9 de enero de 2012

Mi Cristo roto 3

Tomás Alfaro Drake

A raíz de una frase de la lección del Papa sobre santa Teresa de Ávila que dice. El descubrimiento fortuito de “un Cristo muy llagado” marca profundamente su vida, he querido empezar a enviar por partes cuatro historias recopiladas en un librito llamado “Mi Cristo roto”.

En Buenos Aires, en la parroquia del Pilar, encontré un brevísimo libro editado por Caritas bajo el nombre de “Mi Cristo roto”. En la portada aparecía la foto de un Cristo crucificado al que le faltaba la cruz, la pierna y el brazo derechos y tenía la cara cortada, como si se le hubiese dado un tajo desde encima de las cejas hasta debajo de la barbilla. El autor es un sacerdote jesuita, Ramón Cué. Por el texto, desprende que tuvo, en algún momento que no recuerdo, un programa religioso en TVE. Lo compré inmediatamente y dediqué la siguiente media hora a leerlo en un banco de la plaza de la recoleta. Me emocionó muchísimo y decidí copiarlo. Aquí está la tercera de las cuatro historias que lo forman.

MI CRISTO ROTO

3º Se ha perdido una cruz.

Voy a aprovechar esta noche mi actuación en la televisión española para lanzar un anuncio. Buena ocasión puesto que cuento con varios millones de televidentes. Un anuncio breve y no comercial. Atención, señores, se ha perdido una cruz y no se da con ella. ¿La habrá encontrado, tal vez, alguno de vosotros...? Es la de mi Cristo roto. No la localizamos. El lo sabrá pero no me contesta... ¡Como es mudo...!

El anticuario de Sevilla que me lo vendió tampoco ofrece ninguna pista ni rastro. Yo quisiera devolverle su cruz, porque aguantar en la cruz sin cruz, debe ser doble tormento doloroso. Por eso, amigos, os pido ayuda. Se ha perdido una cruz... ¿Alguno de vosotros ha encontrado una cruz? ¿Queréis las señas...? ¿El tamaño...? Pues ya lo veis. No muy grande. Unos noventa por sesenta centímetros. No muy grande, pero es una cruz y no hay cruz pequeña. Además, es una cruz para Cristo y entonces no hay modo de medirla. Con estas señas basta porque, en definitiva, todas las cruces son iguales. Perdonad, pues, mi insistencia. Amigos, ¿alguno de vosotros ha encontrado una cruz...? ¿O sabéis de alguien, vecino, pariente, amigo, que la haya encontrado...?

Sí... ya sé que os estáis contestando todos: ¡Qué cosas pregunta usted! ¿Qué si no hemos encontrado una cruz...? ¿Una sola...? ¡Hemos encontrado tantas cruces...!

Y todos, es verdad, tenéis toda la razón. Por eso ahora pregunto al revés: ¿Quién de vosotros, amigos, quién de nosotros, no ha encontrado una cruz...? Mejor dicho, ¿quién no tiene una cruz...? Es un derecho de propiedad irrenunciable que se está ejerciendo siempre. Con esta personalísima propiedad privada no puede ni el comunismo. Todo comunista tiene su propia cruz, inalienable. Imposible socializarla y todos la llevamos a cuestas, aunque no se ve. Aunque sonriamos. A veces, por oculta, más pesada. La mía no la veis tampoco. Me veis a mí, multiplicado en todas las pantallas receptoras, pero no veis mi cruz... ¡la tengo! Aunque no extienda los brazos en forma de cruz, aunque no salga por detrás de mis hombros. Yo me la sé. Y vosotros, la vuestra.

Todos trabajan pero, todos, tienen y trabajan con ella, una cruz: su cruz. Los dos cámaras... el que vigila, alerta, la jirafa de sonido, el que se encarga de los focos, el regidor que me hace señas e indicaciones y tiene una cruz. Todos, estamos todos, trabajando con nuestra cruz a cuestas. Pero entonces, ¿esto qué es? ¿Un estudio de televisión española en Madrid, o una escena fantástica de una eterna Pasión...?

Y con la vuestra, también a cuestas, estáis contemplando vosotros este programa en donde estéis: en casa, en la del vecino, en el bar. ¿Para qué vinisteis con la cruz a ver la televisión?

Nos persigue hasta la silla, la butaca, la cámara. Esta noche, al acostarnos, no podemos dejarla colgada en la percha. Y al levantarnos mañana, no será necesario vestirnos la cruz. Saltaremos de la cama con ella ya puesta. A la entrada de nuestro trabajo dejaremos apartado el coche, la moto, la bici. ¡Ojalá pudiéramos todos los días, también, dejar unas horas aparcada nuestra cruz! Para las cruces no hay problemas de aparcamiento. No ocupan sitio, aunque ocupen y absorban una vida entera.

¿Que quién ha encontrado una cruz? Todos... Buenos y malos... Santos y criminales... Sanos y enfermos. Ni siquiera respeta los partidos políticos por opuestos que sean. Ni a los que parecen desafiar al dolor con las carcajadas y juergas de su vida. Esa pobre prostituta que a estas horas, repintada y aburrida, espera sentada en la barra de la cafetería o arrimada a la esquina estratégica, lleva encima una pavorosa cruz a cuestas. Pesa tanto que se apoya recostándose en la esquina. Una cruz que pesa más de lo que sospechábamos. Y el que se acerca a ella buscando el placer, lo hace por huir de otra cruz. Con sus respectivas cruces a cuestas, hablan los dos, se arreglan, al fin, los dos. Y allá van los dos, por la calle adelante con prisa los dos y con la cruz acuestas los dos. Y cuando regresan, cuando ya han tratado de aplacar su hambre de felicidad, sienten, defraudados, que han aumentado su cruz. Es mayor, en ella, el asco y el envilecimiento; en él, la desilusión. ¡Bah! No merecía la pena. Para volver a surgir mañana, otra vez, la cruz del deseo en él. Y en ella, dentro de un rato, otra vez, el asco y el cansancio. Y siempre con la cruz a cuestas.

Una vez, en Nueva York, yo tuve una pesadilla terrible. Como en una película de Ingmar Bergman. Acababa de pasar unos días en Nueva York abrumado y ahogado por las masas verticales de sus rascacielos y esa noche soñé con una fantástica ciudad, con un Nueva York centuplicado, donde los rascacielos se abrían arriba en forma de cruz, y cuyas paredes e infinitas ventanas, iluminadas por dentro, de noche, se partían en forma de cruz, para enseñarme en cada uno de los pequeños huecos, un hombre crucificado. ¡Qué angustiosa pesadilla la de aquella noche, atravesando en sueños las calles trágicamente silenciosas y vacías, bajo la mirada lacerante de infinitos hombres crucificados en las ventanas de los rascacielos crucíferos y arrastrando yo, único caminante, mi cruz, que rechinaba en el asfalto por las interminables calles solitarias!

¿Y no es verdad...? Toda ciudad, en definitiva, es un bosque, una selva, una colmena de cruces. ¿Y sabes, amigo, por qué a veces nuestra cruz resulta intolerable? ¿Sabes por qué llega a convertirse en desesperación y suicidio...? Porque entonces, nuestra cruz, es una cruz sola. Una cruz sin Cristo. La cruz sólo se puede tolerar cuando lleva un Cristo ente sus brazos. Una cruz laica, sin sangre ni amor a Dios, es absurdo aguantarla. No tiene sentido, te lo concedo.

Por eso, amigo, se me ocurre una idea: Yo tengo un Cristo sin cruz, míralo... Y tú tienes, tal vez, una cruz sin Cristo. Esa que tú sabes. Los dos estáis incompletos. Mi Cristo no descansa porque le falta su cruz. Tú no resistes tu cruz porque te falta Cristo. Un Cristo sin cruz... Una cruz sin Cristo... ¿Por qué no los juntamos y los completamos? ¿Por qué no le das esta noche tu cruz vacía a Cristo? Saldremos ganando, ya lo verás. Tú tienes una cruz sola... vacía... helada... negra... pavorosa... sin sentido... Una cruz sin Cristo. Te comprendo, sufrir así es irracional. No me explico cómo has podido tolerarla tanto tiempo. Tienes el remedio en tus manos. ¡Anda, dame esa cruz tuya! ¡Acércala más! Yo te doy, en cambio, este Cristo sin reposo y sin cruz. ¡Tómalo! ¡Te lo acerco! ¿Lo estás viendo? Es tuyo, multiplicado prodigiosamente en todas las pantallas de televisión... ¡Dale tu cruz! ¡Toma mi Cristo! ¡Júntalos! ¡Clávalos! ¡Abrázalos! ¡Bésalos! Y todo habrá cambiado. Mi Cristo roto descansa en tu cruz. Tu cruz se ablanda con mi Cristo en ella.

Empecé dando un aviso: Se ha perdido una cruz. Lo retiro. Ya no hace falta, Hemos encontrado una cruz, la nuestra, que resulta ser la de Cristo.

2 comentarios:

  1. plenamar.mdp@gmail.com10 de enero de 2012, 18:30

    Hiciste una muy buena elección.
    Su lectura es amena y cruda, como la vida, y refleja la realidad de la vida religiosa.
    No te quedes rengo.
    Lée también del mismo autor "Mi cristo roto de casa en casa". Es la continuación del que leíste.
    Un saludo desde Mar del Plata-Argentina.

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  2. Hola plenamar, soy Tomás

    Gracias por tu sugerencia. La seguiré.

    Tomás

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