29 de febrero de 2012

Frases 29-II-2012

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Los jóvenes que tan fácilmente abandonan la fe no saben lo que cuesta recobrarla ni qué torturas hay que pasar para volver a ella.

Paul Claudel

26 de febrero de 2012

No, Einstein no se equivocó

No se si os acordáis que en Septiembre pasado, los periódicos anunciaban a bombo y platillo, dándolo como un hecho probado, que se había descubierto que los neutonios podían viajar a velocidades superiores a las de la luz y que, por lo tanto, Einstein se había equivocado y la teoría de la relatividad era falsa.

Yo publiqué una entrada en este blog diciendo que me extrañaría mucho que la toría de la relatividad fuese falsa. Daba para ello argumentos bastante sofisticados. Pues, efectivamente, Einstein no se equivocó, pero los argumentos sofisticados que yo aducía del posible error del experimento, no eran tales. El error era mucho más burdo. Un cable suelto:

Copio mi entrada de entonces y el error:

MI ENTRADA

Empiezo por decir que me parecería apasionante que Einstein se hubiese equivocado. Demostraría, una vez más, que las “verdades” de la ciencia son siempre provisionales. Esto es algo inherente a la ciencia que no sorprende a ningún científico. Pero el imaginario popular ha llegado a creer que la ciencia sí descubre verdades inmutables. El último –que yo sepa– derrumbamiento de una de esas grandes “verdades” ocurrió hace poco más de diez años. Hasta entonces era “incuestionable” que el universo se estaba frenando en su expansión. La duda era si en ese frenado de su expansión llegaría un día a hacer que empezase a contraerse. Pues esa “verdad” se cayó por tierra cuando los científicos descubrieron que el universo se expandía cada vez más deprisa. Esto ha traído consigo que haya que revisar muchos conceptos y postular nuevas realidades como la constante cosmológica o la energía oscura. Y eso, a los buenos científicos, les encanta, porque abre nuevos caminos en el conocimiento de la realidad.


Ahora parece que se ha medido que unas partículas llamadas neutrinos han viajado a una velocidad ligerísimamente mayor que la de la luz. El adjetivo ligerísimamente, no quita ni un ápice a la importancia del descubrimiento, si se confirmase. La ruptura cualitativa –aunque sea mínima cuantitativamente– de una ley de la naturaleza que parecía un firme paradigma, es siempre un acontecimiento científico imponente. Esto les encanta a muchos científicos. También a los periodistas les encanta porque les da materia prima para titulares sensacionalistas que les ayudan a vender periódicos. Pero las motivaciones de científicos y periodistas no pueden ser más dispares. Unos se alegran cautamente, mientras esperan que las mediciones se confirmen y esto les permita avanzar en el conocimiento de la realidad, mientras que los otros se dejan llevar por el sensacionalismo interesado.


Pero, desgraciadamente, si tuviera que apostar, apostaría a que hay errores en las mediciones que las hacen incorrectas. Esto no es la expresión de un deseo –al contrario, mi deseo, como el de muchos científicos, es que se confirmen esos resultados, lo que sería muy excitante– sino que parte de un cierto conocimiento de la naturaleza de los neutrinos. En estos momentos miles de millones de neutrinos procedentes del Sol están atravesando la Tierra de un extremo a otro sin dejar la más mínima huella ni afectar para nada a un sólo átomo de nuestro planeta. Porque los neutrinos muy raramente interfieren con la materia “normal”. Como desde hace décadas los científicos quieren estudiar los neutrinos, han inventado para ello detectores de estas partículas. Consiste en llenar grandes minas abandonadas con agua pesada y otras sustancias que tienen una probabilidad mayor de interferir con los neutrinos que las sustancias que forman la Tierra. Así es el detector del Gran Sasso, lugar de llegada de los neutrinos del experimento. En estos detectores se detectan continuamente una mínima parte –aunque mayor de lo que detecta la Tierra entera– de los neutrinos que pasan por ellos. Por lo tanto, como están llegando a la tierra miles de millones de neutrinos cada segundo, siempre se están produciendo “disparos” por la detección de algunos de ellos, creando un “ruido” de fondo. Ni la densidad de neutrinos que vienen del sol es siempre la misma, ni el mínimo porcentaje detectados es siempre igual. Lo único que puede hacerse es acotar estadísticamente este ruido.


En punto de salida de esos neutrinos es el acelerador de partículas del CERN, instalado en Suiza. Los aceleradores no aceleran neutrinos. Aceleran átomos ionizados, protones, electrones u otras partículas cargadas eléctricamente, que hacen chocar entre sí. En estos choques se producen neutrinos que salen disparados en todas direcciones. Ahora bien, esos choques son “multitudinarios”. Es decir, los aceleradores aceleran un paquete de millones de partículas que chocan aleatoriamente con otro paquete que va en dirección contraria. Aunque esos paquetes están densamente empaquetados, en cada uno de ellos hay un primero y un último. Los choques no se pueden localizar en un momento exacto del tiempo. Puede chocar la primera de las partículas de un paquete con la primera del que viene de frente, con lo que el choque se produciría in poquito antes que si chocasen el último de un paquete con el último del otro. También el lapso de tiempo en el que se producen estos choques entre paquetes, se puede acotar estadísticamente, pero no con exactitud.


Así pues, los neutrinos producidos en el acelerador de Suiza, salen disparados en todas direcciones. Los que salen en la dirección del detector de neutrinos del Gran Sasso viajan 732 Km y llegan hasta el mismo. Una pequeña fracción de los mismos es detectada en él. Pero dado que el detector es una gran mina, la detección se puede producir el la parte de la mina más cercana a la fuente de neutrinos o en la más lejana. No se puede saber dónde se ha producido, pero puede haber varios cientos de metros de diferencia entre un posible lugar de detección y otro. El detector lo que mide es un aumento en el ruido de fondo de los “disparos” normales del detector. Aumento que se sale fuera de los rangos de la variación normal de ese ruido. Pero ese aumento de la frecuencia de “disparos” no se produce instantáneamente, sino que sube paulatinamente y es una cuestión estadística decidir cuándo se considera que ese aumento es inexplicable por variaciones aleatorias de los neutrinos emitidos por el Sol o del porcentaje de detección del detector. Si se supiese con exactitud la distancia entre el acelerador del CERN y el Gran Sasso, y el tiempo transcurrido entre las colisiones en el primero y el aumento de detecciones en el segundo, con sólo dividir lo uno por lo otro se obtiene la velocidad de los neutrinos. Ahora bien, ninguna de esas cosas se sabe con exactitud. No se sabe con exactitud la distancia, porque no se sabe en que lugar de la mina del Gran Sasso se han producido los “disparos”. No se sabe con exactitud el momento de partida de los neutrinos desde el acelerador, porque no se sabe el momento exacto de los impactos de las partículas del acelerador y no se sabe el momento exacto de llegada de los neutrinos al Gran Sasso, puesto que esto, como se ha visto antes, es una cuestión estadística. Por supuesto, todas estas posibles variaciones estadísticas han sido tenidas en cuenta por los científicos que han publicado sus resultados. Si no lo hubiesen hecho así, hubiesen hecho el ridículo en su presentación de los mismos. Pero el margen del supuesto exceso de velocidad de los neutrinos es mínimo. 60 milmillonésimas de segundo. Es decir, si los neutrinos viajasen a la velocidad de la luz deberían haber tardado 2,4 milisegundos en recorrer la distancia entre el acelerador del CERN y el Gran Sasso, cuando la estimación del tiempo es de 2,039994 milisegundos. Además, los científicos que han presentado ahora estos resultados, llevan bastantes años haciendo este tipo de medidas, y se supone que, si no han dicho nada antes, es porque los resultados anteriores estaban dentro de la normalidad. Un margen muy pequeño hecho en una sola medición entre muchas. Esto es razón más que suficiente para que la inmensa mayoría de los científicos opinen que hay que ser extremadamente cautos y esperar a que otros científicos repitan los resultados y, a ser posible, usando métodos diferentes. Así de prudente tiene que ser la ciencia, a diferencia de los periodistas.


Por otro lado, tenemos la propia teoría de la relatividad. Esta teoría está basada en unas ecuaciones matemáticas de una unidad y coherencia impresionantes. Esto quiere decir que no es posible que una parte de la teoría sea cierta y otra no. O es toda ella cierta o es toda ella falsa. En 1919, Eddington comprobó en un eclipse que la curvatura de los rayos de luz al pasar cerca del sol, respondía con exactitud a las predicciones de la teoría general de la relatividad, formulada en 1916. Desde entonces, ha habido una multitud de experimentos y medidas, basadas en los fenómenos más diversos, que han respaldado de forma impresionante la relatividad. Desde los relojes de desintegración de cesio hasta los agujeros negros. Desde la precesión de la órbita de mercurio hasta las lentes gravitatorias. Por tanto, antes que tirar a la basura una teoría con esa impresionante capacidad de predicción, hay que repetir y confirmar los resultados recientemente obtenidos. Ójala sean ciertos. Esto forzará a la ciencia a dar un paso más en la búsqueda de la verdad acerca de cómo es el universo y cómo funciona. Pero... hay que esperar y, como dije más arriba, me temo, como la mayoría de los científicos, que el tiempo dará la razón a la teoría de la relatividad y veremos dónde está el error de estas medidas.


Pero supongamos que las mediciones estuviesen bien y la teoría de la relatividad quedase obsoleta. Los periodistas, ávidos de sensacionalismo, afirman que, de ser así, serían posibles los viajes al pasado. Se basan en una frase de Eisntein, sacada de contexto, en la que afirma que si algo viajase más deprisa que la luz, serían posibles los viajes al pasado. Lo primero que se me ocurre decir es que si la teoría de la relatividad es falsa, la frase de Einstein, también. Pero lo que hay aquí es una mezcla de las churras con las merinas basada en la avidez periodística. Hay una “vieja” polémica, compatible con la teoría de la relatividad, sobre si son o no posibles los viajes al pasado. Y está, por otro lado, la paradoja de los gemelos plantada por la teoría de la relatividad. Empecemos por esta última.


Supongamos dos hermanos gemelos. Uno de ellos emprende un viaje estelar a la velocidad de la luz. La relatividad establece que si un cuerpo viaja a la velocidad de la luz, el tiempo se detiene en ese cuerpo, pero no en el resto del universo, que está “quieto”. Por tanto si el gemelo que se ha ido de viaje volviese tras haber transcurrido veinte años en la Tierra, él estaría exactamente igual que cuando partió, hecho un chaval, pero su hermano gemelo, y todo el mundo, estaría veinte años más viejo. El gemelo viajero ha viajado al futuro, no al pasado. Los viajes al futuro no tienen ninguna importancia causal. Las paradojas inquietantes se presentan, como se han encargado de explicar las películas de ciencia ficción, en los viajes al pasado, en los que yo puedo matar a mi abuelo y por lo tanto, no existir en el nuevo curso de los acontecimientos que se inicia en esa acción mía. Pero la paradoja de los gemelos, no permite viajes al pasado. Ahora bien, supongamos que el gemelo viajero viajase más deprisa que la luz. ¿Iría SU tiempo hacia atrás? Como esto falsearía la relatividad, vaya usted a saber. Pero admitamos que sí. Entonces él volvería más joven de lo que se fue, a un mundo veinte años más viejo que el que dejó. Es decir, él viajaría a SU pasado, pero NO al pasado del resto del mundo. También aquí hay paradojas. ¿Qué pasaría con él si SU tiempo fuese marcha atrás por un lapso mayor que su vida y su madre no fuese en la misma nave? Tal vez volviese otra vez al principio de su viaje. Pero son paradojas que le afectan sólo a él, no al resto del mundo. Esto es lo que hay respecto a los viajes al pasado directamente relacionado con la supuesta velocidad mayor que la de la luz de los neutrinos.


La “vieja” polémica sobre los viajes en el tiempo, dentro de la vigencia de la teoría de la relatividad, tienen que ver con la posibilidad teórica de existencia de unos hipotéticos entes que han recibido el nombre de “agujeros de gusano”. Es una polémica que está en el límite de lo científicamente serio y el juego de ingenio de los supuestos partidarios de una u otra postura. Pero insisto, esta discusión se desarrolla dentro del marco de la teoría de la relatividad, por tanto, si ésta fuese falsa, esta polémica, lejos de decantarse por la realidad de los viajes al pasado, dejaría de existir. Stephen Hawking es partidario, en esta polémica, de la posibilidad de esos viajes. Pero con un fair play admirable ha esgrimido un argumento en su contra. Dice: Lo que más me hace dudar de la posibilidad de los viajes al pasado es que, si fuesen posibles, ya habríamos sido invadidos por una horda de turistas del siglo XXXV.


Aquí podría terminar esas líneas. Pero no quiero desaprovechar la ocasión para plantear un tema filosófico de calado. Esta provisionalidad de los conocimientos científicos, ¿no niega el propio concepto de verdad? A fin de cuentas, si una cosa que la ciencia da por verdadera hoy, mañana se demuestra falsa, ¿dónde está la verdad? Planteo esto porque es un argumento contra la verdad que corre de mano en mano como la moneda mala. Pero no es más que eso, moneda mala. Es evidente que lo que esto pone en cuestión no es el concepto de verdad, sino las limitaciones del método científico-empírico para conocerla. Ahí fuera hay un universo real, que es como es y funciona como funciona. El método científico-empírico, mide, pesa, cuenta, cronometra fenómenos materiales y, luego, relacionando unas medias con otras, establece leyes de funcionamiento. Es un método maravilloso. Pero, como todos los métodos de conocimiento, tiene sus límites. El primero, obvio, es que se limita a lo que se puede medir, pesar contar o cronometrar. Nada puede decir sobre cosas, indudablemente reales, como el amor o el odio, la justicia o la injusticia, la felicidad o la desgracia, la pena o la alegría. El segundo es que, como ya establecieron filósofos de la ciencia como Karl Popper y otros, puede proponer leyes que se vayan haciendo cada vez más firmes cuantos más experimentos empíricos los refrenden, pero basta un experimento, corroborado empíricamente, que lo desmienta, para que todo el edificio se derrumbe. Es lo que puede ocurrir con la teoría de la relatividad. Pero si esta teoría se derrumba, esto no querrá decir que el universo que nos rodea no sea un universo, en primer lugar, real y, en segundo, inteligible. Ese universo real que hay ahí fuera nos ha dado pruebas abundantísimas, gracias a la propia ciencia, de que es inteligible. Y aunque la ciencia pueda dar palos de ciego para entender esa inteligibilidad, ha avanzado de una forma impresionante que no hubiera sido posible si el universo no hubiese sido esencialmente inteligible. Cierto que hay científicos que ponen en entredicho esta realidad objetiva e intligibilidad del cosmos pero no lo hacen en base a argumentos científicos-empíricos y, a decir verdad, sus planteamientos me suenan a irracionales y apriorísticos. Porque si hay ahí fuera un mundo material inteligible, es muy difícil negar que esa inteligibilidad no le haya sido dada por una inteligencia personal que ha diseñado unas leyes lo han hecho así.


Hay otros métodos de conocimiento que sirven para realidades que no se pueden medir, contar, pesar o cronometrar. Se ocupan de lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, etc., de los que no se puede ocupar la ciencia. De cosas que tienen que ver con que la red de relaciones del ser humano con sus semejantes y su entorno funcionen adecuadamente. También estos métodos tienen sus limitaciones. Ninguno puede decir que ha desentrañado en su totalidad la madeja de todas estas categorías para todas y cada una de las conductas humanas. Pero, a diferencia de la ciencia empírica, estos métodos no funcionan por prueba y error –planteamiento de hipótesis, comprobación empírica y refuerzo o refutación, en su caso. Lo hacen sobre bases de razonamiento lógico formal y sus conclusiones son definitivas, aunque no tengan respuesta para todo. Tienen lagunas, pero también descubren que hay una racionalidad no arbitraria en todos esos aspectos de la realidad y que ajustarse a esa racionalidad, hasta donde se puedan descubrir sus leyes, es vital para la existencia del ser humano como tal. Y si unos seres pueden tener el concepto de justo o injusto, bello o feo, bueno o malo, que no existen en la materia, es racional pensar que esos conceptos les han sido dados por algún principio externo a la materia. ¿El mismo que ha hecho inteligible el universo? Parece razonable pensar que sí. Y entonces esas leyes de lo justo, lo bueno, lo bello, tienen una racionalidad interna que puede y debe ser desentrañada por la razón, como las leyes de la física. No son leyes evidentes, pero se encuentran en la naturaleza de las cosas. Son por tanto objetivas y pueden ser desentrañadas. Son la ley natural y la labor de descubrirlas es función de la filosofía moral. Y si el hombre abdicase de descubrir estas leyes sería tan irracional como si abdicase de entender el funcionamiento del universo. Legislar acordemente con estas leyes es el derecho natural.


Y si nuestro concepto de justicia, amor, belleza, bondad, procede de ese principio, creo que, racionalmente, se pueden postular dos cosas de ese principio. Que es bueno, justo y bello por un lado y, por otro, que es un ser personal. Y si esto se puede postular racionalmente, también puede postularse racionalmente, como un corolario, que ese principio bueno y personal nos debe querer y poder decir de Él mismo cosas que de otra manera no podríamos saber y que son imprescindibles para entenderle y para que funcione esa red de conductas humanas que hacen la vida vivible. Es decir que ese Ser Personal quiere y puede revelarse a los hombres. Surge así otra forma de conocimiento. La de interpretar con lógica y coherencia esa revelación de ese Ser Personal a los hombres. más burdo. Una mala conexión de un cable.



EL ERROR


ELMUNDO.es | Madrid


Actualizado jueves 23/02/2012 12:43 horas


Al final, parece que Einstein tenía razón. Los neutrinos probablemente no sean más rápidos que la luz, después de todo. Los datos registrados por el experimento Opera el pasado mes de septiembre y que pusieron en duda la Teoría de la Relatividad, aparentemente se debieron a una anomalía en el funcionamiento del aparato de medición.


Según informa la web de la revista 'Science', el resultado que dio que los neutrinos eran 60 nanosegundos más rápidos que la luz se debió a una "mala conexión" entre un cable de fibra óptica que va conectado a un ordenador con receptor GPS utilizado para medir el tiempo de los neutrinos.


El propio Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) ha reconocido en un comunicado que se han identificado dos posibles fallos que ponen en tela de juicio los resultados del famoso y polémico experimento.

Dos posibles errores


El primer posible error pudo deberse a una conexión defectuosa en el cable de fibra óptica que conecta el reloj central del experimento con el GPS exterior. La segunda anomalía pudo ser un fallo en la frecuencia del oscilador del cronómetro interno del experimento.


El CERN explica que estos dos fallos podrían haber producido efectos opuestos. Es decir, mientras el ajuste del cable podría suponer un aumento en la velocidad de los neutrinos, la corrección de la frecuencia podría disminuirla.


Antes de conocerse esta eventual equivocación, estaba previsto repetir los experimentos el próximo mes de mayo. Sin embargo, el portavoz del CERN James Gilles considera que esta agenda probablemente se verá alterada y los experimentos se reanudarán una vez subsanados los errores.


Gilles reconoce que los sorprendentes resultados del laboratorio ahora están en duda. "Se ha encontrado una posible explicación. Pero no lo sabremos con seguridad hasta que hayamos hecho las pruebas con un nuevo experimento", dijo Gilles.

Controversia científica


Físicos que participaron en el experimento dijeron que cuando informaron de sus resultados revisaron en múltiples ocasiones durante varios meses cualquier cosa que pudiera haber producido una lectura errónea antes de anunciar sus hallazgos.


Una segunda prueba, cuyos resultados fueron anunciados en noviembre, pareció confirmar que los neutrinos viajaban más rápido que la luz. Pero muchos expertos se mantenían escépticos frente a un resultado que habría anulado uno de los principios fundamentales de la física moderna.


Edward Blucher, presidente del Departamento de Física de la Universidad de Chicago, dijo que el hallazgo original habría sido impresionante si hubiese sido cierto. En su momento, la investigación provocó mucha controversia en la comunidad científica, pero muy pocos físicos defendían la validez de los resultados, y la mayoría estaba convencida de que tenían que deberse a un error.


"No creo que haya conocido a nadie que dijera que apostaba a que era cierto. Creo que la gente del experimento trabajó de forma tan cuidadosa como pudo y creo que se les acabaron las ideas sobre qué pudo haber salido mal y decidieron presentarlo", declaró.


"Quizás debieron haber esperado unos pocos meses más", agregó.


19 de febrero de 2012

Respuesta a Juan Manuel de Prada sobre la reforma laboral

Tomás Alfaro Drake

Hoy no me queda más remedio que escribir sobre dos personas a las que admiro. Y digo que no me queda más remedio porque tengo que escribir discrepando seriamente de ellos. Me refiero a Juan Manuel de Prada y, por alusiones de éste, a G.K. Chesterton. De ambos admiro su ingenio apologético en cuestiones de la fe y la moral cristianas. No hay más que echar un vistazo a mi blog para ver que ambos han dejado su impronta en él, si bien, he intentado huir de su, a veces, demasiado cáustica descalificación de sus oponentes.

Sin embargo, ambos patinan cuando hablan de sistemas económicos. Y es que ninguno de los dos tiene conceptos claros en este campo. Chesterton, junto con Hilaire Belloc, también profano en temas de economía, idearon un sistema económico más bucólico que factible: el distributismo. Afortunadamente para la humanidad nunca se ha llevado a cabo semejante experimento económico salvo, tal vez, en diminutas comunidades. Si se hubiese intentado hacer a gran escala, su consecuencia hubiese sido, a buen seguro, el hambre para buena parte de la humanidad. Un entendimiento restrictivo de la doctrina social de la Iglesia, les llevó a ambos a un furibundo anticapitalismo.

Sin embargo, jamás, y repito, jamás, la doctrina social de la Iglesia ha condenado el capitalismo como tal. Sí ha condenado el socialismo como intrínsecamente perverso, pero nunca el capitalismo. Por supuesto que la DSI ha condenado prácticas perversas en el capitalismo. Habría que ser un ciego o un estúpido para no condenarlas. Pero condenar el uso perverso de algo no es condenar ese algo. La lujuria es condenable porque es el apetito desordenado del sexo, pero eso no hace malo al sexo. La avaricia es mala porque es el apetito desordenado de riquezas, pero eso no hace malas las riquezas. Y así podría seguir con todos los pecados capitales. La soberbia y la excelencia. La ira y la indignación. La gula y la comida. Hasta algo tan “bondadoso” como el pan puede usarse para el mal y algo tan “perverso” como una ametralladora puede usarse para el bien. Pero, como dice Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate” refiriéndose al capitalismo: De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto a tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social”[1]

Si es cierto que en el debe del capitalismo, como en el de cualquier actividad humana, hay que poner dichos excesos –soy el primero en condenarlos–, no lo es menos que en el haber, hay que poner una impresionante escalada de bienestar material, que no es el bienestar más importante, pero ayuda. Y si los hombres hemos usado mal ese impresionante bienestar material, la culpa, una vez más, no es del capitalismo, sino nuestra. Creo que la DSI ha hecho mucho más de lo que la sociedad actual está dispuesta a reconocer por limar del capitalismo estas prácticas perversas. Pero no me cabe duda de que si León XIII, o Pio XI, levantasen la cabeza y viesen el capitalismo de hoy, aún con sus evidentes lacras que los actuales pontífices condenan, no darían crédito a sus ojos. Leyendo la Rerum Novarum y la Cuadragesimo Anno, publicadas en 1891 y en 1931 respectivamente, uno se siente transportado a un mundo mucho más salvaje, económicamente hablando, que el actual. Ciertamente que el capitalismo sigue teniendo, y tendrá siempre, asignaturas pendientes. Pero el saldo entre el debe y el haber es claramente positivo a su favor.

A veces, entre los apologetas más eximios, se puede caer en el exceso de ser más papistas que el Papa. Y eso es lo que les ha ocurrido, creo yo, y lo digo con pesar por mi admiración hacia ellos, a Chesterton y a Prada. Es precisamente un artículo de Juan Manuel de Prada en religionenlibertad, el que provoca estas líneas. Creo que es bueno, para la continuación de las mismas, que lo adjunte íntegro: Ahí va:

Hace casi un siglo, Chesterton, analizando la obra de Aldous Huxley Un mundo feliz, donde se nos describe una sociedad futura sometida a un feroz proceso de alienación, escribía:

—Pero esta misma obra se está realizando en nuestro mundo. Son gente de otra clase quienes la llevan a cabo, en una conspiración de cobardes. (...) Nunca se dirá lo suficiente que lo que ha destruido a la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo. Sin duda podría haberlo hecho el comunismo, si hubiera tenido una oportunidad fuera de esa tierra salvaje y semimongólica en la que florece actualmente. Pero, en cuanto a lo que nos concierne, lo que ha destruido hogares, alentado divorcios y tratado las viejas virtudes domésticas cada vez con mayor deprecio, han sido la época y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha provocado una lucha moral y una competencia comercial entre los sexos; el que ha destruido la influencia de los padres a favor de la del empresario; el que ha sacado a los hombres de sus casas a la busca de trabajo; el que los ha forzado a vivir cerca de sus fábricas o de sus empresas en lugar de hacerlo cerca de sus familias; el que ha alentado por razones comerciales un desfile de publicidad y chillonas novedades que es por naturaleza la muerte de todo lo que nuestras madres y nuestros padres llamaban dignidad y modestia.

Chesterton definía el capitalismo como una «conspiración de cobardes», porque tal proceso de alienación social no lo desarrolla a las bravas, al modo del gélido cientifismo comunista, sino envolviéndolo en coartadas justificativas más o menos merengosas (pero con un parejo desprecio de la dignidad humana). Lo vemos en estos días, en los que se nos trata de convencer de que una reforma laboral que limita las garantías que asisten al trabajador en caso de despido o negociación de sus condiciones laborales... ¡favorece la contratación! Es algo tan ilógico (o cínicamente perverso) como afirmar que el divorcio exprés favorece el matrimonio, o que la retirada de vallas favorece la propiedad; pero el martilleo de la propaganda y la ofuscación ideológica pueden lograr que tales insensateces sean aceptadas como dogmas económicos. Lo que tal reforma laboral favorece es la conversión del trabajador en un instrumento del que se puede prescindir fácilmente, para ser sustituido por otro que esté dispuesto a trabajar —a modo de pieza de recambio más rentable— en condiciones más indignas, a cambio de un salario más miserable. Pero toda afirmación ilógica encierra una perversión cínica: del mismo modo que de un divorcio se pueden sacar dos matrimonios, de un despido también se pueden sacar dos puestos de trabajo (y hasta tres o cuatro); basta con desnaturalizar y rebajar la dignidad de la relación laboral que se ha roto, sustituyéndola por dos (y hasta tres o cuatro) relaciones degradadas, en las que el trabajador es defraudado en su jornal. Y defraudar al trabajador en su jornal es un pecado que clama al cielo; lo recordaba todavía Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens.

Lo que subyace en esta reforma laboral es la conversión del trabajo en un mero «instrumento de producción»; en donde se quiebra el principio medular de la justicia social, que establece que «el trabajo es siempre causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o causa instrumental» (Laborem exercens, 12). La quiebra del orden social del trabajo, la «conspiración de los cobardes» que avizorase Chesterton hace casi un siglo, prosigue implacable sus estrategias. Y llegará, más pronto que tarde, la venganza del cielo.

Comparar nuestra época –no sé la de Chesterton, no he vivido en ella– con el “Mundo feliz” de Huxley, me parece que es no tener ojos en la cara. Decir que el capitalismo ha destruido la familia o ha alentado divorcios o ha destruido la influencia de los padres o ha forzado a la gente a vivir fuera de sus casas o que la publicidad es por naturaleza la muerte de todo lo que nuestras madres y nuestros padres llamaban dignidad y modestia, es, en el mejor de los casos, de un simplismo empobrecido. O tal vez un mero ejercicio de ingenio practicado desde una comodidad brindada por el capitalismo que uno desprecia pero no rechaza. Es olvidar una buena parte de la historia y ver el pasado con las lentes de Jorge Manrique cuando afirma que “a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado, fue mejor”. Millones de personas llevan una vida de familia enormemente digna en las sociedades capitalistas y, quien no la lleva, seguramente pueda culpar –o hasta, masoquistamente, agradecer– de su indigna vida familiar a cientos de causas ajenas al capitalismo. Y la gente que vivía en el bucólico campito en el siglo XVIII, por no ir más atrás en el tiempo, perdía a un alto porcentaje de sus hijos en la infancia, trabajaba de sol a sol pasando auténtica hambre y moría como viejo a una edad que ahora nos parece plena juventud. Por muy terrible que nos parezca –y a mí me lo parece el primero– la condición del proletariado de la revolución industrial, no hay que olvidar que se iban del campo a la ciudad, a esa terrible explotación, por una sola razón: porque lo que tenían era todavía peor que eso. Pero, claro, es muy cómodo, instalado en el bienestar del siglo XXI, sin haber vivido lo que ellos habían vivido, dejarse llevar por un sentimiento bucólico-romántico y decir que todos ellos eran unos pobres alienados. Si hay algo que cualquier historiador serio sabe, es que la historia no puede juzgarse desde las realidades de un futuro que todavía no existía cuando ella iba ocurriendo.

Claro que la reforma laboral favorece la contratación. Porque cuando se defienden a ultranza puestos de trabajo en actividades obsoletas, se detraen recursos que permitirían crear más en actividades económicas innovadoras que creasen valor para toda la sociedad. La defensa a ultranza de los puestos de trabajo improductivos, es estupenda para los que tienen ese trabajo, pero destructiva para los que están en el paro. Y los parados lo saben. Claro que la reforma laboral favorece la contratación. Porque cuando un empresario sabe que cuando contrata a un trabajador se ha casado con él para toda la vida, hace una cosa muy sencilla, no contratarle. Claro que la reforma laboral favorece la contratación. Porque cuando los salarios tienen que subir, necesariamente el IPC, unas empresas tienen menos trabajadores mejor pagados y otras, directamente, cierran. Buena prueba de todo ello es que, cuando en los momentos del boom económico, España era el país que más crecía, era, al mismo tiempo, el que mayor tasa de paro tenía. Y eso era así, precisamente por nuestro rígido sistema laboral. Sistema laboral que es, además, semillero de irresponsabilidad. Y si siguiésemos así, España acabaría siendo capaz de dar trabajo tan sólo a los embotelladores de sol.

Por supuesto, que la tendencia no se invierte en un día, los economistas (y los conductores, y los pilotos, y los malabaristas) saben que cuando se hace algo para cambiar la tendencia de algo, la dirección anterior no se invierte de golpe. Hace falta tiempo y fuerza. El paro seguirá subiendo en los próximos meses, pero se estarán sembrando las semillas de una sociedad donde el paro no sea crónico.

Pero los sindicatos, anquilosados y decimonónicos, no están para defender a los parados, sino a los que tienen trabajo. O a ellos mismos. Porque, en el fondo, lo que más les molesta a estos sindicatos de esta reforma laboral, es que les quita poder. Porque ya no van a poder imponer sus convenios colectivos a todos los trabajadores, sino que las empresas que lo acuerden libremente con sus trabajadores, podrán defender los puestos de trabajo mejor desmarcándose de esos convenios absurdos. Porque ven que su ejército de liberados –léase vagos– está en peligro de desaparecer. Y, desagraciadamente, parece que Juan Manuel de Prada, hombre de aguda inteligencia, ha caído en el burdo simplismo del razonamiento sindical y de los indignados de la Puerta del Sol.

Llamar cobarde –o explotador– a un emprendedor que arriesga su comodidad y renuncia a la seguridad de un sueldo para hacer realidad un sueño y convertirse así en empresario fundando una empresa que, además de permitirle ganar dinero, cree puestos de trabajo, eso si que me parece una perversión de la lógica. Es la perversión de la lógica del marxismo que, derrotado en el mundo real, se ha enseñoreado sutil y sibilinamente de muchas mentes. Incluso de las más brillantes. Pero, a pesar de esta perversión de la lógica, esta reforma laboral pretende fomentar el emprendimiento empresarial.

Pero, sobre todo, le pediría a Juan Manuel de Prada que no nos amenazase con que llegará, más pronto que tarde, la venganza del cielo. Me parece a mí que, si la forma de actuación del cielo fuese la venganza, cosa que no es así, se le ocurrirían millones de cosas de las que vengarse antes que de esta reforma laboral.



[1] cap. III, nº 36, 2º párrafo.

16 de febrero de 2012

Frases 16-II-2012

Tomás Alfaro Drake


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Por ella, por una flor, como ésta, que apenas perdura, puedo imaginar que el mundo no sea finito, que todo sea más de lo que parece ser, que exceda, no se sabe cómo, sus límites aparentes. Sentir la belleza de una cosa, como lo hacemos sin que nada nos prepare, y menos aún, nos obligue a ello, es experimentar que resplandece más allá de sí misma; es experimentar, al final de los finales, que esa cosa abre algo, para no acabar ya nunca. [...] Por ella podría comenzar la preparación del cielo más alto en la misma tierra, que ya no se abriría solamente a golpes de pala para tumbas.

Philippe Jaccottet. “Y a pesar de todo”.

12 de febrero de 2012

Para Félix de Azúa sobre la resurrección de la carne

Tomás Alfaro Drake

El otro día, una de las monjas de Iesu Communio de La Aguilera, pasaba del postulatazgo al noviciado. Como siempre que hay un acto así, tras la ceremonia religiosa, se reúnen en el locutorio cantidad de familiares y amigos de la protagonista del evento, además de unas 200 hermanas de la comunidad. Allí estaba yo. Y ese era también el caso de otra familia amiga que acababan de perder un hijo en un accidente de coche. Como en esas reuniones, cada uno que va, si lo desea, toma el micrófono y cuenta o pregunta lo que quiere, esta familia pidió oraciones para soportarlo. Alguien de los asistentes (el uso de la palabra es libre) contestó que él había perdido a muchos seres queridos y que, más allá de su tristeza y de su fe vacilante, siempre había tenido la certeza de que un día volverá a abrazar a todos los seres queridos que ha perdido. Pero lo cierto es que los cristianos, demasiado a menudo tenemos una fe demasiado abstracta y olvidamos esta grandiosa verdad. A veces, tienen que ser los no creyentes quienes nos lo recuerden.

Efectivamente, al día siguiente estuve varias horas hablando con mi hija Marta, que pertenece a la comunidad Iesu Communio. Hablamos del encuentro del día anterior y, concretamente, de esa intervención y del conceptualismo de la religión de muchos católicos. Me dijo que no era esa la formación que ellas recibían. Muy al contrario, en una de esas sesiones diarias de formación, les habían hablado de eso y les habían leído un artículo con el título de “Carne”, publicado en el País hacía tiempo. Me dio algunas claves y, cuando llegué a casa, lo busqué en internet. Me pareció magnífico, que su autor, Félix de Azúa, que se declara no creyente, nos recordase a los sedicentes católicos algunas cosas que deberían ser la base de nuestra fe. Transcribo el artículo completo:

Carne

Félix de Azúa, El País 21-VI-2000

Hace unos días asistí al funeral de una excelente persona muy querida por cuantos la conocieron. La parroquia estaba más bien mohína, como es razonable, hasta que comenzó el sermón. Entonces nos pusimos tristísimos. El buen cura vino a decir que lo mejor que puede hacerse en esta vida es morirse, porque de inmediato nos disolvemos en la luz divina como chispas devoradas por un alegre y vertiginoso incendio. Lo cual está muy bien, pero lo presentaba como algo estrictamente espiritual. Sólo nuestra parte inmaterial pasaba a formar parte de tan colosal luminosidad. Ni una palabra dijo sobre la parte carnal. Ahora bien, si la resurrección de la carne, la Gloria eterna, se queda en un cursillo de filosofía platónica, o, a todo tirar, hegeliana, dos potentes pensamientos ateos. Sin la resurrección de la carne, la promesa católica de inmortalidad se reduce a tener portal en un Internet eterno.

Mientras escuchaba las palabras del bondadoso sacerdote, me vinieron a la cabeza espeluznantes imágenes de una película de Dreyer, la sublime Ordet (La Palabra): cuando el personaje chiflado que todos creen mudo se enfrenta al cadáver de su cuñada y comienza a balbucear con voz cada vez más tonante hasta que, fuera de sí, aúlla las terribles palabras y ordena a la muerta que resucite. Al tiempo de caer desvanecido, la mujer se incorpora. Creo recordar que las flores que cubrían su cuerpo resbalan hasta el suelo volando con la lentitud de una sumisión reticente.

Católicos no os dejéis arrebatar la Gloria de la carne. No os hagáis hegelianos. Que, sobre todo, el cuerpo sea eterno es la mayor esperanza que se pueda concebir y sólo cabe en una religión cuyo Dios se dejó matar para que también la muerte se salvara. Quienes no tenemos la fortuna de creer, os envidiamos ese milagro, a saber, que para Dios (ya que no para los hombres) nuestra carne tenga la misma dignidad que nuestro espíritu, si no más, porque también sufre más el dolor. Rezamos para que estéis en la verdad y nosotros en la más negra de las ignorancias. Porque todos querríamos, tras la muerte, volver a ver los ojos de las buenas personas. E incluso los ojos de las malas personas. En fin, ver ojos y no únicamente luz.

Sencillamente soberbio. A veces, como dijo Benedicto XVI en su viaje a Alemania el pasado mes de Septiembre, “en la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres”. Y esa mediocridad pasa casi siempre porque nos hemos hecho una religión desencarnada. Porque Cristo, al encarnarse, hizo que nuestra carne tenga la misma dignidad que nuestro espíritu. Es cierto, la mayor esperanza que se pueda concebir sólo cabe en una religión cuyo Dios se dejó matar para que también la muerte se salvara. Pero al resucitar, no hizo que también la muerte se salvara, sino que le arrebató su victoria sobre la vida. Como dice san Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” No es la muerte la que se ha salvado en Cristo. Somos nosotros los que en Cristo nos hemos salvado de la muerte. Nosotros, cuerpo y alma. Porque el hombre no es una mezcla de cuerpo y alma, como puede ser un agua echada al vino. Tampoco es una chispa de vida llamada alma, encarcelada en un cuerpo de sucia materia, como creen los gnósticos. No, el hombre es cuerpo y alma como el núcleo de helio está formado por dos protones. Si los separas, ya no es helio. Por eso el alma no estará del todo y completamente en la Gloria, hasta que se le una el cuerpo. Ignoro cómo será ese hiato de tiempo en que nuestra alma esté desencarnadamente salvada, pero no me cabe duda de que la Gloria total no será completa hasta que se produzca de nuevo esa unión. Tal vez, como en Dios no hay tiempo, lo que a nosotros nos parece un hiato extraño, sea un instante simultáneo. Así lo espero.

Los cristianos, y los católicos en particular, deberíamos empezar por leer más las Escrituras. Si lo hiciésemos, veríamos que la revelación judeo-cristiana es la única que afirma, desde su primera página, que el mundo material es bueno. Todos los mitos prejudaicos de la creación, hacen derivar el mundo material de los despojos de algún dios malvado. Y esa visión de un mundo material malo, ha pervivido hasta nuestros días en corrientes de origen gnóstico más o menos camuflado. Y también los cristianos, a menudo obsesionados por el pecado menos grave de los pecados, el de la carne mal usada, hemos contribuido a ello. Conviene recordar que la Iglesia, desde el principio, combatió esa creencia gnóstica. Si los cristianos leyésemos más las Escrituras, veríamos cómo Ezequiel afirma:

- Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?
Yo le respondí:
- Señor, tú lo sabes.
Y me dijo:
- Profetiza sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Os voy a infundir espíritu para que viváis. Os recubriré de tendones, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor.

Yo profeticé como me había ordenado y, mientras hablaba, se oyó un estruendo; la tierra se estremeció y los huesos se unieron entre sí. Miré y vi cómo sobre ellos aparecían los tendones, crecía carne y se cubrían de piel. Pero no tenían espíritu.

Entonces él me dijo:
- Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Esto dice el Señor: Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan.

Profeticé como el Señor me había ordenado, y el espíritu penetró en ellos, revivieron y se pusieron en pie. Era una inmensa muchedumbre.

Si leyésemos más las Escrituras, oiríamos a Job decir:

Yo sé que mi redentor está vivo y que él, al final, se alzará sobre el polvo; y después de que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño.

Y nos asombraríamos con san Pablo cuando decía:

En un instante, en un abrir y cerrar de ojos [...], los muertos resucitarán incorruptibles.

Y sabríamos responder con sus palabras a los que nos preguntasen cómo serían esos cuerpos resucitados y gloriosos. ¿Con qué cuerpo volverán a la vida? –nos preguntan y nos preguntamos lícitamente. ¿Cómo resucitará un discapacitado de nacimiento? ¿Cómo lo hará un embrión sacrificado a la investigación? Escuchemos:

Lo que tú siembras no germina si antes no muere. Y lo que siembras no es la planta entera que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla. Y Dios proporcionará a [...] cada semilla el cuerpo que le corresponde. [...] Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor.

¿Podría una bellota saber cómo será cuando sea encina? La diferencia entre al cuerpo corruptible del embrión o el discapacitado y su cuerpo glorioso, no será más asombrosa que la de mi cuerpo actual y el glorioso. Es algo inimaginable. Pero, como bien dice Azúa, la carne gloriosa, no dejará de ser carne. Los primeros cristianos no se dejaban robar la gloria de la carne. En sus tumbas, ponían un epitafio que las diferenciaba de las demás. El epitafio decía: “En préstamo”. Se refería a que el cuerpo estaba prestado al polvo hasta la resurrección.

Pero también la lectura de los padres de la Iglesia apunta en la misma dirección de la glorificación de la carne junto con el cosmos entero. San Ireneo, por ejemplo decía que la auténtica Tierra Prometida será para los que“reciban con justicia los frutos del sufrimiento en la creación misma en que trabajaron o fueron afligidos, probados de todas maneras por el sufrimiento; y sean vivificados en la misma creación en la que padecieron muerte a causa del amor de Dios; y reinen en la misma creación en que sufrieron servidumbre ”. Porque, para un cristiano, la resurrección de su carne gloriosa, será también la resurrección gloriosa de este mundo, creado bueno, pero corrompido por el pecado. Nos dice san Pablo:

Porque la creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios. Condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquél que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente.

Sólo el pecado original, doctrina tan mal comprendida por cristianos y no creyentes, nos libera del pesimismo. Porque si, como constatamos con obviedad, el mal existe en el mundo, sólo la ruptura del plan bondadoso de Dios por el pecado deja la esperanza de arreglo. Si no es así, el mal formaría parte intrínseca del cosmos, del que no podría ser desarraigado de ninguna manera.

Pero, si la Escritura común a judíos y cristianos coincide en la resurrección de la carne, ¿qué ofrece de más Cristo al judaísmo? Precisamente que él, en persona, con su cuerpo y con su alma humanas, junto con su divinidad, vendrá a buscarnos desde la otra orilla y nos acompañará en el cruce de la tenebrosa Estigia, en vez de tener que vérnoslas a solas con Caronte y el Can Cerbero. Los judíos creen que el Dios Altísimo y sólo Espíritu les espera en la otra orilla pero, ¿es eso suficiente en tan duro trance? No lo creo. No obstante, para judíos y ateos que lo deseen, aquí , en esta orilla, estará también Jesús para ellos.

Por todo esto, cuando voy a un cementerio, al entierro de un amigo o a visitar la tumba de un ser querido, no me parece un sitio triste. Al contrario, imagino el día en que suene la trompeta, y se produzca la resurrección de la carne. Y el padre, prematuramente separado de su hijo, le abrace. Y el cojo saltará como un ciervo y alabará con cánticos la lengua del mudo. Y el biznieto se encontrará con su bisabuela, a la que sólo conoció como una anciana decrépita, y la verá en todo el esplendor y belleza de su juventud y le dirá con asombro: “Pero abuela, estás estupenda”. Y salgo del cementerio con la alegría de mi fe renovada.

Por tanto, es cierto, es triste que muchos cristianos hayan perdido esta perspectiva y se hayan quedado en un espiritualismo desencarnado. Pero no es esa nuestra fe. Por lo tanto, agradezco enormemente y de todo corazón a Félix de Azúa –y a rodos los no creyentes como él– que nos recuerden: Católicos no os dejéis arrebatar la Gloria de la carne. No os hagáis hegelianos. Pero les agradezco, sobre todo, su oración por nosotros: Rezamos para que estéis en la verdad y nosotros en la más negra de las ignorancias. Porque todos querríamos, tras la muerte, volver a ver los ojos de las buenas personas. E incluso los ojos de las malas personas. En fin, ver ojos y no únicamente luz. Hay oraciones de ateos en búsqueda que son escuchadas por Dios con más agrado que las de cristianos demasiado satisfechos y acomodados como para buscar nada. Un buen ejemplo de ello es la oración del ateo, en forma de soneto, de don Miguel de Unamuno, un hombre en búsqueda donde los haya:

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.

Sólo una cosa le diríamos Félix de Azúa –creo– y yo a don Miguel. Si Dios existiese, no sería una Idea. Sería de carne. Y yo añado. Es Jesucristo. Y por él, que es la Palabra, para quien fue hecho todo lo material, nuestro cuerpo incluido, existimos de veras, querido don Miguel.

Espero que a cambio de aceptar su oración, Félix y todos los no creyentes, me permitan a mí rezar para que se caiga el velo de la más negra de las ignorancias que él –que no yo– menciona. Ateos, rezamos para que vuestro velo se caiga. Sí, tras la muerte veremos con nuestros ojos de carne los ojos de las buenas personas. Los ojos y la carne de los que hemos amado en este mundo y por los que, y con los que, hemos sufrido, llorado y reído. Como dijo Francis Jammes en su libro “Hojas en el viento”. “Creo que en el último día, las cenizas, levantadas por el Espíritu, obedecerán a las órdenes de reencontrarse por sí mismas. Y volverás a ver a tu hija cogiendo cerezas y capuchinas; y a tu hijo leyendo un periódico en el jardín, donde está tendida la ropa; y a tu joven mujer, cuya mejilla está dulce como la mañana”.

Y también, incluso, los ojos de de los ateos que han buscado más que muchos creyentes y son, por tanto, más creyentes que ellos. O de los que han encontrado en la hora undécima, aunque no hayan buscado, por la misericordia de Dios. Y los de las malas personas que se acogen a esa misericordia sin límites, dejando, así, de ser malas personas.

Que así sea.

8 de febrero de 2012

Frases 8-II-2012

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.


San Agustín plantea este principio general: “Mientras que los impíos hacen mal uso de los males e, incluso, de los bienes, los justos hacen bien uso de los bienes e, incluso, de los males”. Dicho de otra forma, para los limpios, todo es limpio, y para el impuro, todo está manchado. Recitar un Avemaría es un bien. Dar limosna es un bien Lo mismo que acostarse con una mujer. pero si somos malos, hacemos mal uso de todo eso: recitamos un Avemaría para no saludar a Marcel, damos limosna para que el gentío nos aplauda, nos acostamos con una mujer que no es la nuestra, es decir, que no nos acostamos con ella entera, sino sólo con algunos de sus órganos, en un momento pasajero de su vida. Y a la inversa, tener una muela cariada es un pesar. Pasar el día con el primo Gérard es un pesar. Lo mismo que si a uno le operan un ojo con anestesia local. Pero si somos buenos, de todo ello hacemos un buen uso: nos alegramos de ese dolor de muelas que nos ayuda a ayunar el viernes, nos esforzamos por ver en Gérard una criatura de Dios más sorprendente que el oricteropo* del zoo de Vicennes y aprovechamos nuestro ojo desorbitado para hablarle de la fe a nuestro oftalmólogo.

Fabrice Hadjadj, “Tenga usted éxito en su muerte”. Cfr. “El los que aman a Dios, todo coopera para el bien” carta de san Pablo a los Romanos Capítulo 8 versículo 28.

*El “oricteropo” (del griego orycter, “excavador” y pous, “pie”) es más conocido como “cerdo hormiguero”. Es un mamífero rechoncho, de grandes orejas, hocico muy largo y garras afiladas. Es de costumbres nocturnas, vive al sur del Sahara y se alimenta de hormigas y termitas.

6 de febrero de 2012

Anatomía de una Crisis y III

Varios profesores de la Universidad Francisco de Vitoria, Nieves Carmona, Beatriz Duarte, Ignacio Temiño y yo mismo, hemos escrito un artículo en el que analizamos la crisis en la que estamos inmersos. Sus causas, los responsables de que se haya producido y la dirección en la que, a nuestro juicio debería buscarse la salida de la misma. Lo publico en este blog en tres partes, de la que esta es la tercera y última.

Anatomía de una crisis III

IV. Y, ¿quien tiene la culpa?

¿Quién o quienes son los culpables de esta crisis? Es muy fácil jugar a ser víctimas inocentes y buscar un chivo expiatorio al que cargar con todas las culpas y mandar al desierto. Los bancos son los que se han llevado ese papel. Y no vamos a decir que algunos –o muchos– bancos no tengan una buena parte de la culpa. ¿Cuáles? Básicamente, los que más alegremente se han dedicado a dar préstamos para invertir en la primera burbuja –en España más las Cajas de Ahorro, de titularidad pública–, y los que hayan creado o comprado esos productos tan maravillosos como falsos con alta rentabilidad y sin riesgo. Sin embargo, hay también muchos bancos prudentes que hay participado en una medida muy limitada en este proceso. Pero, dicho esto, que es la mitad de la verdad, en un breve repaso al proceso que ha desencadenado esta tormenta perfecta, aparecen otros culpables y, mucho nos tememos, que pocos se libran de su cuota de culpa.

Empecemos por los ciudadanos que se han dejado arrastrar por la perspectiva de ganancias fáciles invirtiendo especulativamente en pisos. Creo que no hay nada malo y sí mucho bueno en querer ganar dinero honestamente. Y no voy a decir que pretender comprar un piso hoy y venderlo un año después endeudándose y ganando una buena rentabilidad sea, en sí mismo, deshonesto. Pero sí que es jugar con fuego y aportar un granito de arena a la creación de la primera burbuja. Y muchos granitos de arena hacen una playa peligrosa. Quien haya participado en esto, en menor o mayor medida, que haga el correspondiente análisis y acepte su cuota de culpa.

Sigamos después con la tríada de gobiernos/bancos centrales/reguladores. El exceso de liquidez y los bajos tipos de interés de la pre-crisis están causados por los dos primeros de esta tríada. Los bancos centrales, instados, jaleados y presionados por los gobiernos que engloban (Básicamente BCE para la Unión Europea y FED para los Estados Unidos) son los responsables fundamentales de estas causas, básicas para la creación de la primera y segunda burbuja. Y a su vez, los gobiernos han sentido la presión de sus ciudadanos que, a buen seguro, hubiesen penalizado como votantes al gobierno que hubiese presionado para que los tipos de interés subiesen. Quizá haga falta una clase política un poco menos electoralista y con un poco más de liderazgo para ser capaces de no dejarse arrastrar por las demandas demagógicas de los ciudadanos. O, al menos, que no las jaleen. Pero, ¿tal vez esto sea soñar despierto? El tercer elemento de la tríada, los reguladores, también han aportado su grano de arena. Mientras, en general, se miraban con lupa –en unos países más y en otros menos– los préstamos de los bancos comerciales –los que captan depósitos y los prestan– y su capital, se usaba una red apta para pescar ballenas al mirar los activos y las necesidades de capital de los Investment Banks, así como para supervisar los productos que creaban sus BRAINS.

Pasemos al comportamiento de empresas y economías familiares. Pocas son las empresas que no hayan abusado del apalancamiento o las familias que no hayan tirado del crédito más de la cuenta para su inversión o consumo, aún en activos que no sean los de la primera burbuja. Y sólo esas pocas empresas o familias podrían tirar la primera piedra. También tendrían que preguntarse sobre su grado de responsabilidad en la crisis, los inversores –particulares, gobiernos nacionales y locales, administradores de fondos de pensiones y hasta bancos– que hayan comprado esos productos financieros de alta rentabilidad “sin riesgo”. Posiblemente, la mayoría de los particulares e inversores no financieros que los compraron lo hiciesen asesorados por comercializadores de los bancos sin escrúpulos que los crearon y por la información, en el mejor de los casos errónea y en el peor consciente o negligentemente falsa, de las agencias de rating. Pero la poca presión que los BRAINS necesitaban para crear esos productos, ha venido de estos inversores. Lo que es imperdonable es que muchos fondos de pensiones y bancos, que se supone que tienen sus propios expertos para no hacer inversiones disparatadas, hayan caído en tan burda trampa.

Volvamos a los gobiernos. ¿Quienes más que ellos son los responsables de los déficits intratables que llevan a unos niveles de deuda que ponen en peligro la viabilidad de los propios Estados? No vale echar la culpa a los “pérfidos” mercados, ni a los “desalmados” especuladores, ni a las “engañosas” agencias de rating. Los gobiernos y sólo ellos tienen la culpa de generar esos déficits y de llegar a esos niveles de deuda. Cuando los gobiernos europeos hablan de crear su propia agencia de rating, podemos echarnos a temblar. Sólo nos faltaba una agencia de rating amigable con los gobiernos y dispuesta a calificar con AAA hasta la deuda de Grecia, para terminar de sembrar el caos. Ya fueron amigables las existentes con los productos de los BRAINS y así pasó lo que pasó. No caigamos ahora en tachar a éstas de demasiado exigentes y repetir el error, esta vez, sin duda, a sabiendas.

Así pues, si se trata de buscar culpables en vez de chivos expiatorios, que cada uno se mire a sí mismo.

V. ¿Podría haberse evitado esta crisis?

¿Podría haberse evitado esta crisis? La pregunta es ociosa, puesto que ya estamos en ella. Es preferible otra pregunta. Si salimos de esta crisis sin dejarnos demasiadas plumas, ¿podremos evitar que haya otras? La respuesta es, a nuestro entender, un sí y un no. Antes se ha dicho que para salir de la crisis habría que hacer lo contrario de lo que había generado las burbujas que la provocaron. Pero, una vez metidos en ella, era muy difícil, si no imposible, dar marcha atrás. Sin embargo, si salimos de ésta razonablemente sanos y nos recuperamos, es perfectamente posible no repetir la creación de las burbujas. Aún a riesgo de ser repetitivo, hagamos un pequeño recorrido sobre lo que deberíamos evitar.

En primer lugar, los inversores deberían huir como de la peste de poner un euro en cualquier cosa que sonase a una burbuja de falsa demanda inducida por el afán especulativo. No son difíciles de distinguir. Si algún activo –tulipanes, acciones de empresas .com o pisos– sube de precio desmesuradamente sin que esa subida resista el análisis de las causas fundamentales que hacen subir este precio, no cabe duda, estamos ante una candidata a burbuja. Si, además, la gente acude a préstamos para comprar ese activo, la duda se despeja aún más. Cuando la gente, empezando por el portero de su casa, le mira con condescendencia cuando no ha invertido en ello, entonces puede estar seguro de que se trata de una burbuja y de que está a punto de estallar. Para mejor guía, recomendamos encarecidamente la lectura del capítulo 2 del libro de Burton Malkiel, “Un paseo aleatorio por Wall Street”. Este capítulo lleva el ilustrativo título de “La locura de las multitudes”. Y explica cómo desde el siglo XVIII –y posiblemente desde antes–, con la crisis de los tulipanes holandeses, las burbujas se vienen sucediendo con pasmosa regularidad. Malkiel ha acuñado en este libro una frase lapidaria: “Después de años de bonanza económica, la gente está preparada para perder su dinero”.

Pero no basta con no poner un euro en los activos que formen la burbuja. También hay que huir, y con la misma determinación, de cualquier inversión genial que prometa altas rentabilidades sin riesgo. Ya va siendo hora de que aprendamos una lección bastante simple: Cuando alguien nos propone una inversión que da una alta rentabilidad sin riesgo, ese alguien es una de las siguientes tres posibilidades; a) un tonto, b) un timador c) un tonto que trabaja para un timador. Por tanto despachemos con cajas destempladas a todo el que nos proponga algo así y, si no queremos asumir riesgos para nuestros ahorros, conformémonos con una baja rentabilidad.

En segundo lugar, las empresas y los particulares deberían huir de endeudarse más allá de lo sensato. Lo crítico es saber dónde está ese límite razonable. Pero no es tan difícil. El criterio podría resumirse en una regla de oro bastante sencilla. Si las cuotas de amortización de la deuda (devolución más intereses) son mayores de lo que uno puede pagar si las cosas le van “razonablemente mal”, se está pasando el límite de endeudamiento y conviene parar. Para no llegar a este punto, conviene que las familias recuperen un sano principio de austeridad y las empresas que acudan con más intensidad y frecuencia a la autofinanciación, bien moderando los dividendos, bien financiándose en mayor medida con ampliaciones de capital de los propios socios en vez de con deuda.

En tercer lugar y, como se diría en inglés, “last but not least”, la tríada gobiernos/bancos centrales/reguladores. Empecemos con los bancos centrales (BCE y FED). Nunca más considerar que el dinero es un bien que se “fabrica” ilimitadamente a coste 0. El dinero es, como todos los bienes, es y debe ser un recurso escaso y debe tener un precio de mercado acorde con esa escasez. No soy partidario, como lo son algunos liberalistas a ultranza, de que los bancos centrales se abstengan en absoluto de inyectar o drenar dinero del mercado. Hay veces en las que es muy conveniente que actúen, ya que el efecto multiplicador de la creación de dinero puede sufrir variaciones erráticas que no se autocorrijan. Pero entre actuar excepcionalmente para corregir desviaciones puntales y crear dinero de forma descontrolada y abusiva por motivos electoralistas, hay un término medio, que casi debe confundirse con lo primero.

Los reguladores. Es evidente que la regulación es necesaria. Pero la sobre-regulación puede ser casi tan grave como la falta de la misma. Se puede –y seguramente se debe– obligar a la banca a tener unos mínimos de capital y a practicar provisiones duras y fuertemente anticíclicas que hagan que sus cuentas de resultados sean más conservadoras y preserven sus balances. Pero hay que ser consciente de que cuanto mayor sea el límite de capital que se imponga y más duras sean las provisiones, más se limitará el crédito y mayor será el coste de la financiación para las empresas y particulares. Se puede –y seguramente se debe– endurecer las obligaciones de información y de comercialización sobre los productos financieros complejos, pero hay que ser consciente de que así se puede llegar a privar a particulares y empresas de productos financieros que son auténticos servicios que eliminan riesgos y hacen la vida más fácil a la gente. Pero, sobre todo, es absolutamente imprescindible que esa regulación, sea la que sea, sea equitativa para todos los agentes. No se pueden usar varas de medir distintas para bancos comerciales e Investment Banks, por ejemplo, o para bancos en USA o Reino Unido y bancos en España, o para bancos privados y públicos. De la misma manera, no se debe permitir que bancos que hayan recibido dinero público, gocen por ello de ventajas competitivas, premiando la incompetencia. De lo contrario, se producirá un arbitraje regulatorio que haga que los bancos que puedan busquen los caminos menos regulados para hacer de su capa un sayo, mientras que otros no tengan más remedio que aguantarse con los caminos más regulados. Esto crearía una desigualdad competitiva injusta y, en última instancia, perjudicial para las familias y las empresas.

Los gobiernos. Los gobiernos deben, necesariamente tener como objetivo el equilibrio financiero, es decir, algo tan elemental como no gastar más de lo que ingresen. Pero el equilibrio financiero será un objetivo válido una vez que la deuda haya llegado a niveles razonables. Si se parte de una situación como la actual en la que la deuda tiene proporciones disparatadas, habrá que fijarse un objetivo de superávit que permita amortizar deuda, hasta que ésta baje a niveles aceptables. Ahora bien ¿cuál es el nivel razonable de la deuda? A nuestro modo de ver, la deuda que un Estado razonable debe tener, es igual a cero cuando no hay crisis. Y ello, por dos razones. La primera es que la deuda del Estado, si llega a ser crónica, supone una carga impuesta por una generación a la siguiente, que es quien tendrá que pagarla, lo que nos parece básicamente injusto. La segunda porque, al llegar una situación de crisis, si se parte de deuda cero, se puede asumir un cierto déficit, y con él una deuda moderada, para reactivar la economía, sin subir los impuestos. Por tanto, para prevenir las crisis, el objetivo de los gobiernos en tiempos de bonanza debería ser déficit y endeudamiento cero. Si esta crisis sirve para que los Estados se den cuanta de que, como ocurre con las economías familiares, los gastos no pueden ser sistemáticamente mayores que los ingresos, habrá sido una lección aprendida con sangre pero que puede hacer que recuperen la sensibilidad que han perdido acerca de la importancia de presupuestos equilibrados. Y tal vez sea la oportunidad necesaria para que se reconsideren las bases para llegar a hacer de la UE, no una simple unión de mercados y monetaria, sino una unión fiscal con unas políticas presupuestarias severamente supervisadas por una UE con atribuciones ejecutivas para hacer cumplir los compromisos. Si se aprovecha esta oportunidad, no todo será absolutamente negativo en esta crisis. Pero hay un gran escollo para que los países de la UE alcancen esta unión fiscal y este fuerte gobierno económico: su historia. Efectivamente, la historia Europea es una larga relación de conflictos, guerras, luchas internas y política ventajista que hacen muy difícil la cesión de soberanía que una solución así comportaría.

Pero no es lo mismo tener un objetivo de déficit 0 sobre un presupuesto total de 200.000 millones de € que sobre 100.000 millones. Cualquier desviación, en el primer caso doblará la que se produzca en el segundo. Además, detraer impuestos a los ciudadanos, que dejan de podérselo gastar en lo que necesitan, para que se lo gaste el Estado en lo que le parece adecuado a los políticos, distorsiona la eficiencia en la asignación de los recursos. Por supuesto que un Estado moderno puede y debe atender, a través del presupuesto, necesidades perentorias de sus ciudadanos, aún en contra de la eficiencia, pero cuanto menor sea la medida en la que lo haga será, en principio, mejor para la economía y, por tanto, para prevenir posibles crisis. La soberanía sobre dónde equilibrar las demandas de gasto público con la carga impositiva es, por supuesto, de los ciudadanos. Pero, demasiado a menudo, sobre todo si no existe una sociedad civil crítica, los gobernantes se arrogan la facultad de usar el dinero de los ciudadanos con excesiva alegría por motivos partidistas, ideológicos y clientelistas. A continuación se enumeran algunos criterios que nos parecen sanos para evitar esto.

1º Un principio de máxima importancia y que se verá reflejado en muchos puntos posteriores es el principio de subsidiariedad. El Estado no debería hacer aquello que hace mejor la iniciativa privada.
2º Financiar un servicio no implica necesariamente prestarlo. Que la sanidad o la educación sea gratuita, no quiere decir que la tenga necesariamente que prestar el Estado. El Estado puede pagar los gastos hospitalarios en hospitales privados. Y lo mismo se puede decir de escuelas y universidades. Generalmente la eficiencia de la iniciativa privada es mucho mayor en la prestación de la mayoría de los servicios.
3º Lo que es completamente gratis o se aprecia e incita al abuso. El hecho de pagar una cantidad simbólica por la utilización de servicios pagados por el Estado, no desvirtúa el efecto social de la prestación, pero incita a la responsabilidad de los usuarios.
4º Ser extremadamente crítico con todo gasto que huela a partidismo, ideología o clientelismo.
5º Existe un sabio principio que dice; “no des nada que luego tengas que quitar”. Ya Maquiavello, en “El príncipe” recomendaba a éste –el príncipe en la época de Maquiavello era el equivalente, salvando las distancias, a los gobernantes de hoy– que para gobernar convenía más pecar de parco en los gastos hacia sus súbditos que dadivoso, ya que el príncipe dadivoso acababa pronto con las arcas de dinero y, al no poder mantener su dadivosidad, corría el riesgo de ser derrocado.
6º El subsidio de desempleo no debe sustituir a la responsabilidad de los gobiernos de crear las condiciones de pleno empleo. Cuando se crean estas condiciones, siempre hay un remanente de paro subyacente. Son las personas que por razones diversas están en paro de forma transitoria hasta que vuelven a insertarse en el mercado laboral. Pero cuando, por dejación de sus obligaciones, los gobiernos no crean las condiciones para que haya un mercado de trabajo eficiente que genere pleno empleo, el subsidio de desempleo se convierte en una carga de difícil sostenimiento que llega a generar, en casos límites, el hábito del desempleo y el abuso. Y este abuso lo acaban pagando las personas que, estando en el paro, buscan ansiosamente trabajo y no lo encuentran. Los gobiernos que actúan así tienen una conducta irresponsable.
7º Un sistema de pensiones de transferencias (el dinero que yo cotizo hoy para mi pensión, va a pagar la jubilación de los actuales jubilados), es básicamente injusto, ya que la posibilidad de que un ciudadano llegue a cobrar su jubilación y la edad a la que pueda hacerlo, dependen de la coyuntura económica del momento de su jubilación, de la forma de la pirámide de población cuando se jubile y, en última instancia, de la conveniencia política del momento. En cambio, un sistema de acumulación de los propios ahorros a lo largo de su vida laboral, es mucho más justo. Esto no es de ninguna manera antisocial, sino todo lo contrario. Lo mismo que el Estado obliga a los trabajadores a aportar una parte de sus ingresos para la Seguridad Social con este fin, puede hacerlo para que se vaya construyendo su propio plan de pensión. Esto libera al futuro pensionista de los avatares de la economía, de las tasas de natalidad, de lo que pueda ocurrirle en los últimos años de su vida laboral, del caprocho de los políticos, etc, al tiempo que deja a su libre criterio decidir cuándo se quiere jubilar.
8º Debería haber una parte del presupuesto del Estado que fuese de libre asignación por el ciudadano entre organismos calificados como de utilidad pública.

Si un Estado mantuviese un equilibrio presupuestario sin deuda en épocas de bonanza, si crease en la economía las condiciones de pleno empleo y si vigilase atentamente el volumen de su presupuesto para distorsionar lo menos posible la eficacia en la asignación de recursos, estaría contribuyendo de forma muy positiva a evitar posibles crisis.

VI. Conclusión. Inteligencia ética.

Retomamos la pregunta del apartado anterior: ¿Podría haberse evitado esta crisis? Al principio del mismo dimos una respuesta ambigua: sí y no –decíamos. Ahora estamos en condiciones de ser menos ambiguo. Desde luego, ninguna de las medidas que hemos enumerado como cosas que deben hacerse para evitar crisis futuras es irrealizable. Todas son realistas y muy factibles. Por tanto parecería que la respuesta debiera haber sido un claro sí. Pero la dificultad estriba en la naturaleza humana. Todos tenemos una tendencia, más o menos controlada o dominadora, a intentar ganar dinero aún a costa de estar creando una burbuja, a endeudarnos más de la cuenta para consumir más o para aumentar la rentabilidad de la empresa, a buscar inversiones maravillosas de alta rentabilidad y bajo riesgo. A veces, esto se hace de forma inconsciente. Todos los vertebrados tenemos dos ojos, ambos buenos, y gracias a la visión ligeramente distinta de cada uno de ellos, podemos ver en profundidad. Para la vida económica también hay dos ojos y también ambos son buenos. Tenemos el ojo de la rentabilidad/bienestar y el del riesgo. Gracias a ellos nos podemos mover bien en el mundo de la economía, empresarial y doméstica. Pero tras años de bonanza, el ojo del riesgo se vuelve vago y puede llegar incluso, a cegarse. Si es así, corremos un grave riesgo de estrellarnos en la vida económica y de estrellar a los que viajan con nosotros. Por eso, nuestro comportamiento en este campo tiene un componente ético. Si una sociedad pierde el norte, de poco sirve que unos pocos ciudadanos tengan el ojo del riesgo avizor. Se estrellarán en el mismo autobús en el que viajan con los “tuertos” al volante. Pero la vagancia del ojo del riesgo no es algo que se escape del control de nuestra voluntad libre. Por eso somos éticamente responsables de mantenerlo avizor.

Algo así ocurre con los políticos. La tendencia natural es a aumentar los gastos del Estado más allá de lo sensato, porque repartir dinero da poder. Pero, además de su propia responsabilidad, los ciudadanos tenemos la responsabilidad de controlarlos a través de una sociedad civil crítica y atenta –cosa que, por eso mismo, no gusta a la mayoría de los políticos que buscan a toda costa anestesiar a esta sociedad civil. Anestesia a la que no es ajeno el abuso del Estado del bienestar, incluida la manipulación de la enseñanza.

En los últimos años se ha hablado mucho de la inteligencia emocional. Nos gustaría acuñar el concepto de inteligencia ética. Y para ello, hay que desarrollar ciertos valores. Pero preferimos hablar en términos más tradicionales. Preferimos hablar de las virtudes. Las virtudes son hábitos fuertes orientados a hacer el bien. Cuatro son las virtudes humanas se aprendían hace años y que se llaman cardinales. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Prudencia para saber ver los riesgos y poner los medios necesarios para someterlos a la justicia. Justicia para evitar comportamientos que puedan perjudicar a terceros sin comerlo ni beberlo. Fortaleza para no dejarnos arrastrar por el hecho de que “todo el mundo” se esté forrando con ese brillante producto financiero o invirtiendo en esa maravillosa burbuja de la que “todo el mundo” sale ganando, mientras se endeuda hasta las cejas. Templanza para saber disfrutar de la vida –personal y económica– sin necesidad de extraer de ella hasta el último euro.

La vida económica es un plano lleno de pirámides interconectadas por arriba. Cada uno de nosotros somos una de ellas. Una pirámide con base ancha es muy difícil de volcar. Pero a medida que nuestro comportamiento económico vaya cerrando el ojo del riesgo y tomemos decisiones insensatas, nos vamos convirtiendo en figuras de base estrecha y que, en vez de estrecharse hacia la cúspide, se hacen cada vez más anchas por arriba. Cuanto más ocurra esto, más inestables se vuelven. Si en el plano hay unas pocas pirámides invertidas entre una multitud de pirámides sólidamente asentadas, es difícil que se produzca un cataclismo. Pero a medida que la situación de pirámides invertidas se va generalizando, el sistema se hace más y más inestable. Llega un momento en el que el menor soplo puede desencadenar un alud y hacer que todas las pirámides, incluidas las estables, se caigan. ¿Es evitable recaer en una crisis si salimos de esta? Depende de la proporción entre pirámides estables e invertidas. La inteligencia ética está en desarrollar la virtudes necesarias para que, pase lo que pase a su alrededor, hagan lo que hagan los que le rodean, usted se mantenga como una pirámide estable. Y esto vale para cualquier aspecto de la vida, no sólo para las crisis económicas.

1 de febrero de 2012

Frases 1-II-2012

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Resulta que eso es lo que produce siempre la experiencia de las bellezas de aquí abajo: cierta alegría y, al mismo tiempo, un sentimiento de exilio. La belleza tiene “la capacidad de herirnos en el momento mismo en que nos encanta con su plenitud y su dulzura sin igual”. Son las cosas, en su presencia misma, las que nos sugieren un más allá.

Leído en el libro “Tenga usted éxito en su muerte” de Fabrice Hadjadj. La frase entrecomillada es de el Hermano Michel Cagin.