Tomás Alfaro Drake
Parece que estamos en temporada de autobuses ateos. Hace unos meses apareció el primero en Londres. Ahora, propagándose como las setas, han llegado a Barcelona y a Madrid. Entonces escribí una entrada en el blog que se titulaba “El autobús ateo de Richard Dawkins” y me centraba, sobre todo en la figura de este mal científico que busca la notoriedad, no en sus logros como tal, sino en sus opiniones antiteístas. Ahora queiro centrarme más en la campaña en sí.
Lo primero que quiero decir es que la campaña me parece fenomenal. Me trae a la cabeza una historia que aparece en el famoso libro de C.S. Lewis “Cartas del Diablo a su sobrino”. En un capítulo, el diablo novato escribe orgulloso a su tío, un diablo con el colmillo retorcido, y el dice triunfalmente: “He imbuido en la cabeza de mi cliente (así es como en esa obra los diablos llaman a las personas que les están encomendadas para perderlas) la idea de que Dios no existe”. A lo que le contesta el viejo diablo (ya se sabe, más sabe el diablo por viejo que por diablo): “Pues eres un idiota, porque esos bichitos tienen en su ser una inmensa sed por la verdad y cuando se ponen a pensar en Dios, si lo hacen rectamente, llegan a darse cuenta de su existencia. Lo que tienes que hacer es estar atento para, cuando tu cliente empiece a pensar en Dios, incluso si piensa que no existe, es hacer que suba la radio”. Afortunadamente, esta campaña actúa como el diablo inexperto y lo que conseguirá es que mucha gente llegue piense en Dios y llegue a la conclusión de que existe y de que la vida es mejor si existe que si no.
Dicho esto voy a la campaña. Parece que está promovida por una cierta “Asociación de Ateos y Librepensadores”. Y me sorprende que haya gente que tenga tiempo para perderlo en una asociación así. Yo no creo en la existencia de las sirenas, pero aunque hubiese millones de personas que sí creyesen en ellas, no se me ocurriría crear una “Asociación de Asirénidos Liberados”. Agruparse para negar una cosa que no existe me parece una tontería. Cabe la posibilidad de que la motivación sea una honda preocupación por la Verdad y que, magnánimamente, quieran redimirnos a los creyentes de nuestro craso error que nos lleva a una vida pobre, angustiada y triste. Pero sucede que, en la inmensa mayoría de los casos los antiteístas no creen que exista una cosa como la Verdad. Más bien opinan que la creencia en la Verdad es asunto de fundamentalistas fanáticos y que toda verdad es relativa y subjetiva. De hecho, por eso se consideran “librepensadores”, porque son libérrimos hasta para poder no aceptar la verdad. Pero ser libres para no aceptar la verdad no le hace a uno más libre, sino más necio. Naturalmente, ningún “librepensador” se considera libre de someterse a las verdades del tipo teorema de Pitágoras o similares. Pero sólo aceptan como verdades las de ese tipo, las que están silogísticamente probadas. Y la existencia de un Dios personal no lo está. Se consideran, a mucha honra, racionalistas. Pero el racionalismo y la racionalidad no son lo mismo y, muchas veces, pueden ser contradictorios. Pensar que sólo puede ser verdad aquello que nuestra razón –una pequeña chispa en medio del cosmos– pueda demostrar mediante silogismos, y que toda la verdad del cosmos pueda ser demostrada por esa razón es, obviamente, algo que va contra el más elemental sentido común, es, por tanto, irracional y, en vez de hacerte librepensador, te hace limitadopensador.
Pero dejemos esto de lado y vayamos al mensaje. “Probablemente Dios no existe”, dice la primera frase. En la larga serie de artículos sobre Dios y la ciencia que estoy publicando en este blog vengo mostrando racionalmente, que no demostrando, que, al revés de lo que dicen los autobuses ateos, muy, pero que muy probablemente, Dios sí exista. Desde luego, no sólo no demuestro que Dios exista, sino, ni siquiera que sea más probable que exista que que no. Pero, sin demostrarlo, doy más que sobradas razones para que sea más razonable creer en Él que no. Pero la fe en Dios la certidumbre de su existencia se sustenta en otros principios, racionales, que no racionalistas, de los que he hablado también en otros post de este blog. Y si somos racionales, ¿hay algo más importante para un ser humano que intentar tener lo más claro posible la respuesta a esa cuestión? En efecto, de ella –de que Dios exista o no y de cómo sea ese Dios si existiese– dependen totalmente las respuestas a las cuestiones que, desde que el hombre empezó a pensar en algo más que en comer y reproducirse, han preocupado al ser humano. ¿Qué soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué va a ser de mí? Tal vez sea de personas racionales y librepensadoras dar por zanjada la cuestión de Dios y su naturaleza con un probablemente, pero a mí no me lo parece. Me parece que es olvidarse de que somos hombres que pensamos, además de comer y reproducirnos. Lo que ocurre es que el lema de los autobuses oculta, para hacer pasar a sus promotores como gente tolerante, la verdadera creencia de los que promueven la campaña. Esa creencia es que Dios NO existe. Y eso es, les guste o no a los ateos, un acto de fe. Por lo tanto si un acto de fe hace que un hombre no sea librepensador, ellos tampoco lo son. Y la razón de fondo de ese acto de fe, es que no quieren que Dios exista, porque prefieren considerarse a ellos mismos como no sujetos a ninguna ley superior. Es decir, porque, desde luego inconscientemente la mayoría, quieren ser sus propios dioses. O más bien sus propios ídolos. Cierto que los cristianos también hacemos un acto de fe. Cierto que queremos que Dios exista. Pero es que el acto de fe del cristiano es porque ha tenido una experiencia positiva de contacto con el amor de Dios, con Cristo. Y para tener esta experiencia no es necesario ser un intelectual. “Te doy gracias Señor –exclama Cristo lleno de alegría– porque has revelado estas cosas a los de corazón sencillo –que no es lo mismo que simple– y se las has ocultado a los soberbios”. ¿Somos todos los cristianos que hemos tenido esa experiencia repetidamente unos alucinados? ¿Sí? Pues entonces son miles de millones los alucinados y, además, entre ellos esta mucha de la gente que más ha hecho por la humanidad desde hace 2000 años. Un acto de fe positivo es un acto de fe que se basa en una experiencia. Quien no la ha tenido puede decir que la experiencia es falsa. Pero el que la ha tenido cree en esa experiencia. Un acto de fe negativo, el del ateo, es un acto de fe en una no experiencia. Y un acto de fe que lleve a decir: “como yo no he tenido la experiencia del encuentro con el amor de Dios, ese Dios no existe” es un silogismo mal construido y, por tanto, irracional. Es decir, de los cristianos se puede decir que, por ese acto de fe, todos, los miles de millones de gente no sólo normal sino muchos extraordinarios, estamos chiflados, pero no que seamos irracionales. Sin embargo, no parece lógico que todos estemos chiflados, no lo parecemos. Vivimos, trabajamos, hacemos una vida normal, procuramos hacer el bien. Pero de un ateo que hace un acto de fe negativo se puede decir que es irracional.
Paso ahora a la segunda parte de la frase de los autobuses ateos que es, parece la consecuencia de la primera. Como Dios no existe, “deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Hay aquí una falacia que, al darse por hecha tácitamente, pretende pasar desapercibida. Es esta: Dios es un estorbo, un ser molesto que me quita la libertad para hacer lo que me da la gana y, por lo tanto, disfrutar de la vida. Esta manera de pensar es de un infantilismo ridículo. Imaginémonos que nos reunimos para jugar al ajedrez. Pero de repente, pensamos que qué falta de libertad y qué aburrido es que los peones tengan que mover como peones, los alfiles como alfiles, que haya que jugar por turnos, etc. ¡Qué reglas más frustrantes! Seamos libres, movamos las fichas como queramos y cuando queramos. Y, al cabo de un rato, ¡qué demonios! a alguien se le ocurre que por qué hay que mover las fichas dentro del tablero y dejar el tablero encima de la mesa. Podemos hacer una guerra de fichas y tableros arrojadizos con los que nos abramos la cabeza. Seguramente así pasaremos una velada más divertida que jugando una partida de ajedrez. ¿Seguro? Y lo mismo podría decirse de un partido de fútbol o de una velada poética. El profesor López Quintás, se encarga de desvelarnos que hay dos niveles de libertad: la libertad operativa y la libertad creativa. Desde luego, la segunda es superior a la primera. Si yo utilizo mi libertad operativa para quedarme todas las mañanas en la cama en vez de ir a trabajar, seguro que mi vida acaba en el desastre. Sin embargo, si me levanto todas las mañanas, cosa que no me pide el cuerpo, no sólo me gano la vida, sino que me relaciono con otras personas, afronto retos intelectuales, en definitiva, me desarrollo como ser humano. Pero la libertad creativa requiere SIEMPRE sacrificar VOLUNTARIAMENTE algo de la libertad operativa, imponiéndose unas reglas, para conseguir un BIEN SUPERIOR a los que pueden lograrse sólo con la libertad operativa. De forma que esas limitaciones no restan libertad de la buena, sino que la aumentan. Beethoven no hubiese podido escribir una sola línea de su grandiosa música si no se hubiese sometido a las leyes de la armonía.
Naturalmente, los ateos “librepensadores”, como toda persona sensata, se someten a reglas que limitan su libertad operativa en aras de lograr una mayor libertad creativa. Pero no admiten que esas reglas les vengan “impuestas” desde fuera. Otra vez, hay aquí una falacia. Primero porque sí que se someten a reglas impuestas desde fuera y segundo porque desconocen la esencia de los mandatos divinos, que son los que a ellos les producen rechazo. El Dios que creó el mudo y al hombre en él por amor, conoce nuestra naturaleza –la conoce mejor que nosotros, que solemos perdernos en nuestros laberintos internos con demasiada frecuencia– y promulga unas leyes que están de acuerdo con ella. En cambio nosotros, muchas veces perdidos en ese laberinto, podemos no ser capaces de darnos normas que nos convengan. Imaginemos un mundo de coches con motor de gasolina en el que sus conductores, ignorantes de ese hecho decidiesen llenar su depósito con gasóleo porque es más barato. Pueden hacer lo que quieran, pero sus coches se pararán. Y, resulta, que intentan convencer a los que echan gasolina de que no sean tontos, que usen su libertad para ahorrarse dinero echando gasóleo, como ellos. Naturalmente, no caeré en el simplismo de decir que todos los ateos son coches parados y que los creyentes coches que funcionan. Muchos creyentes echan gasóleo en sus motores y muchos ateos, a pesar de lo que digan, siguen normas de conducta éticas que tienen una base cristiana y que hace que su coche funcione y, muchas veces, mejor que los de los creyentes. Pero si tomamos el mundo en su conjunto, la verdad es que parece muy atascado de coches parados, de ateos o creyentes, porque no se respetan las normas éticas del cristianismo, las únicas en la historia que suenan a algo así como amarás a tus enemigos y harás el bien a los que te hacen el mal, etc... Pero, por supuesto, y esto es lo que parecen ignorar los que dicen no aceptar normas impuestas, las normas éticas cristianas, no son impuestas desde fuera. La razón puede llegar a ellas por dos caminos, el del razonamiento y el fenomenológico.
Por el razonamiento se puede llegar a descubrir que todas las leyes de Dios tienen una lógica interna que se ajusta a la verdad de qué es el hombre y a una lógica que nos pueden llevar a ellas. Ahora, si no se cree que exista la verdad... si no se cree en la existencia de la verdad, ¿a qué esta campaña de proselitismo ateo? Sin embargo, es impensable que todos los hombres sigan hasta el final el hilo de la búsqueda de la verdad y la reflexión para poner gasolina a sus coches. Y aunque lo hiciesen, cuando llegasen a esa conclusión, ya tendrían el coche en la cuneta. Por tanto, Dios ha revelado esas leyes a los hombres para que las conozcan antes de tener que llegar a ellas por razonamiento. Pero se puede, es posible. Los ateos no son distintos a los creyentes o agnósticos en esto. No hay un sólo hombre sobre la tierra que pueda esperar a razonar todas las reglas de comportamiento antes de actuar. Siempre se aceptan normas externas hasta las descubrimos en la verdad.
Fenomenológicamente, no hay más que ver a dónde han llevado los intentos de una sociedad sin un Dios padre de todos los hombres que funda su hermandad. El último ejemplo histórico lo presenta el nazismo, una ideología neopagana que postulaba la vuelta a los buenos y viejos dioses germánicos. Hoy en día, tenemos la lacra del aborto. No es este el sitio para razonar por qué el aborto va contra el más elemental sentido ético razonable, pero se puede hacer sin acudir ni por un instante a cuestiones de fe. Y si vivimos en un mundo en el que el desamor y la tristeza apagan a tantos jóvenes que han visto roto su hogar, es debido a que se ha echado por tierra la regla moral de la indisolubilidad del matrimonio por una libertad operativa de grado inferior. Y paradójicamente, esta falta de compromiso vital en el matrimonio que ha llevado a tantas roturas, ha hecho que los jóvenes tengan miedo a comprometerse, porque han visto a su alrededor demasiados compromisos “light” rotos, en vez del ejemplo de la fidelidad contra viento y marea.
En definitiva, el cristiano cree en Dios, tiene la certeza de su existencia y acepta sus leyes porque ha experimentado su amor a través de Cristo vivo con el que ha tenido, con el que tiene frecuentemente, encuentros de amor. Entonces, aunque todavía no todos hayan razonado el por qué de todas esas reglas de amor, las abrazan, las siguen con entusiasmo y con amor, aunque no sin sufrimiento a veces, renuncia libremente a una parte de su libertad de operación y recibe a cambio raudales de alegría, fuerza, sentido de la vida, cordialidad, cariño. Desarrolla un entorno lleno de personas que le quieren y a las que querer. Quita hierro a las cuestiones espinosas, perdona sin rencor. Y eso, le hace vivir una vida plena de felicidad, aunque no exenta de claroscuros y de lucha. Y cuando la vida le golpea, como hace indistintamente con ateos, agnósticos y creyentes, sabe que ese sufrimiento que no busca tiene un sentido. Y ese sentido hace su sufrimiento más llevadero hasta, incluso, poder ser soportado con alegría, porque llevamos con nosotros la maravillosa y dulce esperanza. Desde luego, hay muchos, tal vez demasiados, cristianos “sociológicos” que no pasan nunca de ver esas reglas como una pesada carga que llevan por la vida como un fardo, que no han experimentado ese encuentro de amor y que creen porque se lo han inculcado de pequeñitos, pero no es ese el auténtico rostro del cristianismo. Pero si la felicidad se pone en el no te preocupes, da igual que exista Dios o no, no intentes contestarte, haz lo que quieras, si, como parece desprenderse de la frase de los autobuses –que no creo que responda a lo que piensan muchos ateos pero que los promotores piensan que puede llegar a mucha gente–, la felicidad se siente sólo con la tripa, seguramente nos encontremos con el vacío, la náusea y el sinsentido en vez de con el disfrute de la vida.
Ahora bien, puede que los que promueven esta campaña lo hagan porque se están dando cuenta de que algo está pasando en la sociedad. Que el nihilismo y el relativismo están llevando a mucha gente a tocar fondo y a preguntarse seriamente por el sentido de la vida. Que cada vez hay más cristianos convencidos que viven intensamente su fe y que están “saliendo del armario” –Quijotes cuerdos, sanos y fuertes– para alumbrar al mundo con la Luz de Cristo y para que aquellos que quieran verla, no vivan ya en las tinieblas. Puede que detrás de esta campaña esté el miedo. El miedo a tener que cerrar con más fuerza sus ojos para no ver la luz y que su fe y su autoidolatría se tambalee.
18 de enero de 2009
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Excelente post, Tomás. Recibe mi felicitación
ResponderEliminarMe ha encantado, los asirenidos unidos, osea nosotros en "Alicia en el País de la Maravillas", tenemos la certeza de DIOS SI EXISTE.
ResponderEliminarQuerido Tomás,
ResponderEliminarGracias por tus reflexiones, me gustaría ahora lanzarte algunas preguntas (aunque soy consciente de que a los que hemos tenido la experiencia del encuentro con Cristo Resucitado hay cosas que no nos entran en la cabeza):
- ¿Alguien me puede explicar qué tiene de malo creer en un Dios Amor, que nos ha creado libres y llamados a la plenitud? Parece como si Dios fuera un monstruo, cuando en realidad es Padre (quizá es que en el mundo de hoy la imagen de padre sea tan desastrosa que esto ya no valga).
- ¿Qué sentido tiene dedicar una vida entera a atacar algo en lo que no se cree por opción personal y en lo que otros creen por opción personal y que no les afecta? Creo que el hombre de hoy está tan equivocado que se da cuenta de ello pero no le gusta que alguien pueda darse cuenta, quiere que todo el mundo esté equivocado para así calmar la conciencia.
- ¿Qué hay de bueno en el aborto para que tanta gente lo defienda? Me encantaría que alguien hiciera un estudio sobre ello que no se basara en el puro egoísmo de los hombres.
- ¿Qué hay de bueno en el divorcio para que tanta gente lo defienda? Creo que los que pasan por él, si no están destrozados por dentro es también por una cuestión de egoísmo humano, dejando a un lado los hijos que también lo sufren y les marcará de por vida por muy civilizado que sea dicho divorcio.
- ¿Que hay de bueno en la eutanasia obviando el puro egoísmo humano? En países como Holanda los viejitos acuden a hospitales alemanes y austriacos huyendo de las decisiones de los médicos holandeses que pueden decidir si los exterminan.
En fin, las preguntas serían incontables. ¿Qué tipo de sociedad estamos haciendo cuando gastamos tiempo y dinero en defender la eliminación de los débiles por puro egoísmo sin entrar a analizar las bondades de las decisiones que tomamos salvo "porque me conviene y no quiero complicarme la vida"?.
Dios mío! Estamos locos ¿no? Pero claro, para llegar a esto primero hemos matado a Dios, porque molesta, y ahora hay que evitar que nadie se plantee su existencia, no vaya a ser que vuelva la cordura.
Un abrazo y que Dios te bendiga,
Isabel Warleta
Hola Isabel, soy Tmás: Me temo que lo quepreguntas no tiene respuesta. El mal es un misterio que a mí también se me hace custa arriba tragar, pero teemos la seguridad de que la victoria final será de nuestro Dios. Como le decía Tolkien a su hijo en una carta: “Ningún hombre puede jamás saber lo que está acaeciendo sub specie aeternitatis (en el plano de la eternidad). Todo lo que sabemos, y en gran medida por experiencia directa, es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él. Así es en general y así es también en nuestras propias vidas [...]. Y aunque necesitamos todo nuestro coraje y nuestras agallas [...] y toda nuestra fe religiosa para enfrentar el mal que pueda acontecernos [...], aún podemos rezar y tener esperanza”. Así es que con todas nuestras agallas y con toda nuestra fe religisa, recemos con la absoluta seguridad deque al final, la victoria es de nuestro Dios y el mal será vencido en el bien.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tomás.