4 de marzo de 2023

Sobre el pecado original

El pecado original es una de las cosas peor comprendidas y, seguramente, si existiese un baremo de valoración, peor valoradas, de las cuestiones de la fe cristiana. Y no es de extrañar, porque suena muy duro aquello de que por culpa de los primeros seres humanos, seamos mortales y nos veamos abocados a una vida que, siendo una maravilla, tiene también mucho de valle de lágrimas. Una vida en la que hay maldad, sufrimiento, en la que hay crueldades innombrables, opresión de unos seres humanos por otros, niños que mueren de cáncer, padres o madres de familia que mueren prematuramente dejando a sus hijos desprotegidos y un largo etc. de cosas terribles. ¿Cómo puede un Dios bueno permitir esto? Es una pregunta válida y muy difícil de responder. Por eso, me tengo que tentar la ropa antes de meterme a ello. Para ello tengo que remontarme hacia el pasado para ver qué otras respuestas se han dado en la historia antes de la revelación judeocristiana. Porque el problema del mal y el sufrimiento ha atormentado a todos los pensadores de todos los tiempos. 

Desde que el hombre empezó a forjarse ideas sobre el mundo, las miserias que veía en él le llevaron a pensar que el mundo material era algo malo, perverso, aunque también hubiese bien en él. No voy a enumerar cuáles han sido esas ideas ni que culturas las han creado. Simplemente constato el hecho. Para todas las culturas, el mal y el bien eran dos principios equivalentes, igual de poderosos, que estaban entremezclados en el mundo y que eran inseparables. Por lo tanto, el ser humano, que también participaba de esta dualidad, no tenía más remedio que resignarse a ella. El bien jamás vencería al mal, por mucho que millones de seres humanos lo anhelasen. Era lo que había y más valía aceptarlo con resignación. Tal vez de esta resignación surgiese algún consuelo.

Sin embargo, los filósofos griegos, Aristóteles especialmente, ya tenían un atisbo incompleto de que tal vez la cosa no fuese del todo así. Se habían dado cuenta de que el bien era algo que ERA, mientras que el mal NO ERA. Razonaban, y muy bien, que todo mal era la negación de un bien y que no podía pensarse en un mal sin pensar en el bien al que aquél negaba. Matar o morir es un mal porque la vida era un bien. Robar o perder el dinero en la bolsa es un mal porque tener bienes es, de ahí su nombre, un bien y el dinero es una forma de adquirir bienes. Pero, al revés, no se puede pensar algo que sea un mal en sí mismo, sin referencia a un bien que le da sustrato. La muerte es la negación de la vida, pero la vida no es la negación de la muerte. No hay simetría. Por supuesto, esto no hace menos doloroso el aguijón del mal, pero la idea estaba ahí. Pero la filosofía griega es posterior al relato del Génesis.

Así pues, por primera vez en la historia de la humanidad, en el relato de la creación del Génesis –primer libro de la revelación judeocristiana–, se dijo que el mundo material era intrínsecamente bueno. Efectivamente, tras cada acto de creación de Dios en el mundo, el Génesis nos dice: “Y vio Dios que era bueno”. Entonces, si eso es así, ¿de dónde vienen el mal y el sufrimiento? Cuando Dos creó al hombre –siempre según la revelación judeocristiana– no sólo dice que era bueno, sino, “muy bueno”. Y se nos dice, además, que lo creó a su imagen y semejanza. No está muy claro que pueda ser esa imagen y semejanza, pero si hay algo claro en ello, ese algo es la libertad. Por primera vez aparece en el mundo, con el ser humano, la libertad. Ni los seres inanimados son libres –solo responden a las leyes de la física– ni el resto de los seres vivos lo son –están condiconado por su instinto, grabado en sus genes. Un león no puede plantearse que quiere ser de mayor. No puede hacer otra cosa que las que hacen los leones desde que son leones. En los hombres esto no es así. Aunque también estamos, en cierto modo, condicionados por algunos instintos, desde pequeñitos nos empezamos a preguntar qué queremos ser de mayores, cómo actuar en cada situación que se nos presenta. Eso es la libertad y sólo el ser humano la tiene. La libertad puede ser una pesadísima carga, puesto que, como todos sabemos, la podemos usar para el mal. Entonces, ¿por qué Dios nos creó libres? Creo que porque la libertad es algo absolutamente imprescindible para poder amar. No se puede amar desde el condicionamiento instintivo. Y ser capaces de amar es, sin duda, otro rasgo de esa imagen y semejanza de Dios. Así, Dios creó al hombre libre y vio que, a pesar del riesgo de la libertad, era muy bueno. A su imagen y semejanza, era libre y, por lo tanto, tenía capacidad de amar, pero podía usar mal esa libertad. Y Dios, que no es un dictador, ni siquiera del bien, aceptó ese riesgo.

Conviene hacer aquí un paréntesis para hablar de cómo era ese hombre recién creado. No lo sabemos a ciencia cierta, pero muchas cosas en la revelación parecen indicar que éramos unos seres mucho más poderosos de lo que somos ahora. No necesitábamos trabajar o, si trabajábamos, era sin esfuerzo. Todo lo que hoy nos cuesta el sudor de nuestra frente, lo obteníamos sin esfuerzo. El salmo 8 nos dice:

Cuando veo el cielo, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas que tú formaste,

digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?

¿El ser humano para que de él te cuides?

Lo hiciste poco inferior a un dios,

lo coronaste de gloria y majestad,

lo hiciste señor de todas las cosas.

Todo lo pusiste bajo sus pies.

Es evidente que esos seres no somos nosotros ahora. ¿Somos señores de la luna y las estrellas? Evidentemente, no. Todo indica que teníamos unos poderes que ahora no tenemos. Poderes que podíamos utilizar en Nombre y por delegación de ese Dios que había creado la luna y las estrellas que nos había constituido en señores de ellas, poniéndolas bajo nuestros pies. Podíamos controlar las fuerzas de la naturaleza en su Nombre. Todas las fuerzas de la naturaleza, desde la degeneración celular, con la vejez, la enfermedad y la muerte como secuelas, hasta parar una riada o un alud que se despeñaba sobre la tierra. Todo. Pero en su Nombre. Él era el creador de esas fuerzas. A Él le obedecían. A esos primeros hombres les obedecían porque así se lo ordenaba su creador. Y, por supuesto, podíamos también controlar, en su Nombre, nuestras propias pulsiones. Pero TODO y SIEMPRE, en su nombre.

Y aquí entró en juego el riesgo de la libertad. El ser humano se ensoberbeció al ver de lo que era capaz de hacer y se olvidó de que no lo hacía por su propio poder. Se olvido o quiso olvidarse. La soberbia hizo su entrada en el mundo. Y pasó lo inevitable. Todo el diseño que sostenía el cosmos en un equilibrio en el que con un pequeño “joystick” se podía controlar, quedó descabalado en el mismo momento en el que el hombre se olvidó de quien era y se creyó igual a Dios. No fue un castigo. Simplemente, rompieron el “joystick”. Fue una ruptura de una copa de cristal que se cae al suelo. Y a partir de ahí entraron los dos tipos de males que hay en el mundo: el del mal uso de la libertad para hacer el mal y el de nuestra impotencia para controlar las fuerzas de la naturaleza, evitando la enfermedad, el dolor y la muerte. Dios podía habernos dicho algo así como: “Ahora que la has liado, que me has despreciado, arréglatelas tú solito”. Pero, desde el principio, en la sabiduría de que esto podía pasar, tenía un plan B. Y este plan B empezó a ejecutarse en el mismo momento de la caída. Efectivamente, en el momento siguiente a lo que ocurrió, Dios dijo al ser humano. “La has liado, pero lo vamos a arreglar juntos. Vamos a ir recogiendo los miles de trocitos de la copa y vamos a irlos pegando con paciencia hasta que esté reconstruida la copa. Lo tendrás que hacer tú, pero no sólo. No podrías. De la misma manera que no has podido mantener la copa en equilibrio sin mí, tampoco la podrás reconstruirla sin mí. Pero yo estaré contigo. Te daré los planos de la copa para que veas cómo es el puzle. Te cortarás al recoger y pegar los pedazos, pero yo me cortaré contigo. Te equivocarás, pero yo estaré ahí para enmendar tus errores. Siempre. Y la copa final será tan magnífica como la primera. Pero tú te tienes que mojar”. Por supuesto, la Biblia no usa estas palabras. Es mucho más lacónica. Lo dice de la siguiente manera, dirigiéndose al tentador, que era también un ser que se había ensoberbecido con un poder que no era suyo: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya. Ella te aplastará la cabeza, pero tú sólo la morderás en el tobillo”. Este pasaje se conoce como el protoevangelio.

Y, después, toda la Biblia, se rezuma de ella la esencia del mensaje separándola de los pellejos del hollejo. No hace más que repetir eso de una y otra manera, machaconamente, hasta la saciedad. Todo el Antiguo Testamento, la Ley y los Profetas de los judíos es una inmensa, inacabable y monótona aliteración del mismo mensaje de miles de formas distintas. Hay dos ejes repetidos hasta la saciedad. El primero es el eje de opuestos, rebelión-vuelta a Dios-perdón. El segundo es la promesa universal de salvación-anuncio de un salvador/mesías. Y, siempre, instrucciones de uso para la reconstrucción de la copa. Y, como ceñidor de todo, el amor de Dios a su creación. Amor persistente, resiliente a todo desprecio, a toda rebelión, a todo insulto, indestructible, fiel.

Y, tras ello, tras los miles de anuncios de ese salvador/mesías, éste viene. Y no viene como un rey poderoso que hiciese de Israel la gran potencia mundial, derrocando a Roma, como esperaban muchos judíos. Viene como un rey manso y humilde. Ese rey manso había sido anunciado por los profetas. No me resisto a poner aquí la profecía de Isaías, escrita en el siglo V a. de C:

“Mi siervo va a prosperar, crecerá y llegará muy alto. Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos. Los reyes se quedarán sin palabras al ver algo que no les habían contado y comprender algo que no habían oído.

¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de Yahvé?

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, pero sin ningún atractivo para que le deseemos.

Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y tuvimos en nada.

Sin embargo, el llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos.

Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y en sus llagas hemos sido curados.

Andábamos todos errantes, como ovejas sin pastor, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas.

Cuando era maltratado, se sometía y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo; lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados. Aunque no cometió crimen alguno, ni hubo engaño en su boca, el Señor lo quebrantó con sufrimientos.

Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá decendencia, prolongará sus días, y por medio de él tendrán éxito los planes del Señor.

Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas. Por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores, le daré un puesto de honor, un lugar entre los elegidos. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”.

Este pasaje se conoce como el cuarto poema (porque hay otros tres y porque está escrito en verso en hebreo) del siervo de Yahvé. Podría citar bastantes del estilo, pero ahorro esta lectura.

Y así, llegado el momento, de una virgen, también anunciada por Isaías, nació un niño que llegó a ser ese salvador, ese siervo sufriente en cuyas llagas hemos sido curados. No es que sufriese sus dolores y sus sufrimientos, que, desde luego, los sufrió, ¡y cómo! Es que sintió en sus carnes todos los dolores de toda la humanidad, todos los desprecios, todas las injusticias, todos los atropellos, todas las enfermedades, todos los cánceres, etc., etc., etc. Sin embargo, el llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos”. La prueba de que Dios no es un tirano vengativo es que Él mismo se ha hecho uno de nosotros para sufrir con nosotros lo que nosotros sufrimos. Tal vez, quien mejor ha expresado esto sea, aunque parezca extraño, Jean Paul Sartre. En su auto de Navidad “Barioná, el hijo del trueno”, escrito y representado en 1940, el campo de prisioneros de guerra alemán, en Tréveris, nos dice Sartre por boca de Baltasar[1], lo siguiente:

“Cada vez que un niño va a nacer, el Cristo nacerá en él y por él, eternamente, para ser golpeado con él por todos los dolores y para que escape, en el y por él, eternamente, de todos los dolores”.

¿Podría Dios haber llevado a cabo su obra salvadora sin este recorrido tan doloroso? No lo sé. Supongo que sí. Entonces, ¿por qué no lo hizo? Tampoco lo sé. Sin embargo, aunque no soy Dios ni puedo leer la mente de Dios, soy padre y puedo establecer un paralelismo. Si un hijo mío sin recursos cometiese una fechoría y tuviese que pagar una fianza para sacarle de la cárcel, se la pagaría. Pero, después, le haría que se lo currase hasta pagarme la fianza. No por la pasta, sino por su educación. Lo que no haría sería currar con él y cansarme con su trabajo. Así que debo concluir que Dios es mejor padre que yo porque, aunque no nos ahorra las penalidades, las sufre con nosotros y en nosotros. No digo que esas sean las intenciones de Dios, ya he dicho que no las conozco. Pero suena plausible con la conducta de un buen padre. Y no sólo eso. Al final, el premio que nos dará hará palidecer todos los dolores sufridos. Nos dice el libro de Apocalipsis: “Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y ya no habrá pena, ni luto, ni dolor, porque el recuerdo de este mundo ha pasado”. Y, también “hago nuevas todas las cosas”. Es decir, reescribirá la historia, grabando en nuestra memoria la que soñó para nosotros si no hubiésemos usado mal la libertad. Y borrará de nuestra memoria la sangrienta historia por la que estamos pasando. Mis padres me dijeron que de niño, casi un bebé, tuve una enfermedad que me hizo sufrir mucho. Pero ya no la recuerdo y, la verdad, no me importa. Algo así ocurrirá. Paro también podría ser para que seamos actores importantes en su historia de salvación en vez de ser meros comparsas. Insisto, no lo sé, pero…

En cualquier caso, el hecho de que el pecado original sea la explicación del mal en este mundo es una buena noticia. Porque la alternativa es la enunciada al principio: “Así son las cosas, el mal y el bien persistirán siempre, sólo cabe la resignación estéril. El sufrimiento no tiene ningún sentido”. Y eso sí que es una mala notica. El hecho de que el sufrimiento no sea un sinsentido y de que sea compartido por el mismísimo Dios, no le quita su agujón, pero lo hace esperanzador. Acabo con unas palabras al respecto de Benedicto XVI en una catequesis suya sobre el pecado original:

“… la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que, sin embargo, está rodeado de los misterios de la luz. El primer misterio de la luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Y por ello también el ser no es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por ello es bueno existir, es bueno vivir. Éste es el alegre anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Y por esto vivir es un bien, es algo bueno ser un hombre, una mujer, es buena la vida. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del mismo ser, no es igualmente originario. El mal no viene de una libertad creada, sino de una libertad abusada.

¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. […]. Queda como un misterio oscuro, de noche. Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Y por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. […] … si el mal procede solo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. […] Y finalmente, el último punto, el hombre no sólo se puede curar, está curado de hecho. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz[2]. Y este río está presente en la historia: vemos a los santos, los grandes santos, pero también los santos humildes, los simples fieles. Vemos que el río de luz que procede de Cristo está presente, es fuerte”.



[1] Aunque parezca increíble es estrictamente cierto. En 1940, los alemanes, que habían derrotado y hecho prisionero al ejército francés, creían que su victoria final estaba al alcance de la mano y que tendrían que estar en las mejores relaciones posibles con Francia. De ahí que se permitiera esta representación. Sartre conoció a unos capellanes castrenses, también prisioneros, y tomaron la decisión de que Sartre escribiera este auto y se representase en el campo. Si alguien quiere, le puedo mandar el texto en español, traducido por mí mismo. Más aún. El Domingo 18 de Diciembre, lo representaremos en la UFV. Si alguien está interesado en asistir, que me lo diga.

[2] No sé dónde leí hace años: Al misterio insondable del sufrimiento Dios responde con el misterio de la entrega voluntaria de Cristo.

2 comentarios:

  1. No sé muy bien cómo he acabado leyendo esta entrada…el Espíritu Santo sabrá…pero no solo me ha encantado de principio a fin, sino que además es justo lo que necesitaba leer en este momento. Y además, hasta acaba con palabras llenas de esperanza de mi querido y admirado Benedicto XVI. Muchísimas gracias, Tomás.

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    1. Pues ha debido de ser la Providencia. En cualquier caso, y sea como sea, me alegra enormemente que te haya llegado en el momento oportuno.

      Abrazo

      Tomás

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