Ahí va la frase que toca y mis impresiones (que no el extracto, mucho más largo que no publicaré, sino que enviaré a quien me lo pida)
Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Dos seres humanos. Uno no ve sino un poco más allá de sus
narices. El otro ve hasta más allá del horizonte. Para el miope, las acciones
del otro son absurdas, inexplicables. Para el de vista de lince las acciones
del primero son ridículas, patéticas. Así son el hombre y Dios. Pero Dios ama
al hombre en su patética ridiculez. Y le quiere indicar el camino. Y el hombre,
si percibe ese amor, confía en el absurdo comportamiento y los inexplicables
caminos de Dios y se abandona a su misterio sin entender. Si lo entendiese, no
sería Dios, sería otro miope guiándole. Ésta es la única esperanza de salvación
de la humanidad.
Tomás Alfaro.
Me ha resultado muy difícil
decidir cómo orientar este comentario sobre la Exhortación Apostólica
Evangelium Gaudium. Es un texto que parte de un pequeño conjunto de ideas
luminosas que se van desarrollando orgánicamente con tal profundidad,
exhaustividad y prolijidad, que su lectura llega a hacerse densa. Y ello, a
pesar de que el lenguaje es absolutamente llano, libre de toda terminología
filosófica, lleno de expresiones coloquiales y de imágenes brillantes. Por eso,
he renunciado, en un primer intento, a desgranar los temas que toca, siguiendo
su desarrollo orgánico. Pero, no obstante, aquellos que quieran seguir este
desarrollo de una manera más cercana pueden hacerlo en el apéndice que
encontrará al final.
Lo que voy a hacer es intentar
–cosa que tampoco es fácil– exponer lo más brevemente posible esas ideas
luminosas que constituyen su germen, sin poder ni querer separarlas de mis
impresiones personales. El primer párrafo, cuyas primeras palabras dan título a
la Exhortación, es su programa básico:
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que
se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por él, son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los
fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por
esa alegría, e indicar los caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos
años”.
Creo que la exhortación que hace
a los católicos para la renovación de la Iglesia tiene que ver con el reproche
que hace Cristo en el Apocalipsis a la iglesia de Éfeso, cuando le dice:
“Tienes entereza y has sufrido por mi nombre sin claudicar. Pero tengo contra
ti que has dejado enfriar tu amor primero” (Apocalipsis 2, 3-4) y que la cura
que propone es el oráculo del Señor a Jerusalén expresado por el profeta Oseas: “Pero yo la voy a seducir;
la llevaré al desierto y allí hablaré a su corazón y ella me responderá, como
en los días de su juventud” (Oseas 2, 16-17).
Este Papa ha indicado esos
caminos desde antes de ser elegido como tal. Me explico: en la reunión de los
cardenales previa a la entrada al cónclave, el entonces cardenal Bergoglio dijo
unas palabras que, posiblemente, le valieron su elección y que son, creo, las
líneas que están marcando su pontificado y que inspiran esta Exhortación. Al
día siguiente, todavía fuera del cónclave por petición del cardenal de La
Habana, el Papa puso estas palabras por escrito en un papelito. Decía:
- Se hizo referencia a la evangelización.
Es la razón de ser de la Iglesia.
- "La dulce y confortadora alegría de
evangelizar" (Pablo VI).
- Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro,
nos impulsa.
1.- Evangelizar supone celo apostólico.
Evangelizar supone en la Iglesia la parresía[1] de salir de sí misma.
La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales[2]: las del
misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia
y prescindencia[3]
religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para
evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La
mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del
tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de
autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis
Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a
que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que
Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia
autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.
3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial,
sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y
da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De
Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse
gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia
evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter
proclamans (“La
que escucha religiosamente la Palabra de Dios y la proclama con confianza”.
Traducción del transcriptor, probablemente deficiente), o la Iglesia mundana
que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y
reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.
4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre
que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo
ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la
ayude a ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría
de la evangelizar".
Parece evidente que cuando los
cardenales eligieron a Mons. Bergoglio como Papa, sabían a quién estaban
eligiendo.
Las 100 páginas de la Exhortación
son un desarrollo de este programa, como lo son todas homilías, catequesis,
audiencias y palabras dichas en cualquier circunstancia por este Papa. Creo que
sabe que tendrá que repetir mucho y de muy diversas formas estas ideas para
romper la coraza de siglos que ha atenazado en la burocracia a una parte de la
compleja sociedad humano-trascendente-divina que es la Iglesia, liberando más
aún la parte radiante de la Iglesia, que siempre ha sabido romper los moldes
caducos.
Hay, a mi modo de ver, dos polos
en la Exhortación. El primero intenta hacer ver que tenemos el tesoro más
valiosos que se puede ofrecer a la humanidad, que el mensaje que debemos
transmitir llena de sentido la vida. En definitiva que el prado del
cristianismo es verde y jugoso y que quien venga a él, encontrará verdes
praderas en las que recostarse y manantiales de agua viva en los que calmar su
sed. El segundo intenta hacer que los cristianos cambiemos el dedo en alto
anatemizante y señalador de pecados y de errores por la mano que acaricia, allí
donde hay dolor y desorientación por causa del pecado. Que da primacía a la
gracia sobre la sentencia. Por supuesto, sin que esto quiera decir que nada es
pecado y que todo vale.
Todo parte del encuentro con
Cristo, de su salvación gratuita, por pura misericordia, de la belleza de ese
encuentro y del fuego que nace en el corazón tras él. La misericordia, aunque
no aparece explícitamente en el profético texto reseñado, llena por doquier
toda la catequesis y, también esta Exhortación. Sólo con un corazón inflamado
por ese amor de Dios, por esa misericordia y por esa belleza, podrá hacerse una
evangelización creíble.
La lectura de la Exhortación me
ha hecho pensar que en la evangelización hay que seguir el consejo de Antoine
de Saint Exupéry cuando dice: “Si quieres
construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir
el trabajo, sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo del mar
libre y ancho”. Y para buscar despertar ese anhelo hay que ver cómo Dios
nos ha buscado a algunos hombres, “primereando” en el amor –en palabra acuñada
por este Papa– para que ellos “primereen” también en el amor al resto de la
humanidad, imitando la bondad de Dios.
Después me ha sugerido ver
proceso de evangelización como si fuese la constitución de una inmensa orquesta
y coro, formados por toda la humanidad, para interpretar una grandiosa sinfonía.
Sólo con la idea de la belleza final de toda la humanidad interpretando esa
sinfonía es posible movilizar con alegría todos los recursos de evangelización
y hacer que surta efecto. Una sinfonía coral con un himno de alegría hecho de
un poema. Y esa sinfonía existe. La ha escrito Dios. Y ese poema existe,
también escrito por Dios. Son su plan de amor y salvación para toda la
humanidad, narrados en los Evangelios y en la Biblia.
Y entonces se me ha venido a la
cabeza una imagen. El Papa recomienda imágenes poderosas como forma de
evangelización. La imagen es la de la coral del último movimiento de la 9ª
Sinfonía de Ludwig van Beethoven con la Oda a la alegría de Friedrich von
Schiller. La evangelización llevada de la mano de la belleza, produce una
alegría que lleva al perdón de cualquier miseria humana y a la superación de
las más duras difíciles circunstancias humanas. No me resisto a poner dos links
con sendos vídeos que reproducen estos sentimientos de perdón, alegría,
superación de toda circunstancia adversa, ambos solapados para completar o casi
el cuarto movimiento de esta sinfonía. Recomiendo verlos ambos en el orden en
que aparecen.
Transcribo antes los últimos
versos de esta Oda.
¡Alegres! ¡Alegres!
Alegres, como vuelan sus soles
a través de la llanura
espléndida del cielo,
¡recorred, hermanos, vuestro
camino;
alegres, como un héroe hacia
su victoria!
¡Abrazáos, millones de seres!
¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda
estrellada
tiene que habitar un Buen
Padre.
¿Os postraréis, millones de
seres?
¿Presientes al Creador, mundo?
¡Búscale por encima de la
bóveda estrellada!
Sobre las estrellas debe
habitar”.
Sin embargo, este final está
incompleto. Falta Cristo. Pero en el poema de amor y salvación de Dios está
Cristo como figura central. Con Él cobran sentido dos de los versos del poema
de Schiller.
“¡recorred, hermanos, vuestro
camino;
alegres, como un héroe hacia
su victoria!”
La victoria es de Cristo. Sólo
gracias a Él podemos recorrer el camino de evangelización, alegres, seguros de
la victoria, héroes de la debilidad con su fortaleza. Ahí van los dos videos.
Creo que el Papa Francisco sueña
–y me hace soñar a mí– con que los cristianos sepamos transmitir la belleza de
la Sinfonía de Dios y de su Oda a la Alegría a todos los seres humanos, sepamos
evocar en los hombres el anhelo del amor de Dios y de su salvación y así, un
día, toda la humanidad pueda interpretar la grandiosa sinfonía desde cada
rincón del mundo, juntos el cielo y la tierra, desde todo el espacio y el
tiempo, desde la eternidad ya presente en el tiempo.
Pido perdón por esta pérdida de
papeles que poco tiene que ver con un resumen de la Exhortación. Intentaré
ahora ser más fiel a la letra de ésta y hacer una breve síntesis de la misma.
Sólo entresacaré algunos de sus párrafos, los que me han parecido más
significativos, con un mínimo de comentarios míos. Sé que no podré competir con
otros resúmenes más precisos, pero, ¿quién quiere competir?
Si tuviera que resumir en una
frase esta Exhortación, diría:
Si no evangelizas con la fuerza, la
alegría y la luz de saberte incondicionalmente amado por Dios, gratuitamente
salvado por Jesucristo y penetrantemente
iluminado por el Espíritu Santo, no conseguirás mucho.
[1] La palabra “Parresía”
también proviene del griego, y significa libertad para hablar, valentía,
sinceridad, alegría, confianza. Es una palabra muy significativa en los Hechos
de los apóstoles y en las Cartas de San
Pablo, haciendo referencia a la valentía de San Pablo y de los
primeros cristianos para anunciar el Evangelio que habían recibido.
[2] Los subrayados son del
cardenal Bergoglio.
[3] Acción y efecto de
prescindir.
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