Tomas Alfaro Drake
Este es el 35º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia”, “¿Cuántas Evas hubo?”, “El lado oscuro de la inteligencia”, “Regalos añadidos a la inteligencia”, “La posibilidad de la libertad I”, “La posibilidad de la libertad II”, “¿Cómo acabará todo? I” y “Cómo acabará todo II”.
Llegados a este punto la gran pregunta sería, ¿por qué el Diseñador ha diseñado y realizado este grandioso experimento del universo? ¿Para hacer una pirueta entre el Big Bang y el frío y oscuro devenir de los siglos? Y, ¿qué pintaría en ese experimento este animal con un don que le permite hacerse preguntas sobre el mismo universo en su totalidad y sobre el propio Diseñador? La verdad es que no deja de ser extraño que el Diseñador se tome tantas molestias –todo un universo como el que hemos visto– para hacer un ser “artificial[1]” como el hombre. Porque parece como si todo el devenir del universo desde el Big-Bang hasta hace 30.000 años hubiese sido un largo trámite de construcción de la fábrica del ser humano, acopio de materiales y montaje del hombre, y todo el tiempo posterior, en el que estamos, como el periodo de juego de un largo partido en el que el hombre tuviese algo que ganar, liberado como está, en cierta medida, por su libertad, del devenir de las fuerzas físicas. ¡Nada menos que todo un universo aparentemente inútil para eso! Nadie se toma tantas molestias por nada. ¿Por qué lo hizo el Diseñador? Es una vieja pregunta. Aristóteles llegó a la necesidad de una causa primera, un motor inmóvil que justificase la existencia del cosmos. Pero fracasó al preguntarse por la razón de la causa primera para hacer semejante cosa. Esta sinrazón descorazonaba a una mente como la suya. Santo Tomás nos dice: “Qué angustias no sufrieron de una y otra parte aquellos preclaros ingenios”. Aristóteles se hubiese alegrado de caer en la cuenta de esa razón: El amor. El Diseñador, Dios, tiene amor. Pero si es la causa primera de todo y tiene amor, tiene que ser amor. Aristóteles, que no supo encontrar en el amor la razón de la causa primera para causar, la premisa mayor de todo silogismo, el Logos que diese sentido al universo, sí supo descubrir la Verdad, la Bondad y la Belleza como atributos trascendentes del ser. Pero Dios no podría ser amor si fuese un ser solitario, aunque sea un ser personal. El amor es relación, implica la existencia de varias personas. El amor requiere la Trinidad, el mínimo común múltiplo de dos personas y una relación personificada, sin pérdida de la Unidad, atributo trascendente del ser. Para ser Creador, Dios tiene que ser eso que alguien llamó el palpitar del flujo de las Personas y el reflujo de la Unidad en una eterna marea. Y la creación, algo así como el poso de esas mareas. Esto no lo sabemos por la filosofía sino por la Revelación, pero cuadra tan bien como un balance bien hecho. Tan bien que la filosofía cobra sentido a su luz. Tan bien que sólo esto puede ser la premisa mayor de cualquier cadena de silogismos que tengan sentido. Dios quiso crear al hombre, con su inteligencia, gratuitamente, por amor. No cabe otra solución sensata al jeroglífico. Ese es el por qué. ¿Y el para qué?
La respuesta casi cae por su peso. Para que ese ser humano, al que creó por amor, fuese feliz buscándole, encontrándole, conociéndole, amándole y uniéndose a Él por ese amor. Para esto le regaló la inteligencia que implica la capacidad de buscar la Verdad, la Bondad y la Belleza. Pero la inteligencia, sin libertad es inútil, como la libertad, sin inteligencia, es errática. Y ambas, inteligencia y libertad, sin voluntad, son impotentes. Por eso, ese Dios creó el universo por amor, para poner en él al ser humano, al que regaló la inteligencia y dotó también de libertad y voluntad. Una inteligencia mucho más potente de la necesaria para la mera supervivencia. Una inteligencia trascendente, única en la creación, capaz de asomarse fuera de los límites del universo. Una inteligencia capaz de descubrir la Verdad, hacer el Bien y contemplar la Belleza. Una inteligencia capaz, a su vez, de amar, de devolverle ese amor. Amor con amor se paga. Aunque el pago de nuestro amor sea insignificante al lado del suyo.
[1] Copio la nota al pie de un artículo anterior respecto al uso de esta palabra. La palabra artificial viene de “artificio” –“hacer con ingenio”, ya que arte se refiere en este caso a algo ingenioso, como las artes de pesca, por ejemplo–. Generalmente se identifica con algo hecho por el hombre. Aquí lo empleo en el sentido de artificio hecho por el Diseñador. El hombre es un ser “artificial”, es decir, hecho por Dios con ingenio.
29 de marzo de 2009
22 de marzo de 2009
Las burdas tergiversaciones del las palabras del Papa
Tomás Alfaro Drake
Hay leyes, como la de Murphy, que no fallan. Nadie sabe muy bien por qué, pero se cumplen inexorablemente. “Si algo puede torcerse, se torcerá siempre y, además, en el momento más inoportuno”. Me voy a atrever a enunciar una de esas leyes y la llamaré ley de la tergiversación: “Siempre que leas en el periódico una noticia de la que tú sabes aunque sea un poco, te darás cuenta de que es inexacta, simplista y está tergiversada”. El mayor peso de esta tergiversación es pura ignorancia. Pero si además, esa noticia se refiere al Papa o a cualquier otra persona o actividad que tenga relación con la Iglesia católica, entonces, la ley se cumple en grado superlativo, casi esperpéntico y a la ignorancia suele sumarse la mala fe. Pero lo peor de esta ley, sobre todo si se refiere a la Iglesia católica, es que la prensa goza de una credibilidad y un prestigio más allá de cualquier límite razonable, llegando a hacer dudar, incluso, a muchas personas que se supone que deberían saber algo de lo que se está hablando. En concreto, si el caso atañe a la Iglesia católica, muchos católicos se apresuran a escandalizarse por lo que dice la prensa sin tomarse la más mínima molestia de saber la verdad de lo dicho o hecho.
Sirva de ejemplo de esta ley de la tergiversación aplicada a la Iglesia el reciente tratamiento de la prensa de unas palabras del Papa sobre el preservativo, en su viaje a África. Todos hemos leído, no importa en qué diario de qué país, que el Papa ha dicho que el preservativo agrava el problema del sida en África. A título de ejemplo cito el titular de “El Mundo” del miércoles 18 de Marzo: El Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida”. Me parece relevante señalar que en el titular aparecen las comillas que yo he puesto, dando a entender que eso era una frase textual del Papa. Naturalmente la progresía española, junto con nuestro gobierno y el de algunos otros países europeos, han criticado duramente estas palabras. Pero lo peor es que muchos católicos se han rasgado también las vestiduras, escandalizados.
La pregunta clave para dejar clara la ley de la tergiversación en este caso es. ¿Qué ha dicho de verdad el Papa? En la era de la información en la que se supone que vivimos, al menos para lo que nos interesa, esto es muy fácil de saber: pone uno zenit en google y, la primera entrada que aparece es la de la agencia de noticias del Vaticano, que lleva ese nombre. Ahí está todo. Literalmente. ¡Enorme molestia para conocer la verdad! Pero como yo ya lo he hecho, lo cuento y lo trascribo. En una rueda de prensa en el avión que llevaba al Papa a Camerún, el periodista Philippe Visseyrias de la cadena de televisión francesa France 2, hace una pregunta al Papa y éste le responde:
Pregunta: Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del Sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje? Querido Santo Padre, ¿le sería posible responder en francés a esta pregunta?
Papa: Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema[1]. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.
Sacar de aquí un titular diciendo que el Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida” es, en el mejor de los casos, un simplismo estúpido y en el peor una tergiversación malintencionada. La Iglesia, lo que dice es que la solución al sida no pasa sólo por la entrega indiscriminada de preservativos. La Iglesia dice que la solución empieza, primero, por el ejercicio de la caridad y, segundo, por una redefinición de lo que es una conducta sexual sana. Lo segundo –de lo primero hablaré en unas líneas– es el archiconocido método ABC que significa Abstinencia, Fidelidad (nunca he sabido cómo la inicial B en inglés acaba en Fidelidad, pero eso significa) y Condón. De hecho, este método ABC es el que se ha seguido en varios países de África que, casualmente, son los que más éxito han tenido en la lucha contra la propagación del sida. Porque ocurre que la propagación del sida se parece a un quebrado que tiene por numerador la promiscuidad sexual y por denominador la seguridad del sexo. Claro que el uso del preservativo hace el sexo más seguro, pero no totalmente seguro. Si el mensaje público anima a la promiscuidad sexual pero, eso sí, recomendando, el preservativo, seguramente aumente muchísimo más el numerador que el denominador y genere, como consecuencia, más sida. Porque aún usándolo correctamente, el preservativo no anula totalmente el riesgo de contagio. No anula totalmente el riesgo de embarazo, en el que se trata de “filtrar” un espermatozoide, cuanto menos el del sida en el que lo que se trata de “filtrar” es un minúsculo virus. Más aún, ¿quien puede asegurar que un hombre o una mujer, africanos o europeos, sin ningún freno sexual, se pondrá el preservativo que le dieron hace una semana, como si fuese un chicle, en un ambulatorio al que le llevaron más o menos sin saber a qué? Y si le dieron diez, ¿se parará la decimoprimera vez porque se le han acabado? ¿Quién en su sano juicio se puede imaginar una campaña de seguridad vial en la que se dijese: “Viaja a 200 Km/h, pero, ponte el cinturón de seguridad”? La Iglesia no puede por menos que decir que hay que disminuir el numerador. Y no sólo para luchar contra el sida, sino por una cuestión de sano comportamiento sexual, como diré más adelante. Hace unos años Monseñor González Camino, a la sazón portavoz de la Conferencia Episcopal Española, hizo unas declaraciones intentando aclarar la C en tercer lugar y la prensa, con su simplismo y mala intención habitual es éstos temas, haciendo buena la ley de la tergiversación, propagó, con gran alarde de ineptitud, que la Iglesia rectificaba y daba luz verde al preservativo como forma de lucha contra el sida.
Por si a alguien esta comparación del numerador y el denominador, que me parece de sentido común, le parece traída por los pelos, ahí van algunas opiniones de uno de los mayores expertos sobre la propagación del sida, el director del Proyecto de Investigación de Prevención del Sida’ de Harvard, Edward Green[2]: “El Papa tiene razón. Nuestros mejores estudios muestran una relación consistente entre una mayor disponibilidad de preservativos y una mayor (no menor) tasa de contagios de Sida. Las evidencias que tenemos apoyan sus comentarios”. [...] No podemos asociar mayor uso de preservativos con una menor tasa de sida”. [...] “Cuando se usa alguna tecnología para reducir un riesgo, como el preservativo, a menudo se pierden los beneficios asumiendo un mayor riesgo que si uno no usara esa tecnología”. [...] “También me di cuenta de que el Papa dijo que la monogamia era la mejor respuesta al Sida en África. Nuestras investigaciones muestran que la reducción del número de parejas sexuales es el más importante cambio de comportamiento asociado a la reducción de las tasas de contagio del sida”. [...] “Sin embargo, los programas patrocinados por los más importantes donantes no han promovido la monogamia, ni siquiera la reducción de diferentes parejas. Es difícil entender por qué. Imagínense que se pusieran sobre la mesa 15 millones de dólares para luchar contra el cáncer de pulmón. Sin duda tendríamos que estudiar el comportamiento de los fumadores: consejos para dejar de fumar, o al menos reducir los cigarrillos al día".
Green sostiene que “el modelo en la lucha contra el sida sigue siendo el ugandés, donde el Gobierno adoptó en los años 80 un programa que decía “quédate con tu pareja o sé fiel”. "Allí los programas han intentado modificar los comportamientos sexuales a un nivel más profundo".
Por otra parte, esa conducta de disminuir el numerador es la que aconsejaría a su hijo cualquier padre o madre sensatos (aunque cada vez existen menos, por lo que parece), incluso aunque no existiese el sida. Si a mí un hijo me dijese que se iba a acostar con todo lo que se mueve, no se me ocurriría, salvo que me importase tres pimientos, darle una palmadita en el hombro y decirle: “qué bien hijo mío, cómo me gusta tu conducta, claro, disfruta de la promiscuidad sexual, pero ponte el preservativo”. Más bien le intentaría convencer de que el sexo no es un juguete, de que es algo maravilloso que debe estar al servicio del amor, de que el amor no es un sólo un sentimiento que hay que satisfacer sexualmente de forma inmediata, sino un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer para luchar por sacar adelante una familia sana, en el que el sentimiento y la sexualidad están al servicio de ese proyecto de amor. Y esto se lo diría aunque no existiese el sida. Si, a pesar de todo no me hiciese caso y decidiese seguir con su estúpida conducta, le diría que se pusiese un preservativo. Digo expresamente la palabra estúpida por una reflexión que nace de la mejor frase que he leído sobre la relación entre sexo y amor. La leí en la novela de Isabel Allende “El plan infinito”. Dice: “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. ¿Como se podría calificar la conducta de alguien que jugase al tenis con un stradivarius en vez de usarlo para hacer música? A buen seguro perdería el partido y destrozaría el violín. Sería un comportamiento realmente estúpido. Y estas reflexiones se las haría a mi hijo por una sola razón. Porque le quiero. Pero si mi hijo me importase tres pimientos, le diría que hiciese lo que le diese la gana. A lo peor, hasta le daba unos euros para que se comprase un preservativo. Si alguien juzgase mi conducta de padre, creo que con la primera me ganaría, al menos el notable. Con la segunda, un suspenso vergonzante. La primera es la conducta de la Iglesia. La segunda es la muy progresista conducta de ciertos gobiernos europeos, con el español a la cabeza. Y no deja de ser irónico que los segundos pretendan suspender y dar lecciones a la primera, como lo muestra el hecho de que el secretario general del Ministerio de Sanidad, José Martínez Olmos, haya pedido al Papa que entone el ‘mea culpa’ porque “está dando un mensaje contrario a la evidencia científica”.
Y llegamos a la caridad. Cualquiera puede hacer la prueba, en Madrid o en el África subsahariana. Si se mira quien atiende desinteresadamente a los enfermos de sida, en especial a los más marginados, en cualquier parte del mundo, entregando su vida entera a ello, encontrará a personas que no sólo son católicas –y generalmente religiosos–, sino que hacen lo que hacen, precisamente por serlo. Les cuidan porque les quieren. Les quieren porque ven en ellos a Cristo doliente. Tienen fuerza para gastar toda su vida en ellos porque el mismo Cristo se la da a través de los sacramentos de su Iglesia. Y precisamente porque les quieren les dicen que la promiscuidad no es buena, que la fidelidad a su pareja sí lo es, que la dignidad humana y el uso humano del sexo no va por ese camino. Y es posible que, si no les hacen caso, les acaben dando un preservativo, porque, al fin y al cabo, ponerse un trozo de goma en un miembro del cuerpo, no es en sí ni bueno ni malo. El mal moral no está en eso, sino en todo lo anterior. Y eso es lo que la Iglesia trata de corregir con amor. Sé que hay mucha gente que dice que esto es una utopía, pero pregunto. Si la ingente cantidad de dinero que se ha empleado en la estúpida campaña de póntelo, pónselo, se hubiese empleado en una sana educación sexual, ¿no hubiesen cambiado muchas cosas? ¿No se lucha por una mayor prudencia en las carreteras? ¿No se hacen campañas contra el tabaco, el alcohol o la droga? ¿No se intenta poner coto por todos los medios a la violencia machista? ¿Por qué entonces se abandona la lucha contra una conducta sexual que va contra la dignidad humana y ayuda a la propagación del sida? Por dos motivos, porque se piensa que quita votos y porque para promoverla hacen falta códigos morales serios en vez de en eslóganes progres, demagógicos y taquilleros. Algo de lo que parece que anda escasa la clase política en general, más preocupada por el electoralismo que por el desarrollo de ciudadanos con criterio. De aquí que hayamos llegado al más ramplón relativismo del haz lo que quieras y a la falta de criterio por parte de la gente. Lo primero, se piensa que da votos. De la misma manera que un padre demagogo cree que va a conseguir el cariño de su hijo dejándole hacer lo que le de la gana. Craso error. Al final, lo que se consigue es cultivar violencia, pasotismo y desilusión. Una gran herencia. Lo segundo, se piensa que da ciudadanos más fáciles de dirigir. Y es verdad, pero también ciudadanos más incapaces, con menos iniciativa para todo y, al final, miseria. Pero sobre todo, esto genera un peligroso caldo de cultivo para el advenimiento de dictaduras que degradan al hombre. Quizá el siglo XXI haga bueno al XX. Afortunadamente, la Iglesia no tiene que ganar votos, sino hacer consciente al ser humano de su dignidad. Por eso el Papa dice lo que dice. Sobre el sida, sobre el preservativo, sobre el aborto y sobre muchísimas cosas más que nos convendría saber. Zenit, más Zenit. En la era de la información no es tan difícil. Si se tiene interés en saber lo que realmente dice la Iglesia y no lo que quienes nos quieren manipular quieren que creamos que dice. Si queremos hacer falsa la ley de la tergiversación.
[1] La negrita es mía.
[2] Edward Green, autor de investigaciones en numerosos países de África durante los últimos 20 años, está a punto de publicar ‘Sida e ideología’, donde describe cómo la industria está recibiendo millones de dólares al año promoviendo el uso de preservativos, medicamentos, y tratamientos para el Sida, y es claramente resistente a la idea de que el cambio de comportamiento es la solución.
Hay leyes, como la de Murphy, que no fallan. Nadie sabe muy bien por qué, pero se cumplen inexorablemente. “Si algo puede torcerse, se torcerá siempre y, además, en el momento más inoportuno”. Me voy a atrever a enunciar una de esas leyes y la llamaré ley de la tergiversación: “Siempre que leas en el periódico una noticia de la que tú sabes aunque sea un poco, te darás cuenta de que es inexacta, simplista y está tergiversada”. El mayor peso de esta tergiversación es pura ignorancia. Pero si además, esa noticia se refiere al Papa o a cualquier otra persona o actividad que tenga relación con la Iglesia católica, entonces, la ley se cumple en grado superlativo, casi esperpéntico y a la ignorancia suele sumarse la mala fe. Pero lo peor de esta ley, sobre todo si se refiere a la Iglesia católica, es que la prensa goza de una credibilidad y un prestigio más allá de cualquier límite razonable, llegando a hacer dudar, incluso, a muchas personas que se supone que deberían saber algo de lo que se está hablando. En concreto, si el caso atañe a la Iglesia católica, muchos católicos se apresuran a escandalizarse por lo que dice la prensa sin tomarse la más mínima molestia de saber la verdad de lo dicho o hecho.
Sirva de ejemplo de esta ley de la tergiversación aplicada a la Iglesia el reciente tratamiento de la prensa de unas palabras del Papa sobre el preservativo, en su viaje a África. Todos hemos leído, no importa en qué diario de qué país, que el Papa ha dicho que el preservativo agrava el problema del sida en África. A título de ejemplo cito el titular de “El Mundo” del miércoles 18 de Marzo: El Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida”. Me parece relevante señalar que en el titular aparecen las comillas que yo he puesto, dando a entender que eso era una frase textual del Papa. Naturalmente la progresía española, junto con nuestro gobierno y el de algunos otros países europeos, han criticado duramente estas palabras. Pero lo peor es que muchos católicos se han rasgado también las vestiduras, escandalizados.
La pregunta clave para dejar clara la ley de la tergiversación en este caso es. ¿Qué ha dicho de verdad el Papa? En la era de la información en la que se supone que vivimos, al menos para lo que nos interesa, esto es muy fácil de saber: pone uno zenit en google y, la primera entrada que aparece es la de la agencia de noticias del Vaticano, que lleva ese nombre. Ahí está todo. Literalmente. ¡Enorme molestia para conocer la verdad! Pero como yo ya lo he hecho, lo cuento y lo trascribo. En una rueda de prensa en el avión que llevaba al Papa a Camerún, el periodista Philippe Visseyrias de la cadena de televisión francesa France 2, hace una pregunta al Papa y éste le responde:
Pregunta: Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del Sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje? Querido Santo Padre, ¿le sería posible responder en francés a esta pregunta?
Papa: Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema[1]. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.
Sacar de aquí un titular diciendo que el Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida” es, en el mejor de los casos, un simplismo estúpido y en el peor una tergiversación malintencionada. La Iglesia, lo que dice es que la solución al sida no pasa sólo por la entrega indiscriminada de preservativos. La Iglesia dice que la solución empieza, primero, por el ejercicio de la caridad y, segundo, por una redefinición de lo que es una conducta sexual sana. Lo segundo –de lo primero hablaré en unas líneas– es el archiconocido método ABC que significa Abstinencia, Fidelidad (nunca he sabido cómo la inicial B en inglés acaba en Fidelidad, pero eso significa) y Condón. De hecho, este método ABC es el que se ha seguido en varios países de África que, casualmente, son los que más éxito han tenido en la lucha contra la propagación del sida. Porque ocurre que la propagación del sida se parece a un quebrado que tiene por numerador la promiscuidad sexual y por denominador la seguridad del sexo. Claro que el uso del preservativo hace el sexo más seguro, pero no totalmente seguro. Si el mensaje público anima a la promiscuidad sexual pero, eso sí, recomendando, el preservativo, seguramente aumente muchísimo más el numerador que el denominador y genere, como consecuencia, más sida. Porque aún usándolo correctamente, el preservativo no anula totalmente el riesgo de contagio. No anula totalmente el riesgo de embarazo, en el que se trata de “filtrar” un espermatozoide, cuanto menos el del sida en el que lo que se trata de “filtrar” es un minúsculo virus. Más aún, ¿quien puede asegurar que un hombre o una mujer, africanos o europeos, sin ningún freno sexual, se pondrá el preservativo que le dieron hace una semana, como si fuese un chicle, en un ambulatorio al que le llevaron más o menos sin saber a qué? Y si le dieron diez, ¿se parará la decimoprimera vez porque se le han acabado? ¿Quién en su sano juicio se puede imaginar una campaña de seguridad vial en la que se dijese: “Viaja a 200 Km/h, pero, ponte el cinturón de seguridad”? La Iglesia no puede por menos que decir que hay que disminuir el numerador. Y no sólo para luchar contra el sida, sino por una cuestión de sano comportamiento sexual, como diré más adelante. Hace unos años Monseñor González Camino, a la sazón portavoz de la Conferencia Episcopal Española, hizo unas declaraciones intentando aclarar la C en tercer lugar y la prensa, con su simplismo y mala intención habitual es éstos temas, haciendo buena la ley de la tergiversación, propagó, con gran alarde de ineptitud, que la Iglesia rectificaba y daba luz verde al preservativo como forma de lucha contra el sida.
Por si a alguien esta comparación del numerador y el denominador, que me parece de sentido común, le parece traída por los pelos, ahí van algunas opiniones de uno de los mayores expertos sobre la propagación del sida, el director del Proyecto de Investigación de Prevención del Sida’ de Harvard, Edward Green[2]: “El Papa tiene razón. Nuestros mejores estudios muestran una relación consistente entre una mayor disponibilidad de preservativos y una mayor (no menor) tasa de contagios de Sida. Las evidencias que tenemos apoyan sus comentarios”. [...] No podemos asociar mayor uso de preservativos con una menor tasa de sida”. [...] “Cuando se usa alguna tecnología para reducir un riesgo, como el preservativo, a menudo se pierden los beneficios asumiendo un mayor riesgo que si uno no usara esa tecnología”. [...] “También me di cuenta de que el Papa dijo que la monogamia era la mejor respuesta al Sida en África. Nuestras investigaciones muestran que la reducción del número de parejas sexuales es el más importante cambio de comportamiento asociado a la reducción de las tasas de contagio del sida”. [...] “Sin embargo, los programas patrocinados por los más importantes donantes no han promovido la monogamia, ni siquiera la reducción de diferentes parejas. Es difícil entender por qué. Imagínense que se pusieran sobre la mesa 15 millones de dólares para luchar contra el cáncer de pulmón. Sin duda tendríamos que estudiar el comportamiento de los fumadores: consejos para dejar de fumar, o al menos reducir los cigarrillos al día".
Green sostiene que “el modelo en la lucha contra el sida sigue siendo el ugandés, donde el Gobierno adoptó en los años 80 un programa que decía “quédate con tu pareja o sé fiel”. "Allí los programas han intentado modificar los comportamientos sexuales a un nivel más profundo".
Por otra parte, esa conducta de disminuir el numerador es la que aconsejaría a su hijo cualquier padre o madre sensatos (aunque cada vez existen menos, por lo que parece), incluso aunque no existiese el sida. Si a mí un hijo me dijese que se iba a acostar con todo lo que se mueve, no se me ocurriría, salvo que me importase tres pimientos, darle una palmadita en el hombro y decirle: “qué bien hijo mío, cómo me gusta tu conducta, claro, disfruta de la promiscuidad sexual, pero ponte el preservativo”. Más bien le intentaría convencer de que el sexo no es un juguete, de que es algo maravilloso que debe estar al servicio del amor, de que el amor no es un sólo un sentimiento que hay que satisfacer sexualmente de forma inmediata, sino un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer para luchar por sacar adelante una familia sana, en el que el sentimiento y la sexualidad están al servicio de ese proyecto de amor. Y esto se lo diría aunque no existiese el sida. Si, a pesar de todo no me hiciese caso y decidiese seguir con su estúpida conducta, le diría que se pusiese un preservativo. Digo expresamente la palabra estúpida por una reflexión que nace de la mejor frase que he leído sobre la relación entre sexo y amor. La leí en la novela de Isabel Allende “El plan infinito”. Dice: “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. ¿Como se podría calificar la conducta de alguien que jugase al tenis con un stradivarius en vez de usarlo para hacer música? A buen seguro perdería el partido y destrozaría el violín. Sería un comportamiento realmente estúpido. Y estas reflexiones se las haría a mi hijo por una sola razón. Porque le quiero. Pero si mi hijo me importase tres pimientos, le diría que hiciese lo que le diese la gana. A lo peor, hasta le daba unos euros para que se comprase un preservativo. Si alguien juzgase mi conducta de padre, creo que con la primera me ganaría, al menos el notable. Con la segunda, un suspenso vergonzante. La primera es la conducta de la Iglesia. La segunda es la muy progresista conducta de ciertos gobiernos europeos, con el español a la cabeza. Y no deja de ser irónico que los segundos pretendan suspender y dar lecciones a la primera, como lo muestra el hecho de que el secretario general del Ministerio de Sanidad, José Martínez Olmos, haya pedido al Papa que entone el ‘mea culpa’ porque “está dando un mensaje contrario a la evidencia científica”.
Y llegamos a la caridad. Cualquiera puede hacer la prueba, en Madrid o en el África subsahariana. Si se mira quien atiende desinteresadamente a los enfermos de sida, en especial a los más marginados, en cualquier parte del mundo, entregando su vida entera a ello, encontrará a personas que no sólo son católicas –y generalmente religiosos–, sino que hacen lo que hacen, precisamente por serlo. Les cuidan porque les quieren. Les quieren porque ven en ellos a Cristo doliente. Tienen fuerza para gastar toda su vida en ellos porque el mismo Cristo se la da a través de los sacramentos de su Iglesia. Y precisamente porque les quieren les dicen que la promiscuidad no es buena, que la fidelidad a su pareja sí lo es, que la dignidad humana y el uso humano del sexo no va por ese camino. Y es posible que, si no les hacen caso, les acaben dando un preservativo, porque, al fin y al cabo, ponerse un trozo de goma en un miembro del cuerpo, no es en sí ni bueno ni malo. El mal moral no está en eso, sino en todo lo anterior. Y eso es lo que la Iglesia trata de corregir con amor. Sé que hay mucha gente que dice que esto es una utopía, pero pregunto. Si la ingente cantidad de dinero que se ha empleado en la estúpida campaña de póntelo, pónselo, se hubiese empleado en una sana educación sexual, ¿no hubiesen cambiado muchas cosas? ¿No se lucha por una mayor prudencia en las carreteras? ¿No se hacen campañas contra el tabaco, el alcohol o la droga? ¿No se intenta poner coto por todos los medios a la violencia machista? ¿Por qué entonces se abandona la lucha contra una conducta sexual que va contra la dignidad humana y ayuda a la propagación del sida? Por dos motivos, porque se piensa que quita votos y porque para promoverla hacen falta códigos morales serios en vez de en eslóganes progres, demagógicos y taquilleros. Algo de lo que parece que anda escasa la clase política en general, más preocupada por el electoralismo que por el desarrollo de ciudadanos con criterio. De aquí que hayamos llegado al más ramplón relativismo del haz lo que quieras y a la falta de criterio por parte de la gente. Lo primero, se piensa que da votos. De la misma manera que un padre demagogo cree que va a conseguir el cariño de su hijo dejándole hacer lo que le de la gana. Craso error. Al final, lo que se consigue es cultivar violencia, pasotismo y desilusión. Una gran herencia. Lo segundo, se piensa que da ciudadanos más fáciles de dirigir. Y es verdad, pero también ciudadanos más incapaces, con menos iniciativa para todo y, al final, miseria. Pero sobre todo, esto genera un peligroso caldo de cultivo para el advenimiento de dictaduras que degradan al hombre. Quizá el siglo XXI haga bueno al XX. Afortunadamente, la Iglesia no tiene que ganar votos, sino hacer consciente al ser humano de su dignidad. Por eso el Papa dice lo que dice. Sobre el sida, sobre el preservativo, sobre el aborto y sobre muchísimas cosas más que nos convendría saber. Zenit, más Zenit. En la era de la información no es tan difícil. Si se tiene interés en saber lo que realmente dice la Iglesia y no lo que quienes nos quieren manipular quieren que creamos que dice. Si queremos hacer falsa la ley de la tergiversación.
[1] La negrita es mía.
[2] Edward Green, autor de investigaciones en numerosos países de África durante los últimos 20 años, está a punto de publicar ‘Sida e ideología’, donde describe cómo la industria está recibiendo millones de dólares al año promoviendo el uso de preservativos, medicamentos, y tratamientos para el Sida, y es claramente resistente a la idea de que el cambio de comportamiento es la solución.
15 de marzo de 2009
In memoriam Sara de Jesús y el P. Pablo Domínguez
Hace justo un mes, el 15 de febrero, un domingo como hoy, más o menos a la misma hora en que publico este memorial en mi blog, morían, descendiendo del Moncayo, mi amiga y compañera de trabajo, Sara de Jesús y mi también amigo, a pesar de conocerle poco, el P. Pablo Domínguez, Decano de la facultad de Teología de san Dámaso. El P. Pablo había ido a predicar ejercicios espirituales a algún lugar desde el que se veía el Moncayo. Era montañero de María y el sábado 14 de Febrero, a la vista del pico en un día radiante, decidió que no se volvía a Madrid sin coronarlo para, desde su cima, dar gloria a Dios. Llamó a sus compañeros montañeros de María y fue sólo Sara la que pudo ir. Por su parte, Sara, ese sábado, había participado en un seminario que solía dar sobre la verosimilitud de la pretensión de Cristo de ser Hijo de Dios y Salvador de los hombres. Como siempre, dio una charla en la que proclamaba la Resurrección. Después partió hacia el Moncayo para escalarlo al día siguiente. El domingo, hacia las 2 de la tarde, coronaron la cumbre y desde allí llamaron por el móvil a varias personas para compartir con ellas la grandeza de Dios que se palpaba allí. En el descenso, parece que una placa de hielo les hizo resbalar y cayeron, ladera abajo, más de mil metros. Ambos murieron. La foto del inicio de esta entrada está sacada con su móvil unos minutos antes de su muerte. Sara era la bondad, el cariño a todo el mundo y la sonrisa en una mente brillante y en un corazón de oro. Al P. Pablo le oí dos charlas en mi vida. Una sobre la teoría del conocimiento, en la que descubrí una inteligencia privilegiada, y otra sobre la Eucaristía en la que vislumbré una fe y una piedad llenas de luz. Quiero hoy transcribir dos cosas. En primer lugar, algunas frases del diario espiritual de Sara que su familia nos ha revelado y, después, la homilía que el Cardenal Rouco pronunció en la misa funeral del P. Pablo en la catedral de la Almudena el día 18 de Febrero pasado.
Últimas anotaciones del diario espiritual de Sara:
Al inicio del 2009:
Sólo hay que seguir una huella: la de Cristo en ti. En la oración se manifiesta lo extraordinario, la grandeza de Dios. Que en este nuevo año, lo extraordinario de Dios se manifieste en lo cotidiano de mi vida.
8-I-2009
Morada 2ª: Para conocerse a sí mismo el mejor modo es contemplar a Dios en el centro del alma. Contemplando su humildad veremos nuestra falta de humildad, viendo su grandeza, nuestra pequeñez... Se saca más de aquí que del propio autoexamen.
21-I-2009
Morada 3ª: No confiarnos en haber comenzado la vida de oración y ser constantes en ella. Aun así, hay que vivir como quien tiene el enemigo a la puerta. No perder el temor de perder al Señor. Estas son las moradas en las que tenemos el peligro de pensar que subiremos por nuestras fuerzas olvidando que la cima es un regalo.
8-II-2009
Ante las grandes preguntas de la vida: ¿qué sentido tiene este sufrimiento?, ¿en quién confiar?, ¿qué hacer con la vida?... Sólo hay que seguir una huella: la de Cristo.
Él, en su vida, descifra el enigma del hombre y responde a la pregunta por el sentido. Entonces, predicar el Evangelio es contar el camino encontrado, la respuesta de Cristo a cada enigma de la vida del hombre.
10-II-2009
Santa Teresa de Jesús: “En todas las cosas que Dios creó debe haber hartos secretos que debemos aprovechar”.
Y sus dos últimas frases, sin fecha, las que aparecen con su caligrafía más arriba:
- La huella de Cristo en nosotros nos ensancha el corazón para que andemos por sus caminos.
-Hay que caminar siguiendo su huella, sabiendo que la cumbre es un regalo.
Verdaderamente, algunas personas avanzan en su caminar hacia Cristo en 37 años más que muchas en toda una larga vida. Ella coronó con sus fuerzas la cumbre del Moncayo, desde allí contempló y “aprovechó hartos secretos de las cosas que Dios creó”. Minutos más tarde, Cristo le regaló, por pura gracia, la cumbre de la contemplación de su Rostro transfigurado y le permitió hacer allí su tienda. Tengo delante de mí una foto de Sara sacada en la primera de esas cumbres, hallada en su móvil y el manuscrito de su última frase. Me parece increíble que ya no esté con nosotros, pero sé que está con Cristo y que, si la misericordia de Dios me lleva a mí también con Él, en Él la volveré a ver, junto a todas las personas a las que he amado en esta vida.
Últimas anotaciones del diario espiritual de Sara:
Al inicio del 2009:
Sólo hay que seguir una huella: la de Cristo en ti. En la oración se manifiesta lo extraordinario, la grandeza de Dios. Que en este nuevo año, lo extraordinario de Dios se manifieste en lo cotidiano de mi vida.
8-I-2009
Morada 2ª: Para conocerse a sí mismo el mejor modo es contemplar a Dios en el centro del alma. Contemplando su humildad veremos nuestra falta de humildad, viendo su grandeza, nuestra pequeñez... Se saca más de aquí que del propio autoexamen.
21-I-2009
Morada 3ª: No confiarnos en haber comenzado la vida de oración y ser constantes en ella. Aun así, hay que vivir como quien tiene el enemigo a la puerta. No perder el temor de perder al Señor. Estas son las moradas en las que tenemos el peligro de pensar que subiremos por nuestras fuerzas olvidando que la cima es un regalo.
8-II-2009
Ante las grandes preguntas de la vida: ¿qué sentido tiene este sufrimiento?, ¿en quién confiar?, ¿qué hacer con la vida?... Sólo hay que seguir una huella: la de Cristo.
Él, en su vida, descifra el enigma del hombre y responde a la pregunta por el sentido. Entonces, predicar el Evangelio es contar el camino encontrado, la respuesta de Cristo a cada enigma de la vida del hombre.
10-II-2009
Santa Teresa de Jesús: “En todas las cosas que Dios creó debe haber hartos secretos que debemos aprovechar”.
Y sus dos últimas frases, sin fecha, las que aparecen con su caligrafía más arriba:
- La huella de Cristo en nosotros nos ensancha el corazón para que andemos por sus caminos.
-Hay que caminar siguiendo su huella, sabiendo que la cumbre es un regalo.
Verdaderamente, algunas personas avanzan en su caminar hacia Cristo en 37 años más que muchas en toda una larga vida. Ella coronó con sus fuerzas la cumbre del Moncayo, desde allí contempló y “aprovechó hartos secretos de las cosas que Dios creó”. Minutos más tarde, Cristo le regaló, por pura gracia, la cumbre de la contemplación de su Rostro transfigurado y le permitió hacer allí su tienda. Tengo delante de mí una foto de Sara sacada en la primera de esas cumbres, hallada en su móvil y el manuscrito de su última frase. Me parece increíble que ya no esté con nosotros, pero sé que está con Cristo y que, si la misericordia de Dios me lleva a mí también con Él, en Él la volveré a ver, junto a todas las personas a las que he amado en esta vida.
Homilía del cardenal Rouco en el funeral del P. Pablo Domínguez:
“Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
«Padre, éste es mi deseo, que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy, y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la creación del mundo»
Estas consoladoras palabras de Cristo, poco antes de experimentar su propia muerte, revelan la profundidad del misterio de la muerte y vienen a consolarnos en este doloroso trance por el que pasamos, la muerte de nuestro querido Pablo. Estamos ciertamente consternados ante lo inesperado de su partida y el dolor de su pérdida en este mundo. Por ello, unidos a sus padres y hermanos, hemos venido para elevar los ojos al cielo, como hizo Jesucristo, en la última cena y escuchar estas palabras, las únicas que pueden confortarnos, porque iluminan la profundidad del morir en Cristo. Elevando los ojos al cielo, Jesús expresa su deseo, su voluntad más íntima: que los suyos, estén con él, contemplando su gloria. ¿Quiénes son los suyos? ¿Dónde está él? ¿Cuál es su gloria?
¿Quiénes son los suyos?
En el contexto de la cena, cuando Cristo pretende consolar a quienes acaban de saber que avanza hacia la muerte, los suyos son los más íntimos, los apóstoles, el grupo de su predilección amorosa, elegidos en una noche de oración, y cuyo nombre fue pronunciado, uno a uno, por los labios de Cristo, evocando la elección eterna del Padre. Son los que él llamó para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y sanar a los afligidos por todo tipo de males. Son los que permanecieron con él, en sus gozos y pruebas, y que ahora, en la última cena han sido constituidos sacerdotes de la nueva alianza. Los que, expropiados de sí mismos, han dejado que su corazón se transformara cada vez más según la medida de Cristo. Digámoslo de una vez: son sus sacerdotes. Unido a ellos tan misteriosamente que puede decir «estoy en ellos», Cristo no quiere desprenderse de los que ama, sino que desea que estén con Él, vivan para siempre en Él. En cierta medida es lo que dice san Pablo en la segunda lectura: La redención de Cristo nos convierte en su posesión. Somos suyos: en la vida y en la muerte somos del Señor. Ya no vivimos para nosotros mismos, para nuestros intereses y beneficios, sino para Cristo; y en la muerte, morimos para Él, es decir, para estar eternamente con Él, que es el destino de los que ama. Morimos para Él y también para su “Cuerpo” que es la Iglesia, cuando en ese preciso momento en que el Señor nos llama, morimos con Él. Para un sacerdote es el momento privilegiado de culminar su vida “pro eis”, por los hermanos.
En el número de estos escogidos, llamados desde la eternidad con un amor inmensurable, figura nuestro hermano Pablo, a quien queremos aplicar las palabras de Cristo: éste es mi deseo, que donde estoy yo, esté conmigo. También él fue llamado por el Señor, el amor de su vida, y le dedicó sus afectos, sus energías, su inteligencia, sus trabajos y fatigas al servicio de la Iglesia. También él, a imitación del Maestro fue dejando el buen olor de Cristo, en el estudio y la enseñanza, en la dedicación a los jóvenes, en la atención espiritual, en la entrega generosa de sí. Y en el breve tiempo de su vida, como dice el libro de la Sabiduría, «llenó largos años» y «como su alma era agradable a Dios, lo sacó aprisa de en medio de la maldad». Nos cuesta entender estas palabras que suponen un giro brusco en la concepción judía del tiempo en la vida de los hombres. No es maduro el que vive muchos años, ni perfecto el hombre longevo, sino el que vive agradando a Dios. En la muerte prematura de quien vive en Dios, con la prudencia y la justicia del alma, se revela también el amor de quien nos crea y nos saca de este mundo para estar con Él en la contemplación del rostro de Cristo. Por eso decía san Jerónimo: «Lloremos, sí, por los muertos, pero sólo por quienes se precipitan a la gehenna… Pero nosotros, que cuando dejemos esta vida estaremos acompañados por un ejército de ángeles y Cristo mismo vendrá a nuestro encuentro, nosotros debemos más bien entristecernos cuando nuestra existencia se prolonga en esta residencia sepulcral».
Pablo entendía así la muerte. La contemplaba con mirada sapiencial, como aparece en este párrafo dirigido a unas monjas contemplativas: «No quiero acabar esta carta fraterna –y filial– de gratitud, sin hacer mención a la última de las llamadas de Consagración que para todos está cerca: me refiero a la muerte, que es ese encuentro amorosísimo, en abrazo eterno, con el Esposo. Todos tenemos un “día y hora” que el Padre –en su eternidad– conoce. Me interrogo: ¿no deberíamos esperar ese día con el mismo entusiasmo, ardor, deseo y sobrecogimiento ante el Don que nos espera, con que esperamos los acontecimientos de Consagración de esta vida? Suplico al Espíritu Santo que nos conceda mirar ahora nuestra vida con los ojos y el corazón que tendremos en ese momento último y definitivo: ¡Lo que en el momento de la muerte tiene importancia, la tiene ahora! ¡Lo que en ese momento sea accidental, también lo es ahora! En definitiva: ¡sólo Cristo y sólo el Amor es lo importante! Cuando tengáis momentos de turbación, ¡recordadlo! Que no nos seduzca nunca el maligno con máscaras de falsos amores. ¡Sólo Cristo, y sólo su Amor es la Vida!».
¿Dónde está Cristo?
Vivir con esta tensión hacia el amor de Cristo, como la cierva que busca corrientes de agua viva, nos hace plantearnos la segunda pregunta: ¿Dónde está Cristo? Lo sabemos bien: Cristo está junto al Padre, en el seno del Padre, feliz e inmortal. De allí vino y allí retornó. Y allí, en el Padre, origen y fuente de toda Vida, Verdad, Bien y Belleza, Cristo quiere tenernos con Él. El hombre ha sido creado para Dios y anda inquieto hasta reposar en Él. Todo el evangelio de san Juan describe el itinerario hacia Dios. Desde el prólogo, donde Cristo es presentado junto a Dios, trayéndonos la vida, hasta el sígueme final, dirigido a Pedro. Este sígueme marca el horizonte del homo viator, que, tras las huellas del Resucitado, camina hacia la luz de la gloria. Y, con el horizonte, marca también su camino. Sí, hermanos, Cristo está en Dios preparándonos en su infinito amor una morada, como quien no deja de trabajar para que aquellos que le fueron confiados, pasado el umbral de la muerte, tomen posesión de su casa eterna edificada con las manos del Resucitado. Nuestra esperanza en esta tarde es ver cómo Cristo toma de la mano a su sacerdote Pablo y le sitúa con Él, en el Padre que le amó desde antes de la creación del mundo. Ése es su deseo, que se cumple en la muerte: que donde estoy yo, estén conmigo, y contemplen mi gloria, la que me diste porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
¿Cuál es su gloria?
Nos hemos preguntado cuál es esa gloria, y hemos de reconocer que no podemos imaginarla ni menos aún describirla. Nadie puede ver a Dios, dice la Escritura, y seguir con vida. ¡Tanta es su gloria! Santa Catalina de Siena creía morir cuando, en éxtasis, contempló la belleza de un alma en gracia. ¡Qué será entonces la gloria del mismo Dios! Sólo sabemos cuáles son sus reflejos, porque Cristo nos ha permitido, en su existencia terrena, contemplar algo de la gloria de Dios siendo como es Él «el resplandor de su gloria» (Heb 1,3). Si los hombres de su tiempo quedaban seducidos por Él, atraídos por la belleza del más hermoso entre los hijos de los hombres, cautivados por la autoridad de sus palabras y llenos de asombro y estremecimiento sagrado ante sus milagros; si con una palabra curó al leproso y con el tacto de su manto a la hemorroísa; si convirtió a la samaritana ofreciéndole un agua que saltaría a la eternidad, y con su paciente sufrir arrancó la confesión de fe del buen ladrón que le ganó el paraíso; si conmovió al pecador Zaqueo y a la pecadora de Magdala e hizo llorar a Pedro con sólo su mirada; si llamando a María por su nombre, le despertó el deseo de abrazarle y tenerle para siempre; y si dejó que Tomas pudiera penetrar su carne gloriosa con sus dedos y mano de incrédulo derrumbándose a sus pies y confesándole como su Señor y su Dios, ¿cuál no será la gloria que ha invadido su carne con el poder de la resurrección? La gloria que tenía junto al Padre, como Hijo muy amado, y de la que nos hará partícipes en nuestra propia carne. A esta gloria nos da acceso la muerte, hermanos, y nos permite saciarnos para siempre de la luz inmortal, de la belleza inmarchitable del rostro del Dios vivo, revelado en Jesucristo. Entendemos, pues, que san Pablo quisiera morir para estar con Cristo, que es sin duda lo mejor. Adivinamos algo de la pasión mística de santa Teresa de Jesús que exclamaba: sufrir o morir, porque el sufrir le asemejaba a Cristo y el morir le abría las puertas de esa última consagración que supone el abrazo definitivo con el esposo. Y comprendemos que en esta muerte de Pablo, que tanto nos sobrecoge, se realiza un eterno designio de amor que Jesús expresó como deseo y voluntad última, como plegaria nacida del amor por los suyos, cuando dijo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la creación del mundo. Es la gloria del Amor, sí, del Amor eterno que explica la vida de cada hombre redimido por Cristo; del amor con que fuimos creados y redimidos, del Amor con el que queremos hacer la singladura de la vida, del Amor que nos llama cuando cruzamos el umbral de la muerte, y que permanece para siempre porque Dios es Amor.
A este Amor único y eterno encomendamos la vida, el ministerio y la muerte de nuestro querido Pablo y lo ponemos en los brazos de María, Madre del amor hermoso, para que quien un día abrazó el cuerpo de su Hijo bajado de la cruz, conforte ahora a sus padres, hermanos, familiares y amigos, con la esperanza que la mantuvo a ella de ver a su Hijo glorificado y haga de poderosa intercesora ante quien es el Señor de vivos y muertos.
Amén”.
Es difícil explicar mejor que con las frases de Sara y con la homilía del cardenal Rouco el consuelo que la fe cristiana da a los que creen en Jesucristo como su Dios, su Redentor y su Salvador.
8 de marzo de 2009
¿Cómo acabará todo? II
Tomás Alfaro Drake
Este es el 34º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia”, “¿Cuántas Evas hubo?”, “El lado oscuro de la inteligencia”, “Regalos añadidos a la inteligencia”, “La posibilidad de la libertad I”, “La posibilidad de la libertad II” y “¿Cómo acabará todo? I”.
Hace 8 años, los científicos realizaron una serie de observaciones que les llevaron a una conclusión inaudita. La expansión del universo no se estaba frenando, al contrario, se estaba acelerando. Es decir, se expandía cada vez con mayor velocidad. Se había estado frenando durante muchos miles de millones de años, pero en un momento dado, hace varios miles de millones de años pasó de frenarse a acelerarse. Esto, que hoy en día ningún astrónomo pone en duda, abre nuevos y sorprendentes interrogantes. Primero, la propia aceleración de la expansión. Que la expansión se frene es lo lógico porque la fuerza gravitatoria, que opera a muy larga distancia, es una fuerza de atracción que se opone a la expansión, frenándola. Pero para que la velocidad de expansión se acelere, se requeriría algo que generase una fuerza de repulsión a muy larga distancia y empujase al universo hacia fuera. Sin embargo, no hay nada conocido que genere semejante fuerza de repulsión. Por eso se ha tenido que postular una cosa, que nadie sabe lo que es, que supuestamente llena el cosmos de una manera tenue y uniforme y que se ha bautizado con el nombre de energía oscura. No es lo mismo que la materia oscura de la que hablé en el artículo anterior, sino que tiene exactamente el efecto contrario. Mientras ésta se postula como necesaria para frenar la expansión, aquélla es necesaria para acelerarla. Y esa es la segunda causa de la sorpresa para los astrónomos ante ese nuevo descubrimiento. El hecho del comportamiento cambiante, de una fase de expansión frenada, con predominio de la materia oscura, a otra de expansión acelerada en la que se impone la energía oscura es un verdadero rompecabezas. Esto ha llevado a la resurrección de algo que parecía olvidado, la llamada constante cosmológica de Einstein. Cuando Einstein descubrió la relatividad general, se pensaba que el universo era estable, eterno e igual siempre en tamaño. Para que esto fuese posible, en contra de la acción de la gravedad que debería hacer que el cosmos se contrajese, era necesario añadir una constante, sin ningún significado físico, en las ecuaciones de la relatividad, para que las matemáticas del cosmos explicasen su comportamiento. Pero cuando se descubrió el Big Bang y el efecto expansivo del universo, se pudo eliminar esa constante de las ecuaciones de Einstein, con gran alivio de todos, ya que nadie sabía qué realidad física había detrás de esa entelequia matemática. Ahora esa constante vuelve a ser necesaria para justificar la expansión acelerada. Ahora, sin embargo, parece saberse en qué realidad física se sustenta: En la energía oscura. Lo malo es que nadie sabe qué es esa energía oscura. De forma que la ciencia se encuentra atrapada en un círculo. La energía oscura es el soporte físico de la constante cosmología, que nadie sabe lo que es, pero, a su vez, esa energía oscura es un ente postulado como necesario, que tampoco sabe nadie lo que es. No me cabe la menor duda de que la ciencia encontrará respuesta a estas cuestiones, pero todo este embrollo sirve para aclarar dos cosas muy importantes. La primera, que las verdades de la ciencia, sobre todo en este terreo de la cosmología que limita con la creación, son siempre provisionales, y la segunda, que cuando la ciencia resuelve una cuestión, siempre se encuentra con nuevas preguntas que resolver, en una serie, al parecer, ilimitada. No intento que recurrir al Dios tapaagujeros, siempre en retirada ante los avances científicos, pero la ciencia, que en el siglo XIX auguraba que en unos pocos años encontraría las últimas respuestas de todo, se ha dado también cuenta de que esas últimas respuestas son inalcanzables para ella. Simplemente, caen fuera de sus límites. Son transcientíficas. Parece que el Diseñador ha tenido buen cuidado en diseñar un cosmos que pueda presentar retos importantes a nuestra inteligencia, siempre alcanzables, pero siempre con un “plus ultra” trascendente. ¿Por qué? Creo que para que nuestra inteligencia se pueda extasiar con la grandeza, la bondad y la belleza inabarcables de la verdad. Pero, cuestiones filosóficas aparte, de momento perece que el final del universo será una sucesión infinita de tiempo oscuro y frío.
Este es el 34º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia”, “¿Cuántas Evas hubo?”, “El lado oscuro de la inteligencia”, “Regalos añadidos a la inteligencia”, “La posibilidad de la libertad I”, “La posibilidad de la libertad II” y “¿Cómo acabará todo? I”.
Hace 8 años, los científicos realizaron una serie de observaciones que les llevaron a una conclusión inaudita. La expansión del universo no se estaba frenando, al contrario, se estaba acelerando. Es decir, se expandía cada vez con mayor velocidad. Se había estado frenando durante muchos miles de millones de años, pero en un momento dado, hace varios miles de millones de años pasó de frenarse a acelerarse. Esto, que hoy en día ningún astrónomo pone en duda, abre nuevos y sorprendentes interrogantes. Primero, la propia aceleración de la expansión. Que la expansión se frene es lo lógico porque la fuerza gravitatoria, que opera a muy larga distancia, es una fuerza de atracción que se opone a la expansión, frenándola. Pero para que la velocidad de expansión se acelere, se requeriría algo que generase una fuerza de repulsión a muy larga distancia y empujase al universo hacia fuera. Sin embargo, no hay nada conocido que genere semejante fuerza de repulsión. Por eso se ha tenido que postular una cosa, que nadie sabe lo que es, que supuestamente llena el cosmos de una manera tenue y uniforme y que se ha bautizado con el nombre de energía oscura. No es lo mismo que la materia oscura de la que hablé en el artículo anterior, sino que tiene exactamente el efecto contrario. Mientras ésta se postula como necesaria para frenar la expansión, aquélla es necesaria para acelerarla. Y esa es la segunda causa de la sorpresa para los astrónomos ante ese nuevo descubrimiento. El hecho del comportamiento cambiante, de una fase de expansión frenada, con predominio de la materia oscura, a otra de expansión acelerada en la que se impone la energía oscura es un verdadero rompecabezas. Esto ha llevado a la resurrección de algo que parecía olvidado, la llamada constante cosmológica de Einstein. Cuando Einstein descubrió la relatividad general, se pensaba que el universo era estable, eterno e igual siempre en tamaño. Para que esto fuese posible, en contra de la acción de la gravedad que debería hacer que el cosmos se contrajese, era necesario añadir una constante, sin ningún significado físico, en las ecuaciones de la relatividad, para que las matemáticas del cosmos explicasen su comportamiento. Pero cuando se descubrió el Big Bang y el efecto expansivo del universo, se pudo eliminar esa constante de las ecuaciones de Einstein, con gran alivio de todos, ya que nadie sabía qué realidad física había detrás de esa entelequia matemática. Ahora esa constante vuelve a ser necesaria para justificar la expansión acelerada. Ahora, sin embargo, parece saberse en qué realidad física se sustenta: En la energía oscura. Lo malo es que nadie sabe qué es esa energía oscura. De forma que la ciencia se encuentra atrapada en un círculo. La energía oscura es el soporte físico de la constante cosmología, que nadie sabe lo que es, pero, a su vez, esa energía oscura es un ente postulado como necesario, que tampoco sabe nadie lo que es. No me cabe la menor duda de que la ciencia encontrará respuesta a estas cuestiones, pero todo este embrollo sirve para aclarar dos cosas muy importantes. La primera, que las verdades de la ciencia, sobre todo en este terreo de la cosmología que limita con la creación, son siempre provisionales, y la segunda, que cuando la ciencia resuelve una cuestión, siempre se encuentra con nuevas preguntas que resolver, en una serie, al parecer, ilimitada. No intento que recurrir al Dios tapaagujeros, siempre en retirada ante los avances científicos, pero la ciencia, que en el siglo XIX auguraba que en unos pocos años encontraría las últimas respuestas de todo, se ha dado también cuenta de que esas últimas respuestas son inalcanzables para ella. Simplemente, caen fuera de sus límites. Son transcientíficas. Parece que el Diseñador ha tenido buen cuidado en diseñar un cosmos que pueda presentar retos importantes a nuestra inteligencia, siempre alcanzables, pero siempre con un “plus ultra” trascendente. ¿Por qué? Creo que para que nuestra inteligencia se pueda extasiar con la grandeza, la bondad y la belleza inabarcables de la verdad. Pero, cuestiones filosóficas aparte, de momento perece que el final del universo será una sucesión infinita de tiempo oscuro y frío.
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