Tomás Alfaro Drake
Este es el 34º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia”, “¿Cuántas Evas hubo?”, “El lado oscuro de la inteligencia”, “Regalos añadidos a la inteligencia”, “La posibilidad de la libertad I”, “La posibilidad de la libertad II” y “¿Cómo acabará todo? I”.
Hace 8 años, los científicos realizaron una serie de observaciones que les llevaron a una conclusión inaudita. La expansión del universo no se estaba frenando, al contrario, se estaba acelerando. Es decir, se expandía cada vez con mayor velocidad. Se había estado frenando durante muchos miles de millones de años, pero en un momento dado, hace varios miles de millones de años pasó de frenarse a acelerarse. Esto, que hoy en día ningún astrónomo pone en duda, abre nuevos y sorprendentes interrogantes. Primero, la propia aceleración de la expansión. Que la expansión se frene es lo lógico porque la fuerza gravitatoria, que opera a muy larga distancia, es una fuerza de atracción que se opone a la expansión, frenándola. Pero para que la velocidad de expansión se acelere, se requeriría algo que generase una fuerza de repulsión a muy larga distancia y empujase al universo hacia fuera. Sin embargo, no hay nada conocido que genere semejante fuerza de repulsión. Por eso se ha tenido que postular una cosa, que nadie sabe lo que es, que supuestamente llena el cosmos de una manera tenue y uniforme y que se ha bautizado con el nombre de energía oscura. No es lo mismo que la materia oscura de la que hablé en el artículo anterior, sino que tiene exactamente el efecto contrario. Mientras ésta se postula como necesaria para frenar la expansión, aquélla es necesaria para acelerarla. Y esa es la segunda causa de la sorpresa para los astrónomos ante ese nuevo descubrimiento. El hecho del comportamiento cambiante, de una fase de expansión frenada, con predominio de la materia oscura, a otra de expansión acelerada en la que se impone la energía oscura es un verdadero rompecabezas. Esto ha llevado a la resurrección de algo que parecía olvidado, la llamada constante cosmológica de Einstein. Cuando Einstein descubrió la relatividad general, se pensaba que el universo era estable, eterno e igual siempre en tamaño. Para que esto fuese posible, en contra de la acción de la gravedad que debería hacer que el cosmos se contrajese, era necesario añadir una constante, sin ningún significado físico, en las ecuaciones de la relatividad, para que las matemáticas del cosmos explicasen su comportamiento. Pero cuando se descubrió el Big Bang y el efecto expansivo del universo, se pudo eliminar esa constante de las ecuaciones de Einstein, con gran alivio de todos, ya que nadie sabía qué realidad física había detrás de esa entelequia matemática. Ahora esa constante vuelve a ser necesaria para justificar la expansión acelerada. Ahora, sin embargo, parece saberse en qué realidad física se sustenta: En la energía oscura. Lo malo es que nadie sabe qué es esa energía oscura. De forma que la ciencia se encuentra atrapada en un círculo. La energía oscura es el soporte físico de la constante cosmología, que nadie sabe lo que es, pero, a su vez, esa energía oscura es un ente postulado como necesario, que tampoco sabe nadie lo que es. No me cabe la menor duda de que la ciencia encontrará respuesta a estas cuestiones, pero todo este embrollo sirve para aclarar dos cosas muy importantes. La primera, que las verdades de la ciencia, sobre todo en este terreo de la cosmología que limita con la creación, son siempre provisionales, y la segunda, que cuando la ciencia resuelve una cuestión, siempre se encuentra con nuevas preguntas que resolver, en una serie, al parecer, ilimitada. No intento que recurrir al Dios tapaagujeros, siempre en retirada ante los avances científicos, pero la ciencia, que en el siglo XIX auguraba que en unos pocos años encontraría las últimas respuestas de todo, se ha dado también cuenta de que esas últimas respuestas son inalcanzables para ella. Simplemente, caen fuera de sus límites. Son transcientíficas. Parece que el Diseñador ha tenido buen cuidado en diseñar un cosmos que pueda presentar retos importantes a nuestra inteligencia, siempre alcanzables, pero siempre con un “plus ultra” trascendente. ¿Por qué? Creo que para que nuestra inteligencia se pueda extasiar con la grandeza, la bondad y la belleza inabarcables de la verdad. Pero, cuestiones filosóficas aparte, de momento perece que el final del universo será una sucesión infinita de tiempo oscuro y frío.
8 de marzo de 2009
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