Tomás Alfaro Drake
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
La verdad es que nuestra actitud hacia los niños es correcta mientras que nuestra actitud hacia la gente mayor está equivocada. Nuestra actitud hacia nuestros iguales en edad consiste en una solemnidad servil que cubre un grado considerable de indiferencia o desprecio. Nuestra actitud hacia los niños consiste en una indulgencia condescendiente que cubre un respeto insondable. Nos inclinamos ante gente mayor, nos quitamos el sombrero, nos abstenemos de llevarles la contraria de plano, pero no les apreciamos adecuadamente. Hacemos monigotes de los niños, les sermoneamos, les tiramos del pelo, pero les respetamos, les queremos, les tememos. Cuando respetamos algunas cosas en las personas maduras, suelen ser sus virtudes o su sabiduría, lo que resulta bien fácil. Pero respetamos las faltas y los desatinos de los niños.
Probablemente llegaríamos mucho más cerca de la verdad de las cosas si tratáramos a todas las personas mayores, de cualquier título y tipo, precisamente con ese cariño oscuro y respeto deslumbrado con el que tratamos las limitaciones infantiles. Al niño se le hace difícil realizar el milagro del habla, y en consecuencia nos parece que sus equivocaciones son tan maravillosas como su precisión. Si adoptáramos la misma actitud hacia el Primer Ministro o hacia el Ministro de Hacienda, si afablemente les animáramos en sus tartamudeos y deliciosos intentos de hablar como seres humanos, nuestra visión sería mucho más sabia y tolerante. Un niño tiene maña para hacer experimentos en la vida que son por lo general saludables en sus motivos, pero a menudo intolerables en la comunidad doméstica. Si pudiéramos tratar a todos los filibusteros negociantes y a los presuntuosos tiranos de la misma manera, si les reprocháramos con suavidad sus brutalidades como si fueran pintorescas equivocaciones en el desempeño de la vida, si les dijéramos sencillamente que ya “lo entenderán cuando sean mayores”, estaríamos probablemente adoptando la mejor y la más aplastante actitud que puede haber hacia las debilidades de la humanidad. En nuestras relaciones con niños demostramos que la paradoja es del todo verdadera, que es posible combinar una amnistía muy cercana al desprecio con una adoración muy cercana al terror. Perdonamos a los niños con el mismo tipo de delicadeza blasfema con que Omar Khayyam perdonaba al Todopoderoso.
Gilbert K. Chesterton. En defensa del culto al niño
17 de noviembre de 2010
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