18 de septiembre de 2007

Un universo de diseño

Este es el cuarto artículo de una serie: los tres anteriores son: 1º “Dios y la ciencia”, 2º “La creación” y “3º ¿Qué hay fuera del universo?”

Tomás Alfaro Drake

¿Puede la ciencia dar indicios –no demostraciones– de que hay una intencionalidad en la creación? Esta era la pregunta con la que terminaba el artículo anterior. Y la respuesta tiene consecuencias incalculables. Si es un sí, entonces la fuerza creadora del universo tiene que ser una fuerza personal, porque sólo las personas tienen intenciones. Veamos qué nos puede decir al respecto la ciencia actual. Se sabe que el “funcionamiento” del universo se rige por unas constantes, como la constante gravitatoria, la electrostática, la carga del electrón, la velocidad de la luz, la constante de Plank, etc. Todas ellas se han podido medir con enorme precisión a lo largo del siglo XX. Más aún, se ha llegado a calcular cómo hubiera sido el universo si alguna de ellas hubiera sido ligeramente diferente. Y ahora viene lo asombroso. La más mínima variación en el exquisito equilibrio que hay entre ellas, llevaría a un universo inviable. Universo inviable quiere decir que hubiese durado millonésimas de segundo hasta quedar convertido en un inmenso agujero negro, o que nunca hubiese pasado de ser la “sopa” de hidrógeno que fue en su principio, o muchas otras posibilidades más, todas ellas incompatibles con el hecho de que hoy haya mentes que se pregunten cómo es el universo.

Roger Penrose, Premio Nobel de Física, no cualquier charlatán, ha calculado qué probabilidad hay de que ese equilibrio se haya dado por casualidad. La respuesta es escalofriante. Sólo un
(10)^128
universo de cada 10 , salidos del sombrero del azar, sería viable. Para entendernos un poco mejor, si pusiésemos un 1 seguido de tantos 0’s como partículas elementales hay en todo el
(10)^128
universo, el número resultante sería insignificante comparado con 10 . Esto sólo admite una lectura sensata. Vivimos en un universo de diseño. Alguien –ahora sí Alguien, no algo– lo ha diseñado cuidadosísimamente –casi me atrevería a decir amororsísimamente, pero todavía es prematuro– para que “funcione”, para que sirva para algo. Cuál pueda ser esa finalidad, es cuestión sobre la que se pueden dar muchas vueltas y, sobre ella volveremos a lo largo de los siguientes artículos. Pero me parece de la máxima importancia intentar saber para qué ese Alguien, al que ahora sí me atrevo a llamar un Dios personal, ha hecho este inmenso universo en el que vivimos otros seres personales, únicos sobre la Tierra.

No creo que sea superfluo hacernos una idea de cuan inmenso es este universo. La ciencia ha llegado a estimar en 100 mil millones el número de galaxias que hay en él. Cada una de estas galaxias viene a contener unos 200 mil millones de estrellas. El número resultante es inimaginable: 20 mil millones de billones europeos. El universo observable mide, de un extremo a otro 15.000 millones de años luz. Y todo esto, ¿para qué? No lo sé, pero mientras investigamos para intentar barruntarlo, sí sé una cosa. Sólo un ser en la Tierra es capaz de asombrarse ante esta inmensidad. Por más que ahora nos intenten convencer de que los simios son como los seres humanos, no me imagino a un gorila pasmándose ante tanta grandiosidad. La capacidad de buscar la verdad y asombrarse ante ella. También sé otra cosa. El hombre es el único ser sobre la Tierra que cuando levanta la vista a un cielo estrellado, aunque no conozca estas cifras, siente un escalofrío. El escalofrío que se siente ante la belleza. También es el único que cuando encuentra una verdad quiere hacer a los demás partícipes de ella. La capacidad de hacer el bien, aunque haya quien haga el mal usando la verdad como un arma arrojadiza. El único ser sobre la Tierra al que se le presentan dilemas morales.

¿Puede haber otros seres en el universo que puedan tener esas capacidades? Abordaremos esta cuestión cuando lleguemos al final de nuestro recorrido. Pero estamos sólo al principio. Hace unas líneas he dicho que la única respuesta sensata a la inmensa improbabilidad de que el azar haya sacado la bola del universo viable del inmenso bombo de los universos posibles, era que fuese un universo de diseño y hubiese, por lo tanto, un Diseñador. Sin embargo, hay quien ha dado otras respuestas. Las analizaremos en el próximo artículo y en él sacaré a relucir la tijera de Occam de la que ya hablé en el primer artículo introductorio sobre “La ciencia y Dios”.

2 comentarios:

  1. Hola Tomás:
    Primera vez por acá, y me agradó tu blog, a ver si nos seguimos leyendo. Bendiciones.

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  2. Gracias a ti Cristian. Me alegro mque te haya gustado mi blog. Espero verte por el a menudo. Si tienes comentarios me lo dices y cambiamos impresiones.

    Un abrazo.

    Tomas

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