6 de noviembre de 2010

Islamismo y "alianza de las civilizaciones"

Tomás Alfaro Drake

Trascribo aquí un magnífico artículo de Gabriel Albiac, aparecido en ABS este 3 de Noviembre pasado. Por su actualidad no quiero dejarlo para más adelante. Lo suscribo en sus tres cuartas partes y, en éstas, con entusiasmo. Pero no puedo dejar de puntualizar, con el máximo respeto, algunas de sus afirmaciones iniciales. Al final, mis puntualizaciones.

SOY ateo. Variedad específica de las sociedades cristianas. La cual consiste en algo muy sencillo: aplicar el principio de economía conceptual —al cual el ingenio de Bertrand Russell llamó «navaja de afeitar de Ockham»—, al discurso teológico. Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, que vale —en el filósofo del siglo XIV— por algo así como que la carga de la prueba corresponde a la afirmación. O, si se prefiere, que toda negación es verdadera mientras no se demuestre lo contrario, y toda afirmación falsa mientras no demuestre no serlo.
Soy ateo. No imbécil. Al menos, no tanto como para no saber que no todas las creencias son iguales. Ni todas las religiones. Que un no creyente puede nacer y vivir con normalidad en ciertas sociedades. Y no en otras. Carezco de sentido del masoquismo. La gente que no podría hacer conmigo otra cosa que colgarme de una grúa, no me hace ni repajolera gracia. Como parece hacérsela a tantos auto-oblatorios europeos. En el tiempo en el cual me tocó vivir, sé que ese privilegio de que a nadie le interese gran cosa mi ausencia de creencias, es cosa del mundo europeo cristiano; que incluye, naturalmente, a los Estados Unidos, Australia y un par de sitios más. Y se acabó. Sé que sería hombre infaliblemente muerto en otras tierras. En tierra de Islam, ante todo. No por azar. Por deber sagrado. Me niego a ser tolerante con eso. Tontas manías de viejo epicúreo.

Quienes asesinaron anteayer a sangre fría a medio centenar de católicos en una iglesia de Bagdad, me hubieran asesinado con igual legitimidad a mí. Porque eso es lo grave: que el Corán ordena terminantemente dar muerte a quienes se empecinan en negar la luminosa verdad transmitida por Alá a su Profeta: «Matad a los politeístas, allá donde los encontréis» (IX,5). Así que, si en el mismo saco de los kafiresasesinables figuramos ellos y yo, no me parece demasiado loco por mi parte juzgar que la línea de alianza sea esa que nos separa a quienes somos exterminables de quienes tienen el deber de exterminarnos. Y que, frente a estos últimos, todos cuantos juzgamos la creencia (o no creencia) de cada cual cosa de cada uno, tenemos en común el único atributo que separa a los hombres de la barbarie.

Bastó una serie de caricaturas —bastante benévolas, todo sea dicho— de Mahoma, para que Europa ardiera; para que, incluso, no pocos europeos se autoculpabilizaran de su perversa «islamofobia». La tinta de imprenta vertida ahora sobre la matanza de inofensivos católicos —por el hecho de serlo— a manos islamistas es bien escasa, si la comparamos con la que corrió entonces. Medio centenar de cadáveres —también niños en brazos de sus madres, narran los testigos— no pesan lo que un chiste que ofende la piedad de un yihadista. De aplicarse aquí, ese criterio llevaría a quemar más de un tercio de la literatura de los dos últimos siglos que atesoran nuestras bibliotecas. Y a destruir la casi totalidad del arte del siglo XX. O sea, a destruirnos.

No hay nada a lo que pueda, en rigor, llamarse cultura islámica. Hay una religión. Excluyente. Quienes quieran ser por ella destruidos, ahí tienen la «Alianza de Civilizaciones». Pero yo, ¿qué voy a hacerle?, yo soy sólo un ateo epicúreo. Irrecuperable.

Gabriel Albiac; ABC 3-XI-2010

Hasta aquí el artículo de Gabriel Albiac que me parece fantástico. Respeto, por supuesto, su posición de ateo que enuncia contundentemente en la primera breve frase de su artículo. Le agradezco la defensa “del mundo europeo cristiano; que incluye, naturalmente, a los Estados Unidos, Australia y un par de sitios más” (creo que se le olvida clamorosamente Hispanoamérica). Sobre todo, viniendo de un ateo. Pero discrepo del uso que hace de la navaja de Ockham para refrendar su ateísmo, que, como he dicho antes, respeto profundamente. La navaja de Ockham no lleva a “que la carga de la prueba corresponde a la afirmación. O, si se prefiere, que toda negación es verdadera mientras no se demuestre lo contrario, y toda afirmación falsa mientras no demuestre no serlo”. La navaja de Ockham lleva a decir que, de dos teorías encontradas, tiene más probabilidad de ser cierta (ojo, esa mayor probabilidad no tiene carácter demostrativo) aquella que requiera menos peticiones de principio. Admitamos que la existencia de Dios sea una petición de principio. Se dice que, cuando en el siglo XIX, cuando el matemático y físico francés Pierre Simon de Laplace presentó a Napoleón su libro “Mecánica celeste”, éste le dijo: “No he encontrado en su libro ninguna referencia a Dios” a lo que Laplace respondió: “Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis”. La ciencia del siglo XIX era así de simple. Pero en el siglo XX tras los descubrimientos científicos del Big Bang y de la enorme implausibilidad de nuestro universo, para negar la hipótesis de un Dios diseñador de este universo hay que recurrir a muchas hipótesis increíbles. Una de ellas es la del multiverso, que requiere un número infinito de universos, y de la que ya hablé en un envío pasado. Por tanto, en el siglo XXI, la tijera de Ockham beneficia, sin carácter probatorio, a la hipótesis de Dios frente a multiversos y otras elucubraciones multihipotéticas por el estilo.

En cuanto al peso de la prueba, hasta donde mi entendimiento alcanza, es este un concepto jurídico-procesal que no conviene sacar de su ámbito. Se basa en la presunción de inocencia y viene a decir –que me corrijan los juristas si yerro– que es el que busca la condena del procesado el que debe probar su culpabilidad y no viceversa. ¿Por qué? Evidentemente, porque es mejor que un culpable ande suelto que que un inocente esté en la trena, por no mentar la infausta pena de muerte. No veo qué puede tener esto que ver con la existencia de Dios. Pero si tuviese que establecer un paralelismo y pensar qué es peor, si un mundo sin Dios y, a mi entender, entregado al sinsentido, o un mundo con un Dios que le de sentido, yo pediría que el peso de la prueba recayese sobre los que niegan la existencia de ese Dios. Creo que sería menos grave creer en Dios y que luego no existiese que no creer en Él y que, al final, existiese. Pero esto es, además de irrelevante, un poco cuestión de gustos. Supongo que Hitler o Stalin preferirían un mundo sin Dios. Así que cada uno ponga el peso de la prueba donde quiera. Me parece, como he dicho antes, totalmente irrelevante. Porque a Dios, si existe, dónde pongamos nosotros el peso de la prueba, le debe importar bastante poco. Y si no existe, menos. Que exista o no, no depende en modo alguno de dónde pongamos el peso de la prueba estos pequeños seres perdidos en la inmensidad del cosmos que seríamos los hombres si no hubiese Dios. ¡Ah!, y hasta el sano epicureismo, que lo hay, y es parte de la sana doctrina católica –que no protestante– se disfruta más con Dios.

Otra vez, muchas gracias a Gabriel Albiac por su inteligencia y honestidad.

Y pido a quienes lean estas líneas desde la fe que recen con fuerza por los muertos en la masacre de Bagdad.

4 comentarios:

  1. Gracias, Sr. Alfaro. Encontré este blog gracias a la entrevista del viernes en Radio María, y estoy disfrutándolo, releyéndolo y saboreándolo. Genial.

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  2. Querido otro Victor, soy Tomás:

    me alegro de tu incorporación al blog y de que te guste. Soy yo quien te da las gracias, porque , ¿qué serís de un blog sin lectores? Si te gusta, pásalo.

    Y, por cierto, de tú y Tomás. Faltaría más.

    Un abrazo.

    Tomás

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  3. Querido Tomas.
    Por casualidad he accedido a tu blog y he leído esta entrada. Mas que la casualidad, el hecho de que yo inicie un blog hace unos meses y, desde mi poco conocimiento pero algo de sentido común, también he tratado el asunto de la Alianza y la Yihad, así como algunos otros tópicos que considero de interes.
    Como experto en el Islam (recuerdo con cariño tu "clase magistral" en casa del magnifico Jose Maria), me gustaría que leyeras las entradas Alianza, Yihad, Guerra Santa (entradas 1 y 2) y los interesantes comentarios a que ha dado lugar.
    Mi blog: SENTIDO COMUN (y música) jchicheri.wordpress.com.
    Disculpa esta "publicidad". No suelo difundirlo excepto el espontáneo "boca-oreja".
    Un fuerte abrazo

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  4. Hola Jaime, soy Tomás . Copio aquí el mismo comentario que he incluido en ti blog.

    Hola Jaime, fantástica entrada que ha dado lugar a muchos comentarios. Me permito alguna puntualización. No añado citas del Corán, porque jesús ya ha hecho algunas muy buenas. Pero no cabe duda de que en el Corán SÍ HAY SURAS QUE INCITAN EXPLICITAMENTE A LA VIOLENCIA. Ciero que también se dice lo contrario en otras. Y este es el punto. El Corán dice una cosa y la contraria. Cierto que esto también ocurre en la Biblia, pero la Biblia es un libro INSPIRADO por Dios, no DICTADO por Dios como afirmaba Mahoma del Corán. Por eso, cuando a Mahoma le dijeros que Alá se contradecía, Al,a le dictó la sura Sura 2, v. 100, en la que Alá dice: “Nosotros no abrogaremos ningún versículo de este libro ni haremos borrar uno sólo de tu memoria, sin reemplazarlo por otro mejor o igual. ¿No sabes que Alá es Omnipotente?” Es decir, Alá es Omnipotente hasta para engañarnos. Cosa que no puede hacer el Dios Judeocristiano. Yo aprendí desde pequeñito que Dios no puede ni engañarse ni engañarnos. Por eso existe teología cristiana y no musulmana. Porque mientras la convicción de que Dios no nos engaña y que la Biblia es inspirtada, no dictada, hay que interpretar sus aparentes contradicciones, mientras que el Corán, al ser dictado y poder Alá engañarnos, el Corán no es interpretable. Esto ha dado en el Islam lugar a la polémica llamada del abrogante y el abrogado. Qué sura o versículo es posterior a otro y por lo tanto lo anula. Pero lo malo es que nadie sabe a ciencia cierta en qué orden fueron dictadas las suras (en el Corán aparecen, salvo la 1ª, de más largas a más cortas y como tampoco hay en el Islam una autoridad reconocida por todos, pues el callejón no tiene salida. El Papa, en su lección magistral de Ratisbona, vino a decir que una religión sin lógica (sin logos, sin teología) es una religión que incita a la violencia y, sus palabras se cumplieron.

    Naturalmente que hay musulmanes buenos que leen el Corán desde una óptica benévola, pero los hay que hacen la lectura violenta y son tan buenos musulmanes como los otros, según el Corán. Pero, además, la vida de Mahoma, se parece más a la lectura violenta que a la pacífica. En el Corán, dictado por Alá, se justifica el saqueo y la rapiña y Mahoma lo hizo. Además Dios le dejó bien claro que la quinta parte del saqueo era para él, lo que era, qué duda cabe, un incentivo. No puede decir lo mismo un cristiano, porque en el Evangelio no hay ni una sola línea que incite a la violencia contra las personas, ni Jesucristo yuvo una sola acción de violencia contra nadie, sino que, muy al contrario, murió perdonando a sus enemigos. Si los cristianos hacemos barbaridades, y las hemos hecho y las haremos, las hacemos en contra de lo que nuestro Dios encarnado nos ha enseñado.

    Respecto a la reciprocidad. Un día, un Imán musulmán (el Imán de la mezquita de la M-30)que vino a la Universidad habló de la tolerancia del Islam. Le pregunté qué le pasaría a él si un día repartía folletos pro Islam en la puerta de su mezquita. Me dijo que nada. Después le pregunté qué pasaría si en El Caito, de donde era, un sacerdote católico hiciera lo recíproco. Se cayó. Luego le dije que si mi hija se hiciese musulmana me daría, sin duda, una enorme pena, pero seguiría siendo mi hija, viviendo en mi casa, teniendo las mismas amigas, estudiando en la misma universidad y, eventualmente, trabajando en cualquier trabajo. Le pregunté qué pasaría si su hija se hiciese cristiana. Volvió a cayarse.

    En fin, podría seguir, pero esto es sólo un comentario. Si te interesa, mándame un mail y te mando un documento sobre el Islam que tal vez te interese.

    Recuerdo muy a menudo a José María y a María Teresa con pena y añoranza pero orgullosos de haber tenido amigos así.

    Un abrazo y gracias por tu blog.

    Tomás

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