largo y estrecho, diría que de tres metros de ancho por quince de profundidad,
atestado de mercancía perfectamente ordenada a lo largo del pasillo, con una
zona al fondo que le sirve de almacén. Sabe perfectamente todo lo que tiene con
los precios de cada uno de los miles de productos que vende. Sus hijos, a los
que ha educado espartanamente, están saliendo adelante magníficamente. La mayor
es ingeniero, el segundo trabaja como administrativo en una bodega grande de
Colombia y la pequeña está casada y tiene a su vez tres hijos. Vive
independientemente, pero madre e hija se ayudan siempre mutuamente. Cuando
habla de sus hijos se le ilumina la cara de alegría y orgullo. “Soy una mujer
con una vida plena”, dice. Y es verdad.
La pobreza y el sufrimiento son hoy
para ella sólo recuerdos que no le amargan la vida.
Irma y Miguel tienen, en una zona
rural de la sabana bogotana, un pequeño terreno con unas cuantas vacas, algunas
gallinas, conejos y una tiendecita en la que venden bebidas y otras cosas. Cada
mañana tienen que ir a segar unos prados cercanos –la hierba crece en
abundancia en la sabana bogotana– para dar de comer a las vacas, las ordeñan,
echan grano a las gallinas, se ocupan de que vacas, gallinas y conejos se
reproduzcan –tienen un toro, un gallo y conejos machos–. Entre los huevos, la
leche y la carne de conejo que venden, viven sin la amenaza de la pobreza, Todo
esto lo han ido consiguiendo poco a poco con la ayuda de Bancamía.
Carlos tiene, también en la sabana
bogotana, ocho hectáreas de terreno arrendado en los que planta patatas,
guisantes y maíz. Es agricultor, como su padre, desde los quince años. Tiene
cincuenta y es un hombre curtido y, tal vez un tanto envejecido por el duro
trabajo. Hasta hace diez años, que conoció a Bancamía, tenía sólo dos hectáreas
arrendadas en las que sólo podía tener un cultivo. Esto hacía que estuviese a
merced del precio de ese cultivo cuando llegaba la cosecha. Unos años ganaba y
otros perdía. En conjunto le daba para subsistir a duras penas y gracias. Pero cuando
conoció a Bancamía pudo tener capacidad para comprar más semillas,
fertilizantes, plaguicidas, etc. e ir arrendando poco a poco más hectáreas y,
de esta forma ir diversificando los cultivos para diversificar con ello el
riesgo de precios. Como he dicho más arriba, ya va por ocho hectáreas y
simultanea tres cultivos con distintas fechas de cosecha, lo que le permite aplanar
el calendario de ingresos, además de diversificar los riesgos. Cuando lo
necesita contrata a algunas personas para las faenas de siembra y cosecha.
Dejando estos cuatro casos, más
arriba he dicho que el colectivo de inmigrantes desde Venezuela y el de los
hundidos por la guerrilla son dos focos de actuación prioritaria de Bancamía.
Para atender a parte de estos colectivos Bancamía ha establecido un proyecto a
cinco años, ampliado a seis, llamado EMPROPAZ (EMprendimientos PROductivos para
la PAZ) en alianza con USAID (Agencia de los Estados Unidos para el desarrollo
internacional, y con dos ONG ’s colombianas, Corporación Mundial de la Mujer
Colombia (CMMC) y Corporación Mundial de la Mujer Medellín (CMMM). La primera
es una institución estatal colombiana y la segunda es un organismo de los EEUU que
aportan fondos, infraestructura y apoyo organizativo para llegar a estos dos colectivos.
Las dos Corporaciones Mundiales de la Mujer son también, como se ha dicho
anteriormente, socias de Bancamía. Del primer colectivo, el de los inmigrantes
venezolanos, quiero poner un emotivo vídeo de un matrimonio de maestros a los
que se ha ayudado con esta triple alianza:
El caso de la guerrilla, creo que
merece una somera explicación. Primero, hay que entender el componente
sociológico de la guerrilla colombiana. En 2016 habían pasado cincuenta y ocho
años de guerra sucia y asimétrica del Estado colombiano con diferentes grupos
guerrilleros y paramilitares de distinto signo, además de fuerzas de los
cárteles de la droga, que, a menudo, estaban también enfrentados entre sí en un
todos contra todos. Tras intensas negociaciones, en 2016, se firmó un acuerdo
de paz que pretendía poner fin al conflicto. No fue un acuerdo fácil. Sobre su
primera redacción se realizó un referéndum en el que gano el NO por menos de un
1%. Tras revisarlo para atender a las demandas de los que proponían el NO, sin
que se hiciese inaceptable para los distintos grupos armados, se firmó en
Noviembre de 2016. Aun así, muchos colombianos lo rechazaban porque no se creía
que el arrepentimiento de los guerrilleros fuese completo y sincero. Algunos
grupos guerrilleros no aceptaron el acuerdo y aun hoy día siguen activos. A mí,
en esas fechas, 2016, me parecía indignante que se pudiese hacer un acuerdo sin
ese arrepentimiento completo y sincero. Lo comparaba con el caso de ETA en
España. Pero estos dos casos de violencia y terror son totalmente diferentes y
creo que el asunto merece una aclaración. La guerrilla nació, se desarrolló y
arraigó principalmente en las zonas más profundas de la selva colombiana, donde
el estado no llega, hay un total vacío de poder y la pobreza es extrema y
generalizada. Las guerrillas “reclutaban” a la fuerza, como prisioneros, a los
jóvenes y niños de su zona de influencia. Muchos de estos desertaban en cuanto
tenían ocasión, a riesgo de su vida, tanto en el momento de desertar como
posteriormente si se quedaban allí. Por otro lado, una parte muy importante de
la población de la zona huía de allí y se desplazaba a los suburbios de las
grandes ciudades, sobre todo Bogotá, donde surgían arrabales sumidos en la
miseria. Algo absolutamente diferente a lo que ha sido ETA en España. Aquí,
jóvenes de clases acomodadas, que vivían en democracia (aunque el terrorismo de
ETA empezase en la época de Franco), ideologizados por el marxismo y el
independentismo, se dedicaban al terrorismo. Aunque la crueldad de uno y otro
tipo de terrorismo fuesen similares, las dimensiones eran absolutamente
incomparables. Según estadísticas fiables[1],
los muertos en el conflicto colombiano, entre 1958 en que comenzó, hasta 2012, ascendieron
a 220.000, de los que 177.000 fueron civiles. Hasta 2020, las víctimas,
mortales o no, ascendieron a 9 millones[2],
entre desaparecidas, amenazadas, desplazadas (como es
el caso de Sandra, de la que he hablado más arriba), secuestradas, víctimas de
actos terroristas, masacres, asesinatos, minas antipersona, torturas, reclutamiento forzado de menores de edad, violencia sexual, etc. (las palabras subrayadas son
vínculos donde, quien quiera, puede consultar). Estos datos nos pueden dar una
pálida idea de la magnitud inimaginable del conflicto. Ante un fenómeno así, las
ideas y criterios sobre las condiciones para acabar con esta barbarie, deben
ser cuidadosamente considerados y aprovechar cualquier posibilidad de frenarlo.
Pero si a las víctimas y terroristas, desde desertores hasta más o menos
arrepentidos, no se les da la oportunidad de vivir con dignidad económica, el
problema nunca se resolverá. De ahí que EMPROPAZ y USAID se involucren en
intentar conseguir que estas víctimas puedan encontrar un medio de vida digno.
Y, con ellos, Bancamía.
Pudiera pensarse que los cinco casos
expuestos más arriba son cinco gotas de agua sacadas del océano de la pobreza.
Ciertamente, el océano de la pobreza es inmenso y es difícil de desecar. Pero
la Fundación de Microfinanzas de BBVA no son esas cinco gotas de agua. Como se
ha dicho más arriba la Fundación opera, además de en Colombia, a través de Bancamía
en Colombia, en Perú, a través de Financiera Confianza, en República
Dominicana, a través del Banco ADOPEM, en Panamá, a través de Microserfin y en
Chile, a través de Fondo Esperanza. Actualmente trabaja con 2,8 millones de
clientes de los cuales, 900 mil lo son de crédito a los que se les tiene
concedido crédito por valor de 1,127 miles de millones €, de un valor promedio
de mil Euros. Si se acumulasen todos los clientes que ha tenido la Fundación a
lo largo de sus quince años de existencia y la cantidad de crédito acumulada
que se les ha dado, alcanzarían a los 6 millones clientes y un monto total
concedido de 17 mil millones de €. Los sistemas de medición de impacto creados
y utilizados por la FMBBVA indican que, tras dos años de trabajo con las
entidades de la Fundación, más o menos un tercio salen de la pobreza. Como
acabo de decir el océano de la pobreza es muy difícil de desecar, pero la labor
de la Fundación no es tan sólo cinco gotas retiradas de él. Es una labor
ingente y me siento muy orgulloso de haber podido aportar mi granito de arena a
esa misión que da algo más de sentido a mi vida.
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